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INICIO.
PRIMERA PARTE
I. UN ACCIDENTE
La historia descrita por Silvio Pommier inicia un día de octubre en la ciudad de la luz, Paris.
Este joven francés de 14 años, delgado, alto y rubio, comienza a escribir su diario con mucha
dificultad para hacer la introducción, pero su vida da un giro diferente desde el momento
que se entera por el director del Liceo donde estudia, que su único hermano Bruno de 18
años y mayor que él, sufrió un accidente que lo tiene recluido en el hospital, en estado de
inconsciencia.
Al llegar a casa su papá lo entera que su hermano fue atropellado por un motociclista y
que aún está en coma; sin más rodeos le dice que pueden regresar porque de estar
despierto, le dará mucha alegría ver a su hermano.
Escuchan decir al médico que no fue algo grave, pero al caer la noche, muchos
pensamientos atormentan a Silvio quien piensa en las palabras de la portera del edificio
quien hizo comentarios exagerados de la gente que repetía que Bruno había sido arrollado
por un loco y fue así como esa noche no pudo dormir porque lo asaltaba un pensamiento
sombrío: “Si muriera”.
Al salir, Bruno le pide al motorizado que no se queden de pie sino que vayan a tomarse un
café; se dan las presentaciones del caso y el chico no sólo se presenta como Saturnino De
la Cruz, sino que aclaró que es un nombre español, a lo cual de inmediato surgió la
pregunta si era español y agregó que no, sino que sus padres eran filipinos y muchos
nombres provienen de los españoles que habitaron las islas por varios siglos; les aclaró que
por sus venas también corría sangre francesa; que el apellido de su madre era De la Cruz y
que su padre se hacía llamar así. Les dijo, además, que había perdido a su madre, que su
padre había regresado a Filipinas quien lo había dejado con un amigo filipino y finalmente
fue a parar a un albergue juvenil desde hacía dos años llamado “Casa Blanca” como la
casa presidencial de Estados Unidos, por orden de un Juez de Menores; les indicó que el
director del Albergue era Juan Claudio y ese lugar era aprendiz de carpintería, que
permanecía una semana en la escuela y dos con el patrono. Bruno al despedirse lo invitó
para el sábado, para que fuera a almorzar a su casa, lo cual hizo que Saturnino se marchara
muy contento.
Después del café y que la madre de Bruno lo convenciera de irse a descansar, Silvio invitó
tímidamente a Saturnino a conocer la casa, lo llevó a su cuarto y el joven se interesó por los
discos, historietas y pertenencias de Silvio esparcidas por todos lados. Hablaron de sus gustos
por las películas, la escuela y sus maestros. De repente, Saturnino dijo a Silvio que su hermano
y él, eran muy afortunados con tener esos padres.
Se cruzaron algunas preguntas como cuándo había muerto su madre y respondió que a los
diez años y que la amaba mucho; sacó de su billetera una foto que le enseñó agregando
que había sido reina a los 17 años en un concurso de provincia en su país y dijo muy
convencido que en Filipinas están las mujeres más bellas del mundo, entonces se apresuró
Silvio a preguntar en qué lugar quedaban las francesas y Saturnino no tardó en responder
que, en segundo lugar. Así comenzó a explicar su historia familiar para responder a la
pregunta de Silvio por qué vivían en París. Entonces, continuó diciendo que su padre vino a
Francia a buscar trabajo, cuando conoció a su madre, se casaron y regresaron a Filipinas
después de su nacimiento; además, que su madre tenía ascendencia francesa. Vivían en
Tondo, un barrio muy pobre de Manila, la capital de Filipinas y en casa de la abuela
paterna. Contó que su padre trabajaba bien lejos, algunas veces en el extranjero, razón
por lo que lo veía muy poco mientras él iba muy juicioso a la escuela y su madre, en casa,
le enseñaba el francés; pero luego, ella enfermó y se fue a casa de una parienta hasta
curarse, pero murió. Su padre lo llevó contra su voluntad a Paris donde se enteró que su
madre había muerto. No se detuvo para contarle que también quería a su padre, pero era
de muy mal genio y gritaba mucho, lo cual le producía miedo. Allí vivieron en casa del señor
Sahong, filipino amigo de su padre, quien tenía una sola habitación y sucia; aclaró que
nunca supo qué hacía su papá durante el día; cuando se quedaba, bebía; otras, no
aparecía durante tres días y cuando lo hacía traía los bolsillos llenos de dinero; lo más raro,
era que no tenía ni un centavo para mejorar su forma de vida. Saturnino, en cambio, no
hacía nada, se quedaba sin ir a la escuela y su padre le decía que le iba a conseguir
trabajo; además discutían con su amigo. Un día decidió regresar a Filipinas y lo dejó con
Sahong, su amigo y prometió enviarle dinero, nunca supo si eso sucedió; lo que sí era cierto,
es que Saturnino no quería quedarse allí porque lo dejaba encerrado con llave hasta por
dos (2) días y comía lo que podía hasta que al fin contó su historia a unos policías que le
presentaron a una Trabajadora Social y pronto estuvo algunos días en un orfanato y el Juez
de Menores lo envió finalmente al albergue juvenil. El Juez intentó localizar a su padre y
después de dos años recibió sólo una carta en la que decía iba a llevarlo con él. Mientras
escuchaban música, le decía que le gustaría regresar con su padre a pesar de su situación.
De pronto, Silvio, se fijó en la cruz de oro que llevaba en el cuello Saturnino y éste le aclaró
que era del siglo XVII cuando los españoles estaban en Filipinas. Contó que un Obispo se la
había regalado a uno de sus tatarabuelos para agradecerle por haber traído de México el
famoso Cristo Negro que se encuentra en la iglesia de Quiapo, un barrio de Manila (Filipinas)
y quizá ese era el origen del apellido De la Cruz; este hermoso obsequio religioso ha ido
pasando de generación en generación y su madre se lo entregó una vez enfermó; agregó
que cuentan los que conocen su historia, que esta cruz tiene el poder de salvar al que se
encuentra perdido, según las aventuras contadas por su propia madre que iban desde un
náufrago, antepasados que lucharon contra los españoles, alguien que se perdió en la
montaña más alta de Bontoc en medio de tribus cortadores de cabezas y todos se salvaron
por llevar esta cruz.
V. PRIMERA DESAPARICION
Después de varias semanas, se volvió una costumbre que Saturnino viniera a visitar a los
Pommier y no niega que ha sentido temor que alguna vez pudieran rechazarlo por ser un
joven de albergue; ¿por lo que un día se atrevió a preguntarle a Silvio si no se hacía molesta
su presencia? Y Silvio de un grito respondió que estaba loco si pensaba eso y bromeando
le dijo que lo estrangularía si no pasaba a visitarlos o los llamaba.
Después de ocho (8) días de silencio, Silvio habló al director del albergue para saber de
Saturnino, pero éste no se sorprendió mucho, sino que le pidió a Silvio avisarle cualquier
novedad. A su vez Silvio, no se sintió bien en el colegio; no atendía las clases y se
preguntaba si tendría dificultades y por qué no le habría contado.
Al llegar a Casa Blanca, el albergue con nombre de la casa presidencial de Estados Unidos,
observó su cuarto en desorden y vio sobre una almohada la cruz de oro de Saturnino; corrió
a contarlo a su hermano Bruno y regresó preocupado con deseos de hablar al albergue,
pero decidió esperar un poco; al día siguiente, cuando tomó la decisión de hablar al
director, una mano le cubrió la boca y no le dejó decir palabra mientras con la otra le
interrumpieron la comunicación.
VI. UNA CONCHA
Silvio hizo un esfuerzo y logró soltarse. La sorpresa, Saturnino. Frente a las preguntas normales
de Silvio, Saturnino responde que recibió una carta de su padre quien le pide que vaya a
Filipinas y primero vea al señor Sahong a quien encuentra con otro hombre; estos le piden
que viaje y lleve una concha (esta es una industria nacional) muy seguramente va
arreglada a la perfección con joyas de contrabando, por lo cual Saturnino pide a Silvio le
guarde el secreto; le contó que durante dos días estuvo pensando, caminando y durmió
en la estación de San Lázaro.
Silvio comprendió que podría tener hambre y le brindó pan, salchichón, queso, sin duda las
provisiones de su madre quien a su regreso a casa se sorprendió no sólo de encontrar nada
en el refrigerador sino ver a Saturnino fuera del albergue.
Les escuchó lo sucedido y les indicó que podía quedarse siempre y cuando telefonearan
al director del albergue; por lo cual Saturnino, para evitar el regaño, pidió a Silvio que lo
hiciera él, pero no le salió porque el director lo necesitaba en el centro para hacerle algunas
observaciones y ahí sí le concedería el permiso.
Saturnino regresó a su albergue y Silvio se fue a casa de su abuela en los Vosgos, por ocho
días y en las vacaciones de navidad; le hubiera gustado invitar a Saturnino, pero él no tenía
vacaciones por ser aprendiz; pero igual esta navidad iba a estar en compañía de los
Pommier y como era poco el tiempo acordaron no escribirse, por lo cual se sorprendió al
cuarto día con la carta que le entregó su abuela. Le avisaba que el Juez había recibido
una carta de su padre en la que le pedía que su hijo regresara a Filipinas. Silvio la leyó y
releyó molesto y pensando por qué nadie tenía en cuenta la voluntad de Saturnino.
Cuando Silvio llegó a casa y telefoneó al albergue, se enteró que el Juez le había levantado
la tutela y Saturnino había regresado a Manila con su padre y bajo su responsabilidad;
después de explicar que el mismo Sahong había pasado por él, lo único extraño era que
había quedado de pasar por unas pertenencia, lo cual no hizo dejando pensativo a Silvio
quien de inmediato comenzó a preguntar por teléfono al Director del centro juvenil y al
Juez, por las direcciones que le interesaban; desde la de Sahong a donde fue sin encontrar
rastro alguno y la de su padre en Filipinas cuyo dato era sólo el barrio Tondo en Manila;
hasta sus padres telefonearon a la Embajada de Filipinas para saber si habían autorizado
una visa a nombre de Saturnino.
Silvio se comunicó a las compañías aéreas, las salidas por barco. En fin, Silvio sabía que algo
le había sucedido a su amigo y se hacía el juramento de encontrarlo, así tuviera que darle
la vuelta al mundo mientras veía la imagen de la cruz y oía las palabras de su amigo: “La
Cruz siempre te ayudará a encontrarme”.
X. UNA ESPERANZA
Al acostarse no habían regresado ni sus padres, ni su hermano. Sus nervios no lo dejaban
dormir al pensar en la idea de partir en su búsqueda; sabía que no podía ir solo pues
contaba con sólo quince (15) años y al día siguiente tenía más confusión cuando fue a
despertar a su hermano Bruno para darle la noticia e inquietarlo pues le advirtió que ese
país no estaba a la vuelta de la esquina. Al contarle a su padre no obtuvo respuestas pues
salía de viaje por una semana.
Los días que siguieron mientras Bruno estaba en exámenes de la universidad, Silvio
aprovechaba su tiempo indagando, escribiendo a una Asociación Franco –Filipina, sobre
el caso, la que no respondió positivamente; escribió a una Compañía Marítima
preguntando si contrataban menores de edad como Grumetes para lavar la cubierta o la
vajilla como pago del viaje y hasta compró un billete de lotería pidiendo a Dios que se lo
dejara ganar con esta buena intención; nada resultó y cuando fue a contar a su hermano
lo sucedido, éste le dijo que así reuniera el dinero, su padre no lo dejaría viajar pero también
su hermano mayor tenía una posible solución: Contó rápidamente que había un concurso
por la Alcaldía y que la convocatoria estaba en un periódico local que distribuían
gratuitamente; la invitación era para realizar un proyecto de viaje con los siguientes puntos:
País que deseaban visitar, razones de su selección y un estudio de las regiones escogidas.
Los gastos del viaje cuyo monto debería estar previsto en el proyecto iban a estar a cargo
de la comuna en un 80% y la comuna a su vez iba a estar subsidiada por el Consejo General
y la Fundación de Francia. Bueno, estaban sólo a quince (15) días de poder presentarlo.
Todo ese esfuerzo estaría bien, pero al final quién lo acompañaría. Su hermano Bruno no
tardó en responder que él, pero que comenzara a trabajar y le dio instrucciones para que
iniciara, él le colaboraría revisando la ortografía y los contenidos del material recopilado
cuando ya lo tuviera listo; Silvio no hizo ninguna objeción al comentario.
Fijada la fecha de partida fueron despedidos con gran pompa “como embajadores de
Francia”. Salieron en un Boeing 747, con la primera experiencia de vuelo en avión para Silvio
y el compromiso de escuchar lo que los otros pueblos tenían qué contar y, además, tender
una mano fraterna a nombre de Francia. Después de un vuelo de 28 horas que mantuvo a
Silvio intranquilo, llegaron a la tierra de Saturnino.
NUDO.
SEGUNDA PARTE
I. MANILA
Ya en el hotel frente a la bahía de Manila, los hermanos Pommier disfrutaban del paisaje
con la salida del sol, mientras enormes barcos se observaban lentos en el horizonte y algunas
canoas estaban cerca a la playa.
Su primera salida fue a la iglesia de Malaté. Era domingo y aunque no era su costumbre en
Francia, ahora querían encontrar un lugar que les fuera familiar con Dios ayudándolos.
Habían organizado sus ideas para el día lunes: Irían a la embajada de Francia, luego a
Tondo y específicamente a la iglesia de Quiapo, punto de referencia citado por el mismo
Saturnino. Con una temperatura de 30 grados y con su jean y su camiseta, tuvieron que
soportar el calor mientras paseaban notando la cordialidad de los filipinos vestidos de short
y camiseta y tan parecidos a Saturnino. Era un mundo que daba la impresión de pobreza,
pero no había mendicidad por las calles.
En Quiapo ocupan toda la calle y hasta se chocan las latas y estos filipinos para hacer que
se detengan emiten un sonido “Tsí- tsi” que cada chofer oye en medio de tanto estruendo;
a estos se suma la contaminación, las mujeres andan con un pañuelo en la nariz. De verdad
los choferes son unos personajes: Estiran las manos con los dedos abiertos para recibir a los
pasajeros, reciben el dinero y dan el cambio de la misma manera, en el semáforo compran
sus cigarrillos y caramelos de menta envueltos en papel verde y hasta un pedazo de tela
para secarse el sudor de su frente.
III. TONDO
Eddy cumplió la cita a la 1:00 de la tarde del día siguiente para llevarlos a Tondo. Media
hora de recorrido en un jeepney y estaban en lo que es verdaderamente un tugurio; calles
llenas de huecos y fango, sus barracas eran de tablas, latas y cartones; se veían ancianos
en cuclillas, de algunas llaves que salían del suelo, los habitantes, mujeres y niños, llevaban
agua; cerca les quedaban canastas de baloncesto donde entrenaban los niños, algunos
descalzos, lo cual lo hacía sentir incómodo, pero otros iban en jean y camisetas bien limpios,
tampoco pedían dinero; saludaban pero se notaba la pobreza que hasta le hacía sentir
miedo. Sin embargo, esto le hizo reflexionar. El guía, Eddy, hablando en tagalo preguntaba
sin respuestas, hasta cuando una mujer llamó a un niño que marchó delante de ellos
durante diez minutos; recibió su paga de Bruno; estaban frente a una callejuela ciega “la
calle 17”. Eddy interrogaba a mujeres que se encogían de hombros hasta que un anciano
los guió y se quedó observando a los tres jóvenes quienes a su vez miraron la puerta cerrada.
Bruno se atrevió a golpearla varias veces y después de mirar al anciano empujó la puerta
(unas tablas con clavos) y les llegó un olor desagradable como de pimienta, ropa húmeda
y humo; distinguieron a una anciana bien arrugada, de cabellos blancos que parecía que
sonreía. Bruno la saludó y preguntó sin respuesta; Eddy en cambio, logró que respondiera
con su voz ronca que sí pero que no estaba; al preguntar por Saturnino, contestó en tagalo
que no había ningún muchacho. Silvio decepcionado sentía ganas de vomitar. Entonces
vio el rostro de una niña que los miraba con sus grandes ojos negros. Ella hizo un gesto de
entender lo que pasaba, gritó Saturnino, Saturnino y salió corriendo; los tres salieron tras ella,
pero en la calle ya había desaparecido; la anciana no les aclaró nada, pero el anciano
que aguardaba afuera les dijo que ella tenía poco de vivir allí con su hijo o yerno, que no
hablaba con nadie, pero que no habían visto ningún joven. Esta niña que se había
asomado y recordaba Silvio era muy bella.
Eddy se reunió con ellos y partieron en barco hasta Bacolod, la capital de la isla. Se
despidieron de Tania con quien quedaron que los llamara todas las tardes al hotel para
saber si ya habían llegado, convenciéndola Bruno que aceptara diez pesos filipinos para
las llamadas.
La travesía no tuvo problema. Mientras Bruno leía, Silvio y Eddy contemplaban todo a su
alrededor y jugaron varias partidas de ajedrez que Eddy ganó. En Bacolod, tomaron un
autobús para Dumaguete en un recorrido de más de ocho horas para llegar a la isla de los
negros pasando por muchos pueblos y chozas, al igual que los jeepneys, se detienen para
subir más pasajeros y vendedores aprovechan para acercar jugos, maní, arroz envuelto de
hojas verdes y huevos de codorniz y cobran sobre la marcha, saltando los más jóvenes a la
carretera en una verdadera maniobra.
VIII. LA ISLA DE LOS BRUJOS
En Dumaguete, conocida como la “City of the Gentle people”, después de dos días de
viaje merecían un descanso reparador y en la tarde salieron a pasear y disfrutar de los
majestuosos cedros que bordean el mar.
Siguieron un camino de cocoteros, chozas, pájaros, ríos, cascadas y una bien hermosa al
final en forma de hongo; ya no podían desanimarse, ni Silvio asustarse más, pues estaban
frente a las últimas tres cabañas y delante de una estaba sentada una anciana que de
inmediato reconocieron como la de Tondo.
Los tres muchachos viendo la escena y que el anciano muy seguramente se iba a demorar,
hicieron un plan rápido: Bruno iría hasta la cabaña a revisar, mientras Eddy y Silvio se
quedarían afuera cuidando. Si el brujo Kabu regresaba, Eddy iba a entretenerlo hasta
cuando Silvio avisara a Bruno, pero éste regresó más rápido de lo previsto y muy pálido
diciendo que Saturnino estaba ahí.
X. ESCARABAJOS NEGROS.
Con la noticia Eddy y Silvio quedaron petrificados. Eddy, se quedaría afuera vigilando,
mientras los hermanos Pommier entraban hasta la habitación en penumbras donde se
encontraba Saturnino tendido en una estera. Se oyó un grito: ¡Está muerto! Salió de la
garganta de Silvio, mientras su hermano le explicaba que era como si lo estuviera pues
estaba irreconocible (sus facciones tensas, desnudo y flaco, respirando con dificultad con
su boca entreabierta y un ronquido permanente que terminaba en un gemido). Silvio no
tardó en hablarle al oído para decirle que era su amigo y por favor despertara; le
acariciaba la cabeza y el cabello, lo que hizo que se agitara y articulara palabras que no
comprendieron después de un violento sobresalto; volvió a quedarse en un sueño profundo
con su ronca respiración. Un grito salió de Silvio: ¡Saturnino!
XI. LA ABUELA
A las seis de la mañana, estaban todos listos para salir con una camilla que fabricaron ellos
mismos y los regalos de la abuela que encontraron sentada frente a la cabaña, como el
día anterior. Luego de entregarle algunos regalos intentaron convencerla de sacar a
Saturnino de donde se encontraba, pues moriría si no lo veía un médico, entonces la
anciana repetía: Brujo Kabu lo curará, frase que provocaba la rabia de Silvio quien dijo no
esperar sino ir a ver al brujo. Este correspondía fielmente a la imagen de un brujo: La cara
totalmente arrugada y ojitos rasgados, ocultos detrás de unas espesas cejas grises y lleva
anteojos pequeños, con montura de hierro; una barbita escasa y vestido con una especie
de toga de tela fibrosa decorada con motivos cabalísticos; muchos collares, brazaletes,
anillos y amuletos de madera y hueso alrededor del cuello. Lo más impresionante para ellos
de este brujo eran sus manos delgadas que se le veía la piel pegada a los huesos; sus uñas
largas y encorvadas. Su voz gangosa y aguda que se parece a la del eunuco. El brujo Kabu
los recibió muy amablemente y les dijo que hasta el cambio de luna sabría si un espíritu
fuerte y bueno lo poseía y por tanto no se podía hacer nada. Bruno le dijo que habían
viajado desde Francia porque el mismo Saturnino les había pedido ayuda y necesitaba un
médico y que ellos querían saber cómo se había enfermado así y quién lo había llevado
allí; por lo cual el anciano respondió que su padre y su abuela; de inmediato le dijeron que
su abuela quería que saliera de ahí con ellos. Pronto comprendieron que estaban
perdiendo el tiempo con el brujo Kabu y fueron entonces a buscar a la abuela para
enseñarle la carta que había enviado Saturnino como su última esperanza, pero no
consiguieron nada pues ella seguía con la mirada fija que ni la traducción al galo de Eddy,
ni la letra de su nieto causaban ningún efecto en ella, tampoco los regalos pendientes
lograron cambiar su actitud, cuando sin pensarlo Silvio retiró de su cuello la Cruz de oro de
Saturnino y al extenderla a la abuela, ésta dio un grito y cayó de rodillas pronunciando por
primera vez el nombre de Saturnino; estaba agitada por fuerzas que se movían en su interior.
Se tranquilizó y murmuró como en Quiapo: “Dios los envía”. No podían sentir sino sorpresa la
cruz y la reacción de la abuela que se incorporó para ir a la cabaña del brujo Kabu,
apoyándose en su bastón, con la respiración fuerte y musitando más oraciones; entró en la
choza sin pedir permiso, el brujo ni se movió pues más bien parecían órdenes para él y
entraron al otro cuarto donde se encontraba Saturnino. Primero, la abuela, luego el brujo y
detrás ellos. El brujo Kabu, pronunció unas oraciones que según la traducción de Eddy
significaban una orden a los espíritus malos para que salieran del cuerpo de Saturnino
porque los espíritus de la cruz lo reclamaban y luego se volteó para decir a los muchachos
que podrían llevárselo. Fue así como lo acostaron sobre la camilla; respiraba, pero parecía
totalmente inconsciente. Para despedirse el brujo respondió con un profundo y silencioso
saludo; la anciana besó cada una de las manos de los chicos llorando, pues le temblaban
el cuerpo y sus labios y casi no podía sostenerse. Eddy trató de entender lo que murmuraba
y tradujo de nuevo: “Dios los bendiga”. Ustedes me han devuelto la felicidad ahora ya
puedo partir”. Estuvieron de regreso al pueblo y durante el camino Silvio con la mano en el
pecho o en la cabeza de Saturnino le habló durante una hora sin que éste despertara.
XII. LA CURACION
Ya en la cabaña del manambal, quien para nada se sorprendió por el éxito de los
muchachos, los tranquilizó al revisar a Saturnino y decirles que ahora sí lo podía curar porque
estaba libre de malas influencias. Lo miró fijamente al rostro y al recorrer su cuerpo dijo que
el mal estaba en el vientre y prometió curarlo al día siguiente, con la salida del sol, pero que
permanecieran cuidándolo por turnos toda la noche para que sintiera su presencia.
Curado, podrían llevárselo e incluso el padre no podría oponerse, así que debían creer al
jefe de los brujos. Silvio no se separó de su amigo Saturnino en toda la noche y notó que
poco a poco la respiración se le fue normalizando al filipino, ya no gemía, hasta su rostro se
distendió y parecía que sonreía. Lo que sí registró Silvio en su diario era una verdad que
había compartido con Eddy y Bruno porque sucedió en su presencia. Al día siguiente a las
7:00 de la mañana, estuvo con ellos el manambal quien les indicó dónde podían hacerse
durante el ritual que terminó con la curación, según el manambal, de Saturnino. Se trataba
de otra cultura y el hecho, no sabrían explicarlo como algo natural, psíquico o sobrenatural,
pero ocurrió en su presencia: El manambal preparó unos carbones vegetales embebidos
con aceite, se sentó en un taburete, impuso sus manos sobre el abdomen de Saturnino y
comenzó a salir sangre; sacó un pedazo de carne putrefacta, no sabían cómo, que colocó
sobre los carbones y olía a pura grasa quemada; luego, limpió la sangre que quedaba que
igualmente lanzó a la vasija de barro donde estaban los carbones; la piel de Saturnino
apareció completamente limpia, sin ninguna cicatriz y se levantó frente a nosotros para
decir que estaba curado y que podían quedarse. Después de diez minutos de oración y en
este ritual, Silvio no podía olvidar que Saturnino abrió los ojos, los miró y luego le dijo: “Silvio
estaba seguro que estarías aquí”. Siguió un abrazo, llanto, abrazos, risas y aunque se sabía
estaba muy débil aseguraba sentirse bien. El manambal le hizo tomar una bebida con unos
granos de arroz, le impuso manos de nuevo. Les aseguró que estaba completamente bien
pero que debía descansar hasta el día siguiente, luego tuvieron que regresar donde la
mamá Rosita. No pudieron dormir bien mientras su amigo durmió profundo y al día siguiente
se levantó feliz, pues había recuperado a su amigo, pero las aventuras seguían.
XIII. UN SUEÑO
Agradecidos con el manambal, los jóvenes franceses le regalaron tarjetas postales y un
cartel de Paris que le agradaron mucho. Se quedaron dos días más en casa de la mamá
Rosita para recuperarse y disfrutar la playa en compañía de Saturnino a quien le contaron
sus aventuras y curiosamente este no estaba muy dispuesto a hablarles de las suyas, pues
aun cuando siempre les estaba agradeciendo, sólo contaba a pedazos lo que le había
sucedido. Sin embargo, los sorprendió diciendo que debía reflexionar y comprender lo que
había vivido que más bien parecía un sueño en el que trataba de alcanzar a su mamá
quien siempre le habló de buscar al Cristo de Quiapo que le diría la verdad, mientras sentía
como una realidad que le hacía daño la presencia del que le hacía daño la presencia del
brujo Kabu y su abuela y esa lucha le hizo doler el vientre. Saturnino cesó su relato y
regresaron en silencio al caer la noche.
XIV. REVELACIONES
Esta noche tampoco podrían descansar pues el manambal los estaba esperando con la
noticia que la abuela de Saturnino se había agravado y tenía miedo de morir sin hablar con
su nieto quien se puso muy pálido de inmediato. De regreso donde la anciana caminaban
en silencio que era tal el cansancio, que ya no les asustaban los sonidos de la noche, los
minúsculos insectos fosforescentes, las plantas que atrapaban sus pies, el calor que hacía
parte de ese ambiente embrujado y pronto estuvieron en las cabañas donde la abuela
narró a Saturnino que ella no era su abuela, ni el que creyó su padre lo era, sino un francés
con quien su madre se había casado por primera vez y había muerto parecía ser en un
accidente; como la madre de Saturnino no podía quedarse sola, conoció a su padrastro
que trabajaba en Paris y él le propuso matrimonio y fue quien le exigió que nunca le hablara
de su verdadero padre, quien nunca la hizo feliz y cuando enfermó no sólo se fue donde su
parienta hasta recuperarse sino para alejarse de él. Que ahí fue cuando debió detestarlo
más y quiso vengarse de Saturnino. Les narró, además, que no se despidió en París porque
el señor Sahong fue a buscarlo al albergue al día siguiente; su padre, es decir su padrastro,
le impidió telefonear o despedirse diciendo que todo estaba listo para el viaje y Saturnino
siempre había querido estar en familia y creía que esta era su oportunidad. Ya en el barco
comprendió su destino infeliz: No pagó pasajes, pues estaba de acuerdo con el capitán
para traficar lo que él desconocía y ya en las Filipinas, lo dejó en Tondo, en casa de la
abuela, lo puso a trabajar en una cantera que quedaba a 10 minutos de la casa. No se
cansaba de repetirle que era muy afortunado y le quitaba la plata de su sueldo. Hasta los
domingos lo obligaba a trabajar, hasta cuando enfermó. Sólo una vez pudo ir a la iglesia
de Quiapo donde dejó la cruz y la carta que Tania les había enviado a escondidas y porque
ella pagó las estampillas. Cuando le explicó a su padrastro que estaba muy cansado y
enfermo, lo trató de perezoso. Y un día cualquiera le dijo que irían a la isla de Siquijor pues
como su abuela había muerto, su madre tendría que ir allá; entonces, aceptó con
resignación ir a la isla de los brujos y esperar a ver qué pasaba. Fue cuando su padre lo
dejó en la cabaña de brujo Kabu quien le dio a comer algo que le produjo un mal de
estómago y no pudo volver a levantarse. Todavía no recordaba cuánto tiempo había
permanecido allí dormido. Lo que sí recordaba Saturnino es que una parte de él, seguía
consciente, sufría pesadillas despierto; recordó que le parecía oír que la abuela le contaba
a Kabu que él no era su nieto; además, llegó a decirles que también a ellos los sentía a su
alrededor.
Después reaccionó y habló de querer encontrar a su verdadera familia. Les contó que la
abuela no sabía nada de ellos, pero sí de una carta que había dejado su madre en algún
lugar y que su padrastro tampoco sabía de eso. Así que Saturnino quería regresar al día
siguiente para confirmar y saber lo que faltaba; sin suerte porque la abuela murió.
Ese día los muchachos quisieron aprovechar una banca (canoa) que les prestó la mamá
Rosita para dar un paseo y disfrutar del paisaje y de las maravillas del mar y sus corales que
hacían cambiar el mar de color azul verdoso a un azul profundo mientras los peces de todos
los colores, se deslizaban bajo ellos.
XV. EL CEMENTERIO
A una semana de su regreso a Francia, los muchachos en Manila regresaron al hotel en
Manila; ya eran cuatro. Eddy prometió regresar. Preguntaron si alguien los había llamado
por teléfono y Bruno decidió ir a la embajada, ahora sí para pedir ayuda. Contó la historia
de Saturnino y obtuvo la promesa de intervención ante las autoridades filipinas para que le
autorizaran a Saturnino regresar a Francia aún en contra de la voluntad de su padrastro. Le
aclararon que sería más fácil si encontraba la carta donde se demuestra que el señor
Badoug De la Cruz no era su padre.
Bruno era un joven muy inquieto por lo que de una vez pensó que en Tondo no podía estar
esa carta, pero sí en casa de la parienta que la había atendido y debió ocuparse de los
gastos del funeral y era de suponer que en el registro de defunción muy seguramente
aparecían sus datos y su dirección, así que fueron al City Hall, sede de la alcaldía de Manila.
Un funcionario comprensivo les colaboró con la exitosa búsqueda y al fin el hallazgo del
acta de defunción. Saturnino la contempló pues era como la última realidad que lo unía a
su madre y así obtener una pista.
Se trasladaron en jeepney al otro lado de Tondo donde los recibió una mujer joven muy
agradable quien explicó a los muchachos que quien había hospedado y atendido a la
madre de Saturnino era su anciana abuela dos años atrás. Nunca oyó hablar de la carta,
pero la buscó sin encontrarla. Aunque decepcionado, no dejó de hablar de su madre,
revisó su habitación y preguntó por el cementerio donde la habían enterrado.
El cementerio era inmenso y muchas tumbas estaban rodeadas de familias completas que
departían como una costumbre de los filipinos. La tumba de la señora De la Cruz, no tenía
hierba, ni parecía abandonada; regresaron al hotel y durmieron profundamente.
XVI. LA CARTA
Era viernes, la multitud se agolpaba en oración y la procesión ante el Cristo Negro. ¿Dónde
podría estar la carta depositada 5 años atrás? De lo que sí estaba seguro Saturnino es que
esos mensajes no los destruían. Para un filipino sería un sacrilegio. Habría que preguntar al
sacerdote y la misa era larga. Lo hicieron al final y en la sacristía. Este material permanecía
en una bóveda y les aclaró que había mensajes que permanecían hasta por dos siglos. De
un cofre como un ataúd extrajeron los paquetes atados con cintas, cada paquete
correspondía al año en que estaba escrito en la cinta y lo pasó a Saturnino el del año en
que había muerto su madre para que buscara. Impresionados estaban todos de la manera
respetuoso como iba pasándolas y colocándolas a un lado en el mismo orden; no llevaría
más de 20, cuando descubrió un sobre en el que decía en letras muy grandes: “PARA
SATURNINO DE LA CRUZ, MI HIJO, SI DIOS LO QUIERE”.
Saturnino sacó del sobre una carta en la cual su madre le revelaba el secreto de su
nacimiento: Le decía:” Tú eres mi único hijo y te quiero más que a nada en el mundo. Quiero
que sepas toda la verdad. Nosotros no estábamos todavía casados cuando fuiste
concebido. Ya se había fijado la fecha de nuestro matrimonio cuando Dios quiso que tu
padre encontrara la muerte en el sitio donde trabajaba… Debo decirte que su familia no
me había aceptado. Por eso no pude poner el nombre de tu padre en tu partida de
nacimiento. Debes saber que él me amaba y que yo lo amaba, y que te habría amado si
hubiera seguido viviendo. Saturnino se detuvo a contemplar la partida de nacimiento en
una palabra que se refería a su padre: desconocido. El no comprendía esto y menos podía
entender lo que sentía.
DESCENLASE.
TERCERA PARTE
I. DIARIO DE SILVIO
Silvio no podía disimular su felicidad porque a 15 de mayo ya había terminado su Informe y
sería publicado en la entrega del periódico de la Alcaldía.
3 de junio, salieron para Casa Blanca, no lo esperaban y se dedicaron a jugar ping pong,
debía ser difícil no conocer a su propia familia.
7 de junio. Todavía impactado con la jornada del día anterior y la actitud de sus padres. Lo
nuevo ir a hablar con el Juez que lo imaginaban ceremonioso, es decir con toga; pero era
más sencillo y joven y aceptó que Silvio entrara a la entrevista. Recomendación, que debía
seguir en el albergue y a su vez Saturnino lo puso al tanto de su verdadero padre y el Juez
dijo que todo era más difícil y positivo que no hubiera señales de los mismos por lo que le
aconsejaba no hacer trámites sobre la familia natural que no había hecho trámites para
adoptarlo, por tanto había que tener el valor para no encontrarlos y mirar alrededor
cuántos lo amaban sin lazos de sangre y pensándolo bien eso lo reconfortaba, volviendo
sobre su propia historia y que considerara a los Pommier como su familia.
12 de junio. El padre de los Pommier los llamó para hablarles seriamente. Propuso no
adoptar a Saturnino porque era muy difícil, sino apadrinarlo oficialmente si él lo aceptaba.
Es decir, permanecería en el albergue y los fines de semana y vacaciones en su hogar, iría
a hablar con el Juez, pero Silvio era el primero saberlo y guardaría el secreto.
14 de junio. Saturnino lo invita al albergue por primera vez. Visitaron a todos y cenaron con
su grupo. Antes de la cena Saturnino permaneció ayudando a un niño a hacer sus deberes,
mientras Silvio jugaba con otro joven. El monitor le explicó a Silvio que nadie obligaba a
Saturnino a comportarse como lo hacía con el niño y éste lo adoraba. Antes de irse
Saturnino le dijo que el Juez quería verlo.
21 de junio. Era un hecho la adopción, pero todos debían estar de acuerdo y era trabajo
del Juez decidirlo, los convocó empezando por Saturnino y luego éste y su papá, todo se
dio legalmente y cuando Saturnino llegó a casa de los Pommier llevaba un enorme ramo
de rosas. Era una realidad su nueva familia para pentecostés y la incomodidad para él del
principio se superó llamando al papá por el nombre y comenzó por preparar un arroz con
pollo para la nueva familia pues ese plato era su especialidad. La noticia voló a Filipinas
para enterar a Eddy y Tania. Silvio estaba feliz escribiendo que todo era felicidad al empezar
el verano y pronto comenzarían a ganar dinero para volver a Filipinas pues Silvio era muy
feliz, amando a su hermano gemelo y los suyos, además a Tania y a Eddy. Toda la familia
estuvo de acuerdo en que Silvio guardara una réplica de la cruz del nazareno en la que
muy seguramente Saturnino se había gastado sus ahorros.
Silvio aceptaba que seguía feliz recordando y escribiendo cada momento. Sin embargo,
debía cumplir con la entrega del Informe a la Alcaldía y el solo hecho de escribir y reescribir
la introducción no le había permitido cumplir con la entrega.