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PSICODIAGNOSTICO

Que es el duelo

El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida


(pérdida de un empleo, pérdida de un ser querido, pérdida de una relación, etc.).
Aunque convencionalmente se ha enfocado la respuesta emocional de la
pérdida, el duelo también tiene una dimensión física, cognitiva, filosófica y de la
conducta que es vital en el comportamiento humano y que ha sido muy estudiado
a lo largo de la historia. En la actualidad se encuentra en discusión el tema de si
otras especies también tienen sentimientos de duelo como los seres humanos,
y en algunas de ellas se han observado comportamientos peculiares ante la
muerte de sus congéneres.

Concepto del duelo

El duelo es la reacción de la psique ante la pérdida de una persona, animal,


objeto o evento significativo. Se trata de una reacción principalmente emocional
y comportamental en forma de sufrimiento y aflicción, cuando el vínculo afectivo
se rompe.

Duelo es el nombre del proceso psicológico, pero hay que tener en cuenta que
este proceso no se limita a tener componentes emocionales, sino que también
los hay fisiológicos y sociales. La intensidad y la duración de este proceso y de
sus correlatos serán proporcionales a la dimensión y al significado de la pérdida.
Sigmund Freud definió el duelo como “la reacción frente a la pérdida de una
persona amada o de una abstracción equivalente”.

En el duelo, el sujeto ha experimentado una pérdida real del objeto, y en el


proceso, que se prolonga un tiempo necesario para la elaboración de esta
pérdida, éste pierde el interés por el mundo exterior, sustrayendo la libido de todo
objeto que no remita al objeto perdido.
Según el modelo descrito por el libro de la doctora Elisabeth Kübler-Ross (2010-
2017) "On death and dying", el duelo se manifiesta en cinco fases:

Fase de Negación. Negarse a sí mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida


Fase de Enfado, Indiferencia o Ira: Estado de descontento por no poder evitar la
pérdida que sucede. Se buscan razones causales y culpabilidad.

Fase de Negociación. Negociar consigo mismo o con el entorno, entendiendo los


pros y contras de la pérdida. Se intenta buscar una solución a la pérdida a pesar
de conocerse la imposibilidad de que suceda.

Fase de Dolor Emocional (o depresión). Se experimenta tristeza por la pérdida.


Pueden llegar a sucederse episodios depresivos que deberían ceder con el
tiempo.

Fase de Aceptación. Se asume que la pérdida es inevitable. Supone un cambio


de visión de la situación sin la pérdida; siempre teniendo en cuenta que no es lo
mismo aceptar que olvidar.

En caso de duelo por muerte, suele durar entre 2 y 12 semanas, aunque puede
persistir hasta los 6 meses cuando se trata de la pérdida de un ser querido muy
allegado (Madre, hijo, cónyuge...). En el caso de que los síntomas no cesaran
después de estos períodos de tiempo y provocaran problemas para
desenvolverse en su vida rutinaria, es muy importante acudir a un profesional de
la psiquiatría y/o psicología, ya que la persona afectada puede estar sufriendo
un episodio de depresión crónico, lo que implicaría un duelo patológico. No
siempre se cumplen todas las etapas, ni necesariamente ocurren en el orden
señalado.

Duelo emocional

El duelo emocional es un proceso de adaptación que nos permite restablecer el


equilibrio personal que ha quedado alterado por una pérdida. Las consecuencias
emocionales están directamente relacionadas con la persona o personas que
hemos perdido y también con el modo en el que se ha producido la pérdida: el
tiempo de relación, la intensidad y las circunstancias de esa relación, lo
imprevisto de la pérdida… Pero siempre supone un gran dolor, tristeza,
desestructuración y desorganización.

A pesar del sufrimiento que causa, el duelo emocional es un proceso necesario


y ayuda a adaptarse a la pérdida, prepara para vivir sin la presencia física de esa
persona o personas, y es fundamental, para conducir correctamente el vínculo
afectivo de forma que sea compatible con la realidad presente.

Su duración es muy variable, pero podemos considerar que los dos primeros
años suelen ser los más duros, de todas formas cada persona tiene su propio
ritmo y necesita un tiempo distinto para la adaptación a su nueva situación.
Sobretodo no hay que desalentarse, confía en que saldrás adelante.

Que áreas de la vida se afecta (físico, mental, emocional, espiritual)

Dimensión física. Se refiere a las molestias físicas que pueden aparecer a la


persona en duelo. Sequedad de boca, dolor o sensación de “ vacío” en el
estómago, alteraciones del hábito intestinal, opresión en el pecho, opresión en
la garganta, hipersensibilidad a los ruidos, disnea, palpitaciones, falta de energía,
tensión muscular, inquietud, alteraciones del sueño, pérdida del apetito, pérdida
de peso, mareos. Algunas investigaciones han demostrado que las situaciones
de estrés están íntimamente relacionadas con la inmunodepresión y, por tanto,
el organismo humano es más vulnerable a enfermar. Y obviamente la muerte de
un ser querido es una de las experiencias más estresantes.

Dimensión emocional. Aquí señalamos los sentimientos que el deudo percibe en


su interior. Los estados de ánimo pueden variar y manifestarse con distintas
intensidades. Los más habituales son: sentimientos de tristeza, enfado, rabia,
culpa, miedo, ansiedad, soledad, desamparo e impotencia, añoranza y anhelo,
cansancio existencial, desesperanza, abatimiento, alivio y liberación, sensación
de abandono, amargura y sentimiento de venganza.
Voy a profundizar un poco más en alguno de estos sentimientos. Así, respecto a
la tristeza, destacaremos que si antes de morir la relación con el ser querido se
ha sanado y se ha podido expresar el afecto, el manejo de la tristeza será menos
complejo. Si no se ha podido expresar, todavía estamos a tiempo de aliviar la
pena mediante técnicas de visualización etc. Generalmente las penas
compartidas en un grupo de personas en duelo con situaciones parecidas es un
alivio. El remedio más eficaz para la tristeza es el consuelo, que
fundamentalmente habrá que buscarlo en el interior de uno mismo, de una
misma, sin menospreciar el que se recibe del exterior por otros seres queridos.

Si el origen de la tristeza está más bien en que no dio tiempo a despedirse o a


manifestarle a la persona difunta todo lo que significaba para el deudo, se le
puede sugerir a este que escriba una carta de despedida. Una carta sincera,
escrita desde el corazón.

El sentimiento de culpa suele aparecer con cierta frecuencia. Si la causa de la


culpa puede subsanarse en alguna medida mediante actos físicos o materiales,
es buena idea estimular al deudo para que los realice.

Quizás algún tipo de ritual en el que solicitamos el perdón del ser querido pueda
aliviar. Relacionado con esta estrategia, si la persona es creyente, pedir perdón
mediante alguna oración, sabiendo que la persona difunta nos puede escuchar
desde otra dimensión, puede dar buen resultado.

Nunca sobra en el trabajo de duelo, si aparece la culpabilidad, el intentar


objetivizar los comportamientos, ya que en muchas ocasiones son más fruto de
nuestras autoexigencias que de la realidad.

Cuando el sentimiento predominante es la rabia, deberemos entender que se


trata de un mecanismo de compensación del dolor sentido. La mejor herramienta
es canalizar y expresar la rabia. La actividad física con gran esfuerzo suele ser
un buen remedio para calmar esa rabia que nos oprime, así como el romper
papeles, o golpear un cojín o quizás el gritar en un lugar seguro.
Dimensión cognitiva. Se refiere a lo mental. Dificultad para concentrarse,
confusión, embotamiento mental, falta de interés por las cosas, ideas repetitivas,
generalmente relacionadas con el difunto, sensaciones de presencia, olvidos
frecuentes.

Dimensión conductual. Se refiere a cambios que se perciben en la forma de


comportarse con respecto al patrón previo. Aislamiento social, hiperactividad o
inactividad, conductas de búsqueda, llanto, aumento del consumo de tabaco,
alcohol, psicofármacos u otras drogas.

Dimensión social. Resentimiento hacia los demás, aislamiento social.

Dimensión espiritual. Se replantean las propias creencias y la idea de


trascendencia. Se formulan preguntas sobre el sentido de la muerte y de la vida.

Cuáles son los duelos de difícil elaboración (suicidio)

Según indica Cain (1972), los procesos que subyacen a nivel cognitivo en la
mente del suicida son tremendamente complejos: Creo que la persona que se
suicida, deposita todos sus secretos en el corazón del superviviente, le sentencia
a afrontar muchos sentimientos negativos y obsesionarse con pensamientos
relacionados con su papel real o posible, a la hora de haber precipitado el acto
suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada.

En multitud de casos, en relación al suicidio y como una manera de determinar


sus causas, se recurre a la autopsia psicológica (la reconstrucción del estado
mental del presunto suicida en los momentos o días/semanas previos al suicidio
para determinar si la muerte se produjo por voluntad propia o no). Esta técnica
cada vez es más empleada para determinar si la muerte se produjo por accidente
o fue un suicidio, con las implicaciones asociadas a nivel legal, administrativo,
familiar.

Según Pérez Barrero (2007), las muertes por suicidio conllevan mayor
estigmatización que el resto, mayor sentimiento de culpa, menos deseos de
discutir sobre la muerte y mayor cuestionamiento sobre lo que se podía haber
hecho. En la sociedad actual esto se acrecienta porque el suicidio no está
asociado a un deterioro físico o una muerte dolorosa en breve.

Cuando se produce una muerte por suicidio los familiares se sienten, como indica
Pangrazzi (2005), traicionados en el amor, desilusionados en la promesa no
mantenida (por ejemplo si el familiar les había dicho que no lo iba a hacer más).
Hay algunas características diferenciales significativas, que podemos resumir y
concretar a continuación, recogiendo ideas de Hill, Hawton, Malmberg y Simkin
(1997).

Muchos de los supervivientes de un suicida reconocen que ellos sabían del


riesgo suicida de estas personas, y que podrían esperar un desenlace fatal en
cualquier momento. En el duelo por suicidio los familiares están expuestos al
desarrollo de psicopatologías, como trastornos de ansiedad, TEPT y episodios
depresivos mayores.

Los sentimientos y emociones que experimentan los deudos en una muerte por
suicidio, son similares a otros tipos de muerte pero presentan matices distintos
(Worden, 2002):

 Vergüenza: Piensan que nadie les hablará por haber tenido a un familiar que
se ha suicidado; esto da lugar a pensamientos distorsionados en algunos
casos. Supone una presión emocional añadida.
 Culpa: Varias fuentes de culpa en familiares que asumen la responsabilidad
de la acción del fallecido con un pensamiento permanente de que podían o
debían haber hecho algo para evitar la pérdida del ser querido, imposibilidad
de evitar la muerte, no haber detectado las señales que presagiaban lo
ocurrido, no atender las llamadas de atención del sujeto. Si existía algún
conflicto entre el fallecido y el superviviente y puede hacer que la persona
sienta la necesidad de ser castigada y se autolesione o llegue al suicidio.
 Enfado: Los deudos perciben la muerte por suicidio como un rechazo, con
rabia que les hace sentirse culpables, sobre todo si hay una baja autoestima.
 Miedo: Está asociado a los propios impulsos autodestructivos y a una
sensación de predestinación si ha habido varios intentos autolíticos en la
misma familia.
 Pensamiento distorsionado: Los deudos necesitan ver la conducta del suicida
como una muerte accidental, más que como un suicidio; puede ser eficaz al
principio, pero a largo plazo es totalmente improductivo.

No hay una forma fácil de reconciliarse con la pérdida de un ser querido que ha
fallecido por suicidio, y el duelo se hace bastante más doloroso, intenso,
prolongado y difícil de soportar. La perdida por suicidio origina una mayor
variedad de respuestas y emociones; son más evidentes los estados de shock e
incredulidad tras conocer lo sucedido, el aislamiento social y el sentido de culpa,
que influye en cuestionamientos y rumiaciones dolorosas, así como en asumir
más conductas de riesgo para la salud como el consumo excesivo de alcohol,
tabaco, psicofármacos, etc.

Se recurre más a menudo que en otras pérdidas a imágenes de cómo fue o pudo
ser la muerte (aunque no se presenciara la muerte ni se viera el cuerpo del
difunto tras el suicidio consumado). Si la persona ha descubierto el cuerpo, se
convertirá en un acontecimiento traumático e imborrable, con muchas
posibilidades de reexperimentación con imágenes aterradoras y dolorosas.

En las familias de los suicidas, se produce una búsqueda prolongada de una


explicación de la tragedia. ¿Y por qué? Muchos deudos llegan a aceptar tras un
periodo de tiempo que nunca sabrán realmente el porqué. En lo que supone
búsqueda, cada persona puede tener distintas explicaciones o hipótesis sobre el
desencadenante o el culpable (y esto puede enfrentar a la familia, generar
conflictos, unido a los diversos ritmos en la elaboración del duelo que suelen
aparecer siempre ante una muerte).

En el duelo por suicidio se genera una pregunta constante en la familia (¿Podría


haberse evitado?) que cobra mucha importancia. Es más importante saber
manejarla con la familia, para favorecer la elaboración del duelo porque esa
evitabilidad se personifica (¿Podría haberlo evitado yo?), en cada uno de los
deudos e influye poderosamente en la culpabilidad acrecentándola. Todo se
vuelve “dolorosamente obvio” cuando la persona ya no está entre nosotros y se
mira hacia atrás.

Empiezan a surgir preguntas del tipo ¿Qué hubiera ocurrido si…?, que parecen
no tener fin; los dolientes “rebobinan” los acontecimientos, a veces ayuda a hacer
frente a lo ocurrido. Los deudos pueden experimentar una sensación de rechazo
y abandono por parte del fallecido que ha elegido “morir” y se plantean ¿Cómo
pudo hacernos esto?

La desesperanza puede ir asociada a miedo por la propia seguridad. Por eso,


cuando hay una identificación con la persona suicidada, se produce una
amenaza al propio sentimiento de seguridad personal; esto incrementa la
ansiedad y la vulnerabilidad a los sentimientos suicidas.

Aunque las actitudes sociales ante el suicidio, afortunadamente van cambiando,


en muchos casos se ve limitado el apoyo social y material disponible. Además el
silencio de los otros refuerza los sentimientos de estigma, vergüenza y de la
diferencia; siempre está presente la idea de que “algo habrá hecho la familia para
que haya pasado esto”, “cada uno tiene lo que se merece”. Se niegan
oportunidades para hablar, recordar y celebrar todos los aspectos de la vida,
personalidad del ser querido fallecido. Ante estas circunstancias puede surgir la
imperiosa necesidad de proteger /defender al ser querido del juicio y opiniones
de los demás. Se mezclan emociones, agresividad y alivio personal. La pena por
suicidio se puede volver angustiosa y dolorosa; pero en ocasiones es necesario
solicitar ayuda especializada.

Necesidades de las personas que experimentan duelo por suicidio

- Ver el suicidio en perspectiva.


- Superar los problemas familiares causados por el suicidio.
- Sentirse mejor con sí mismos.
- Poder hablar del suicidio de la persona querida.
- Obtener información objetiva sobre el suicidio y sus efectos.
- Contar con un lugar seguro para expresar sus sentimientos.
- Entender y superar las reacciones de otras personas frente al suicidio
- Obtener consejos sobre situaciones prácticas /sociales.

Si el suicidio lo ha cometido uno de los padres, los niños pueden tener una
reacción típica de negar lo ocurrido, mostrarse llorones, irritables, con cambios
bruscos del estado de ánimo, dificultades de sueño, pérdida de apetito e intentos
suicidas… cuya significación puede ser un intento de reunirse con el fallecido
(aunque también puede haber deseos reales de morir); también pueden tener
alteraciones perceptivas como escuchar las voces de sus padres dentro de la
cabeza y ver el fantasma de su padre o madre fallecido/a.

Según Shaffer y cols, (2001) cuando se suicida un padre o un hermano de un


niño o adolescente está en riesgo de mostrar síntomas de ansiedad y depresión.
El hecho de tener un amigo y conocido que cometa suicidio incrementa la
posibilidad de inicio de depresión mayor, trastorno de ansiedad, ideación suicida
y TEPT en los adolescentes, en los 6 meses inmediatamente posteriores al
suicidio (Brent y cols, 1996b; Pfeffer, 1997).

Además hay algunos factores que incrementan la vulnerabilidad de los


adolescentes expuestos al suicidio de un par (Brent y cols, 1996b), como la
presencia de un trastorno psiquiátrico previo, historia familiar de trastornos
psiquiátricos anteriores (sobre todo enfermedad afectiva), o exposición previa a
comportamiento suicida. Un intento de suicidio adolescente puede incrementar
el riesgo de comportamiento suicida y trastornos psiquiátricos en los amigos y
conocidos (Hazell, y Lewin, 1993)

Duelos suspendidos y duelos congelados

Duelo Suspendido

Se da un congelamiento espacio temporal que les permite a los familiares,


mantener vigente el vínculo con el objeto desaparecido.
La ambivalencia encubierta por la idealización es exuberante, evidenciándose
un bloqueo en todas las esferas de la vida y apareciendo gran variedad de
síntomas somáticos, que expresan simbólicamente la rigidez del síntoma. "Esta
etapa puede durar todo lo que le queda de vida al familiar del desaparecido".

Duelo Congelado

Cuando los momentos difíciles de la vida no se admiten ni pueden ser


expresados, los sentimientos asociados como dolor, rabia, vergüenza o tristeza
quedan aprisionados en algo así como un bloque de hielo congelado. El
"congelamiento” es una analogía que sirve para designar la imposibilidad de
expresar este tipo de emociones en el momento cuando ocurren.

Con relativa frecuencia, en nuestra cultura se idealizan la fortaleza y el control


de las emociones que aparentan tanto adultos como niños: "Ya pasó todo, hay
que pasar la página y seguir adelante”, “Ni para qué seguir pensando en eso tan
triste”, son expresiones que pueden impedir a la persona en duelo entrar en
contacto con sus verdaderos sentimientos de asombro, tristeza, rabia, dolor y
ansiedad.

Sandra fue abusada sexualmente por un tío a la edad de 8 años. Ella vivía con
sus abuelos, personas muy religiosas y severas. Las amenazas del tío abusador
y el entorno refractario a una posible acusación la obligaron a guardarlo como un
secreto que con el tiempo se congeló.

Aquellas situaciones que en la infancia generaron vergüenza, culpa, intenso


sufrimiento o terror o que sobrecargaron de pérdidas la vida infantil son el tipo
de experiencias que se congelan por factores como la carencia de un entorno
afectuoso, receptivo y no juzgador, que le hubieran permitido al niño expresar su
confusión y sus emociones en aquel entonces y poder elaborarlas.

El papá de Francisco José era un hombre violento cuando tomaba trago. En


muchas ocasiones lo maltrató, lo humilló, lo violentó y lo amenazó luego con
castigos más graves y crueles si llegaba a contarle a alguien de esas
experiencias. La brutalidad de su padre era disfrazada de accidente cada vez
que era necesario llevarlo al hospital, dadas las fracturas que le había causado.
Francisco José jamás pudo hablar del ínfimo que vivía por vergüenza y por
miedo. A los 15 años, se integró a una pandilla de barrio que agredía a los
vecinos de la misma manera en que él fue agredido.

En la vida de muchos adultos se esconden experiencias de duelos tempranos


que se congelaron por diversas circunstancias y que son los causantes invisibles
de sus dificultades para adaptarse, de su incapacidad para amar plena y
generosamente, de sus depresiones, de su dureza, carencia de empatía y
frialdad ante los demás, de su imperativa necesidad de controlarlo lodo, de sus
desconfianzas y de sus conflictos actuales.

El congelamiento o la represión de las emociones frenan el flujo natural del duelo


normal y priva al individuo de la posibilidad de reaccionar y asumir dolor, miedo,
vergüenza o pérdida de manera sana. Los sentimientos y las emociones
dolorosas o perturbadoras quedan así inhibidos y, en apariencia, el duelo no
existe.

La vivencia de una experiencia actual relacionada con la experiencia original


congelada puede ser el detonante que provoque su descongelamiento. Ello se
dará si se encuentra un ambiente cálido y un espacio seguro que facilite recordar
y enfrentar el trauma congelado tiempo atrás. Además, puede revivirse el trauma
con una película, un libro, una historia.

La ayuda terapéutica es indispensable en situaciones de duelos congelados,


pues un ambiente cálido, no juzgador y libre de prejuicios favorece el
descongelamiento emocional para que el terapeuta ayude a recordar y contener
estas emociones, sin importar la fuerza con la que aparezcan y sin hacerse daño
por ellas. Así, podrá reexperimentar aquello que sintió en un principio y se
congeló porque era doloroso en exceso. Ahí se inicia el proceso de elaboración
del duelo.
Ofelia es una mujer de 39 años, madre de tres hijos de 15, 12 y 9 años. Su
esposo Óscar, carpintero de profesión, sale de casa una mañana a comprar
madera y no regresa más. Ese día se movilizan las autoridades de búsqueda, se
averigua en hospitales y clínicas y se revisan los accidentes de carretera, sin
obtener resultado que dé cuenta de su paradero. Pasan los días de angustia,
confusión y especulaciones que intentan explicar la súbita desaparición y que
incluyen sospechas de infidelidad, vínculos con negocios ilícitos y la
eventualidad de una muerte repentina.

Unas semanas después se calman los ánimos y la intensidad de la búsqueda


disminuye para lodos, menos para Ofelia y sus hijos. La familia se convierte en
un sistema vacío, porque cada miembro rehúye al otro y se encierra en su propio
proceso de dolor y conjeturas.

Un año después, Ofelia consulta al médico por dolores de estómago


inexplicables desde la Medicina, pues todo parecía estar bien y dos de los tres
hijos comienzan a presentar trastornos alimenticios. Después de varias sesiones
de psicoterapia, se le valida a Ofelia la desaparición de su esposo como una
pérdida y se procede a hacer un funeral simbólico con las características de ritual
familiar: cartas, dibujos de despedida, flores, visitas. Ofelia continúa recibiendo
atención psicoterapéutica por espacio de un año, los hijos ya se atreven a tomar
decisiones y ella se permite iniciar una nueva vida social y profesional.

En el caso de duelo congelado por desaparición, ante la imposibilidad de


constatar la muerte como realidad, las tareas naturales del duelo quedan
pendientes, congeladas o suspendidas hasta tanto exista una certeza palpable
de la muerte del ser querido. No hay comunicación oficial, no hay una partida de
defunción ni funeral, no hay cuerpo ni nada que enterrar, ni condolencias que
tanto ayudan a que el doliente asuma su nueva identidad: viuda, huérfano, etc.
Este tipo de duelos es devastador. Las personas necesitan y añoran alguna
evidencia que les aporte la certeza de la muerte. En muchas ocasiones, saber
que está muerto es preferible a la duda.

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