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Inocente a la vez que culpable

por Gabriel Doménech | Sep 23, 2015 | Derecho Civil, Derecho Penal, Gabriel
Doménech | 2 Comentarios

Por Gabriel Doménech


La discutible extensión del principio de
presunción de inocencia (in dubio pro reo) a los
procesos civiles conexos con un proceso penal
¿Recuerdan ustedes el “caso del siglo”? Tras ser arrestado después de una
legendaria persecución policial que más de noventa y cinco millones de
espectadores contemplaron en directo a través de la televisión, el famoso actor
y ex jugador de fútbol americano O. J. Simpson fue detenido y encarcelado
preventivamente como sospechoso del asesinato de su mujer y el amante de
ésta. El jurado consideró posteriormente que las pruebas aportadas no habían
acreditado más allá de toda duda razonable que fuese el autor del crimen. No
exageramos cuando afirmamos que algo de suerte tuvo al quedar absuelto.
J. Simpson se libró (en este primer contacto con la justicia) de la cárcel, pero
no se fue de rositas. Tras el juicio penal, los herederos de su ex cónyuge y de
su amante iniciaron un proceso civil en el que le exigieron el resarcimiento de
los daños y perjuicios ocasionados por haber dado muerte a ambos. El Tribunal
de Jurado que conoció de este pleito consideró suficientemente probados los
hechos y le condenó a pagar cantidades multimillonarias en concepto no sólo
de compensación por los perjuicios causados (compensatory damages) sino
también de punición (punitive damages).
Nuestra intuición nos dice que ésta es una solución plausible. Ocurre a veces
que unos mismos hechos han de ser apreciados y evaluados en dos (o
incluso más) procesos distintos, donde normalmente se utilizan
diferentes estándares de prueba. Es posible que en un pleito se discuta si el
hecho controvertido de que una persona causara de manera dolosa daño a la
otra engendra la responsabilidad civil de la primera; y en otro, si ese mismo
hecho es constitutivo de infracción penal.
En el proceso penal se suele utilizar un estándar de prueba mucho más estricto
que en el ámbito civil. Allí, para condenar al acusado hay que probar su
culpabilidad “más allá de toda duda razonable”. Vamos a suponer, a efectos
argumentativos, que ello significa que, para obtener una sentencia
condenatoria, la acusación debe aportar pruebas que evidencien que la
probabilidad de que los hechos constitutivos de infracción penal realmente
ocurrieran es al menos del 90%. En materia civil, en cambio, rige por lo común
el criterio de la “probabilidad preponderante”: un hecho se tiene por probado
si la probabilidad de que sea cierto es mayor que la probabilidad de que no lo
sea; para condenar al demandado como responsable civil, en consecuencia,
habrá que aportar pruebas que evidencien que la probabilidad de que
cometiera culposamente el daño es superior al 50%. Como nuestros Tribunales
Constitucional y Supremo han dejado sentado en varias ocasiones, aquí no rige
el principio de presunción de inocencia.
Ello implica, obviamente, que un mismo hecho puede tenerse por
acreditado en un proceso civil y por no demostrado en uno penal, aun
cuando en ambos casos se haya considerado idéntico material
probatorio. Tal debería ser el caso si las pruebas practicadas indican que la
probabilidad de que el hecho ocurriera es “preponderante” (superior al 50%)
pero no llega al umbral en el que ya no existe “duda razonable” alguna (90%).
Esto es justamente lo que ocurrió en el caso O. J. Simpson.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), sin embargo, ha mostrado
enormes reticencias a admitir que en un pleito civil se pueda condenar al
demandado por la autoría de ciertos hechos, apreciados de acuerdo con el
estándar de prueba normal en materia civil, si esa persona fue absuelta en un
procedimiento penal seguido por los mismos hechos, aunque lo fuera
simplemente por la existencia de una duda razonable sobre su culpabilidad. El
TEDH ha venido a extender así el principio de presunción de inocencia –in
dubio pro reo– consagrado en el artículo 6.2 del Convenio Europeo de
Derechos Humanos a los procesos civiles “estrechamente relacionados”
con un juicio penal anterior. En esta categoría de procedimientos civiles
“conexos” entrarían, por poner algunos ejemplos: aquellos en los que se juzga
sobre la responsabilidad del Estado por los daños ocasionados por la prisión
provisional; aquellos en los que discute si hay que pagar al acusado las costas
y otros gastos derivados del proceso penal; o si los hechos por los que un
individuo fue absuelto en la esfera penal constituyen causa de despido laboral
o disciplinario, o de revocación del otorgamiento de una prestación social; o
son generadores de responsabilidad civil o de restitución del enriquecimiento
injusto, etc. El TEDH no ha ofrecido razón alguna que justifique
convincentemente esa extensión.
El Reino de España ha recibido un par de sentencias condenatorias en virtud
de esta jurisprudencia. El artículo 294.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial
(LOPJ) establece que “tendrán derecho a indemnización quienes, después de
haber sufrido prisión preventiva, sean absueltos por inexistencia del hecho
imputado o por esta misma causa haya sido dictado auto de sobreseimiento
libre, siempre que se le hayan irrogado perjuicios”. El Tribunal Supremo
interpretó inicialmente este artículo en el sentido de que también debían ser
resarcidos quienes hubiesen probado su no participación en los hechos [de
esta manera se extendía la responsabilidad del Estado a los casos de
“inexistencia subjetiva” de los mismos], pero no quienes hubiesen quedado
absueltos en virtud del principio in dubio pro reo, sin haber acreditado
suficientemente su inocencia [evaluada de acuerdo con un estándar distinto al
utilizado en la esfera penal]
En sus Sentencias Puig Panella y Tendam, el TEDH estimó que esta
interpretación vulneraba el artículo 6.2 CEDH, porque la denegación de la
indemnización se basaba en un juicio que “reflejaba el sentimiento” de que era
culpable, cuando había quedado previamente absuelto. El TEDH venía a
declarar que había que dar el mismo trato, a efectos resarcitorios, a quienes
probaron positivamente su inocencia y a quienes fueron absueltos por la
existencia de una duda razonable acerca de su culpabilidad.
Así las cosas, el Tribunal Supremo se vio obligado a modificar su doctrina.
Ahora no distingue entre diferentes tipos de absoluciones o sobreseimientos,
pero interpreta literalmente el artículo 294.1 LOPJ, en el sentido de que sólo
procede la indemnización en los casos en los que los hechos imputados no
existieron objetivamente, lo cual reduce drásticamente el alcance de este
precepto, porque es ciertamente raro que un acusado quede absuelto o se
sobresea el procedimiento penal como consecuencia de la inexistencia objetiva
de tales hechos. Lo normal es que el acusado se libre de la condena porque no
quedó probada su participación en ellos.
En aplicación de esta nueva jurisprudencia se ha denegado la indemnización a
gente como Dolores Vázquez Mosquera. Acaso no haga falta recordar que
esta mujer pasó 517 días en prisión preventiva como sospechosa de haber
asesinado a Rocío Wanninkhof. Por este crimen fue declarada culpable y
condenada a quince años por un Tribunal del Jurado, si bien luego el Tribunal
Superior de Justicia de Andalucía anuló tanto el veredicto como la sentencia
condenatoria por su defectuosa motivación y ordenó repetir el juicio, decisión
que fue confirmada por el Tribunal Supremo. Afortunadamente, antes de que
se abriera la segunda vista, un ciudadano británico confesó ser el único autor
del asesinato, lo que junto con otras pruebas concluyentes condujo al
sobreseimiento del procedimiento dirigido contra Dolores y su puesta en
libertad.
No nos parece que O. J. Simpson y Dolores Vázquez merezcan a efectos
indemnizatorios el mismo trato. No creemos que resulte razonable extender
a los procesos civiles el estándar de prueba utilizado normalmente en los
penales, ni siquiera cuando en ambos se evalúan los mismos hechos.
La justificación de la regla según la cual para condenar penalmente al acusado
su culpabilidad ha de quedar demostrada “más allá de toda duda razonable” es
sencilla: las condenas erróneas son peores –para la sociedad– que las
absoluciones erróneas, por lo que aquí ha de utilizarse un estándar de prueba
asimétrico, diseñado para evitar sobre todo aquéllas, antes que éstas. En
palabras de Blackstone, “es preferible que diez personas culpables
escapen a que una inocente sufra”.
Se ha escrito mucho acerca de las razones que explican por qué los errores del
primer tipo son peores que los del segundo. Nótese que ambos minan la
eficacia disuasoria del Derecho penal. Las condenas erróneas reducen los
beneficios que los individuos pueden esperar de respetar la ley, mientras que
las absoluciones erróneas minoran los costes derivados de infringirla. La
diferencia fundamental obedece, seguramente, a los costes que implica el
cumplimiento de las penas. Cuando alguien es condenado, tanto él como el
resto de la sociedad deberán soportar los considerables costes asociados a
ese cumplimiento. Las estancias en la cárcel resultan enormemente caras. Los
condenados perderán temporalmente su libertad; correrán el riesgo de ser
agredidos por otros reos, sus relaciones personales, reputación, autoestima e
ingresos se verán seriamente afectados, etc. La prisión tendrá probablemente
efectos negativos para sus familiares más cercanos y, desde luego, para los
contribuyentes, que son los que han de sufragar el sistema penitenciario. Pues
bien, es obvio que todos estos costes surgen también cuando se condena
erróneamente a un inocente, pero no cuando se absuelve equivocadamente a
un culpable.
Esta asimetría no suele darse en los procesos civiles, ni siquiera en los
conexos con un juicio penal anterior. Podemos razonablemente suponer que
aquí los falsos positivos cuestan por lo general igual que los falsos negativos.
Tan pernicioso es dar en un pleito civil la razón a Cayo cuando en verdad la
tenía Ticio que hacer lo opuesto en el caso contrario. De ahí que en el ámbito
civil deba utilizarse en principio el estándar de la “probabilidad
preponderante”. Desestimar erróneamente diez demandas de
responsabilidad patrimonial no es mejor que estimar equivocadamente
una de ellas. ¿Conseguiremos que el TEDH lo comprenda?

2 Comentarios
1.
Julia Ortega el 23 septiembre, 2015 a las 12:14 pm

Resulta clarísimo, Gabriel. En realidad convence todo lo que planteas, excepto


el argumento relativo a por qué resulta preferible absolver a un culpable (o a
10) que condenar a un inocente. Y es que… con lo primero “no se hace
justicia”, y con lo segundo “se comete una injusticia”. Y axiológicamente no es
lo mismo….
Responder

2.
Gabriel Doménech Pascual el 23 septiembre, 2015 a las 2:03 pm

Gracias por el comentario, Julia. Creo que hay que tratar de racionalizar esa
intuición que tenemos todos de que las condenas erróneas son peores que las
absoluciones erróneas. El juego de palabras que apuntas, que refleja muy bien
dicha intuición, no me parece suficiente.

http://almacendederecho.org/inocente-a-la-vez-que-culpable/

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