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Todorov, Tzvetan: “Las categorías del relato literario”, en: Análisis estructural de los relatos, Buenos Aires,
Editorial Tiempo contemporáneo, 1970.
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excepciones en aquella reunión de personas cuya vida era puramente
material”. (Balzac, Honoré: Eugénie Grandet, Barcelona, Planeta, 1992).
Nótese en el ejemplo anterior, un rasgo que acompaña con frecuencia a este tipo
de narrador: profusión de juicios de valor acerca de situaciones o actitudes de los
personajes. Esto acentúa la posición no sólo interior de la voz que narra, sino
también y al mismo tiempo superior o elevada, lo cual favorece la presencia de
evaluaciones y valoraciones por parte del enunciador. La denominación “por detrás”
del teórico búlgaro sugiere la distancia entre el narrar y lo narrado, propia de este
aspecto del relato.
b) Narrador “con” el protagonista.
Llamamos narrador “con el protagonista” a la voz que narra en 3ª persona desde
la consciencia del personaje. Ve con sus ojos, piensa con sus pensamientos, siente
con sus sentimientos. Podemos decir que el narrador está “instalado” en la
subjetividad del personaje. Llamado por Todorov el narrador de Kafka, este punto
de vista del relato es característico en la obra del célebre escritor checo, y se
convirtió en uno de los más empleados en la narrativa del siglo XX.
Ejemplo:
Allí estaba el castillo –su contorno ya empezaba a desvanecerse-,
quieto como siempre; jamás había visto K. en él el menor indicio de vida;
quizá ni siquiera era posible distinguir nada a esa distancia; y sin
embargo, los ojos exigían esos indicios y se resistían a tolerar esa calma.
Al contemplar el castillo, K. sentía, por momentos, como si viera a
alguien que estuviese tranquilamente sentado, con la mirada dirigida hacia
adelante, pero de ningún modo ensimismado ni ajeno a todo lo que le
rodeaba, sino en una actitud libre y despreocupada, como si estuviese solo
y seguro de que nadie lo observaba; parecía, sin embargo, darse cuenta
perfectamente de que sí lo observaban, sin que eso afectase en lo más
mínimo su tranquilidad; y realmente –no se sabía si esto era causa o
efecto- las miradas del observador no podían permanecer fijas, no podían
sostenerse: se desviaban. Tal impresión se intensificaba aun más debido a
la temprana oscuridad: cuanto más miraba, menos distinguía, y más se
hundía en el crepúsculo. (Kafka, Franz: El castillo, Buenos Aires, CEAL,
1979).
Según Tzvetan Todorov este punto de vista o aspecto del relato puede estar dado
por una primera persona. Esto sería equivalente al narrador en primera persona o
narrador-personaje (ver más adelante el parágrafo correspondiente).
c) Narrador testigo.
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Llamamos narrador testigo a la voz que narra en 3ª o en 1ª persona desde fuera
de los acontecimientos. Es decir, es una voz informada, pero no participa de los
hechos. Narra lo que vio y oyó, o bien lo que le contaron, escuchó o leyó.
A veces se presenta como un personaje que encuentra un manuscrito, o un texto
antiguo o ajeno, y transcribe su contenido. En este último caso estaríamos ante una
estructura enmarcada, y el narrador testigo asume el carácter de personaje en el
“cuadro exterior”.
Ejemplo 1:
No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares
que allí tenían albergue. Todos murieron o de hambre o ahogados en sus
cuevas por la incesante lluvia. Multitud de negras rebusconas de achuras,
como los caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad como otras
tantas arpías prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los
perros, inseparables rivales suyos en el matadero, emigraron en busca de
alimento animal. Porción de viejos achacosos cayeron en consunción por
falta de nutritivo caldo; pero lo más notable que sucedió fue el
fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos herejes, que
cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura,
jamón y bacalao, y se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido
por tan abominable promiscuación.
Algunos médicos opinaron que si la carencia de carne continuaba,
medio pueblo caería en síncope por estar los estómagos acotumbrados a
su corroborante jugo [...] Se originó de aquí una especie de guerra
intestina entre los estómagos y las conciencias [...] Esta guerra se
manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la peroración de los
sermones y por rumores y estruendos subitáneos en las casas y calles de la
ciudad o dondequiera concurrían gentes. [...]
Siguió la matanza, y en un cuarto de hora cuarenta y nueve novillos se
hallaban tendidos en la plaza del matadero, desollados unos, los otros por
desollar. El espectáculo que ofrecía entonces era animado y pintoresco,
aunque reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme de una
pequeña clase proletaria peculiar del Río de la Plata. (Echeverría, Esteban:
El Matadero, Buenos Aires, Kapelusz, 1983).
Ejemplo 2:
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo,
el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de
muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de
Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa
larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove,
por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera,
donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba
en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que
son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un
breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. [...] En
3
Turdera los llamaban los Nilsen. [...] Los Nilsen eran calaveras, pero sus
episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala.
No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a
Juliana Burgos.” (Borges, Jorge Luis: “La intrusa”, en: Nueva antología
personal, Barcelona, Bruguera, 1983).
Como se observa a simple vista, los dos ejemplos son muy distintos. En el
primero, tenemos un narrador testigo que, más allá de sus eventuales juicios de
valor y su posición de observador, no se hace presente en el relato, no participa en
ninguna de las acciones representadas, no ocupa ninguno de los espacios
ficcionales. En el segundo, en cambio, tenemos un personaje que se presenta como
testigo de los hechos que van a ser narrados, construyendo un doble plano ficcional
(la antedicha estructura enmarcada).
Algunos textos que se ocupan de estos dos casos, han hecho la distinción
llamando “narrador observador” al primero, y reservando la denominación de
“testigo” para el segundo caso, y, en general, para aquellos relatos en los que el
narrador tiene algún grado, aunque sea secundario, de participación o presencia
física en el espacio narrativo. Por ejemplo, el primer narrador del célebre “La
posada de las dos brujas”, de Joseph Conrad, o el narrador “exterior” de las
Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. También cabe señalar que –como se observa
en los ejemplos- el primer caso se da con mayor frecuencia en tercera persona, y el
segundo caso prefiere la primera persona gramatical.
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porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve. (Cortázar, Julio:
“Carta a una señorita en París”, en: Bestiario, Buenos Aires, Alfaguara,
2004).
Como se observa, la segunda alterna necesariamente con la primera persona, como
corresponde al acto comunicativo que se ficcionaliza.
Ejemplo 2:
No te preocupes, disculpáme este gesto de impaciencia. Era
perfectamente natural que nombraras a Lucio, que te acordaras de él a la
hora de las nostalgias, cuando uno se deja corromper por esas ausencias
que llamamos recuerdos y hay que remendar con palabras y con imágenes
tanto hueco insaciable. (Cortázar, Julio: “Relato con un fondo de agua”,
en: Final del juego, Buenos Aires, Sudamericana, 1981).
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b) Testigo.
Como ya hemos dicho, el narrador testigo es la voz que narra (en 3ª o en 1ª persona)
desde fuera de los acontecimientos. Es decir, es una voz informada, pero no participa de los
hechos. Narra lo que vio y oyó, o bien lo que le contaron, escuchó o leyó. Ejemplo:
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(Borges, Jorge Luis, “La muerte y la brújula”, op. cit., p. 140).
2.2. Estilo indirecto. Se dan las mismas situaciones que en 2.1., pero “relatadas” por
el narrador. Es decir, no “escuchamos” directamente las voces de los personajes,
sino que el narrador nos cuenta qué dijo o dijeron, utilizando el estilo indirecto.
2.3. El monólogo interior es, según una definición muy general, la transcripción del
pensamiento del personaje. En la literatura encontramos con frecuencia este recurso.
Por ejemplo: “Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un
tiempo fuera dos hombres...” (Borges, Jorge Luis. “El sur”, en Ficciones, op. cit.,
p.181).
También llamamos de este modo al procedimiento más experimental,
inaugurado por los autores del Modernism anglosajón, cuyo caso más célebre es el
Ulises de James Joyce (1922). Se da cuando el relato incluye o tiene como base el
proceso mental del protagonista en lo que podríamos llamar una verbalización
básica o rudimentaria, sin hacer explícitas las conexiones lógicas ni explicar las
referencias. A este procedimiento se lo suele designar con el término de Henry
James “corriente de consciencia”. Valéry Larbaud lo llamó -al presentar el Ulises-
“monólogo interior”. El propio Joyce se había referido a él como “palabra interior”,
y señaló como el iniciador de tal técnica al olvidado Edouard Dujardin (años más
tarde este último se hizo teórico del procedimiento, al publicar un libro titulado El
monólogo interior).
Ejemplo:
Sí porque él nunca había hecho tal cosa como pedir el desayuno
en la cama con un par de huevos desde el Hotel City Arms cuando solía
hacer que estaba malo en voz de enfermo como un rey para hacerse el
interesante con esa vieja bruja de la señora Riordan que él se imaginaba
que la tenía en el bote y no nos dejó ni un ochavo todo en misas para ella
sola y su alma grandísima tacaña como no se ha visto otra con miedo a
sacar cuatro peniques... (Comienzo del monólogo interior de Molly
Bloom, en: Joyce, James: Ulises. Barcelona, Tusquets, p. 743).
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así poder asegurarles su total discreción y hacerse acreedora a un favor, en
el doctor Aschero y su atractiva camisa médica de mangas cortas y
martingala en la espalda, en cómo le desfavorecía quitarse la camisa...
(Puig, Manuel. Boquitas pintadas, Buenos Aires, Seix-Barral, 1999, p.
55).
En el artículo citado, Tzvetan Todorov distingue dos planos del texto narrativo: la
historia y el discurso. Desde luego ambas dimensiones del relato operan juntas, pero su
distinción permite señalar rasgos técnicos potencialmente útiles para la observación crítica:
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referidos los que cuentan, sino el modo en que el narrador nos los
hace conocer. Las nociones de historia y discurso han sido
definitivamente introducidas en los estudios del lenguaje después de
su formulación categórica por Émile Benveniste. Son los
formalistas rusos los primeros que aislaron estas dos nociones con
el nombre de fabula (“lo que efectivamente ocurrió”) y tema (“la
forma en que el lector toma conocimiento de ello”). (Todorov 157).
Podemos definir esos dos planos de un modo más simple aún: la historia es “lo
narrado”, y el discurso es “el narrar”. La historia implica un espacio representado (o más
de uno), un tiempo representado o ficcional, una secuencia de hechos o acciones (cuyos
componentes se vinculan según lo que el estructuralismo ha llamado “lógica de las
acciones”) y los personajes o caracteres que intervienen en la acción y la hacen avanzar con
sus decisiones.
En el plano del discurso es decisivo el procedimiento que ha sido descrito en el
apartado número 1 de este informe: el narrador (y que Todorov llama “aspectos del
relato”). Sus características: persona gramatical y punto de vista o grado de conocimiento,
son determinantes en el relato por cuanto de ellas dependen las posibilidades de
cooperación del lector, y por lo tanto, los efectos de sentido del cuento. Otro elemento
importante del discurso es lo que Todorov llama “modos del relato”. El teórico búlgaro
relaciona esos modos con los registros discursivos de la crónica y el drama, y los define
respectivamente como: palabra del narrador (narración propiamente dicha) y palabra de los
personajes (estilo directo). En nuestro apartado número 2 hemos desarrollado y
ejemplificado con detalle estos elementos.
Asimismo el autor considera como un procedimiento propio del discurso la
disposición del tiempo en el narrar, para lo cual justifica antes la diferencia entre un tiempo
del relato y un tiempo de la historia. Este último sería, como dijimos antes, el tiempo
representado o tiempo de la ficción. El tiempo del relato, en cambio, está dado por los
modos de articular el desarrollo temporal narrativo (encadenamiento, alternancia,
intercalación); por lo tanto, es uno de los aspectos compositivos de la narración (en
términos de la retórica clásica, el tiempo del relato corresponde a la dispositio, y el tiempo
de la historia, a la inventio). Ejemplos: en el cuento “A la deriva”, de Horacio Quiroga, el
tiempo es lineal o cronológico, porque avanza según una secuencia temporal ordenada. En
“El gato negro” de Edgar Allan Poe, el tiempo del relato está organizado de un modo no
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cronológico, por cuanto el tiempo inicial del relato se corresponde con el tiempo final de la
historia (el narrador en primera persona narra desde la cárcel el crimen cometido en el
pasado). Disposición similar del tiempo del relato encontramos en otros cuentos de Poe
(“El corazón delator”), en El túnel, de Sábato o en “Funes el memorioso”, de Borges.
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SEGUNDA PARTE: Características del discurso poético
1. El hablante lírico.
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II. ¿Quién dice yo?
mi mano, la que escribe
Amelia Biagioni, Región de fugas.
La filosofia del lenguaje y la teoría literaria se han ocupado –por lo menos durante
los últimos cincuenta años- del problema del sujeto en la enunciación literaria. Es decir:
¿quién habla en los textos poéticos?, entendiendo por poéticos, como quería Roman
Por supuesto, si de esta cuestión se han ocupado mentes brillantes como las de Iuri
Tinianov, Mijail Bajtín, Maurice Blanchot, Roland Barthes, Michel Foucault, Pierre
literatura, sin haber resuelto definitivamente la cuestión, lejos estoy yo, desde luego, de
hacer algún aporte que supere tan encumbradas referencias. Sí en cambio, y desde la
modesta posición de un lector –uno entre millones- me siento habilitada para transitar por el
1. El narrador
la figura del narrador, quien, sea personaje de la historia o no, es el que narra, el que tiene a
2
Jakobson, Roman (1959): Lingüística y poética, Madrid, Cátedra.
3
Para el lector interesado en la cuestión, sugiero algunas lecturas: Bajtín, Mijaíl: Estética de la creación
verbal, México, Siglo XXI, 1982. Blanchot, Maurice: El espacio literario, Barcelona, Paidós, 1992. Barthes,
Roland (1966) Crítica y verdad, Bs. As., Siglo XXI, 1976; también de Barthes: “La muerte del autor”,
“Escribir la lectura” y “La hora del lector” en: El susurro del lenguaje, Buenos Aires, Paidós, 1982. Foucault,
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oído. Por ejemplo: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de
Jorge Luis Borges. Hay allí una voz que permanece fiel a sí misma hasta el final, que
conoce la intimidad del personaje (“comprobó sin asombro que las heridas habían
cicatrizado”) y nos la hace conocer a nosotros usando la tercera persona gramatical: “nadie
narrados, entonces los lectores podemos firmar el pacto de verosimilitud con más
entusiasmo o más confianza (es decir: tenemos una razón más para creerle, porque está
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el autor aparece con su nombre propio? Cervantes
lo ha hecho antes y mejor que nadie. Después de él, quienes lo reconocen como maestro:
Jorge Luis Borges en muchos de sus cuentos y Paul Auster sobre todo en New York Trilogy.
También Truman Capote en el texto que acabo de citar, y Ernesto Sábato en Abaddón el
Exterminador (para nombrar sólo a algunos autores que usaron el procedimiento mucho
Michel (1969) ¿Qué es un autor?, México, Univ. Autónoma de Tlaxcala. Kristeva, Julia (1969): Semiótica,
Madrid, Fundamentos, 1980.
4
En: Ficciones, obra citada.
5
Capote, Truman. “Féretros tallados a mano”, en: Música para camaleones, Bs.As., Sudamericana, 2000.
Pág. 130.
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Recuerdo dos cuentos en los que Borges se presenta siendo objeto de una confesión:
asesinato, y muy hacia el final, el narrador (que es, además, personaje) se acusa del crimen,
confesión: “Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar
aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba
Así termina el cuento. Nos enteramos de quién ha sido el asesino al mismo tiempo
que Borges, que está escuchando, y que, si no hay algún error, es además, el autor (“real”)
del texto. Algo está pasando. Si las cosas no han cambiado mucho, los personajes de los
cuentos son ficticios, y los autores son reales. Muy bien, ya sabemos que a Borges le
gustaban los juegos y los artificios literarios. Trataré de cartografiar lo que sucede en este
caso.
Hay en cualquier historia, por lo menos, tres niveles. Primero, la historia contada, es
decir, los hechos. Segundo, el relato, el propio discurso narrativo, que puede estar a cargo
de un personaje o de una voz ajena a los acontecimientos narrados pero que los conoce muy
bien. Tercer nivel: el que llamamos real o empírico, en este caso un señor llamado Jorge
Luis Borges, nacido en Buenos Aires en 1899, y -como a él le gustaba presentarse- “autor
modo casi impersonal, y el lector también desaparece en ella; la historia se sostiene sin los
6
Borges, Jorge Luis (1935), Historia universal de la infamia, Buenos Aires, Emecé.
7
Borges, Jorge Luis, Ficciones, obra citada.
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necesita ser contado, hay alguien que ha tomado la decisión de narrarlo, tiene una voz. Y
más acá, es decir, más cerca de mi yo-lector real, que quiere ser tomado en serio, está el
autor de carne y hueso. Claro, estos tres niveles de la historia se dan al mismo tiempo, no
va uno por un lado, otro por el otro; van juntos. Son a la vez.
Muy bien, si hasta aquí estamos de acuerdo, se verá en qué consiste la estrategia
narrador, que ya estaba participando del juego desde el vamos, sino aquél que nos la está
comunicando “en realidad”, al que siempre hemos llamado “autor”, representado dentro del
universo ficcional por su nombre propio, un nombre propio que no puede pasar inadvertido:
“Borges”.
como para suponer que el Señor Borges estaba allí en el arroyo Maldonado, entre los
Lo que yo creo es que Borges (ahora sí, Borges autor) nos ha querido decir con su
estilo inimitable: amable lector, todo lo que está dicho o escrito, sea de autor ficcional, sea
telaraña insondable de los discursos, fabula est. Ni siquiera el peso de mi nombre puede
2. El yo lírico
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No puedo evitar uno de mis poemas preferidos de Alejandra Pizarnik8, el poema 13
de Árbol de Diana:
Hay alguien tratando de explicar algo. Eso puede verse en la primera lectura. Pero
en cuanto tratamos de entender de qué se trata, nos enfrentamos con un yo que ha partido,
A ver qué pasa en una segunda lectura: sí, “partió”, esa palabra quiere decir más de
una cosa, como siempre. El barco ha partido y el sujeto se ha partido, y entonces hay otro
nivel (otro lugar, otra posición) en el enunciado: las palabras dicen algo más, y ¿quién se
hace cargo de ellas, de su doblez, de su ambigüedad? Está el que dice (la voz); está el poeta
(el autor); está el lenguaje (¿todos? ¿nadie? ¿la tradición?). Cuando un poema dice con sus
juegos de lenguaje (casi todos lo hacen) ¿quién habla? ¿quién ejerce ese poder de pluralizar
el sentido?
Otra vez no nos sirven las herramientas conocidas: en este caso, las relaciones de
inclusión. Si el barco “partió de mí”, el sujeto se separa del barco; si el barco partió
“llevándome”, el barco incluye al sujeto. Parece contradictorio. Pero sin esa contradicción
no habría poema. No este poema, que habla de una partida, habla de una mujer partida y,
también, juega una partida sin ganador ni resolución final, desplegándose en el espacio
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Alejandra Pizarnik (1936-1972) nació y murió en Buenos Aires. Poeta de culto en los 70 y 80, su obra ha
sido sumamente valorada en las últimas décadas. Publicó: La tierra más ajena (1955), La última inocencia
(1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción
de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Diez años después de su muerte se publicó Textos
de sombra y últimos poemas, compilado por Olga Orozco y Ana Becciú. Sus obras completas fueron reunidas
por primera vez al cuidado de Cristina Piña, por la editorial Corregidor en 1993. Recientemente la editorial
española Lumen ha reeditado sus obras en poesía y prosa.
9
Pizarnik, Alejandra (1962), Árbol de Diana, en: Obras completas, Buenos Aires, Corregidor, 1993.
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La misma autora parece contestar a mis preguntas con un poema en prosa del cual
lenguaje comunicativo el sentido de este poema. Sostener esa posibilidad sería traicionarlo,
mismo, por cuanto no está hecho para explicar nada. Ahora bien, por qué insistimos, por
qué queremos de todos modos recorrerlo. Porque esa sí es su naturaleza: provocar sentido,
no uno, sino muchos, no uno por vez, sino todos a un tiempo. De esos muchos “pasillos de
El poema presenta un sujeto, hay una voz en primera persona pero ese sujeto sólo
afirma que “hay voces”. Es curioso, sobre todo tratándose de un poema que habla del canto
productor de la voz; sólo se reconoce por su falta: “la que debió cantar”. El canto no le
original del verbo “arquear”: ser un arco, el arco que impulsa la flecha. Ésa parece ser la
figura (que aúna quietud y movimiento, sonido y silencio en suspensión) de quien canta, de
10
Recogido en: Obras completas, op. cit., pág. 183.
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No podemos pasar por alto la disposición de las palabras, porque eso también
provoca sentido: “hay en mis noches voces en mis huesos”, la voz está “entre” las noches y
mente, noche y huesos, he ahí la materia muda y oscura asociada a la voz. Similar tensión
sufre la palabra escrita: no se lee, ocupa el lugar de una visión. Ellas “se mueven,
combaten, danzan, manan sangre”. Materia activa, no letra muerta. Ahora bien, no brillan;
Del mismo modo los verbos que aluden a la producción del canto están en modo
impersonal: se susurra, se murmura. Nadie canta aquí, pero el sujeto está presente desde la
primera línea: “mis noches”, “mis huesos”, “es esto lo que me hace dolerme”. Los
sustantivos remiten a la simple intimidad que todos conocemos: noche, huesos, dolor. La
agramaticalidad de la expresión “me hace dolerme” replica el dolor en primera persona (no
puedo evitar la asociación con otro texto de Alejandra: “mi persona está herida / mi primera
voz; la voz surge de sus noches y sus huesos, de sus dedos, de su corazón, de su piel. Un
11
de: “En esta noche en este mundo”, op. cit., pág. 240.
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2. Recursos expresivos, recursos estilísticos o procedimientos de connotación.
Metonimia y sinécdoque:
La metonimia (del griego: µετ-ονοµαζειν, 'recibir un nuevo nombre') es una
figura retórica relacionada con la metáfora que consiste en designar una cosa o idea
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con el nombre de otra basándose en la relación de proximidad existente entre los
dos términos. O sea, se designa una cosa con el nombre de otra tomando el efecto
por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada. Por
ejemplo: las canas, por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el
laurel, por la gloria.
En este procedimiento se potencia la relación de contigüidad entre los términos,
nombrándose a uno por el otro. Jakobson considera que la metonimia se relaciona
con lo que el antropólogo James George Frazer ha clasificado como “magia por
contagio”.
TIPOS: Causa por efecto: Carecer de pan (carecer de trabajo). Efecto por causa: Los
niños son la alegría de la casa (causan felicidad). Contenedor por contenido: Tomar
una copa (tomarse el contenido de una copa). Se comió dos platos (comerse el
contenido de dos platos). Fumarse una pipa (fumarse el contenido de una pipa).
Símbolo por cosa simbolizada: Juró lealtad a la bandera (jurar lealtad al país). Lugar
por lo que en él se produce: Un Rioja (un vino de Rioja). Autor por obra: Un Picasso
(un cuadro de Picasso). Objeto poseído por poseedor: El primer violín de la orquesta
(se refiere al que toca el violín). La parte por el todo: Una ciudad de diez mil almas
(habitantes: no un pueblo fantasma, supuestamente merodeado sólo por espectros);
no había ni un alma (ni una persona); el balón se introduce en la red (la portería).
El todo por la parte: Lavar el coche (la carrocería). La materia por el objeto: Un
lienzo (un cuadro). El instrumento por el artista: La mejor pluma de la literatura
universal es Cervantes.
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sinécdoque. Ejemplo: después de la comida, pasearon sus estómagos por la
ciudad... (Rulfo).
Diferencia entre sinécdoque y metonimia: La metonimia consiste en designar la
parte por la parte o la sustitución de un término por otro que presenta con el primero
una relación de CONTIGÜIDAD espacial, temporal o causal, a diferencia de la
sinécdoque, en que la relación es de INCLUSIÓN. Ahora algunos autores
consideran a la sinécdoque un tipo de metonimia.
A través de la sinécdoque también puede una parte de algo ser usada para
representar el todo, o bien el todo es usado por una parte. La especie es usada por el
género. El género es usado por la especie. El material de que algo está hecho es
usado por la cosa. Es una de las maneras más comunes de caracterizar un personaje
ficticio. Frecuentemente, alguien es constantemente descrito por una sola parte o
característica del cuerpo, como los ojos, o para caracterizar al amado en términos de
partes individuales del cuerpo en vez de un ser completo, coherente. Esta práctica es
especialmente común en los sonetos de Petrarca, donde el amado idealizado es
frecuentemente descrito parte por parte, de pies a cabeza.
Ejemplos:
Quedó sola con cuatro bocas que alimentar. (se refiere a los hijos). Son
características del gato (utiliza el nombre de un animal para referirse a la especie).
Trabajo para ganarme el pan. El resonar de los bronces (se refiere a las campanas).
La experiencia es la madre de la ciencia.
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sólo un candil le amanece,
un tomillo le anochece
y una gotera le inunda… Eugenio Gerardo Lobo.
Fónicos:
Anáfora: reiteración de la primera palabra de versos sucesivos (pueden ser las dos o
tres primeras palabras).
Ejemplos: Mientras te lustras los zapatos,
mientras odias
mientras le escribes una carta prolija...
Gráficos:
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Para seguir el camino
Hay que recomenzar
Sintácticos:
Garcilaso usa hábilmente las rimas verbales en pretérito imperfecto, aunque a veces
le fuercen al hipérbaton, para intensificar mediante el aspecto imperfectivo el
carácter descriptivo del soneto y para destacar lo antinatural y violento de la
metamorfosis de Dafne en laurel.
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Encabalgamiento: la frase se trunca al final del verso, y continúa en el verso
siguiente. Tiene como finalidad destacar ambos términos al detener (forzar la pausa)
el curso natural de la oración. También se puede considerar un recurso fónico.
Ejemplo: Y yo me iré y se quedarán los pájaros
cantando. (Jiménez)
Elipsis:
Omisión de un elemento en la frase. Es muy frecuente la omisión del verbo ser; en la
lengua literaria la elipsis caracteriza el conceptismo barroco de Quevedo y Gracián.
Si la elipsis no es completa, sino que el término omitido se representa por un
pronombre, se habla de zeugma.
ADDENDA
Otros recursos
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Lítote, o atenuación: Perdona, pero te han informado mal. (no tienes ni idea). Eso es
poco inteligente por tu parte. (es una tontería). Raúl, tu novia... no es muy guapa ¿eh? (es
fea). Constituye en realidad una clase de perífrasis o circunloquio.
Es recurso muy utilizado en los trabalenguas populares: Tres tristes tigres comen
trigo en un trigal. Si se trata de la misma palabra con flexiones diferentes se denomina
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políptoton, como en el famoso poema de Sor Juana Inés de la Cruz: ¿Cómo quieres que te
quiera si el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera?
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