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Nº 5.

Marzo 2018

Ruth Morales
Cambio de Realidad
Por Ruth Morales
Nº 5. Marzo 2018. España

© Ruth Morales
contacto@cambioderealidad.com

Esta revista está preparada para ser imprimida,


por si te es más fácil su lectura en papel.

Esta obra está registrada bajo una licencia de Creative Commons


Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Puedes compartirla sin modificar su contenido y siempre atribuyendo su autoría.


No está permitido el uso de esta obra para fines comerciales.
Ruth Morales
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Ruth Morales es la creadora de Cambio


de Realidad, una forma singular, rompe-
dora y visionaria de ver la vida, desde una
perspectiva sin igual.
Desde 2011 transmite esta percepción de la
realidad por medio de múltiple y variado
material en el que trata temas del dinero,
de la no pareja, de la realidad misma y sin
dejar ningún ingrediente en el tintero. Lo
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que la diferencia, sin duda alguna, es su
comprensión de nuestra realidad por enci-
ma del paradigma científico, conocida co-
mo “Percepción y No Tiempo”, que merece un trato aparte.
Ha participado en eventos varios, invitada siempre por su “particular en-
foque, más allá de lo que todos conocemos como normal y corriente”.
También ha sido entrevistada en la radio, en televisión y en otros medios
de comunicación.
Ruth Morales ha escrito hasta hoy 9 libros y ha llegado a todos por medio
de seminarios y conferencias tanto presenciales como online.
Su bagaje amplio y diverso, más su experiencia personal, la llevan a ser una
gran comunicadora, tanto en la comunicación oral como en la escrita y esa
es la razón por la que nace esta revista, con el fin de llegar a todas las per-
sonas de todas partes del mundo.
Te presentamos, por tanto, C~instinto. ¡Disfruta de su lectura!

El equipo de C~instinto

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CONTENIDO
(Haz clic en el título de cada artículo para ir directamente a este)

C-instinto. La revista del siglo XXI ............................................................. 6

Dinero
El dinero es lo que mueve el mundo .......................................................... 10
Todo sobre el dinero .................................................................................. 18
Mi experiencia con el dinero ..................................................................... 20

La Era de los Idiotas


Evento "Sé tú mismo". Entrevista a Zweistein .......................................... 29
El mundo abstracto de los otros yoes ........................................................ 46

Tendencias
Las tendencias son los aires del futuro ..................................................... 54
Pensar en lo que se dice ............................................................................ 58
La libertad de expresión ............................................................................ 61
De nuevo en un lugar de Europa ............................................................... 63

Comunicación desde el instinto


Cuando no aguantas a alguien .................................................................. 80
El código del caballero .............................................................................. 85
La falta de actitud del empresario ............................................................. 87
Traducir es crear ....................................................................................... 89
El alfabeto a gritos ..................................................................................... 92

Excelencia
La comunicación empieza por la palabra ................................................ 104
Usar los medios de contacto con excelencia ............................................ 113
Comunicación entre la empresa y el cliente ............................................ 117

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Alicia y su libreta de conflictos


Engáñame pero engáñame bien .............................................................. 122

De lo bueno, lo mejor
De lo bueno, lo mejor es un estado emocional ........................................ 131

Historias
El niño que preguntó. La mujer guapa .................................................... 139

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C~instinto
La revista del siglo XXI

Hemos llegado a la publicación 5 de esta revista y quiero darles las gra-


cias por la fidelidad y por hacerla llegar a otros.

Con esta revista pretendo abarcar cualquier tema de la realidad misma,


como ya he dicho en distintas ocasiones. Al mismo tiempo, la forma de
ofrecer lo que se puedo ofrecer merece siempre ser actualizada.

Desde Cambio de Realidad ya llevamos tiempo creando nuestro propio


material, tanto el audiovisual como el escrito, distintas webs y el blog así
como la edición, impresión y posterior publicación de mis propios libros.

En el mes de abril se inaugura la nueva web, que tendrá su propio blog,


donde estarán todos los escritos que datan desde el año 2012, así como los
recientes.

También comenzaré con un documental “a modo casero pero bien hecho”


que haré yo misma, apoyada por mi equipo de Cambio de Realidad, que
durará en el tiempo y para el que necesitaré todo tipo de recursos, como
el tiempo mismo.

Todo lo que se vaya extrayendo de este documental irá también para esta
revista, con lo que incluiré otros formatos de contenido. Es por eso por lo
que, a partir de la siguiente publicación, la entrega de la revista será bi-
mensual. El siguiente número saldrá en el mes de mayo y será señalado
como Revista nº6. Abril-Mayo.

Muchas gracias, una vez más, por estar aquí y recibir con agrado esta
revista, la cual escribo con mucho placer, cada vez mayor al poder abar-
car cualquier cosa posible, sin reglas que atender, excepto, la excelencia.

Ruth Morales, marzo 2018.

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Queda todavía un poco más de un mes para que la siguiente


revista sea publicada.

Léela a tu ritmo, disfrutando de su lectura.

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mento en la suscripción de la Revista C~instinto, recibi-
rán los números ya publicados en el correo de confir-
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que te proporcionamos y no la revista en sí. Asimismo y si
quieres ser más preciso, transmite esta información a quien
vas a enviar dicho enlace para que esté enterado de que, al sus-
cribirse, estará al día de todas las publicaciones.

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Escríbenos un correo a publicaciones@cinstinto.com y recibirás


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Dinero

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Dinero

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El dinero es
lo que mueve
el mundo

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Si no es el dinero,
¿qué otro motor
mueve este mundo?

Ya sé que este título puede chocar y choca. Las personas no estamos acos-
tumbradas a reflexionar sobre “lo que siempre se ha dicho”, es decir, sobre
la vida tópica, llena de frases que decoran la historia de la realidad, frases
que han pasado de pueblos a otros pueblos, de generación tras generación
mientras nadie se para a pensar en la frase en sí, dado que, de tanto oírla,
nos parece una genialidad y quizá pensemos que “algún genio del pasado o
de nuestro momento histórico”, como puede ser un literato, un tertuliano,
un experto en arte y/o en historia, un erudito, un filósofo o cualquier otra
persona con autoridad reconocida, ya ha pensado en el significado de di-
chas frases vacías y por tanto, no hay nada más que hacer ni que decir,
pues ya lo hicieron otros por nosotros.

¿Cómo vamos nosotros a cuestionar una idea que lleva con el ser humano
toda su vida? ¿Cómo vamos a estudiar una idea si ya lo han hecho quienes
son mejores que nosotros, los eruditos?

¡Imposible!

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Me estoy refiriendo a la vida en sí pero hoy hablaré de la frase eslogan que


dicta lo siguiente:

“El mundo se mueve por el amor”.


¿Crees que
el mundo,
Una cosa es que nosotros queramos que nos en realidad,
quieran, que busquemos amor en cualquiera de
sus formatos, que suframos por amor, que dis-
se mueve
frutemos por amor, a decir que el mundo lo por el
mueve el amor. amor?
En realidad, al buscar el amor, hay dinero implíci-
to en ello.

Quiero decir que el dinero está detrás de cualquier acto humano, incluso en
los sentimientos.

El dinero se ha convertido en una transacción que necesitamos reali-


zar para vivir.

Todos sabemos que esto es así, sin embargo, como la mayoría ve y siente el di-
nero como algo malo, pecaminoso, contagioso y más adjetivos peyorativos, ne-
gamos cualquier afirmación que eleve al dinero a otro estatus que no sea el más
bajo y corriente de nuestra realidad.

Sin embargo, el dinero es maravilloso. Sin él no podrías estar leyendo esta re-
vista, aunque sea gratuita. Yo no podría estar escribiéndola precisamente por-
que es gratuita.

Tú tienes que tener un ordenador o un dispositivo en el que leer esta revista,


además de tiempo para ello.

El dinero está en toda acción y sentimiento humanos.

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Dinero

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El dinero es
lo que mueve
el mundo

¿Tienes todo el tiempo que quisieras para hacer lo que quisieras?

Cuando no tienes tiempo para hacer “lo que quisieras hacer” es porque no
tienes dinero suficiente para tener ese tiempo libre. Si tienes hijos peque-
ños y no puedes hacer “lo que quisieras hacer”, significa que no tienes di-
nero para contratar a alguien que se encargue de tus hijos para poder hacer
eso que quisieras hacer.

Si lo que “quisieras hacer” es pasar todo el tiempo del mundo con tus hijos,
no tienes que contratar a nadie, pues eso es lo que quieres hacer.

Entonces, ¿qué es lo que mueve el mundo?


¿El amor de los seres humanos?

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Dinero

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Lo que mueve el mundo es poder hacer eso


que quieres hacer y para ello hace falta un motor.
Ese motor es el dinero.
Eso que quieres hacer, puede ser ayudar a
los demás.

Para poder vivir (comer, beber agua y tener un techo o abrigo) hay que
tener dinero. Si no lo tienes, alguien que tenga dinero, te dará de comer,
de beber y te ofrecerá techo.
Si no comes, no bebes agua y no tienes abrigo, no estarías viviendo sino
muerto.

Entonces, ¿qué es lo que mueve el mundo?

Cuando se comenta que el mundo se mueve gracias al desarrollo, lo que


conocemos como evolución del ser humano, significa que se mueve hacia
delante porque el ser humano trabaja. No importa el trabajo. Si este existe,
es que es necesario.
¿Por qué trabajamos?

Trabajamos por dinero y no para evolucionar.

Confundir estos conceptos nos hace esclavos del concepto mismo.

Si el mundo necesita que se descubra la solución a un problema que hace


peligrar la vida de los seres humanos, aquellos que están investigando so-
bre esa cuestión, también tienen que comer, beber y tener techo, por lo que
cobrarán dinero por ello. Además, necesitarán que otros trabajen para
ellos, mientras ellos se enfocan en su cometido.

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Dinero

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Cuando tú te vas a trabajar y no tienes quién cuide de tus hijos, o bien con-
tratas a una persona para que lo haga o bien los llevas a la guardería.

¿Es esto gratis?

Acaso los cuidan unos familiares, como tus padres o suegros y estos tienen
que tener tiempo libre para dedicarse a tus hijos, lo que es igual a decir que
tienen que tener dinero para poder tener ese tiempo para dedicarse a tus
hijos.
¿Es esto acaso gratis?

Nada lo es y si no pagas por ello, ya lo hacen otros, como el Estado, por


ejemplo, tus familiares, la herencia que recibiste o las rentas que te produ-
cen activos que poseas.

Pero todo es dinero.

La búsqueda del amor produce consumo y para consumir algo, hace falta
dinero.

Por mucho que pensemos que el amor es algo puro y que no necesita de
ninguna transacción, como el dinero, nos estamos mintiendo y no solo eso
sino algo más grave, porque el acto de mentirse requiere de la actitud de
querer hacerlo. Lo grave es que no nos mentimos porque no nos hemos
cuestionado nada. Sencillamente estamos actuando como autómatas, sin
reflexionar y como si con un mando a distancia nos manejaran.

Si somos sensatos, desde la realidad más pequeña a la más grande, el uni-


verso físico en su infinitud, todo es dinero.

El dinero es por tanto, la forma que ha tomado el servicio entre los seres
humanos, llamado transacción, para poder vivir.

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Dinero

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Quien rechaza el dinero, trabajará arduamente por él sin llegar nunca a


disfrutar de él.

Quien ama el dinero, lo cuidará y lo moverá, comprando aquello que le ha-


ga feliz a sí mismo y a otros y además, sabrá que desde el momento en el
que “compra algo”, está generando riqueza.

Si tú trabajas como empleado en un establecimiento de ropa, ¿quieres ven-


der mucho o poco? Quizá no lo has pensado pero, si se vende poco, el esta-
blecimiento cerrará y tú dejarás de cobrar.

¡Y, a buscar otro trabajo!

Por eso, quien ama el dinero sabe que cada vez que hace una
transacción con él, está generando riqueza.

Hay ricos miserables y hay personas no ricas, generosas y amantes del di-
nero. También hay muchos ricos generosos, quienes hacen del mundo, un
mundo mejor.

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Dinero

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Estas últimas son las personas que aman el dinero y que suelen ser exce-
lentes en su día a día. Son alegres, saben disfrutar y sobre todo, hacen dis-
frutar al otro, lo cual significa que son personas con las que estás a gusto.

Saben que el dinero es importante para mantener ese es-


tado emocional de disfrute y eso es lo que necesita el
mundo para que haya menos pobreza.

Sencillamente, es un estado emocional de disfrute.

Si no entiendes lo que quiero decir, reflexiona sobre ello, mira a tu alrede-


dor, observa, siente la vida, siente cómo se siente cada persona con la que
te encuentres, mira los comercios y los restaurantes, el ocio, los niños, los
colegios, las universidades, los médicos y las peluquerías, todo.

Observa la vida como si llegaras aquí por primera vez, como un extraterres-
tre que no tiene ningún prejuicio, pues no sabe nada. Y luego, reflexiona.

Esto nos hace ser más empáticos y comprensivos con nosotros mismos.

Quien ama la vida, ama el dinero

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Este artículo lo escribí y publiqué


en mi página web en agosto del
2017.

¿Por qué crees que se habla tanto de dinero, de


cómo conseguirlo, de las claves para llegar a la
riqueza, de inversiones y de ahorros, de rela-
ciones con el dinero y de creencias limitantes?
¿Por qué ahora está todo el mundo hablando de
las criptomonedas, de los blockchains, de que si
los bancos están detrás de todo esto y de más
historias sobre el dinero que parecen cuentos
para no dormir?

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¡Piensa!

¿Es que alguien, usando toda su capacidad intelectual, puede pensar


que algún día el dinero sea libre, sin intermediarios (el poder de los
bancos y de ciertas personas)?

Si quieres seguir leyendo el resto del artículo, pincha AQUÍ.

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Mi experiencia con el dinero


Ruth Morales

“Buscaba desesperadamente un dinero extra para pagar todas mis


deudas, pero no solamente lo buscaba por eso sino para poder dejar mi
trabajo.

Mi actividad era codiciada por muchos. Me permitió vivir con ciertos


lujos que otros pagan por tener y que yo cobraba por usarlos.

Tenía mucho tiempo libre, como mínimo doce días al mes, que
normalmente se convertían en quince, con lo que estaba la mitad de cada
mes sin trabajar.

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Cobraba, lo que se dice en España, un buen sueldo. Sin embargo, no


aguantaba mi trabajo. Cada día crecía ese monstruo en mí, el rechazo al
trabajo que realizaba.
En cambio, siempre lo realicé con la mayor excelencia de la que fui capaz.

En esa búsqueda apareció ante mí el señuelo perfecto.

LAS INVERSIONES

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¿Cómo iba a invertir yo dinero cuando tenía deudas?

Nunca inviertas dinero ni en acciones ni en nada con el dinero que necesi-


tas para tu supervivencia.

Ganar por necesidad, perder por obligación, como decían nuestros abuelos.

Se trataba de un curso sobre trading de futuros (un tipo de inversiones


muy atractivo, pues lo podías hacer desde casa y sin necesidad de un in-
termediario, sino con tus propios conocimientos y un ordenador).

Eso es lo que cuento en este cuaderno y no solo cuento esto sino que expli-
co el cómo y la razón por la que no seguí en esta operativa de inversiones
casi sin perder dinero.

Fue una comprensión mayor la que tuve, comprensión que no tienen quie-
nes siguen ahí. Pude ver mucho sobre el ser humano y si bien estos cono-
cimientos no me aportaron dinero, me aportaron lo que hoy tengo y soy.

Gracias por disfrutar siempre.

Ruth Morales

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Dinero

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“Había estado viviendo


y haciendo cosas con el
fin de lograr un estado
en el que no me tuviera
que preocupar ni por el
dinero ni por nada para
poder ser yo misma”.

Ruth Morales

“Justo ese estado de búsqueda era el que me estaba impidiendo ser yo misma”.

“Cuaderno del dinero”


Por Ruth Morales

Cómpralo en la web de Cambio de Realidad.


Formatos: EPUB y PDF.

Haz clic aquí

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Dinero

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El dinero es lo que mueve el mundo.

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La Era de los Idiotas

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La Era de los Idiotas

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LA ERA DE LOS IDIOTAS

ZWEISTEIN

Premio Nobel al Sentido Común.

Descubridor de la Era de los Idiotas.

Hoy nos habla de:

 Entrevista tras su evento SÉ TÚ MISMO.

 De las situaciones futuras que tendremos que resolver en esta era por cono-
cer a nuestros otros yoes.

Síguelo en Instagram y Twitter.


#laeradelosidiotas
#premionobelsentidocomún

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La Era de los Idiotas

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¡Sé tú mismo!
Por Zweistein
Premio Nobel al Sentido Común

Evento multitudinario
en Reungrado,
Pyongyang,
Corea del Norte

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Exclusiva entrevista para nuestra


revista, de la mano del reportero
Máximo Simplicio de La Calle

Encontré a Zweistein nada cansado, tal vez exaltado, dada la gran acogida que
tuvo su encuentro en forma de evento en uno de los mayores estadios del
mundo, en Corea del Norte, el estadio Reungrado Primero de mayo, en el que
quedaron cientos de miles de personas fuera y que Zweistein acogerá dentro
de ocho meses en Europa, según sus declaraciones a los medios de
comunicación coreanos.

Las calles se cortaron, los aeropuertos se colapsaron, así como las vías aéreas,
dando lugar a retrasos importantes, ya que el mundo entero quería
presentarse en Pyongyang, tan solo para oír las palabras que el genio más
inteligente del mundo pronunciaría sobre la inminente como presente Era de
los Idiotas.

Aquí te ofrezco la entrevista más interesante que jamás yo haya realizado y


con la que nuestra revista haya podido soñar hasta hoy.

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La Era de los Idiotas

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Crónica en Pyongyang. Por Máximo Simplicio de la Calle.

SÉ TÚ MISMO. Por Zweistein

Me mantuve durante horas junto a mi compañero “el cámara” Casimiro López,


en una de las puertas de entrada al estadio para grabar el ambiente que se respiraba
unas horas antes del comienzo del discurso.

Una hora después de estar grabando, tanto a Casimiro como a mí nos dio la
impresión de que estábamos haciendo un montaje, pues en ese lado del gran
estadio se congregaron — no supimos nunca la razón—, la mayoría de los
espectadores orientales, coreanos, vietnamitas, japoneses, tailandeses y chinos,
con lo que teníamos la sensación de que no pasaba el tiempo, de que la escena se
repetía y que siempre eran los mismos, dadas sus características físicas que, para
quienes no las tenemos, nos resultan similares.

Esto quiere decir que la escena en sí no tenía un interés periodístico y el lector de


la revista podría aburrirse de ver siempre lo mismo, en lugar de ser estimulado y
acaparar su atención con diversidad de rostros.

Como vemos en la foto, algunos


rostros expresaban entusiasmo,
otros mostraban asombro, otros
quizás incertidumbre o pruden-
cia ante lo que les depararía el
encuentro con el genio del siglo
XXI, tal cual es conocido ya
Zweistein.

Imagen de la puerta 다섯 del estadio Reungrado, en Pyongyang.


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La Era de los Idiotas

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Decidimos entonces movernos entre la muchedumbre hacia otra puerta donde


hubiera más interés fotográfico, moviéndonos con gran dificultad, a pesar de tener
el privilegio de ser periodistas. Comprobamos entonces que había más periodistas
en este evento que beatos en una procesión de Semana Santa en nuestro país,
España, y nos costó llegar a otras puertas acaso más internacionales del estadio,
donde tuvimos la ocasión de grabar otros coloridos, el de los rostros de la gente
que por allí había. Venían de todo el mundo, América, Europa e incluso de África.

Algunas personas, seguramente


venidas de muy lejos, lloraban
de la emoción como si de un
concierto de cantantes de
boleros se tratase.

La energía se notaba y caldeaba


el aire fresco de las puertas de
tan magnífico estadio. Casimiro
y yo nos conmocionamos
también.

Las pancartas flameaban al son de su nombre entre gritos y sollozos.

¡Zweistein!

“Creo que con estas fotos ya tenemos suficiente para el reportaje. ¿Entramos?”
Propuso Casimiro.

Yo asentí, emocionado y embriagado por la calidez de tantas almas allí


congregadas, queriendo conocer los entresijos de la era en la que habitamos o que
íbamos a habitar.
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SÉ TÚ MISMO. Por Zweistein

Patrocinado por la organización “El idiota eres tú”.

Teníamos una cita al día siguiente con Zweistein en una habitación suite del hotel
donde se estaba hospedando, habitación reservada por la organización para tal fin.

Sin embargo, llegada la hora de la reunión, su secretaría nos abordó para pedirnos
que esperáramos sentados en un banco del parque que se hallaba a espaldas del
gran hotel.

Nos advirtió que Zweistein iría de incógnito, que vestiría un abrigo de pelo en
degradado de colores con pantalones de pitillo y zapatillas de deporte.

—Pero aún asi será reconocido —alegué yo mismo—. La calle está abarrotada de
gente en espera de verlo.

—No, ahí está el truco —respondió la secretaria—. Irá con una careta de oriental.

—¿Cómo? —preguntó súbitamente Casimiro, quien siempre hablaba mientras


hacía algo con sus aparatos, la cámara y demás dispositivos.

—Ya lo entenderán. Si se pone una careta de otra raza, todos se darían cuenta de
que se trata de él.

—Es verdad —expresó Casimiro mientras yo observaba a los dos —. Pero,


¿dónde la consiguió? Aquí sería normal una careta de alemán, de un tirolés o de
un andorrano pero, ¿una careta de oriental? —preguntó frunciendo el ceño.

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La secretaria nos sonrió tiernamente, como si fuésemos niños.

—Zweistein es demasiado previsor. La adquirió en un rastro de Estocolmo, justo


cuando ya había sido premiado. Sabía que aquí le sería difícil encontrarla. En ese
momento, le llovieron propuestas de entrevistas y eventos y Zweistein eligió esta
ciudad para su primer encuentro con el mundo de los idiotas —nos explicó la
secretaría al mismo tiempo que se ponía la mano en la boca—. ¡Uy, disculpen! Se
me ha escapado.

Ninguno de los dos supimos nunca a qué se refirió con aquello que se le había
escapado. Tal vez se fue tan lejos que nosotros ni siquiera lo pudimos apreciar.

Los dos nos levantamos ante la señal de la secretaria de que nos apresuráramos a ir
hacia el parque. En nuestro camino, Casimiro me dijo:

—La verdad es que ahora que lo pienso, a un oriental de estos no les hace falta
una careta de ellos mismos, con llevar un espejo delante de su cara les basta.

Yo lo miré enfadado.

—Y si llevan un espejo ante la cara, ¿cómo van a caminar por la calle? ¿O por
ejemplo, conducir? ¿Cómo esperas que conduzcan con un espejo en la cara? —le
increpé, harto de sus comentarios tan simples.

—Los coches se golpearían entre ellos —añadí en un tono aún grave.

—¡Vamos Casimiro, déjate de decir tonterías! —concluí.

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Casimiro calló y siguió andando siempre un paso detrás de mí hasta el banco del
parque que tenía una señal secreta que Zweistein había ordenado colocar, para que
supiéramos que ese era el banco donde nos iba a conceder la entrevista.

Nos sentamos y ya en ese momento, me di cuenta de que estaba un poco nervioso.

“En pocos minutos iba a estar frente a Zweistein”. No me lo podía creer. “La
entrevista más importante de mi vida”.

Los minutos siguientes nos parecieron horas. Mi miedo crecía, sobre todo me
asustaba el hecho de que las personas que estuvieran en el parque reconocieran a
Zweistein y nos arruinaran la entrevista.

“Eso no puede ser”. Pensé yo, Máximo Simplicio. “No puedo volver a la
redacción con las manos vacías. El jefe me mata”.

Casimiro interrumpió la oleada de pensamientos que albergaba mi mente mientras


colocaba alguna pieza de su tan manoseada cámara.

—No entiendo. ¿Por qué no nos habrá recibido en la habitación del hotel? ¡Qué
ganas de complicarse la vida! —exclamó sin quitar la vista de su aparato
fotográfico, con grabadora de sonido incluida, a la que había que enchufarle un
micrófono.

Yo lo miré con cierta lentitud y con bastante torpeza. Suspiré, dando a entender
que yo mismo me estaba haciendo la misma pregunta.

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—No sé —respondi en baja voz, como si algún coreano fuera a oírnos—. Tal vez
quiera coger aire y refrescarse un poco.

Casimiro dejó la cámara a un lado, encima del banco, entre ambos.

—Pero, ¿cómo piensa coger aire con una careta de coreano? —dijo muy seguro
mientras yo lo miraba con reproche o admiración—. ¿No crees? ¿Qué aire puede
entrar por esos agujerillos horizontales que le servirán de ojos?

Y continuó diciendo.

—Tal vez el aire le entre por la boca o por los orificios que hagan de nariz pero lo
mismo, después de todo su discurso de ayer en el que no paró de hablar, más este
aire oriental que no se sabe si te hiela o si te está quemando, se agarra un
constipado de aúpa.

Y volvió la cabeza hacia el lado contrario en el


que me encontraba para mirar a dos coreanas que
paseaban cogidas de la mano.

En ese momento, un esperpento en forma de


persona se acercó a nosotros.

Ambos dimos un grito y un salto y eso que


estamos acostumbrados a irrealidades
espontáneas.

—Soy Zweistein. No se asusten por favor —. Y nos tendió la mano.

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Zweistein se había convertido en un Drag Queen coreano pues, lo que le faltó


decir a la secretaria era que iría calzado con unas zapatillas de deporte ataviadas
con tacones de aguja, que aumentaban su altura en 10 centímetros, además de ir
enjoyado.

Yo tuve miedo de que nos asaltaran pensando en que los transeúntes creyeran que
ahí se encontraba una mujer ricachona luciendo sus mejores joyas, y me dispuse a
mirar a nuestro alrededor en señal de precaución.

Pensé también que se había equivocado con la careta: la había comprado de


hombre e iba vestido de mujer.

Zweistein, gran observador, notó enseguida nuestra perturbación, ya que ni


siquiera habíamos tenido aún el tiempo de incorporarnos para saludar al genio.

—Ya sé que debería haber escogido una máscara de mujer pero resulta que,
además de que era más cara, la que quedaba era de la abuela china, una que me
recordaba a las barajas de las familias del mundo con las que jugábamos en casa y
no pegaba con el atuendo que ya había comprado. ¡Este! —arguyó, señalando su
porte y mostrando su abrigo y zapatos.

Cuando tanto yo como Casimiro salimos de nuestro estupor, ambos nos


levantamos y le extendimos la mano.

—Mejor un abrazo. Soy una dama. No vayamos a levantar sospechas —nos


susurró al oído Zweistein mientras nos apretaba contra su pecho, abrazándonos
fuertemente.

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Pudimos notar dos moldes a modo de prótesis que el genio de Zweistein se había
colocado en ambos pechos, seguramente sujetos por un sujetador de su secretaria o
de su madre, la de Zweistein, ya que vivía con ella y con su hermano menor.

En ese arranque de abrazar a los periodistas, la careta se le movió un poco,


dejando entrever su barbilla, la del genio y arrastrando la peluca que llevaba.

—Sr. Zweistein —se atrevió a decir Casimiro—. ¿No cree que disfrazado de esas
manera será peor y que levantará sospechas? Toda la ciudad sabe que está usted
aquí y..

—No —interrumpió riéndose Zweistein—. Las personas son muy simples. Jamás
pensarían que un premio Nobel pudiera disfrazarse de esta manera. Además, aquí
están en época de Carnavales, con lo que pasaré desapercibido aún más.

Casimiro miró a todos los lados, en busca de algún coreano disfrazado, pero no
encontró a ninguno. Yo me quedé intacto, ante Zweistein, sin quitar la vista de él.

—¡Sentémonos! —apuntó Zweistein mientras tomaba asiento en el banco.

Yo, Máximo Simplicio de la Calle, estaba casi temblando. No estaba seguro de si


era por estar ante este genio o por su apariencia, pues de niño me habían
impactado mucho las películas de la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima,
japoneses peleando, dramas con violencia y estaba teniendo la sensación de revivir
esas escenas una y otra vez.

Pero hice acopio de mi gran profesionalidad, tosí varias veces, carraspeé tres
veces, saqué un bolígrafo y un cuaderno de mi cartera, como un profesional,
mientras le hacía señas a Casimiro para que encendiera la cámara.

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—No, no quiero que me graben —dijo Zweistein levantando la mano en señal de


stop—. Como ustedes comprenderán, esto no sería bueno para mí y menos para la
revista a la que ustedes representan.

Casimiro apagó la cámara pero dejó encendida la grabadora, a la que le habia


incorporado el micrófono, de un tamaño descomunal, momento en el que me di
cuenta de que eso había sido la causa por la que no nos habían dejado portar el
equipaje de mano en la cabina del avión.

—No pasa nada, lo entendemos, Sr. Zweistein, es natural —exclamé yo haciendo


una seña a Casimiro.

—Pero, discúlpeme Sr. Zweistein —interrumpió Casimiro, como era habitual en


él—. No puedo asegurar que se le oiga bien porque el sonido de su voz sale como
un hilillo por esa abertura tan pequeña y para nosotros y nuestra revista es muy
importante esta exclusiva.

—Acérqueme el micrófono a la barbilla, no se preocupe en molestarme. Estoy


acostumbrado a todo tipo de artilugios incómodos —contestó el genio sonriendo
bajo la máscara, moviéndose esta vez hacia la derecha.

—¿Cómo es que le llamaron Zweistein? ¿Tiene algún conocimiento de que su


madre sospechara ya, desde la gestación, que usted cambiaría el mundo
descubriendo esta nueva era?

—No lo creo. Siempre se quejó de que mi embarazo fue el peor que tuvo, es decir,
que le dio por tener pesadillas, ciática, malestares varios y fobia por ciertos olores,

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lo que hacía que estuviera casi siempre mareada y vomitando —respondió el


genio.

—Sin embargo, sí sé que quiso ponerme el nombre de mi abuelo, al cual yo nunca


conocí, pero le fue complicadísimo registrarme con dicho nombre pues decían que
ya estaba cogido, es decir, que ya había sido registrado por alguien o por muchos
más, no estoy seguro de ello.

Al final, mi padre, que siempre tenía respuestas para todo, tuvo un ingenio, que
fue ponerme el nombre de mi abuelo pero cambiando las primeras letras Zwei, que
significa “dos” en alemán.

Y así me llaman familiarmente “Zwei”.

Yo me sonrojé un poco, deseando fuertemente que Zwei no notara mi


incomodidad.

—Entonces y de algún modo, si usted tuviera un hijo o sobrino e intuyera que iba
a seguir la saga de genios, ¿lo llamaría Dreistein? —se aventuró a preguntar
Casimiro, aún a sabiendas que eso me molestaba muchísimo.

Zweistein titubeó un poco antes de contestar.

—La verdad es que no creo que eso pueda hacerlo. Es un nombre confuso, suena a
pueblo o a Frankestein, no sé, quizá esté ya reservado también.

—Yendo al asunto que nos interesa, Sr. Zweistein —interrumpí yo—. ¿Qué sintió
cuando se dio cuenta de que usted había descubierto el principio de una era y el
final de la que estamos? En realidad, ¿influyeron los conocimientos de su padre,

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su infancia, sus tantos años de estudios o algún detalle más para llegar a esta
conclusión que cambia el rumbo del mundo?

—¡Mmm! —titubeó—. Digamos que sentí un gran alivio al darme cuenta de que
por fin podía entender al ser humano.

Quedó un rato en silencio para continuar.

—Y es que llegar al algoritmo de que estamos en la era de los idiotas no es fácil,


pues dicho algoritmo ha estado siempre presente en cualquier lógica matemática y
física pero nunca se dejó ver. Se lo comento —añadió—, por su pregunta sobre
qué me influyó para llegar aquí.

—Y además —continuó—, he de decir que el hecho de haber descubierto que este


algoritmo, “el del idiota”, no era infinito sino que era redundante, digamos, que se
daba la vuelta para volver a crear el mismo algoritmo, eso ha sido para mí el
mayor regalo que me ha dado la vida.
Ni Casimiro ni yo pudimos ver los ojos empañados en lágrimas de Zweistein,
gracias a la máscara de coreano, lágrimas que solo él sabía por qué derramaba.

“Toda la vida buscando la inteligencia humana y por ahí no era el camino. Tenía
que buscar la estupidez para encontrar el camino”.

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Cada vez que pensaba en ese pensamiento más emocional que racional, Zweistein
no podía reprimir las lágrimas de alegría y de propósito mayor por haber nacido.
Él, que nunca había creído ni en Dios ni en la Virgen, miraba siempre al cielo para
dar las gracias al gran Maestro, a quien estuviera allá arriba, aunque sabía que no
había nadie.

Eso hizo, mirar al cielo ante nosotros mientras ese gesto hizo que el micrófono que
estaba sujeto a su sujetador se moviera, desplazando hacia la izquierda una de las
prótesis de plástico o de goma que hacían de pecho.

Casimiro hizo ademán de colocársela mientras el genio seguía mirando al cielo


pero yo le sujeté la mano fuertemente para evitarlo, reprochándole el gesto con
mis ojos sin mencionar palabra alguna.

Zweistein bajó la cabeza y buscó un pañuelo en su abrigo multicolor. Se metió el


pañuelo dentro de la careta y se sonó fuertemente mientras el micrófono chirrió
como un ser vivo al que le estuvieran cortando un miembro sin anestesia.

“Esto lo cortas, ¿vale?”. Le susurré al oído a Casimiro.

Casimiro no pronunció palabra. Se quedó quieto, esperando un segundo estruendo,


pero no fue así. Zweistein se sacó el pañuelo de debajo de la careta y se lo volvió a
colocar en su bolsillo.

—Disculpen —comentó en casi susurros—. Sigamos, si no les importa.

Esta vez tuve que carraspear otra vez para comprobar que seguía teniendo voz
para poder continuar con la entrevista.

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—Bien, entendemos que es un momento vivido por pocos, momento divino o


sobrehumano pero, ¿qué le hace pensar que algo tan simple no haya sido
descubierto por otros, por ejemplo, por su abuelo?

—Es muy complicado de descubrir —comentó Zweistein muy seriamente—.


Digamos que usted está buscando dónde acaba y dónde empieza una línea recta y
usted dedica su vida a ese descubrimiento. Y si resulta que esa línea no tiene ni
principio ni final, estará toda la vida haciendo fórmulas infinitas, volviéndose loco
porque, más busca sus extremos, más se apartan de donde está usted buscando.
Esa es la ciencia, el arte del gran propósito infinito.

—Entonces, ¿cómo fue que usted llegó a la conclusión a la que ha llegado?

Zweistein quedó un rato pensativo, al menos eso fue lo que pensamos nosotros, ya
que nos resultaba imposible ver su cara.

—Pues hice todo lo contrario a lo que todos hacen —respondió—. No estudié


nada ni adquirí ningún conocimiento.

Tosió, una vez más, haciendo chirriar nuevamente el micrófono.

—Discúlpenme, pero creo que esta máscara me da alergia.

Y continuó con la explicación.

—Resulta que si tantos científicos y gente erudita que nos han dejado tantos
conocimientos, no han llegado a nada sino a extender el propósito de la realidad en
lugar de encontrar de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos, yo decidí
hacer lo contrario: no pensar en ello.

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Yo interrumpí semejante declaración.

—Y, disculpe mi osadía pero, si no pensó en ello, ¿cómo llegó a ello?

—¡Ahí está la cuestión! —exclamó contento Zweistein pues ya esperaba dicha


pregunta—. Cuando no presté atención, debió ser que algo quedó en mí, una parte
ínfima de esa necesidad de saber más y eso hizo despertar un sentido que no había
visto nunca antes: el famoso sentido común, tan famoso como un misterio pues
más se nombra, menos se sabe qué es.

Zweistein siguió hablando con el micrófono cuya punta estaba debajo de su


mentón, levantando levemente su careta.

—También me ayudó mi falta de vista, que ha hecho que tenga que esforzarme en
comprender siempre más allá de donde todos comprenden. Como no veo bien,
dejo que otros sentidos me hablen. Creo que al final fue un compendio de muchas
cosas.

—¿Cómo podemos entender nosotros, como personas corrientes que somos, ese
algoritmo por medio del cual usted llegó a este descubrimiento? —quise saber yo.

—Estará todo en el “Tratado del Idiota”. Lo estoy haciendo ahora ya que le tengo
que dar un giro a la explicación para poder llegar a todos. Ese es mi propósito
actualmente.

—¿Cree usted que todos podremos comprender lo que ese tratado encerrará?

—No. Para nada —aseguró Zweistein—. Pero todos creerán haberlo entendido.
Ahí reside la cuestión de esta gran era.

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Exclamó esto último abriendo sus brazos y volviendo a mirar al cielo.

—Y la comunidad científica, ¿qué opinan ellos sobre usted, una persona sin
estudios ni conocimientos, que ha llegado a este maravilloso descubrimiento?

—Algunos me apoyan, pero son pocos. Son estas personas que ya se han dado
cuenta de que están rodeados de idiotas. El resto sigue haciendo algoritmos y
estudiándolos, a ver si pueden desbancar lo que yo he demostrado, pero no se dan
cuenta de que en ese proceso me están dando continuamente la razón, con lo que
es como tener a miles de personas trabajando gratis para mí y para mi causa, mi
propósito.

Se sintió un cierto alivio y sonrisa bajo la máscara.

—Ya, entiendo —respondí yo sin entender nada.

—El “Tratado del Idiota” será un éxito pues todos lo comprarán para ver qué
idiota es su vecino o el presidente de su gobierno. Será como un libro sagrado que
estará en las estanterías de todos los salones del mundo y que reposará detrás de
alguien ilustre a quien se esté entrevistando.

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El reportero Máximo Simplicio de la Calle junto a Zweistein, en


las dependencias del hotel donde se alojó el premiado al Nobel
al Sentido Común, en Pyongyang.

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Zweistein y el mundo
abstracto de los otros
yoes.

Cuando las personas nos encontramos mal,


buscamos solución.

Esta solución viene dada, en esta era, por la división de


uno mismo.

¡Lean estas palabras de Zweistein, despacio y


con mucha atención!

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Dentro del estudio de Zweistein que le llevó a ser galardonado con un pre-
mio hecho a su medida, el del Sentido Común, observamos un tema que
está en auge y que viene a darnos una respuesta aclaratoria, además de un
ejemplo a la vista de todos, de cómo esta era ya empezó y está echando raí-
ces.

Se trata del tema de “Los otros yoes”.

Para llegar a estas conclusiones, Zweistein no tuvo necesidad de estudiar,


como él mismo reconoce públicamente, sino de observar “fuera del ámbito
del conocimiento empírico” y, si es posible, vivirlo en carne propia.

Eso fue lo que hizo.

Se introdujo en un evento/taller (cuando vas a recibir una charla infor-


mativa y acabas apuntándote a un taller para resolver un problema que
antes de entrar en la charla, no sabías que tenías) y se apuntó al taller que
ofrecía el facilitador (el que imparte el taller) para comprobar, en su propia
piel, las nuevas técnicas, llamadas alternativas y/o energéticas, además de
conscientes, para resolver conflictos/problemas varios.

El taller se alargaba en el tiempo y comenzaba desde el nivel 1 hasta el 7.

En cada nivel, el alumno tenía que aprender que existía otro plano de expe-
riencia, es decir, el mismo Zweistein no estaba viviendo ese plano, sino que
era otro yo, no tú, lector, sino el otro yo del que recibe el taller, en este ca-
so, Zweistein.

A Zweistein, que, como sabemos, es un genio, no le hizo falta ni siquiera


acabar el taller del nivel 1, porque, al conocer a su otro yo del nivel 1, ya se
contentó y este le presentó al resto de yoes por pura generosidad.

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“¿Para qué voy a venir aquí, ponerme en una posición que me provoca
agujetas, cerrar los ojos, oír una letanía que duerme para invocar a otros
yoes cuando yo estoy aquí, al lado de otros humanos que ni siquiera co-
nozco porque no me preocupo en conocerlos?”

Al salir de ese primer nivel del taller que abandonó a la mitad, Zweistein ya
predijo la cantidad de yoes a los que el ser humano de la Era de los Idiotas
tendría que conquistar o con quienes tenía que ponerse de acuerdo.

“¡Con la cantidad de problemas que tiene el ser humano del siglo XXI in-
tentando parecerse a lo anormal, pues lo anormal es tendencia y la gente
se pone a buscar otros yoes!”

Zweistein asegura que el ser humano tiende a complicarse la vida (dada su


simpleza, a la que él llama idiotez) en lugar de simplificarla.

Escribió unas primeras líneas de lo que sería uno de los capítulos de su


“Tratado del Idiota” y luego salió a dar un paseo, para poder airearse, com-
portamiento muy habitual en él así como necesario.

Y, como surgen estas casualidades de la vida, fue pasando por delante del
establecimiento donde se impartía el taller en cuestión, cuando se topó de
bruces con un asistente, justo el que le había tocado al lado de él y que, a
tenor de su aspecto, salía con peor cara que como entró.

Zweistein hizo gala de su habilidad social y al final consiguió que dicho su-
jeto participara como testimonio directo y vivo del capítulo “Los otros
yoes”, del Tratado del Idiota.

Les dejamos con una imagen que resume lo que ese tratado contiene y que
puede cambiar el giro del mundo. Eso sí, no se sabe si a ser más inteligen-

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tes o a ser más idiotas, pues, como asegura Zweistein, a veces, el ser hu-
mano tiende a entender lo contrario de lo que se le dice, con lo que la evo-
lución a la que estamos destinados, da una vuelta o cambia de dirección.

Ilustración que Zweistein ha añadido en este capítulo de su tratado, alentado e inspira-


do por el testigo anónimo.

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Testimonio del testigo en vivo y en


directo después de haber realizado el
último nivel del taller: tus otros yoes.
El yo financiero

Anónimo

“Me puse a meditar para encontrar una solución a mis recientes problemas económicos,
cuando me vi con todos mis YOES de golpe: el consciente, el cuántico, el mental, el
original, el emocional, etc…

¡Ni en una manifestación para pedir subidas salariales había visto yo tanta gente junta
como la que había en el entorno de mi meditación!

Todos me hablaban al mismo tiempo y claro, entre tanta gente, no pude reconocer al que
tenía que responder a mi pregunta : mi YO financiero, el nuevo YO que me dijeron que
existía en el curso que acabo de hacer en un retiro espiritual y consciente, lejos de mi
casa.

¡Ojalá sea este el último YO, porque no me va a dar tiempo de conocerlos a todos en esta
vida y tendré que volver a nacer para presentarme a cada uno de ellos! Ya me da pereza
con solo pensarlo.

Por lo que salí de la meditación sin haber entablado relación con mi YO financiero, dado
que, al ser novato, se mostró tímido, permaneciendo en la sombra de los otros YOES, tan
animados hablando.

¡Con tantos yoes no me aclaro!

Y así me pasó el otro día, que quise preguntar a mi YO emocional una cuestión
sentimental y me contestó el YO original, que no tenía ni idea de lo que le estaba
hablando y por seguir sus consejos, tuve luego un conflicto gordo con mi pareja, con mi
jefe y con mi cuñado...”
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ZWEISTEIN NOS TRANQUILIZA


CON SUS DULCES PALABRAS

¡No hay nada que temer!

Todo está perfectamente diseñado para


que tengamos siempre la solución a nues-
tros problemas sin necesidad de crearnos
más. Si necesitas hacer un rito, hazlo, pero
no te conviertas en el rito. Este es solo un
medio y nunca el fin.

El sentido común tiene las


respuestas a todo y se
aprende desde el sentido
del humor.

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El Secreto a Voces
La Simpleza del ser humano es lo que mueve el mundo
Por Ruth Morales

«Si tras leer este libro, te quedas igual, es que


no has comprendido nada. No pasa nada
tampoco pues no hay nada que comprender
cuando no hay nada que tengas que hacer
con esa comprensión.

Este libro es tan lógico que el lector inteligen-


te se ruborizará por no haberlo pensado an-
tes por sí mismo».

Disponible en www.cambioderealidad.com en los formatos físico y


digital.

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Las tendencias son los aires del futuro

Si juntáramos las tendencias del pasado en todas las áreas de la vida dentro
de nuestro país o cultura, nos daríamos cuenta de que han dado lugar al
futuro, a este momento presente.

Algunas son avisos que no dejan huella sino que pasan como brisas por
nuestra historia.

Otras forman huracanes y son capaces de cambiar el clima del lugar en


donde se formaron

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Esta escena es real, como la vida misma.


Una persona me lo contó y no me sorprende,
pues está “en tendencia”.

¡Mamá, vete de mi lado, que vienen mis amigos


y no quiero que me vean contigo!

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¿Dónde está el error?


El error es la tendencia.

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Todos hemos sido adolescentes y quizá, en algún momento, nos hemos


avergonzado de nuestros padres. No importa la razón, pues en el mundo
del adolescente hay mucha confusión, una baja autoestima, un esfuerzo por
hacerse un hueco en algún lugar donde sea acogido y donde se sienta
comprendido y sobre todo, busca la razón de vivir, su propio personaje.

Sin embargo y volviendo la vista atrás, en el recuerdo, los adolescentes de


hace veinte años, hoy adultos, pudieron sentir vergüenza de sus padres en
algún momento dado ante sus amigos, como los de hoy, pues la historia es
siempre la misma.

Sin embargo, no era normal ni común que pronunciasen esas palabras.

El error no está en lo que siente el adolescente.


El error radica en que se permite el lujo de decirlo a sus padres.

Esto es una prueba más de que el ser humano está perdiendo los puntos de
referencia, dado que la esperanza de vida se alarga, lo que significa que
tener 16 años hoy, corresponde a lo que habría sido un bebé de hace 50
años, que no es consecuente con lo que hace ni dice.

Ahora bien, ¿qué pasa con los padres?

¿Ven los padres de hoy esta actitud manifestada en palabras, normal?

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Posiblemente, si esta adolescente hubiese pronunciado esas palabras a su


madre hace ciertos años, le caía un castigo del que se estaría acordando
aun hoy, siendo adulta.

El problema radica en que esa persona adulta de hoy se lo permite a su hijo


pues está en tendencia y la tendencia de hoy es partir de un error para
generar más errores, mientras estamos al tanto de la actualidad y nos
preocupamos por lo mal que va el mundo.

Cuando un adulto actúa con excelencia significa que está educado en


la excelencia. Este adulto jamás permitiría esta tendencia en su casa.
Este adulto es el que deja un mundo mejor.

El voluntariado está en casa siempre y no fuera de ella.


¿Puedes tú afrontar los problemas de tu casa? Entonces, ¿por qué te
vas fuera a arreglar los de otros?

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Érase una vez alguien dijo:


“Antes no se podía decir lo que se
pensaba. Ahora no se piensa lo
que se dice”.

A las personas nos encantan las frases que pronuncian otros y por eso se
nos quedan grabadas en la memoria, para volver a pronunciarlas por
nosotros mismos, cuando sea el caso.

Esta frase es simple y lógica, además de popular. Sin embargo, hoy, como
marca de nuestra historia mundial, podría ser la que mejor defina el
momento presente.

¿Pensamos en lo que estamos diciendo o simplemente


reaccionamos ante el estímulo exterior?

¿Decimos en realidad lo que pensamos o sencillamente


decimos lo que queda bien en ese momento o lo que
hemos oído en algún sitio?

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La tendencia hoy es a decir cualquier cosa con tal de hablar


o escribir en las redes. Es gratis, puede ser anónimo y creas
una reacción, la misma desde la que estamos respondiendo.
Es una reacción en cadena y a eso lo llamamos tendencia y
la tendencia crea el futuro.

Las tendencias en estas áreas son susceptibles de ser


manipuladas, pero eso ya es otro cuento del que nadie se
da cuenta.

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Las personas podemos pensar antes


de acometer una acción, como es
opinar.

El pensamiento y el sentimiento van


de la mano.

Si nos paráramos a ver qué sentimos


con respecto al objeto en cuestión,
habría más silencio, más coherencia,
más respeto, dignidad y un mundo
mejor.

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Hubo un momento en el que el concepto “libertad de expresión”


sonó muy bien y sentimos que el ser humano era merecedor, por
haber nacido, de esa libertad.

Y ciertamente, así es.

Sin embargo, como todo concepto debe ser definido y sobre todo,
actualizado, además de ser comprendido por todos.
¿Dónde está el límite de la libertad de expresión?

¿En la educación?

Yo no lo creo puesto que el concepto de educación también es variable:


depende de lo que para cada grupo humano ese concepto signifique.

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¿Tenemos derecho de insultar a alguien por el simple hecho de que esa


persona sea susceptible de ser insultada?

¿Tenemos derecho o la libertad de insultar a alguien que, por su condición


de ser famoso o popular, parece no merecer ser respetado?

¿Qué es un insulto y hasta dónde podemos llegar para que ciertos actos
sean penalizados o considerados fuera de todo orden?

Al final, la tendencia se puede dar la vuelta y acabar todos callados para


volver al estado anterior en donde el pueblo no podía expresarse.

Una cosa es dar nuestra opinión (siempre cuando esta opinión te sea
pedida, por educación básica) y otra cosa es insultar a alguien de manera
pública.

La libertad de expresión tendría que ser redefinida.

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De nuevo en un lugar de Europa

El señor joven escritor se incorporó al trabajo tras dos semanas de


vacaciones. Volvía contento, lleno de júbilo y ese estado lo expresaba a
través del brillo de sus ojos. No había salido de la ciudad, a excepción de
una visita a un amigo que se había instalado en un pueblo a 50 kilómetros
de distancia.

Estaba contento porque su libro estaba ya tomando forma, su libro tenía


un contenido sin igual. Él sabía que no eran las palabras, no era la forma ni
lo que narraba en él sino eran los sentimientos que habían tomado forma
en unas letras en el ordenador. los que hablaban por él del mundo, del día
a día, de lo que nadie cuenta, del desamor, a fin de cuentas.

Esto, en lugar de entristecerlo, lo llenaba de alegría, pues no veía nada


malo en el desamor. Veía la realidad y la verdad, propósitos que él siempre
buscó pero que nadie supo transmitirle. La vida le enseñaba la otra cara, la
del amor, un amor envuelto en papel de celofán que no existe si uno no es
capaz de verlo en la honestidad del desamor.

En estas dos semanas había estado caminando por las calles, había
tomado el autobús después de muchos años de no usarlo. También había
bajado a los sótanos del metro y se recorrió la ciudad por debajo, en hora
punta y en horas de alto riesgo también.

Había ido a los restaurantes más frecuentados y sobre todo al cine, un


sábado por la tarde en horario familiar en donde anotó el aroma de las
palomitas que impregnaba ese magnífico y grandioso habitáculo así como
el ruido que estas desprenden al ser comidas.

También paseó por un parque, donde casi fue arrollado por múltiples
artilugios, los cuales, afortunadamente, pasaron rozándole. Ese día, el del

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parque, llegó entusiasmado a casa y pudo completar dos capítulos enteros


de la novela.

Pero, lo que ya hizo que estuviera dos días encerrado escribiendo, fue su
visita a un centro comercial de 4 plantas, las que recorrió tranquilamente
para no perderse ni un detalle. Nuestro señor joven escritor convino en que
había tenido demasiada información en poco tiempo y que esta era difícil
de plasmar en palabras elegantes sin que resultaran petulantes.

Sin embargo, ese día se acostó soñando con gente que iba y venía, gente
que gritaba, gente que reía, gente que también vivía, como él.

Y tuvo que darse una ducha a las cinco de la mañana para retomar la
escritura durante un día más, sin ver la luz del día.

—¿Qué tal las vacaciones? —le preguntó su compañero, el que siempre


cometía errores con las facturas que luego él tenía que remendar, algo que
también exponía en su libro.

—Fenomenal —exclamó nuestro escritor demasiado contento como para


ser su primer día de trabajo tras dos semanas de ausencia, mientras se
quitaba elegantemente su chaqueta y la colgaba en un perchero.

Entonces fue cuando la vio. Una mujer nueva en la oficina.

—Viene de otras oficinas y creo que se queda aquí permanentemente —le


indicó su compañero al percibir su asombro.

—¡Ah! ¡Qué bien! —exclamó cordialmente el escritor—. ¿Qué puesto


ocupa?

Todos en la oficina notaron su aspecto rejuvenecido. Nuestro joven


escritor era bien querido y su ausencia se notó, pues con él presente, jamás
había ningún problema y sobre todo, trabajaba por todos. Era un apoyo
importante para sus compañeros, quienes siempre acudían a él para
pedirle cualquier favor.

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A la hora de comer, la nueva compañera se acercó a él, después de que


fueran presentados debidamente.

—¿Dónde es el mejor sitio por aquí cerca para comer? —le preguntó a
nuestro señor joven escritor.

—Hay muchos sitios y todos son buenos, excelentes —contestó él


sonriendo—. Las oficinas están situadas en un lugar estratégico de negocios
y restaurantes.

—No conozco casi nada. He llegado hace una semana y todavía me estoy
poniendo al día con el trabajo. Aquí es diferente —respondió ella.

—No te preocupes porque pronto te harás con todo —respondió el


escritor—. Con la ciudad, me refiero. Y, con respecto al trabajo, yo te
atenderé en lo posible. Trabajamos en el mismo departamento.

—Muchas gracias —contestó ella sonriendo mientras tomaba su bolso y


su chaqueta.

—¿Vienes a comer con nosotros o has quedado con alguien? —le propuso
el joven escritor.

Durante la comida en un restaurante bien cómodo pero atestado de


comensales, ella no paró de hablar de ella misma, de dónde venía, de cuál
había sido su trayectoria laboral hasta el momento, de su vida universitaria
y de lo contenta que se encontraba con estar en la ciudad, pues para ella
significaba haber conseguido llegar a la cúpula de esa gran empresa.

El señor joven escritor y su compañero la escuchaban atentamente,


intentando construir un diálogo entre tres, objetivo que no consiguieron,
pues ella ocupó el tiempo y el espacio que les había sido dado a todos.

En el segundo plato, nuestro escritor comenzó a sentirse incómodo.


Pensó que quizá era porque el restaurante, ya a esa hora, estaba repleto de
personas y entonces, el ruido era evidente. Sin embargo, estaba
acostumbrado a ello.

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En el corto tiempo en el que se mantuvo absorto, su nueva compañera de


trabajo había seguido hablando sin darse cuenta de que él se había ido a
otra parte, mentalmente hablando.

Sus emociones también lo llevaron a otro lado hasta traerlo de nuevo a


su mesa, momento en el que se dio cuenta de que podría escribir un
capítulo de su libro del desamor, narrando lo que había estado sintiendo.

Había sido real. Lo más impactante es que se dio cuenta de que lo que él
había sentido era común al resto de seres humanos. Era un sentimiento de
ahogo, de no querer estar donde estás, de falta de libertad, de ahí que el
sentimiento fuera de ahogo, de no poder ser él mismo, respirar, hablar,
sonreír, escuchar, mirar.

No.

Al volver a la conversación, se sintió animado, deseando llegar a casa


para ponerse a escribir. Ese entusiasmo lo mantenía vivo, vital y sobre
todo, hacía que amara la vida. Sonrió sin darse casi ni cuenta.

Ella advirtió su sonrisa y calló en ese momento. Los dos compañeros de


trabajo se miraron entre ellos y aprovecharon la ocasión para comentar
una noticia de actualidad que afectaba directamente a sus trabajos.

Afortunadamente, llegó el momento del café y de marcharse, sin que ella


acabase de contar su historia.

Al día siguiente, el señor joven escritor entró eufórico en la oficina, sin


embargo, esa euforia se expresaba solo dentro de él, dado que su educación
no le permitía demostrar de manera eufórica, su estado emocional.

Había estado escribiendo largo y tendido sobre el malestar de las personas


sin que hubiera una causa aparentemente grave y las palabras que logró
plasmar le supieron a verso. Él nunca había escrito un poema, ni siquiera

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en su adolescencia y prefería leer una novela que un poema. Sin embargo,


cuando releía los pasajes de su libro sobre el desamor, todo le sabía a rima.

“Este libro debe llegar al mundo entero. Puede cambiar el mundo. Lo


siento dentro de mí, es como si ya estuviera viviendo ese momento”. Esto
es lo que sentía y lo que oía en su cabeza continuamente, causa de su
estado eufórico y del brillo de sus ojos.

Ese día y el siguiente se estuvo ocupando de su nueva compañera de


trabajo, quien necesitaba un apoyo para el quehacer laboral. Ella aprendía
muy rápido y tenía una disposición tremenda para trabajar, al igual que
para vivir.

—Me encantaría ir al museo —le comentó en un momento de silencio—.


¿Te gustaría acompañarme?

Él la miró pues en ese momento se encontraba leyendo unos informes


financieros que requerían de toda su atención.

—¿Cómo? Sí, claro, ¿cómo no? —respondió él enseguida.

Esa misma tarde salieron antes del trabajo para visitar el gran museo.
Hicieron una pequeña cola y se introdujeron en otro mundo. Él ya conocía
el museo y sus obras, pero era cierto que habían pasado años desde la
última vez.

Pasearon viendo las obras y parándose ante las que más les llamaran la
atención. Ella no habló tanto, quizá asombrada por tanta magnificiencia y
sobre todo, por tanta energía contenida en impresiones de pintura.

En un momento dado, nuestro joven escritor se dispuso a observar a los


grupos de personas, normalmente extranjeras, a quienes un guía les
explicaba cuadro por cuadro.

Vio a mujeres y hombres pararse ante cada cuadro, vio cómo no


escuchaban lo que el guía les decía, pero sobre todo captó la esencia de la
no esencia, de cómo una persona puede atragantarse en una hora de

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información que luego escupe, porque no le gusta o porque no era su hora


de comer.

“No se puede analizar ni mirar un cuadro cuando no lo admiras o cuando


no has venido en su búsqueda. El arte y los actos grandiosos están
destinados a ser contemplados desde el silencio”.

Estas palabras le fueron dictadas a nuestro señor joven escritor mientras


observaba los grupos de personas que iban y venían, con sus mochilas o
bolsos, móviles y atuendos.

De repente se entusiasmó. Ya tenía otro motivo para escribir en su novela.


¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ya sabía incluso cómo iba a titular
ese capítulo.

Cuando salieron del museo, ella se encontraba exhausta, mientras que él, el
escritor, estaba lleno de fuerza que necesitaba sacar afuera. Y eso hizo,
nada más llegar a su casa y ponerse frente al ordenador.

Al día siguiente era viernes y en la empresa tenían como costumbre


tomarse una copa juntos en un bar-lounge de música de finales de los años
90, en donde te servían unos cócteles que te preparaban para pasar un
gran fin de semana. Para otros, los preparaba para afrontar la vida familiar
del fin de semana con compromisos varios.

Allí se encontraron los de siempre, más algunos compañeros que no solían


apuntarse siempre y con la ausencia de otros que tampoco solían asistir
siempre. La nueva compañera asistió, por supuesto.

La música sonaba quizá un poco alta, según advirtió el señor joven escritor
pero no dijeron nada. Enseguida te envuelves en el ambiente y olvidas el
volumen de la música, pues eres ya parte de ella.

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Hablaron y rieron y quizá tomaron algún cóctel de más, al menos el


escritor, quien acostumbraba solamente a beber vino y sabía que el alcohol
destilado se le subía pronto a la cabeza.

La nueva compañera se mostró cauta en hablar de ella misma, quizá


porque fueran muchos y ella notara que no era el momento de acaparar la
atención de los otros hacia ella o tal vez porque la música les impedía oírse
con claridad entre ellos.

Todos se relajaron, riéndose y contando anécdotas graciosas que


provocaban más risas y en un instante, como quien dice, se habían hecho
con el lugar, como si siempre hubiesen estado allí y el lugar formara parte
de ellos también.

Se encontraban tan a gusto que ocurre lo que ocurre, que se rompe la


magia cuando te tienes que ir, como si acabara esa escena que debería
durar en el tiempo siempre, pues no es importante quién eres ni lo que
digas ni lo que el otro te cuente, sino que eres importante porque estás ahí,
justo en ese instante viviéndolo con otros. Esa es la realidad también.

“La realidad no es únicamente el deber de la rutina, volver a casa a tu


hora para dar de cenar a tus hijos o porque tu pareja ya está ahí. La
realidad no es únicamente la rutina del trabajo y el contar los días que
quedan para que lleguen las vacaciones para luego volver a incorporarte
a la realidad. La realidad es también este momento casi borroso, la
embriaguez y las risas.

¿Por qué las personas vivimos estos momentos como si no pertenecieran a


nuestras vidas?”

Fue en un segundo cuando este pensamiento le vino al escritor. Sabía que


estaba viendo una parte importante de la vida de las personas del mundo,
pues es una circunstancia universal que todos compartimos como una
verdad.

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Una vez más se puso contento porque ya tenía más contenido para su libro.
Este, en concreto, lo trataría con la profundidad y honestidad que merecía.

Esta sensación lo llenó aún más que los dos cócteles que ya había tomado y
su euforia no manifestada aumentó. Se sintió el hombre más feliz del
mundo, el más afortunado en medio de las risas y palabras de sus
compañeros entre la música de fondo, que daban sentido a esa escena.

Le sonó el móvil. Era su madre. Se alejó del lugar de ruidos, acercándose a


la puerta del local para hablar con ella.

—¡Hijo mío! Te he llamado dos veces —le dijo su madre.

—Disculpa mamá —le contestó casi en gritos el escritor para que ella
pudiera oírlo perfectamente—. Estoy con mis compañeros de trabajo
tomando algo. No he oído tus llamadas, mamá. ¿Todo bien?

—Estupendamente, hijo mío —respondió su madre—. Era para recordarte


que mañana comemos juntos, en casa. He preparado algo que te gusta.

—Sí, mamá. No me había olvidado —respondió contento pero con cierta


premura—. Allí estaré. Llevaré una botella de vino.

—No hace falta que traigas nada, hijo mío. Ya sabes que aquí hay de todo.

Abandonaron el lugar para cada uno dirigirse a su realidad, la única que


reconocen como tal. Se despidieron deseándose un feliz fin de semana.

—¿Quieres que cenemos juntos? —sugirió ella al joven escritor—. A no ser


que tengas ya un plan.

El escritor pensó que el único plan que tenía era su cita con el ordenador y
eso le atraía sobremanera pero también ella lo hacía. La miró con atención
pero con discreción y dijo que sí.

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—¿Dónde vives? —le preguntó mostrándole su bonita sonrisa—. Pasaré a


buscarte en dos horas y te enseñaré un restaurante precioso.

Los dos entraron en el jardín del restaurante, abierto ya aunque aún no


había venido el calor del verano pero sí las noches suaves que lo preceden.

Esta vez se respiraba tranquilidad. Los otroscomensales hablaban en baja


voz y la armonía se instauró en su momento.

Ella, al contrario de lo esperado, lo dejó hablar y quiso saber detalles de su


vida. Él contestaba a todo con pausa y tranquilidad, dejando espacio para
que ella hablara también, como era su personalidad.

Rieron y sonrieron como cómplices que acaban de ser presentados para un


objetivo en común.

Entonces ella le contó su anterior historia con su ex pareja y de ahí pasó a


hablar de sexo de una manera sutil que hizo sonrojar un poco al ahora más
joven señor escritor, aunque él hizo como si cada día de su vida hablara de
sexualidad como un tema cotidiano.

Él la escuchaba atentamente mientras un calor que quemaba le subía por


su cuerpo. Ya no sabía ni siquiera el tiempo que no había tenido relaciones
con una mujer y el hecho de pensarlo, le asustaba y lo retiraba enseguida
de su mente.

Sabía que el libro y su pasión por la escritura llenaban cada hueco vital de
su vida pero en ese momento, en esa cena, después de unas cócteles y de un
par de copas de vino y con una mujer delante hablándole de sexualidad,
descubrió otros huecos de su vida pidiendo ser ocupados.

El calor le seguía subiendo, pero él, hombre recto y educado, no mostró ni


un ápice de deseo que pudiera molestar a la mujer que tenía frente a él.

Ella se descalzó y extendió su pierna hasta alcanzar a nuestro más joven


aún escritor. En ese momento, él se sintió acosado pero claro, un hombre

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no puede mostrar ese acoso. No supo qué decir ni qué hacer, con lo que se
dejó hacer y se echó a reír, por no gritar.

Ella rio con él también. Y siguieron riéndose mientras la pierna de ella le


acariciaba sus piernas, llegando a sus muslos vestidos con un pantalón
cuyo tejido era seda para los pies de ella.

Esa noche, nuestro súper joven escritor la pasó sobre la cama de ella,
pasando uno de los momentos más plenos de sus últimos meses, aparte de
la relación con su novela.

Tuvo la sensación de que todo estuvo siempre preparado, pues todo fue
siendo perfecto a medida que el tiempo y las escenas pasaban y se vivían.

El escritor sentía la vida como escenas y como guiones que se superponían


para ayudarte a vivir la escena.

Y allí se despertó nuestro rejuvenecido escritor, en la cama de ella, la nueva


compañera de trabajo, cuando se dio cuenta de que ya se había pasado la
hora a la que había quedado para comer con su madre.

Se sentó bien tarde y ya por la tarde ante el ordenador para poder escribir
todo lo acontecido desde el día anterior, pero no se sintió inspirado. Tenía
ganas pero la emoción no le subía como tenía que hacerlo cuando se
sentaba en el ordenador.

Él sabía mejor que nadie cuándo dedicarse a escribir. Su libro era su tesoro
y como tal, tenía que ser tratado.

Entonces, se dispuso a recoger su casa, a ordenar sus papeles y su ropa con


tal de que la inspiración le llegase.

Después de una hora de trajín, pensó que podía ir a casa de su madre. Ya se


había disculpado ante ella por teléfono y ella lo entendió, pues él nunca
había fallado a nadie. Además, se apresuró a comprarle desde un servicio
expres por internet, un ramo de rosas azules.

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Entonces, tomó la decisión de invitarla a cenar, en un lugar muy cerca de la


casa de su madre, un lugar que a ella le encantaba.

Se metió en la ducha antes de llamarla y mientras se duchaba, pensó que


podía presentarse en su casa sin avisarla. Conocía las costumbres de su
madre y sabía a ciencia cierta que estaría viendo su programa favorito en la
televisión.

Tomó el coche y se fue, bien contento por poder corresponder la falta que
había cometido. En el camino hacia casa de su madre, sonó su móvil. Era
su hermana.

Ya habían pasado casi veinte horas desde que su madre había fallecido, el
sábado por la tarde-noche, justo cuando él decidía cenar con ella y se
dirigía a la ducha.

—Había estado hablando con ella por teléfono y todo parecía normal —le
contó su desconsolada hermana con lágrimas en los ojos—. Y me dijo que
iba a ver el programa de la tele —añadió—. También me dijo que tú no
fuiste a comer porque te habías levantado tarde.

—Sí, así es pero..

—No pasa nada —dijo en sollozos su hermana, abrazándose a él


fuertemente, interrumpiendo sus palabras—. Lo que tiene que pasar, pasa.

Él abrazaba a su hermana, un poco perdido, desorientado.

—Entonces me llamaron sus vecinos —continuó su hermana, casi sin poder


hablar—. Parece ser que le traían un ramo de flores. Ella abrió la puerta y
cuando fue a buscar su monedero para darle una propina al chico que le
traía las flores, este oyó un golpe. Se metió en la casa y se la encontró en el
suelo, en la puerta de su dormitorio. Le había dado un infarto.

Los dos hermanos se miraron a los ojos, abrazándose fuertemente. Ella


lloraba desconsoladamente. Él no soltó ni una lágrima.

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Volvió a casa del tanatorio después de la medianoche. Todo había acabado,


además de que todo había sido tan rápido que no había tenido tiempo de
asimilar ningún detalle de la escena total.

Se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá del salón. Miró por la terraza la


noche medio cálida, medio fría de la ciudad iluminada.

Se dio la vuelta y se sentó en el sofá. Entonces, tomó su móvil y lo


encendió.

Muchos mensajes sonaron, la mayoría de familiares o de allegados.

¡Todo había sido tan rápido!

Pero un mensaje le llamó la atención. Era ella, la mujer con la que había
pasado la noche anterior.

Eso lo sacó de su escena y por ello, quiso oír la grabación que ella había
dejado en su buzón de voz.

“¿Sabes? No he parado de llamarte y todo el tiempo ha estado el teléfono


apagado. No pasa nada, ya he entendido el mensaje. Si no quieres verme
ni hablar conmigo, podrías tener el valor de decírmelo en la cara y no
esconderte apagando el teléfono. Todos los hombres sóis iguales. Solo
queréis sexo y después, como si nada pasara. ¡Cómo os cuesta
comprometeros!

Pues has metido la pata porque yo no te iba a complicar la vida, no quiero


nada de ti, ni siquiera volverme a acostar contigo. Pero me pareciste una
persona educada y por eso pensé que eras diferente.

Podías haberme escrito aunque fuera un mensaje para contarme qué tal
lo pasaste ayer conmigo o para disculparte por no cogerme el teléfono o
por tenerlo apagado.

Eres como todos. Un cobarde.

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¡Ah! Por cierto, de esto ni una palabra en la oficina y menos a tu


compañero de despacho, que parece un cotilla. ¡Ni se te ocurra decir
nada!

Entre nosotros, no ha pasado nada ni pasará nunca más. Ha sido un


error”.

Y sonó un pitido fuerte como señal de que el mensaje había finalizado.


Nuestro ya no tan joven señor escritor se dirigió a la cocina a beber un vaso
de agua, luego se desnudó para darse una ducha.

Y una vez bajo el agua, se puso a llorar. Al principio por desahogo y por
impotencia. Luego por tristeza y luego, porque esta tristeza lo llenó de
motivo para seguir escribiendo su libro, el libro que sería un éxito, el del
desamor.

Historia del
desamor

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Comunicación desde el instinto

A finales del pasado mes de febrero, se inauguró el Espacio C~instinto.


Doy la bienvenida, una vez más, a todos los suscritos a dicho espacio, des-
de el que desde ese día hasta siempre, ofreceré todas las conferencias que
antes eran de naturaleza pública.
Para mí es un placer poder tener un lugar de encuentro en donde pueda
transmitir todo lo que “Comunicación desde el instinto” abarca, que es la
vida misma, de una manera abierta, desde la intimidad y desde lo que se
tacharía de “políticamente incorrecto”.
Gracias a poder expresarme como tengo que hacerlo, pues lo hago desde
mi sitio y solo para aquellos que quieren entrar en él, la transmisión es
más pura, bidireccional y sobre todo, auténtica, en el sentido de que no
está basada ni amparada en ninguna autoridad competente, como la
ciencia, la religión o cualquier corriente metafísica o espiritual.
Creé este espacio desde un precio simbólico para que todo el interesado
pudiese suscribirse y poder llegar a todos, ya que soy consciente de que
son muchos de ustedes quienes me siguen desde muy lejos.
Seguimos adelante, hablando sobre todo y dando esa visión de todo por
encima de la realidad que creó ese todo.
Gracias por tu comprensión y por tu compañía.

Ruth Morales

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Comunicación
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Comunicación desde el instinto

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“Lo que no sabes por sentido común o por medio del


instinto, te lo dice la ciencia.

Por lo tanto, es más propio que hagamos uso del


instinto para no tener que preguntar a nadie”.

“¿A qué me estoy refiriendo cuando digo instinto?”

Ruth Morales, marzo 2018

Comunicación desde el instinto. La nueva respuesta

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Comunicación desde el instinto. Personas

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¿Qué hacer cuando no aguantas a alguien con


quien tienes que convivir?

¿Quién no ha tenido problemas de comunicación con alguien de su en-


torno? Yo creo que todos nosotros.

El caso se torna grave cuando a quienes no aguantamos viven bajo el mis-


mo techo, dígase pareja, padres, hermanos o hijos.

Quizá sea el comportamiento de ellos, quizá sus costumbres que ya se han


separado de las tuyas con el paso del tiempo. O quizá tú, que ya no aguan-
tas aquello que aguantaste en su momento.

Vivir y convivir parecen contradictorios y, como


es políticamente incorrecto decir que no aguan-
Este sería el mo-
mento ideal para tas a tu pareja ni a tus hijos, pues nos callamos y
aquel que le gusta soltamos esos exabruptos cuando hemos tomado
recitar frases tópi- una copa de más entre amigos, mientras los de-
cas sobre la vida, la más asienten mostrándote que a ellos les ocurre
familia y el amor. lo mismo que a ti.

Hay muchas fórmulas para acabar con esto pero comencemos por la más
suave, la cual desvelaré al final de este escrito.

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Comunicación desde el instinto. Personas

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Nuestra pareja. Los errores de siempre.

Tenemos que aceptar y entender que nuestra pareja es una persona que
habita con nosotros (cuando ese es el caso), con sus historias y con su trayec-
toria de vida y que no tiene porqué parecerse a esa persona que te volvió
loco o loca, cuando decidiste vivir con él o con ella.

Hay una parte importante en “Comunicación desde el instinto” y es hablar


con la persona en cuestión, sin querer imponer nada sino tan solo, declarar
tu nuevo estado, quién eres y lo que vas a hacer.

Ahora me explicaré mejor.

¿Quién dijo que una pareja tiene que compartir la cama para
dormir?

No pasa nada con dormir en habitaciones separadas, aunque hoy, tal


cual se presentan las nuevas viviendas, uno de los dos puede acabar
durmiendo en el trastero, a falta de estancias para ese fin.

Si tu pareja ronca o si ya no descansas


La convivencia se puede
bien por la noche porque no aguantas
arreglar o bien mejorar si
a tu compañero de sueño, ve a otra ha-
se hace este primer paso.
bitación o bien, duerme en otra cama.

Si estás en vías de convivir con tu pareja, lo que significa que aún no lo has
hecho, piensa antes en dejar una habitación libre, pero no para los invita-
dos, como antaño, sino para ti, cuando quieras descansar de verdad.

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Vivir con los hijos. La negociación

En cuanto a los hijos, el problema comienza en la adolescencia.

La palabra nos lo advierte ya, adolecer. No solo adolecen ellos sino tam-
bién sus padres. Es una etapa que los chicos deberían pasar solos o con
otros chicos de su edad. Sin embargo, es la etapa en la que los padres los
vigilan más, por miedo a que el árbol se tuerza, si es que alguna vez quisie-
ron que estuviese recto.

El mayor miedo de los padres es que les pase algo malo a sus hijos, como
podría ser entrar en el mundo de las adicciones, drogas, violencia, etc.

Un error que se suele cometer es el dar explicaciones a los hijos adolescen-


tes cuando los padres toman una decisión o dictan una norma.

Los hijos intentan “negociar”, lo cual, traducido al lenguaje corriente, nos


entenderíamos mejor si digo “sacarte de quicio”, hurgando en las razones
por las que has tomado esa decisión, alegando otras para intentar llevarte a
su terreno.

Algunos padres caen en la trampa, quizá cansados ya de siempre discutir o


por probar otros recursos cuando, en estos casos y si se trata de una deci-
sión firme, el padre o madre jamás debería entrar en el juego del razona-
miento.

Un padre/madre no tiene que sentirse obligado a dar ninguna expli-


cación a sus hijos, por mucho que la tendencia te dicte que sí.

¿Qué te dice el sentido común?

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Perder este punto de referencia es lo que está trayendo muchos males a las
familias y las familias están formadas por personas. Nos confundimos y
entonces entramos en un bucle de conflictos que, además, compartimos
con otros, con el mundo, pues todos nos relacionamos con todos.

Un padre/madre debe dar razones a sus hijos cuando así lo crea con-
veniente y porque le plazca y no por obligación o tendencia del bien.

Tanta teoría sobre la evolución y desarrollo humanos en donde se impone


que todos somos iguales, está trayendo mucho daño, daño que todos nos
tragamos porque parece que cometemos un delito si nos posicionamos en
nuestro sitio, el sitio de la lógica aplastante.

“Comunicación desde el instinto” trata de que cada persona se corrija por


sí misma, teniendo como punto de referencia su propia lógica o comodi-
dad, lo que llamamos, sentido común.

Si viviéramos en cuevas en donde una mujer paría y todos cuidaban


de ese bebé, el cuento habría sido diferente. Pero nuestro cuento tra-
ta de cuidar a nuestros hijos, de llevarlos al médico cuando están en-
fermos, de darles una educación día tras día, de darles de comer, de
proporcionales un hogar seguro, un colegio, unas actividades extra-
escolares, celebrar sus cumpleaños, llevarlos al parque, pasar las no-
ches en vela durante sus múltiples malestares, enfermedades y pesa-
dillas, escucharlos, hablar con los profesores, buscar dónde ir de va-
caciones para que disfruten e intentar ajustar las vacaciones de uno
mismo con las de ellos.

¿Sigo? Todo padre/madre me entenderá.

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Y estoy hablando de un niño sano, en el sentido de un niño que ha nacido


con ausencia de algún trastorno o patología. En este caso, el cuento se hace
más largo y quizá, más íntimo y solitario.

Entonces, después de lo dicho, ¿aún nos sentimos mal por ponernos firmes
ante una decisión frente a un adolescente? ¿Nos sentimos mal por no darle
las razones que te está pidiendo que te llevaron a tomar esa decisión?

¿Es que él o ella merecen esa explicación por ser adolescentes?

Los padres del siglo XXI están totalmente confundidos y asustados. Más se
actualizan, menos poder tienen.

Recuerda, tu hijo
Lo que funciona es el sentido común. siempre te juzgará, no
importa desde dónde
Este es flexible, instintivo y gratis. tú hayas tomado la de-
cisión.

Cuando ya no puedas más en una situación que se repite en tu hogar o en-


torno más cercano, en lugar de repetir el patrón de discusiones, preguntas
inquisitorias y enfados, respira hondo, dirígete a la persona en cuestión y
pregúntale con toda la tranquilidad y firmeza del mundo:

¿Te puedo ayudar en algo?

Y luego vuelve a respirar.

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El código de caballero ha existido siempre y no está


reñido con la tendencia, es decir, con la actualidad.

Si este comportamiento
no le gusta a una mu-
jer, es su gusto y su
sentido de la vida, pero
no es el tuyo.

El hombre caballero lo
es por esencia y no por
tendencia.

¡A un caballero le corresponde una dama!

En estos momentos tan confusos, en donde todo está revuelto, como una
caja de herramientas colmada de metales, es cuando más se ve el brillo del
diamante. Sin embargo, muchos hombres de hoy sienten dudas a la hora
de comportarse ante una mujer. No pasa nada si eres homosexual, bisexual
o cualquiera que sea tu sexualidad. Es una cuestión de esencia, no es malo
ni bueno, es algo que se lleva dentro y que convive con nosotros desde que
fuimos mujeres y hombres, es decir, seres humanos.

Nada de afuera está reñido con los buenos modales, la educación, la distin-
ción y por tanto, la excelencia.

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¡Atención!
El hombre de hoy que se deje llevar por la tendencia, está perdido si
no encuentra su punto de referencia en el colectivo.
Es decir, en la tendencia.

Sin embargo, hay hombres que no se identifican con la tendencia. Son


aquellos que están dudando en este maremágnum de confusión, son los
que pueden comunicarse de manera perfecta desde el instinto, eso que yo
transmito desde el Espacio C~instinto.

¡Ya hemos hablado sobre ello!

En el Espacio C~instinto ya he ofrecido mi primera videoconferencia sobre “El


hombre del siglo XXI”. Puedes acceder a ella pinchando AQUÍ.

También te animo a que te suscribas al Espacio, pues estamos comenzando a


hablar del instinto. Pincha AQUÍ para ir a los detalles de la suscripción.

Tenemos todo el tiempo y el espacio del mundo para abarcar todo y más.

Hablaremos sobre cualquier tema de la vida misma, siempre desde el punto de


referencia de “Comunicación desde el instinto”, más allá de cualquier tendencia
que no nos represente.

Espacio C~instinto
El hombre del siglo XXI

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Comunicación desde el instinto. Empresa

Ruth Morales
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La falta de actitud es lo que hace que una empresa pequeña o


empresario autónomo sean corrientes, permaneciendo siempre
en la misma situación.

@Ruth Morales www.cambioderealidad.com

Las grandes y medianas empresas tienen ya su propósito empresarial


encaminado. Pueden fracasar pero ya están en el camino.

Hablo de las pequeñas empresas y del que trabaja para sí mismo como
ejemplos de la falta de actitud que les afecta a la mayoría de ellos. Lo veo
con mis propios ojos cada día. ¿A qué me refiero con falta de actitud?

A que no ven las oportunidades que tienen ante sus ojos. El mundo está en
continuo movimiento y ellos están firmes mirando al suelo, haciendo lo
que saben hacer. Esto está bien, porque no todos podemos ver esas
oportunidades, pues, de ser así, dejarían de serlo y no habría oportunidad
de destacar o de salir adelante.

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¿Por qué hablo de la traducción en este espacio de comunicarnos


desde el instinto?
Porque el instinto está detrás de todo acto y sentimiento humanos. Y la
traducción es una creación que parte de un original en donde, si no te has
“comunicado” bien con él, la creación resultante está lejana de su origen, el
texto original.

Por lo tanto, la comunicación debe ser pura y sin interferencias y está en el


traductor que sea flexible, que se adapte al destinatario final (lengua a la que
está traduciendo) sin violar la esencia (música, tono, intención, forma y contenido)
del creador original.

Cuando leemos una novela, una página web o un blog, un prospecto de un


medicamento y otros, no nos damos cuenta de que estamos leyendo el
resultado de una traducción.

¿Quién te ha hecho llegar a la lengua en la que mejor te comunicas, esas


palabras que ahora lees? ¿Nos hemos parado a pensar lo delicado y único
que es traducir con respeto e impecabilidad?

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Comunicación desde el instinto. Empresa

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Pues esas son las aptitudes y la actitud que tiene que tener todo traductor.
No basta con conocer ambas lenguas. El resultado, en este caso, sería una
traducción nefasta, como podemos comprobar en muchos casos.

El traductor profesional es un artista que hace de su traducción, su obra de


arte y quiere que, del mismo modo, sea recibida.

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El alfabeto a gritos. El libro


Redacción. Maquiavelo García. Redacción. Equipo Revista C~instinto

Por fin llegó el día del intercambio. Habían pasado dos semanas desde que
nuestra virginal compañera María del Carmen había sido elegida como la
primera lectora del libro que trataba sobre la sexualidad femenina.

Llegó a la redacción diez minutos antes, como de costumbre, después de


haber faltado tres días al trabajo. Todos observaron con atención los mismos
detalles. María del Carmen ya no llevaba la bolsa brillante que tanto le servía
para ir al supermercado como de bolso a juego con lo que llevara puesto,
sino que portaba un bolso, más bien pequeño, que le daba un toque de alta
ejecutiva hermosamente femenina.

De repente Eustaquio se fijó en sus zapatos.

—¡Wow! —aulló, casi sin querer, mientras se echaba bruscamente hacia


atrás en su silla de ruedas, con aire cansado, pues había estado toda la no-
che escribiendo un artículo, apostando porque ese artículo fuera el que le
haría destacar, ya de una vez por todas, como el periodista más atrevido de
la redacción.

María del Carmen ya no calzaba sus zapatos de goma ortopédica que tan-
to se pueden usar con medias como sin ellas, de color marrón o gris rata, pa-
ra ir a misa o para ir al mercado, que van a juego con todo. En su lugar, lle-
vaba unos zapatos de tacón, clásicos, de salón, de los que llevan las mujeres
cuando se sienten seguras y que no necesitan llamar la atención con otros
atuendos a modo de calzado que estén de moda.

María del Carmen saludó como todos los días, como si nada hubiese ocu-
rrido, y se sentó en su mesa, dejando el diminuto bolso a su lado, como si
siempre hubiese hecho lo mismo, en lugar de colgarlo en el respaldo de su
silla sin ruedas.

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Cruzó las piernas debajo de la mesa mientras Eustaquio la miraba boquia-


bierto.

En un instante, llegaron todos.

María del Carmen entregó el libro a Manuel, el segundo elegido. Él lo to-


mó con cierta desgana, algo que nos dio cierto coraje al resto, pues todos
estábamos deseando leer el deseado libro. Manuel llevaba tiempo un tanto
desorientado y algunos alegaban que su pareja lo había abandonado.

“Quizá no supiera hacerle el amor”, pensó Eustaquio sonriéndose para sus


adentros, mientras se colocaba bien en su silla de ruedas para acabar el di-
choso artículo que le haría diferenciarse como periodista en la redacción.

Eulalia se dispuso a anotar que ese mismo día había dado lugar el inter-
cambio del libro, con lo que a partir de ese momento, era Manuel quien lo
poseía.

Este se sentó en su mesa y se dispuso a ojearlo.

—¡A ver cuándo se escribe un alfabeto para el hombre! —exclamó en alta


voz.

—¡Jaja! —rio Eustaquio—. Para eso no nos hace falta que nadie lo escriba,
los hombres ya nos hemos aprendido todos los alfabetos del mundo.

Y luego añadió.

—Sobre todo tú, Manuel —dijo mientras lo señalaba con el dedo, colo-
cando su espalda recta en el respaldo de la silla con ruedas—, que no paras
de ver todo tipo de guarradas, jaja.

—No son guarradas. Es arte en movimiento —respondió Manuel.

—¡Chicos! —exclamó Eulalia—. Por favor, sed más discretos, que estamos
nosotras delante.

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—Vosotras no sois mujeres —respondió Manuel—. Sois compañeras de


trabajo.

Tanto Manuel como Eustaquio rompieron a reír a carcajadas.

Eulalia siguió con lo suyo, sin prestar atención a lo que decían sus compa-
ñeros.

Pero María del Carmen alzó la vista, sin mover la cabeza del ordenador,
atisbando una sonrisa.

Después de unos segundos, Eustaquio, como siempre, rompió el silencio:

—¿Y Maquiavelo? ¿No ha venido hoy? —preguntó inquisitivamente mi-


rando a ambos lados del departamento.

—Es verdad, no está —dijo Manuel asombrado, como si cayera en la cuen-


ta en ese momento de la ausencia de Maquiavelo.

—Pues yo juraría que nunca se ha dado de baja —comentó Eustaquio,


mientras miraba de reojo a María del Carmen.

—Chicos, ¡qué tontos sois! —exclamó Eulalia—. Lo mismo Don Salvador lo


ha enviado a hacer una entrevista.

—¡A ver si lo envía a Australia, jajaja! —gritó Eustaquio mostrando ya su


cansancio por no haber dormido esa noche—. Creo que me pegó su alergia o
lo que tuviese. No he parado de estornudar en toda la noche.

—La alergia no se pega, animal —convino a decir Rosa, quien, hasta ese
momento, había permanecido en silencio—. No piensas en lo que dices y eso
que eres periodista.

Rosa tomó su bolso y se dirigió al aseo, sin mirar a nadie.

—¿Y a esta qué le pasa? —preguntó Eustaquio—. ¿Es que tiene la regla?

—A lo mejor es que no la tiene, jajaja —respondió irónicamente Manuel.

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Ambos estallaron en risas mientras Eulalia miraba de reojo a María del


Carmen, comprobando que nada de lo que ellos dijeron, la había perturba-
do.

Eulalia siguió con su tarea, como si nada pasase a su alrededor pero antes
de retomarla, envió un WhatsApp a su grupo del “Club Solidario con el mun-
do y con parte del Universo” para convocarlos a una reunión esa misma se-
mana.

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EL ALFABETO A GRITOS
Por la Doctora Licenciada Doña Alegría Descomunal García

La D es una bonita letra pues con ella empieza el Deseo.


El deseo es para la sexualidad como el combustible para hacer fuego. Sin
deseo, no hay nada. Es cierto que estamos hechos para el sexo, es decir, es-
tamos Dotados para que, incluso sin deseo, podamos llegar a un orgasmo.
La sexualidad es tremendamente física y por ello, podemos realizarla sin
ningún combustible previo. Al final, llegas, tarde o temprano, pero llegas.
Sin embargo, hacer el sexo (un autocultivo o con otra persona) sin deseo,
provoca una alteración de la propia naturaleza de la sexualidad y es esa la
razón por la que existen “estímulos” que nos vemos obligados a usar para
que venga el deseo.
¿Es esto normal?
Sí, es normal pero va contra natura. ¿Para qué usar un lubricante como ac-
tivador del deseo sexual? Si no hay deseo, no hay necesidad de realizar el
sexo.
¿Nos tomamos nosotros una pastilla para que nos entren ganas de comer
chocolate?
Otra cosa sería que se necesitase ese lubricante por trastornos o proble-
mas físicos que podamos estar padeciendo, eso quedaría fuera de esta cues-
tión.
El mejor lubricante es el Dedo para la mujer o los dedos, si puede ser. El
dedo junto al deseo hacen una pareja armoniosa que canta como si fuera un

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dueto musical.
El deseo puede provocarse sin artilugios fuera de lugar. Es con la imagina-
ción como despertamos ese deseo, que es un fuego que empieza como una
vela y va subiendo hasta casi quemarte.
Sin embargo, hay que señalar, para evitar malentendidos, que el deseo
también hace que escojas un artilugio para provocarse a sí mismo.
¿Me estoy explicando?
Lo que va contra la naturaleza de la sexualidad es tratar de provocar un
deseo cuando no se tiene el deseo de ser provocado, por si el lector me ha-
bía entendido mal.
El Deseo hace a la mujer más guapa, pues somos hormonas pidiendo ex-
presarse en altavoz. Esas hormonas hacen a la mujer más bella, ya que la na-
turaleza es abundante e inteligente y nos Dona todo gratis, hasta la belleza
del deseo.
¿Has notado, mujer, cómo brillan tus ojos y tu tez cuando estás preparada,
es decir, cuando tienes deseo?
¡Mírate al espejo y compruébalo tú misma!
Ahora me he explicado mejor. Tener relaciones sexuales de cualquier mo-
do sin ningún deseo es como comer sin ganas de comer.
Toda mujer debe tocarse con sus propios dedos. A veces pienso que he-
mos nacido con ellos para ese propósito. Se puede hacer maravillas con los
dedos de una misma mientras ellos te provocan maravillas al ser usados.
La Delicadeza es fundamental para con una misma y para Dar a nuestro
amante.
Siempre es mejor decir “arre” que “so”, al menos, en la cama. Toca a tu
amante con delicadeza y con tus dedos y si no sientes nada, no tenías que
haber empezado. No pasa nada, siempre se puede retroceder. No comete-

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mos ningún delito por pararnos.


Haz retroceder a tu amante también si no hace algo con la delicadeza que
se exige en la sexualidad.
Tampoco pasa nada por parar el acto.
Las mujeres no estamos acostumbradas a Decir lo que nos gusta o no. Es
como si nos hubieran tapado la boca toda la vida y la realidad sexual haya
caído en secreto.
Es hora de Destapar el misterio. No hay ningún secreto, lo que hay es una
falsa historia pasada de boca en boca, sobre todo la de las mujeres, que ha
Distorsionado la verdad.
Ninguna mujer está obligada a hacer el amor sin deseo. No hay ninguna
norma, nadie hace el amor mejor que nadie.
La única mujer que hace bien el amor es la que lo hace con Deseo.
Ese es el secreto sin Desvelar.
Así que, Dejemos de ser ingenuas, usemos los dedos, con delicadeza y
démonos, primero, lo mejor de lo mejor a nosotras mismas y luego, demos
lo mejor de nosotras mismas al amante, quien te está amando y a quien es-
tás amando.
Eso es lo que es un amante, quien desea amarte y a quien deseas amar en
este mismo momento y no en la eternidad.

Esa pasada noche, Maquiavelo había permanecido casi una hora encerra-
do en un ascensor de un barrio del extrarradio. Su móvil se había quedado
sin batería y desde el entresuelo del sótano y la planta baja, nadie oía sus re-

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clamos. Era un ascensor antiguo, a punto de ser revisado por la autoridad


competente para instalarle un teléfono de emergencias. De hecho, Maquia-
velo, en su hora de angustia y de soledad, pudo leer el letrero que estaba
pegado en la pared del ascensor.
“Mañana, de 9,30 a 12,00 el ascensor no estará en funcionamiento
porque se le instalará un teléfono de emergencia.
Disculpen las molestias”.
Firmado.
El presidente de la Comunidad, con un sello al lado.
Cuando un vecino, al llegar a una hora tardía de la noche, vio que el ascen-
sor no funcionaba, pudo oír un leve aullido y entonces entendió que alguien
había quedado atrapado dentro. Fue el vecino quien pidió ayuda.
Cuando sacaron a Maquiavelo y comprobaron que no podía emitir un so-
nido, llamaron a una ambulancia, en la que lo introdujeron mientras le ha-
cían unas preguntas para descartar posibles lesiones.
—¿Cómo se llama usted?
—¡Mm! Pues, espere, me llamo… —dudaba Maquiavelo, con tal de no de-
cir su nombre, para no delatarse.
—Levante el brazo derecho —le ordenaron.
Maquiavelo levantó el izquierdo pero no por torpeza sino porque el hom-
bro derecho le dolía mucho, casi dislocado, dado que ese hombro había es-
tado aguantando el peso de todo su cuerpo durante toda la tarde-noche del
día anterior.
“Hay que llevarlo al hospital”. Ordenó el asistente médico.
Esa fue la razón por la que Maquiavelo no se presentó ese día en el traba-
jo. Estaba en el hospital, en observación, ya que se sospechaba que había
sufrido un principio de ictus.

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Lo que había sufrido realmente Maquiavelo era un susto de escándalo.


Dos meses antes, se había presentado en ese barrio a entrevistar a unas
mujeres por una manifestación feminista que había dado lugar unos días an-
tes. Era el tema tendencia y como siempre ocurría, como por arte de magia,
le tocaba cubrirlo a Maquiavelo.
De alguna manera, siempre tenía que entrevistar a mujeres.
Las mujeres lo recibieron en una peluquería, dado que la peluquera, la
dueña del negocio, ejercía de cabeza del grupo feminista y así lo determinó
ella, que la entrevista fuera en su negocio y de paso, le hacía publicidad.
Allí fue donde la conoció. No a la peluquera ni a ninguna mujer feminista
sino a ella, a su amante, con quien había pasado toda la tarde-noche tenien-
do relaciones sexuales que le causaron una luxación de su hombro derecho.
Ese día, ella estaba en esa peluquería del barrio en el extrarradio, hacién-
dose la manicura. Le sonrió, pues vio a un hombre medio indefenso ante
tantas mujeres queriendo ser protagonistas de su entrevista para una revista
que las haría famosas, cuanto menos, en las redes sociales.
Ella le guiñó el ojo. Al acabar la tan alterada entrevista, Maquiavelo se la
encontró en el portal de al lado, esperándolo. Lo hizo subir y si fuera posible,
se podría decir que lo violó.
Su marido era policía y a partir de ese día, cada vez que era enviado a una
misión fuera de la ciudad, ella llamaba a Maquiavelo. Ponían música alta, a
veces ópera y otras veces canciones de cantautores que jadean y gritan en
lugar de cantar, canciones que venían muy bien cuando ella comenzaba a
gritar.
Y fue en ese ascensor, el de su casa, donde Maquiavelo se quedó encerra-
do sin un móvil operativo y sin timbre de llamada de emergencia, mientras
sus pensamientos sobre si el policía lo pillaba, lo iban menguando cada se-
gundo que pasaba.

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Y estas fueron las circunstancias por la que Maquiavelo fue diagnosticado


de principio de ictus, dándole el alta médica sin que hubieran hallado ningún
síntoma de dicha enfermedad y sin que nadie se diera cuenta de que su
hombro derecho no lo tenía en su lugar.

Continuará con la E, la F y…..

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La comunicación empieza por


la palabra comunicada.

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Muchas palabras de uso común que empiezan por la


sílaba “a” o “ha” tónica, son FEMENINAS.

Una sílaba tónica significa que en esa sílaba recae el tono de la palabra. Un
ejemplo es:

 Libro. La sílaba tónica recae en “Li”. Es donde el hablante pone más


énfasis al hablar.

 “Mi marido libró el sábado pasado”. La sílaba tónica recae en “bro”.


En este último caso, esa sílaba lleva tilde porque es una palabra aguda que
acaba en vocal, pero eso es otra historia. No nos fijemos en esto ahora.

Lo que quiero demostrar con estos dos


ejemplos es que veas lo que una sílaba
tónica es. No es lo mismo poner énfasis
en una sílaba que en otra aunque am-
bas palabras se escriban igual (para
eso existe la tilde, para diferenciarlas).

Esto es importante saberlo para que veamos la importancia que tienen las
tildes. Si no pones una tilde, se pronuncia de otra manera y por tanto, sig-
nifica otra cosa.

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Sin embargo, este ejemplo me ha valido para explicar lo que significa una
sílaba tónica. Y ahora vamos con estas palabras de uso común que empie-
zan por “a” o “ha” y que son femeninas. Hay más pero he elegido estas:

 Ala
 Aula
 Alma
 Agua
 Hacha

Todas estas palabras son de género femenino pero tienen una peculiaridad
y es que llevan los artículos determinado e indeterminado (EL y UN), en
género masculino.

Con un ejemplo se entiende mejor.

Usemos la palabra “agua” para explicarlo

EL agua está fría.

Fíjate que el adjetivo “fría” está en femenino. Es correcto porque la pala-


bra es de género femenino. Pero el artículo determinado va en masculino,
“el”.

Lo incorrecto sería haber dicho: El agua está frío.

Y también es incorrecto decir: Este agua está fría.

Se tiene que decir: Esta agua está fría.

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El mismo ejemplo se aplica a las otras palabras, al menos las de la lista que
te he proporcionado más arriba.

 El aula está vacía. Esta aula es la de los niños pequeños


 He visto un hacha tirada en el suelo. ¡Guarda esa hacha!

¡Atención!

Cuando usemos el artículo indeterminado “un”, es posible ponerlo en fe-


menino también. Ejemplo de esto es que nos suena mejor decir “Una ala
del ave era roja” a decir “Un ala del ave era roja”.

Sin embargo, con el artículo determinado SIEMPRE debe ir en masculino:


“El ala del avión estaba partida en dos”.

Resumiendo

Esas palabras son femeninas y se les pone únicamente el artículo mascu-


lino cuando se trata de EL y de UN.

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El verbo “haber” es IMPERSONAL, lo que significa


que SIEMPRE va en SINGULAR.

El verbo “haber” es un verbo impersonal. Esto significa que NO TIENE


PERSONA, lo que viene a decir que no se puede conjugar como un verbo
normal (yo canto, tú cantas, etc.)

Entonces, como este verbo no tiene persona, su uso es exclusivamente en


tercera persona del singular, como si el sujeto fuera “él”.

Ejemplos

Hay muchos niños en el parque.


Hubo más personas que el año anterior.

En los dos casos, lo que le sigue al verbo está en plural mientras el verbo
siempre va en singular. Esto ocurre porque este verbo NO lleva NUNCA
sujeto sino que le sigue un complemento directo del verbo. El SUJETO está
omitido, es como si fuese “él”. Por lo tanto, este verbo no admite plural.

En muchos casos, se oye o se escribe lo siguiente

Habían muchos niños en el parque. INCORRECTO.


Lo correcto es: Había muchos niños en el parque.

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Hubieron muchas personas en el concierto. INCORRECTO.


Lo correcto es: Hubo muchas personas en el concierto.

¿Se comprende?

Ver referencia en http://www.rae.es/consultas/el-agua-esta-agua-mucha-agua

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También puedes ser excelente haciendo

un buen uso de los medios de contacto

de los que disponemos hoy.

¡Evita el abuso!
Las personas, tarde o temprano, nos damos cuenta
de casi todo.

La excelencia también se muestra en el modo de ponernos en


contacto con las otras personas.

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Cuando yo era pequeña, no existían los teléfonos móviles, por lo tanto, no


podíamos enviarnos sms ni WhatsApp. Tampoco había internet, por lo que
no nos podíamos enviar correos electrónicos.

Teníamos el teléfono fijo, el de casa.

Era de “buenos modales” no llamar a casa de otra persona en horarios de


comida, siesta (en España, al menos) y a partir de cierta hora por la noche,
así como muy temprano por la mañana.

Esas horas eran fijas y todos las conocíamos.

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Las familias decentes así educaban a sus hijos y ellos acataban estas nor-
mas. Hoy, estos niños son adultos y son padres también.

Con la llegada de tantas vías de contacto, faltan normas o códigos de buen


gusto para usarlas. Por lo que nos encontramos con múltiples y variadas
formas de comunicarnos, algunas de ellas abusivas, de ahí el título de este
artículo.

Es por eso por lo que escribo este artículo, porque urge un nuevo libro de
urbanidad, para quienes no entiendan de sentido común ni de lógica.

Se hace necesario un nuevo código


Nos encontramos ante un
de conducta que indique en dónde
vacío en donde lo correcto
están los límites de la libertad de la
y lo incorrecto se entre- otra persona, para no traspasarlos.
mezclan y si miramos “Comunicación desde el instinto”
arriba, no hay nadie que pretende que el individuo tenga
nos diga lo que tenemos unos puntos de referencia “lógicos”
que hacer. y de “sentido común” que satisfa-
gan los vacíos que este nuevo orden
mundial va dejando y que dejará.

A continuación, voy a exponer diferentes situaciones que el lector segura-


mente habrá vivido. Algunas le habrán incomodado, otras las habremos
ejecutado nosotros mismos y otras hacen referencia a dudas sobre qué es
mejor hacer o cómo se hace.

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Uso del WhatsApp o SMS y


del teléfono

Algunas personas comienzan a tachar el mal gusto o mal uso de


los mensajes como “intrusismo”.
Los seres humanos confundimos los términos de las cosas. Cuando un ob-
jeto es un lujo, luego se convierte en una necesidad y acabamos siendo es-
clavos del objeto de lujo que deseamos anteriormente.

El WhatsApp es un gran invento y una maravilla por el beneficio que nos


aporta. Sin embargo, al no existir ningún código de buen uso y/o conducta,
nos confundimos y lo usamos mal, llegando a abusar de las personas recep-
toras de nuestros mensajes.

Voy a dar un punto de vista que podría considerar como un punto de refe-
rencia “excelente”, aunque, según las costumbres del grupo humano con el
que nos comuniquemos, puede funcionar o no.

No obstante, empezaré diciendo que

Las personas educadas en la excelencia jamás


hablan de la actualidad política, de enfermeda-
des ni de religión fuera de su ámbito íntimo.

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Consejos de excelencia que deberíamos tener en


cuenta con respecto a la comunicación.

¡No llames nunca al teléfono móvil a alguien sin haber


avisado antes si puedes hacerlo! Algunas personas lo
sienten como un intrusismo, pues el que llama, espera
que el otro esté disponible.
Esto es aplicable fuera del ámbito cercano del que lla-
ma. Recuerda, el móvil NO es un teléfono fijo, de casa.

Sin embargo, si la relación que tienes con el re-


ceptor es laboral-empresarial, NUNCA envíes un
WhatsApp. En estos casos, el correo electrónico
es más correcto o una llamada telefónica, si el
receptor así te lo ha indicado previamente.

Cada vez más son las empresas que facilitan un número de teléfono móvil
como toma de contacto. En este caso, es el sentido común el que te dice
que debes llamar y no enviar un WhatsApp.

Usa siempre el modo de contacto que la empresa te indica. No te saltes esta


norma de buen gusto.

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¡No envíes fotos, vídeos o algún artículo a alguien que no lo hace


contigo! Es de muy mal gusto invadir al receptor sin su permiso.
Es de buen gusto comprender que, si el otro no tiene esa costum-
bre, quiere decir que te está invitando a que tú no lo hagas.
Quien no suele enviar correos/mensajes ni notas de voz, será
siempre atendido antes y con mayor atención que aquel que está
abusando. Este último no suele ser tomado en cuenta.

Recuerda que las personas nos relacionamos


por niveles de comunicación. Si alguien hace
un mal uso de los mensajes, correos y/o lla-
madas, no está en tu nivel de comunicación,
por lo que no pasa nada si lo eliminas de tus
contactos o bien, si no le contestas.

Hay personas que te dan a entender que te están ayudando.


Cuando te das cuenta, te han robado tu tiempo y tu espacio,
aunque esas personas aleguen que siempre te ayudaron.

¡Cuidado!

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La excelencia es también tomar decisiones que no habríamos tomado de no


habernos visto en esa situación. Quiere decir que tenemos que ser flexibles
con el fin de respetarnos a nosotros mismos. Hay personas que tienen el
don de sacar lo peor del otro. Como tienen ese don, úsalo para tu bien y no
contestes a sus correos/mensajes/notas de voz si ya has notado un abuso y
sientes malestar.
Es el momento de actuar y la excelencia es hacerlo con dignidad y firmeza.
Esa persona dejará de hacerlo pues lo que necesita es ser escuchada, aten-
dida y la aprobación de los demás, aunque lo disimule bajo una fachada de
fuerte personalidad y autoestima.
Nada de eso es cierto. Necesita de los demás, por lo tanto, si tú no le haces
caso, pasará a otra víctima.
Eso es excelencia y actuar con excelencia en estos pequeños momentos de
nuestra vida, hacen que el mundo sea un mundo mejor.

¿Te lo has preguntado


alguna vez?

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La comunicación entre la empresa y el cliente

Las empresas están hecha para ganar dinero, pero es el modo en cómo lo
ganan, lo que las distingue.
Se puede ganar mucho dinero vendiendo un producto o un servicio de ma-
nera masiva. Esto no significa que el producto y/o servicio no sea excelente
pero es muy probable que, lo que se vende mucho, no sea excelente.
Sin embargo, también puedes ganar mucho dinero vendiendo menos pero
más caro porque estás ofreciendo un producto/servicio excelente y tu
cliente, así será. No hay competencia en el mundo empresarial.
En realidad, hay para todos. Y, como dije en otro artículo, está en la actitud
de poder ver las oportunidades para crecer, mejorar y abrirte campos de
acción empresarial.
Solo falta que el empresario y el cliente se encuentren.
¿Dónde?
Hay un camino que es el lenguaje, que es la comunicación por encima de la
publicidad, en donde ambos se comunican y se encuentran.

Es como oír la música que te gusta, aunque esté sonando lejos,


entre mucho ruido, pero la detectas, como si sonara solo para ti.

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y
su libreta de conflictos

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Alicia y su libreta de conflictos

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Hola.
Después de acabar los exámenes y la vuelta
a la normalidad, parece que esta no existe
pues la rutina se rompe por acontecimientos
de los que no todos queremos participar.

Esto ha hecho que esté más alerta y también, más desanimada con lo
que veo todos los días. Es como si esta realidad no fuera la mía o fuera
una broma de mal gusto. No sé dónde situarme.
Esto ha hecho que no escriba nada pues no he tenido conflictos por-
que el día a día es el conflicto continuo. No sé siquiera si estoy en un
conflicto. Pero esta situación incómoda en la que me encuentro, me
llevó a hojear, una vez más, mi libreta de conflictos.
Y me encontré con este escrito, el cual recordaba pero que no había
valorado como un punto de partida importante para mi momento ac-
tual.
Me hizo reflexionar y pensé que lo había escrito cuando tenía 17
años, hace 5 años ya.
¿Cómo no he podido darme cuenta de tantas cosas hasta ahora?
He estado tan absorta en los estudios, en lo que hay que hacer, que
no he visto lo que tengo delante.
Ni yo, ni nadie. Espero que te guste.

Alicia, la coherente.

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Engáñame pero engáñame bien

El lunes por la tarde estuvo en casa Luisa, una de las mejores


amigas de mi madre, a la que tratamos como si una tía nuestra fue-
ra.

Sentadas las dos en la cocina, tomaban una infusión que tiene pro-
piedades antioxidantes, según ellas. Mi padre andaba también por
ahí preparándose un café mientras ellas charlaban sobre la última
terapia de estética que se había hecho Luisa en la cara.

Yo bajé a la cocina a prepararme algo para merendar. Después de


darle unos besos a Luisa y de contestar a sus preguntas sobre los es-
tudios y más, pude oír la conversación que mantenían mi madre y
ella, conversación que hizo que más tarde retomara mi libreta de
conflictos, en la que no había escrito nada desde el verano pasado.

—La verdad es que estás guapísima —le decía repetidamente mi


madre a Luisa—. ¡Fantástica! Pareces una niña.

Luisa sonreía mientras tomaba un lento sorbo de su infusión anti-


oxidante.

—Estoy muy contenta con el resultado que he tenido. —Hizo una


pausa como para buscar algo en su memoria—. ¡Después de la an-
terior experiencia!

—Pero también te dejaron muy bien —exclamó mi madre, inte-


rrumpiendo la exclamación de su amiga.

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—Sí, esa señora trabajaba muy bien. Pero no tenía titulación algu-
na. Era un fraude. ¡A saber qué sustancia me inyectó! —casi gritó
Luisa, con ese tono agudo que la caracterizaba.

Mi padre las escuchaba hablar, mientras se calentaba el agua de la


cafetera para prepararse su café. Se volvió hacia ellas.

—¿Qué titulación hay que tener? —quiso saber mi padre.

—Se necesitaría al menos de haber hecho un curso para poder sa-


ber cómo y dónde pinchar, además de conocer el producto que te
están inyectando, claro está. Te pueden dejar la cara hecha un cris-
to si no lo hacen bien —contestó Luisa, moviendo sus brazos, como
siempre hacía para dar mayor expresión a lo que contaba.

—Creo que ahora hay que ser dermatólogo para poder realizar esa
actividad —añadió mi madre—. Me suena haber oído decir que ya
es obligatorio, pero no estoy segura.

—De cualquier manera, algo tiene que tener el que te pincha, que
certifique que lo que estás inyectando es el producto adecuado y
algo que acredite que puedes hacerlo —respondió Luisa un tanto
molesta por el recuerdo de ese anterior episodio en su vida en la
que se sintió víctima de un fraude en manos de una supuesta profe-
sional.

—Y entonces —preguntó dubitativo mi padre mientras se sentaba


a su lado— ¿Qué titulación tenía esta persona a la que acabas de ir?

—La verdad es que no sabría decirte que titulación tenía —


respondió Luisa mientras buscaba una vez más en su memoria la

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titulación requerida—, pero me decidí por esa persona sin dudarlo


porque me la recomendaron varias personas que hacen Pilates
conmigo y que han quedado muy bien —contestó.

—Una vez en la sala de espera de su consulta —continuó—, en las


paredes de la sala vi seis títulos colgados y firmados por comités
oficiales. Ahora bien, a pesar de eso —dijo levantando un dedo co-
mo para añadir firmeza a lo que trataba de explicar—, nada más
entrar en su consulta, le pedí que me enseñara las etiquetas del
producto, para ver si estaba bien embalado y si correspondía a lo
que tenía que inyectarme.

—¡Ya no voy a dejar que me engañen otra vez! —exclamó Luisa


exaltada, dando por finalizada su respuesta.

—Y, ¿lo estaba? —quiso saber mi padre—. ¿Estaba todo en orden?

—Sí, estaba todo perfectamente embalado y pude leer en las eti-


quetas que venía de Barcelona, con lo que ya me quedé tranquila —
respondió con seguridad Luisa.

Miré a mi padre, quien la escuchaba atentamente mientras tomaba


el café. Yo no habría podido decir qué se le pasaba en ese momento
por la cabeza a mi padre.

Mi madre, en cambio, había estado asintiendo a todo lo que acaba-


ba de oír y se iba entusiasmando a medida que Luisa iba contando
sus pasos para llegar a la seguridad total que se requiere como con-
sumidor.

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Tomé mi bocadillo y subí a mi habitación para seguir leyendo un


libro sobre los poderes del cerebro que había empezado a leer hacía
dos días. Es de mi padre y ya me advirtió que era denso y difícil de
asimilar.

¡Cuánta razón tenía papá!

Se me estaba haciendo imposible y pesada su lectura, a pesar de


que es un tema de mi interés. No obstante, quería continuar con el
apartado que acababa de comenzar, dedicado a los dos hemisferios
cerebrales.

Continué su lectura y cada vez me iba gustando más. El autor decía


que hemos estado viviendo y observando la vida desde un hemisfe-
rio, el izquierdo, el cual, entre otras cosas, es el que actúa desde el
conocimiento o información que tenemos. El otro hemisferio, el
derecho, era el de la imaginación, creatividad y lo que más me lla-
mó la atención, el de la intuición.

Me estaba empezando a dar cuenta de que si le damos valor al he-


misferio izquierdo, significa que siempre hemos actuado según el
conocimiento, lo cual es casi contrario a la intuición.

Estuve un rato reflexionando, dejándome llevar, como suelo hacer,


mientras dejaba el libro abierto, posado en mi falda y mirando a
ninguna parte.

Después de un rato, me levanté a tomar mi libreta de conflictos y


esto fue lo que escribí.

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“Todas las personas sabemos lo que es la intuición pero, como todo


funciona desde el conocimiento o desde el hemisferio izquierdo, la
intuición no cobra fuerza o deja de tener importancia o relevancia
en nuestras vidas y por lo tanto, en la sociedad.

Tomo el ejemplo de la conversación oída en la cocina de mi casa es-


ta misma tarde.

Luisa ha podido tener conocimiento de qué hay que hacer para que
una persona sea capaz de inyectar una sustancia para estirar la piel
de su cara. Ese conocimiento viene de la mano de otra persona, en
la cual hay que creer.

Esta otra persona no es una persona aislada normalmente sino que


es una organización, en la que tienes que creer para “creer” que lo
que estás haciendo, lo que te están inyectando o lo que estás co-
miendo es bueno para ti.

Esto es extensible a todo en la vida.

Según el autor de este libro, esto que acabo de narrar es funcionar


desde el hemisferio izquierdo y así hemos estado viviendo desde
hace muchos siglos.

El caso es que yo me acabo de dar cuenta de que el hemisferio de-


recho, dígase el creativo, el de la imaginación y el que es desperta-
do por la intuición también está funcionando. Lo que pasa es que
no queremos prestarle atención.

Luisa quería tener un resultado. Prefirió dar poder al conocimiento,


a lo que como seres sociales conocemos como información. Eligió

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dar poder a un papel enmarcado en la consulta de quien iba a pin-


charle la cara, eligió dar poder a las firmas de los Altos Comités de
la Salud que en dicho papel quedaron grabadas y eligió dar poder a
unas etiquetas escritas a máquina adheridas a un envoltorio de una
sustancia que ella nunca sabrá qué es.

Eligió dar ese poder antes que dárselo a su intuición, la cual la ha-
bría llevado quizá al mismo lugar pero desde su propio poder y no
desde el poder que se le da al otro, a la autoridad, en este caso, a un
sello o etiqueta.

Eligió dar el poder al otro antes que escuchar a su intuición que


sencillamente le habría dicho que eso no vale para nada, que nin-
gún papel en la pared tiene poder, que ninguna etiqueta en un pro-
ducto lo tiene tampoco, amén de otras cosas.

Y reflexioné aún más.

¿Por qué eligió entonces el conocimiento antes que la intuición?

Porque ella necesitaba ese resultado, ella solo quería enfocarse en el


resultado y eligió lo que el colectivo “cree” y por tanto, se sintió
más protegida haciéndolo. Eligió antes esa creencia, sin saber que
la tenía, para sentirse mucho más protegida, que haber sencilla-
mente reflexionado, como lo estoy haciendo yo ahora, que acabo de
cumplir dieciocho años, con total confianza en nuestro propio po-
der.

Con lo que a esto que estoy escribiendo ahora, bien le valdría el tí-
tulo de:

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“Engáñame pero que no me entere”

O más bien este otro:

“Engáñame pero engáñame bien”.

Lo cual no significa que nos estén engañando. Esto significa que


queremos ser engañados para sentirnos seguros.

Eso es lo que ha estado haciendo siempre el ser humano.

El hemisferio derecho está funcionando igual que el izquierdo pero


no nos interesa escucharlo. Es demasiada responsabilidad.

Por lo tanto, es el ser humano quien escucha al hemisferio izquier-


do, quien le da la supremacía frente al derecho. Nadie lo hace por
nosotros. Lo único que hacemos los seres humanos es actuar por
imitación, por eso el hemisferio izquierdo se desarrolla tanto, para
dar cabida a tanta información, la cual no hace falta si usáramos la
imaginación y la intuición.

Estoy exhausta porque estoy empezando a entender el origen de


todos los problemas de los adultos, entre ellos, mis padres, a quie-
nes tanto quiero.

¡Eureka!

Y antes de acabar, me ha venido otra pregunta que no sé responder.

¿Realmente eligió Luisa dar prioridad a lo que el colectivo cree co-


mo bueno o legal? O ¿Tal vez no tuvo siquiera la posibilidad de ele-
gir entre esa creencia y su propia intuición?

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¡Esto es la bomba!

Ya no voy a leer más. Solo voy a reflexionar.

Alicia, 6 de febrero 2014

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De lo Bueno, lo Mejor

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De lo bueno, lo mejor

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“De lo Bueno, lo Mejor” es un estado emocional,


no una situación o propósito de vida.

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De lo bueno, lo mejor

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Cuando hablo de “lo bueno” no es que me esté refiriendo a algo ya prede-


terminado, aunque en esta vida ya hay cosas y conceptos que tienen la eti-
queta de ser “buenas cosas”.

Yo me estoy refiriendo a que es “lo bueno” dependiendo de quién esté in-


terpretando el objeto del que estamos hablando, sea un gusto, un tacto,
una experiencia o sentimiento. Cualquier cosa cabe aquí.

Una silla puede parecerle excelente, maravillosa y de buena calidad a una


persona, mientras que la misma silla puede resultar a otra persona
incómoda, de calidad mediocre o tal vez, poco agraciada.

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De lo bueno, lo mejor

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Entonces, una persona elegirá una cosa. La otra persona elegirá una cosa
distinta. Ahora bien, ambas estarán eligiendo, desde este punto de vista, de
lo bueno, lo mejor.

“De lo Bueno, lo Mejor” es un estado emocional

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De lo bueno, lo mejor

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“De lo bueno, lo mejor” es un estado emocional.

Esto significa que te sientes atraído por lo que te favorece, lo que te hace
sentir cómodo o bien, lo que te hace sentir bienestar o superior con respec-
to a tu situación inmediatamente anterior.
“De lo bueno, lo mejor” es seguir tu vida desde un punto de referencia de
incremento de vida, de ir a por más cosas buenas, si se diera el caso, o de
quedarte con lo mejor siempre.
Este concepto es contrario a lo que popularmente se nos ha enseñado. Se
han confundido conceptos y el ser humano ha ido evolucionando creyendo
en que es mejor tener un estado emocional de “de lo malo, lo peor” a vivir
en el estado emocional de “de lo bueno, lo mejor”.
Cuando te das cuenta de que la vida es otra cosa y de que en la vida hay
otras cosas que también están a tu alcance y que están en su sitio para que
disfrutes de ellas, es justo cuando tu estado emocional se modifica por sí
solo.

Es como si te hubieses cambiado de carretera en donde ve-


rás otros paisajes y otras gentes, a las personas que corres-
ponden a tu estado emocional.

No quiero que esto se confunda con el concepto tan popular de “abundan-


cia”, aunque tenga que ver con él.

Este concepto, al ser tan popular, todos lo conocemos, con lo que no es un


estado emocional sino una idea.

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De lo bueno, lo mejor

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No estoy hablando
de una idea

Estoy hablando de una comprensión que cambia la química de tu cuerpo y


esta, a su vez, es la que te da otro estado emocional.
Esto ocurre solamente con haber comprendido.
Quien ha comprendido lo que estoy diciendo, elige “de lo bueno, lo mejor”
Cambia su vida y su entorno, por tanto.

Cuando ves que una persona está brillando pero resulta que no sabes si le
ha tocado la lotería, si ha heredado mucho dinero o si ha triunfado en su
carrea o propósito, pero brilla, es que su estado emocional es excelente.

Es un carisma que
envuelve a esa per-
sona y, aunque no
esté pasando un
buen momento,
siempre vuelve,
como un resorte, a
su posición, que es
el estado emocional
de “lo bueno, lo
mejor”.

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De lo bueno, lo mejor

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Todo esto tiene que ver con una comunicación diferente contigo mismo y
con el entorno que, al final, son la misma cosa.
Se trata de lograr desaprender lo que durante generaciones se aprendió, lo
que ha dado lugar a miserias, tristezas y mucho sufrimiento al ser humano
que lo aprendió.

A todos nosotros, a fin de cuentas.

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1. “La pena frente a la compasión” (24 de febrero, 2018)
2. “El hombre del siglo XXI” (28 de febrero, 2018)
3. “No tienes que resolver nada emocional con tus padres” (5 de mar-
zo, 2018)
4. “Todas las relaciones son tóxicas” (11 de marzo, 2018)

Audioconferencias
1. “Todas las relaciones son tóxicas. 2ª parte” (15 de marzo, 2018)

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Historias
El niño que preguntó

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El niño que preguntó


La mujer guapa

Salieron a dar un paseo por el entorno de la casa. Ariel estaba en silencio


en tanto que la mujer esperaba más preguntas por parte de él pero parecía
que el simple entorno ya le respondía por sí solo.
“Mi madre sería feliz aquí”. Exclamó un Ariel boquiabierto.
Todo era un paraje lleno de árboles frutales, arbustos con frutos secos,
frutas del bosque y otros alimentos que Ariel no conocía. Incluso parecía
que las piedras eran comestibles.
“Ven”. Le indicó la mujer. “Quiero enseñarte el gran lago”.
A Ariel se le iluminaron los ojos y su sonrisa abarcó toda su cara.
“Pero, ¿hay otro lago?”. Gritó entusiasmado.
Lo que Ariel vio ante sus ojos solo lo había visto en películas.
Era un valle, un lugar donde el silencio no le molestaba, lleno de vegeta-
ción y rodeado de agua. Había agua por todos los lados, hasta que vio el
gran lago.
Una lágrima le cayó por la mejilla. Miró a otro lado para que la mujer no
lo viera.
“Te entiendo, Ariel”.
Le dijo la señora poniéndole un brazo por encima, mientras ambos se
daban cuenta de que era la primera vez que ella lo tocaba de manera total.
“Hay maravillas en el mundo que no dicen nada pero que tienen que
ver con todo lo nuestro, con nosotros mismos y nos emocionamos al reco-
nocernos en ellas”.
Ariel seguía emocionado, sin pronunciar palabra. En ese momento sin-

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tió que tenía que estar con su padre, compartir ese momento con él. Sintió
que su padre lo necesitaba tanto a él como él necesitaba a su padre.
Él habría sabido disfrutar de este paisaje a pesar de ser un hombre de
ciudad.
Se hizo un silencio entre los dos a medida que se acercaban a un lado del
lago, tan amplio que ya no cupo otro panorama en su campo de visión. El
agua era transparente.
Se pararon al borde de unas piedras llanas que esperaban ser ocupadas
por ellos dos mientras contemplaban el paisaje, la amalgama de colores y
las alucinaciones que te envuelven cuando estás en un medio parecido,
como en el desierto.
No se dijeron nada.
Después de un rato, Ariel rompió el silencio cálido que se había formado
entre los dos, mientras se descalzaba con la intención de introducirse en el
agua.
“¿Sabes? He pensado en mi padre hace un rato y estaba segurísimo de
que a él le habría encantado estar aquí”.
Alzó la cabeza para comprobar la expresión de la mujer, pero ella no ex-
presaba nada, solo estaba atenta al paisaje y a sus palabras.
En ese momento, Ariel se dio cuenta de que era una mujer guapa pero
pensó que podía ser su madre, con lo que se quitó de la cabeza cualquier
atributo que no fuera aplicable a una madre. Quizá fuera un poco mayor
que su madre, unos años más, no lo sabía.
“Quiero decir que no fue un deseo mío el que él estuviese aquí sino que
tuve la seguridad de que era su deseo”. Aclaró Ariel para sí mismo mien-
tras se quitaba el pantalón.
Ella lo miró.
“Sí, te entiendo. Este lugar es para todos. Seguro que a tu padre le en-
cantaría estar aquí”.
“Pero, ¿sabes? A él no le gustaba la playa y el campo le gustaba de vez
en cuando. A él le gustaba el fútbol, estar rodeado de amigos, los ruidos y

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la música, le gustaba bailar, también”. Dijo sonriendo.


“¿Por qué dices que le gustaba y no que le gusta ahora mismo?”. Pre-
guntó ella.
“Porque parece que hace siglos que no lo veo”. Dijo Ariel sin mirar a la
mujer y observando el lago justo delante de los dos.
“Creo que, como él está en la ciudad, yo pienso que está muy lejos pero,
¿sabes? No hay casi mucha distancia. La distancia es más bien lo diferen-
te que es la ciudad a esto”.
Dijo Ariel bajando un poco la voz.
“Sí, quieres decir que hay una distancia emocional y no de kilómetros”.
Ariel la miró pero no respondió.
“Yo creo que esa fue la razón por la que mis padres se separaron. A mi
madre le gustaba mucho la tranquilidad y el campo y él era lo opuesto”.
Ariel sonrió mientras recordaba, como si fuera un viejo al que le venían
imágenes pasadas a su memoria y como si nadie lo estuviese escuchando.
La mujer guapa no pronunció palabra.
“Y por eso me ha sorprendido haber sentido que él hubiese sido feliz de
estar aquí, pero no por mí sino por él. ¿Me entiendes?”.
“¿Lo has sentido así?”. Le preguntó ella.
“Te lo juro”. Contestó un Ariel aniñado.
“¿Qué opinas de eso? Hoy hablas poco”. Apuntó Ariel mientras se que-
daba en ropa interior frente a ella.
“Opino que eso es lo que tú sientes con respecto a él, quizá porque lo
sientes cerca y has provocado ese sentimiento entre los dos”.
“No, te juro que fue como si él me hablara”.
“No hace falta que jures, te creo. Solo estoy tratando de comprender
desde dónde sientes y hablas”.
“¿Cómo?”. Preguntó un Ariel refunfuñando mientras se sentaba en la ro-

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ca, dejando caer sus pies en el agua.


“Yo sé perfectamente lo que he sentido”.
“No me has escuchado. Yo no pongo en duda lo que tú has sentido, solo
estoy corrigiendo lo que yo capto sobre lo que tú piensas sobre lo que has
sentido”.
“Yo no quiero que me corrijas”. Repuso Ariel sin haber escuchado.
La mujer sonrió por no reír.
“Has venido hasta aquí para conocer las respuestas a la vida pero tie-
nes tus condiciones”.
Ariel la miró asombrado mientras decidió no sumergirse en el agua para
atender lo que estaban hablando.
“¿Y por qué tienes que corregir lo que siento? Lo que siento o lo que sé,
lo siento y lo sé y eso es todo”. Contestó severamente Ariel.
“Sí, así es y así siempre ha sido. Entonces, significa que lo que sientes ya
tiene un sentido para ti. Y eso está bien pero, imagínate que no sabes ele-
gir algo en tu vida o que te pasa algo y quieres que alguien te ayude, ¿ha-
brías sido tan firme como lo estás siendo ahora?”
“No, porque en ese momento tendría dudas. En este momento no las
tengo”. Replicó Ariel.
“Eso es interesante. Estás seguro de lo que sientes y de la intención so-
bre lo que has sentido. Por eso ya no dejas espacio a que pueda caber otra
interpretación”. Eso es lo que hacemos todos los seres humanos”.
Ariel la miró, mostrando un profundo interés por lo que ella estaba a
punto de contarle.
“Eso es lo que han creado las religiones y las filosofías. Lo que siento es
y lo que veo también es. Entonces nos perdemos otras experiencias”.
Ariel se quedó callado, esta vez llevando su mirada a sus pies, viéndolos
moverse debajo del agua.
“Y ¿si no quiero tener otra experiencia diferente a lo que he sentido con
mi padre?”

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“¡Ah! ¿Crees que eso lo puedes elegir, amigo mío?”.


Le respondió ella mientras hacía ademán de que se tirara al agua.
Ariel se tiró al agua y buceó un tiempo. Era un buen nadador. Sus padres
lo habían inscrito en una escuela de natación que había cerca de casa, una
escuela privada, pues en el polideportivo del distrito ya no había plazas. Se
las daban a las personas que tenían menos dinero que ellos y eso que ellos
tampoco eran ricos.
“Mis padres no son ricos, solo quisieron darnos lo mejor. Mi padre lle-
gaba cansado a casa por la noche, trabajando en dos sitios diferentes y
mi madre siempre tenía ojeras por dormir poco, por el asma de Santiago,
por la actitud de Elena y por trabajar mucho, desde la madrugada hasta
las cuatro de la tarde.
Luego, nos recogía del colegio y nos llevaba a las actividades extraesco-
lares, al logopeda de Elena, al fútbol mío y así y todo, preparaba siempre
ricas cenas. Sin embargo, no pudimos ir al polideportivo municipal gratis
que estaba justo a dos manzanas de casa, porque había familias menos
ricas que nosotros”.
Ariel salió a superficie y comprobó el paisaje que desde ahí se le presen-
taba. Era feliz, no sabía si alguna vez lo había sido hasta ese momento.
Volvió a sumergirse dentro del agua.
“La única diferencia entre los otros y nosotros es que nuestros padres se
preocupaban por nuestro futuro y por eso nos enseñaron a nadar y que-
rían que fuésemos a clases de inglés. Quizá tanta cosa ha sido la causa
por la que mis padres se separaron. Estaban cansados, más cansados que
otros padres”.
Ariel salió a superficie y nadó hacia unas rocas que formaban una cueva.
Miró a la mujer y ella asintió, queriendo decir que no había peligro con que
se acercara y se adentrara en la cueva de agua.
Y así hizo.

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Ariel y su padre habían ido al estadio a ver el partido de fútbol más


disputado de la historia de Ariel. Su padre había heredado de su tío Juan
Manuel unos abonos de ese estadio y no se perdía un partido importante.
Esta era la segunda vez que Ariel lo acompañaba, con ocho años pues la
primera vez que Ariel conoció el estadio, tenía tan solo seis años.
Sintiéndose ganadores a pesar de que su padre nunca gritó ni incitó a
Ariel a demostrar sus emociones a base de aullidos y gritos de victoria, se
dirigieron, al acabar el partido, a comer unas hamburguesas en un restau-
rante de moda en el que las hamburguesas eran las mejores del mundo.
“No digas nada a mamá, jaja”. Le dijo su padre riéndose.
“¡Como nos vea comiendo esta rica carne con este pan de hamburguesa
recién hecho, le da un patatús!”.
Ariel rio con la boca llena.
“Papá. Esto no puede ser malo. Acabamos de ganar y nos estamos co-
miendo la mejor comida del mundo para celebrarlo. Esto no es malo”.
Ariel rio a carcajadas. Su padre rio a mandíbula batiente mientras le aca-
riciaba el pelo y lo besaba fuertemente.
“Estoy muy orgulloso de ti Ariel. Quiero que lo sepas siempre”.
Le dijo su padre en un tono un poco sombrío que Ariel sintió como una
nota discordante en esa orquesta.
Volvieron a casa y su madre les preguntó el por qué habían tardado tanto
en volver.
Ellos se miraron de soslayo, con complicidad y se rieron.
“Hemos cenado”. Contestó su padre.
“¿Qué ha comido Ariel?”.
Su padre se calló un momento mientras se quitaba la chaqueta y la col-
gaba en el armario de la entrada. Se volvió hacia su mujer.
“Una hamburguesa, una hamburguesa enorme que ha hecho feliz a
Ariel”.

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Su madre se dio la vuelta y se metió en la habitación, dando un portazo


tras ella.
Ariel salía del baño en ese momento. Los mellizos dormían. Miró a su
padre. Él le sonrió con una sonrisa amarga, tan amarga que aún Ariel la
lleva dentro como una bala no sacada de su cuerpo.
“Ve a la cama, cariño”. Le dijo su padre. “Mañana hay colegio. Ahora
iré a darte las buenas noches. Voy a dar un beso de buenas noches a Elena
y a Santiago”.
Le dijo su padre.
Su madre abrió la puerta del dormitorio, un tanto triste y molesta.
“Ni se te ocurra entrar en la habitación de los niños. Me ha costado mu-
cho que se durmieran. Santiago no ha parado de toser por el asma y Ele-
na no podía dormir con él”. Y cerró la puerta con otro portazo, esta vez
más suave que el anterior.

Ariel se mantuvo un rato en las cuevas. Nunca había sido tan feliz como
en ese momento, pero algo le decía que no podía serlo. Sin embargo, ese
algo no le impedía ser lo más feliz posible.
Salió de las cuevas y comprobó que la mujer, a la que cada vez la veía
más guapa, seguía en su sitio, como un guardián que cuidara de él.
Se adentró en el lago, haciendo el muerto, como le enseñaron en la es-
cuela de natación que sus padres pagaban todos los meses para que fuera
un nadador de élite o tal vez, para que nunca muriera ahogado.
Después de un tiempo aislado, nadó hacia donde se encontraba ella, de-
mostrando su estilo perfecto de crol.
Cuando la alcanzó, se sumergió en el agua para luego sacar la cabeza y
mirarla. Ella seguía impávida, sentada en la roca y con los pies bajo el agua.
La vio más guapa aún. Algo brillaba en ella y también a su lado.

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“¿Sabes?” Le dijo Ariel. “No sé si eres la persona que tiene las respuestas
a todo pero el caso es que aquí no tengo ninguna pregunta, jaja.”.
Ella se sonrió abiertamente.
“Ahora me doy cuenta de que las preguntas que ya te hice, eran unas
tonterías de niño pequeño. No sé por qué las pregunté”.
Ella volvió a sonreír, mirando con ternura al niño.
“Seguramente te queda alguna pregunta que preguntar”.
Ariel se sacudía la cabeza, mojando todo lo que había a su alrededor pues
ya tenía el pelo un poco largo, más largo de lo que a su madre le habría gus-
tado que tuviese.
“Puede ser. Pero te la preguntaré otro día”. Contestó con determinación
y con alegría.

Ya había caído la oscuridad de la tarde-noche cuando su madre llegó de


su visita al médico a la casa. Los mellizos dormían en la parte de atrás del
coche, agotados por las anginas y por la fiebre, que ya les empezaba a bajar,
gracias al medicamento que el médico les hizo tomar.
Ella también se encontraba muy cansada.
Despertó a los niños y les indicó que fueran al baño a lavarse las manos
para luego cenar y poderles dar el antibiótico que les recetó el médico, muy
a su pesar, pero había tenido que aceptar que de esa manera, las anginas
desaparecían antes y sin secuelas así como la fiebre, por tanto.
Cuando fueron a entrar a la casa, vieron que la puerta estaba abierta y
una manzana a medio morder llena de moscas estaba en el suelo, al lado de
la mochila de Ariel.
“¡Ariel!”. Lo llamó su madre.
Entraron dentro, encendiendo la luz de la cocina.

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Historias. El niño que preguntó

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“Id al baño y lavaros las manos. Voy a ver dónde está Ariel”.
Fue hasta su habitación y se lo encontró acurrucado encima de su cama,
tiritando de frío e hirviendo de fiebre.
“Ariel, cariño. Despierta”. Le pidió su madre mientras lo acariciaba y
comprobaba su temperatura corporal.
“Tú también estás ardiendo, por Dios”. Exclamó ella ya muy cansada.
Ariel se despertó, temblando de frío por la fiebre alta.
“Mamá, no te mueras, mamá, por favor”.
Su madre lo besó.
“Cariño, estás delirando. Tengo que bajarte la fiebre. No pasa nada, yo
no me voy a morir”. Le dijo en susurros.
Se levantó para ir a buscar un antitérmico, no sin antes taparlo con una
manta.
“Ahora vuelvo, cariño”.
Ariel se quedó encima de la cama, acurrucado y sintiéndose muy mal por
la fiebre. Le dolía todo el cuerpo y su garganta le abrasaba tanto que no po-
día soportar el dolor.
En pocos minutos, su madre volvió y se sentó a su lado.
“Incorpórate un poco, Ariel”. Le pidió.
“Te he traído un caldo bien caliente. Tómatelo con la medicina. Pronto
te encontrarás mejor”. Y le dio el cuenco con el caldo.
Su madre se levantó y se dirigió hacia la puerta de su dormitorio.
“Ahora vuelvo. Voy a dar de cenar a Elena y a Santiago. Ya se les ha
bajado la fiebre pero pronto les subirá otra vez”.
“Lo tuyo también son anginas. Siempre te han dado mucha fiebre, cari-
ño”.

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