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Todos los textos forman una red en la que dialogan y se comunican entre sí, por eso,
cada vez que un lector se acerca a una obra, puede descubrir en ella ecos y pistas que lo
conducen a textos anteriores. Este fenómeno dialógico es la intertextualidad que se define
como la presencia en un determinado texto, de expresiones, temas y rasgos estructurales,
estilísticos, de género, etc. procedente de otros textos, y que han sido incorporados a dicho
texto en forma de:
Citas directas: reproducción entre comillas de un texto escrito por otro.
Alusiones indirectas: referencias a un texto sin nombrarlo.
Parodia: imitación o recreaciones burlescas que desvía el sentido del texto y le da un
sentido diferente.
Cambios de punto de vista: cambiar el narrador de la historia.
Transformación de género: cambiar el género, por ejemplo: un cuento de terror
transformado en humorístico o en una noticia.
Prosificación de un texto en verso o a la inversa: transformar un poema en un cuento o
al revés.
Ampliación de un aspecto o tema: continuar un texto, reformularlo, etc.
Érase una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una
Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca
de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
Monterrosaurio, inédito
Monterrosaurio, inédito
Teseo, que acababa de matar al Minotauro, se disponía a salir del laberinto siguiendo el hilo
que había desovillado cuando oyó pasos y se volvió. Era Ariadna, que venía por el corredor
reovillando su hilo.
—Querido —le dijo Ariadna, simulando que no estaba enterada del amorío con la otra,
simulando que no advertía el desesperado gesto de "¿y ahora qué?" de Teseo—, aquí tienes el
hilo todo ovilladito otra vez.
El reflejo
[Cuento. Texto completo.]
Oscar Wilde
Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas
de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas,
no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu
ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos
el reflejo de mis aguas.