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Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia

Ésta es una trascripción hecha a mano, por lo tanto puede contener algunos errores y palabras —
generalmente las técnicas— modificadas por el auto-corrector de Office.
Además de eso, no hay ninguna dificultad.
Adjunto, además, encontrarán un resumen, preparado por la Universidad Pedagógica de Bogotá.

Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia (pgs. 53-62)

El objeto de este trabajo es lo que yo llamaba en otra parte1, “a falta de algo


mejor”, la paratextualidad. Después, he hallado algo mejor —o peor: el lector juzgará.
Y he destinado “paratextualidad” para designar una cosa totalmente distinta. He de
rehacer, pues, el conjunto de ese imprudente programa.
Rehagámoslo, pues. El objeto de la poética, decía yo poco más o menos, no es el
texto considerado en su singularidad (ése es más bien el asunto de la crítica), sino el
architexto, o, si se prefiere, la architextualidad del texto (como se dice, y es un tanto lo
mismo, “la literariedad de la literatura”), es decir, el conjunto de las categorías generales
o trascendentes —tipos de discurso, modos de enunciación, géneros literarios, etc.— a
las que pertenece cada texto singular2. Hoy yo diría más bien, de una manera más
amplia, que ese objeto es la transtextualidad, o trascendencia textual del texto, que yo
definía ya, toscamente, como “todo lo que lo pone en relación, manifiesta o secreta, con
otros textos”. Así pues, la transtextualidad rebasa e incluye la architextualidad, así como
algunos otros tipos de relaciones transtextuales. De éstas, sólo una nos ocupará aquí de
manera directa, pero me hace falta primeramente, aunque sólo sea para contornear y
jalonear el campo, establecer una (nueva) lista de esas relaciones, que bien puede, a su
vez, no ser ni exhaustiva ni definitiva. El inconveniente de la “búsqueda” es que, a
fuerza de buscar, ocurre que uno encuentra…lo que uno no buscaba.
Hoy (13 de octubre de 1981), creo percibir cinco tipos de relaciones
transtextuales, que enumeraré en un orden aproximativamente creciente de abstracción,
de implicitación y de globalidad. El primero fue explorado, hace algunos años, por Julia
Kristeva3, bajo el nombre de intertextualidad, y esa nominación nos proporciona,
evidentemente, nuestro paradigma terminológico. Yo lo defino, por mi parte, de una
manera ciertamente restrictiva, por una relación de copresencia entre dos o más textos,
es decir, eidéticamente, y, la mayoría de las veces, por la presencia efectiva de un texto
en otro. Con su apariencia más explicita y más literal, es la práctica tradicional de la
cita4 (con comillas, con o sin referencia precisa); con una apariencia menos explícita y
menos canónica, la del plagio (en Lautréamont, por ejemplo), que es una toma en
préstamo no declarada, pero también literal; bajo una forma aún menos explícita y
menos literal, la de la alusión, es decir, de un enunciado cuya plena intelección supone
la percepción de una relación entre él y otro al que remite necesariamente una u otra de
sus inflexiones, de lo contrario no aceptable: así, cuando Mme. Des Loges, jugando a
los proverbios con Voiture, le dice: “Ése no sirve, perfórenos [percez] otro”, el verbo
percer (por “proponer”) sólo se justifica y se entiende por el hecho de que Voiture era
hijo de un mercader de vino. En un registro más académico, cuando Boileau le escribe a
Louis XIV:

Al relato que para ti estoy listo a emprender,


1
Introduction à l`architexte, Seuil, 1979, p.87.
2
El término de architexto, me enteré de ello un poco tarde, fue propuesto por Louis Marin para designar
“el texto de origen de todo discurso posible, su origen y su medio de instauración”. Que, en suma, está
más cerca de los que voy a denominar hipotexto.
3

4
Sobre la historia de esa práctica, véase el estudio inaugural de A. Compagnon, La seconde main, Seuil
1997.
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
Creo ver las rocas venir corriendo para oírme5.

esas rocas móviles y atentas le parecerán, sin duda, absurdas a quien no conozca las
leyendas de Orfeo y Anfión. Ese estado implícito (y a veces totalmente hipotético) del
intertexto es, desde hace algunos años, el campo de estudio privilegiado de Michael
Riffaterre, quien define, en principio, la intertextualidad de una manera mucho más
amplia de la que yo lo hago aquí, y extensiva aparentemente a lo que yo denomino
transtextualidad: “El intertexto —escribe él, por ejemplo— es la percepción, por el
lector, de relaciones entre una obra y otras obras que le han precedido o seguido”,
llegando a identificar en su empeño la intertextualidad (como hago yo con la
transtextualidad) con la literariedad misma: “La intertextualidad es (…) el mecanismo
propio de la lectura literaria. Sólo ella, en efecto, produce la significancia, mientras que
la lectura lineal, común a los textos literario y no literario, sólo produce el sentido”6.
Pero esta extensión de principio se acompaña de una restricción de hecho, porque las
relaciones estudiadas por Riffaterre son siempre del orden de las microestructuras
semántico-estilísticas, en la escala de la frase, del fragmento o del texto breve,
generalmente poético. La “huella” intertextual según Riffaterre es, pues, más (como la
alusión) del orden de la figura puntual (del detalle) que de la obra considerada en su
estructura de conjunto, campo de pertinencia de las relaciones que estudiaré aquí. Las
investigaciones de H. Bloom sobre los mecanismos de la influencia7, aunque realizadas
en un espíritu totalmente distinto, tienen como objeto el mismo tipo de interferencias,
más intertextuales que hipertextuales.
El segundo tipo está constituido por la relación, generalmente menos explícita y
más distante, que, en el conjunto formado por una obra literaria, mantiene el texto
propiamente dicho con lo que sólo podemos denominar su paratexto8: título, subtítulo,
intertítulos; prefacios, postfacios, advertencias, introducciones, etc.; notas marginales, al
pie de página, finales; epígrafes, ilustraciones; prière d` insèrer, cintillo, sobrecubierta, y
muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o alógrafas, que le procuran al
texto un entorno (variable) y a veces un comentario, oficial u oficioso, del que el lector
más purista y el menos inclinado a la erudición externa no siempre puede disponer tan
fácilmente como quisiera y pretende. No quiero emprender o desflorar torpemente aquí
el estudio, quizás venidero, de ese campo de relaciones, que tendremos, por lo demás,
muchas ocasiones de volver a encontrar, y que es, sin duda, uno de los lugares
privilegiados de la dimensión pragmática de la obra, es decir, de su acción sobre el
lector —lugar en particular de lo que se llama de buen grado, después de los estudios de
Philippe Lejeune sobre la autobiografía, el contrato (o pacto) genérico9. Recordaré
simplemente, a título de ejemplo (y de anticipo de un capítulo venidero) el caso del
Ulises de Joyce. Es sabido que, cuando se prepublicó por entregas, esa novela estaba
provista de títulos de capítulos que evocaban la relación de cada uno de esos capítulos
con un episodio de la Odisea: “Sirenas”, “Nausicaa”, “Penélope”, etc. Cuando apareció
en volumen, Joyce le había quitado eso intertítulos, de una significación, sin embargo,

5
Tomo el primer ejemplo del artículo “alusión” del tratado de los Tropos de Dumarsis; el segundo, de las
figuras del discurso de Fontanier.
6
7
The anxiety of Influence, Oxford University Press, 1973, y las que siguieron.
8
Hay que entenderlo en el sentido ambiguo, y hasta hipócrita, que funciona en adjetivos como parafiscal
o paramilitar.
9
El término es, evidentemente, muy optimista en cuanto al papel del lector, que no ha firmado nada y
para quien la cuestión es de tomar o dejar. Pero, de todos modos, los indicios genéricos u otros
comprometen al autor, quien —so pena de mala rececpción— los respeta con más frecuencia de lo que
uno esperaría.
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
“capitalísima”. Esos subtítulos suprimidos, pero no olvidados por los críticos, ¿forman
parte o no del texto del Ulises? Esta pregunta embarazosa, que le dedico a los
partidarios de la clausura del texto, es, típicamente, de orden paratextual. A este
respecto, también el “ante-texto” de los distintos borradores, bocetos y proyectos puede
funcionar como un paratexto: los reencuentros finales de Lucien Y Mme. de Chasteller
no figuran, hablando con propiedad, en el texto de Leuwen; lo único que testimonia de
ellos es un proyecto de desenclace abandonado, con el resto, por Stendhal; ¿debemos
tenerlos en cuenta en nuestra apreciación de la historia y del carácter de los personajes
(De manera más radical: ¿debemos leer un texto póstumo sobre el que no hay nada que
nos diga si el autor lo habría publicado si hubiera vivido, ni cómo lo habría publicado?)
Ocurre también que una obra constituya un paratexto para otra: el lector de Loca
Felicidad (1957), que ve en la última página que el regreso de Angelo a Paulina está en
una situación muy crítica, ¿debe acordarse o no de Muerte de un personaje (1949),
donde encontramos al hijo y al nieto de ambos, lo que anula de antemano esa docta
incertidumbre? La paratextualidad, como vemos, es sobre todo una mina de preguntas
sin respuesta.
El tercer tipo de trascendencia textual10, que yo denomino metatextualidad, es la
relación, se dice más corrientemente: de “comentario” que une un texto a otro texto del
que él habla, sin citarlo (convocarlo) necesariamente, y hasta, en última hipótesis, sin
nombrarlo: es así como Hegel, en la Fenomenología del espíritu, evoca, alusiva y como
silenciosamente, El sobrino de Rameau. Es, por excelencia, la relación crítica.
Naturalmente, se han estudiado mucho (meta-metatexto) ciertos metatextos críticos y la
historia de la crítica como género; pero no estoy seguro de que se hayan considerado
con toda la atención que merecen el hecho mismo de la relación metatextual y el status
de ésta. Eso podría producirse11.
El quinto tipo (sé que salté el cuarto), el más abstracto y el más implícito, es la
architextualidad, anteriormente definida. Se trata de una relación completamente muda,
que sólo es articulada, a lo sumo, por una mención paratextual (titular, como en Poesías,
Ensayos, La novela de la Rosa, etc., o, la mayoría de las veces, infratitular: la indicación
de Novela, Relato, Poemas, etc., que acompaña al título sobre la cubierta), de pura
pertenencia taxonómica. Cuando es muda, puede ser por negarse a subrayar una
evidencia, o, por el contrario, para rechazar o eludir toda pertenencia. En todos los
casos, no se supone que el texto mismo conozca, ni por consiguiente declare, su índole
genérica: la novela no se designa explícitamente como novela, ni el poema como
poema. Aún menos quizás (porque el género no es sino un aspecto del architexto), el
verso como verso, la prosa como prosa, el relato como relato, etc. En último caso, la
determinación del status genérico de un texto no es asunto suyo, sino del lector, del
crítico, del público, que muy bien pueden negarse a aceptar como tal el status
reivindicado por la vía del paratexto: así se dice corrientemente que tal “tragedia” de
Corneille no es una verdadera tragedia, o que La Novela de la Rosa no es una novela.
Pero el hecho de que esta relación sea implícita y esté sujeta a discusión (por ejemplo:
¿a qué género pertenece La Divina Comedia?) o a fluctuaciones históricas (los largos
poemas narrativos como la epopeya ya casi nunca son percibidos hoy como
pertenecientes a la poesía, cuyo concepto se ha ido estrechando poco a poco hasta
identificarse con el de poesía lírica) no disminuye en nada su importancia: la percepción

10
Quizás yo habría debido precisar que la transtextualidad no es sino una trascendencia entre otras; por lo
menos se distingue esa otra trascendencia que une el texto a la realidad extratextual, y que no me interesa
por el momento. En cuanto a la palabra trascendencia, la empleo, técnicamente, como lo contrario de la
inmanencia.
11
Hallo un primer comienzo de eso en M. Charles. “La lecture critique”
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
genérica, como es sabido, orienta y determina en gran medida “el horizonte de
expectativa” del lector, y, por ende, la recepción de la obra.
He diferido deliberadamente la mención del cuarto tipo de transtextualidad
porque él y sólo él nos ocupará aquí de manera directa. Éste es, pues, el que
denominaré, de aquí en adelante, hipertextualidad. Por ésta entiendo toda relación que
una un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (que llamaré, desde luego,
hipotexto)12 en el cual él se injerta de una manera que no es la del comentario. Como se
ve en la metáfora se injerta y en la determinación negativa, esta definición es
absolutamente provisional. Para tomarlo de otro modo, establezcamos una noción
general de texto a la segunda potencia (renuncio a buscar, para un uso también
transitorio, un prefijo que subsumiera a la vez el hiper— y el meta—) o texto derivado
de otro preexistente. Esta derivación puede ser ora del orden, descriptivo e intelectual,
en que un metatexto (digamos, tal página de la Poética de Aristóteles) “habla” de un
texto (Edipo Rey), ora de otro orden, de un orden tal que B no habla en modo alguno de
A, pero, sin embargo, no podría existir tal cual sin A, del que él resulta al término de
una operación que yo calificaría, también provisionalmente, de transformación, y que,
en consecuencia, él evoca de manera más o menos manifiesta, sin hablar de él ni citarlo
necesariamente. La Eneida y el Ulises son, sin duda, en grados diversos y, ciertamente,
de maneras diversas, dos hipertextos (entre otros) de un mismo hipotexto: La Odisea,
desde luego. Como vemos por estos ejemplos, el hipertexto es considerado como una
obra “propiamente literaria” más comúnmente que el metatexto —por la sencilla razón,
entre otras, de que, generalmente derivado de una obra de ficción (narrativa o
dramática), sigue siendo obra de ficción, y como tal cae, por así decir, automáticamente,
a los ojos del público, en el campo de la literatura; pero esta determinación no es
esencial en él, y le hallaremos, sin duda, algunas excepciones.
Escogí dos ejemplos por otra razón, más decisiva: si la Eneida y el Ulises tienen
en común el no derivarse de la Odisea como tal página de la Poética se deriva de Edipo
Rey, es decir, comentándola, sino por una operación transformativa, esas dos obras se
distinguen entre sí por el hecho de que en los dos casos no se trata del mismo tipo de
transformación. La transformación que conduce de la Odisea al Ulises se puede
describir (de modo muy burdo) como una transformación simple, o directa: la que
consiste en transponer la acción de la Odisea al Dublín del siglo XX. En cambio, la
transformación que conduce de la misma Odisea a la Eneida es más compleja y más
indirecta, a pesar de las apariencias (y de la mayor proximidad histórica), porque
Virgilio no transpone, de Ogigia a Cartago y de Ítaca al Lacio, la acción de la Odisea: él
cuenta una historia completamente distinta (las aventuras de Eneas y no ya de Ulises),
pero inspirándose, para hacerlo, en el tipo (genérico, es decir, a la vez formal y
temático) establecido por Homero13 en la Odisea (y, de hecho, también en la Ilíada), o,
como bien se ha dicho durante siglos, imitando a Homero. También la imitación es, sin
duda, una transformación, pero de un proceder más complejo, porque —para decirlo
aquí de una manera aún más sumaria— exige la constitución previa de un modelo de
competencia genérica (llamémoslo épico) extraído de esa realización [performance]
singular que es la Odisea (y, eventualmente, de algunas otras), y capaz de engendrar un
número indefinido de realizaciones miméticas. Este modelo constituye, pues, entre el
texto imitado y el imitativo, una etapa y una mediación indispensable, que no hallamos
en la transformación simple o directa. Para transformar un texto, puede ser suficiente un
gesto simple y mecánico (en último caso, arrancar de él simplemente algunas páginas:

12

13
Por supuesto, el Ulises y la Eneida no se reducen, en modo alguno, a una transformación directa o
indirecta de la Odisea.
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
ésa es una transformación reductora); para imitarlo hay que adquirir necesariamente un
dominio por lo menos parcial de él: el dominio de aquel de sus caracteres que se decidió
imitar; es natural, por ejemplo, que Virgilio deje fuera de su gesto mimético todo lo que,
en Homero, es inseparable de la lengua griega.
Con bastante razón se me podría objetar que el segundo ejemplo no es más
complejo que el primero, y que simplemente Joyce y Virgilio no retienen de la Odisea,
para conformar a ella sus respectivas obras, los mismo rasgos característicos: Joyce
extrae de ella un esquema de acción y de relación entre personajes, que él trata en un
estilo completamente distinto, mientras que Virgilio extrae de ella cierto estilo, que él
aplica a otra acción. O de un modo más brutal: Joyce cuenta la historia de Ulises de otra
manera que Homero, mientras que Virgilio cuenta la historia de Eneas a la manera de
Homero; transformaciones simétricas e inversas. Esta oposición esquemática (decir la
misma cosa de otro modo/decir otra cosa de modo semejante) no es falsa en el presente
caso (aunque desatiende un tanto excesivamente la analogía parcial entre las acciones de
Ulises y Eneas), y volveremos a hallar su eficacia en muchas otras ocasiones. Pero ella
no es de una pertinencia universal, como también veremos, y, sobre todo, encubre la
diferencia de complejidad que separa esos dos tipos de operación.
Para hacer más visible esa diferencia, debo recurrir, paradójicamente, a ejemplos
más elementales. Tomemos un texto literario (o paraliterario) mínimo, como el
siguiente proverbio: Le temps est un grand maitre [El tiempo es un gran maestro]. Para
transformarlo, basta con que yo modifique, no importa cómo, uno cualquiera de sus
componentes; si, suprimiendo una letra, escribo: Le temps est un gran maitre, el texto
“correcto” se ve así transformado, de una manera puramente formal, en un texto
“incorrecto” (falta de ortografía; si, sustituyendo una letra, escribo, como Balzac por
boca de Mistigris14, Le temps est un grand maigre [El tiempo es un alto flaco], esa
sustitución de letra opera una sustitución de palabra, y produce un nuevo sentido; y así
sucesivamente. Imitarlo es un asunto completamente distinto: supone que yo identifique
en ese enunciado cierta manera (la del proverbio) caracterizada, por ejemplo, y para
andar rápido, por la brevedad, la afirmación tajante y la metaforicidad; después, que yo
exprese de esa manera (en ese estilo) otra opinión, corriente o no: por ejemplo, que para
todo hace falta tiempo, de ahí ese nuevo proverbio15: París no se hizo un día. Aquí se ve
mejor, espero yo, en qué la segunda operación es más compleja y más mediata que la
primera. Lo espero, porque por el momento, no puedo permitirme llevar más lejos el
análisis de esas operaciones, que volveremos a encontrar en su momento y lugar.

II

Llamo, pues, hipertexto a todo texto derivado de un texto anterior por


transformación simple (en adelante diremos transformación a secas) o por
transformación indirecta (diremos imitación). Antes de abordar su estudio se imponen,
sin duda, dos precisiones, o precauciones.
Ante todo, no se deben considerar los cinco tipos de transtextualidad como
clases estancas, sin comunicación ni intersecciones recíprocas. Sus relaciones son, por
el contrario, numerosas, y a menudo decisivas. Por ejemplo, la architextualidad genérica
se constituye casi siempre, históricamente, por la vía de la imitación (Virgilio imita a
Homero, el Guzmán imita el Lazarillo), y, por tanto, de la hipertextualidad; la
pertenencia architextual de una obra frecuentemente es declarada mediante indicios
14
15
Que no me tomo el trabajo y el ridículo de encontrar, lo tomo del mismo Balzac.
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
paratextuales; esos indicios mismos son comienzos de metatexto (“este libro es una
novela”), y el paratexto, prefacial u otro, contiene muchas otras formas de cmentario;
también el hipertexto tiene con frecuencia valor de comentario: un travestissement
como el Virgilio travestido es, a su manera, una “crítica” de la Eneida, y Proust dice (y
prueba) admirablemente que el pastiche es “crítica en acción”; el metatexto crítico se
concibe, pero no se practica casi nunca sin una parte —a menudo considerable— de
intertexto citacional en apoyo de él; el hipertexto se cuida más de eso, pero no
absolutamente, aunque sólo sea por la vía de las alusiones textuales (Scarrón invoca a
veces a Virgilio) o paratextuales (el título Ulises); y, sobretodo, la hipertextualidad,
como clase de obras, es en sí misma un architexto genérico, o más bien transgenérico:
entiendo por éste una clase de textos que engloba enteramente ciertos géneros canónicos
(si bien menores) como el pastiche, la parodia, el travestissement, y que atraviesa a
otros —probablemente, a todos los otros: ciertas epopeyas, como la Eneida, ciertas
novelas, como Ulises, ciertas tragedias o comedias, como Fedra o Anfitrión, ciertos
poemas líricos, como Booz dormido, etc., pertenecen a la vez a la clase reconocida de su
género oficial y a la clase desconocida de los hipertextos; y, como todas las categorías
genéricas, la hipertextualidad se declara, la mayoría de las veces, mediante un indicio
paratextual que tiene valor contractual: Virgilio travestido es un contrato explícito de
travestissement burlesco, Ulises es un contrato implícito y alusivo que debe por lo
menos alertar al lector de la probable existencia de una relación entre esa novela y la
Odisea, etc.
La segunda precisión responderá a una objeción ya presente, supongo, en la
mente del lector desde que describí la hipertextualidad como una clase de textos. Si
consideramos la transtextualidad en general, no como una clase de textos (proposición
carente de sentido: no hay texto sin trascendencia textual), sino como un aspecto de la
textualidad, y sin duda a fortiori —diría con razón Riffeterre— de la literariedad,
deberíamos considerar también sus diversos oponente (intertextualidad, paratextualidad,
etc.), no como clases de textos, sino como aspectos de la textualidad.
Es realmente así como yo la entiendo. Las diversas formas de transtextualidad
son a la veces aspectos de toda textualidad y, en potencia y en grados diversos, clases de
te textos: todo texto puede ser citado, y, por ende, devenir cita, pero la cita es una
práctica literaria definida, que evidentemente trasciende cada una de sus realizaciones, y
que tiene sus caracteres generales; todo enunciado puede ser investido de una función
paratextual, pero el prefacio (yo diría gustosamente lo mismo del título) es un género; la
crítica (metatexto) es, evidentemente, un género; sólo el architexto, sin duda, no es una
clase, puesto que es, si así puede decirse, la claseidad (literaria) misma: de todos modos,
ciertos textos tienen una architextualidad más fuerte [pregnante] (más pertinente) que
otros, y que, como he tenido la ocasión de decir en otra parte, la simple distinción entre
obras más o menos provistas de architextualidad (más o menos clasificables) es un
esbozo de clasificación architextual.
¿Y la hipertextualidad? También es, evidentemente, un aspecto universal de la
literariedad: no hay obra literaria que no evoque, en algún grado, y según las lecturas,
alguna otra, y, en ese sentido, todas las obras son hipertextuales. Pero, como los iguales
de 1984, algunas lo son más (o más manifiesta, masiva y explícitamente) que otras:
Virgilio travestido, digamos, más que las confesiones de Rosseau. Cuanto menos
masiva y declarada es la hipertextualidad de una obra, más depende su análisis de un
juicio constitutivo, y hasta de una decisión interpretativa del lector: yo puedo decidir
que las confesiones de Rosseau son un remake actualizado de las de San Agustín, y que
el título de éstas es el indicio contractual de ello —después de lo cual no faltarán las
confirmaciones de detalle, simple cuestión de ingeniosidad crítica. Así mismo puedo
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
perseguir en cualquier obra los ecos parciales, localizados y fugaces de cualquier otra,
anterior o posterior. Semejante actitud tendría como resultado que se volcara la totalidad
de la literatura universal en el campo de la hipertextualidad, lo que volvería poco
dominable el estudio de ésta; pero, sobre todo, ella le da un crédito, y le concede un
papel, para mí soportable, a la actividad hermenéutica del lector —o del archilector.
Enredado desde hace largo tiempo, y para mi mayor bien, con la hermenéutica textual,
no quiero abrasar después de viejo la hermenéutica hipertextual. Considero la relación
entre el texto y su lector de una manera más socializada, más abiertamente contractual,
como una relación que depende de una pragmática conciente y organizada. Abrodaré
aquí, pues, salvo excepción, la hipertextualidad por su vertiente más iluminada: aquella
en que la derivación del hipotexto al hipertexto es a la vez masiva (toda una obra B se
deriva de toda una obra A) y declarada, de una manera más o menos oficial. Yo incluso
primeramente había pensado restringir la indagación a los únicos géneros oficialmente
hipertextuales (sin emplear la palabra, por supuesto), como la parodia, el
travestissement, el pastiche. Razones que más adelante aparecerán me disuadieron, o,
más exactamente, me persuadieron de que esa restricción era impracticable; será
preciso, pues, ir mucho más lejos, empezando por esas prácticas manifiestas y yendo
hacia prácticas menos oficiales —tan poco oficiales que ningún término reconocido las
designa como tales y nos hará falta forjar algunos. Dejando de lado, pues, toda
hipertextualidad puntual y/o facultativa (que, a mi modo de ver, pertenece más bien a la
intertextualidad), eso ya no da, como más o menos dice Laforgue, bastante infinito que
cortar.
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia

Resumen de la Universidad pedagógica de Bogotá:

También desde la producción textual, y con una concepción estructuralista, Gerard


Genette en Palimpsestos: la literatura en segundo grado (1962) tiene como propósito
acercarse a esas múltiples relaciones que se establecen entre los textos y reconocer los
distintos procedimientos que permiten crear textos sobre la base de otros textos. Su
estudio se limita a uno de los tipos de transtextualidad, entendida como una categoría
genérica de los fenómenos intertextuales, aunque define los otros tipos.
En la transtextualidad o trascendencia textual como la define Genette se distinguen
cinco tipos de relaciones que en su orden son: la intertextualidad, paratextualidad,
metatextualidad, hipertextualidad y architextualidad.
El primer tipo es definido por el autor “como una relación de copresencia entre dos o
más textos”, (Genette, 1989:10) es decir, como la presencia de un texto en otro. Este
tipo de relación tiene como práctica más común la conocida cita entre comillas.
Además, se presenta bajo la forma del “plagio”, copia literal no manifiesta, o como
“alusión”, es decir, como referencia innombrada pero reconocible.
La paratextualidad es entendida como la relación que el texto mantiene con los títulos,
subtítulos, intertítulos, prefacios, epílogos, entre otros, llamados paratextos.
El tercer tipo de trascendencia textual, la metatextualidad, “es la relación -
generalmente denominada comentario- que une un texto con otro texto que habla de él
sin citarlo (convocarlo), e incluso; enel límite de nombrarlo”. (Genette, 1989: 10).
La architextualidad es definida como “una relación completamente
muda que, como máximo, articula una mención paratextual de pura pertenencia
taxonómica. (Genette, 1989: 13).
Finalmente, la hipertextualidad es la relación que une a un texto B con un texto A, es
decir, supone la derivación de un texto de otro ya existente. Al texto B se le llama
hipertexto yal texto A se le denomina hipotexto.
De alguna manera, se puede afirmar que todas las obras literarias traen a la memoria
otras; por lo tanto, “todas las obras son hipertextuales”, (Genette, 1989: 19) teniendo en
cuenta que cada una lo será en mayor o menor grado.
A esas relaciones “librescas” es a lo que Genette llama “literatura en segundo grado”,
es decir, literatura fundada en otros textos. Por ello, el término palimpsestos acude a
explicar, de manera general, como un texto se superpone al otro al que no oculta del
todo sino que lo deja ver por transparencia (Genette, 1989:495).
Para explicar la hipertextualidad Genette propone dos tipos de derivación hipertextual:
transformación e imitación. Dichas categorías no encierran conceptos antagónicos, sino
grados de relación intertextual.
La transformación incluye la parodia, el travestimiento y la transposición. La imitación
incluye el pastiche, el charge o imitación satírica y la forgerie o imitación seria.

.
Para diferenciar los dos tipos de derivación: transformación e imitación, es necesario
aclarar que “el que hace una parodia o un travestimiento se ocupa esencialmente de un
texto, y accesoriamente de un estilo; por el contrario el imitador se ocupa esencialmente
de un estilo y accesoriamente de un texto”. (Genette, 1989: 100).
Todos estos procedimientos, como los tipos mismos de transtextualidad, no deben
concebirse desvinculados, ni como habitantes independientes de los textos sino que por
el contrario, todos ellos mantienen una estrecha vinculación que hace difícil desligarlos
a
Gerard Genette: La literatura a la segunda potencia
la hora de su definición y análisis.
Para finalizar tendríamos que señalar como de este andamiaje teórico propuesto por
Genette, se puede concluir que todos los hipertextos, cualquiera que sea su grado se
presentan como transformación y/o imitación de obras anteriores. En algunos casos el
hipertexto se desvanece como consecuencia del desconocimiento de su hipotexto. Por lo
tanto, toda relación hipertextual es descubierta según la enciclopedia y competencia del
lector que encontrará mayores o menores relaciones entre uno y otro texto.

Teniendo en cuenta que la hipertextualidad, como se ha dicho, es un tipo de


trascendencia textual de un discurso literario, puede establecer relaciones con textos
anteriores que premeditan su existencia derivándose de él, por transformaciones o
imitaciones, es necesario aclarar que para Genette el hipertexto es casi siempre ficcional
puesto que es ficción derivada de ficción o de relatos de acciones reales. Detrás de toda
transformación o imitación siempre hay una crítica que muestra valores axiológicos
constitutivos de una visión del mundo

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