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El oficio del docente o profesor de aula, cuya singularidad es enseñar, se cruza con
variables múltiples, pero que en su máxima expresión discurren, por antonomasia, en la
esfera de lo social, y por tanto de lo político. En términos de categoría le es consustancial y
con respecto a su carácter histórico, propio de su acontecer. Teniendo ello en cuenta,
cualquier modo en que ésta se refleje o concrete debe estar relacionado con la visión de
sociedad y de la política en general. Esto tiene una serie de implicancias, más cuando se
tiene que analizar un plan de estudios conducente al título del profesor.
El modo de entender la educación varía de una legislación a otra, pues la LOCE establece
en su artículo 4º que “La educación formal es aquella que, estructurada científicamente, se
entrega sistemáticamente”. Parte de ello son dos aspectos en la formación del profesor, por
un lado es licenciado en cuanto posee los conocimientos de una disciplina con rigurosidad
científica (recordemos la influencia de las denominadas “ciencias de la educación”) y por
otro lado, es profesor en cuanto puede aplicar dichos conocimientos, esto es las técnicas, en
el proceso de enseñanza-aprendizaje. Cabe mencionar que el profesor no genera ni crea
conocimientos, los aplica, en cuanto técnica que son. Las mismas instituciones superiores
que otorgan el grado y el título son las encargadas de vigilar la calidad de sus programas, el
Estado vela por el marco regulatorio solamente.
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Académico de la Universidad de Valparaíso. Profesor de Filosofía y Magister en Educación
primordial entender que son las propias carreras, bajo el modelo educativo de la Institución
Superior, las que se autoevalúan, lo cual permite la diversidad de los programas de
formación existentes3.
Bien, si decimos que existe un marco regulatorio, una Ley de Aseguramiento de la Calidad
de la Educación, habría también que señalar tres aspectos que complejizan el pensar en el
futuro docente. Uno de ellos es la Evaluación Docente, que en términos fácticos es
obligatoria, y la otra la prueba INICIA, por ahora voluntaria. Si bien la primera no tiene
incidencia directa, la mayor parte de las carreras cuenta con alguna asignatura de
preparación de portafolios, pues aquello es un tipo de habilidad y también conlleva
conocimientos que la mayor parte de los docentes, en ejercicio, no posee (recordemos a los
profesores normalistas o a nuestras generaciones). En el caso de la prueba INICIA, que por
ahora se aplica voluntariamente a los estudiantes de curso superiores, estandariza
conocimientos y competencias disciplinarias como pedagógicas, lo cual tiende a la
homogeneización. Una tendencia preocupante es la excesiva atención a dichos parámetros,
por parte de las carreras de pedagogía, lo cual podría redundar en un efecto similar a lo que
ocurre con el SIMCE, en el cual se prepara a los estudiantes, más que en las propias
disciplinas que se estudian, en los contenidos a medir.
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Se hace referencia a la actual Ley de Aseguramiento de la Calidad de la Educación (Ley 20.129) vigente
desde el año 2006, que señala en el artículo 27 "las carreras y programas de estudio conducentes a los
títulos profesionales de Médico Cirujano, Profesor de Educación Básica, Profesor de Educación Media,
Profesor de Educación Diferencial y Educador de Párvulos, deberán someterse obligatoriamente al proceso
de acreditación".
¿cómo se prepara un estudiante para esta diversidad de proyectos?, ¿es necesario
prepararlos para cada tipo de proyecto educativo?, o más bien, ¿hay que apuntar y definir
un tipo de perfil de egreso que esté orientado hacia cierto segmento de la sociedad? La
respuesta a aquello va a estar enmarcada en la visión de la propia institución de educación
superior, en ella se juega su visión de ser pública o privada. En este punto se hace notar la
carencia de un proyecto educativo nacional que permita la cohesión necesaria, pues las
universidades, aún cuando tengan el status de pública no logran cubrir, pues no es su
objetivo ni su conformación, dicho requerimiento social.
Hablar, entonces, de formación docente resulta ser complejo hoy en día, pues como hemos
visto hay que atender a distintos factores externos, los cuales tienden a moldear los propios
planes de estudio. En ese sentido, hay un hilo muy fino entre ofrecer una carrera atractiva al
mercado (lo cual no es sinónimo de calidad) y ofrecer una carrera que cumpla con el
proceso de formación satisfactorio para un profesional competente (lo cual tampoco es
sinónimo de “competencias” como se entiende hoy en día) en su área disciplinar. Esto
último, si bien es ajeno a las vicisitudes momentáneas, en algunos casos, permite no estar a
merced de los paradigmas o corrientes pedagógicas en moda que no son parte constituyente
de un sistema educativo (que más bien es administrativo) sino más bien los modos que en
un determinado momento parecen ser satisfactorios. Recordemos que el sistema educativo
actual está regido por la ley de la oferta y la demanda, en el cual el cliente tiene el poder de
decidir cuál servicio puede o quiere comprar, y, más que a decisiones a largo plazo se
refiere a aquellas que son de corto plazo.
Existe entonces un decisión sobre cuál es el futuro rol del docente, y en mor de ello se tiene
que diseñar un proceso de formación no sólo teórica sino práctica. Estas pueden estar
supeditadas totalmente a las leyes que rigen el mercado, o bien pueden atenuar estos
factores para atender a las disciplinas (educativas y/o de especialidad) que la constituyen.
En esto no sólo las universidades, a través de su estamento académico, tienen la palabra
sino también la ciudadanía.