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Deliciosa Chiara
ePub r1.0
Enhiure 08.12.14
Título original: Deliciosus
Nicky Pellegrino, 2005
Traducción: Ignacio Gómez Calvo
Pepina gritó:
—Ha ido a Roma a buscar a ese
Marco Manzoni. Durante todo este
tiempo nunca perdió la esperanza. No
puedo creerlo. Va a buscarse la ruina.
Pálida y furiosa, Rosaria solo oía a
medias los lamentos de su madre.
Siempre había dado por supuesto que
Marco regresaría algún día a casa,
cuando se hubiera hartado de Roma, y
entonces ella entraría en acción. ¿Se le
habría adelantado su hermana? De ser
así, nunca se lo perdonaría.
Mientras tanto, en el centro del
pueblo, tras la gruesa cortina de
terciopelo rojo que separaba la parte del
café Angeli destinada al público de su
mundo privado, Franco inclinaba la
cabeza sobre otra nota y la leía por
última vez:
Querido Franco:
Siento haberle dejado
sin avisar, pero Giovanni
pronto será bastante
mayor para ayudarle en el
café; hasta entonces
espero que pueda
arreglárselas soto.
También siento
haberle mentido en lo
referente al motivo por el
que quería el trabajo. No
pensaba llevar a mi
madre de viaje a la
ciudad, como le dije.
Cuando lea esto
estaré en el tren de
camino a Roma. Estoy tan
emocionada… Le
prometo que iré muy
pronto a la capilla Sixtina
y le daré recuerdos de su
parte a Miguel Ángel.
Por favor, no se
enfade conmigo. Les
echaré muchísimo de
menos a usted y al café,
pero sé que estoy
haciendo lo correcto.
Estoy convencida de ello.
Su amiga,
Maria Domenica
Carrozza
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Querida mía:
En tus manos tienes
una fotografía en la que
aparezco yo, William
Smith, y la chica de la
que me enamoré, cuyo
nombre era Maria
Domenica Carrozza. La
conocí un día que estaba
tomando café en una
cafetería que había cerca
de la plaza de España. Yo
estaba estudiando arte en
Roma y me sentía solo.
Ella se fijó en mí y fue
amable conmigo. Al
principio me ofreció su
amistad, y luego su amor.
Solo llevábamos juntos
un par de meses cuando
me dijo que estaba
embarazada. Sentí el
pánico y huí a Inglaterra.
Cuando entré en razón y
volví a Roma a buscarla,
ella había desaparecido.
Nadie sabía dónde
estaba; parecía que se
hubiera esfumado.
Entonces me di cuenta de
lo poco que sabía de ella.
Durante los meses que
estuvimos juntos yo fui el
que más habló. Incluso
desconocía el nombre de
su pueblo natal. Todos
estos años me he sentido
avergonzado y triste
sabiendo que tenía una
hija a la que no conocía,
Y también me entristecía
que Maria Domenica y yo
no nos hubiéramos vuelto
a encontrar.