Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Cada
año,
los
diferentes
medios
de
comunicación
se
hacen
eco
de
los
resultados
en
cuanto
a
cuál
ha
sido
el
porcentaje
de
padres
que
ha
conseguido
matricular
a
sus
hijos
en
el
centro
de
primera
opción.
Normalmente
está
elección
ha
sido
fruto
de
un
peregrinar
por
los
distintos
centros
en
las
ya
consolidadas
jornadas
de
puertas
abiertas.
Esto
refleja
una
clara
preocupación
de
los
padres
a
la
hora
de
realizar
está
elección.
Saben
que
el
tipo
de
centro
que
escojan
va
a
repercutir
en
como
será
la
educación
que
sus
hijos
reciban.
Sin
embargo,
esta
preocupación
de
los
padres
a
la
hora
de
escoger
centro
para
la
Etapa
de
educación
Primaria
y
posteriores,
la
mayoría
de
las
veces
no
se
ve
reflejada
a
hora
de
escoger
a
qué
Escuela
Infantil
quieren
llevar
a
sus
hijos.
El
criterio
para
selección
que
suele
predominar
en
este
caso
es
la
cercanía
al
domicilio
familiar
o
al
centro
de
trabajo,
y
atendiendo
a
que
los
cuidados
que
el
niño
reciba
sean
lo
más
parecidos
a
los
que
este
recibiría
en
casa.
Esto
deja
entrever
que
ya
desde
la
familia
se
le
resta
importancia
a
esta
etapa
crucial
del
desarrollo
de
sus
hijos.
Realmente
en
la
sociedad,
en
general,
no
hay
una
conciencia
clara
de
las
implicaciones
psicoevolutivas
que
este
periodo
de
la
educación
infantil
conlleva.
Desde
fuera
puede
parecer
todo
más
o
menos
lo
mismo
y
a
la
hora
de
la
selección,
aparte
del
que
ya
he
nombrado
antes
(la
cercanía),
se
consideran
criterios
como
el
precio,
el
tamaño,
las
instalaciones,
etc.
pero
se
suele
pasar
por
alto
lo
fundamental
y
es
qué
dependiendo
de
cómo
conciba
al
niño
la
institución
infantil
va
a
adoptar
diferentes
roles:
− Productora
de
un
prototipo
determinado.
− Como
sustitutiva
del
hogar.
− Como
negocio
o
empresa.
− Como
foro
de
la
sociedad
civil.
Entre
los
diferentes
modelos
existentes,
la
concepción
de
las
instituciones
para
la
primera
infancia
como
foros
de
la
sociedad
civil,
es
una
opción
más
acorde
con
lo
que
hoy
en
día
debería
ser
una
escuela
infantil.
Esto
requiere
darle
la
vuelta
a
concepciones
estereotipadas
y
tradicionalistas
de
lo
que
es
y
no
es
un
niño,
y
partiendo
de
eso
dejar
de
verlas
como
un
servicio
de
“guardería”,
como
hasta
hace
bien
poco
se
las
ha
denominado.
Ser
concebidas
como
centros
neurálgicos
de
nuestra
sociedad,
donde
se
llevan
acabo
procesos
compartidos
de
crianza,
donde
el
niño
es
la
pieza
principal
y
el
centro
del
que
deben
partir
los
“qué”
los
“cómo”
y
los
“para
qué”.
Si
nosotros
mismos,
desde
nuestro
papel
como
educadores,
o
como
padres
y
usuarios,
o
incluso
desde
la
administración
como
parte
del
sistema,
no
les
damos
la
importancia
que
estas
instituciones
se
merecen,
y
las
dejamos
relegadas
a
un
segundo
orden
en
cuanto
a
su
papel
en
la
sociedad
y
en
la
formación
del
niño,
difícilmente
cambiará
nada.
Para
que
ese
cambio
se
pueda
producir,
se
requiere
la
implicación
de
todos
los
miembros
de
la
sociedad.
Comenzando
por
la
propia
institución,
que
es
la
que
tiene
un
papel
principal.
Pero
esto
no
es
tarea
fácil
en
una
sociedad
donde
lo
que
prima
es
lo
económico
y
todo
lo
demás
a
menudo
se
queda
en
el
plano
de
lo
utópico.