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Como resultado de esta coyuntura, al interior de los movimientos indígenas han surgido
organizaciones de mujeres que han refutado el orden global de los derechos humanos, el
neoliberalismo, las políticas económicas y sociales de sus países, y las situaciones de violencia y
desigualdad al interior de sus comunidades (Hernández Castillo, Stephen y Speed, 2006). El
resultado de esto es un movimiento social indígena de mujeres con reivindicaciones de género
que ha cuestionado las formas tradicionales de hacer política e, incluso, el activismo feminista
(Hernández Castillo, Stephen y Speed, 2006). Las mujeres indígenas organizadas han propuesto
revisitar los “usos y costumbres” de sus comunidades, sus planes de vida y los sistemas de
justicia que hacen parte de su cultura con el objetivo de incrementar su participación política
(Hernández Castillo, Stephen y Speed, 2006). De igual forma, las mujeres indígenas han venido
cuestionando el etnocentrismo de las instituciones de cooperación internacional, las ONG’s, el
feminismo hegemónico y la academia (Hernández Castillo, 2006).
Si bien las mujeres indígenas se han reivindicado como “mujeres” y como “indígenas” al mismo
tiempo con el objetivo de visibilizarse políticamente, las reivindicaciones de género no han sido
tenidas en cuenta por el movimiento indígena. Tarcila Rivera (2008) planteó que los reclamos
1 Este trabajo hace parte de mi tesis para optar al título de magíster en antropología de la Universidad de
los Andes. Esta ponencia es una explicación de los detallas de esta etnografía pero también contienen
reflexiones y replanteamientos acerca de la misma. Esto nace de un proceso de auto-crítica de mi propio
trabajo.
2 Estudiante de doctorado en Antropología, Universidad de los Andes. Miembro del grupo Antropolítica
de la misma universidad.
1
por la incorporación del género, la complementariedad3 y el equilibrio no han sido transversales
a los discursos del movimiento indígena a pesar de la relevancia política que estas temáticas han
tenido gracias a los medios de comunicación y la cooperación internacional (Rivera, 2008).
Frente a esto, Astrid Ulloa (2007) sostiene que los procesos participativos de las mujeres
indígenas son una meta deseable. Esto es un imperativo ético a desarrollar en los proyectos de
organizaciones de base, políticas estatales, programas globales y aún en las propias iniciativas
indígenas (Ulloa, 2007). Empero, la participación política de las mujeres indígenas en los
procesos organizativos y en las luchas colectivas era algo que no se había incorporado de forma
sólida a los estudios sobre las mujeres y menos al análisis de los movimientos sociales
latinoamericanos (Ulloa, 2007).
Los Kichwas y Otavalos, son un pueblo indígena ecuatoriano que ha construido históricamente
su identidad cultural en torno a las prácticas del comercio, la música y la migración.
Actualmente, los Kichwas se han conformado como colonias en gran parte de los países del
mundo donde sus artesanías y producciones musicales son populares. En los años cuarenta,
algunas familias Kichwas migraron hacia Colombia con el fin de realizar intercambios
comerciales. Con el tiempo, estas familias se establecieron junto otras que arribaron al país,
dando como resultado la conformación de una colonia kichwa caracterizada por los lazos de
solidaridad y compañerismo entre sus miembros los cuales se consolidaron a través del deporte
y la música. Para el año 2006, los Kichwas ya reconocidos como pueblo indígena colombiano, se
organizaron políticamente como cabildo. Fue así como surgió el Cabildo Mayor Kichwa
Camainkibo de Bogotá. Al interior de este emergió una colectividad femenina conocida como el
3 Los pueblos indígenas mantienen un sistema de complementariedad de género que es un tanto diferente
a la igualdad de género del feminismo liberal occidental (Safa, 2005). Mientras la igualdad de género
liberal de Occidente sostiene que hombres y mujeres son iguales, la complementariedad de género que es
parte del pensamiento indígena postula una “igualdad en la diversidad” (Safa, 2005). Las mujeres no son
como los hombres, son diferentes (Safa, 2005). No obstante, es precisamente su diferencia lo que legitima
sus capacidades y establece su derecho a las mismas oportunidades que los hombres (Safa, 2005).
2
“Comité de Mujeres”. Esta organización procuraba la visibilización política de las mujeres
Kichwas tanto en escenarios políticos como comunitarios. Desde hace algunos años, el Comité
de Mujeres dejó de funcionar por diversos motivos tanto políticos como personales de las
mujeres Kichwas que lo conformaban. Sin embargo, actualmente algunas de estas mujeres están
promoviendo un eventual resurgimiento del mismo.
Los Otavalos son un grupo de indígenas andinos con conexiones históricas y culturales a la
ciudad de San Luis de Otavalo en el norte del Ecuador. Esta ciudad está ubicada a algunos
kilómetros de la frontera con Colombia y está relativamente cerca de la ciudad de Quito. Los
volcanes de Cotacachi e Imbabura también son referentes geográficos para ubicar la ciudad de
Otavalo. Otavalo es conocida por la prosperidad económica derivada de sus actividades
productivas de subsistencia, tales como la agricultura, la manufactura de textiles, el comercio y
la música. Otro elemento que caracteriza histórica y culturalmente a los Otavalos ha sido la
migración. Durante las últimas décadas se ha dado un proceso de migración internacional de los
Otavalos hacia diversas partes del mundo. Como resultado, se ha llegado a hablar de la
constitución de una diáspora Otavalo que reproduce sus prácticas culturales, su organización
comunitaria y sus visiones de mundo en diferentes lugares. La globalización, y las dinámicas de
cosmopolitanismo y movilidad han permitido replantear ciertas nociones estáticas de la
indigenidad, lo cual ha conducido a algunos antropólogos a hablar de la conformación de
diásporas indígenas4. Esta movilidad del pueblo Otavalo ha motivado reflexiones sobre la
4James Clifford (2007) sostiene que la experiencia indígena en un mundo contemporáneo es difícil de
contener. Ciertas nociones de lo indígena evocan sentimientos de arraigo a los territorios y a diversas
naciones (Clifford, 2007). Existen grupos humanos con un apego indiscutible a lugares y territorios
culturalmente familiares. No obstante, la indigenidad -y en especial el concepto del indígena como un ser
humano apegado exclusivamente a la tierra exclusivamente- está en una disputa constante. Existen
procesos de dinamismo cultural donde los pueblos indígenas están creando nuevas formas de ser que
3
naturaleza del ser indígena y su conexión con el escenario contemporáneo. Así pues, la
identidad y las prácticas culturales los Otavalos han tenido como consecuencia el
replanteamiento de las nociones estáticas y esencialistas del sujeto indígena (Maldonado, 2002).
Otavalo también simboliza la lucha política de los pueblos indígenas del Ecuador y de diversos
movimientos de pueblos originarios que reclaman sus derechos culturales. Esta ciudad se ha
construido como un espacio local de diversas diferencias raciales entre indígenas y mestizos, y
como un campo de movilizaciones políticas y puesta en marcha de aparatos de justicia indígena
que reivindican estas luchas y que permiten establecer otras, como por ejemplo, el
cuestionamiento al racismo de las elites políticas y al Estado ecuatoriano (Colloredo-Mansfeld,
1998).
Algunos especialistas en temas relacionados con los pueblos indígenas andinos (Korovkin, 1998;
Colloredo-Mansfeld, 1998 y 2002; Maldonado, 2002; Wibbelsman 2005) han afirmado que uno de
los posibles orígenes de los Otavalos se encuentra en un grupo antiguo de comerciantes
especializados en el intercambio de mercancías textiles conocidos como “mindalás” o
“mindalaes”. Estos gozaron de ciertos privilegios y prerrogativas bajo la gobernanza de los incas
en el siglo XVI y después en el gobierno colonial de España (Wibbelsman, 2005; Maldonado,
2002). Durante el siglo XX, se han desplazado entre campos indígenas y mestizos lo cual es
indicativo de cómo ciertas formas de mestizaje han sido cruciales en la definición de la identidad
Otavalo, de sus actividades políticas y económicas, y de sus prácticas culturales. Sin embargo,
de manera similar a todos los pueblos indígenas latinoamericanos, los indígenas Otavalos
estuvieron sometidos a sistemas de explotación colonial, y a jerarquías de raza y de género
(Meisch, 2002). En este orden de ideas, los mindalaes sí estuvieron sujetos a sistemas de
explotación económica tales como la mita, la encomienda, el “repartimiento” y el wasipungu
(Meisch, 2002).
Otros académicos han hablado de una ascendencia Inca en los Otavalos. En la convivencia con
los Incas durante los siglos XVI y XVII, estos adoptaron la lengua y el vestido tradicional de las
mujeres. De este modo, los Otavalos aprendieron la lengua con el fin de afianzar intercambios
culturales. Por otro lado, las mujeres Otavalos incorporaron como parte de su indumentaria
ciertos elementos del vestido tradicional Inca como son las faldas de color oscuro conocidas
como Anakus o Anacos, las blusas tejidas, y las pañoletas hoy conocidas como fachalinas.
tienen como contexto distintas articulaciones, performancias y traducciones de viejos mundos en nuevos
proyectos culturales (Clifford, 2007). Dentro de la academia, en virtud del estaticismo con el que han sido
pensado lo “indígena”, se ha propuesto la incompatibilidad teórica entre los conceptos de “diáspora” e
“indigenidad” (Clifford, 2007). En contraste, Clifford (2007) estudia la relación entre estos dos conceptos
con el fin de dar cuenta del dinamismo y la complejidad de la indigenidad. Para él, pensar en diásporas
indígenas permite reflexionar sobre esta complejidad (Clifford, 2007). Esto también sugiere analizar
desplazamientos, memorias, redes y re-identificaciones que son inherentes a la supervivencia de los
pueblos indígenas en un mundo cosmopolita (Clifford, 2007). Además, esto también deja apreciar el
dinamismo de la vida indígena, y de los paisajes históricos de rupturas y afiliaciones a distintas nociones
de territorio donde los pueblos indígenas se han asentado de formas temporales y definitivas (Clifford,
2007).
4
La supuesta ascendencia Inca de los Otavalos junto al prestigio de sus actividades económicas
en el comercio textil, ha sido un referente de los movimientos políticos y del comercio indígena
hoy en día. De hecho, la celebración de fiestas tradicionales como la fiesta del Inti Raymi
adquiere esa connotación de pertenencia antigua al pueblo Inca. En este punto, la retórica de lo
Inca y del prestigio de este pueblo indígena permanece como un elemento crucial en la
definición de la identidad cultural de los Otavalos contemporáneos (Wibbelsman, 2005;
Martínez, 2013).
Los obrajes fueron talleres textiles que suplían de ropas a las cortes imperiales Incas y después a
los españoles (Korovkin, 1998). Estos talleres fueron reproducidos en gran escala por los
españoles con fines comerciales. Dentro de los obrajes, los españoles introdujeron los telares de
pedal, el algodón ecuatoriano traído de la ciudad de Otavalo y la lana de oveja (Korovkin, 1998).
Esto dio como resultado una dinámica de producción masiva de mercancías textiles que más
tarde fueron dispuestas en el mercado internacional. Estos molinos eran una gran fuente de
ingresos para los españoles (Korovkin, 1998). Empero, conforme fue disolviéndose el gobierno
colonial, los obrajes fueron retomados por algunos propietarios privados que reprodujeron ese
mismo orden de dominación colonial (Korovkin, 1998). En contraste, también algunas familias
Otavalos adquirieron obrajes y los usaron como un medio de subsistencia (Korovkin, 1998).
En el siglo XX, los indígenas Otavalos eran vistos como modelos de indígenas y como símbolo
de progreso y civilización. Esto se entendía como un aporte a la construcción del Estado nación
ecuatoriano. Fue así que estos indígenas se convirtieron en la representación de una ideología
liberal y nacionalista creada por las élites políticas para una audiencia euroamericana. Los
Otavalos fueron representados por las élites mestizas ecuatorianas como indígenas “orgullosos”,
“inteligentes”, “industriales” y “prestigiosos” (Meish, 2002). Esto contrastaba fuertemente con
aquellas visiones del indio como un ser “impuro”, “sucio”, “indigno”, “salvaje” y “atrasado”,
representaciones que en todo caso fueron reproducidas por los españoles con el fin de crear
sistemas de clasificación racial útiles a sus propósitos de explotación económica y control
político. Esto contribuyó a la delimitación de una especificidad cultural propia del pueblo
Otavalo que tenía que ver con el uso de un vestido tradicional Inca, la prosperidad económica
derivada de sus actividades de comercio y manufactura textil, y su prestigio. En este orden de
ideas, los Otavalos fueron concebidos como “lo mejor de lo malo” (Meisch, 2002).
En este periodo, los Otavalos tomaron los telares de pedal y empezaron a tejer todo tipo de
confecciones. Posteriormente, estas confecciones serían vendidas en las ciudades de Tulcán y
Peguche en el Ecuador, y luego en los mercados colombianos en territorios como Pasto, Popayán
y Bogotá (Meisch, 2002). Para la década de los años cuarenta, los Otavalos empezaron a migrar
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masivamente a Colombia con el fin de establecer intercambios económicos y asentarse en el país.
Así se constituyeron mercados indígenas en Colombia. Se trataba de mercados “en manos de
indios” (Meisch, 2002).
Para los años sesentas y setentas, se había establecido una colonia Otavalo que hacía
intercambios al interior de Colombia y que compartían como referente histórico y cultural su
ciudad de origen. Estos Otavalos vivían y trabajaban en el Occidente y en el centro histórico de
Bogotá. La comunidad Otavalo no sólo estaba integrada socialmente por el lugar de origen, sino
también por actividades como la música y el deporte. La música también ha sido una de las
actividades que constituyen la identidad de los Otavalos en Bogotá.
En la década de los ochentas, Meisch (2002) sostiene que hubo un auge de la música Otavalo no
sólo en el Ecuador, sino también en Latinoamérica, e incluso en Estados Unidos. Este auge
musical también se dio en Colombia. En consecuencia, empezaron a formarse grupos musicales
que migraron a diversas partes del mundo con el fin de interpretar y mostrar su música. De
igual modo, otros grupos musicales provenientes de la ciudad de Otavalo ingresaron a
Colombia con el fin de establecer vínculos culturales con la comunidad Otavalo de Bogotá.
5 Para Ximena Pachón (1981), los cabildos indígenas parten del hecho de que la dominación colonial se
enfrenta con la necesidad fundamental de destruir las diferentes formas de economía natural de los
pueblos indígenas. Los elementos que subyacen a este proceso de exterminio de los indígenas son la
desposesión del derecho a sus vidas, la desposesión de sus recursos naturales, y una desposesión
ideológica y destructiva de la cultura indígena (Pachón, 1981). Pachón (1981) sostiene que esto implicó la
ruina de la organización cultural e histórica de la economía y la política indígena. Entonces, una vez
erradicadas las prácticas políticas, culturales y económicas de los pueblos indígenas de las Américas, los
españoles propusieron un tipo de gobierno alternativo para la dirección de sus asuntos: el cabildo
indígena. El funcionamiento de estos cabildos se basaba en una concesión de derechos a los líderes
indígenas por los españoles. Empero, lejos de otorgar una potestad a los indígenas para solucionar sus
problemas comunitarios, la conformación de cabildos resultaba ser una forma de control colonial sobre
estos (Pachón, 1981). Por medio de estos cabildos, los españoles también pretendieron hacer más efectiva
la explotación económica y los sistemas de estratificación social que separaban a los indios de la sociedad
mayoritaria (Pachón, 1981).
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resguardos indígenas. Estas instituciones de orden colonial fueron reiventadas por los pueblos
indígenas con el fin de establecer sus formas propias de gobierno, la defensa de sus leyes y
costumbres, y de su forma de hacer justicia6. Los cabildos, en especial, funcionaron como
escenarios de interlocución entre los pueblos indígenas y el Estado colombiano. Desde luego,
estas dinámicas de interlocución están mediadas por relaciones de poder donde entran en
disputa ciertos significados y concepciones sobre la ley ancestral y la ley occidental, las prácticas
políticas hegemónicas, las iniciativas de etnodesarrollo, las intervenciones políticas y económica
en las comunidades políticas, y la autonomía.
Durante este periodo de tiempo también surgió un proceso de revalorización de lo indígena que
tuvo impactos culturales y políticos importantes. Por ejemplo, con el tiempo emergió un proceso
“reindianización. Este alude a la acción por la cual los colectivos indígenas, embestidos por su
identidad cultural, responden a presiones externas del contexto político, cultural y económico
(Cháves y Zambrano, 2006). Estas presiones son el resultado histórico de formas de erradicación
de los pueblos indígenas, de sus costumbres, pactos y prácticas culturales. Este orden de
opresión y desigualdad tiene sustento hoy en día. Los pueblos indígenas han perdido su lengua
en casos particulares y han empezado a identificarse como mestizos ante dinámicas de
discriminación y exclusión. Con las políticas multiculturales, el surgimiento de formas de
movilización indígena, y con la promoción de incentivos para los pueblos subordinados a través
de la política pública, los pueblos indígenas organizados políticamente han planteado y
promocionado la recuperación de la lengua, las prácticas de gobierno ancestral y la cultura
propia de sus comunidades. Se trata de un modo de convertirse nuevamente en indígenas hoy
(Cháves y Zambrano, 2006).
Actualmente, en la ciudad de Bogotá y en otras ciudades del país como Cali, Popayán y
Medellín, han surgido varios cabildos indígenas urbanos. Bogotá se ha convertido en un punto
de confluencia de diversos pueblos indígenas que hoy desarrollan procesos organizativos que
apuntan a la conformación de cabildos. La presencia de indígenas en las ciudades no es un
fenómeno nuevo. Por el contrario, los indígenas han hecho parte del paisaje cultural, político y
urbano de las ciudades. Sin embargo, dicha presencia ha sido silenciada por las élites políticas
de la ciudad, por dinámicas de discriminación y exclusión histórica de los pueblos indígenas del
imaginario liberal de nación, y por políticas sociales eugenésicas que buscaron la erradicación de
las prácticas indígenas por considerarlas nocivas para el desarrollo de la sociedad colombiana.
En el contexto de la ciudad, los indígenas urbanos han buscado organizarse políticamente como
pueblos indígenas reconocidos política y legalmente por el Estado colombiano. En el caso
específico de Bogotá, los indígenas urbanos deben disputar su reconocimiento ante las
6 Los cabildos indígenas en Colombia también son una figura legal que estipula las obligaciones y
responsabilidades legales de los gobernantes indígenas para con la comunidad. Estos cabildos están
sujetos a las leyes colombianas. El decreto 2164 del 7 de diciembre de 1995 define el cabildo indígena
como: “una entidad pública especial, cuyos integrantes son miembros de una comunidad indígena,
elegidos y reconocidos por esta, con una organización sociopolítica tradicional, cuya función es
representar legalmente a la comunidad, ejercer la autoridad y realizar actividades que le atribuyen las
leyes, usos y costumbres del reglamento interno de cada comunidad (artículo 2, inciso 5).
7
autoridades distritales. Con el fin de lograr el reconocimiento, los diversos pueblos indígenas de
la ciudad han apelado al discurso de la identidad indígena con el fin de impulsar sus demandas
(Martínez, 2013). Esto último se ha reflejado en las deliberaciones sobre la formulación y
ejecución de la política pública para grupos étnicos en Bogotá, unos que se traducen en planes
de acción afirmativa para estos y en distintos programas de asistencia social, participación
política e integración.
El cabildo Kichwa7 surgió en el año 2006 y fue reconocido por el gobierno distrital en esta época.
La creación de este cabildo tuvo como antecedentes la búsqueda de referentes culturales para
guiar la comunidad, lo cual se tradujo en viajes de estos a la ciudad de Otavalo con el fin de
buscar los orígenes de su cultura, y un proceso de deliberación lento y progresivo con la
comunidad Kichwa de Bogotá. Una vez reconocido el cabildo Kichwa en el año 2006, empezaron
a surgir una serie de “comités” que desplegaban funciones específicas de gobierno indígena. Por
ejemplo, se conformó el Comité de Jóvenes, el Comité de Mayores y, al mismo tiempo, se creó el
Comité de Mujeres. En el año 2008, las mujeres Kichwas se organizaron en este comité. Con este
proceso de movilización política, las mujeres Kichwas pretendieron visibilizar su situación de
desigualdad, discriminación y violencia dentro de la comunidad, reclamando su derecho a la
participación dentro de los asuntos del cabildo. Igualmente, tuvieron como meta la creación de
iniciativas sociales para el mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres Kichwas en la
7A pesar de que los Otavalos han sido reconocidos antropológicamente con ese nombre, los indígenas
Otavalos en Colombia se identifican cultural y políticamente como “Kichwas”. En otras regiones
ecuatorianas también son conocidos con este nombre.
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ciudad. Estas también se encargaban de la realización de celebraciones tradicionales como el Inti
Raymi, eventos de entretenimiento para la comunidad y actividades de integración entre
mujeres como reuniones, fiestas y paseos. Para el año 2010, el Comité de Mujeres detuvo sus
actividades. Varias razones motivaron este cierre. El más importante fue la dificultad que tenían
algunas mujeres para reunirse y realizar actividades específicas del comité. Esto se debía a la
poca compatibilidad que existía entre el trabajo en el hogar y el comercio, y las actividades del
comité. La división inequitativa del trabajo por género dentro de la comunidad Kichwa impidió
la continuidad del proceso organizativo del Comité de Mujeres (Martínez, 2013). Otro motivo
para el cese de actividades de esta organización femenina fue un periodo específico de
ilegitimidad del cabildo Kichwa ante la comunidad. Esta crisis incidió en la forma en que la
comunidad apreciaba la movilización política de las mujeres que hacían parte de la organización
femenina. Fue así que algunas mujeres Kichwas decidieron dimitir de esta ante las presiones
políticas que resultan de una situación política de este tipo (Martínez, 2013). Sin embargo, las
actividades del Comité fueron reanudadas nuevamente en el año 2011.
Luis Alfonso y yo tuvimos una relación cordial dentro del proceso investigativo. Gracias a él fui
involucrándome con las dinámicas cotidianas del cabildo y de la comunidad. De él aprendí a
tomar de forma consciente, respetuosa e informada los asuntos de la institución que lideraba.
Junto a él asistí a diversas celebraciones como el Inti Raymi y a algunos eventos de la
comunidad. En ocasiones hablábamos de nuestras vidas y de asuntos cotidianos como los
estudios, el trabajo y la familia. En diferentes momentos también charlábamos acerca de la
escena política de los grupos étnicos en Bogotá y su relación con el gobierno distrital.
Honestamente, siempre pensé que Luis Alfonso era un verdadero conocedor de la realpolitik de
los grupos étnicos, de los pueblos indígenas que residían en Bogotá, y de las instituciones que
interactuaban con estos.
A través de Luis Alfonso conocí a Luis Conejo. Luis era el tesorero del cabildo y trabajaba
eventualmente para el gobierno distrital. Con el discutí asuntos especiales de la política de la
ciudad y algunas anécdotas sobre viajes, trabajo y familia. El promovió en mí el interés por
contar con la comunidad a la hora de hacer una investigación y la importancia de construir
9
colectivamente el conocimiento sobre los pueblos indígenas de la ciudad. Sin duda, su ayuda fue
indispensable e importante para mí.
Para el mes de octubre tuve la oportunidad de conocer a Mónica Palacios. Mónica es la esposa
de Nelson Tuntaquimba, quien hace parte de la junta directiva del cabildo Kichwa y quien fue el
antiguo gobernador del mismo. Mónica es una mujer mestiza que ha reconocidos los valores, las
creencias y las prácticas políticas de los Kichwas como suyas. Gracias a ella conocí detalles de la
organización de mujeres dentro del cabildo Kichwa.
Lo que me motivó a hacer esta investigación fueron algunas interrogantes por cómo podía la
escritura feminista resaltar u ocultar las voces de las mujeres marginadas, así como las luchas,
los pensamientos y las subjetividades que derivan de las formas como estas experimentan la
opresión por su posición de mujeres indígenas en un entorno urbano. Esto tiene implicaciones
políticas y claramente éticas. Adquirir un posicionamiento político y establecer una etnografía
feminista tiene consecuencias para cualquier proceso organizativo o comunitario de los pueblos
indígenas. Incluso, puede llegar a desconocer lógicas de subordinación estructural que no sólo
tienen que ver con el “ser mujeres”, sino también con el “ser indígena” o “ser Kichwa”. Percibo
que estas dos últimas partes fueron descuidadas totalmente en la primera versión de esta
investigación. Mi perspectiva teórica feminista reconoció a las mujeres como un sujeto político
oprimido pero también con capacidad de agencia. Empero, omitió cómo la indigenidad
determinaba esa agencia y la constitución de ese sujeto femenino que reivindica su resistencia
todos los días. Es en este momento que afirmo la necesidad de articular metodologías y modelos
teóricos que conjuguen perspectivas feministas e indígenas a la hora de indagar en las
realidades de género, raza, etnicidad, indigenidad y clase. Es importante, al mismo tiempo,
ahondar en una crítica postcolonial que permita comprender el posicionamiento histórico de
10
estas mujeres indígenas, la subyugación de sus voces, sus saberes propios y el ocultamiento de
sus tradiciones orales. Esto implica la incorporación del feminismo indígena dentro de las
etnografías de lo político y la deconstrucción de los derroteros teóricos occidentales que
invisibilizaron la historia y los registros sobre las mujeres indígenas de América Latina.
Cada una de las lideresas que narraron sus historias de vida atribuyó cualidades específicas a las
experiencias de vida de las mujeres Kichwas dentro de su comunidad. Las cualidades y los roles
de género dentro de la comunidad expresados por estas mujeres reflejan representaciones de las
Kichwas como “gestoras de vida”, “trabajadoras” y “fuertes”. Dichas representaciones sustentan
sus posturas sobre la posición cultural de las mujeres dentro del pueblo Kichwa de la ciudad de
Bogotá. Esto se sitúa en dinámicas específicas de trabajo del cuidado, la reproducción biológica
11
y cultural de la comunidad, y algunas consideraciones propias que reflejan un intento por
dignificar a las mujeres Kichwas8.
En primer lugar, Lupe expresó que las mujeres indígenas tienen un rol fundamental en la
reproducción de los valores y la transmisión de saberes en la colectividad. Así pues, en el marco
del hogar y la educación se transmiten prácticas como la lengua, los comportamientos aceptados
por la comunidad Kichwa, y los roles y actividades propios de las mujeres. Con relación a esto,
Lupe sostuvo que:
“El hogar es donde se transmite la lengua oral. Dentro del hogar es donde ellas enseñan todo
sobre sus saberes y transmiten el conocimiento sobre la cosmovisión indígena. Ella es un eje
fundamental y central del hogar porque a través de ella se transmite la cultura. Es cierto que
los roles en la ciudad se han transformado, pero siempre la mujer Kichwa va a tener a cargo
la educación de sus hijos. Como gestora de vida, la mujer Kichwa es fundamental dentro de
la comunidad. Por eso la mujer se respeta, porque tiene esa similitud con la madre tierra de
dar vida9.”
Desde este punto de vista, se puede suponer que las mujeres Kichwas no sólo tienen que
engendrar biológicamente a la comunidad sino reproducirla culturalmente. Esto es un rasgo
comúnmente compartido por diversos grupos étnicos y pueblos indígenas. Esta apreciación, que
se enmarca dentro del pensamiento indígena, tiene tanto fines culturales como políticos. Este rol
atribuido a las mujeres Kichwas asegura la reproducción y permanencia de la comunidad
indígena en el tiempo. Esto no sólo es una meta de la comunidad sino un objetivo del cabildo
Kichwa también. Lupe valora positivamente el rol de las mujeres Kichwas en el hogar. En
algunas conversaciones que sostuve con ella me comentó que los roles de las mujeres indígenas
han cambiado drásticamente en la ciudad. Han cambiado en la medida en que las mujeres
otavaleñas rigen su conducta por las normas tradicionales y patriarcales de la sociedad rural,
mientras que las mujeres Kichwas de la ciudad se adaptan a las dinámicas de la ciudad y
aprenden la importancia de la preparación intelectual y la participación política. A pesar de esto,
el papel de las mujeres como gestoras de vida y reproductoras de la comunidad permanece.
Entonces, el “engendrar vida” no es concebido por ella como una forma de subordinación de las
mujeres Kichwas. La subordinación no está dada solamente por el hecho de que las mujeres
reproduzcan vida. Por el contrario. Es precisamente su rol de “dar vida”, transmitir saberes y
reproducir la cultura lo que dignifica a las mujeres Kichwas dentro de su comunidad. Esta
concepción refleja la atribución de respeto y distinción de las mujeres indígenas dentro de la
comunidad kichwa.
8 Nira Yuval-Davis (1998) afirma que dentro de los grupos étnicos usualmente las mujeres son las únicas
destinadas a reproducir cultural e ideológicamente la identidad de un colectivo. Las mujeres son las que
transmiten las tradiciones culturales, las costumbres, canciones, cocina y la lengua (Yuval-Davis, 1998).
Así pues, la constitución de un grupo étnico está mediada por el comportamiento sexual de las mujeres
(Yuval-Davis, 1998). La figura de las mujeres, especialmente de las madres, simboliza en muchas
ocasiones el espíritu de la colectividad (Yuval-Davis, 1998).
9 Conversación con Lupe Amaguaña, 17 de septiembre de 2012.
12
Lo anterior permite reflexionar sobre el modo como es concebida la subordinación femenina
explícitamente. El feminismo hegemónico en antropología y en la teoría política ha supuesto que
la subordinación femenina es un hecho universal. A pesar de que diversas antropólogas han
cuestionado esta idea, este tipo de apreciaciones aún perviven. Esto es particularmente
problemático si de interpretar la situación de subordinación de las mujeres se trata y, más aún, si
se trata de la manera como las mujeres indígenas conciben su situación dentro de las
comunidades. Existe cierta tendencia a atribuir roles a las mujeres indígenas desde
posicionamientos cercanos al feminismo hegemónico occidental que no tienen nada que ver con
la forma como las mujeres diversas conciben su cultura y sus comunidades. Es necesario tener
cuidado con aquellas visiones reducidas de la diferencia cultural y del género dentro de las
comunidades indígenas puesto que no podemos analizar la complejidad de sus experiencias
desde marcos propios seguramente acotados y poco adecuados. La contingencia de la
experiencia indígena es, sin duda, algo que excede la teoría. Otro aspecto a tener en cuenta a la
hora de analizar los modos en que las mujeres indígenas entienden la subordinación tiene que
ver con las metas de los feminismos latinoamericanos. Esta meta, que es un cometido ético y
político al mismo tiempo, se resume en la acción de deconstruir los sistemas de conocimiento
hegemónicos que reducen la diversidad cultural y la amplitud de las experiencias de las mujeres
culturalmente distintas de América Latina, negándoles su potencial de transformación política
radical. Por esta razón, también urge un posicionamiento feminista situado en el contexto
latinoamericano, lo cual puede ser conocido como una especie de “feminismo indígena”10.
En segundo lugar, a diferencia de lo narrado por Lupe, Susana, Jeaneth y Mónica perciben como
opresivas aquellas actividades y roles que las mujeres Kichwas tienen que asumir en el plano de
lo doméstico, lo comunitario y lo político. El hecho de que las mujeres Kichwas asuman gran
parte de la carga de trabajo en el comercio, realicen diversas tareas en el plano del hogar y la
familia sin la ayuda significativa de los hombres, de sus compañeros de vida y sus hijos, pone a
estas mujeres en una situación de desigualdad y de violencia cotidiana. En sus relatos, las
lideresas mencionadas suponen que esto propicia la ausencia de las mujeres Kichwas en
espacios culturalmente masculinos de la comunidad, tales como el deporte y la política. Esto
favorece el silenciamiento de las voces de las mujeres Kichwas, hecho que fue expresado por
estas lideresas con palabras específicas que sobresalieron en sus relatos como: “callarse”,
“doblegarse”, “no tener voz y voto”, “ser autorizado”, “mandar” y “machismo”. Susana lo
comprende así:
13
“Lo que nosotras nos dimos cuenta es que siempre hay un machismo. El hombre es el que
tiende a manejar todo. Un ejemplo claro es cuando uno ve la ‘canasta’11. La que viene acá a
retirar el mercado es la mujer. El hombre ve que ella es la que está cargando el bulto y no
hace nada. Yo venía escuchando ya cosas. Ellas a uno le contaban a uno cosas sin que el
esposo se diera cuenta porque es por puro machismo que ellos muestran que no hablan.
Entonces confiaban en uno y me decían ‘yo le cuento esto pero que mi esposo no vaya a
saber’. Los hombres siempre iban mandando sobre ellas. Ellas siempre deben estar pendientes
de abrir el puesto12 mientras que ellos se van a su juego los lunes, y la que se queda
atendiendo sola el puesto es la mujer13.”
Susana se muestra como testigo del machismo de su comunidad, el cual se expresa en vivencias
específicas de mujeres Kichwas que “callan” y “ocultan cosas” a los hombres. En el secretismo
de estas mujeres se perciben las actuaciones y los roles de las mujeres Kichwas; estos reflejan
una reacción hacia al miedo que estas tienen a los hombres de la comunidad. Este miedo se
materializa en la potestad que tienen los hombres Kichwas para conocer los secretos de las
mujeres, sobre todo en el ámbito de la familia. Los hombres se muestran como personas que
tienen la capacidad de manejar el entorno público y privado de las mujeres Kichwas, así como
las intersecciones entre estos dos ámbitos. Esto, de igual forma, refleja la intención masculina de
controlar los comportamientos de las mujeres. Sin duda, este tipo de cuestiones están
relacionadas con las dificultades que las mujeres Kichwas tienen que afrontar en la cotidianidad
de los programas de asistencia alimentaria del cabildo, tales como recibir los mercados y
“cargar los bultos”. Esta desigualdad de responsabilidades entre hombres y mujeres rompe
radicalmente con los principios de complementariedad que son propios del pensamiento
indígena andino y que encajan finalmente en la cosmovisión Kichwa.
En tercer lugar, en la experiencia de Jeaneth con relación a las anteriores lideresas, se ve cómo el
papel de las mujeres Kichwas en el manejo de los alimentos y su responsabilidad en la entrega
de mercados que hace el cabildo resultan ser hechos opresivos. No obstante, para Jeaneth estos
son hechos que dignifican a las mujeres y que las convierten en mujeres “fuertes”. Esto refleja la
fortaleza de las mujeres Kichwas, hecho que las hace “mujeres admirables”. Jeaneth percibe
que:
“La situación de las mujeres ha cambiado. La mujer antes era una mujer de casa, de hogar,
una mujer que estaba al cuidado de los hijos pero que también era muy participativa en la
parte de producción, en la parte comercial pero, quien ejercía esa parte de salir a comerciar y
vender era el hombre (…) Yo pienso que de por sí el hombre en la comunidad es machista. No
11 El Programa de Canasta Alimentaria es una iniciativa distrital que operan los cabildos indígenas con el
fin de asistir a la comunidad en el plano de la alimentación. Por medio de este programa, los cabildos
suplen las necesidades de las comunidades indígenas de la ciudad. Así, varias familias reciben mercados
y otro tipo de ayudas lo cual puede entenderse como un aporte para el mejoramiento de sus condiciones
de vida y para la erradicación de la pobreza que afecta a las poblaciones indígenas en Bogotá.
12 Susana se refiere con esto a los locales y tiendas de comercio que los y las Kichwas tienen en la ciudad
de Bogotá. Estos se ubican mayoritariamente en el centro de Bogotá, pero también en localidades como
Fontibón.
13 Conversación con Susana Terán, 26 de septiembre de 2012.
14
sé, es como si hubiera ciertos roles que cada uno debe cumplir. Entonces lo que yo digo es que
era la mujer en la casa, en el hogar y eso. En una casa Kichwa es muy raro ver al hombre
Kichwa preparando la comida, es muy extraño. Hoy en día no. Yo veo que la mujer sale. A
mí se me hace que la mujer Kichwa es muy trabajadora. A veces admiro cuando veo a esas
señoras cargando bultos con yo no sé cuántos kilos. Es una mujer con mucha fuerza, fuerte
por todo lo que tiene que manejar, los veinte roles que tiene que manejar14.”
Lo que para Susana resulta ser “machismo”, para Jeaneth significa “fortaleza”. Sin embargo,,
esto no conduce a una negación del machismo puesto que para ella esto es algo que siempre
está presente en la comunidad. El hecho de que las mujeres manejen los asuntos relacionados
con la recepción de ayudas alimentarias del cabildo, “carguen bultos” y sean fuertes, dignifica
su posición. La situación de subordinación, la desigualdad y las difíciles cargas que las mujeres
Kichwas tienen que asumir en su cotidianidad reflejan la valentía con la que asumen la vida;
esto caracteriza a una mujer “fuerte”. Indudablemente, esta sería una desviación de lo que
comúnmente se conoce como opresión o subordinación. Cabe preguntarse entonces hasta qué
punto la idea dignificadora de Jeaneth se convierte en una forma de subversión de estos roles
de género impositivos. Estas experiencias y concepciones sobre las mujeres indígenas invitan a
tomar en serio las maneras de conceptualizar la experiencia indígena desde marcos feministas
hegemónicos puesto que lo que se entiende como “subordinación” para las investigadoras
feministas puede no corresponder con cómo entienden ellas este concepto. Este aspecto ya se
había mencionado anteriormente.
Para Mónica, si bien, hay hombres y mujeres que son “buenos líderes”, el machismo silencia a
las segundas y hace que su participación política en el cabildo sea poca. Para ella las mujeres
son silenciadas así:
“Yo digo que eso es como igual (la relación entre hombres y mujeres) porque por ejemplo,
hay mujeres que son muy buenas líderes (del cabildo) y hombres que también. Sin embargo,
muchas veces por ese modo de pensar como tan machista, (los hombres Kichwas) no dejan
que las mujeres hablen y tengan voz y voto. Ellas no pueden opinar si no es porque el esposo
lo autoriza. 15.”
Mónica define el machismo con acciones como “no poder hablar”, “no tener voz y voto” y “no
ser autorizadas”. Esto repercute en la presencia de las mujeres en el espacio político. El
machismo tiene un efecto anulador y silenciador, y esto hace que las mujeres sean excluidas de
lo político. Esto impide que las mujeres hablen y tengan potestad sobre la toma de decisiones,
incluso si son personales. Así, la posibilidad de que las mujeres superen el silencio y tomen
decisiones es algo mediado por la acción autorizadora de los hombres. Esta es una negación de
la autonomía y la independencia de las mujeres Kichwas. En este contexto aquellas
apreciaciones que dignifican a las mujeres Kichwas – que tienen que ver con su cotidianidad en
el comercio, la recepción de ayudas y el hogar- entran en ambigüedad y contradicción. Empero,
15
esto refleja la diversidad de experiencias de las mujeres Kichwas, incluso, las que participan en
política.
En primer lugar, en las apreciaciones de Lupe sobre el rol de las mujeres Kichwas aún continúa
promoviéndose la representación de estas como gestoras de vida. Así pues, Lupe valida la
participación de las mujeres en la organización política de la comunidad estableciendo una
diferencia entre un antes y un después de la llegada de las Mujeres Kichwas a la política, lo que
significa un desplazamiento de la esfera del hogar hacia los asuntos públicos. Lupe lo expresa
del siguiente modo:
“Desde que yo era muy chiquita como que nunca vi a una mujer Kichwa participando en
otros escenarios diferentes a los de su hogar y los del trabajo aquí en Bogotá, porque en el
Ecuador si he escuchado muchas historias de mujeres que han luchado por la reivindicación de
los derechos de las mujeres indígenas, de los pueblos originarios y aquí en Bogotá como que
siempre fue un cambio positivo ver a las mujeres dentro de las organizaciones. No que
participaran porque siempre han estado participando desde su hogar transmitiéndonos todos
los conocimientos, pero participar dentro de una organización no, antes no16.”
16
El Comité de Mujeres ha sido un espacio político compuesto de diversas experiencias y
trayectorias de vida que confluyen en la organización. Por ejemplo, puede decirse que el
Comité de Mujeres es un vehículo a través del cual Susana alcanzó su posición como
vicegobernadora del cabildo. Ella recuerda que:
“En el 2009, se dio la creación del Comité de Mujeres. El Comité de Mujeres era un grupo
que estaba conformado por jóvenes, adultas y mayores. Todas mujeres. ¿Qué buscábamos con
eso? Pues habían varias, habían otras mujeres líderes y empezamos a ver que era bueno
buscar la participación de las mujeres, de nosotras, que no vean solo a la mujer como la que
está ‘ahí al lado’, sino que nos tuvieran en cuenta. Entonces empezamos a crear, todos los
lunes nos reuníamos. Empezábamos a hacer actividades, a hacer rifas, empezamos a festejar
entre nosotras los cumpleaños y así, porque por lo general la mujer Kichwa es tímida y le da
pena hablar en público. O sea, ella puede hablar con uno pero ya hablar en público les da
como miedo o pena. Entonces vimos que reuniéndonos así y tratándonos más como
amistosamente podríamos lograr más cosas. En el 2009 nos dieron a manejar el Inti Raymi.
En esa ocasión fuimos como de doce a cinco mujeres. Unas estaban en la cocina, unas en la
entrega de medianos, otras en la logística. Todas nos encargábamos de diferentes actividades.
En esa época a mi me gustaban los talleres, entonces yo estaba participando. Yo venía y
hablaba, me gustaba hablar porque yo toda la vida he sido tímida pero me metía ahí. A raíz de
eso las mujeres me empezaron a postular para ser vicegobernadora, y yo dije ‘¡Ay me parece
que eso es mucha política!’ y que yo no sé qué. Pero debido al apoyo de las mujeres y todo dije
‘¡pues listo!’ y me apoyaron, y empecé a ser vicegobernadora desde el 200917.”
La narración de Susana expresa las reivindicaciones del Comité de Mujeres pero también las
redes de solidaridad y apoyo que surgen entre sus integrantes. El Comité de Mujeres no sólo es
un espacio para reivindicar la importancia de la participación política de las mujeres Kichwas
dentro de los asuntos de la comunidad, sino también un campo de experiencias colectivas
femeninas. Los eventos colectivos de estas mujeres y su compartir cotidiano crean un ambiente
de confianza en el cual estas pueden expresarse y asumirse como mujeres indígenas que
necesitan reafirmarse políticamente.
“Le da a uno pesar (el cese del Comité de Mujeres). Era como algo que apoyaba mucho al
cabildo, era como una basesita. O sea, las mujeres armaban las cosas, se encargaban de los
eventos, siempre se encargaban como de consolidar todo y solo era pasarle al gobernador (Luis
Alfonso) y pasarle a Luis (Conejo), el tesorero. Para buscar el apoyo también armaban los
proyectos. Se luchó y fue bonito porque esto también integró a varias señoras. Ellas son muy
apáticas. La indígena es muy apática a colaborar, no quiere colaborar. Entonces se empezó a
17
llamar a las mujeres mayores y había señoras que también ya eran reconocidas por el cabildo.
Entonces fue fuerte en esa época que estaba el Comité de Mujeres. Ya después cuando empezó
a declinar, cuando empezó a haber los problemas, más que todo por comentarios que hicieron
tanta mella en la credibilidad del cabildo, pues ellas se fueron, entonces la gente no vivía sino
murmurando, también las señoras se cansaron y dijeron como ‘no, nosotras no tenemos porque
seguir aguantando esto, que nos traten de que no nos han escogido y que no hemos hecho tal
cosa’ y ya bajó el cabildo. Fueron momentos difíciles18.”
Lo que relata Mónica refleja el impacto del contexto político del cabildo en el actuar del Comité
de Mujeres. Cuando el cabildo enfrentó crisis políticas y pierde su legitimidad ante la
comunidad, las integrantes de la asociación prefirieron dimitir.
Susana sostiene que una de las razones por las cuales el Comité de Mujeres no está funcionando
tiene que ver con las circunstancias de división inequitativa del trabajo entre hombres y mujeres
de la comunidad Kichwa. Esto también hizo que las mujeres Kichwas renunciaran al comité. La
perspectiva sobre este hecho es relatada por Susana:
ST: El Comité de Mujeres no está funcionando. Se fueron retirando varias líderes por ‘x’
circunstancias, porque les demandaba tiempo, y tú sabes pues que la mayoría están
trabajando, trabajan pues en lo de artesanías, en el arte propio. Entonces decían que estar acá
un día, ciertos días, era como descuidar su hogar porque a uno le tocaba estar como pendiente
del trabajo y del hogar. Entonces como tal reunidas, no. Este año no, no ha estado el Comité
de Mujeres acá19.
Frente a la contingencia a la cual ha estado sometido el comié, algunas mujeres han expresado
sus sentimientos de pesar. No obstante, esto contrasta positivamente con ideales de esperanza
en el resurgimiento de esta organización a futuro. Mónica expresa sus sentimientos al respecto:
“Estamos comenzando. Llevamos algunas reuniones, pero eso sí: hay algunas mujeres
entradoras, mujeres que ya estábamos, mujeres que vivimos el proceso pasado y que ya
sabemos cómo es la movida, y algunas nuevas que ya son entradoras, o sea, ellas vienen y se
le miden a todo. Yo se que vamos a luchar y vamos a conseguir muchas cosas. Entonces falta
un poquito de organización y como de saber qué son, o sea, es decir, saber hasta dónde
podemos llegar, y yo creo que va a salir adelante bien20.”
Jeaneth afirma que el Comité de Mujeres es un espacio para demostrar la fuerza de las mujeres
Kichwas. Esta concibe que las mujeres de su comunidad son seres especiales con una
personalidad distintiva que se manifiesta en una cualidad específica: “ser organizadas”. Jeaneth
considera que la participación política de las mujeres Kichwas es importante puesto que:
18
“¡Uh! Pues por supuesto que me parece importante (la participación de las mujeres) tanto
porque pues independientemente de todo, la mujer es muy fuerte, la mujer tiene su toque especial.
Lo digo porque le ha tocado mantener roles que han requerido como de mucha energía ¿no?, como
de responsabilidad. Lo han podido hacer. Yo no digo que no, que los hombres no, pero he sentido
que la mujer es mucho más organizada. ¿Qué es lo que creo? Que falta más, que se abra más en
su campo de acción, fuera del cabildo21.”
“Entonces hablando del Comité de Mujeres pues uno piensa que, o me surgió algo así como
que piensa que hay mujeres que tienen mucha fibra, y que con las mujeres se pueden hacer
muchas cosas, la mujer mueve muchas cosas. Lo que te digo, me parece que la mujer es una
persona mucho más organizada, dentro de lo que yo he visto acá, en la parte del cabildo22.”
El Comité de Mujeres se constituye en un espacio de ideas donde las mujeres que tienen “fibra”
pueden hacer muchas cosas en el cabildo. Lo mismo sucede con su capacidad de ser
organizadas. Las mujeres entonces se convierten en fuentes de motivaciones, hecho que da pie
al surgimiento de imaginarios, sueños e ideales dentro de la organización. Al respecto Jeaneth
considera que:
“Me llama mucho la atención aquello, que es algo como que más visualizo, de la mujer líder.
Que la mujer líder pueda tener una economía independiente, que la mujer líder pueda pensar
en sí misma. Por ejemplo, yo proyectaba el comité como si todos podemos trabajar en principio
en un comité pequeño, un comité que en un poco tiempo se fortalezca, se estabilice. Entonces
que surja una lluvia de ideas, que vengan todas las ideas, a ver qué tantas cosas podemos
organizar, porque dependiendo de las necesidades, cada mundo es diferente. Entonces en un
principio una ‘mujer líder’ podría ser una mujer empresaria. Miremos algo en lo que nosotras
podamos crear algo como mujeres, dentro del comité ¿no? Entonces surge el llamamiento a las
mujeres y aquí nos reunimos, y se expone un plan de trabajo. La idea es que seamos un comité,
que nos reunamos, básicamente las personas que estamos en este comité y que podamos
cumplir. Y si no, pues bueno, no importa qué tan grande sea sino que tan sólido sea el comité.
Y eso es un ejemplo para que después sea motivado para las demás personas. Cuando tú das el
fruto de algo, entonces hay el ejemplo como para llamar a otros23.”
19
dentro de los asuntos comunitarios y dentro de la política del cabildo indígena. En estas
representaciones también surgen concepciones particulares sobre el rol que cumplen las mujeres
en la reproducción biológica y cultural de la comunidad a través de la educación y la
transmisión de los conocimientos ancestrales. Esto las dignifica ante la comunidad. No obstante,
el desarrollo de tareas desiguales en el hogar y el comercio subordina a las mujeres Kichwas. En
este punto es necesario analizar críticamente los significados que se le atribuyen al concepto de
subordinación puesto que las variaciones de este entre las investigadoras feministas y las
mujeres indígenas –desde sus experiencias y vivencias- pueden variar. Por eso es necesario
desplazar la mirada etnocéntrica y traer a colación perspectivas teóricas feministas y
postcoloniales que puedan dar cuenta de la particularidad de la exclusión que sufren las mujeres
diversas culturalmente, especialmente las mujeres indígenas. Posiblemente, lo que significa para
nosotras/os “subodinación” para ellas no lo es. Los relatos de estas mujeres, por otra parte,
reflejan la acción de la organización en su plano cotidiano. Así emergen temas como la
contingencia del Comité; la concepción de este como un espacio de integración, solidaridades y
apoyos, y la comprensión de este como un lugar del que emanan sentimientos de esperanza a
futuro.
Las experiencias políticas de las mujeres indígenas, sus estrategias y posturas, así como sus
formas de movilización política deben entenderse dentro las particularidades del contexto
latinoamericano. Esto quiere decir que la investigación sobre estos asuntos debe rescatar las
metas de descolonización del conocimiento propuestas por los feminismos latinoamericanos.
Esta descolonización implica el reconocimiento de una postura política antirracista,
anticolonialista, no clasista, “generizada” y sexualizada. (Gargallo, 2007). Tal como lo sostiene
Sonia Álvarez (1998), el movimiento feminista no sólo es un movimiento social per se. Los
feminismos son un campo discursivo que guía la acción política de los colectivos que asumen
apuestas políticas por el cambio social a partir del conocimiento de las realidades de género.
Es necesario analizar hasta qué punto las posturas de las mujeres indígenas son compatibles con
los feminismos. Esto tiene que ver con las formas como estas mujeres enfrentan el feminismo, y
de qué forma lo incorporan dentro de sus luchas o eventualmente lo refutan. Esto es un
principio clave para rescatar la diversidad de experiencias que los feminismos latinoamericanos
pretenden retomar como ideario. Esto permite analizar y cambiar las realidades de las mujeres,
asumiendo que estas se sitúan en relaciones de poder (al igual que lo está la producción de
conocimiento sobre estas). No contemplar estas particularidades de la cotidianidad de las
mujeres indígenas convierte a los feminismos de la región en feminismos hegemónicos.
Esta investigación pretendió dar cuenta de esa pluralidad de voces y experiencias. Por esta
razón, se centró en la traducción de las perspectivas de estas mujeres indígenas en narrativas de
vida. Desde luego, estas narrativas incluyen mi propia voz a través del análisis. En todo caso,
como lo mencionaba anteriormente, el rescate de estas experiencias y voces silenciadas pasa por
una postura política feminista que incorpore dentro de sí las perspectivas indígenas de
20
comprender el mundo. Una articulación de estas dos posturas pretende reconocer que las
realidades de las mujeres indígenas han sido analizadas a través de marcos hegemónicos
patriarcales que anulan sus posturas, sus visiones de mundo y sus historias orales. Es necesario
que los feminismos y los posicionamientos indígenas deconstruyan estos marcos con el fin de
generar historias de actores, y agencias femeninas e indígenas más incluyentes y amplias.
También es importante que estas posturas interpreten la articulación de la experiencia femenina
y las vivencias de los pueblos originarios que atraviesan los cuerpos y la memoria de las mujeres
indígenas.
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