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ELIZABETH VIERA TALBOT

Título del original en inglés: Mark: Good News!


Redacción: Ricardo Bentancur
Traducción: Juan Carlos Viera
Diseño de la portada: Gerald Lee Monks
Diseño del interior: Diane de Aguirre
Ilustraciones de la portada: John Steel

A no ser que se indique de otra manera, todas las citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la
versión Reina-Valera, revisión de 1960. La autora se responsabiliza del estilo y de la exactitud de los
datos y textos citados en esta obra.

El nombre de Marcos, como el de los demás personajes bíblicos, y los ocasionales diálogos con ellos,
son parte del lenguaje coloquial elegido por la autora.

Derechos reservados © 2013 por:


Pacific Press Publishing Association
1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83653
EE. UU. de N. A.
Printed in the United States of America
All rights reserved

Puede obtener copias adicionales de este libro en www.libreríaadventista.com, o llame al 1-888-765-


6955.

ISBN 13: 978-0-8163-9243-8 (print)


ISBN 10: 0-8163-9243-9 (print)

ISBN 13: 978-0-8163-9195-0 (ebook)

June 2013

Version 1.0
Dedicatoria

Dedico este libro a ti, mi


querido Jesús, porque diste tu
preciosa vida en RESCATE por mí.
Estaré eternamente agradecida por
tu sufrimiento y muerte en mi favor.
Ahora vivo con la seguridad de
mi salvación mediante tus
méritos, y con sumo gozo
dedico mi vida a ti.
¡Te amo!
ET
Otros libros por Elizabeth Viera
Talbot

Mateo: Profecía cumplida

Lucas: Salvación para todos

Juan: Dios se hizo carne

Sorprendidos por amor


Contenido

El Evangelio del Siervo


La Autoridad del Siervo
El Poder del Siervo
El Sufrimiento del Siervo
El Celo del Siervo
El Pacto del Siervo
El Evangelio del Siervo

engo una buena noticia y una mala noticia para ti: ¿Cuál quieres que
T te diga primero? Yo generalmente prefiero primero las buenas
noticias, esperando que las mismas superen en importancia a las que le
siguen. “Aunque es cáncer, es curable”. Estas eran las buenas noticias.
¡Alabado sea el Señor! ¡Gracias! ¡Gracias! Pero, ¿cuáles son las malas
noticias? Todo comenzó el Día de la Madre de 2011. Mis padres, mi esposo
y yo estábamos celebrando ese día especial en un restaurante (todavía tengo
la foto de la fiesta en mi celular). Durante la comida, mi padre nos mostró
una inflamación extraña que tenía en su cuello. Mencionó que no sabía si
había sido el estiramiento de algún músculo o alguna otra cosa, pero la
hinchazón había crecido en cuatro días al tamaño de una pelota de golf. Lo
animé a que fuera a ver al doctor esa misma semana. Ocurre que él, como
mi madre, es un sobreviviente al cáncer; había sobrevivido a dos tipos de
cáncer y estaba marchando muy bien. ¿Qué posibilidades había de que la
misma persona fuera alcanzada por un tercer tipo de cáncer? Por si acaso,
le hice prometer que vería a su médico…
Al informarse los resultados, había ocurrido lo impensable: tenía un
tercer tipo de cáncer localizado en el sistema linfático, pero no sabíamos
mucho más acerca del problema. Después de varios exámenes y una
biopsia, llegaron la buena noticia y la mala noticia. La buena noticia era
que había grandes posibilidades de supervivencia; se lo consideraba un
cáncer plenamente curable. La ciencia ha avanzado en el tratamiento del
cáncer y los porcentajes que nos presentaron estaban a su favor. Era el
menos agresivo de los cánceres de esa clase. ¡Alabado sea el Señor! Pero,
¿cuál era la mala noticia?
Él tendría que soportar varios meses de quimioterapia con sus
dificultades y efectos colaterales. Seguramente experimentaría pérdida de
energía y la posibilidad de perder peso y sufrir de anemia. Sí, tendría que
sufrir mucho durante los siguientes meses, y el sufrimiento se extendería
prácticamente hasta fines de ese año. ¡Pero las buenas noticias superaban
por lejos a las malas noticias! ¡Cuando se terminaran los sufrimientos,
probablemente el cáncer también habría desaparecido!
Mientras escribo esta obra durante 2012, mi padre está libre de cáncer;
¡Las únicas noticias que quedan son las buenas! ¡Y una vez más alabo al
Señor!
Estamos comenzando una jornada con Marcos, el autor del Evangelio
más breve, para recorrer su fascinante relato de la vida, la muerte y la
resurrección de Jesús. Él también trae buenas noticias y malas noticias.
¿Cuáles quieres primero? Muy bien, veo que has elegido sabiamente.
¡Comencemos con las buenas noticias!

Las buenas noticias


El autor de este libro emocionante es Juan Marcos, un compañero de
labores del apóstol Pedro. Escribe en un tiempo de crisis y sufrimiento para
animar en su fe a los que estaban abrumados por las tremendas
circunstancias que los rodeaban. Quiere compartir con ellos las buenas
nuevas acerca de Jesús y la seguridad de la victoria final sobre los poderes
del mal. Se cree que este Evangelio es el testimonio de Pedro acerca de
Cristo, que compartió con Marcos, su asociado en el ministerio. Esta idea
tiene sentido por muchas razones, incluyendo el hecho de que este
Evangelio presenta a Pedro de una manera realmente negativa, como si
Pedro le hubiera contado todas sus equivocaciones a Marcos, ¡y éste las
escribió con toda diligencia!
El Evangelio de Marcos tiene un estilo narrativo rápido, que lo hace
sentir a uno como si estuviera allí mismo, como testigo de la historia.
Marcos utiliza el griego en tiempo presente histórico, narrando muchas
veces las acciones pasadas en presente; algo como: “Entonces Jesús llega y
dice…” El ritmo de la historia también se acelera por el uso de un adverbio
que generalmente se traduce como “inmediatamente” o “en seguida”, dando
la impresión de que todo está ocurriendo muy rápido. Además utiliza
descripciones vívidas de eventos, detalles y gente. Aunque es el Evangelio
más corto de los cuatro, cuando Marcos narra una historia que se encuentra
en otros Evangelios, generalmente es la versión más larga, pues incluye
detalles que los otros autores no registraron.
Marcos inicia su libro, declarando: “Principio del evangelio [buenas
nuevas] de Jesucristo” (S. Marcos 1:1). De allí nuestro subtítulo: “Marcos:
¡Buenas nuevas!” El sustantivo griego euangelion, que se traduce como
“evangelio” o “buenas nuevas”, fue usado en la traducción griega del
Antiguo Testamento (La versión de los setenta, o LXX), para anunciar la
liberación final de Dios para su pueblo:

¡Qué hermosos son, sobre los montes,


los pies del que trae buenas nuevas;
del que proclama la paz,
del que anuncia buenas noticias,
del que proclama la salvación,
del que dice a Sión: “Tu Dios reina”!
(Isaías 52:7, NVI).

Cuando Jesús anuncia: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se


ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”* (S. Marcos 1:15),* los
que lo oían sabían que Dios se había acercado para traer salvación. El
evangelio llegó a ser el término favorito de Pablo para proclamar las
“buenas nuevas” de Jesucristo (Romanos 1:16, 17). Pienso que es muy
significativo que Marcos haya elegido este término para iniciar su libro
acerca de Jesús.
Desde el mismo comienzo, Marcos se refiere a Jesús como “Cristo”
(Ungido), y como “Hijo de Dios” (S. Marcos 1:1). No relata el nacimiento
de Jesús, el anuncio de los ángeles a los pastores (S. Lucas 2) ni la visita
de los sabios de oriente (S. Mateo 2). Después de una breve mención de la
aparición de Juan el Bautista como cumplimiento de la profecía, Marcos
nos lleva directamente al bautismo de Jesús y al comienzo de su ministerio
público (S. Marcos 1:9-13), anunciando que “Jesús vino a Galilea
predicando el evangelio del reino de Dios” (vers. 14).
La primera mitad del Evangelio destaca la autoridad y el poder de Jesús
como “Hijo de Dios”. Jesús está en control de todo y muestra que posee
gran poder sobre la naturaleza, los demonios, la enfermedad y la muerte.
Desde S. Marcos 1:1 al 8:30, todos están maravillados por Jesús: ¡El
Libertador ha venido con gran poder! Sin embargo, nadie podía imaginarse
lo que vendría después.

Las malas noticias


En el medio del libro ocurre lo inimaginable: las malas noticias se
revelan por primera vez. “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al
Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los
principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después
de tres días” (S. Marcos 8:31). ¿Muerto? ¿Cómo podía el Cristo morir?
¡Esta era la mayor paradoja que alguien podía haber escuchado! ¿Cómo
podía permitir Dios que su Ungido fuera asesinado? ¿Era Jesús el Hijo de
Dios, o no?
Seguramente esta clase de preguntas pasaban por la mente de los
discípulos. Estas noticias eran tan malas que no podían siquiera
escucharlas; preferían ignorarlas. Si les hubieran prestado atención, podrían
haber escuchado el resultado final: Jesús resucitaría otra vez. Pero las
malas noticias nublaban su entendimiento —así ocurre a veces con lo que
es doloroso. Jesús no era solamente el poderoso “Hijo de Dios”, sino
también el sufriente “Hijo del Hombre”, que llegaría a ser el Siervo de
Dios y daría su vida en rescate por muchos. El versículo clave en este
Evangelio es San Marcos 10:45, porque responde a la pregunta que está en
la mente de cada uno: ¿Por qué Jesús tenía que morir? “Porque el Hijo del
Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos”.
Las buenas noticias son que el “cáncer” del pecado es curable; la
humanidad no quedará para siempre separada de Dios. Las malas noticias
son que Jesús tendrá que sufrir y morir en nuestro lugar para reconciliarnos
con Dios. Pero se levantará otra vez, y entonces solo quedarán las buenas
noticias. Es importante entender la estructura narrativa de este Evangelio
para ser capaces de seguir su trama. Cada una de las dos partes del libro
suscita una pregunta y luego provee una respuesta. Un gráfico nos ayudará a
entenderlo. El círculo en el medio representa un milagro central que ocurre
exactamente antes del anuncio de S. Marcos 8:31, que divide el libro en dos
partes (vamos a analizar esta sección de Marcos en el capítulo 4 de este
libro). En la primera parte (S. Marcos 1:1-8:30), todos se preguntan:
“¿Quién es este Hombre?” Desde el versículo 8:31 en adelante, todos están
asombrados por las malas noticias acerca de que él debe morir. Desde ese
momento, Jesús estará “en camino” hacia Jerusalén para soportar su
sufrimiento final y su muerte. Por favor, toma un momento para entender la
estructura narrativa del Evangelio de Marcos:

¡Nuevamente, buenas noticias!


Cuando Marcos escribió este relato de la vida, la muerte y la
resurrección de Jesús, todo eso ya había ocurrido. Jesús había muerto y
resucitado. Esta es la proclamación central de la iglesia en el primer siglo:
Jesús es victorioso y vuelve a buscarnos. Todo lo que ha quedado son
buenas noticias, como ocurrió con la historia con la que inicié este capítulo.
El sufrimiento que nos trajo paz ya ha sucedido (Isaías 53:4-6); ¡ahora
podemos celebrar el resultado! Este Evangelio es muy animador porque nos
recuerda que, a pesar de lo que estemos pasando en el día de hoy, la
victoria final ya se obtuvo en el sacrificio de Jesús en la cruz. Y eso, mis
amigos y amigas, ¡SON BUENAS NUEVAS! ¿Listos? ¡Entonces
comencemos!

* El énfasis en cursiva en las citas bíblicas de todo el libro, es agregado.


La Autoridad del Siervo

ufrir ya es duro; pero cuando el sufrimiento es acompañado de


S soledad, es fácil caer en la desesperación. Recuerdo particularmente
una Navidad muchos, muchos años atrás. Era un tiempo difícil y solitario de
mi vida, y tenía que pasar sola el día de Navidad. Déjame decirte que en
ocasiones me agrada estar sola, especialmente cuando quiero escuchar la
respuesta de Dios a un asunto en particular o cuando estoy estudiando o
escribiendo un libro o un sermón. En esos momentos, me gusta la soledad.
Pero este no era el caso: esta soledad era fría y oscura; un tiempo de
impotencia y dolor inexplicables; un tiempo de desconsuelo de la clase que
lleva mucho tiempo procesar, porque los sueños mueren dolorosa y
lentamente. El hecho de que fuera la temporada de fiestas, un tiempo para
estar juntos y celebrar en familia, tampoco ayudaba. Esa Navidad la pasaría
sola, preguntándome acerca del futuro y esperando recibir fuerza de parte
del Señor. Pero en lo profundo de mi alma, en ese sagrado lugar donde no
permitimos a nadie más entrar, me sentía SOLA, ¡terriblemente SOLA!
Mis padres, que siempre me habían apoyado amorosamente, vivían en la
costa este de los Estados Unidos, mientras yo vivía en el oeste, en
California. Ni mis padres ni yo teníamos suficiente dinero ese año para
visitarnos en Navidad. Así que ellos habían planeado celebrarla en
Maryland, mientras yo la pasaría sola con mis pensamientos y mis
preguntas. ¡Pero entonces ocurrió algo increíble! ¡Recibí una buena noticia
que nunca podría haber imaginado! Una aerolínea decidió ofrecer pasajes
solo para el día de Navidad a un precio muy económico. Pero la promoción
tenía una restricción muy especial: el viaje de ida y vuelta debía
completarse en 48 horas, durante los días 24 y 25 de diciembre. Por
supuesto, parecería que una visita de un día podía tener sentido para
quienes viven relativamente cerca de sus seres queridos, pero ¿quién
cruzaría el país, volando seis horas en cada dirección, en menos de 48
horas? Bueno… ¡MIS PADRES lo hicieron! ¡Con gran emoción me
anunciaron que ambos vendrían a pasar la Navidad conmigo! Llegarían el
24 de diciembre y volverían a la tarde del día siguiente. ¡Increíble! ¡No
puedo siquiera describir lo que sentí! ¿Cómo podían amarme tanto como
para viajar semejante distancia solo para hacerme saber que yo NO estaba
sola?
Nunca olvidaré esa Navidad; la recuerdo hasta hoy en cada detalle.
Después de todo, no estaba sola. Había quienes me amaban y se
preocupaban profundamente por mí. En ocasiones, el amor y el sufrimiento
requieren medidas extraordinarias e inesperadas. En este capítulo
reflexionaremos acerca de un hombre que sufría en extremo y también
necesitaba saber que alguien se preocupaba por él. Es una historia donde
las palabras y las acciones son altamente impredecibles.

¿Qué dices?
Jesús había regresado a Capernaum (S. Marcos 2:1). Algunos creen que
mientras visitaba Capernaum, Jesús se quedaba regularmente en la casa de
Pedro (S. Marcos 1:21, 29). Entonces la gente comenzó a reunirse, no
solamente para buscar sanamiento o para ser testigo de algún milagro, sino
para escuchar la Palabra de Dios: “Y les predicaba la palabra” (S. Marcos
2:2). Yo creo que hoy existe un hambre similar por escuchar la Palabra de
Dios. No comparto la idea de algunos de que la gente ya no se interesa en
escucharla. Puede ser que no se interesen en las charlas superficiales o el
entretenimiento que puedan ofrecer algunas iglesias, pero creo, con todo mi
corazón, que la gente todavía está sedienta por el Agua de Vida. Cuando se
predica el Agua de Vida y Cristo es levantado, él mismo atrae a la gente a
sí mismo (S. Juan 12:32).
En esta ocasión, como en muchas otras, no había más lugar dentro de la
casa, ni siquiera cerca de la puerta (S. Marcos 2:2). Cada vez que leo en
los Evangelios que no había más lugar en la casa, pienso en la paradoja del
nacimiento de Jesús. Cuando vino a este mundo, no había lugar para él en el
mesón (S. Lucas 2:7). Ahora, cuando el mundo comienza a descubrir quién
es él y cuál es el mensaje que trae, ¡no hay lugar en la casa debido a la
multitud que le sigue! Bueno, volvamos a nuestra historia. Ya tienes el
cuadro: el espacio es limitado y ya está repleto de oyentes. Jesús está
hablando y la gente está conmocionada con lo que escucha, pendiente de
cada ademán suyo. Podía escucharse la caída de un alfiler.
De repente todo se interrumpe: “¡Permiso! ¡Permiso! ¡Déjennos pasar!”
Pero nadie quiere perder su lugar en la casa, así que nadie se mueve.
“Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por
cuatro. Y… no podían acercarse a él a causa de la multitud” (S. Marcos
2:3, 4). ¿No podían acercase a él? En verdad, ¿por qué querían estar tan
cerca de Jesús? ¿No les bastaba verlo en la pantalla gigante fuera de la casa
o en sus teléfonos celulares? Obviamente su amigo sufriente estaba
desesperado, y esa clase de sufrimiento requiere medidas desesperadas.
Estos cuatro hombres, quienes sea que fueran, estaban dispuestos a cruzar el
país si era necesario —y a pie— para acarrearlo. No sabemos mucho
acerca de la condición física de este hombre; solo sabemos que no podía
caminar. Pero la determinación de esos cuatro hombres de acercarlo a Jesús
implica que su condición era muy desesperante. Bueno, no pueden entrar,
así que están listos para volverse, ¿correcto? ¡No! ¡EQUIVOCADO!
¡Permiso! ¡Permiso! ¡Déjennos pasar! Están dando la vuelta a la casa, y
podemos imaginarnos a la multitud creyendo que han decidido abandonar la
idea. ¡De ninguna manera! ¡Ellos están determinados a sobreponerse a
cualquier obstáculo! En el siglo primero, las casas en Palestina usualmente
tenían un techo plano y una escalera al costado de la casa para acceder a él.
Así que los cuatro hombres comienzan a subir los escalones, con el
paralítico en su camilla, los dos de arriba, arrastrando, y los dos de abajo,
empujando para llegar al techo. ¿Y ahora, qué? Puedes imaginarte a uno de
ellos diciendo: “Abramos un agujero en el techo”, y a los otros
preguntándole: “¿Qué dices?” Probablemente los cuatro se están rascando
la cabeza. Finalmente se ponen de acuerdo y empiezan a cavar un hoyo…
¡en el techo!
Generalmente el techo se construía con vigas o tablones de madera,
cubiertos con ramas de árboles y una cobertura de arcilla. Así que si
querían hacer un hueco suficientemente grande para pasar, ¡tenían que
trabajar bastante! Pequeños pedazos de arcilla comenzaron a caer al piso
de la casa frente a Jesús. Ocasiones desesperantes requieren medidas
desesperantes. “Quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús y,
luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que estaba acostado el
paralítico” (vers. 4, NVI). Nada podía detenerlos; llegarían adonde fuera
necesario. ¡Quiero tener amigos como esos! ¿Y tú? También yo quiero ser
una amiga como eran ellos. La preocupación de ellos supera su comodidad
y su honor. ¡No les importa que los vean como necios; lo único que les
importa es que su amigo sea curado! Pero él está por recibir mucho más que
la habilidad de caminar…

¡Perdonado!
Jesús vio la fe de estos cuatro hombres, pero en lugar de dirigirse a ellos
se dirigió al paralítico. Después de todo, el paralítico era la razón por la
que ellos habían venido, habían subido al techo y habían hecho una abertura
en él. El hombre enfermo era el que estaba sufriendo y en necesidad de
sanamiento. ¿Qué le diría Jesús? ¿Cómo curaría a este hombre en
necesidad? ¿Cómo respondería a tales medidas de desesperación? “Al ver
Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”
(S. Marcos 2:5). ¿Qué? ¡Nosotros vinimos a pedir un milagro de sanidad!
¿Qué está pasando aquí? ¡Estas no son las palabras que esperábamos! No
vinimos para un servicio religioso ni para una sesión de confesión y
perdón. ¿O será que sí?
La primera sorpresa inesperada es la forma en la que Jesús se dirige a
este hombre que, por ser inválido, se creía que había sido maldecido por
Dios. Jesús lo llama (en griego) teknon, una palabra afectiva traducida
como “hijo”. Es la única ocasión en el Evangelio de Marcos en la que Jesús
se dirige a una persona en particular con este término cariñoso. Hay otra
ocasión en la que él se dirige a sus discípulos como grupo y los llama
“hijos” (S. Marcos 10:24). ¿Puedes imaginarte lo que esta sola palabra
pudo haber significado para un hombre en esa condición? ¿Qué significa
esa sola palabra para ti que hoy puedes estar sufriendo y al borde de la
desesperación? ¿Puedes escuchar a Jesús diciéndote: “Mi hijo, mi hija,
Papi está aquí”? En vez de un Dios severo, lleno de ira y de juicio, el
paralítico se encuentra con un Padre amante, listo a cruzar el universo, de
este a oeste, para ofrecerle la más profunda clase de sanamiento: “Hijo, tus
pecados te son perdonados” (S. Marcos 2:5). Ahora estás en paz con Dios,
has sido perdonado, y todo va a estar bien. Puedo imaginarme a un padre
amante que abraza a su hija después de que ésta ha hecho una cosa
“terrible” —como tirar una lata de pintura roja en el medio de una alfombra
blanca en la sala, y la niña está pintada de la cabeza a los pies— pero el
padre, acariciándole el cabello le dice: “Shhh, no llores, hija; todo está
bien; no te preocupes; estás perdonada y todo estará bien otra vez”.
Todos necesitamos y queremos saber que estamos en paz con Dios; que
estamos perdonados. No hay un sentimiento más profundo para un ser
humano que saber que ha sido perdonado. Bien dentro de nosotros
necesitamos saber y creer esta verdad fundamental: ¡Mediante el costoso
sacrificio de Jesús, somos perdonados!
La cubierta de mi diario devocional me ofrece esta maravillosa fórmula:

3 clavos + 1 cruz = PERDONADO

¿Quién eres?
Muchas personas religiosas piensan que el perdón no debiera ser tan
fácil. La denominan “gracia barata” (se olvidan de lo que realmente costó),
y piensan que la gente “inválida” debiera correr una carrera de obstáculos y
mostrar que están capacitados, antes de poder recibir el perdón gratuito. En
lugar de regocijarse, cuestionan; en lugar de alabar, se ponen a razonar; en
lugar de darle la bienvenida, critican: ¿No debería primero limpiarse la
alfombra y la niña antes de ofrecer el perdón gratuito? “Estaban allí
sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones:
¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados,
sino solo Dios?” (vers. 6, 7). Los corazones de los escribas están llenos de
preguntas incriminatorias: “¿Por qué este hombre habla de esta manera?...
¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?”
¿Por qué tantos interrogantes? ¿Por qué el pronunciamiento de Jesús no
era aceptable para estos expertos en la ley? Esta es la primera de cinco
historias consecutivas de controversias entre escribas, fariseos y Jesús. Los
dirigentes religiosos y Jesús no estaban de acuerdo. Este es un buen
momento para analizar un poco más la frase que Jesús usó (“tus pecados te
son perdonados”, vers. 5). Esta frase en voz pasiva, “tus pecados te son
perdonados”, era utilizada por quienes actuaban como representantes de
Dios, anunciándole a una persona que sus pecados habían sido perdonados.
Esta declaración hubiera sido aceptable si se la hubiese dicho en el templo,
después que una persona hubiera traído un sacrificio y hecho una confesión.
Entonces el sacerdote podía decir algo así como “tus pecados han sido
perdonados”, porque los sacerdotes y maestros de la ley a menudo usaban
la forma pasiva para describir los actos de Dios en favor de su pueblo.
En tiempos pasados, los profetas habían pronunciado tales mensajes de
perdón; por ejemplo, el de Natán a David en 2 Samuel 12:13: “El Señor ha
perdonado ya tu pecado”, (NVI). Pero en este caso no había realmente una
razón para ofrecer tal perdón: nadie había escuchado siquiera una intención
de arrepentirse. Además Jesús no era un sacerdote y la escena no se
producía en el templo ni frente a un sacrificio. Por lo tanto, el “quién” y el
“por qué” están cuestionando la autoridad de Jesús para decir tal cosa. En
otras palabras: ¿Quién se piensa él que es? ¿Dios?
Jesús ha abierto una nueva proveeduría de gracia y la ofrece fuera del
sistema, quebrando su monopolio de la gracia de Dios ¡Y a ellos no les
gusta nada! ¡Ningún grupo religioso puede reclamar el monopolio sobre la
gracia divina! ¡Nuestro Dios es más grande que todas las estructuras
religiosas juntas! Pero entonces, ¿cómo controlamos a la gente si no
tenemos un monopolio? ¡Exactamente! ¡No lo tenemos! Y no lo tenemos
porque el control nunca ha sido el medio que Dios usa para llevarnos a él.
Él usa las “cuerdas de amor” intrínsecas (Oseas 11:4); no las fuerzas
extrínsecas del temor y el control. Así que ellos deciden en sus corazones
que Jesús está blasfemando porque declara tener autoridad para ofrecer el
perdón de Dios (esta es la misma acusación presentada por los escribas, los
ancianos, los sacerdotes y el sumo sacerdote al final del ministerio público
de Jesús; ver S. Marcos 14:53, 61-64). En la teología judía, solo Dios
puede perdonar pecados. ¡Ni siquiera el Mesías puede hacerlo! Bueno...
nosotros somos los representantes de Dios en la tierra, pero ¿TÚ QUIÉN
ERES, Jesús? ¿Y por qué dices estas cosas?

Para que sepáis…


Yo era la pastora principal en una iglesia, y aquella tarde habíamos
planeado una actividad para toda la membresía. Decidí ir más temprano
para asegurarme que todo estaba listo en el salón de actividades sociales.
Para mi sorpresa, me encontré con un gran grupo coral, que en ocasiones
alquilaba nuestras instalaciones, que estaba ensayando en el salón. Me
acerqué y les dije que nosotros estaríamos usando esa parte de la iglesia
durante esa tarde. Me contestaron que alguien les había dicho que el salón
estaría libre para que ensayaran; entonces les dije que la próxima vez tenían
que llamar a la oficina pastoral y hacer arreglos directamente con el pastor,
para asegurarse que no había otro programa señalado en el calendario de la
iglesia, y para recibir su autorización correspondiente. El diálogo fue breve
y amigable. Pero entonces, un hombre del grupo se dirigió a mí: ¿Y TÚ
QUIÉN ERES, querida?
“Yo soy la pastora”, contesté.
Hubo un silencio breve e incómodo. Entonces el director del coro le
explicó a él y al resto del grupo que yo había sido recientemente elegida
como la pastora principal, y me elogió. Fue un momento interesante… Cada
vez que nos encontramos con el hombre que me hizo la pregunta, nos reímos
de lo que ocurrió ese día. Pienso que nos recuerda a ambos la paradoja de
una respuesta inesperada a la pregunta: ¿QUIÉN ERES?
Los escribas no la vieron venir; se habían estado preguntado y
cuestionando interiormente, ¡pero no lo habían dicho en voz alta! Nunca
pensaron que Jesús podía leer sus mentes; NO TENÍAN IDEA, ni se
imaginaban que Jesús fuera Dios y pudiera saber todo lo que ellos
pensaban. ¡Ahora ÉL es el que tiene algunas preguntas para ellos! “Y
conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro
de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué
es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle:
Levántate, toma tu lecho y anda?” (S. Marcos 2:8, 9). ¿Por qué razonan así?
¿Qué les parece más fácil? ¿Alguna respuesta? En ese momento tienen que
haber pensado que Jesús era un profeta, puesto que a los profetas se les
daba un conocimiento sobrenatural. ¡Están asombrados! ¡No pueden ni
siquiera captar lo que está ocurriendo! El perdón del pecado era, y sigue
siendo, el mayor de los milagros, pero ocurre en el interior… no se lo
puede ver inmediatamente. Y si tú eres un escriba, puedes dudar de que
haya ocurrido.
—¡Oh! —dice Jesús— ya me doy cuenta. Lo que ustedes quieren saber
es ¡QUIÉN SOY YO!
—Bueno, para que sepan, déjenme mostrarles QUIÉN SOY YO. “Pues
para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para
perdonar pecados” (S. Marcos 2:10, NVI).
—¿Qué dijiste? ¿Qué tienes autoridad para perdonar pecados? ¿Acá en
la tierra? Espera un momento. ¡En primer lugar, nadie tiene esa autoridad en
la tierra! ¡Es la sola prerrogativa de Dios, y nosotros somos sus
representantes! ¿Quieres decirnos que tú eres DIOS? ¿Eres tú el Hijo del
Hombre de quien habló Daniel? (ver Daniel 7:13, 14).
Este título, el favorito de Jesús para referirse a sí mismo, era un título
mesiánico velado que había sido profetizado centenares de años antes. Esta
designación, que será más frecuentemente utilizada y más profundamente
desarrollada en la segunda mitad del Evangelio de Marcos, es presentada
dos veces en este capítulo en relación con el concepto de autoridad (vers.
10, 28). En verdad, el Hijo del Hombre es también el Hijo de Dios.

¡Levántate!
—Como les decía: “Para que sepan que el Hijo del Hombre tiene
autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al
paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (vers.
10, 11, NVI). ¡Sí! ¡Levántate! ¡Si yo puedo perdonar pecados, también
puedo sanarte! ¡Así que, hazlo! Ya ves, tanto el perdón como el sanamiento
son imposibles para la humanidad; ambos son posibles para Dios. Él es el
SANADOR del cuerpo, la mente y el alma. ¡Así que levántate, recoge tus
cosas y vete!
¡Y el hombre se levantó, tomó su catre, y se fue! (vers. 12).
¡Así de simple! ¡Así de real! ¡Perdonado!
Todos recibieron más de lo que esperaban: los cuatro hombres no
tuvieron que acarrear de vuelta a su amigo a su casa. ¡No! ¡Él podía
caminar, correr y saltar ahora! El paralítico obtuvo el perdón. Jesús sabía
que era su mayor necesidad y por eso se lo ofreció primero. Los únicos que
se quedaron rascándose la cabeza fueron los escribas. Desde que
comenzaron a preguntarse ¿QUIÉN ERES?, habían recibido un mar de
respuestas: Yo soy el Hijo del Hombre, que tengo autoridad para perdonar
pecados sobre la tierra, y puedo sanar a un paralítico al que ustedes ahora
han visto caminar. ¿Alguna otra pregunta?
La confirmación del milagro es exuberante: “Entonces él se levantó en
seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se
asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa”
(vers. 12). En otras palabras: ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! Espero que al
menos algunos escribas hayan estado entre los que se asombraron, aunque
no estoy segura, ya que en este Evangelio los representantes religiosos
¡tienen gran dificultad en unirse a la multitud para glorificar a Dios por lo
que Jesús está haciendo! En las Escrituras judías (el Antiguo Testamento),
el sanamiento es a menudo la demostración del perdón de Dios; ambos
aparecen como conceptos paralelos (2 Crónicas 7:14; Salmo 103:3). Así
que, ¿cuál es más fácil? Ambas cosas son prerrogativas divinas, plenamente
disponibles, ¡pero exclusivamente a través del Hijo del Hombre!
¿Te encuentras hoy con una necesidad desesperante? ¿Necesidad de
perdón? ¿Necesidad de levantarte de tu lecho de depresión o de
sentimientos inadecuados? ¿La culpa o la vergüenza te han paralizado?
¿Otros han perdido la confianza en ti? Bueno, tiempos desesperados
requieren medidas desesperadas. ¡Si ahora mismo le pides a Dios que te
ayude, él enviará su Espíritu Santo de inmediato! Nadie puede bloquear la
entrada de esta casa. Puedes venir confiadamente ante su presencia
mediante Jesucristo, y su Espíritu comenzará el proceso de tu sanamiento
¡inmediatamente! ¡Y él no necesita siquiera esperar a que haya un pasaje de
avión con una promoción especial! ¡Puede hacerlo ahora! ¡Exactamente allí,
dónde te encuentras!
Repitamos juntos esta realidad, y hagámoslo en voz alta, para que puedas
escucharte diciendo:

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena


libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo
que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su
cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de
Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena
seguridad que da la fe (Hebreos 10:19-22, NVI).
¡Nuestra confianza está depositada en la sangre de Jesús! ¡Él tiene la
AUTORIDAD! Así que...
¡Levántate, toma tus cosas, y anda!
El Poder del Siervo

nte todo, permíteme aclararte algo: No me gusta el viento.


A ¡ESPECIALMENTE detesto las tormentas de viento! Esto ocurrió
unos pocos meses después de habernos mudado a nuestro nuevo hogar.
Afuera había una brisa agradable esa noche; un poquito fuerte para mi
gusto, pero nos fuimos a dormir sin darle importancia. ¡Pero a la
medianoche nos despertó un ruido tan fuerte que por un momento pensamos
que estaba cruzando un tren por el patio de la casa! Habiendo sido
despertados tan repentinamente, mi esposo y yo tratamos de descifrar la
causa de tal ruido. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos en medio de
una tormenta de vientos huracanados, algo a lo que no estamos
acostumbrados en el sur de California.
Completamente aterrorizada y sin aliento, llamé a la policía, a los
bomberos, y otros que pensé que me podrían explicar: “¡Ayúdennos!
¡Nuestra casa se está por volar! ¿Qué pasa? ¿Es esto un huracán?”
—No, señora —respondió una voz calmada del otro lado de la línea—,
son los vientos de Santa Ana.
—No pueden ser los vientos de Santa Ana —repliqué—, el techo de
nuestra nueva casa se está por volar y todo el edificio se está sacudiendo;
¡estamos en peligro!
—Sí son los vientos de Santa Ana —me respondió—. Estamos teniendo
un episodio fuerte.
¿UN EPISODIO FUERTE? —pensé. Un episodio fuerte sería un viento
de cincuenta kilómetros por hora. ¡ESTO ES UN HURACÁN!
Y la voz continuó: —Es la época del año.
¿LA ÉPOCA DEL AÑO? ¿Quiere decirme que esto es “normal” y que
tendré que aguantarlo por el resto de mi vida? No había nada que pudiera
decir para convencer a esa persona que estábamos en problemas. Ni
siquiera podíamos irnos de la casa porque había objetos y materiales que
volaban por todas partes. Mientras mi esposo trataba de calmarme,
decidimos orar. Oré que Dios calmara el viento y mis nervios; que no
perdiéramos ni el techo ni nuestra mente; oré que no fuéramos a
lastimarnos.
Tan pronto como terminé de orar, vi que mi esposo se había dormido.
¡DORMIDO! Yo no. Yo me pasé orando, vigilando y afligiéndome,
temiendo hasta un ataque cardíaco. Cuando él se despertó a la mañana,
anunció, rebosando de alegría: “¡Ya ves! Tú tienes el don de la oración…
¡pero yo tengo el don de LA FE!”
En mi defensa, debo aclarar que este episodio de los vientos de Santa
Ana había sido realmente fuerte. Por la mañana encontramos que el cerco
de nuestro patio se había pasado al terreno del vecino, y nuestro galpón de
herramientas había aterrizado en la calle a dos cuadras de distancia.
Habíamos tenido vientos de ciento treinta kilómetros por hora (que, de
paso, califican como huracán). Yo no había sido informada que nos
estábamos mudando a una casa que había sido construida en un área de
vientos fuertes. He hecho algunos ajustes desde entonces, incluyendo un
lugar de refugio en el hogar de unos buenos amigos que viven cerca, al que
vamos si el pronóstico indica que los vientos pueden exceder cien
kilómetros por hora.
¡Oh, el don de LA FE! El Señor sabe que estoy dispuesta a hacer
cualquier cosa por él: ir por todo el mundo a predicar el evangelio, cruzar
la montaña más alta o el río más ancho con tal de llevar las buenas nuevas a
la gente. ¿Pero quedarme en mi casa durante una tormenta de viento?
Todavía estoy trabajando en esto.
Por eso es que me encanta tanto la siguiente narración. ¿Sabes?,
realmente puedo entender cómo se sintieron los discípulos. Han agotado
todas sus habilidades de pescadores experimentados, han probado todas las
técnicas de supervivencia y todos los nudos que habían aprendido como
Conquistadores (Boy Scouts), han llamado al departamento de bomberos
para que los ayudaran, pero NADA les da resultado. Por otra parte, Jesús
tiene el don de LA FE… y está durmiendo.

¡Una tormenta repentina!


Pienso que una tormenta que no esperas es la peor. ¡Ni siquiera la ves
venir! Tienes una hermosa tarde con tu familia y suena el teléfono: los
resultados muestran cáncer; tu hija ha sido arrestada; te despiden del
trabajo. De repente tu mundo comienza a hacerse pedazos.
La tarde había estado en calma; quizás una brisa agradable, y Jesús inicia
el viaje: “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado”
(S. Marcos 4:35). Todo estaba marchando bien; Jesús los estaba dirigiendo,
y ahora les da una orden. En el texto griego, Marcos usa aquí el presente
histórico: “Y él les dice: pasemos al otro lado”. Me gusta el presente
histórico que usa Marcos. Te hace sentir como que estás allí: “lo llaman”
“lo despiertan”, y así sucesivamente. ¡Estás allí mismo! ¿Te das cuenta? Así
que Jesús les dice que ha llegado el momento de expandir su ministerio e ir
“al otro lado”. ¿AL OTRO LADO? ¿Estás seguro, Jesús? ¿Realmente
quieres ir a un territorio impuro, inmundo? ¿No te parece que estamos más
seguros en suelo galileo? “El otro lado” es muy significativo en Marcos. De
hecho, todos los espacios y la geografía son muy importantes en Marcos.
Generalmente puedes darte cuenta cuando estás “de este lado” o “del otro
lado”. Ahora estamos cruzando al lado oriental del Mar de Galilea, ¡y quién
sabe lo que vamos a encontrar allí!
Pero antes de llegar, una fiera tormenta de viento se levanta en el mar.
¡Buuummm! ¡Un tren que pasa por la casa! “Pero se levantó una gran [del
griego megale, ¡MEGA!] tempestad” (vers. 37). “Estamos teniendo un
fuerte episodio de vientos galileos”. ¿UN FUERTE EPISODIO? ¡Nosotros
sabemos lo que son vientos fuertes! Somos pescadores. Esto es más que
fuerte: ¡ES UNA TEMPESTAD MALVADA! (Mateo la llama seismos
megas, un MEGA temblor; como un terremoto en el lago; ver S. Mateo
8:24). ¡Ya sabíamos que no debíamos haber ido al otro lado! El mar de
Galilea, un lago también llamado “Tiberias” (S. Juan 6:1) y el “lago de
Genesaret” (S. Lucas 5:1), era particularmente propicio para tales
tormentas violentas y repentinas, porque está rodeado de montañas y
ubicado aproximadamente a 230 metros por debajo del nivel del mar. En
ocasiones, el aire frío del Mar Mediterráneo llega con fuerza a través de
los pasos de montaña, y se enfrenta violentamente con el aire caliente
encerrado sobre el lago. Pero los discípulos eran pescadores
experimentados y esta clase de fenómeno no era nuevo para ellos. ¿Qué está
pasando aquí?
En el primer siglo, el mar y otros cuerpos de aguas profundas eran
considerados lugares donde residían el mal y los demonios. Por lo tanto,
para los discípulos, y para cualquier otro que estuviera en la escena, esta no
era solamente una gran tormenta: tenía connotaciones maléficas. No era un
viento común; ¡no señor! Era una tormenta maligna en el sentido más
gráfico de la palabra. Marcos es el único escritor de los Evangelios que
nos dice que había “otras barcas” soportando esta tormenta, además de
Jesús y sus discípulos (ver S. Marcos 4:36). ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Te
has enfrentado con una tormenta repentina, tan poderosa que sabes que es el
mismo diablo que te está atacando? A mí me ha pasado.
Y la tormenta tiene sus efectos: “Y echaba las olas en la barca, de tal
manera que ya se anegaba” (vers. 37). Ahora no son solo los vientos; la
propia barca está en peligro. Las olas pasan sobre el pequeño bote
llenándolo de agua, todo parece destruirse delante de sus ojos, y ellos se
sienten impotentes. ¡IMPOTENTES! Realmente no me gusta esa palabra.
Me gusta controlar cada situación, especialmente cuando una crisis
devastadora se me viene encima. Pero eso es solo engaño, porque si tuviera
poder sobre ella, entonces la crisis no existiría. Cuántos más años tengo,
tanto más me doy cuenta del poco control que tengo sobre la mayoría de las
cosas que me rodean. Y los discípulos tampoco tenían poder. La situación
se ha descontrolado y piensan que van a morir.
Los arqueólogos encontraron en 1986 un bote en el fondo del mar de
Galilea que se cree era una barca de pescadores del primer siglo de nuestra
era. Se encuentra ahora en el Centro Yigal Allon, en Kibbutz Ginosar, y se
lo conoce como “el bote de Jesús”. Tiene nueve metros de largo, dos
metros y medio de ancho y un poco más de un metro de profundidad. En
verdad, ¡no es un bote grande! Con trece personas a bordo (Jesús y sus doce
discípulos), este bote hubiera estado sobrecargado aun en aguas calmas.
Pero ahora, en medio de la tormenta, ¡se está hundiendo! Es una escena
caótica: tremendos vientos, olas que golpean la pequeña barca y la llenan
de agua, ¡y los discípulos que hacían todo lo posible por sobrevivir! ¡Todo
el mundo está enloquecido! Excepto Uno que tiene el “don de la fe”. ¡Él
está DURMIENDO!

OMNI-POTENTE
Marcos nos da más detalles que los otros Evangelios acerca de dónde
estaba Jesús: “Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal” (vers.
38). ¿Qué? ¿Durmiendo sobre un almohadón? ¿Estás cómodo, Jesús?
¿Quieres que te cantemos una canción de cuna? ¿Cómo puede ser que estés
durmiendo en estas circunstancias? En la popa... sobre un almohadón;
¿puedes creer esto? Bueno, la verdad es que a mí también me gustaba
dormirme profundamente en los viajes. Ocurre que cuando era una niña
pequeña, mi papi era un evangelista. Mi papá, mi mamá y yo en ocasiones
viajábamos grandes distancias. Todo lo que yo necesitaba era un lugar
cómodo para dormir. Teníamos un autito muy, pero muy pequeño, ¡pero era
suficientemente grande para mí! Podía estirar mi cuerpito de cuatro años en
el asiento de atrás, ¡y era la medida perfecta! Mientras mi papi conducía, yo
podía dormir tranquilamente. Él sabía adónde iba; yo no necesitaba
preocuparme; mi papi tenía el control. Me pregunto si esa es la razón por la
que Jesús también podía dormir.
¡Tenían que despertarlo! ¡Debe haber estado exhausto, porque ni el fuerte
viento, ni las olas que golpeaban, ni el bote que se hundía, ni los gritos de
los discípulos habían logrado despertarlo! “Le despertaron, y le dijeron:
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (vers. 38). Nuevamente, en el
griego, las dos acciones verbales de los discípulos se expresan en el
presente, lo que significa que en el original se lee así: “Lo despiertan y le
dicen: Maestro, ¿no te preocupa que perecemos?”* Es como si
estuviéramos allí, ¿verdad? Lo sacuden y gritan. Mateo dice que ellos
clamaron por ayuda con tres gritos desesperados, que en el griego suenan
de esta manera: ¡Señor! ¡Sálvanos! ¡Perecemos! (S. Mateo 8:25). Pero
Marcos agrega que le hicieron una pregunta: “¿No te importa que nos
ahoguemos?” (versión NVI). ¿Acaso no te preocupa?
El temor es completamente paralizante, ¿verdad? El temor distorsiona
nuestra perspectiva de Dios. Cuando una tormenta repentina golpea nuestras
vidas, bloquea nuestra visión de él, y muchas veces le hacemos la misma
pregunta: “¿No te importa?” ¡Por supuesto que le importa! ¡Solo que él
tiene una perspectiva completamente diferente de la situación! Nosotros no
vemos lo que él ve; no sabemos lo que él sabe. Y es muy fácil pensar que a
Dios no le importa cuando estamos abrumados por las circunstancias
(también le ocurrió a Marta; ver S. Lucas 10:40). Cuando te asalte esta
duda, mira la cruz. ¡Sí! ¡A él definidamente le importa!
“Y levantándose” (S. Marcos 4:39). Casi puedes imaginarte a Jesús
frotándose los ojos, bostezando y diciendo: “¿Qué pasa aquí?”, y a todos
los discípulos que hablan a la vez, tratando de explicarle que se morirán si
no hace algo ¡AHORA MISMO! Y Jesús hace dos cosas asombrosas; ¡Sí!
¡REALMENTE ASOMBROSAS!: “Reprendió al viento”(vers. 39). ¡Lo
reprendió! ¡Como si el viento fuera su niño que se estaba comportando mal!
¡LO REPRENDIÓ!, como reprendes a tu perro cuando está ladrando
demasiado fuerte. Y entonces le habló al lago, su otro niño que no se estaba
portando bien: “¡Silencio! ¡Cálmate!” (vers. 39, NVI). En otras palabras:
“¡Shhhh! ¿No ves que estoy durmiendo la siesta? ¡Quédate quieto!
¡Cálmate!” ¿Y sabes qué? ¡El viento y el mar le OBEDECIERON! Ah, sí,
me olvidaba decirte: Los discípulos eran “IM-POTENTES”, pero Jesús no.
¡JESÚS ES “OMNI-POTENTE”!

¿Por qué temer?


Al confirmar el milagro, Marcos dice que “el viento se calmó y todo
quedó completamente tranquilo” (vers. 39, NVI). Quiero compartir contigo
la parte final del versículo como está en el griego: Dice que hubo una “gran
calma”. ¡SÍ! ¡Adivinaste! Una mega calma. La misma palabra usada para
describir el mega viento (vers. 37) es ahora usada para describir la mega
calma. De una mega tormenta a una mega paz. Y ahora es el turno de Jesús
de hacer preguntas. Después de haberse dirigido al viento y al agua, ahora
se dirige a los discípulos: “¿Por qué tienen tanto miedo? —dijo a sus
discípulos” (vers. 40, NVI). ¿Por qué? ¿Acaso no es obvio? ¡Porque no
podíamos controlar la tormenta por más que tratáramos! ¡Porque creímos
que íbamos a morir! ¡Porque nos sentíamos impotentes! ¡No podemos
detener el teléfono ni evitar las malas noticias! ¡No podemos cambiar los
resultados médicos! ¡Realmente no podemos!
“Bueno, ahí está el problema —dice Jesús—. Ustedes están tratando de
controlar. Tengo noticias para ustedes: ¡NO PUEDEN! Pero tengo más
noticias: ¡YO SÍ PUEDO!” Así que Jesús continúa: “¿Cómo no tenéis fe?”
(vers. 40). ¡Esto no se logra apretando los puños! ¡Aunque tengas puños
fuertes no quiere decir que estás conquistando el problema! Esto solo se
logra teniendo fe en mí, continúa diciendo Jesús. Así que repitan conmigo:
primero, yo no puedo; segundo, Dios puede; tercero, le permitiré a Dios.
“Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es
éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (vers. 41). El original griego
dice que temieron con un mega fobos. De un mega viento a una mega calma
a un mega asombro. ¡Están teniendo un día mega! Y es porque están en la
presencia de un mega poder. Empiezan a descubrir quién es Jesús.
Empiezan a comprender que pueden elegir confiar en él.

Elegir la fe sobre el temor


La pregunta “¿Quién es éste?” se repite muchas veces en la primera
mitad del Evangelio de Marcos. La autoridad del Mesías se está revelando.
¡Aun el viento y el mar le obedecen! Todo lo que nosotros no podemos
controlar, él sí puede. Tiene poder sobre todo lo que está debajo del agua
(que, para ellos, representaba el mal), y todo lo que está sobre ella. Me
recuerda el anuncio de Jesús al final del Evangelio de Mateo: “Se me ha
dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (S. Mateo 28:18, NVI). La
verdad es que en las Escrituras judías (que nosotros llamamos el Antiguo
Testamento) esta autoridad total y absoluta sobre las aguas y el viento es
una prerrogativa exclusiva de Yahweh (Job 12:15; Salmo 33:7; Proverbios
30:4). Ahora Jesús actúa exactamente como Dios, ¡y ellos están
maravillados! Lee el Salmo 107:23-30 escrito centenares de años antes de
que Jesús anduviera sobre la tierra:

Los que descienden al mar en naves,


y hacen negocio en las muchas aguas,
ellos han visto las obras de Jehová,
y sus maravillas en las profundidades.
Porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso,
que encrespa sus ondas.
Suben a los cielos, descienden a los abismos;
sus almas se derriten con el mal.
Tiemblan y titubean como ebrios,
y toda su ciencia es inútil.
Entonces claman a Jehová en su angustia,
y los libra de sus aflicciones.
Cambia la tempestad en sosiego,
y se apaciguan sus ondas.
Luego se alegran, porque se apaciguaron;
y así los guía al puerto que deseaban.
¡Sí! Jesús es Dios, y ahora ellos están comprendiendo cuán PODEROSO
él es realmente. Esta historia es el comienzo de un crescendo en cuanto al
poder de Jesús en el Evangelio de Marcos. Primero, su poder sobre la
naturaleza; la siguiente historia muestra su poder sobre el mal y los
demonios (S. Marcos 5:1-20), y las siguientes dos historias demuestran su
poder sobre la enfermedad y la muerte (vers. 21-43).
Pero la noción más sorprendente en el Evangelio de Marcos es que
Jesús, el poderoso Dios que tiene autoridad sobre el viento y el mar, llegará
a ser el SIERVO que entregará su vida en rescate por muchos. Esta es su
grandeza: “Porque el hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (S. Marcos 10:45). Jesús,
el Mesías omnipotente, llegaría a ser el Siervo Sufriente. Dejará a un lado
su poder para conquistar mediante el sufrimiento. El Evangelio de Marcos
tiene como propósito hacernos comprender esta profunda yuxtaposición: el
todopoderoso Hijo de Dios también es el Siervo Sufriente y el Hijo del
Hombre.
En las obras de arte cristiano de los primeros siglos, a veces la iglesia es
representada como un bote en una tormenta, con Jesús en medio. Esta
visualización les ayudaba a los primeros cristianos, que sufrían bajo la
persecución, a recordar la presencia de Jesús con ellos mientras soportaban
las pruebas y las tribulaciones. Este milagro les recordaba una realidad
mayor: la realidad de la salvación mediante la muerte y la resurrección de
Jesús.
¿Estás desesperado y sin saber qué hacer? Cuando las tormentas
repentinas golpean tu vida, puedes elegir: elige la FE sobre el TEMOR. Si
tienes lápiz y papel, dibuja este gráfico:

FE
TEMOR

Tal vez tienes que dibujarlo varias veces y colocarlo en diversos lugares
de tu casa, de tu auto, de tu oficina. Esta es una visualización para recordar
LA FE SOBRE EL TEMOR. Es tu elección cada minuto del día. Recuerda
el PODER del SIERVO:

¡Él es “TODO-PODEROSO” para RESCATAR!


¡Él es “TODO-PODEROSO” para SALVAR!
¡ALELUYA!

*J. D. Douglas, editor. The New Greek-English Interlinear New Testament, cuarta edición (Carol
Stream, Illinois: Tyndale House, 1993), p. 134.
El Sufrimiento del Siervo

ecesitábamos creer en una realidad que no podíamos ver. Y era


N nuestra única esperanza. Pero, ¿cómo creer en algo que sabes que es
imposible? Déjame explicarte nuestro dilema. Mi papá era pastor en Bahía
Blanca, Argentina. Yo tenía unos pocos meses de vida; ni siquiera
alcanzaba el año. Mis padres eran propietarios de un BMW. Pero antes de
que te sorprendas por esto, déjame decirte que era un BMW Isetta,
probablemente el auto más pequeño que se haya construido alguna vez, con
una sola puerta al frente. Si quieres reírte un poco, coloca ese nombre en
Google, ¡y verás lo que quiero decir! Apenas se puede decir que tenía
cuatro ruedas, porque las dos de atrás estaban juntas, así que parecía un
triciclo con techo. Pero era un gran avance para mis padres, porque antes
habían tenido una moto. Y yo no debería hablar demasiado mal de este auto,
porque fue el único BMW que mis padres tuvieron, y porque tienen
hermosos recuerdos de este pequeñísimo autito, que los hacía sentir
millonarios cuando llovía, porque se mantenían secos. Era de color rojo y
tenía un solo asiento para dos personas, lo cual era un problema porque
ahora éramos tres. Detrás del asiento, a la altura de las cabezas, había algo
de espacio para colocar una maleta pequeña o un bolso grande. Bueno, ya te
imaginaste... ese era mi lugarcito. Ellos colocaban una colcha y una sábana,
y allí yo, una bebita, dormía durante los primeros viajes de mi vida en un
automóvil.
Un día los tres nos fuimos a visitar a un miembro de iglesia que vivía en
un pequeño pueblo lejos de la ciudad y de la ruta principal. Teníamos que
viajar en un camino de tierra y cruzar sierras y colinas para llegar ahí. Ya
se estaba poniendo oscuro cuando comenzamos el regreso a casa, y como
era un camino desolado, mi papá decidió apurarse para llegar a un área más
poblada. Pero cuando todavía estábamos a unos cuarenta kilómetros de la
ruta principal, ocurrió algo terrible: el autito se detuvo y no había forma de
hacerlo andar. De hecho, el motor se había parado y no arrancaba de nuevo.
En medio de la nada y con las tinieblas que nos rodeaban, mi padre se bajó
del auto con una linterna para inspeccionar lo que había ocurrido,
esperando que fuera algo fácil de arreglar. Pero cuando volvió, su rostro
mostraba una historia diferente: el único platino que le daba la chispa al
único cilindro de este autito se había quebrado, y él tenía parte de la pieza
en su mano. No había posibilidad absoluta en el mundo de que el motor
arrancara sin una chispa; sencillamente era imposible, y él lo sabía. Así que
ahí estábamos en medio de la oscuridad, con la única realidad que
podíamos ver. La ruta de tierra era tan remota que probablemente no
veríamos otro auto en días. Y yo era solo una bebita, y mi mamá sabía que
se estaba agotando la leche para mi biberón. Estábamos sin refugio y sin
comida. ¡Estábamos mal! ¡Muy mal!
Pero la fe es la certeza de las cosas que no podemos ver (Hebreos 11:1).
Así que mi padre y mi madre oraron, pidiendo un milagro. Necesitaban los
ojos de la fe para ver otra realidad; una que era humanamente imposible y
hasta difícil de imaginar. Le pidieron a Dios que si era su voluntad, el auto
arrancara otra vez, aunque era mecánicamente imposible. Aun hoy mi papá
cuenta esta historia con gran emoción; describe lo que se siente al girar la
llave de encendido sabiendo que no es posible que el auto arranque a
menos que Dios decida hacer algo milagroso, y sabiendo que la vida de
toda la familia depende efectivamente de que el auto arranque. Nuestra
única esperanza era una realidad imposible, que nosotros no podíamos ver.
Así que giró la llave…
¡Y EL AUTO ARRANCÓ! Nos fue posible marchar esos cuarenta
kilómetros de tierra en medio de las colinas. Pero tan pronto llegamos a la
ruta principal, el motor se detuvo otra vez, y el auto no se movió un
centímetro más. Pero ahora ya estábamos en un cruce de rutas y pudimos
tomar un transporte colectivo que nos llevó a nuestro hogar. Este es uno de
los milagros que nuestra familia siempre recordará. Sabemos que ese día
Dios hizo algo sobrenatural por nosotros, y nunca lo vamos a olvidar. De
hecho, a menudo lo recordamos cuando enfrentamos obstáculos que parecen
inconquistables. Recordamos que hay una realidad que solo es visible a
través de la fe, y que solamente se la alcanza cuando creemos. Este es el
capítulo que revela esa “segunda realidad”, la más grande de todos los
tiempos. Una realidad tan imposible de creer que los discípulos necesitaron
una nueva visión —los ojos de la fe— para comprender lo que Jesús
intentaba enseñarles.

Entrenamiento para una nueva visión


Esta es una sección fascinante del Evangelio de Marcos que contiene una
sucesión de enseñanzas de Jesús aplicadas en dos etapas. Hay una primera
realidad, entendida por todos los que son testigos de estas enseñanzas
actuadas, y hay una segunda realidad que Jesús agrega cuya comprensión es
accesible solamente a través de la fe. Esta sección se encuentra en San
Marcos 6-8, y analizaremos tres de estas enseñanzas en dos pasos, que nos
llevarán a la revelación más grande de todos los tiempos.
La primera se relaciona con la alimentación de los cinco mil y la
alimentación de los cuatro mil.* La narración comienza con un discurso de
Jesús a una gran multitud en un lugar desolado. Se ha hecho muy tarde, y ha
llegado la hora de comer (S. Marcos 6:34, 35). Él les dice a sus discípulos:
“Dadles vosotros de comer” (vers. 37). Los discípulos le dicen que es
imposible porque solo pueden encontrar cinco panes y dos peces (vers. 38).
El Evangelio de Marcos nos dice que se sentaron en grupos de cincuenta y
de cien (vers. 40). Entonces Jesús hace algo muy importante e inesperado:
Multiplica el pan. Hay cuatro verbos que el lector volverá a encontrar más
tarde en la narración de este enigma del pan: toma los panes, los bendice,
los parte y los da a los discípulos. Ellos entonces reparten el pan a la
multitud (vers. 41). En la conclusión se dice: “Comieron todos hasta quedar
satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos de
pan y de pescado. Los que comieron fueron cinco mil” (vers. 42, 43, NVI).
El escenario de este evento está encuadrado en términos sociopolíticos y
religiosos, principalmente por las palabras y los números usados. El
número cinco y el número doce eran símbolos de la cultura hebrea. Cinco
eran los libros de la ley (Torah), y doce eran las tribus de Israel. En esta
historia hay cinco panes, cinco mil hombres alimentados y doce cestas
llenas que sobran, una cesta por cada tribu. Hay suficiente para que los
judíos se satisfagan, y hay sobrante. La palabra griega usada para “cesta” o
“canasta” es kofinoi, un tipo de canasta generalmente asociada con el
pueblo judío. Cuando cada uno ha comido y está satisfecho, Jesús les
ordena a los discípulos ir “al otro lado” (vers. 45, NVI). Esta es la primera
realidad que los discípulos entendieron: Jesús era judío, y vino para los
judíos. Pero ellos tenían que entender algo más, por eso habría un segundo
paso en esta enseñanza. En el Evangelio de Marcos, el otro lado es una
frase con un significado especial: se refiere a “los de afuera”, a “los
extraños”. Y esta es una realidad impensable. ¿Quiere realmente Jesús ir al
otro lado?
El segundo paso de esta enseñanza ocurre en “el otro lado”. Jesús ha
decidido alimentar también a los otros (S. Marcos 8:1-10). Jesús les
pregunta cuántos panes tienen y ellos responden “siete” (vers. 5). Jesús le
pide a la multitud que se recueste sobre el terreno, y otra vez nos
encontramos con los cuatro verbos: Él toma los siete panes, da gracias (en
lugar de bendecir, como en la primera alimentación), los parte en pedazos y
los da a los discípulos, quienes los reparten entre la gente (vers. 6). La
conclusión de la historia es similar a la anterior alimentación, solo que los
números y la palabra utilizada para “canasta” han cambiado: “La gente
comió hasta quedar satisfecha. Después, los discípulos recogieron siete
cestas llenas de pedazos que sobraron. Los que comieron eran unos cuatro
mil”(vers. 8, 9, NVI). Sí, la gente comió hasta quedar SATISFECHA, y
hubo SOBRANTE.
En esta historia los números “cinco” y “doce” han cambiado a “siete” y
“cuatro”. Estos nuevos números representan a los del otro lado: El cuatro
se utiliza para describir a la gente que proviene de los cuatro ángulos de la
tierra: los cuatro puntos cardinales. Y en la distribución geográfica entre
judíos y gentiles, el número siete equivale a una canasta por cada una de las
naciones desplazadas por Israel de la tierra de Canaán: “Y habiendo
destruido siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su
territorio” (Hechos 13:19). El número siete es usado en otros contextos
helénicos, tal como ocurrió con la elección de los siete diáconos de origen
griego (Hechos 6:1-6) en respuesta a las quejas de los judíos helenistas. La
nueva palabra para “canastas” es spuris (S. Marcos 8:8), diferente de
kofinoi, utilizada para la historia anterior (S. Marcos 6:43). Spuris era de
uso popular para una audiencia gentil, mientras que la usada anteriormente
se la asociaba con la comunidad judía.
Por si acaso sus lectores no captaron esta enseñanza en dos pasos (dos
realidades), Marcos agrega la síntesis que Jesús les presentó a sus
discípulos: “¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no
recordáis? Cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas
[kofinoi] llenas de los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Doce. Y
cuando los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas [spuris] llenas de
los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Siete. Y les dijo: ¿Cómo aun no
entendéis?” (S. Marcos 8:18-21). Jesús resumió los dos milagros para
ellos, haciéndoles saber que había algo adicional que debían entender, una
segunda realidad que debía ser aceptada por fe.
Hacia el final de este Evangelio se revela el significado completo del
enigma del pan: “Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió
y les dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo” (S. Marcos 14:22). ¡El
enigma ha sido resuelto! ¡El pan es su cuerpo quebrantado! Esta revelación
es precedida por los cuatro verbos que ahora el lector puede reconocer.
Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio, de la misma manera en que lo
había hecho durante los milagros de alimentación.
El misterio está resuelto: ¡El sacrificio de Jesús es para todos! Hay
suficiente para judíos y gentiles; para los cinco mil y los cuatro mil. Hay
canastas pequeñas (kofinos), y canastas grandes (spuris), todas llenas con
el pan quebrantado. Todos pueden ser saciados con la provisión hecha en la
cruz. Y hay sobrante para las doce tribus de Israel y para las siete naciones
paganas. ¡Estas sí que son buenas nuevas! La amplitud de estas buenas
nuevas es más grande que lo que cualquier persona pudiera imaginar. Hay
suficiente para los que están de este lado del lago y para los que están del
otro lado. Pero aún hay más…

¡Espera! ¿Hay más todavía?


¿Cómo entrenas el corazón humano para creer en lo que no se ve,
especialmente cuando tienes las “piezas rotas” de tu única solución en tus
manos, así como mi papá tenía en las suyas la pieza rota del auto? Hace
muchos años, cuando las cosas dieron un giro muy difícil en mi vida,
escribí un poema. Lo titulé “El Jarrón”, y comencé diciendo que “el jarrón”
de mi vida se había caído y quebrado, y ahora los pedazos estaban
esparcidos por el suelo. Era un poema muy emotivo. Mientras lo escribía,
encontré fuerzas en el Señor, como David acostumbraba hacerlo en sus
salmos de lamento. Lo terminé con una declaración de fe: Confiaría que el
Alfarero de mi vida podía volver a armar el jarrón, y hacerlo más fuerte
que antes de que cayera al suelo. Necesitaba creer que había una segunda
realidad; una que yo no podía ver. Necesitaba una visión diferente: los ojos
de la fe. Han pasado muchos años desde entonces, y estoy maravillada de la
capacidad de Dios para hacer que “a los que aman a Dios, todas las cosas
les ayudan a bien, esto es, los que conforme a su propósito son llamados”
(Romanos 8:28). ¿Necesitas ver más allá de lo que ahora ves? ¿Necesitas
una vista mejor? ¿Una perspectiva celestial? ¿Una visión más clara?
Después de la enseñanza de Jesús en dos actos, y su resumen acerca de
las dos alimentaciones con el pan, Marcos registra un extraño milagro que
no aparece en ningún otro Evangelio. También es una enseñanza en dos
actos, y la utiliza para presentar la mayor revelación de todos los tiempos.
Es una narración breve, y ahora que conoces el contexto, podrás entenderla
claramente. Esta es la historia:

Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le


tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea;
y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si
veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los
veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le
hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a
todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas
a nadie en la aldea (S. Marcos 8:22-26).

Los milagros de Jesús enseñaban verdades más profundas que el


sanamiento físico. Este es el caso en esta “parábola actuada”. La gente que
ignora el contexto de este milagro formula las más extrañas interpretaciones
del texto. Pero la verdad es que este milagro en dos actos destaca la
necesidad de una visión más clara. Después de este milagro, la verdadera
realidad de la misión y la identidad de Jesús será revelada en dos etapas, y
superará lo que cualquiera haya podido imaginar o pensar.
Este milagro en dos actos contiene tres elementos que no se encuentran en
ningún otro milagro de Jesús registrado en los Evangelios. Primero, Jesús
le pregunta al ciego acerca de la efectividad de la primera parte del
milagro: “Y le preguntó si veía algo” (vers. 23). Segundo, el ciego
responde refiriéndose a un sanamiento parcial, porque ha recibido
parcialmente su visión: “Veo gente; parecen árboles que caminan” (vers.
24, NVI). Tercero, Jesús pone otra vez sus manos sobre él, lo que resulta en
su completa restauración de la vista (vers. 25). De allí en adelante, el que
había sido ciego comienza a ver todo con claridad.
Este es un milagro fascinante y tiene como propósito iniciar la siguiente
sección, donde Jesús revelará más claramente la profundidad de su misión
como el Mesías. En toda la Biblia, la vista ha sido una metáfora para la
salvación (Isaías 29:18; 35:5; Salmo 146:8). Las cuatro canciones del
Siervo Sufriente en Isaías (registradas en los capítulos 42, 49, 50, 53), en
las que Dios comienza a revelar sus promesas concernientes a su Siervo
que vendrá, empiezan mencionando que el Siervo será una luz a las
naciones y abrirá los ojos de los ciegos: “Y te pondré por pacto al pueblo,
por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos” (Isaías 42:6,
7). Los discípulos tenían una comprensión limitada de quién era Jesús;
tenían una visión parcial. Jesús estaba por abrir sus ojos a una segunda
realidad, una más profunda comprensión de su misión; una realidad que
nunca habían imaginado porque era inconcebible.

La realidad inconcebible
La época de tornados de 2012 en los Estados Unidos fue verdaderamente
fatal. Muchos perdieron la vida cuando sus hogares fueron destruidos por
tornados masivos. La vida ya no será igual para familias completas, pues
han perdido a sus seres queridos. Pero hubo una historia en particular que
captó mi atención de una forma especial. Stephanie Decker estaba en su
casa con sus dos hijos cuando el primer tornado llegó a Henryville, Indiana.
Ella no tuvo tiempo para llevar a los niños a un refugio; arriesgando su
vida, los cubrió con su propio cuerpo. Los pedazos que volaban le
quebraron siete costillas, y cuando le cayeron encima dos grandes vigas
metálicas le cortaron casi completamente ambas piernas. Esta madre de
treinta y seis años, aunque tremendamente lastimada, permaneció en esa
posición durante un segundo tornado pocos minutos después, que arrasó la
casa completamente. Su esposo Joe da un testimonio emocionado acerca del
amor maternal de ella: “¡Todos los que la conocen saben que esa era la
forma en que ella actuaría!” Sus dos piernas fueron víctimas de la tormenta,
pero sus hijos no lo fueron; solo sufrieron pequeñas lastimaduras.
¡Stephanie sonríe con satisfacción cuando dice que valió la pena! En esta
sección, Jesús revela por primera vez la impensable realidad de su
sufrimiento, y finalmente su muerte, en beneficio de sus hijos. ¡Oh, Jesús!
¿Cómo pudiste amarme tanto?
Así como lo consideramos en el primer capítulo de este libro, el
Evangelio de Marcos puede ser dividido en dos grandes secciones, cada
una de las cuales tiene una pregunta específica. En la primera parte, la
pregunta es: ¿Quién es éste? Ahora hemos llegado a la segunda parte del
Evangelio y al clímax, cuando se revela la identidad de Jesús. Él mismo
hace la pregunta que ha tenido eco a través de los primeros ocho capítulos
de Marcos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (S. Marcos 8:27). Este
diálogo sigue hasta el círculo central que hemos dibujado en nuestra
estructura narrativa (ver el gráfico en el primer capítulo). Es el momento
que todos han estado esperando... y nosotros retenemos el aliento para
escuchar la respuesta.
Pero la respuesta de los discípulos es como si dijeran: “Vemos como
árboles que caminan”. Su comprensión es muy limitada; todavía no ven
claramente. La gente sabía que Jesús era una persona especial, ungida por
el cielo y con conocimiento divino. Algo así como un profeta de la
antigüedad, y eso era verdad. ¡Pero había mucho más! “Ellos respondieron:
Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas” (vers.
28). Pero Jesús siguió investigando; quería saber lo que ellos creían: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy?” (vers. 29). Ante esta pregunta, Pedro, que
generalmente tenía todas las respuestas —por lo menos así creía—, le
respondió a Jesús con lo que él pensaba que era la percepción más clara de
todas: “Tú eres el Cristo” (vers. 29).
El término Cristo en el griego es “ungido”, lo mismo que Mesías en el
hebreo. Pero a causa de su connotación política en el primer siglo, Jesús
raramente lo usó. Marcos mismo identifica a Jesús con este término en el
mismo comienzo del Evangelio: “Principio del evangelio de Jesucristo” (S.
Marcos 1:1). Pero el término cargaba una expectativa especial: una persona
ungida, que vendría como un dirigente político y religioso, con poder para
liberar a su pueblo de sus opresores. Sí, esto era verdad. La autoridad de
Jesús había sido plenamente demostrada en sus poderosos actos realizados
hasta entonces. Definitivamente era el Ungido de Dios. Por lo tanto, Pedro
pensó que poseía el cuadro completo, la plena realidad, la visión más clara.
Pero no la tenía.
¡Había más! ¡Mucho más! ¡Por eso es tan importante que el milagro de
devolver la vista hecho en dos pasos, preceda esta sección! Jesús les va a
proporcionar PLENA VISIÓN, para que también ellos puedan comenzar a
ver “claramente”. El siguiente versículo crucial, que contiene la primera
declaración de su tipo en este Evangelio, inicia la segunda parte de S.
Marcos: “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre
padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales
sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres
días” (S. Marcos 8:31).
¿Qué? ¿Qué dices? Discúlpanos, pero no te entendemos. En ese
momento, esas preguntas estaban escritas claramente en los rostros de los
discípulos. ¿Qué quieres decir? ¿Que el Cristo va a morir? ¡Si él es el
Libertador! ¿Acaso no ha venido a conquistar? ¡Esto no puede ser! ¡De
ninguna manera! Y eso de una resurrección, ¿Qué significa? Jesús, ¡no
entendemos nada! ¿De qué estás hablando?
Por eso Marcos dedicará la segunda parte de su libro para explicar esta
otra realidad. Jesús no solo era el poderoso Hijo de Dios sino también el
Siervo Sufriente, el Hijo del Hombre que moriría en lugar de la humanidad
y se levantaría de entre los muertos. Esta era una realidad inconcebible,
¡pero la vida de todos nosotros dependía de ella!
El primer anuncio de su muerte, generalmente llamado la primera
predicción de la Pasión, fue tan impactante para Pedro que ese mismo
consagrado discípulo que justo antes había anunciado que Jesús era el
Cristo se transforma ahora en el instrumento de Satanás para desviar a
Jesús de la cruz. Pedro comienza a reprochar a Jesús, porque la verdad tan
clara y sorprendente que él acaba de darles es demasiado difícil de aceptar:
“Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a
reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a
Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la
mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vers. 32, 33).
Pienso que es muy interesante ver cómo Pedro trata de controlar lo que no
puede comprender plenamente. ¡Yo me identifico tanto con Pedro! Mi
reacción natural cuando tengo miedo es tratar de controlar la situación con
lo que considero es la respuesta “apropiada”. Pero en este caso, la realidad
tiene que ser aceptada por la fe, no por la fuerza. Jesús ha venido para
librar a la humanidad del pecado, pero su victoria debe ser alcanzada
mediante el sufrimiento; ofrecerá vida a los demás, pero será mediante su
propia muerte. ¡Y esta realidad solo puede ser vista por la fe!
Los discípulos, especialmente Pedro, contendieron con esta nueva
realidad incluso hasta después de la muerte y la resurrección de Jesús. Y
hay quienes todavía hoy luchan con esta comprensión.

¿Y tú? ¿Puedes ver?


Y allí estaba, expuesta para que el mundo la viera claramente. La verdad
que estaba más allá de una comprensión lógica: Jesús había venido para
morir; no solo para mostrar amor o poder, sino a sufrir. Llegaría a ser
muchas cosas para nosotros: nuestro Líder, nuestro Modelo, nuestro Dios
omnipotente. Pero sobre todo sería nuestro Salvador, y para eso tendría que
llegar a ser un Siervo, el “Siervo Sufriente”. San Marcos 8:31 es la primera
de tres predicciones acerca de la Pasión, donde Jesús les dice claramente a
sus discípulos que sufriría mucho, que moriría y que resucitaría al tercer
día. Las siguientes predicciones se las encuentra en San Marcos 9:31 y
10:33, 34. Por favor, toma un momento para leerlas.
Inmediatamente antes del texto clave de todo el Evangelio de Marcos (S.
Marcos 10:45), Jesús explicó a sus discípulos cómo él había venido para
cambiar la estructura de valores en el mundo. Aunque Jesús seguía
hablando de su sufrimiento y muerte, los discípulos seguían discutiendo
acerca de quién sería el más importante en el reino (lee S. Marcos 10:35-
41). ¡Pobres discípulos! ¡No tenían idea de lo que pasaba! Y nosotros nos
parecemos tanto a ellos, ¿verdad? Jesús los llama y les explica cómo
funcionan las cosas en la comunidad de sus seguidores: “Sabéis que los que
son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus
grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino
que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el
que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos” (vers. 42-44).
¡Qué concepto radical: El líder siervo! El discipulado siempre ha sido y
siempre será un cambio de valores a la luz de la cruz. ¿Enseñorearse de la
gente? ¡No! Esa no es la forma de comportarse entre cristianos.
El texto culminante en Marcos está en el capítulo 10, versículo 45, donde
Jesús explica POR QUÉ debe morir: “Porque el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos”. ¡Sí! Jesús era el Siervo Sufriente descrito en las Escrituras judías
(Dedica un momento para leer Isaías 53 y el Salmo 22).

Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho;


por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos,
y llevará las iniquidades de ellos...
Por cuanto derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos,
y orado por los transgresores (Isaías 53:11, 12).

¡Él daría su vida como un rescate por nosotros! Hay tres palabras muy
importantes al final de S. Marcos 10:45. La palabra rescate era usada para
describir el precio pagado por una liberación; en este caso, nuestra
liberación. La palabra por o “en lugar de” preveía la muerte sustitutiva de
Cristo en nuestro lugar. La palabra muchos es usada para describir el
resultado: una muerte daría vida a muchos. La muerte sustitutiva de Cristo
en lugar de la humanidad — en otras palabras, “uno por muchos”— llegó a
ser una doctrina central en la iglesia del primer siglo (Romanos 5:18, 19).
Entonces, ¿podemos ver NOSOTROS? ¿Puedes ver TÚ? Si quieres vivir
con la seguridad de la salvación, tienes que entrar en esta segunda realidad.
La realidad que podemos ver con nuestros ojos normales no es muy
animadora. Tenemos los pedazos quebrados en nuestras manos y sabemos
que no hay forma de hacerlos funcionar. Muchos cristianos viven sus vidas
contemplando los “pedazos rotos” y encuentran muchas razones para
perpetuar su temor de una condena eterna. Pero los que viven con ansiedad
por el futuro solo ven parcialmente: saben que existe un Dios que tiene
autoridad y poder; y pueden saber también que él vuelve por nosotros. Pero
es una visión parcial; es como ver árboles que caminan. ¡SOLAMENTE
cuando aceptas la realidad del sufrimiento de Jesús en TU lugar, comienzas
a ver CLARAMENTE, y el gozo de tu salvación llega a ser una
REALIDAD! Quiero hacerte una invitación ahora mismo: Haz una pausa y
pídele a Jesús que te dé una vista completa. Pídele que te revele, en el
centro mismo de tu alma, que tu Pariente Redentor ha pagado tu rescate, y
que por creer en la muerte y resurrección de Jesús, tienes vida eterna. Esta
es la segunda realidad que puedes tener solo por la fe. ¡Apropiémonos de
esta realidad AHORA MISMO! Llena los espacios en blanco con tu
nombre, y lee en voz alta lo que Jesús dijo:

“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida EN RESCATE POR _________________”
(S. Marcos 10:45).

¿Puedes ver a Jesús ahora? ¡Entonces estás viendo claramente! ¡Aleluya!

*Parte del material en esta primera sección del capítulo, se la encuentra en mi libro, Mateo: Profecía
cumplida (Pacific Press Publishing Association, Nampa, Idaho, EE.UU., pp. 38-44).
El Celo del Siervo

o puedo creer que estoy por contarte uno de los momentos más
N vergonzosos de mi vida. ¿Te ha pasado que un incidente te
sorprendió tanto que respondiste de una manera completamente inesperada,
que dejó preguntándose a todos los que te rodeaban, e incluso a ti mismo,
por qué actuaste de ese manera? Pero antes de describirte lo que sucedió,
déjame compartir contigo algo de mi vida juvenil. En mis libros anteriores
mencioné muchas faltas y percances de mi niñez; pero hay algo que nunca
dije. En general, yo era una niña muy honesta; siempre decía la verdad, casi
compulsivamente. Quería tener una conciencia limpia y hasta puedo decir
que era hipersensible en cuanto a mi relación con Dios y con mis padres.
Por ejemplo, cada noche cuando me acostaba, le pedía a mis padres que
me perdonaran por todo lo que había hecho mal durante el día, ya fueran
cosas que yo hubiera sabido que eran incorrectas o no. Quería dormir en
paz. Así que cada noche seguía un rito de pedir disculpas con la frase:
“¿Me perdonan por todo?” Entonces, cuando se apagaban las luces, los
llamaba desde mi cuarto con la misma pregunta, y en ocasiones, lo hacía
varias veces: “¿Me perdonan por todo?” Ahora pienso que había algo de
conducta obsesiva compulsiva en mis acciones, pero a mí me resultaba
beneficioso para poder dormir en paz. Cuando tenía que decir la verdad,
experimentaba la misma compulsión: no quería poner en peligro mi paz
interior ni siquiera con una pequeña mentira blanca o una broma. Tenía que
compartir toda esta información para que puedas entender lo que sigue: el
momento más vergonzoso de mi vida…
Este incidente ocurre cuando yo ya soy una mujer joven, y varios
miembros de la familia —incluyendo mis padres— se han reunido en el
hogar de mi tía para una celebración. En un momento noto que uno de los
globos inflados con helio se ha desinflado parcialmente; lo tomo, y le
pregunto a mi papá, que estaba sentado conmigo, si alguna vez había
escuchado cómo se cambia la voz por inhalar el helio (por favor, chicos, no
prueben hacer esto en casa). Mi padre me responde negativamente y yo me
encuentro frente a una oportunidad dorada, una rara ocasión para que una
hija le enseñe algo a su padre. Me pongo el globo en la boca e inhalo lo
más profundamente posible para llenar mis pulmones con helio. Pero ocurre
algo inesperado: cuando trato de hablar, mi voz continúa normal en lugar de
esa vocecita aguda de los dibujos animados que yo esperaba que saliera.
Pero ya es muy tarde; mi orgullo está en juego y no puedo permitir tal
fracaso delante de mi padre.
Hay momentos en los que una mujer tiene que hacer lo que tiene que
hacer, así que abro mi boca y comienzo a hablar en forma fingida y aguda
con un sonido que se parece más a una criatura extraterrestre que a la voz
humana afectada por el helio. Mi padre me mira un poco extrañado mientras
yo trato de explicarle que ese es el efecto del helio en las cuerdas vocales.
La verdad es que yo misma estoy completamente desconcertada del porqué
el helio no está funcionando como debiera, y más desconcertada aun de la
forma en que estoy actuando, tan inusual en mi conducta. Inhalo otra vez
para probar mi tesis y nuevamente, al darme cuenta de que no ocurre nada,
me pongo a fingir con una vocecita afinada y extraña para ver si puedo
enseñarle a mi papá algo nuevo en la vida. “Interesante”, me dice, tratando
de darme una opción para salir dignamente de la situación. Ambos estamos
desconcertados con lo ocurrido, pero le damos punto final al incidente. Por
lo menos así pienso yo…
Unos pocos minutos más tarde llega mi tía y comienza a comentar
exactamente acerca del globo que yo había usado para probar mi “efecto
helio”. “Es un globo tan lindo —dice—, pero desafortunadamente había
perdido el helio y se había desinflado. Como era tan vistoso, no quise
tirarlo, así que lo inflé yo misma para poder mostrarlo. Está un poco
desinflado, ¿verdad? ¡Pero es realmente hermoso!”
Mi padre me mira y yo lo miro a él. A esta altura no puedo volver atrás.
A este fenómeno en psicología se lo llama “intensificación del
compromiso”. Ante los ojos extrañados de mi padre, yo respondo
extendiendo mis brazos al aire: “¡Ah! ¡Claro! ¡Debe haber quedado algo de
helio en el globo que hizo que mi voz cambiara!”
“Mhhh”, replica mi papá. Pero yo no puedo aguantar mucho más esta
situación; pocos minutos después me doy cuenta de que he perdido la paz
interior y que debo decirle a mi padre la verdad. Entre lágrimas y risas le
confieso mis mentiras. ¡No puedo creer lo que me ha sucedido! El fracaso
de mi experimento me arrojó en una espiral que me llevó a actuar
totalmente fuera de mi manera habitual. ¡Tanto mi padre como yo estábamos
asombrados! Mi padre comienza a reír y yo lloro un poco más. Entonces
toda la familia se entera de lo sucedido.
En este capítulo vamos a estudiar juntos una de las respuestas más
extrañas, atípicas e inusitadas de Jesús cuando ocurrió algo que no se
esperaba. Es TAN inusual que los discípulos quedaron desconcertados, e
incluso hay algunos en nuestros días que se sorprenden de la misma manera.
Por supuesto Jesús, a diferencia de mí, tenía una buena razón para actuar de
una manera que no le era característica. Les estaba enseñando a ellos —y a
nosotros— un principio valioso del reino de Dios.

Jesús, ¿te sientes bien?


Últimamente Jesús había estado comportándose en forma extraña si la
comparamos con ocasiones anteriores de su ministerio público. San Marcos
11:1 comienza una nueva sección en este Evangelio, sección que introduce
la Semana de la pasión, en la que Jesús parece representar acciones
mesiánicas inesperadas. La primera de ellas, narrada en San Marcos 11:1-
10, es generalmente llamada “la entrada triunfal”, en la que Jesús parece
anunciarse a sí mismo como el esperado Rey Davídico, el ansiado Mesías.
Por favor, toma un momento para recordar esta inesperada acción simbólica
que seguramente provocaría a las autoridades judías.
Durante esta semana, que era la semana de Pascua, Jesús parece haber
entrado a Jerusalén todos los días, regresando con sus discípulos a Betania
solo por la noche, para volver a Jerusalén a la mañana siguiente (vers. 11).
En la mañana de nuestra historia, Jesús va camino a Jerusalén desde
Betania, y se nos dice que tuvo hambre (vers. 12). La respuesta a su
necesidad parecía estar muy cerca: “Y viendo de lejos una higuera que tenía
hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella,
nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos” (vers. 13). Se nos dice
claramente que no era la época de higos, pero este árbol en particular tenía
la apariencia de tener frutos porque ya tenía hojas, y a veces los higos
tempranos, las brevas, aparecían juntamente con las hojas. La frase
condicional que se encuentra en el griego original (ei ara), traducida como
“si tal vez”, subraya el hecho de que era probable que Jesús no encontrara
higos en ese tiempo. Aunque fue a ver, no encontró nada sino hojas. No
debería haberse sorprendido, pues era lo más probable, aunque la
apariencia de la higuera podría haber despertado sus esperanzas.
De repente, Jesús, “el manso y humilde”, se torna en “airado y temible”
¡Y todo ocurre delante de los ojos de los discípulos! En lo que parece una
respuesta demasiado airada y agresiva de Jesús al simple hecho de que la
higuera no tenía fruto como había esperado, él hace un pronunciamiento
desconcertante: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti” (vers. 14). ¡Casi
siento que debería escribir toda esta frase en mayúscula! ¡Jesús parece
estar airado de una manera tan irracional que usa su poder para perpetuar la
condición presente de ese árbol para siempre! Jesús parece estar
diciéndole: “¡Nadie va a comer jamás de ti, árbol estéril!”
Jesús, ¿te sientes bien? ¿Desde cuándo respondes de esta manera tan
violenta, tan distinta a tu carácter pacífico? El versículo termina diciendo
que “lo oyeron sus discípulos”. ¡Seguro que lo oyeron! ¡Nunca habían visto
a Jesús actuar de esa manera! ¡Estaban absolutamente asombrados!
Antes de que sugieras que necesitamos enviar a Jesús a un grupo de
terapia para controlar la ira, permíteme compartir alguna información que
espero pueda iluminar nuestra interpretación de este evento. En las
declaraciones proféticas de las Escrituras judías, la higuera representaba a
Israel como nación elegida por Dios para ser su luz en el mundo,
especialmente con su fruto temprano (Oseas 9:10, 16). Pero cuando Israel
no estaba cumpliendo con el propósito de Dios de representarlo a él ante
las naciones, Dios habló contra ellos en términos de un árbol seco:

“Como la fruta temprana de la higuera en su principio vi a vuestros


padres. Ellos acudieron a Baal-peor, se apartaron para vergüenza...
Efraín fue herido, su raíz está seca, no dará más fruto” (Oseas 9:10,
16).

A esta altura, ya comenzamos a comprender que Jesús está usando la


situación de la higuera estéril para enseñar a sus discípulos y a nosotros una
lección muy importante. Su respuesta no tiene que ver con el hambre ni con
su ira, sino con la hipocresía religiosa y con el fracaso de su pueblo como
representantes de un Dios amante.
En una de las famosas intercalaciones tipo sándwich de Marcos, el
evangelista nos ayudará en la interpretación de esta historia al interrumpirla
en este punto, intercalar la narración de la purificación del templo, y volver
después a la historia de la higuera. Las intercalaciones en los Evangelios
son como comentarios mutuos, que nos ayudan a comprender que ambas
historias se relacionan y se explican la una con la otra. ¿Será que Jesús está
utilizando a la higuera estéril para hacer una parábola actuada? ¿Será que
es una actuación simbólica parecida a la que realizaban los profetas del
Antiguo Testamento? Veamos si podemos aclarar su inusual respuesta. Así
es como Marcos narra ambas historias:
La religión estropeada
Si pensabas que la respuesta de Jesús a la higuera estéril era extraña,
¡espera hasta escuchar lo que ocurre después! Tras su inesperada reacción,
Jesús y sus discípulos siguieron a Jerusalén (S. Marcos 11:15). Jesús entró
en el templo, como lo había hecho antes muchas veces, pero en esta ocasión
nos encontramos con la única demostración de violencia en todo su
ministerio público: “Entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a
los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los
cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie
atravesase el templo llevando utensilio alguno” (vers. 15, 16). ¡Espera!
¡Espera un momento! ¿Qué le pasa hoy a Jesús? ¿Por qué está actuando de
esa manera? Todos están atónitos.
Se nos dice que él realiza cuatro acciones bien específicas.
Primeramente, “comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el
templo” (vers. 15). Hasta el año 30 d.C., los mercados para comprar los
animales para sacrificios estaban localizados exclusivamente en el Monte
de los Olivos, bajo el control del Sanedrín (la asamblea gobernante judía).
Pero alrededor de esa fecha, el sumo sacerdote parece haber autorizado el
establecimiento de mercados en las cortes exteriores del templo, creando
una atmósfera competitiva de negocios. Jesús mostró su disgusto por este
uso completamente profano del templo. En segundo lugar, “volcó las mesas
de los cambistas” (vers. 15). Este es un detalle interesante. En los días de
Jesús, el impuesto del templo se pagaba en moneda del templo (ver Éxodo
30:13-16); por lo tanto, otras monedas que provenían de áreas geográficas
diferentes tenían que ser cambiadas para cumplir ese propósito.
Generalmente las mesas de cambio se establecían cinco días antes de que
se cumpliera la fecha de pago. También podrían haber sido mesas de
cambio para comprar los animales para los sacrificios, pero no hay mucha
información de ese tiempo acerca de este particular. En tercer lugar, Jesús
dio vuelta a “las sillas de los que vendían palomas” (vers. 15). Las
palomas eran el sacrificio que la gente pobre podía ofrecer, y había
momentos y razones específicos para hacerlo. En cuarto lugar, y esto es
difícil de imaginar, Jesús establece un puesto de control en el atrio, “y no
permitía que nadie atravesara el templo llevando mercancías” (vers. 16,
NVI). Solo Marcos nos da este detalle tan interesante. ¿Puedes imaginarte a
Jesús, con el brazo en alto, prohibiendo a la gente pasar con mercaderías
por el patio del templo? ¿No te parece una actitud extraña, inusual y atípica
por parte del amante Jesús de los Evangelios? Los mapas de la antigua
Jerusalén nos iluminan un tanto acerca de lo que está pasando aquí: se había
creado un sendero más corto entre el Monte de los Olivos y la ciudad, un
atajo que pasaba por medio del atrio de los gentiles en el templo. Pero si
esta ruta estaba bloqueada, los mercaderes tenían que dar toda la vuelta al
templo, una estructura magnífica creada por Herodes el Grande.
El Evangelio de Juan nos dice que cuando los discípulos vieron a Jesús
purificar el templo, se acordaron de un versículo de la Biblia: “Entonces se
acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume”
(S. Juan 2:17). Esta es una cita del Salmo 69:9. Aun así, ¿por qué Jesús
estaba actuando de esa manera, mostrando tanto celo, tanta violencia, tan
distinta a su forma normal de actuar?

¡Salvación para TODOS!


La verdad es que el templo se había transformado en algo parecido a la
higuera estéril. Exteriormente parecía una estructura religiosa
impresionante, un lugar santo donde Dios podía encontrarse y morar con su
pueblo; pero en realidad se había tornado en una institución inútil y estéril.
Dios nunca ha tolerado el orgullo y la hipocresía religiosa, y nunca lo hará.
El mismo lugar que Dios había designado para revelar su gracia y dar la
bienvenida a los contritos de corazón, había llegado a ser una institución
sacrílega, comercializada, orgullosa y pervertida. La blasfemia más terrible
es un sistema religioso vacío, hipercrítico, autosuficiente, pero con
apariencia de piedad. ¡Eso sí que es una farsa de religión!
Por si acaso alguno no se había percatado de lo que estaba ocurriendo,
Jesús comenzó a enseñarles: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa
de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva
de ladrones” (S. Marcos 11:17). Marcos cita en forma más completa que
los otros Evangelios las Escrituras judías que Jesús usó para explicar su
celo, y al hacerlo, nos ayuda a interpretar el corazón del asunto. La primera
parte de la enseñanza de Jesús proviene de Isaías 56:7. Marcos incluye las
palabras “para todas las naciones”, que no están incluidas en los otros
Evangelios. Jesús estaba protegiendo la intención original designada para
el templo: TODOS ERAN BIENVENIDOS para allegarse a orar y adorar al
Dios del cielo y de la tierra. ¡Incluso los que no se habían hecho judíos eran
bienvenidos! Pero los dirigentes religiosos de su día no se preocupaban de
todas las naciones, y habían tomado el único lugar donde los no judíos
podían adorar y lo habían transformado en un mercado (y uno de
sospechosa moralidad).
Los temerosos de Dios que se acercaban no podían sentirse en paz con él
en un lugar tan ruidoso y enloquecido, ¡y Jesús los estaba defendiendo! ¡Me
encanta! ¡Como una madre celosa que defiende a sus hijos, Jesús está
defendiendo el derecho de todo el mundo de venir para recibir la bendición
de Dios! Ninguna institución religiosa fue creada por Dios con otro
propósito que no sea bendecir, y no maldecir; sanar, y no avergonzar; servir,
y no enseñorearse; recibir, y no expulsar. Si alguien te ha herido por no
permitirte entrar en la iglesia y adorar porque parecía que no calificabas,
yo te pido disculpas. Ese día, Jesús hizo muy claro que TODOS los que le
buscan son bienvenidos en su presencia, ¡incluso quienes no piensan o no se
comportan como nosotros!
La segunda cita proviene de Jeremías 7:11. Ese lugar no se parecía más
al plan original de Dios: era un lugar sucio y de tratos vergonzosos: ¡una
cueva de ladrones! Como te puedes imaginar: “Lo oyeron los escribas y los
principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo,
por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina” (S. Marcos
11:18). Ha ocurrido a lo largo de la historia, y en ocasiones todavía ocurre:
Cuando los dirigentes impíos son expuestos por no estar haciendo la
voluntad de Dios, tratan de destruir a los que están presentando los valores
divinos. Y aunque puede parecer que prevalezcan por un tiempo, ¡Jesús
sigue siendo todavía el defensor de los suyos! No hay que desesperarse; él
sabe todas las cosas y odia la hipocresía religiosa. En ese día, mediante la
acción simbólica de Jesús, Dios estaba tomando el control, y los sacerdotes
y escribas ya no lo representarían en el mundo (toma un momento para leer
la profecía de Ezequiel 34 contra los pastores de Israel). Ser colocado en
una posición de liderazgo en el reino de Dios es una tarea grande y sagrada.
Llegamos a ser sus representantes; y cuanto más extensa la influencia, tanto
más cuenta se pedirá de nosotros. Oh, Señor:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;


pruébame y conoce mis pensamientos;
y ve si hay en mí camino de perversidad,
y guíame en el camino eterno (Salmo 139:23, 24).

Los dirigentes le temían porque las multitudes estaban admiradas de su


doctrina (S. Marcos 11:18). Finalmente había Alguien que hablaba en su
favor y decía las cosas que ellos solamente se animaban a pensar.
Después de un día completo de actividad “pedagógica” (¡realmente lleno
de enseñanzas!), Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad,
probablemente en camino de regreso a Betania (vers. 11, 12, 19). La
conclusión de estos episodios se presenta a la mañana siguiente.

¿Y qué pasó con la higuera?


La “apariencia” de fruto ya no era aceptable a Dios; ahora, en su celo,
había llegado el tiempo de actuar. En caso de que alguien no hubiera
captado que las dos enseñanzas actuadas estaban relacionadas, Marcos nos
dice que “pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado
desde las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la
higuera que maldijiste se ha secado” (vers. 20, 21). Sí, ¡la destrucción era
total! ¡Desde las raíces hacia arriba, nada se salvaría! ¡Todo estaba
perdido! Se nos dice que Pedro interpretó que lo que Jesús había dicho en
el versículo 14 no solo era una profecía sino una maldición. Como en el
tiempo de los profetas, ahora Israel, la higuera de Dios, se ha secado: “Su
raíz está seca, no dará más fruto” (Oseas 9:16).
En el capítulo 12, Marcos narra otra parábola, la de una viña, que Jesús
presenta en respuesta a los principales sacerdotes, escribas y ancianos que
le interrogaban en cuanto a su autoridad de hacer lo que había hecho. La
viña era otra planta que representaba a Israel en los oráculos proféticos.
Toma un momento para leer esta parábola en S. Marcos 12:1-12, y
compárala con la descripción de Israel en Isaías 5:1, 2. En la parábola,
Jesús expone el destino de los labradores. El dueño “Vendrá, y destruirá a
los labradores, y dará su viña a otros” (vers. 9). Y ya te imaginas lo que
pensaban hacer con él: “Y procuraban prenderle, porque entendían que
decía contra ellos aquella parábola; pero temían a la multitud” (vers. 12).
Tuvieron la misma reacción a esta parábola que a la acción simbólica que
previamente había realizado: ¡Hay que destruir a Jesús! En San Marcos
13:1, 2, se revela una profecía acerca de la destrucción del templo. Este
sistema religioso oficialmente ya no representaba a Dios. El verdadero
Cordero de Dios había llegado y todos los símbolos se encontraban con la
sustancia de la realidad.
Sí, es verdad, así como me pasó a mí en la historia introductoria, Jesús
estaba actuando de una manera inesperada y atípica que dejaba rascándose
la cabeza a todos los que lo rodeaban: los discípulos, los sacerdotes, los
escribas y la multitud. Contrariamente a mí, él tenía una buena razón para
hacerlo. El “manso y humilde” se había tornado en “airado y temible”,
porque él es el Defensor del pobre y el oprimido. Quiere que su iglesia
extienda una alfombra de BIENVENIDA a todas las razas, todos los
géneros, todos los acentos y todos los colores. Dios es más grande que
cualquier grupo o cualquier estructura, y no aceptará una “apariencia” de
amor. Su gracia es real, y quienquiera que deje de representar su gracia,
está actuando contra él, no importa cómo se llame. Nadie puede engañar a
Dios; él es el Defensor de sus hijos. ¡Él está de tu parte y no en tu contra! Y
cualquiera que no hable en términos de simpatía e inclusión es una voz
impostora… y no me refiero a la vocecita aguda, como de dibujos
animados, que se produce por inhalar helio.
El Pacto del Siervo

ra un hermoso día soleado, y mi esposo, Patrick, caminaba con un


E amigo hacia la oficina, cruzando un largo puente sobre la transitada
Panamericana, una autopista de alta velocidad en la ciudad de Buenos
Aires. El amplio puente estaba diseñado para autos, pero también tenía una
vereda para peatones, y los bordes del puente estaban cerrados con una
valla protectora metálica de poco más de un metro de altura. A la mitad del
puente, ellos observaron a un hombre con una mirada de angustia en su
rostro que se había detenido. Cuando Patrick alcanzó el final del puente, a
causa de la expresión extraña que había visto en los ojos del hombre, se
volteó para ver si el hombre estaba bien. Lo que vio fue que el hombre
estaba levantando una de sus piernas por encima de la valla metálica.
Patrick comenzó a correr hacia el extraño. Cuando llegó cerca, el hombre
ya había logrado levantar su otra pierna, y estaba del lado de afuera de la
valla, listo para saltar hacia el rápido tránsito que pasaba debajo. Ya nada
le impedía tirarse hacia lo que sería una muerte segura.
Sin un segundo que desperdiciar, mi esposo tomó al hombre por detrás
con ambos brazos y lo sostuvo tan firmemente como le era posible. La
barrera metálica estaba entre ambos pero su altura no lo privó de apretar
ambas manos contra el pecho del hombre, lo que le impedía a éste lograr su
objetivo de saltar. El hombre gritaba: “¡Déjeme hacerlo! ¡Déjeme!”
Pero Patrick no lo soltaba y mientras tanto le decía: “¡Dios te ama! ¡Dios
te ama!” El tiempo pareció detenerse mientras luchaban: el hombre por la
muerte y Patrick por la vida. Después de unos pocos minutos, el hombre
comprendió que Patrick no lo iba a soltar; comenzó a llorar y a explicarle
que no le había sido posible comprar leche para su bebita, y ya habían
pasado tres días. Estaba desesperado, sin dinero y sin salida.
Eventualmente, el hombre regresó al lado interior del puente, y entre
sollozos le dijo que él era cristiano, pero en su desesperación no le había
sido posible pensar correctamente. Estaba sin esperanza y sin ayuda. Su
comunidad cristiana había estado orando por él, y ahora creía que Patrick
había sido enviado por Dios en respuesta a aquellas oraciones. Mi esposo
le dio todo el dinero que tenía en su billetera, correspondiente a unos treinta
dólares, para que pudiera comprar leche para su bebita. Lo acompañó hasta
la parada del ómnibus y esperó hasta que el hombre subió al colectivo y se
fue. Cuando este hombre desesperado perdió su capacidad de sostenerse a
sí mismo, Dios lo sostuvo con un fuerte asidero, en este caso, a través de
los brazos de Patrick.
En este capítulo, analizaremos una de las historias más asombrosas e
inspiradoras de los Evangelios. Una historia a la que vuelvo una y otra vez,
especialmente cuando siento que le he fallado a Dios. Esta historia
demuestra claramente que cuando pensamos que hemos ido demasiado
lejos, encontramos que los brazos de Dios son suficientemente “largos”
como para alcanzarnos y salvarnos.

Pero realmente… ¿quién necesita un Salvador?


Pedro es el personaje más colorido entre los discípulos, y los escritores
de los Evangelios lo mencionan muchas veces en sus narraciones. Marcos
no es la excepción. Pero hay un capítulo en el Evangelio de Marcos donde
encontramos el nombre de Pedro nueve veces; más que en cualquier otro
capítulo de este Evangelio. Comenzaremos nuestra historia allí, en San
Marcos 14:22. Es uno de los momentos más significativos vividos por
Jesús y sus discípulos, y es la ocasión cuando les explica que la fiesta de
Pascua era un símbolo de su muerte.

Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio,


diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo
dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos. Y les dijo: Esto es mi
sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada. De cierto os
digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo
beba nuevo en el reino de Dios (S. Marcos 14:22-25).

Cuando Jesús estaba compartiendo la comida de Pascua, un recordativo


de la redención instituido en Éxodo 12, él reveló el misterio contenido en
esta fiesta simbólica: que la historia de la redención de Egipto predecía su
propia muerte. Así como la sangre del cordero sin mancha, untada en el
dintel y los postes de la puerta (Éxodo 12:21-27) los había salvado de la
muerte, así ahora ellos debían entender que Jesús mismo era el Cordero de
Pascua, cuya sangre del pacto había de ser derramada en rescate por
muchos (1 Corintios 5:7; S. Marcos 10:45).
Después de estas revelaciones increíbles, cantaron un himno y salieron
hacia el Monte de los Olivos (S. Marcos 14:26). Entonces Jesús hace un
extraño anuncio: “Todos ustedes me abandonarán... porque está escrito:
‘Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas’. Pero después de que yo
resucite, iré delante de ustedes a Galilea” (S. Marcos 14:27, 28, NVI).
¡Espera! ¡Espera un momento! ¿Qué dijiste, Jesús? Repítelo lentamente para
que lo pueda entender. ¿Qué quieres decir cuando dices que todos ustedes
me abandonarán? ¿Quieres decir que todos te vamos a fallar? ¿Que todos te
vamos a abandonar en tu hora más oscura?
¿Te puedes imaginar lo que estaba pasando por la mente de los
discípulos? ¿Y qué está pasando por tu mente ahora? Bueno, déjame decirte
lo que está pasando por mi mente: ¿Qué clase de Dios es éste? ¿Quién hace
un pacto de dar su vida en rescate por los suyos cuando ya sabe que le van a
fallar? ¿No te parece que es algo inaudito? Cuando te casas y le prometes a
tu pareja serle fiel y lo mismo promete la otra parte, ¿acaso no esperas que
haya fidelidad? En una de las más increíbles declaraciones paralelas
registradas en la Biblia, Jesús está diciendo que su sangre del pacto será
derramada, y al mismo tiempo está diciendo que sus propios discípulos lo
abandonarán. Entonces continúa diciéndoles: “Pero después que yo
resucite, iré delante de ustedes a Galilea” (vers. 28, NVI). ¿Qué? ¿Todavía
querrás vernos, aunque hayamos fallado? ¿Qué clase de Dios eres tú
realmente, Jesús?

¡Yo, no!
Y entonces aparece Pedro con su boca grande: “Bueno, Jesús, puede ser
que algunos de los discípulos más ‘debiluchos’ necesiten a un Salvador así,
tú sabes, para gente que fracasa. ¡Pero yo soy Pedro, y a mí no me va a
pasar! ¡Seguro que no!” Esta es la versión bíblica: “Aunque todos te
abandonen, yo no —declaró Pedro” (vers. 29, NVI). “Lee mis labios: Yo
soy Pedro, no soy uno de los debiluchos; esta es mi tarjeta de presentación;
yo soy la excepción; ni lo menciones otra vez; ¡yo soy un discípulo
FUERTE! ¡Yo soy un LÍDER!” ¡Ay!, Pedro, Pedro... ¡Ay!, Elizabeth,
Elizabeth; ¡no te conoces realmente!
“Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el
gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (vers. 30). Pedro,
Pedro, eres tan arrogante al creer que tú serás la excepción. Déjame
deletreártelo: Esta misma noche —no dentro de dos años—, esta misma
noche, tú —sí— tú mismo, ¿oíste bien?, me refiero a ti, y no solamente a
“los discípulos” como un nombre colectivo; te estoy hablando a TI. Sí, tú
me vas a negar, no una, ni dos, sino TRES veces. ¡Y todo esto va a ocurrir
ESTA NOCHE! ¡Y esta es una profecía!
Pedro se sentía realmente ofendido. ¿Acaso Jesús no lo conocía después
de todos estos años en que habían estado juntos? ¿No recordaba cuán leal
había sido? Ahora quería hacerle saber que estaba listo para lo peor. En S.
Marcos 8:32, Pedro no estaba listo siquiera para aceptar que la muerte de
Jesús era una realidad; ¡ahora está listo para aceptarlo y para unirse a él, si
es necesario, para probar su lealtad! “Mas él con mayor insistencia decía:
Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré” (S. Marcos 14:31). ¡Era
algo impensable para él; nunca estaría tan desesperado como para
abandonar a su Maestro! ¡Estaba listo para compartir el propio destino de
Jesús! Pero Jesús le predijo aun el tiempo en que el ferviente discípulo
fracasaría: antes de que el gallo cantara por segunda vez anticipando la
madrugada, Pedro habría negado a Jesús tres veces. ¡De esa manera total lo
negaría! ¡Así de completo sería su fracaso!
Lucas agrega un detalle interesante: Jesús le dijo a Simón Pedro que
había estado orando por él, e incluso le dice el contenido de su oración:
“Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si
fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te
hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (S. Lucas 22:31, 32, NVI).
¿Notaste los pronombres? Primeramente, Jesús informa que Satanás ha
pedido zarandear a todos los discípulos (“a ustedes”, está en plural).
Entonces Jesús agrega: “Pero yo he orado por ti” (singular). Esta oración
me parte el corazón. Jesús no está orando para que Pedro no lo abandone o
no lo deshonre públicamente; no está orando para que Pedro mismo no
falle, sino para que la fe de Pedro no falle. Está orando para que Pedro,
aunque lo niegue, pueda encontrar suficiente fe en Jesús como para retornar
a él y ser una fuente de fortaleza para sus hermanos. Está orando para que
Pedro pueda saber que los brazos de Dios son suficientemente largos como
para salvarlo.
Pero volvamos a la pregunta original. Así que, Pedro, ¿quién realmente
necesita un Salvador?

“Yo”
Pero Pedro solo puede contestarnos a través de sus lágrimas. Su negación
de Jesús es narrada en detalle al final del mismo capítulo donde él, tan
enfáticamente, negó la posibilidad de negarlo. Marcos vuelve a reanudar la
historia de la caída descendente de Pedro en el capítulo 14, versículo 66. Y
utiliza solamente siete versículos para describir uno de los fracasos más
completos en la historia de los seguidores de Jesús. Pobre Pedro. Tenía
buenas intenciones. Realmente pensaba que nunca le iba a ocurrir a él.
Realmente confiaba en su fuerza. Pero fracasó.
El deseo de Pedro de mantenerse cerca de Jesús es loable. Cuando Jesús
es llevado a la casa del sumo sacerdote, Pedro lo sigue a la distancia y
comienza a calentarse con el fuego que ardía en el patio (vers. 54). Pero
mientras Jesús es abofeteado y escupido, una criada reconoce a Pedro en el
patio de abajo. El sufrimiento de Jesús ya no es más una predicción: es una
realidad. No es un escenario hipotético; es un evento en vivo. Y Pedro, que
probablemente puede oír a través de las ventanas del edificio que Jesús
está siendo interrogado, a la vez recibe un interrogatorio: “Tú también
estabas con Jesús nazareno” (vers. 67). Pedro lo niega. La forma de su
negación está dada en términos legales y formales usados en la ley rabínica:
“No le conozco, ni sé lo que dices” (vers. 68). La acusación era que él
estaba “con Jesús”. Al negarlo, rehusaba reconocer su relación con Jesús.
Entonces Pedro se fue a otra dependencia de la casa: el porche o la
entrada, pensando que al cambiar su ubicación, su ansiedad por su propia
seguridad disminuiría. Pero el temor, así como la ansiedad, es algo que
llevas contigo aunque te vayas hasta el fin del mundo, así que él no encontró
alivio. De hecho, la misma sirvienta lo encontró de nuevo y comenzó a
comentar con otros acerca de él: “Éste es de ellos” (vers. 69). “Ellos”, se
refería al grupo del cual Pedro era parte y cuyo líder era Jesús. Obviamente
este grupo había estado en público suficiente tiempo como para ser
reconocido como tal. Pedro había pensado que él era la excepción entre
“ellos” que lo abandonarían. Ahora niega su asociación con “ellos” (vers.
70). Esta es la segunda negación.
Pero ahora, su reacción despierta el interés de los que lo rodean, quienes
reconocen su acento galileo y están seguros que es un seguidor del Maestro
de Galilea: “Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu
manera de hablar es semejante a la de ellos” (vers. 70). Ahora Pedro
derriba todas las barreras y comienza a maldecir y a jurar que de verdad
NO CONOCE al hombre: “No conozco a este hombre de quien habláis”
(vers. 71). La ausencia del nombre Jesús, reemplazado por este hombre, es
una acción deliberada para guardar distancia de Aquel que en ese preciso
momento estaba con el rostro cubierto, rodeado de los que lo burlaban y le
gritaban “Profetiza” (vers. 65). Bueno, Jesús había profetizado unas pocas
horas antes, ¡y su profecía se había cumplido!
“Y el gallo cantó la segunda vez” (vers. 72). En Jerusalén la gente había
observado que el gallo cantaba tres veces entre la medianoche y las tres de
la madrugada. La primera vez era una hora después de la medianoche, y dos
veces más a intervalos de una hora. Se nos dice que después de la primera
negación, el gallo cantó (vers. 68), y lo hizo nuevamente después de la
tercera. En una hora, Pedro había destruido todo lo que creía. A veces basta
una hora: un beso prohibido, una noche apasionada, un empujón violento, un
insulto airado, una negación, ¡y lo pierdes todo!
“Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho:
Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en
esto, lloraba” (vers. 72). Se acordó que Jesús, quien lo conocía mejor de lo
que él se conocía a sí mismo, lo había invitado a velar y orar para no entrar
en tentación (vers. 38). Pero él se creía demasiado fuerte para eso,
demasiado confiado, demasiado seguro. Ahora, su remordimiento y su dolor
asumen el control y comienza a llorar. ¡Qué bendecida experiencia es verte
a ti mismo tal como eres! Cuando llegas al fondo y comprendes tu
verdadera condición, entonces puedes permitirte aceptar la ayuda que
cambiará tu vida. Antes de que eso ocurra, puedes pensar que lo tienes todo
y que no tienes necesidad de ninguna cosa (Apocalipsis 3:17, 18). Cuando
llegamos al fondo, comprendemos que necesitamos un Salvador. Y Pedro,
entre sollozos, declara: ¡Yo, sí, yo, necesito un Salvador!

Sus brazos son suficientemente fuertes


Hace unos cuantos años, cuando yo estaba pasando por un tiempo difícil,
recibí una tarjeta animadora. La frase sarcástica en el frente de la misma
captó mi atención: “Lo último que necesitas es otra tarjeta que te diga que
aguantes un poco más…” Sí, seguro que eso es todo lo que necesito, pensé
mientras fijaba la vista en un corderito angustiado, sostenido por algo que
no se veía en la tapa. Abrí la tarjeta para leer el mensaje en el interior, que
se ha quedado conmigo hasta hoy: “Quiero decirte que ÉL te sostiene con
firmeza y no te va a soltar”. Una mano poderosa sostenía al corderito, igual
que al hombre que ya no aguantaba más, pero Patrick no lo soltaba. Y Jesús
no habría de soltar a Pedro, aunque éste pensara que había ido demasiado
lejos.
Pedro queda llorando y su nombre no aparece más en este Evangelio
hasta la mañana de la resurrección (S. Marcos 14:72). ¿Por qué habría de
mencionarse el nombre de tal fracasado? Ahora el Evangelio describe las
burlas y el rechazo de Jesús (15:1-21), que finalmente terminaron en su
muerte y sepultura (por favor toma un momento para leer el cumplimiento
de sus predicciones acerca de sus sufrimientos y muerte en los versículos
22-47). La acusación contra él fue TRAICIÓN, y fue escrita para que todos
la leyeran: “EL REY DE LOS JUDÍOS” (vers. 26). Había dado su vida en
rescate por muchos al derramar su sangre del pacto (S. Marcos 10:45;
14:24). Pero, ese rescate… ¿incluía REALMENTE a los que le habían
fallado? ¿Son sus brazos suficientemente fuertes para sostener a los
traicioneros, los mentirosos, los infieles, los orgullosos, los arrogantes, los
adúlteros y los asesinos que ahora lloran? ¿Son sus brazos tan amplios
como para abrazar a los Pedros de este mundo?
Marcos no menciona nuevamente a Pedro durante la crucifixión y
sepultura de Jesús; como si ya no mereciera aparecer más en la historia.
Pero Marcos nos dice algo que ningún otro escritor de los Evangelios
registra en la mañana de la resurrección. Es el resumen del Evangelio de
Marcos y yo lo denomino “el evangelio en dos palabras”. ¡Es la cosa más
sorprendente! ¡Son las “buenas nuevas” en solo dos palabras! Aquí está:

Pero cuando miraron [María Magdalena, María la madre de Jacobo,


y Salomé] vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando
entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho,
cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No
os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha
resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id,
decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a
Galilea; allí le veréis, como os dijo (S. Marcos 16:4-7).

¿Te DISTE CUENTA? ¿Viste las DOS PALABRAS? ¿Puedes imaginarte


a Jesús esa mañana dándole instrucciones específicas al ángel para que
mencione a Pedro por nombre? “A Pedro” es el evangelio en dos palabras.
¡Al que había fracasado se lo llama por nombre! Jesús no quería que Pedro
pensara que estaba excluido. Su sangre había pagado también su rescate.
Jesús había hecho una promesa y una profecía juntas: la profecía era que
todos sus discípulos lo abandonarían esa noche (S. Marcos 14:27, 30). Sí,
incluso Pedro. ¡Y esa profecía se había cumplido! Pero inmediatamente
había hecho una promesa: “Pero después que haya resucitado, iré delante de
vosotros a Galilea” (vers. 28). Ahora el ángel les recordó a las mujeres que
esta promesa también se cumpliría, e INCLUSO PEDRO estaba invitado.
Sí, el pacto lo incluía también a él. Con razón Marcos denomina a su libro
“las buenas nuevas”, el evangelio (S. Marcos 1:1).
Un tiempo atrás formé parte de un conjunto vocal llamado Opus 7, que
fue fundado por un amigo personal, Ariel Quintana. Una de las canciones
que cantábamos y llegamos a grabar repetía una frase que ha estado en mi
mente desde que comencé a escribir este capítulo: “Sus brazos son
suficientemente largos para salvarte”. El coro repite: “Su corazón es
suficientemente grande para amarte... Sus brazos suficientemente largos
para salvarte… Su gracia es más que suficiente”. ¡Oh, sí! Y ese es el
mensaje que Pedro recibió en la mañana de la resurrección. Y es también el
mensaje que yo he recibido. Esa mañana Jesús también mencionó mi
nombre y el de todos sus discípulos falibles, los que sabemos que no
calificamos para estar en el cielo. Y él nos ha invitado a aceptar su sangre
del pacto para nuestro rescate y nos ha prometido que lo veremos cara a
cara. Este es el evangelio: el Hijo de Dios vino a servir, a ser el Siervo
Sufriente, que aunque poseía toda la autoridad y el poder, dio su vida en
rescate por muchos. ¿Quieres aceptar, ahora mismo, estas buenas nuevas y
unirte a los muchos que, como Pedro, las han aceptado?
Yo quiero hacerlo, porque estoy convencida que en aquella mañana
memorable, el ángel también mencionó mi nombre. Repitamos su promesa,
frase por frase, una y otra vez, hasta que su gracia controle nuestras vidas:

“No temas, que yo te he redimido;


te he llamado por tu nombre, tú eres mío”
(Isaías 43:1, NVI).

Y esto, mis amigos y amigas, son ¡LAS BUENAS NUEVAS!


¡Aleluya!

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