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A no ser que se indique de otra manera, todas las citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la
versión Reina-Valera, revisión de 1960. La autora se responsabiliza del estilo y de la exactitud de los
datos y textos citados en esta obra.
El nombre de Marcos, como el de los demás personajes bíblicos, y los ocasionales diálogos con ellos,
son parte del lenguaje coloquial elegido por la autora.
June 2013
Version 1.0
Dedicatoria
engo una buena noticia y una mala noticia para ti: ¿Cuál quieres que
T te diga primero? Yo generalmente prefiero primero las buenas
noticias, esperando que las mismas superen en importancia a las que le
siguen. “Aunque es cáncer, es curable”. Estas eran las buenas noticias.
¡Alabado sea el Señor! ¡Gracias! ¡Gracias! Pero, ¿cuáles son las malas
noticias? Todo comenzó el Día de la Madre de 2011. Mis padres, mi esposo
y yo estábamos celebrando ese día especial en un restaurante (todavía tengo
la foto de la fiesta en mi celular). Durante la comida, mi padre nos mostró
una inflamación extraña que tenía en su cuello. Mencionó que no sabía si
había sido el estiramiento de algún músculo o alguna otra cosa, pero la
hinchazón había crecido en cuatro días al tamaño de una pelota de golf. Lo
animé a que fuera a ver al doctor esa misma semana. Ocurre que él, como
mi madre, es un sobreviviente al cáncer; había sobrevivido a dos tipos de
cáncer y estaba marchando muy bien. ¿Qué posibilidades había de que la
misma persona fuera alcanzada por un tercer tipo de cáncer? Por si acaso,
le hice prometer que vería a su médico…
Al informarse los resultados, había ocurrido lo impensable: tenía un
tercer tipo de cáncer localizado en el sistema linfático, pero no sabíamos
mucho más acerca del problema. Después de varios exámenes y una
biopsia, llegaron la buena noticia y la mala noticia. La buena noticia era
que había grandes posibilidades de supervivencia; se lo consideraba un
cáncer plenamente curable. La ciencia ha avanzado en el tratamiento del
cáncer y los porcentajes que nos presentaron estaban a su favor. Era el
menos agresivo de los cánceres de esa clase. ¡Alabado sea el Señor! Pero,
¿cuál era la mala noticia?
Él tendría que soportar varios meses de quimioterapia con sus
dificultades y efectos colaterales. Seguramente experimentaría pérdida de
energía y la posibilidad de perder peso y sufrir de anemia. Sí, tendría que
sufrir mucho durante los siguientes meses, y el sufrimiento se extendería
prácticamente hasta fines de ese año. ¡Pero las buenas noticias superaban
por lejos a las malas noticias! ¡Cuando se terminaran los sufrimientos,
probablemente el cáncer también habría desaparecido!
Mientras escribo esta obra durante 2012, mi padre está libre de cáncer;
¡Las únicas noticias que quedan son las buenas! ¡Y una vez más alabo al
Señor!
Estamos comenzando una jornada con Marcos, el autor del Evangelio
más breve, para recorrer su fascinante relato de la vida, la muerte y la
resurrección de Jesús. Él también trae buenas noticias y malas noticias.
¿Cuáles quieres primero? Muy bien, veo que has elegido sabiamente.
¡Comencemos con las buenas noticias!
¿Qué dices?
Jesús había regresado a Capernaum (S. Marcos 2:1). Algunos creen que
mientras visitaba Capernaum, Jesús se quedaba regularmente en la casa de
Pedro (S. Marcos 1:21, 29). Entonces la gente comenzó a reunirse, no
solamente para buscar sanamiento o para ser testigo de algún milagro, sino
para escuchar la Palabra de Dios: “Y les predicaba la palabra” (S. Marcos
2:2). Yo creo que hoy existe un hambre similar por escuchar la Palabra de
Dios. No comparto la idea de algunos de que la gente ya no se interesa en
escucharla. Puede ser que no se interesen en las charlas superficiales o el
entretenimiento que puedan ofrecer algunas iglesias, pero creo, con todo mi
corazón, que la gente todavía está sedienta por el Agua de Vida. Cuando se
predica el Agua de Vida y Cristo es levantado, él mismo atrae a la gente a
sí mismo (S. Juan 12:32).
En esta ocasión, como en muchas otras, no había más lugar dentro de la
casa, ni siquiera cerca de la puerta (S. Marcos 2:2). Cada vez que leo en
los Evangelios que no había más lugar en la casa, pienso en la paradoja del
nacimiento de Jesús. Cuando vino a este mundo, no había lugar para él en el
mesón (S. Lucas 2:7). Ahora, cuando el mundo comienza a descubrir quién
es él y cuál es el mensaje que trae, ¡no hay lugar en la casa debido a la
multitud que le sigue! Bueno, volvamos a nuestra historia. Ya tienes el
cuadro: el espacio es limitado y ya está repleto de oyentes. Jesús está
hablando y la gente está conmocionada con lo que escucha, pendiente de
cada ademán suyo. Podía escucharse la caída de un alfiler.
De repente todo se interrumpe: “¡Permiso! ¡Permiso! ¡Déjennos pasar!”
Pero nadie quiere perder su lugar en la casa, así que nadie se mueve.
“Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por
cuatro. Y… no podían acercarse a él a causa de la multitud” (S. Marcos
2:3, 4). ¿No podían acercase a él? En verdad, ¿por qué querían estar tan
cerca de Jesús? ¿No les bastaba verlo en la pantalla gigante fuera de la casa
o en sus teléfonos celulares? Obviamente su amigo sufriente estaba
desesperado, y esa clase de sufrimiento requiere medidas desesperadas.
Estos cuatro hombres, quienes sea que fueran, estaban dispuestos a cruzar el
país si era necesario —y a pie— para acarrearlo. No sabemos mucho
acerca de la condición física de este hombre; solo sabemos que no podía
caminar. Pero la determinación de esos cuatro hombres de acercarlo a Jesús
implica que su condición era muy desesperante. Bueno, no pueden entrar,
así que están listos para volverse, ¿correcto? ¡No! ¡EQUIVOCADO!
¡Permiso! ¡Permiso! ¡Déjennos pasar! Están dando la vuelta a la casa, y
podemos imaginarnos a la multitud creyendo que han decidido abandonar la
idea. ¡De ninguna manera! ¡Ellos están determinados a sobreponerse a
cualquier obstáculo! En el siglo primero, las casas en Palestina usualmente
tenían un techo plano y una escalera al costado de la casa para acceder a él.
Así que los cuatro hombres comienzan a subir los escalones, con el
paralítico en su camilla, los dos de arriba, arrastrando, y los dos de abajo,
empujando para llegar al techo. ¿Y ahora, qué? Puedes imaginarte a uno de
ellos diciendo: “Abramos un agujero en el techo”, y a los otros
preguntándole: “¿Qué dices?” Probablemente los cuatro se están rascando
la cabeza. Finalmente se ponen de acuerdo y empiezan a cavar un hoyo…
¡en el techo!
Generalmente el techo se construía con vigas o tablones de madera,
cubiertos con ramas de árboles y una cobertura de arcilla. Así que si
querían hacer un hueco suficientemente grande para pasar, ¡tenían que
trabajar bastante! Pequeños pedazos de arcilla comenzaron a caer al piso
de la casa frente a Jesús. Ocasiones desesperantes requieren medidas
desesperantes. “Quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús y,
luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que estaba acostado el
paralítico” (vers. 4, NVI). Nada podía detenerlos; llegarían adonde fuera
necesario. ¡Quiero tener amigos como esos! ¿Y tú? También yo quiero ser
una amiga como eran ellos. La preocupación de ellos supera su comodidad
y su honor. ¡No les importa que los vean como necios; lo único que les
importa es que su amigo sea curado! Pero él está por recibir mucho más que
la habilidad de caminar…
¡Perdonado!
Jesús vio la fe de estos cuatro hombres, pero en lugar de dirigirse a ellos
se dirigió al paralítico. Después de todo, el paralítico era la razón por la
que ellos habían venido, habían subido al techo y habían hecho una abertura
en él. El hombre enfermo era el que estaba sufriendo y en necesidad de
sanamiento. ¿Qué le diría Jesús? ¿Cómo curaría a este hombre en
necesidad? ¿Cómo respondería a tales medidas de desesperación? “Al ver
Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”
(S. Marcos 2:5). ¿Qué? ¡Nosotros vinimos a pedir un milagro de sanidad!
¿Qué está pasando aquí? ¡Estas no son las palabras que esperábamos! No
vinimos para un servicio religioso ni para una sesión de confesión y
perdón. ¿O será que sí?
La primera sorpresa inesperada es la forma en la que Jesús se dirige a
este hombre que, por ser inválido, se creía que había sido maldecido por
Dios. Jesús lo llama (en griego) teknon, una palabra afectiva traducida
como “hijo”. Es la única ocasión en el Evangelio de Marcos en la que Jesús
se dirige a una persona en particular con este término cariñoso. Hay otra
ocasión en la que él se dirige a sus discípulos como grupo y los llama
“hijos” (S. Marcos 10:24). ¿Puedes imaginarte lo que esta sola palabra
pudo haber significado para un hombre en esa condición? ¿Qué significa
esa sola palabra para ti que hoy puedes estar sufriendo y al borde de la
desesperación? ¿Puedes escuchar a Jesús diciéndote: “Mi hijo, mi hija,
Papi está aquí”? En vez de un Dios severo, lleno de ira y de juicio, el
paralítico se encuentra con un Padre amante, listo a cruzar el universo, de
este a oeste, para ofrecerle la más profunda clase de sanamiento: “Hijo, tus
pecados te son perdonados” (S. Marcos 2:5). Ahora estás en paz con Dios,
has sido perdonado, y todo va a estar bien. Puedo imaginarme a un padre
amante que abraza a su hija después de que ésta ha hecho una cosa
“terrible” —como tirar una lata de pintura roja en el medio de una alfombra
blanca en la sala, y la niña está pintada de la cabeza a los pies— pero el
padre, acariciándole el cabello le dice: “Shhh, no llores, hija; todo está
bien; no te preocupes; estás perdonada y todo estará bien otra vez”.
Todos necesitamos y queremos saber que estamos en paz con Dios; que
estamos perdonados. No hay un sentimiento más profundo para un ser
humano que saber que ha sido perdonado. Bien dentro de nosotros
necesitamos saber y creer esta verdad fundamental: ¡Mediante el costoso
sacrificio de Jesús, somos perdonados!
La cubierta de mi diario devocional me ofrece esta maravillosa fórmula:
¿Quién eres?
Muchas personas religiosas piensan que el perdón no debiera ser tan
fácil. La denominan “gracia barata” (se olvidan de lo que realmente costó),
y piensan que la gente “inválida” debiera correr una carrera de obstáculos y
mostrar que están capacitados, antes de poder recibir el perdón gratuito. En
lugar de regocijarse, cuestionan; en lugar de alabar, se ponen a razonar; en
lugar de darle la bienvenida, critican: ¿No debería primero limpiarse la
alfombra y la niña antes de ofrecer el perdón gratuito? “Estaban allí
sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones:
¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados,
sino solo Dios?” (vers. 6, 7). Los corazones de los escribas están llenos de
preguntas incriminatorias: “¿Por qué este hombre habla de esta manera?...
¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?”
¿Por qué tantos interrogantes? ¿Por qué el pronunciamiento de Jesús no
era aceptable para estos expertos en la ley? Esta es la primera de cinco
historias consecutivas de controversias entre escribas, fariseos y Jesús. Los
dirigentes religiosos y Jesús no estaban de acuerdo. Este es un buen
momento para analizar un poco más la frase que Jesús usó (“tus pecados te
son perdonados”, vers. 5). Esta frase en voz pasiva, “tus pecados te son
perdonados”, era utilizada por quienes actuaban como representantes de
Dios, anunciándole a una persona que sus pecados habían sido perdonados.
Esta declaración hubiera sido aceptable si se la hubiese dicho en el templo,
después que una persona hubiera traído un sacrificio y hecho una confesión.
Entonces el sacerdote podía decir algo así como “tus pecados han sido
perdonados”, porque los sacerdotes y maestros de la ley a menudo usaban
la forma pasiva para describir los actos de Dios en favor de su pueblo.
En tiempos pasados, los profetas habían pronunciado tales mensajes de
perdón; por ejemplo, el de Natán a David en 2 Samuel 12:13: “El Señor ha
perdonado ya tu pecado”, (NVI). Pero en este caso no había realmente una
razón para ofrecer tal perdón: nadie había escuchado siquiera una intención
de arrepentirse. Además Jesús no era un sacerdote y la escena no se
producía en el templo ni frente a un sacrificio. Por lo tanto, el “quién” y el
“por qué” están cuestionando la autoridad de Jesús para decir tal cosa. En
otras palabras: ¿Quién se piensa él que es? ¿Dios?
Jesús ha abierto una nueva proveeduría de gracia y la ofrece fuera del
sistema, quebrando su monopolio de la gracia de Dios ¡Y a ellos no les
gusta nada! ¡Ningún grupo religioso puede reclamar el monopolio sobre la
gracia divina! ¡Nuestro Dios es más grande que todas las estructuras
religiosas juntas! Pero entonces, ¿cómo controlamos a la gente si no
tenemos un monopolio? ¡Exactamente! ¡No lo tenemos! Y no lo tenemos
porque el control nunca ha sido el medio que Dios usa para llevarnos a él.
Él usa las “cuerdas de amor” intrínsecas (Oseas 11:4); no las fuerzas
extrínsecas del temor y el control. Así que ellos deciden en sus corazones
que Jesús está blasfemando porque declara tener autoridad para ofrecer el
perdón de Dios (esta es la misma acusación presentada por los escribas, los
ancianos, los sacerdotes y el sumo sacerdote al final del ministerio público
de Jesús; ver S. Marcos 14:53, 61-64). En la teología judía, solo Dios
puede perdonar pecados. ¡Ni siquiera el Mesías puede hacerlo! Bueno...
nosotros somos los representantes de Dios en la tierra, pero ¿TÚ QUIÉN
ERES, Jesús? ¿Y por qué dices estas cosas?
¡Levántate!
—Como les decía: “Para que sepan que el Hijo del Hombre tiene
autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al
paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (vers.
10, 11, NVI). ¡Sí! ¡Levántate! ¡Si yo puedo perdonar pecados, también
puedo sanarte! ¡Así que, hazlo! Ya ves, tanto el perdón como el sanamiento
son imposibles para la humanidad; ambos son posibles para Dios. Él es el
SANADOR del cuerpo, la mente y el alma. ¡Así que levántate, recoge tus
cosas y vete!
¡Y el hombre se levantó, tomó su catre, y se fue! (vers. 12).
¡Así de simple! ¡Así de real! ¡Perdonado!
Todos recibieron más de lo que esperaban: los cuatro hombres no
tuvieron que acarrear de vuelta a su amigo a su casa. ¡No! ¡Él podía
caminar, correr y saltar ahora! El paralítico obtuvo el perdón. Jesús sabía
que era su mayor necesidad y por eso se lo ofreció primero. Los únicos que
se quedaron rascándose la cabeza fueron los escribas. Desde que
comenzaron a preguntarse ¿QUIÉN ERES?, habían recibido un mar de
respuestas: Yo soy el Hijo del Hombre, que tengo autoridad para perdonar
pecados sobre la tierra, y puedo sanar a un paralítico al que ustedes ahora
han visto caminar. ¿Alguna otra pregunta?
La confirmación del milagro es exuberante: “Entonces él se levantó en
seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se
asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa”
(vers. 12). En otras palabras: ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! Espero que al
menos algunos escribas hayan estado entre los que se asombraron, aunque
no estoy segura, ya que en este Evangelio los representantes religiosos
¡tienen gran dificultad en unirse a la multitud para glorificar a Dios por lo
que Jesús está haciendo! En las Escrituras judías (el Antiguo Testamento),
el sanamiento es a menudo la demostración del perdón de Dios; ambos
aparecen como conceptos paralelos (2 Crónicas 7:14; Salmo 103:3). Así
que, ¿cuál es más fácil? Ambas cosas son prerrogativas divinas, plenamente
disponibles, ¡pero exclusivamente a través del Hijo del Hombre!
¿Te encuentras hoy con una necesidad desesperante? ¿Necesidad de
perdón? ¿Necesidad de levantarte de tu lecho de depresión o de
sentimientos inadecuados? ¿La culpa o la vergüenza te han paralizado?
¿Otros han perdido la confianza en ti? Bueno, tiempos desesperados
requieren medidas desesperadas. ¡Si ahora mismo le pides a Dios que te
ayude, él enviará su Espíritu Santo de inmediato! Nadie puede bloquear la
entrada de esta casa. Puedes venir confiadamente ante su presencia
mediante Jesucristo, y su Espíritu comenzará el proceso de tu sanamiento
¡inmediatamente! ¡Y él no necesita siquiera esperar a que haya un pasaje de
avión con una promoción especial! ¡Puede hacerlo ahora! ¡Exactamente allí,
dónde te encuentras!
Repitamos juntos esta realidad, y hagámoslo en voz alta, para que puedas
escucharte diciendo:
OMNI-POTENTE
Marcos nos da más detalles que los otros Evangelios acerca de dónde
estaba Jesús: “Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal” (vers.
38). ¿Qué? ¿Durmiendo sobre un almohadón? ¿Estás cómodo, Jesús?
¿Quieres que te cantemos una canción de cuna? ¿Cómo puede ser que estés
durmiendo en estas circunstancias? En la popa... sobre un almohadón;
¿puedes creer esto? Bueno, la verdad es que a mí también me gustaba
dormirme profundamente en los viajes. Ocurre que cuando era una niña
pequeña, mi papi era un evangelista. Mi papá, mi mamá y yo en ocasiones
viajábamos grandes distancias. Todo lo que yo necesitaba era un lugar
cómodo para dormir. Teníamos un autito muy, pero muy pequeño, ¡pero era
suficientemente grande para mí! Podía estirar mi cuerpito de cuatro años en
el asiento de atrás, ¡y era la medida perfecta! Mientras mi papi conducía, yo
podía dormir tranquilamente. Él sabía adónde iba; yo no necesitaba
preocuparme; mi papi tenía el control. Me pregunto si esa es la razón por la
que Jesús también podía dormir.
¡Tenían que despertarlo! ¡Debe haber estado exhausto, porque ni el fuerte
viento, ni las olas que golpeaban, ni el bote que se hundía, ni los gritos de
los discípulos habían logrado despertarlo! “Le despertaron, y le dijeron:
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (vers. 38). Nuevamente, en el
griego, las dos acciones verbales de los discípulos se expresan en el
presente, lo que significa que en el original se lee así: “Lo despiertan y le
dicen: Maestro, ¿no te preocupa que perecemos?”* Es como si
estuviéramos allí, ¿verdad? Lo sacuden y gritan. Mateo dice que ellos
clamaron por ayuda con tres gritos desesperados, que en el griego suenan
de esta manera: ¡Señor! ¡Sálvanos! ¡Perecemos! (S. Mateo 8:25). Pero
Marcos agrega que le hicieron una pregunta: “¿No te importa que nos
ahoguemos?” (versión NVI). ¿Acaso no te preocupa?
El temor es completamente paralizante, ¿verdad? El temor distorsiona
nuestra perspectiva de Dios. Cuando una tormenta repentina golpea nuestras
vidas, bloquea nuestra visión de él, y muchas veces le hacemos la misma
pregunta: “¿No te importa?” ¡Por supuesto que le importa! ¡Solo que él
tiene una perspectiva completamente diferente de la situación! Nosotros no
vemos lo que él ve; no sabemos lo que él sabe. Y es muy fácil pensar que a
Dios no le importa cuando estamos abrumados por las circunstancias
(también le ocurrió a Marta; ver S. Lucas 10:40). Cuando te asalte esta
duda, mira la cruz. ¡Sí! ¡A él definidamente le importa!
“Y levantándose” (S. Marcos 4:39). Casi puedes imaginarte a Jesús
frotándose los ojos, bostezando y diciendo: “¿Qué pasa aquí?”, y a todos
los discípulos que hablan a la vez, tratando de explicarle que se morirán si
no hace algo ¡AHORA MISMO! Y Jesús hace dos cosas asombrosas; ¡Sí!
¡REALMENTE ASOMBROSAS!: “Reprendió al viento”(vers. 39). ¡Lo
reprendió! ¡Como si el viento fuera su niño que se estaba comportando mal!
¡LO REPRENDIÓ!, como reprendes a tu perro cuando está ladrando
demasiado fuerte. Y entonces le habló al lago, su otro niño que no se estaba
portando bien: “¡Silencio! ¡Cálmate!” (vers. 39, NVI). En otras palabras:
“¡Shhhh! ¿No ves que estoy durmiendo la siesta? ¡Quédate quieto!
¡Cálmate!” ¿Y sabes qué? ¡El viento y el mar le OBEDECIERON! Ah, sí,
me olvidaba decirte: Los discípulos eran “IM-POTENTES”, pero Jesús no.
¡JESÚS ES “OMNI-POTENTE”!
FE
TEMOR
Tal vez tienes que dibujarlo varias veces y colocarlo en diversos lugares
de tu casa, de tu auto, de tu oficina. Esta es una visualización para recordar
LA FE SOBRE EL TEMOR. Es tu elección cada minuto del día. Recuerda
el PODER del SIERVO:
*J. D. Douglas, editor. The New Greek-English Interlinear New Testament, cuarta edición (Carol
Stream, Illinois: Tyndale House, 1993), p. 134.
El Sufrimiento del Siervo
La realidad inconcebible
La época de tornados de 2012 en los Estados Unidos fue verdaderamente
fatal. Muchos perdieron la vida cuando sus hogares fueron destruidos por
tornados masivos. La vida ya no será igual para familias completas, pues
han perdido a sus seres queridos. Pero hubo una historia en particular que
captó mi atención de una forma especial. Stephanie Decker estaba en su
casa con sus dos hijos cuando el primer tornado llegó a Henryville, Indiana.
Ella no tuvo tiempo para llevar a los niños a un refugio; arriesgando su
vida, los cubrió con su propio cuerpo. Los pedazos que volaban le
quebraron siete costillas, y cuando le cayeron encima dos grandes vigas
metálicas le cortaron casi completamente ambas piernas. Esta madre de
treinta y seis años, aunque tremendamente lastimada, permaneció en esa
posición durante un segundo tornado pocos minutos después, que arrasó la
casa completamente. Su esposo Joe da un testimonio emocionado acerca del
amor maternal de ella: “¡Todos los que la conocen saben que esa era la
forma en que ella actuaría!” Sus dos piernas fueron víctimas de la tormenta,
pero sus hijos no lo fueron; solo sufrieron pequeñas lastimaduras.
¡Stephanie sonríe con satisfacción cuando dice que valió la pena! En esta
sección, Jesús revela por primera vez la impensable realidad de su
sufrimiento, y finalmente su muerte, en beneficio de sus hijos. ¡Oh, Jesús!
¿Cómo pudiste amarme tanto?
Así como lo consideramos en el primer capítulo de este libro, el
Evangelio de Marcos puede ser dividido en dos grandes secciones, cada
una de las cuales tiene una pregunta específica. En la primera parte, la
pregunta es: ¿Quién es éste? Ahora hemos llegado a la segunda parte del
Evangelio y al clímax, cuando se revela la identidad de Jesús. Él mismo
hace la pregunta que ha tenido eco a través de los primeros ocho capítulos
de Marcos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (S. Marcos 8:27). Este
diálogo sigue hasta el círculo central que hemos dibujado en nuestra
estructura narrativa (ver el gráfico en el primer capítulo). Es el momento
que todos han estado esperando... y nosotros retenemos el aliento para
escuchar la respuesta.
Pero la respuesta de los discípulos es como si dijeran: “Vemos como
árboles que caminan”. Su comprensión es muy limitada; todavía no ven
claramente. La gente sabía que Jesús era una persona especial, ungida por
el cielo y con conocimiento divino. Algo así como un profeta de la
antigüedad, y eso era verdad. ¡Pero había mucho más! “Ellos respondieron:
Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas” (vers.
28). Pero Jesús siguió investigando; quería saber lo que ellos creían: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy?” (vers. 29). Ante esta pregunta, Pedro, que
generalmente tenía todas las respuestas —por lo menos así creía—, le
respondió a Jesús con lo que él pensaba que era la percepción más clara de
todas: “Tú eres el Cristo” (vers. 29).
El término Cristo en el griego es “ungido”, lo mismo que Mesías en el
hebreo. Pero a causa de su connotación política en el primer siglo, Jesús
raramente lo usó. Marcos mismo identifica a Jesús con este término en el
mismo comienzo del Evangelio: “Principio del evangelio de Jesucristo” (S.
Marcos 1:1). Pero el término cargaba una expectativa especial: una persona
ungida, que vendría como un dirigente político y religioso, con poder para
liberar a su pueblo de sus opresores. Sí, esto era verdad. La autoridad de
Jesús había sido plenamente demostrada en sus poderosos actos realizados
hasta entonces. Definitivamente era el Ungido de Dios. Por lo tanto, Pedro
pensó que poseía el cuadro completo, la plena realidad, la visión más clara.
Pero no la tenía.
¡Había más! ¡Mucho más! ¡Por eso es tan importante que el milagro de
devolver la vista hecho en dos pasos, preceda esta sección! Jesús les va a
proporcionar PLENA VISIÓN, para que también ellos puedan comenzar a
ver “claramente”. El siguiente versículo crucial, que contiene la primera
declaración de su tipo en este Evangelio, inicia la segunda parte de S.
Marcos: “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre
padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales
sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres
días” (S. Marcos 8:31).
¿Qué? ¿Qué dices? Discúlpanos, pero no te entendemos. En ese
momento, esas preguntas estaban escritas claramente en los rostros de los
discípulos. ¿Qué quieres decir? ¿Que el Cristo va a morir? ¡Si él es el
Libertador! ¿Acaso no ha venido a conquistar? ¡Esto no puede ser! ¡De
ninguna manera! Y eso de una resurrección, ¿Qué significa? Jesús, ¡no
entendemos nada! ¿De qué estás hablando?
Por eso Marcos dedicará la segunda parte de su libro para explicar esta
otra realidad. Jesús no solo era el poderoso Hijo de Dios sino también el
Siervo Sufriente, el Hijo del Hombre que moriría en lugar de la humanidad
y se levantaría de entre los muertos. Esta era una realidad inconcebible,
¡pero la vida de todos nosotros dependía de ella!
El primer anuncio de su muerte, generalmente llamado la primera
predicción de la Pasión, fue tan impactante para Pedro que ese mismo
consagrado discípulo que justo antes había anunciado que Jesús era el
Cristo se transforma ahora en el instrumento de Satanás para desviar a
Jesús de la cruz. Pedro comienza a reprochar a Jesús, porque la verdad tan
clara y sorprendente que él acaba de darles es demasiado difícil de aceptar:
“Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a
reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a
Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la
mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vers. 32, 33).
Pienso que es muy interesante ver cómo Pedro trata de controlar lo que no
puede comprender plenamente. ¡Yo me identifico tanto con Pedro! Mi
reacción natural cuando tengo miedo es tratar de controlar la situación con
lo que considero es la respuesta “apropiada”. Pero en este caso, la realidad
tiene que ser aceptada por la fe, no por la fuerza. Jesús ha venido para
librar a la humanidad del pecado, pero su victoria debe ser alcanzada
mediante el sufrimiento; ofrecerá vida a los demás, pero será mediante su
propia muerte. ¡Y esta realidad solo puede ser vista por la fe!
Los discípulos, especialmente Pedro, contendieron con esta nueva
realidad incluso hasta después de la muerte y la resurrección de Jesús. Y
hay quienes todavía hoy luchan con esta comprensión.
¡Él daría su vida como un rescate por nosotros! Hay tres palabras muy
importantes al final de S. Marcos 10:45. La palabra rescate era usada para
describir el precio pagado por una liberación; en este caso, nuestra
liberación. La palabra por o “en lugar de” preveía la muerte sustitutiva de
Cristo en nuestro lugar. La palabra muchos es usada para describir el
resultado: una muerte daría vida a muchos. La muerte sustitutiva de Cristo
en lugar de la humanidad — en otras palabras, “uno por muchos”— llegó a
ser una doctrina central en la iglesia del primer siglo (Romanos 5:18, 19).
Entonces, ¿podemos ver NOSOTROS? ¿Puedes ver TÚ? Si quieres vivir
con la seguridad de la salvación, tienes que entrar en esta segunda realidad.
La realidad que podemos ver con nuestros ojos normales no es muy
animadora. Tenemos los pedazos quebrados en nuestras manos y sabemos
que no hay forma de hacerlos funcionar. Muchos cristianos viven sus vidas
contemplando los “pedazos rotos” y encuentran muchas razones para
perpetuar su temor de una condena eterna. Pero los que viven con ansiedad
por el futuro solo ven parcialmente: saben que existe un Dios que tiene
autoridad y poder; y pueden saber también que él vuelve por nosotros. Pero
es una visión parcial; es como ver árboles que caminan. ¡SOLAMENTE
cuando aceptas la realidad del sufrimiento de Jesús en TU lugar, comienzas
a ver CLARAMENTE, y el gozo de tu salvación llega a ser una
REALIDAD! Quiero hacerte una invitación ahora mismo: Haz una pausa y
pídele a Jesús que te dé una vista completa. Pídele que te revele, en el
centro mismo de tu alma, que tu Pariente Redentor ha pagado tu rescate, y
que por creer en la muerte y resurrección de Jesús, tienes vida eterna. Esta
es la segunda realidad que puedes tener solo por la fe. ¡Apropiémonos de
esta realidad AHORA MISMO! Llena los espacios en blanco con tu
nombre, y lee en voz alta lo que Jesús dijo:
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida EN RESCATE POR _________________”
(S. Marcos 10:45).
*Parte del material en esta primera sección del capítulo, se la encuentra en mi libro, Mateo: Profecía
cumplida (Pacific Press Publishing Association, Nampa, Idaho, EE.UU., pp. 38-44).
El Celo del Siervo
o puedo creer que estoy por contarte uno de los momentos más
N vergonzosos de mi vida. ¿Te ha pasado que un incidente te
sorprendió tanto que respondiste de una manera completamente inesperada,
que dejó preguntándose a todos los que te rodeaban, e incluso a ti mismo,
por qué actuaste de ese manera? Pero antes de describirte lo que sucedió,
déjame compartir contigo algo de mi vida juvenil. En mis libros anteriores
mencioné muchas faltas y percances de mi niñez; pero hay algo que nunca
dije. En general, yo era una niña muy honesta; siempre decía la verdad, casi
compulsivamente. Quería tener una conciencia limpia y hasta puedo decir
que era hipersensible en cuanto a mi relación con Dios y con mis padres.
Por ejemplo, cada noche cuando me acostaba, le pedía a mis padres que
me perdonaran por todo lo que había hecho mal durante el día, ya fueran
cosas que yo hubiera sabido que eran incorrectas o no. Quería dormir en
paz. Así que cada noche seguía un rito de pedir disculpas con la frase:
“¿Me perdonan por todo?” Entonces, cuando se apagaban las luces, los
llamaba desde mi cuarto con la misma pregunta, y en ocasiones, lo hacía
varias veces: “¿Me perdonan por todo?” Ahora pienso que había algo de
conducta obsesiva compulsiva en mis acciones, pero a mí me resultaba
beneficioso para poder dormir en paz. Cuando tenía que decir la verdad,
experimentaba la misma compulsión: no quería poner en peligro mi paz
interior ni siquiera con una pequeña mentira blanca o una broma. Tenía que
compartir toda esta información para que puedas entender lo que sigue: el
momento más vergonzoso de mi vida…
Este incidente ocurre cuando yo ya soy una mujer joven, y varios
miembros de la familia —incluyendo mis padres— se han reunido en el
hogar de mi tía para una celebración. En un momento noto que uno de los
globos inflados con helio se ha desinflado parcialmente; lo tomo, y le
pregunto a mi papá, que estaba sentado conmigo, si alguna vez había
escuchado cómo se cambia la voz por inhalar el helio (por favor, chicos, no
prueben hacer esto en casa). Mi padre me responde negativamente y yo me
encuentro frente a una oportunidad dorada, una rara ocasión para que una
hija le enseñe algo a su padre. Me pongo el globo en la boca e inhalo lo
más profundamente posible para llenar mis pulmones con helio. Pero ocurre
algo inesperado: cuando trato de hablar, mi voz continúa normal en lugar de
esa vocecita aguda de los dibujos animados que yo esperaba que saliera.
Pero ya es muy tarde; mi orgullo está en juego y no puedo permitir tal
fracaso delante de mi padre.
Hay momentos en los que una mujer tiene que hacer lo que tiene que
hacer, así que abro mi boca y comienzo a hablar en forma fingida y aguda
con un sonido que se parece más a una criatura extraterrestre que a la voz
humana afectada por el helio. Mi padre me mira un poco extrañado mientras
yo trato de explicarle que ese es el efecto del helio en las cuerdas vocales.
La verdad es que yo misma estoy completamente desconcertada del porqué
el helio no está funcionando como debiera, y más desconcertada aun de la
forma en que estoy actuando, tan inusual en mi conducta. Inhalo otra vez
para probar mi tesis y nuevamente, al darme cuenta de que no ocurre nada,
me pongo a fingir con una vocecita afinada y extraña para ver si puedo
enseñarle a mi papá algo nuevo en la vida. “Interesante”, me dice, tratando
de darme una opción para salir dignamente de la situación. Ambos estamos
desconcertados con lo ocurrido, pero le damos punto final al incidente. Por
lo menos así pienso yo…
Unos pocos minutos más tarde llega mi tía y comienza a comentar
exactamente acerca del globo que yo había usado para probar mi “efecto
helio”. “Es un globo tan lindo —dice—, pero desafortunadamente había
perdido el helio y se había desinflado. Como era tan vistoso, no quise
tirarlo, así que lo inflé yo misma para poder mostrarlo. Está un poco
desinflado, ¿verdad? ¡Pero es realmente hermoso!”
Mi padre me mira y yo lo miro a él. A esta altura no puedo volver atrás.
A este fenómeno en psicología se lo llama “intensificación del
compromiso”. Ante los ojos extrañados de mi padre, yo respondo
extendiendo mis brazos al aire: “¡Ah! ¡Claro! ¡Debe haber quedado algo de
helio en el globo que hizo que mi voz cambiara!”
“Mhhh”, replica mi papá. Pero yo no puedo aguantar mucho más esta
situación; pocos minutos después me doy cuenta de que he perdido la paz
interior y que debo decirle a mi padre la verdad. Entre lágrimas y risas le
confieso mis mentiras. ¡No puedo creer lo que me ha sucedido! El fracaso
de mi experimento me arrojó en una espiral que me llevó a actuar
totalmente fuera de mi manera habitual. ¡Tanto mi padre como yo estábamos
asombrados! Mi padre comienza a reír y yo lloro un poco más. Entonces
toda la familia se entera de lo sucedido.
En este capítulo vamos a estudiar juntos una de las respuestas más
extrañas, atípicas e inusitadas de Jesús cuando ocurrió algo que no se
esperaba. Es TAN inusual que los discípulos quedaron desconcertados, e
incluso hay algunos en nuestros días que se sorprenden de la misma manera.
Por supuesto Jesús, a diferencia de mí, tenía una buena razón para actuar de
una manera que no le era característica. Les estaba enseñando a ellos —y a
nosotros— un principio valioso del reino de Dios.
¡Yo, no!
Y entonces aparece Pedro con su boca grande: “Bueno, Jesús, puede ser
que algunos de los discípulos más ‘debiluchos’ necesiten a un Salvador así,
tú sabes, para gente que fracasa. ¡Pero yo soy Pedro, y a mí no me va a
pasar! ¡Seguro que no!” Esta es la versión bíblica: “Aunque todos te
abandonen, yo no —declaró Pedro” (vers. 29, NVI). “Lee mis labios: Yo
soy Pedro, no soy uno de los debiluchos; esta es mi tarjeta de presentación;
yo soy la excepción; ni lo menciones otra vez; ¡yo soy un discípulo
FUERTE! ¡Yo soy un LÍDER!” ¡Ay!, Pedro, Pedro... ¡Ay!, Elizabeth,
Elizabeth; ¡no te conoces realmente!
“Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el
gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (vers. 30). Pedro,
Pedro, eres tan arrogante al creer que tú serás la excepción. Déjame
deletreártelo: Esta misma noche —no dentro de dos años—, esta misma
noche, tú —sí— tú mismo, ¿oíste bien?, me refiero a ti, y no solamente a
“los discípulos” como un nombre colectivo; te estoy hablando a TI. Sí, tú
me vas a negar, no una, ni dos, sino TRES veces. ¡Y todo esto va a ocurrir
ESTA NOCHE! ¡Y esta es una profecía!
Pedro se sentía realmente ofendido. ¿Acaso Jesús no lo conocía después
de todos estos años en que habían estado juntos? ¿No recordaba cuán leal
había sido? Ahora quería hacerle saber que estaba listo para lo peor. En S.
Marcos 8:32, Pedro no estaba listo siquiera para aceptar que la muerte de
Jesús era una realidad; ¡ahora está listo para aceptarlo y para unirse a él, si
es necesario, para probar su lealtad! “Mas él con mayor insistencia decía:
Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré” (S. Marcos 14:31). ¡Era
algo impensable para él; nunca estaría tan desesperado como para
abandonar a su Maestro! ¡Estaba listo para compartir el propio destino de
Jesús! Pero Jesús le predijo aun el tiempo en que el ferviente discípulo
fracasaría: antes de que el gallo cantara por segunda vez anticipando la
madrugada, Pedro habría negado a Jesús tres veces. ¡De esa manera total lo
negaría! ¡Así de completo sería su fracaso!
Lucas agrega un detalle interesante: Jesús le dijo a Simón Pedro que
había estado orando por él, e incluso le dice el contenido de su oración:
“Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si
fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te
hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (S. Lucas 22:31, 32, NVI).
¿Notaste los pronombres? Primeramente, Jesús informa que Satanás ha
pedido zarandear a todos los discípulos (“a ustedes”, está en plural).
Entonces Jesús agrega: “Pero yo he orado por ti” (singular). Esta oración
me parte el corazón. Jesús no está orando para que Pedro no lo abandone o
no lo deshonre públicamente; no está orando para que Pedro mismo no
falle, sino para que la fe de Pedro no falle. Está orando para que Pedro,
aunque lo niegue, pueda encontrar suficiente fe en Jesús como para retornar
a él y ser una fuente de fortaleza para sus hermanos. Está orando para que
Pedro pueda saber que los brazos de Dios son suficientemente largos como
para salvarlo.
Pero volvamos a la pregunta original. Así que, Pedro, ¿quién realmente
necesita un Salvador?
“Yo”
Pero Pedro solo puede contestarnos a través de sus lágrimas. Su negación
de Jesús es narrada en detalle al final del mismo capítulo donde él, tan
enfáticamente, negó la posibilidad de negarlo. Marcos vuelve a reanudar la
historia de la caída descendente de Pedro en el capítulo 14, versículo 66. Y
utiliza solamente siete versículos para describir uno de los fracasos más
completos en la historia de los seguidores de Jesús. Pobre Pedro. Tenía
buenas intenciones. Realmente pensaba que nunca le iba a ocurrir a él.
Realmente confiaba en su fuerza. Pero fracasó.
El deseo de Pedro de mantenerse cerca de Jesús es loable. Cuando Jesús
es llevado a la casa del sumo sacerdote, Pedro lo sigue a la distancia y
comienza a calentarse con el fuego que ardía en el patio (vers. 54). Pero
mientras Jesús es abofeteado y escupido, una criada reconoce a Pedro en el
patio de abajo. El sufrimiento de Jesús ya no es más una predicción: es una
realidad. No es un escenario hipotético; es un evento en vivo. Y Pedro, que
probablemente puede oír a través de las ventanas del edificio que Jesús
está siendo interrogado, a la vez recibe un interrogatorio: “Tú también
estabas con Jesús nazareno” (vers. 67). Pedro lo niega. La forma de su
negación está dada en términos legales y formales usados en la ley rabínica:
“No le conozco, ni sé lo que dices” (vers. 68). La acusación era que él
estaba “con Jesús”. Al negarlo, rehusaba reconocer su relación con Jesús.
Entonces Pedro se fue a otra dependencia de la casa: el porche o la
entrada, pensando que al cambiar su ubicación, su ansiedad por su propia
seguridad disminuiría. Pero el temor, así como la ansiedad, es algo que
llevas contigo aunque te vayas hasta el fin del mundo, así que él no encontró
alivio. De hecho, la misma sirvienta lo encontró de nuevo y comenzó a
comentar con otros acerca de él: “Éste es de ellos” (vers. 69). “Ellos”, se
refería al grupo del cual Pedro era parte y cuyo líder era Jesús. Obviamente
este grupo había estado en público suficiente tiempo como para ser
reconocido como tal. Pedro había pensado que él era la excepción entre
“ellos” que lo abandonarían. Ahora niega su asociación con “ellos” (vers.
70). Esta es la segunda negación.
Pero ahora, su reacción despierta el interés de los que lo rodean, quienes
reconocen su acento galileo y están seguros que es un seguidor del Maestro
de Galilea: “Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu
manera de hablar es semejante a la de ellos” (vers. 70). Ahora Pedro
derriba todas las barreras y comienza a maldecir y a jurar que de verdad
NO CONOCE al hombre: “No conozco a este hombre de quien habláis”
(vers. 71). La ausencia del nombre Jesús, reemplazado por este hombre, es
una acción deliberada para guardar distancia de Aquel que en ese preciso
momento estaba con el rostro cubierto, rodeado de los que lo burlaban y le
gritaban “Profetiza” (vers. 65). Bueno, Jesús había profetizado unas pocas
horas antes, ¡y su profecía se había cumplido!
“Y el gallo cantó la segunda vez” (vers. 72). En Jerusalén la gente había
observado que el gallo cantaba tres veces entre la medianoche y las tres de
la madrugada. La primera vez era una hora después de la medianoche, y dos
veces más a intervalos de una hora. Se nos dice que después de la primera
negación, el gallo cantó (vers. 68), y lo hizo nuevamente después de la
tercera. En una hora, Pedro había destruido todo lo que creía. A veces basta
una hora: un beso prohibido, una noche apasionada, un empujón violento, un
insulto airado, una negación, ¡y lo pierdes todo!
“Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho:
Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en
esto, lloraba” (vers. 72). Se acordó que Jesús, quien lo conocía mejor de lo
que él se conocía a sí mismo, lo había invitado a velar y orar para no entrar
en tentación (vers. 38). Pero él se creía demasiado fuerte para eso,
demasiado confiado, demasiado seguro. Ahora, su remordimiento y su dolor
asumen el control y comienza a llorar. ¡Qué bendecida experiencia es verte
a ti mismo tal como eres! Cuando llegas al fondo y comprendes tu
verdadera condición, entonces puedes permitirte aceptar la ayuda que
cambiará tu vida. Antes de que eso ocurra, puedes pensar que lo tienes todo
y que no tienes necesidad de ninguna cosa (Apocalipsis 3:17, 18). Cuando
llegamos al fondo, comprendemos que necesitamos un Salvador. Y Pedro,
entre sollozos, declara: ¡Yo, sí, yo, necesito un Salvador!