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Una pregunta a partir de un sinceramiento empresarial.

Educación y mercado
laboral.

En varias ocasiones, el responsable de Recursos Humanos de Google expresó que la


formación universitaria es inútil y que no influye en las contrataciones de personal de las
nuevas empresas. Muchos ven en esta expresión un cambio de paradigma en la relación
entre educación y mercado laboral que demanda con cierta urgencia la actualización de
nuestros sistemas de enseñanzas. En realidad, lo que pareciera afirmar el directivo de
Google, más allá de las adaptaciones propias del sistema productivo al paso del tiempo, no
constituye el anuncio de un nuevo paradigma, sino el sinceramiento de la relación existente
(hace al menos medio siglo) entre la educación y el universo productivo. No se trata de la
autonomía total de la empresa respecto de la formación, sino de una discrepancia en
relación a la “utilidad” de la educación, diferencia que debería poner en alerta a las
premisas de política educativa, en especial, progresistas.

El mundo empresarial afirma cada vez con más franqueza, y a la par del estadio
progresivo de universalización del nivel superior, que la transmisión de contenidos
(incluidos los procedimentales) tiene un muy bajo impacto respecto de las necesidades
propias del mercado de trabajo. Es cierto que el mundo de la producción es muy complejo y
heterogéneo, y también que los contenidos curriculares, al menos en parte, pueden ser útiles
tal vez como condición de aprendizajes prácticos una vez concluida la escuela o la
universidad. Pero del mismo modo es cierto que el impacto de esos contenidos es
habitualmente superfluo: o bien porque la mayor parte de los empleos no requiere de un
conjunto de numerosos y complejos conocimientos y habilidades (al menos no como para
invertir tal magnitud de tiempo y de recursos), o bien porque los empleos que sí lo
requieren no los obtienen esencialmente de la formación académica. Esto no significa que
los conocimientos transmitidos en la educación le sean del todo inútiles al mundo laboral,
ni que lo sean por igual en todas las ramas de la producción, pero las declaraciones de los
directivos de las grandes empresas develan algo: que los antecedentes académicos no son
del todo relevantes a la hora de decidir las contrataciones. No obstante, “del todo” no
significa que la educación, y en este caso la universalización de la formación superior, no
sea necesaria para el “sistema”.

Tal vez, centrándose en la (por ahora) muy reducida población universitaria, los
análisis de las trayectorias individuales den resultados incipientemente alentadores. Sin
embargo, cuando se lo piensa desde el todo social y cuando se lo observa dentro del
proceso histórico de “universalización” de los otros niveles educativos, las premisas de
inclusión devienen por un motivo u otro, finalmente, poco inclusivas. Efectivamente, la
educación cumple un rol preponderante (junto con otras prácticas) en la producción y
reproducción de los criterios legitimadores de las desigualdades sociales y, ciertamente, del
mundo del trabajo (las titulaciones aún siguen siendo un factor relevante, aunque no el
único, en la distribución jerárquica de las tareas rentadas). Ahora bien, la educación es, a
los ojos del mundo productivo, contradictoria.

Por un lado, la utilidad “progresista de izquierda” de la educación (compuesta por la


transmisión de conocimientos útiles proveedores del ascenso/progreso social) está en vías
de ser refutada (¡incluso por los gerentes de Google!). Por otro lado, la utilidad “progresista
de derecha” (el discurso del esfuerzo y de “a cada uno el lugar que se ganó” –y no el que
heredó) sigue intacta desde hace décadas. Tenemos entonces, por un lado, un circuito
supuestamente igualitario e inclusivo refutado, y por otro, un circuito jerárquico y
desigualitario que goza de la vitalidad de siempre. Casi todo el arco político, incluidas las
expresiones de “izquierda” tan heterogéneas entre sí, actúan como si tal refutación no
existiese. Entonces, la pregunta que quisiera retomar es la siguiente: ¿la educación pública
(comprendida incluso más allá de lo estatal: la que se inventa una comunidad para sí
misma) puede asumir un carácter igualitario, inclusivo y emancipatorio sin caer en las
premisas progresistas ya refutadas o sólo puede aspirar a intentar contener los efectos
irremediables de un capitalismo invencible?

Dr. Leonardo Colella (CONICET)

leonardojcolella@yahoo.com.ar

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