Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Resumen: A partir del ‘enunciado’ como lo superficial o existente, me interesa trazar dos
conceptualizaciones divergentes en su relación con la ‘enunciación’: las que representan los
textos de E. Benveniste y de M. Foucault. Intentaré mostrar cómo una y otra conducen a
reconocer diferentes prioridades en el análisis: la primera, al poner el acento en la
enunciación, reafirma la indispensable aproximación léxico-gramatical, mientras que la
segunda, que pone el acento en el enunciado, destaca el concepto de ‘práctica discursiva’.
3. La enunciación.
Ahora podemos pasar al término enunciación, que en un principio no aparece muy
diferenciado de su par enunciado, y ver su utilización en diferentes posiciones
epistemológicas que provienen a su vez de una diferente dirección en la relación entre los dos
términos. Aunque sin duda sería muy interesante, no me propongo hacer acá el recorrido de
este par de términos en la historia sino tomarlos en algunas de sus ocurrencias que entienda
significativas a los efectos del presente artículo.
Me resultó un hecho curioso que, en el Diccionario de términos filológicos de Lázaro
Carreter, edición 1968, los dos términos aparecen como propuestos en forma indiferenciada
para la traducción al español, vía francés, de un concepto que se da como elaborado
tempranamente por el funcionalismo de Praga[ii], y que en inglés es utterance. Traducido éste
más bien hoy como ‘emisión’ o también como ‘proferencia’ o el mismo ‘ocurrencia’, en ese
momento intenta dar cuenta de una unidad que no es exclusivamente sintáctica, a diferencia
de la oración o la frase. De algún modo en esa época los dos términos que nos preocupan se
entienden como alternantes o sinónimos, ya que traducen la misma palabra del inglés y del
alemán, y también se propone enunciado como alternante de discurso (Lázaro Carreter
1968:163/4).
Décadas después del surgimiento de la escuela de Praga leemos en los textos de E.
Benveniste, publicados originalmente entre 1966 y 1974, especialmente en sus conocidos
artículos “De la subjetividad en el lenguaje” y “El aparato formal de la enunciación”, que no
se sostiene esa indiferenciación, al distinguirse el enunciado como lo realizado, el producto,
‘un espacio en el que aparece la huella de la enunciación’; ésta, en cambio, se entiende como
‘la puesta en funcionamiento de la lengua’, un ‘acontecimiento’ en la línea del tiempo que se
concibe -por su propia naturaleza- irrepetible, incognoscible; solo deja la huella de su paso,
conceptos estos que todavía se sostienen.
Ya sabemos que la enunciación tiene que ver con la lengua en sus diferentes
realizaciones, por empezar tanto la vía oral como la escrita. Pero no puedo dejar de vincular
este concepto acerca de la enunciación con un rasgo señalado a veces para el lenguaje en
general, que, recordemos, para la mayoría de los estructuralistas –lo son E. Benveniste y los
funcionalistas o fonólogos de Praga- se desarrolla en la oralidad: este rasgo es su condición de
evanescencia. El concepto de enunciación parece tener la impronta de esta cotidianeidad con
los conceptos sobre el lenguaje desde un punto de vista general tan elaborados por el
estructuralismo. Es más, cuando intentan definir la enunciación se parece a lo que dice W.
Ong acerca de la oralidad: “Las palabras son acontecimientos, hechos... Guardan una relación
especial con el tiempo, distinta de la de los demás campos que se registran en la percepción
humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia. No es simplemente perecedero
sino, en esencia, evanescente... Si paralizo el movimiento del sonido no tengo nada: solo el
silencio...” (Ong 1993: 38). Por eso tal vez no es de extrañar que los jóvenes que se inician en
Lingüística tiendan a confundir ‘enunciación’ con ‘oralidad’...
Hecha esta digresión volvamos a las definiciones de arriba. A partir de ellas, las
corrientes de estudio del discurso que surgieron de la Lingüística toman el enunciado –es
decir, las antiguas humildes ‘emisiones’ o similares- pero se interesan por la enunciación,
porque es a la que se le otorga mayor importancia toda vez que el concepto de ‘huella’ que
define al enunciado no vale en sí mismo sino en tanto testimonio, recuerdo, lo que queda de
ese ‘algo’ que fue y que en el mismo momento dejó de ser, según las concepciones al uso.
Esto se da simplemente mediante un mecanismo de connotación, es inseparable de la palabra.
Razonamientos posteriores pueden hacernos ver la prioridad de eso que llamamos ‘huella’, de
lo superficial [iii], pero todavía se sigue pensando que ‘la clave del discurso está en el estudio
de la enunciación’.
Pues bien, por definición la enunciación es lo-que-ya-no-es, solo tuvo existencia
durante un instante fugaz, inasible, inexistente. Es interesante notar que no puede
desvincularse este concepto de una idea de tiempo proyectivo, y al mismo tiempo del lenguaje
como algo que es en el tiempo; el lenguaje, facultad del ser humano, que también ‘es’ en el
tiempo, visto en una sucesión lineal unidireccional. En efecto, esa linealidad reconocida para
el lenguaje es un correlato de un concepto lineal, no cíclico, del tiempo, concepción que
impregna y es constitutiva de toda nuestra cultura. En esa línea encaja el reconocer en la
enunciación como rasgo definitorio su condición de irrepetible, ya que está construido sobre
el tiempo, que es irreversible, y eso mismo determina su ausencia, o casi ausencia, de
materialidad: solo la tuvo en un momento en el tiempo, es toda eventualidad, toda historia.
Vista de este modo, esta relación entre la teoría de la enunciación que se desarrolla a
partir de Benveniste y el rasgo de linealidad que reconoce Saussure como propio de la lengua,
así como el pensar la enunciación con la mirada sincrónica (ya que es en un momento, el
movimiento diacrónico la hace desaparecer), se muestran como elementos que tienen que ver
con una visión de su teoría de raíces estructuralistas.
Digamos además que este rasgo de lo-que-no-es, lo que ya nunca podrá volver a ser, y
que sin embargo se considera central en los estudios, inevitablemente genera un movimiento
frustrante por el impulso a recuperarlo; si adosamos los cuestionamientos sobre las
posibilidades de significar del lenguaje cuya fuente próxima difundida es Nietzche, se
refuerza en todo lo que es verbal el concepto de lo ‘inefable’, algo parecido a lo que leemos en
T. Todorov: ‘la enunciación es el arquetipo mismo de lo incognoscible’ (citado por Kerbrat
Orecchioni, 1993: 39). Me interesa reiterar estas conceptualizaciones, coincidentes con un
especie de frustrado ‘sueño romántico de la inmediatez’, que desemboca en reconocer como
finalidad última la interpretación.
En el enunciado que-fue-enunciación se busca el sujeto –ya sabemos que implica tanto
emisor o emisores como receptor o receptores presentes o ausentes, etc.-, es decir, la persona,
el individuo, en un momento indiviso y único de su existencia que se produce en un
entrecruzamiento también único de las cordenadas tiempo y espacio. El enunciado en cuanto
tal no vale en sí mismo sino como punto de partida para llegar al acto enunciativo
(Benveniste); se trata de recuperar el momento de la enunciación, de ‘recrear’ –aunque ya se
sabe que es una empresa imposible- el espacio, tiempo, sujetos (la parte o lo que es sujeto en
ese espacio/tiempo) , todo lo cual nos aclaran los teóricos no es en sí mismo el contexto –lo
‘real’- sino algo así como la representación del contexto por los elementos del discurso, con
un objetivo hermenéutico: interpretar, comprender, explicar. Un movimiento que siempre nos
deja afuera, a salvo, en un después.
En este sentido tal vez podamos decir que considerar la enunciación lleva al estudio
inmanente del discurso o texto; sujeto, tiempo, espacio, valen no por sí mismo sino en tanto
conforman deícticos y modalizan la expresión. A diferencia de este movimiento, considerar el
enunciado lleva al estudio trascendente del discurso o texto, es decir lleva, aunque para
Foucault no directamente, al contexto, a lo de afuera del lenguaje mismo, de ahí a la
experimentación.
4. El enunciado.
Dijimos que en la relación enunciación – enunciado, cuyo primer exponente es
Benveniste, de raíces estructuralistas, se parte del último para llegar al primero. Una dirección
opuesta encontramos en M. Foucault, cuya Arqueología del saber (1969) es más o menos
simultánea a la obra de E. Benveniste. El enunciado supone la enunciación, momento singular
que, sometido a las fuerzas del azar y la necesidad, ha llegado hasta nosotros, mientras que
otros desaparecieron, pero eso no importa ni siquiera quién es el sujeto. Hay un pasaje donde
Foucault parece referirse a ese momento fugaz, evanescente, inasible de la enunciación,
cuando dice que considera errónea la idea de que las palabras son viento, un cuchicheo
exterior, un rumor de alas que cuesta trabajo escuchar en medio de la seriedad de la historia
(Foucault 1969, 352). En cambio, nos dirá, importa el enunciado en sí mismo, que adquiere
entonces un papel central en su teoría, al cual considera no ya una mera ‘huella’ sino una
materialidad con un determinado estatuto en el tiempo ‘hoy’.
De ahí que no le interese llegar al momento de la enunciación, lo cual tiene que ver
con su respuesta al por qué del estudio del discurso: el objetivo no es la interpretación, nos
dirá, sino la experimentación.
Es necesario para entender el concepto de enunciado ver qué se entiende en Foucault
por experimentar. El enunciado sería una unidad del discurso, a su vez parte de los saberes o
formaciones discursivas. En este concepto, el enunciado interesa porque permite construir
esas formaciones históricas, y éstas interesan porque señalan el lugar de donde hemos
salido... En su larga producción aparecen analizados las formaciones discursivas, los saberes,
los dispositivos de poder que permitían el surgimiento de esos saberes transformados en
discursos y enunciados materiales, con el propósito de investigar alrededor de qué ‘estados
mixtos de poder-saber’ se mueve y dice la sociedad sus discursos... De ahí que construir el
corpus de los enunciados no se acaba en lo verbal sino que intenta aproximarse a visualizar los
focos de poder alrededor de los cuales se constituyen los enunciados. Los ‘saberes’ aparecen
dados, como equivalentes a ‘conjuntos de enunciados’. En este contexto se relaciona
‘experimentar’ con el acto de pensar, con el concepto de ‘práctica’, o de ‘subjetivación’ o
‘constitución del sujeto’, lo cual no coincide solo con el concepto de sujeto de la enunciación
–que implica es cierto en alguna medida, aunque sea mínimamente gramatical, el ser ‘agente’
o ‘actor’-, sino que se es sujeto en el acto de pensar y justamente de ‘plantarse’, de erguirse
frente a los saberes.
Curiosamente, ha resurgido en estos días un texto de Susan Sontag Contra la
interpretación, que fue escrito también en la década del 70 y que por lo tanto podría integrarse
a este diálogo de época, al que quiero referirme porque la autora enfrenta allí nuevamente
‘interpretación’ y ‘experimentación’. Aunque se refiere especialmente a la obra de arte en
general, dirige sobre todo su crítica a la literatura y menos al teatro, por lo cual, teniendo en
cuenta el papel crucial de la lengua en esas expresiones podemos incorporarla a este ‘diálogo’.
La crítica de S. Sontag apunta a que la pretensión de interpretar implica la suposición –que
considera ‘arbitraria’- de la existencia de un ‘contenido’ que puede ser traducible de acuerdo
con ciertas ‘reglas’ de interpretación”, con cuya aplicación se pretende resolver una
discrepancia entre el significado (evidente) del texto y las exigencias de (posteriores) lectores.
El intérprete, dice, sin llegar a suprimir o re-escribir el texto, lo altera, pero no puede admitir
que es eso lo que hace, pretende no hacer otra cosa que tornarlo inteligible, descubriéndonos
su ‘verdadero’ significado. Agrega luego que en nuestra época, “el moderno estilo de
interpretación excava, y en la medida que excava, destruye; escarba hasta ‘más allá del texto’
para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero”. (29) Y más adelante, aludiendo a S.
Freud: “ Interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de
significados... El mundo, nuestro mundo, está ya bastante reducido y empobrecido.
Desechemos pues todos sus duplicados, hasta tanto experimentemos con más inmediatez
cuanto tenemos.” (30/31) . [iv]
En La arqueología del saber el rechazo a la interpretación también es explícito, como
lo reafirma su comentarista, G. Deleuze. Esta actitud va junto a restar importancia al momento
de la enunciación y a rescatar en cambio la importancia del enunciado, que se fundamenta
sobre todo en su materialidad. Esta es la condición que destaca del discurso, su condición de
constituir una positividad, una materialidad, condición que comparte con los enunciados que
lo componen o constituyen. Estos no consisten por lo tanto para Foucault en la huella que
remite al momento de la enunciación, acto individual producido, formulado por un ‘sujeto’ en
circunstancias únicas, sino que cobran importancia en sí mismo. Al concebirlo de ese modo la
dirección es opuesta a la que vimos anteriormente: se trata de encontrar la superficie de
inscripción de los enunciados que constituyen el discurso. Define al enunciado como elemento
último, que no se puede descomponer, que puede ser aislado y entrar en juego de relaciones
con otros, algo así como ‘el átomo’, dice, la mínima unidad del discurso.
Con la idea de experimentar también va unida la de considerar a los discursos no
documentos sino monumentos del saber. El documento se relaciona con ´prueba´,
´testimonio´; el monumento con ´hacer presente, memoria´. La cita es de Gilles Deleuze,
quien continúa analizando su pensamiento: Las formaciones históricas solo le interesan
porque señalan el lugar de donde hemos salido, donde estamos confinados, aquello con lo
que hemos de romper para hallar las nuevas relaciones que nos expresan... Pensar es siempre
experimentar, nunca interpretar, la experiencia es siempre actual, acerca de lo que emerge, de
lo nuevo, lo que se está formando. En otra parte leemos, refiriéndose aparentemente otra vez a
la enunciación: No se trata de buscar los orígenes perdidos o borrados, sino de tomar las
cosas allí donde nacen, en el medio, hender las cosas, hender las palabras... La emergencia,
lo que Foucault llamaba “la actualidad”... (Deleuze 1996, 140, 170).
Me interesa continuar todavía refiriéndome a algunos aspectos del pensamiento de M.
Foucault, quien muchas veces abreva en la lengua pero no se limita a la misma al hablar del
discurso, y no solo porque no es lingüista. Creo que su lectura nos permite, al menos
mínimamente, confrontar conceptos fundamentales para nuestro tema de estudios. En
principio vemos que poner el acento en el enunciado plantea de otro modo el tema ‘tiempo’:
se acerca más a un concepto cíclico del mismo, solamente dentro del cual puede aparecer esa
condición de ‘repetible’ que reconoce como inherente a la materialidad del enunciado. Es este
mismo punto de vista el que tiene que ver con el concepto de ‘actualidad’, de estar presente y
no en un después aunque sea solo un instante después, lo cual se relaciona justamente con el
experimentar. [v]
El proceso de interpretar, en cambio, que es la respuesta que muchas veces
encontramos al por qué de los estudios del discurso y que casi siempre queda como única
respuesta, es de algún modo considerar a lo que tenemos, es decir, el ‘enunciado’, como si
fueran los restos del discurso, y desde él esforzarnos por aproximarnos al momento de la
enunciación, no para hacerlo presente o ‘revivirlo’, ya que la posibilidad está negada en el
mismo concepto, sino tan solo para interpretarlo. Lo importante es que, así entendido,
favorece una mirada inmanentista sobre el lenguaje que justifica a mi entender el aguzar el
análisis de elementos léxicogramaticales, textuales, etc., con lo que intentamos mirar desde un
afuera y desde otro tiempo la singularidad del hecho irrepetible, que hemos perdido. Los
estudios de enunciación justamente reúnen léxico-gramática y discurso, se los define como
“la búsqueda de los procedimientos lingüísticos con los cuales el locutor imprime su marca al
enunciado, se inscribe en el mensaje y se sitúa en relación a él”. Este movimiento implica de
algún modo, para E. Verón, un movimiento consistente en partir del elemento, de lo simple a
lo complejo, práctica analítica en que consisten muchas veces los ‘análisis de discurso’. Es
diferente si partimos, como lo señalamos arriba, de reconocer el discurso o enunciado como
una función de coexistencia, dentro de la que se puede reconocer no obstante la autonomía de
estructuras del lenguaje; por eso dirá Verón que hay que encarar lo complejo en cuanto tal,
porque “lo más complejo sobredetermina lo más simple, la discursividad social
sobredetermina los intercambios de palabra entre los actores sociales”. Y termina: “El camino
que une la lingüística a la teoría de los discursos hay que recorrerlo ahora yendo de lo más
complejo a lo más simple, es decir, en el sentido inverso” (Verón 1993: 228)[vi].
El tener en cuenta lo complejo y no las unidades de análisis es por suerte una práctica
ya bastante aceptada, aunque no tan generalizada como sería esperable para la vitalidad de la
materia, desde el momento en que se establece la importancia de la macroestructura o de la
comprensión del sentido del texto, a menudo coincidente éste con el ‘sentido común’, como
primera aproximación. Para abonar lo dicho arriba, no es sin embargo vano tener en cuenta
que agudizar la metodología analítica para establecer correlatos entre lo léxico-gramatical y lo
enunciativo puede conducir a conclusiones de tipo casuísticas, habida cuenta de la reconocida
versatilidad del sistema lingüístico, condición ésta no ajena a algunos rasgos propios del
lenguaje en tanto sistema de comunicación, como por ejemplo que posee un alto grado de
redundancia, del orden del 50 al 55 % en algunos de los pocos estudios realizados; o a la
heterogeneidad aceptada como rasgo constitutivo de la lengua misma pero nunca conocida
suficientemente, sin lo cual se puede correr el riesgo de otorgar valor discursivo a lo que
constituirían simplemente variaciones dialectológicas, por ejemplo.
Este tipo de observaciones a veces han sido realizadas por los investigadores del
discurso, apuntando específicamente a cuestiones como la noción de ‘subjetivema’, por
ejemplo, que guardan coherencia con las observaciones hechas desde hace bastante tiempo a
la noción de ‘signo lingüístico’ [vii]. En lo que hace a mi interés, es importante tenerlas en
cuenta porque alertan sobre una posible distorsión con que podemos tomar el discurso verbal
en tanto fenómeno comunicacional. [viii]
5. Algunas conclusiones.
El recorrido del texto de M. Foucault en el que se da fundamentalmente su
pensamiento sobre el discurso, esto es, la Arqueología del saber, nos permitió establecer un
diálogo con otros autores habituales en los estudios del discurso de impronta lingüística, en el
que pudimos trazar vinculaciones con diferentes miradas respecto a dos conceptos básicos de
la teoría del discurso: los de enunciación y enunciado, y las relaciones que se establecen
entre ambos. Esto en principio ayuda a una comprensión de los conceptos que habitualmente
utilizamos, pero además y fundamentalmente permite ampliar la perspectiva del discurso
desde una mirada interdisciplinaria. Tal vez esto sirva para tener un mejor diálogo con otras
disciplinas y también en el interior de la misma lingüística.
La atribución, negativa o positiva, de los rasgos de materialidad, singularidad y
repetibilidad, en los conceptos tratados, concurren a una mejor comprensión de los mismos al
tiempo que permiten ver su relevancia para los estudios sociales. Podemos decir, tal vez
simplificando mucho, que el enunciado es material, la enunciación por definición pierde su
materialidad en cuanto es; el enunciado es repetible, la enunciación no lo es por definición,
cada intento de repetirla produce en realidad una nueva enunciación; el enunciado es social, la
enunciación es individual. Ya está asentado en nuestros estudios la importancia del momento
de la enunciación; este recorrido nos permite comprender, creo yo, la importancia y el por qué
de tomar en cuenta el enunciado, en coincidencia con tendencias actuales a marcar la
importancia del soporte, por ejemplo, del producto de superficie, los dispositivos de poder.
Pueden apuntarse algunas observaciones y consecuencias, como señala el mismo autor,
que ayudan a deshacer una actitud que yo llamaría ‘ingenua’ con respecto a los estudios del
discurso:
- Las condiciones para que surja un objeto de discurso, para que se pueda “decir de él algo”,
son numerosas e importantes.: ...no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa; no
es fácil decir algo nuevo; no basta con abrir los ojos, ya que. el objeto existe en las
condiciones positivas de un haz complejo de relaciones;
- Estas relaciones no están presentes en el objeto sino en las instituciones, en los procesos
económicos y sociales, sistemas de normas, tipos de clasificación..., no definen su condición
interna sino lo que les permite aparecer, definir su diferencia... estar colocado en un campo de
exterioridad.
- Se abre todo un espacio articulado de descripciones posibles: sistema de las relaciones
primarias o reales; sistema de las relaciones secundarias o reflexivas, y sistema de las
relaciones propiamente discursivas.
- Las relaciones discursivas... se hallan en cierto modo, en el límite del discurso: les ofrecen
los objetos de que puede hablar, o más bien determinan el haz de relaciones que el discurso
debe efectuar para poder hablar de tales y cuales objetos, para poder tratarlos, nombrarlos,
analizarlos... Estas relaciones caracterizan no a la lengua ni a la situación sino al discurso
mismo en cuanto práctica.
Como se dice arriba, no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa. Hay
condiciones que hacen que algo material como un enunciado pueda ser repetido, convertirse
en una ‘exterioridad’. Este concepto sustenta una teoría de los discursos sociales, en la que
sería bueno ver en qué medida entra en juego la teoría de la enunciación. Me parece que el
reconocimiento de esos dos rasgos son definitorios y son los que permiten la vigencia de un
discurso en la sociedad, en palabras que tomo de G. Deleuze y con las cuales cerraré este
trabajo:
Bibliografía citada:
BENVENISTE Emile l971/77, Problemas de Lingüística General. Tomos I y II, México,
Siglo XXI (1ra. ed. en francés: 1966/1974).
DELEUZE Gilles 1996, Conversaciones. Valencia, PRE-TEXTOS
FOUCAULT. M., 1996, La arqueología del saber. 17ª edición , México, Siglo XXI. (1ª.
Edición 1969)
KERBRAT ORECCHIONI C. 1993, La enunciación. Buenos Aires, Edicial.
LAVANDERA B. 1985, Curso de lingüística para el análisis del discurso. Buenos Aires,
Centro Editor.
LAVANDERA B. 1988. Lenguaje en contexto. Vol. 1, nros. 1 / 2, Buenos Aires.
MAFFESOLI M. 2000. El instante eterno, Buenos Aires, Paidós.
PARRET H. y O. DUCROT 1995. Teorías lingüísticas y enunciación. Buenos Aires, UBA
(Conferencia de 1984)
SONTAG Susan 1996. Contra la interpretación. Buenos Aires, Aguilar. (1ra. ed. 1966)
VAN DIJK T. 1999. Ideología. Una aproximación multidisciplinaria. (1ª. Edición en inglés
1998) Barcelona, Gedisa.
VAN DIJK T., 2000 a, (comp.), El discurso como estructura y proceso. Estudios sobre el
discurso I. Una introducción multidiscipliaria. Barcelona, Gedisa.
VAN DIJK T., 2000 b, (comp.). El discurso como interacción social. Estudios sobre el
discurso II. Una introducción multidisciplinaria. Barcelona, Gedisa.
VERÓN Eliseo 1993 - La semiosis social. Barcelona, Gedisa
ZIZEK Slavoj, 1999. El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI Editores
[i] Claro que esta afirmación presenta ambigüedad con respecto al concepto de ‘lenguaje’, aunque en Foucault es
muy frecuente la recurrencia al lenguaje o discurso verbal, que, digamos, denomina en algunos pasajes ‘un
saber’. A eso puede referirse el concepto de ‘saber lingüístico’ de Verón, o tal vez a lo que entendemos bajo el
título de Lingüística.
[ii] Para ubicarnos, es interesante recordar que la escuela fonológica o funcionalismo de Praga reconoce su
antecedente en Saussure, surge en la década del 20 y llega por lo menos a mediados del siglo XX o más allá, si
tomamos como referencia los trabajos de R. Jakobson.
[iii] El subordinar la huella a lo que representa, así como lo ‘superficial’ a lo ‘profundo’, seguramente tiene
raíces culturales profundas que van más allá del lenguaje; ha suscitado cuestionamientos, como el que trae S.
Sontag (1996, 25) en el epígrafe: Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las apariencias. El
misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. (Oscar Wilde, en una carta).
[iv] Me parece interesante su observación acerca de que: “En determinados contextos culturales, la interpretación
es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar, de evadir el pasado muerto. En otros contextos
culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante” (30). Reconoce la segunda para nuestra época.
[v] Me parece interesante relacionar la enunciación con la noción de tiempo proyectivo, lineal, que se vincula a
la modernidad, y derivar de ello el sentimiento frustrante que genera la noción de lo irrecuperable e
incognoscible; el enunciado podemos vincularlo al concepto de tiempo cíclico, que tiene que ver con la
repetición y la aceptación, con el presente, y permite la ‘alegría del mundo’, dado como un rasgo de la
posmodernidad (Cf. M. Maffesoli 2000: El instante eterno, Buenos Aires, Paidós.
[vi] Vale la pena aclarar que el texto es de la década del 80, y que estos cambios ya se vienen produciendo, no
obstante no deja de tener importancia la cita en cuanto a adquirir una noción de perspectiva.
[vii] Una de las últimas observaciones a la teoría del signo de Saussure que he leído y que creo que es necesario
que tomemos en cuenta en nuestra práctica fue la realizada por T. Van Dijk en su texto Ideología (1999, 250/1)
[viii] Podemos reconocer ‘subjetivemas’ o connotaciones que el discurso social ignora, por ejemplo, o viceversa.
En lo particular, lo he experimentado en enunciados con palabras como justiciero o villero.