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Algunos de estos recuerdos son quizá desagradables, e incluso dolorosos para usted. Las
parejas que recurren a la terapia suelen estar sumidas en esta clase de experiencias
desagradables y dolorosas. Aconsejar y guiar a las parejas recién casadas o que se
encuentren en la etapa premarital a fin de que pongan el énfasis en la preservación de su
felicidad es una experiencia placentera, pero poco habitual. Espero que en el futuro pueda
ser una experiencia común y corriente; espero que las parejas acudan al terapeuta para
que éste les ayude a encontrar la manera de cimentar su felicidad, en vez de buscar alivio
a sus sufrimientos y el camino para establecer nuevamente relaciones armoniosas y
satisfactorias.
No hace falta ser un clínico experimentado para captar esas señales inequívocas de la
muerte de una relación amorosa, sea la propia o la de otra persona. A veces el proceso se
inicia con quejas, expresadas con cierto humor, a la familia y a amigos, sobre el
comportamiento del “ser querido”. O tal vez empiece con ese suspiro ¡oh!, tan
significativo cuando usted se encuentra con algo que antes le parecía un rasgo encantador
y ahora le molesta: el cartón de leche vacío en la heladera, la ropa tirada por cualquier
lado, los millones de veces que ha oído la misma anécdota. Otras veces el amor
desaparece casi sin ninguna advertencia: se comete alguna inconcebible ofensa, una
indiscreción que se siente como una herida mortal de la cual no hay ninguna esperanza de
recuperación. El amor podrá esfumarse por una y otra vía, pero las pautas que emergen
son las mismas. Al final, siempre resuenan esas frases lapidarias: “No sé lo que vi en él”,
“No se necesitó mucho tiempo para que saliera a relucir lo que es ella realmente”, “Yo
estaba loco (y ahora no lo estoy)”, “Todo lo que hice fue inútil”, “No pensé que podía
terminar así”. O bien, eufemismos menos personalizados tan en boga en nuestros
tiempos, tales como: “Necesito tiempo para crecer y encontrarme a mí mismo (lejos de
ti)”, “Estábamos demasiado pegados el uno al otro” (la relación había llegado a ser tan
estrecha que exigía una separación), o esa declaración que es descorazonadora, categórica
y tan frustrante para ambos: “Te quiero, pero no estoy enamorado de ti”.
Independientemente de que éste sea un tema muy conocido desde el punto de vista
personal o profesional, o ambos, resulta útil para todos nosotros llegar a conocer los
procesos de enamorarse, permanecer en ese estado y dejar de estar enamorado. Si
conocemos más a fondo cómo funcionan estos procesos, podremos controlar más
eficazmente nuestra propia experiencia (en el contexto terapéutico) y la de los demás. El
siguiente es un diagrama experiencial del trayecto que recorre normalmente una pareja
desde la fase de la atracción hasta la separación. Lo denominamos patrón del umbral y es
una herramienta importante para diagnosticar el estado presente e indicar, por lo tanto,
cuáles son las interacciones apropiadas para lograr un objetivo terapéutico factible.
Este diagrama puede utilizarse tanto para señalar la posición de una persona o una pareja
respecto de la buena salud de la relación amorosa, como para definir la meta terapéutica
que se desea alcanzar. Conviene tener presente que no todas las personas se separan
cuando la relación, en esencia, ha llegado a su fin. Como dice un amigo mío, “El cuerpo
es lo último que se va”, lo cual significa que el corazón y la mente pueden estar
desconectados desde hace largo tiempo aunque la pareja siga unida. Estas relaciones
manifiestan una conducta de muerte en vida, en agudo contraste con el compañerismo y
el cariño característicos de una relación que permanece en la fase del acostumbramiento.
También es importante saber que cuando las personas buscan ayuda terapéutica,
generalmente ocupan lugares diferentes en el patrón global. Por esta razón,
frecuentemente es necesario seguir ciertos procedimientos con una persona y no con otra
a fin de alcanzar el estado deseado y un resultado bien conformado. No toda la terapia de
pareja requiere que estén presentes los dos miembros de la pareja.
Hay una clase especial de comunicaciones de mucho contexto que mis colegas y yo
denominamos equivalencias conductuales complejas (conductual se refiere a la conducta
observable, compleja se refiere al sistema interconectado, y equivalencia se refiere a que
tiene la misma significación). Una equivalencia conductual compleja es el significado
que una persona atribuye a cualquier conducta particular. Las equivalencias conductuales
complejas que son pertinentes para el patrón del umbral son aquellas que transmiten
alguna cualidad emocional específica.
Algunas de las posibles vías por las cuales otra persona puede hacerle saber a usted que
lo ama son, por ejemplo, tocarlo suavemente, pronunciar su nombre de una cierta manera,
mirarlo a los ojos, discutir con usted, hacerle un inesperado regalo, dejarlo en paz cuando
usted está trabajando, acompañarlo cuando está trabajando, reírse cuando cuenta chistes,
o tolerarlo quizá cuando se pone melodramático. Estas conductas (u otras apropiadas)
tienen para usted un significado específico. Tanto es así, que no cuestiona ese significado,
sino que lo da por sentado y responde automática y plenamente cada vez que esa
conducta se pone de manifiesto. Estas conductas son equivalencias conductuales
complejas. Si bien estas equivalencias han sido documentadas por antropólogos
culturales y otros científicos sociales, se han hecho muy pocos trabajos que exploren la
importancia de las equivalencias idiosincráticas que todos utilizamos para comprender
mutuamente nuestras conductas.
Uno de los aspectos más importantes de las equivalencias conductuales complejas es que
la gente tiene una tremenda flexibilidad para establecerlas, permitiendo que el mismo
rasgo de conducta sea interpretado en forma diferente por diferentes individuos. Por
ejemplo:
Dos extraños podrían responder de manera muy distinta a la conducta de Jonathan. Uno
de ellos podría interpretarla como una muestra de timidez (es decir, que la equivalencia
conductual compleja concuerda con la timidez). Para el otro, podría significar que
Jonathan tiene algo que ocultar, posiblemente algo deshonesto. De ese modo, el primero
podría responder adoptando una actitud protectora y ofreciéndole reaseguros, mientras
que el segundo reacciona con desconfianza, sea dejando de interactuar, o tratando de
averiguar sus verdaderas intenciones. Cuando usted lee la descripción que hemos hecho
de Jonathan, puede haberse formado su propia opinión sobre el significado de su
conducta: qué tipo de persona era (callado, vergonzoso, modesto, huraño, socialmente
inepto, distraído, estúpido, irrespetuoso, etc.), y, en ese caso, usted estaría respondiendo
automáticamente a su propio y único juego de equivalencias conductuales complejas.
A fin de que usted pueda comprender en forma más inmediata este concepto, trate de
recordar alguna persona por la cual se sintió atraído hacía mucho tiempo, quizá en los
primeros o últimos años de su adolescencia. Recuerde qué era lo que en ese entonces
tanto le atraía en esa persona. ¿Reconoce la base de la pasada atracción en función de las
cualidades que aquella persona exhibía de alguna manera y/o en función de lo que esas
cualidades podían hacerle sentir cuando se acercaba a ella? Preste atención a detalles aún
más finos para percibir los comportamientos distintivos que transmiten esos mensajes.
Una vez que haya explorado a fondo ese recuerdo, deje el pasado y vuelva al presente.
Identifique a alguien que hoy le parece muy atractivo. Nuevamente, ¿cuáles son las
cualidades de esa persona que le atraen y cuáles son las conductas específicas que
transmiten esas cualidades? Esta pauta conductual y cognitiva confirma la verdad del
dicho: “La belleza están en el ojo de quien mira”.
Atracción
No se me ocurre una manera mejor de examinar las fases del patrón del umbral que
referirme al caso de David y Sue. Al comienzo, David pensó que Sue era precisamente la
mujer que quería. Su voz suave y su despaciosa manera de hablar, incluso cómo hacía
una pausa y pensaba un poco antes de hablar. Todo eso le resultaba tan simpático, tan
atractivo. Tenía una figura perfecta, exquisita, pero se vestía en forma muy conservadora,
sin tratar de llamar la atención. (A diferencia de otros tipos provocativos de mujer que a
él no le interesaban). A David le gustaba especialmente la manera en que le pedía su
opinión y sus consejos sobre distintos asuntos. Le hacía sentirse respetado y de muchas
maneras le demostraba que reconocía su inteligencia. Se estremecía cuando ella lo
tocaba, lo que hacía frecuentemente, casi siempre tomándolo de la mano o estrechándose
contra él cuando estaban juntos. Era magnífico estar con ella porque no era exigente ni
agresiva. Todos eran buenos momentos, sin confrontaciones desagradables. Para David,
Sue era bonita, inteligente, recatada y sensible. Y afortunadamente, Sue encontraba a
David tremendamente atractivo. Era fuerte y elegante, y tenía respuestas para todo. Él
conversaba realmente con ella y quería que ella escuchara lo que él decía. ¡Era tan
categórico y seguro de sí mismo! Sue pensaba que era un hombre muy sexy...; ¡tenía una
manera de mirarla a los ojos! Sus hábitos alimentarios y deportivos demostraban que era
responsable y disciplinado. Además no era exigente con ella. Podía quedarse sentada
tranquilamente sin tener necesidad de hacerle continuamente demostraciones de amor.
Mientras que David y Sue se consideraban sumamente irresistibles, había otros que no
podía imaginarse qué es lo que cada uno veía en el otro. Algunos creían que Sue era
insulsa, aburrida y complaciente. Y David, un pedante sabelotodo. Pero David y Sue
llevaban puestos esos vidrios de color de rosa a través de los cuales todo parece
maravilloso: se veían uno al otro con los ojos del amor. Al igual que los ojos con que una
madre mira a sus hijos, todos nos inclinamos a ver a nuestros seres queridos como
criaturas especiales, superiores a los demás mortales. Los percibimos a través de un filtro
especial, convencidos de que son queribles, deseables, dignos de ser amados, etcétera.
Cumplen todas nuestras equivalencias conductuales complejas contextualmente
importantes. Son buenos tiempos, llenos de intensidad, excitación y romance.
Apreciación
Hay pasos básicos que es necesario dar para alcanzar y mantener un estado de
apreciación en una relación de pareja. Uno de ellos es conocer lo que cada uno quiere y
necesita en esa relación. Otro es conocer qué es lo que satisface específicamente esos
deseos y necesidades. Un tercer paso es ser capaz de generar en el compañero,
amorosamente, esas conductas satisfactorias. Estos pasos básicos tienen un requisito
subyacente: la flexibilidad de la conducta, es decir, que la persona tenga a su disposición
diversas maneras de satisfacer sus deseos y necesidades, así como las tiene para satisfacer
los deseos y necesidades de su compañero. Ayudar a las parejas que acuden al terapeuta
para que lleven a cabo estos pasos, así como los que luego estudiaremos en esta sección,
constituye un metarresultado bien conformado para el trabajo con parejas.
Acostumbramiento
La fase de acostumbramiento puede ser muy positiva., siempre que el ciclo vuelva a la
fase de apreciación e incluya un ocasional retorno a la fase de atracción. El
acostumbramiento es la experiencia de habituarse a algo. Si usted ha permanecido largo
tiempo en una habitación es posible que no pueda advertir cada matiz de color, textura o
forma que es parte de la misma. Ya no hay nada nuevo o preciado en esa habitación
porque está familiarizado con ella y puede haber llegado a depender de esa familiaridad
para fijar la atención en otras cosas. El mismo proceso se da en las relaciones humanas.
Nos enamoramos en un súbito arrebato de excitación, nos regocija y alienta la
apreciación, y nos sentimos cómodos seguros con lo que nos resulta familiar y confiable.
Esta fase puede ser maravillosa, pero la posibilidad de que lo sea depende en gran medida
de que las personas busquen seguridad o aventura. Si buscan aventura, el
acostumbramiento puede equivaler a aburrimiento. Si buscan seguridad, el
acostumbramiento puede equivaler a compromiso y protección. Para mejor o peor, los
miembros de la pareja están habituados ahora uno al otro. Los vidrios ya no son tan
rosados, pero la esperanza no ha desaparecido del todo.
A veces una pareja recurre a la terapia en esta fase. No es difícil detectar que lo que en
otro tiempo era fuente de gran deleite, pasa ahora desapercibido. Puede ser peligroso que
uno de ellos decida sacar ventaja despertando los celos del otro o que considere la
experiencia como el comienzo de un largo y pesado camino. Una respuesta útil consiste
en volver a dirigir la atención de la pareja hacia aquello que pueden apreciar así como en
inducirlos a hacer nuevos descubrimientos sobre el modo de atraerse y procurar
complacerse mutuamente. Si el terapeuta percibe que lo que está ocurriendo tiene que ver
con la apatía más que con la hostilidad, prescribir interludios románticos podría
contribuir a solucionar las dificultades de la pareja. Es un momento importante para que
el terapeuta trate de vigorizar la relación en vez de inventarles problemas. He encontrado
una tarea que puede ser provechosa para las parejas que pasan por un momento
displacentero en esta fase de su relación. Se trata de que compartan dos fines de semana
en el curso de los próximos dos meses, cumpliendo con las siguientes instrucciones: cada
uno debe diagramar y planear un fin de semana completo de actividades para que ambos
participen, y cada uno debe preparar esta planificación por sí solo, de modo que toda la
experiencia sea una sorpresa para el otro. La única condición es no excederse en el
presupuesto convenido de antemano. Cada uno debe diseñar el fin de semana para
satisfacer sus propias fantasías respecto de la manera en que quisiera pasar el tiempo con
su compañero. El fin de semana es, por lo tanto, una experiencia de aprendizaje para el
otro porque de ese modo conoce los deseos antes no expresados o los nuevos deseos del
compañero. En la sesión de seguimiento, me concentro habitualmente en la tarea de
integrar a la vida cotidiana de la pareja aquellos aspectos de los fines de semana de los
que ambos disfrutaron, y de enfocar con sentido del humor y propósitos de ajuste algunos
de los aspectos que no satisfacieron sus deseo. Si bien ésta ha demostrado ser con
frecuencia toda la terapia que una pareja necesita, debo hacer una advertencia: esta
intervención terapéutica es inapropiada para parejas que se encuentran en cualquiera de
las fases posteriores del patrón del umbral, ya que puede ser factor que desencadene el
desencanto o la hostilidad.
Expectativa
Me parece natural que en nuestra vida desarrollemos expectativas. Imagine usted cómo
respondería si fuera a lavarse la cara y no saliera agua de la canilla. ¿Cuál es su respuesta
cuando se corta la luz durante unos minutos? ¿Y cuando su coche deja de funcionar? Si
bien es apropiado dar por sentadas tales cosas y esperar que estén presentes cuando
quiere contar con ellas, no es conveniente depositar expectativas en el otro miembro de la
pareja. Esto puede convertir un romance lozano y maduro en una tarea amarga y pesada.
Nuevamente las conductas que hacen saber al terapeuta que la pareja ha llegado a la fase
de la expectativa son aquellas que indican que uno de los miembros o ambos advierten
cuándo algo deseado no está y no cuando está. En esta fase son más frecuentes las quejas
que los elogios, y la ausencia de las conductas deseadas está en proceso de convertirse
en la equivalencia conductual compleja de no ser amados, no ser apreciados o no ser
deseados.
Decepción/desilusión
Por lo tanto, una vez ajustados los filtros, las experiencias que forman la base de la
decepción/insatisfacción empiezan a amontonarse, a veces rápida, a veces lentamente.
Pueden ser pequeñas heridas inflingidas, como cuando nos tiran granitos de arena. A
veces puede ser una experiencia profunda que viola una equivalencia conductual
compleja esencial, como la infidelidad o la violencia. Esta fase se caracteriza a menudo
por un efecto de vaivén que es experimentado frecuentemente como confusión. La señal
más significativa de que las parejas están aún en la fase de decepción/desilusión y no
sobrepasaron el umbral, es que todavía pueden recordar el pasado como una experiencia
maravillosa, y generalmente anhelan que “todas las cosas sean como eran antes”. Aunque
casi todas sus actuales experiencias sean negativas e insatisfactorias, estos recuerdos
sirven de ricas fuentes de anhelos y posibilidades. Cuando usted encuentra a las parejas
en este punto, la tarea de reorientar su foco de atención y reajustar de ese modo sus filtros
no es demasiado ardua. A fin de que esta tarea sea coronada por el éxito, se necesitan dos
cosas. Primero que el paciente se motive para volver a experimentar las alegrías y
satisfacciones del pasado. Segundo, que el paciente se comprometa firmemente a asumir
en el futuro la responsabilidad de generar en su compañero las conductas que él mismo
desea. Dirigir y encauzar a las parejas para que vuelvan a experimentar las alegrías y
satisfacciones pasadas, no sólo las ayudará a motivarse, sino también a recuperar la
confianza (que en otro tiempo daban por sentada automáticamente) en que es posible y
deseable recibir del otro lo que desean y necesitan. Hacer hincapié en las futuras
consecuencias negativas y traumáticas de la separación o el divorcio contribuirá también
a intensificar la motivación y el compromiso. Si usted se asegura de que el paciente tenga
a su disposición un amplio repertorio de métodos para generar en el otro las respuestas
deseadas, posibilitará que el paciente asuma la responsabilidad de crear la experiencia
que desea. La nueva respuesta de motivación y compromiso destinada a perseguir
activamente las respuestas deseadas contribuirá a que la pareja advierta nuevamente las
conductas altamente valoradas que están presentes, lo cual la conducirá de nuevo a la
fase de apreciación.
Esta es, sin duda, una experiencia triste y descorazonadora, pero también es terrible para
el compañero que no ha sobrepasado el umbral. No se equivocan al pensar que nada de lo
que hagan podrá cambiar las cosas. Todo lo percibido por cada uno de ellos como un
ejemplo que de alguna manera verifica la creencia de que el otro es realmente una
criatura monstruosa, o de que la relación no tiene remedio. Muchas veces esta
experiencia ocurre inesperadamente. La persona acumula pequeñas experiencias y sólo
responde cuando alcanza un umbral. Sucede como con la paja que terminó por quebrar el
lomo del camello: la persona se enfurece por un incidente en apariencia insignificante.
Esto sólo sirve para confundir aún más al compañero. Asimismo, si uno de los miembros
de la pareja ha sobrepasado el umbral y el otro no, el primero puede sabotear, aunque sea
sin proponérselo, los esfuerzos del terapeuta por lograr la conciliación. Por eso es tan
importante que usted concentre sus esfuerzos en llevarlos de vuelta al otro lado del
umbral, antes de proceder a intervenir en la relación de la pareja (véase neutralización del
umbral, pág. 173).
Una vez que se ha alcanzado el punto de umbral y se instala una creencia diametralmente
opuesta al mantenimiento de la relación, llega la fase de la verificación, y la actual
experiencia es vista a través de este nuevo filtro perceptual. Las conductas se
experimentan como el cumplimiento de equivalencias conductuales complejas negativas
altamente valoradas: el compañero es obviamente estúpido, deshonesto, feo, etcétera.
Aunque no se llegue tan lejos, los filtros existentes verifican, a través de repetidas
detecciones, la inutilidad de continuar la relación. Es interesante comprobar que las
personas suelen seguir juntas durante toda su vida sin recurrir a la terapia, aunque hayan
sobrepasado el umbral. Una vez hice terapia familiar con un matrimonio cuyos problemas
giraban en torno a lo que debían hacer con sus padres, ancianos y enfermos, que se
despreciaban y se pasaban la vida gritando y discutiendo violentamente. Pocas veces
escuché insultos tan venenosos como los que se prodigaban esos dos ancianos.
Hay muchas maneras de recoger esta información. Frecuentemente les propongo a mis
pacientes que jueguen a algún juego de naipes. Cada miembro de la pareja recibe ocho
naipes, cuatro rojos y cuatro negros, y de acuerdo con mis instrucciones, cada uno tiene
que darle un naipe rojo a su compañero cada vez que se siente herido, ofendido o
incomprendido por alguna conducta (independientemente de que su compañero esté
hablando conmigo, se dirija a él, o incluso no diga nada), y un naipe negro cada vez que
se siente cuidado, alabado, comprendido, etc., por algo que hace su compañero. Los
naipes proporcionan una innegable fuente de realimentación para las respuestas que
generan uno del otro. Habitualmente los interrumpo cuando juegan cada carta para
averiguar, específicamente, qué habían experimentado como ofensivo o como una
muestra de cariño, tanto para su conocimiento como para el mío. Este juego es una
metáfora conductual de la premisa de que el significado de una comunicación es la
respuesta generada. Es un paso positivo consistente en inducir a cada uno a considerar
las posibles respuestas que sus comunicaciones podrían generar en el otro y viceversa. Si
trabajo con una pareja, pero veo a cada uno por separado, puedo utilizar la siguiente
técnica. Primeramente los dirijo para que piensen en algún lugar donde les gustaría pasar
un fin de semana agradable. Una vez que han identificado el lugar, les pido que piensen
en tres personas con quienes pasan el tiempo regularmente, una de las cuales es el otro
miembro de la pareja. Entonces los dirijo para que consideren – uno a la vez – la
posibilidad de ir a ese lugar con cada una de esas tres personas. (Mientras se imaginan
esto, yo tengo la oportunidad de calibrar sus respuestas, atendiendo a los indicios de que
una experiencia proyectada sea mejor o peor que otra.) Después pido a cada uno que
considere la posibilidad de ir a ese lugar solo y luego con alguna persona que no sea
ninguna de las tres anteriores. De este modo, puedo reunir información concerniente a
relaciones significativas con personas ajenas. A continuación los oriento para que cada
uno revea sus imaginadas experiencias de esos fines de semana y las clasifique desde las
más hasta las menos atrayentes. Si su compañero no figura en lo alto de la lista, puedo
saber quién es el que ocupa ese lugar preferencial y averiguar qué cualidades lo
convierten en la persona con quien prefiere pasar los fines de semana. Ésta es una
información muy valiosa para determinar qué conductas le convendría adoptar al otro si
quiere ascender hasta ocupar el primer lugar en la lista. Si bien éstos son dos medios
posibles de obtener información, el terapeuta debe asegurar que, independientemente de
lo que él haga y siempre que se mantenga atento, sus pacientes desarrollen conductas que
pueden revelarle su lugar dentro del patrón del umbral.
Sea cual fuere su ubicación, el estado deseado se encuentra dentro del dominio de la
apreciación, con viajes regulares a la fase de atracción en busca de tentaciones y algo
picante, y ocasionales estadías en la fase de acostumbramiento en procura de seguridad y
confiabilidad.
La tercera cualidad es tener la agudeza sensorial para advertir esas señales que indicarían
si usted o su compañero se han deslizado fuera de los estados positivos deseados de
atracción, apreciación y acostumbramiento.
Mientras están presentes estas cuatro cualidades, los dos miembros de la pareja podrán
mantener esos maravillosos lazos de amor y apreciación disfrutando del bienestar, la
seguridad y la riqueza que caracterizan a una relación madura y plena. Estas cualidades
establecen y ayudan a cimentar una sólida base que permitirá a la pareja vencer, con
intensidad y pasión, todos los obstáculos que se le presenten en la vida.