Sunteți pe pagina 1din 5

R E S O N AN C I A E N E S T R U C T U R AS

La resonancia de una estructura es el aumento en la amplitud del movimiento de


un sistema debido a la aplicación de una fuerza pequeña en fase con el
movimiento, es decir, estamos ante la presencia de un fenómeno mecánico que
se origina cuando la vibración natural de una estructura es sometida a un periodo
de vibración externa a la misma frecuencia de la vibración natural de dicha
estructura de forma repetida, haciendo que la amplitud del sistema oscilante o
movimiento propio de la estructura se haga muy grande.

Este efecto o fenómeno puede ser de magnitud destructiva en hospitales,


escuelas, oficinas de gobierno, casas particulares, puentes, y en cualquier
edificación. Por ejemplo; es la razón por la cual no es permitido el paso de tropas
“marcando el paso” por los puentes, ya que la estructura pudiera entrar en
resonancia y derrumbarse catastróficamente, comprometiendo un accidente con
pérdidas humanas y materiales considerables.

Una persona común y corriente no necesariamente, y sobre todo, muy


difícilmente está facultada para poder realizar pruebas y evaluar las estructuras
que a diario frecuenta, pero sí podemos exigir a las autoridades que nos
representan que se hagan evaluaciones a los edificios y puentes para poder
hacer uso de ellos con la confianza de estar habilitados para lo que fueron
diseñados.

Ambher Ingeniería es una empresa cien por ciento mexicana dedicada a la


Ingeniería de Monitoreo, que ha diseñado la implementación de sistemas con
instrumentos de medición de alta tecnología con ingenieros, de igual forma,
altamente capacitados para realizar estudios de salud estructural monitoreando
el comportamiento de los movimientos oscilatorios de las estructuras generando
información valiosa para la evaluación y habilitación de la misma.

La resonancia bien entendida: el puente de Tacoma Narrows

Me refiero al puente de Tacoma Narrows. Durante décadas, los profesores de


Física lo han utilizado como ejemplo de libro cuando explican el tema de la
resonancia, y los libros de texto suelen incluirlo con profusión de fotografías

Ya desde su nacimiento estaba claro que el puente de Tacoma era algo especial.
Y no precisamente por su diseño o sus dimensiones, sino porque disfrutaba de
una particularidad única: era el único puente del mundo que hacía doblete como
atracción de feria. Los suaves vientos de la zona hacían que el tablero del puente
subiese y bajase cada pocos segundos. Evidentemente, eso no era lo que debía
suceder, pero al público le encantó. Los conductores recorrían decenas de
kilómetros para cruzar por “Gertrudis galopante,” como la bautizaron los obreros
que la construyeron. Eso eran buenas noticias, no sólo para el turismo local, sino
para la cuenta de resultados del puente, que era de peaje.

El motivo de las galopadas de Gertrudis es la resonancia. En la naturaleza


existen muchos sistemas que, alejados de la posición de equilibrio, tienden a
volver a él. Eso le sucede, por ejemplo, a un resorte cuando lo estiramos, o a un
péndulo cuando lo separamos de la horizontal. Eso implica una fuerza que tiende
a restaurar el estado inicial. Cuando esa fuerza es proporcional a la distancia
que el cuerpo se ha alejado del equilibrio, tenemos el llamado movimiento
armónico simple.

La naturaleza, por su parte, suele imponer fuerzas disipativas (viscosidad,


rozamiento, amortiguamiento magnético), así que ni el resorte ni el péndulo van
a estar oscilando eternamente, y la amplitud de las oscilaciones se va reduciendo
con el tiempo. Para compensarlo, podemos efectuar una fuerza externa.

Lo divertido del caso viene cuando la frecuencia de la fuerza externa coincide


con la frecuencia ωo. En ese caso tenemos el fenómeno de la resonancia: la
amplitud puede tomar valores muy grandes, incluso para fuerzas externas
pequeñas. Lo que sucede entonces es que la energía que recibe el sistema, por
así decirlo, es absorbida por este en su forma más eficiente. Las oscilaciones
crecen tanto más cuanto menor sean las fuerzas disipativas; y si éstas son muy
pequeñas, el sistema oscilará de manera brusca.

Eso lo vemos a diario. Las vibraciones de la maquinaria suelen deberse a que


oscilan en una frecuencia resonante. Cuando conectamos el móvil, las ondas
entran en resonancia con un circuito que sirve para aumentar su intensidad.
También un abuelo que ve a su nieto en el columpio lo sabe. Por eso empuja
con una cadencia igual a la frecuencia natural del sistema, y con una intensidad
tal que el columpio no oscile más de lo debido.

Y eso es lo que sucedió en el puente de Tacoma Narrows. En ese caso, el papel


de abuelo lo hacía el viento, que soplaba transversalmente. El puente estaba
formado por un tablero horizontal y dos paneles verticales a los lados ,de forma
que si le diésemos un corte transversal tendríamos una figura en forma de H,
con el trazo horizontal mucho más largo que los verticales. El viento viene
horizontalmente, digamos de izquierda a derecha. Cuando topa con el panel
izquierdo, se desdobla en dos flujos de aire, que recorren el puente. Pero como
el puente carecía de línea aerodinámicas, el aire formaba remolinos en la parte
superior, y también en la inferior, estos remolinos son llamados también vórtices.

Cada vez que un vórtice abandona el puente por la parte superior, crea una
fuerza de arriba abajo; cuando lo hace por la parte inferior, la fuerza tiene sentido
opuesto. Si coincide con una de las frecuencias naturales del puente, tendremos
resonancia.

Una simulación realizada posteriormente en túneles de viento mostró que para


velocidades del viento bajas hay al menos tres frecuencias de resonancia entre
0,13 y 0,3 Hz.

A pesar del regocijo de los conductores, las autoridades no estaban contentas


con el comportamiento tan poco serio de su puente, y encargaron al profesor
Frederick Farquharson, de la Universidad de Washington, que les recomendase
alguna solución. Hubiera sido tan sencillo como perforar agujeros en los paneles
laterales, o cubrirlos con paneles adicionales que le diesen al puente una forma
más aerodinámica.

Pero antes de que Farquharson pudiese seguir sus investigaciones, llegó el día
del desastre. El 7 de noviembre de 1940, cuatro meses después de su
inauguración, los vientos en la zona eran más fuertes que lo habitual, unos 65
km/h. Hacia las diez de la mañana, el puente se vio sacudido por fuertes
movimientos de torsión. El tablero central no se limitaba a subir y bajar
suavemente, sino que se retorcía de una forma que solamente podemos calificar
como salvaje.

Aunque la resonancia originada por los vórtices de Karman explican los


movimientos verticales del puente, no sirven para entender por qué el puente
cayó destrozado en la mañana del 7 de noviembre. Para una velocidad del viento
como la de aquella mañana, la frecuencia de Strouhal era 1 Hz; sin embargo, el
puente se retorcía con una frecuencia de 0,2 Hz. Además, la amplitud de las
oscilaciones era tremenda.

Los resultados del estudio realizado para esclarecer las causas muestran que sí
hay un efecto de torsión a 0,2 Hz, tanto más violento cuanto mayor fuese la
velocidad del viento. Experimentalmente, pues, el túnel de viento muestra que el
puente debió romperse, y eso es exactamente lo que hizo. Pero no se trató de
un fenómeno de resonancia.

El concepto se llama autoexcitación aerodinámica, para entenderlo, volvamos al


puente. Recordarán cómo los vórtices o remolinos se iban generando tanto
encima como debajo del puente, generando en éste un movimiento vertical. Lo
importante ahora es que también provocaban un movimiento rotacional, esto es,
una torsión.

Digamos que la torsión es en el sentido de las agujas del reloj. Ahora el trazo
vertical izquierdo de la H está más elevado que el de la derecha. La
consecuencia es que el viento, que viene del lado de la izquierda, genera en la
parte superior un remolino más grande que en la parte inferior.

Fuente: Billah y Scanlan, 1991


Si la velocidad del viento es pequeña, el remolino irá recorriendo el puente
durante más de un período de torsión. Es decir, mientras el remolino se
encuentra a medio camino, la torsión del puente habrá cambiado de sentido y
ahora se formará un remolino en la parte inferior. El efecto de ambos remolinos
se anula. Es algo así como el abuelo que empuja el columpio en todo momento,
tanto a la ida como cuando a la vuelta.

Pero si el viento sopla con fuerza, el remolino recorrerá el puente con rapidez y
saldrá por el lado de la derecha antes de que el tablero del puente haya vuelto a
la horizontal. Cuando la torsión sea la opuesta, será la parte inferior la que
genere un remolino. Ahora el abuelo está empujando el columpio desde atrás,
corre hacia delante y vuelve a empujar en sentido opuesto. En ambos casos, los
efectos se refuerzan. Y lo hacen de modo espectacular.

Eso es lo que pasó en el puente de Tacoma Narrows. Cada vez que se inclinaba
lateralmente, se generaban remolinos, los cuales ejercían un momento de
torsión que retorcía el puente cada vez más. A cada oscilación, la torsión crecía,
lo que incrementaba el tamaño de los remolinos, que a su vez aumentaba la
torsión, y así sucesivamente. El efecto es un “bombeo” de energía del viento al
puente. En apenas una hora, la energía cinética acumulada partió el puente y lo
hizo añicos.

Lo descrito se asemeja a la resonancia, pero no lo es. Las causas son diferentes,


y también el tratamiento matemático. La condición de la resonancia es la
existencia de una fuerza externa periódica, con una frecuencia igual a la
frecuencia del movimiento resultante. En el caso de la autoexcitación, la
frecuencia del movimiento es la frecuencia natural del sistema, no depende de
lo que le hagamos desde fuera. La propia fuerza responsable del movimiento
depende de la velocidad, igual que las fuerzas disipativas, pero en este caso
actúa con signo opuesto, como una fuerza “antidisipativa” que introduce energía
al sistema en vez de extraerlo. En cierto modo, el puente se empuja a sí mismo.

Podemos concluir diciendo que, en su etapa inicial, el puente de Tacoma


Narrows oscilaba verticalmente, en un fenómeno de resonancia debido al efecto
de los vórtices de Karman. En ese sentido, el ejemplo es válido. Pero los sucesos
de la última hora, que acabaron en la destrucción del puente, se deben a un
fenómeno de autoexcitación aerodinámico, muy complejo y sobre el que todavía
se debaten los detalles.

En 2000, el Millennium Bridge, un puente peatonal de Londres, tuvo que ser


cerrado a los dos días de su inauguración. El motivo recibe un nombre técnico
bastante pretencioso, pero viene a ser tres cuartos de lo mismo. En ese caso, la
excitación del puente provenía de las propias personas que lo cruzaban. Por lo
visto, la frecuencia de los pasos entraba en resonancia con el puente, la gente
acompasaba el paso con el movimiento del puente y éste se movía todavía más.
Total, que hubo que cerrarlo durante dos años. Tras una remodelación que costó
varios millones de euros, se consiguió arreglar el problema. Ahora no se
bambolea.

S-ar putea să vă placă și