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EL SER HUMANO Y LA DIMENSIÓN ÉTICA

2.1 Fundamentación de la moralidad:

El hombre se origina en el reino animal, siendo el único capaz de tener integridad


moral, vemos que el único animal moral es en hombre, sin duda es asi ya que
no hay vida moral sin vida racional.
El hombre siempre tiene el deseo de ser más, de saber más, de vivir mejor, es
limitado, por esto el hombre se considera un ser abierto, con nuevos
descubrimientos ve más haya de nuevos horizontes. Este permanente vivir
creando nuevas posibilidades no sólo afecta las relaciones del hombre con la
naturaleza sino que afecta también y con la misma fuerza la conciencia de su
propia vida el ideal puede aparecer como un ser superior, trascendente a nuestro
propio ser, tanto real como posible. Es el caso de la divinidad en cualquier
religión.
2.2 La vida humana total, el bien moral por excelencia:

Venimos hablando de una realidad trascendente que constituye el ideal de


perfección para nosotros. Este ideal es el que nos permite establecer el valor
moral de nuestros actos por Ejemplo el hombre cuando le pide a Dios a un ser
supremo y no sale las cosas a su favor o como lo hemos pedido el hombre cree
que ha obrado mal piensa que no alcanza la perfección para complacer a Dios,
Toda la vida moral está definida por el ideal o bien moral que la oriente. Esto
explica, como ya hemos visto, la existencia de diferentes éticas La máxima
aspiración del ser humano, en cualquier época, cultura y religión, consiste en
vivir. La vida es aquello que todos defendemos por encima de cualquier cosa. El
hombre no puede vivir encerrado como un animal, la vida consiste en trascender
más allá de los límites del ser humano, con el bienestar material y salud física.

2.3 La vida de la persona en su pluridimensionalidad:

Cada uno de nosotros percibimos esa potencialidad como un núcleo de


conciencia profunda que se auto posesiona y responsabiliza de todos nuestros
actos Yo soy incapaz de percibir mi persona como un objeto bien definido. Sin
embargo, percibe con toda precisión distintos actos de mi vida. Y estos actos se
organizan en campos de actividad, como el trabajo, el descanso, la nutrición, la
diversión, etc. Nosotros determinamos si las aprobamos o las rechazamos, esto
determina la plenitud de vida que queremos tener ya sea en lo personal, tanto
colectiva como individual.

2.3.1 Interioridad:

Mientras el hombre viva perdido entre las cosas, totalmente distraído, alienado,
sin vida interior, su existencia será inauténtica, el hombre para ser autentico tiene
que marcar su propio camino marcar la diferencia de los demás de esta manera
podrá la autenticidad, se la logra por medio de la meditación iniciando estando
bien con uno mismo, el hombre en si mide la personalidad de las personas
jugando sus objetos materiales, títulos o posiciones, pero para que le hombre de
verdad alcance de una vida autentica tiene que despojarse de los bienes
materiales así obteniendo una verdadera riqueza, Los hombres y los pueblos son
libres cuando se han identificado con una vocación intransferible que les hace
fuertes en su opción de ser sujeto, y no objetos, de su propia historia. Y esta
lucha por la libertad se proclama y se defiende en las plazas.

2.3.2 Encarnación:

El hombre biológicamente hablando es un animal. Gracias a sus órganos de


desarrollo, de reproducción, de movilidad, de comunicación, etc., y a sus
instintos, es capaz de mantener una vida autónoma frente al medio natural.
Pero también, debido a la corporeidad, dedica buena parte de su existencia a
satisfacer necesidades fisiológicas: comer, dormir, descansar, trabajar, asearse,
cuidar la familia, etc.
Dos deformaciones que trasforman el equilibrio humano La primera consiste en
menospreciar nuestro cuerpo, con todas sus tendencias y manifestaciones,
como la parte degradante del compuesto humano. Según ella, lo que
definitivamente tienen valor en el hombre en su alma, su espíritu, a cuyo cuidado
debe dirigir todos sus esfuerzos. La segunda deformación consiste en despreciar
todo lo que tradicionalmente ha sido vinculado al alma, al espíritu, a la vida
interior. En este caso, se reduce la existencia humana de la animalidad,
desconociendo o negando cualquier asomo de una realidad inmaterial
constitutiva de su ser .El hombre alcanza su perfección apoyándose unas veces
en todas las fuerzas y provisiones que le brinda la naturaleza. Y otras veces se
perfecciona enfrentándose a las fuerzas con que la misma naturaleza entorpece
o amenaza el desarrollo de su vida personal.
2.3.3 Comunicación:

La comunicación constituye una dimensión clave de nuestra existencia. Casi


podríamos decir que la totalidad de nuestras actividades o son comunicación
directa o se asientan sobre algún hecho de comunicación. Cada persona se
encuentra rodeada de un mundo de personas, en el que puede sentirse acogida
o rechazada. Desde los tiempos más remotos los hombres vivían enfrentados
unos a otros, ya sea individualmente, por grupos o por pueblos. La comunión
sólo se alcanza cuando se han adoptado una serie de actitudes que ponen a una
persona al servicio de otras. Es necesario comenzar por salir de uno mismo y
abrirse al otro. Luego se debe comprender al otro. Una vez comprendido se le
debe aceptar responsablemente, con todos sus valores y sus necesidades. La
comunicación como potencialidad del hombre se desarrolla en el amor. El
sentimiento de que todos somos iguales y de que todos somos hermanos
constituye una de las mayores conquistas de la humanidad.
2.3.4 Afrontamiento:

Tanto la naturaleza como la misma sociedad ofrecen mil obstáculos a su


desarrollo; hasta tal punto que con frecuencia nos sentimos enfrentados a un
mundo hostil. Sólo el hombre que da la cara, que no vuelve la espalda a los
acontecimientos, alcanza la singularidad de su vida personal.
Es el mismo esfuerzo por superar las dificultades lo que hace de cada persona
un ser singular, original frente a los demás.
Para alcanzar las metas que se propone necesita expresarse, responder a las
provocaciones del medio. Unas veces sus respuestas son afirmativas: consisten
en decir sí, en aceptar, en adherir. Otras veces son negativas: consisten en decir
no, en protestar, en rechazar. Una fuerza de afrontamiento se revela como una
pasión indomable propia del hombre libre, por la cual él se levanta y ataca en
cuanto huele la amenaza de servidumbre o degradación. Gracias a esta fuerza
prefiere el hombre defender la dignidad de su vida antes que su vida misma.
Es un privilegio que hay que conquistar con esfuerzos y renuncias. Pero sólo él
asegura libertad de vida plenamente humana cuando ésta se encuentra atacada.
Si vivimos oprimidos, económica, política, culturalmente o de cualquier otra
forma, es porque carecemos de la fuerza interior suficiente para afrontar esa
opresión y combatirla.

2.3.5 Libertad:

Durante los últimos siglos la libertad, que es ante todo una cualidad interior del
hombre, se ha materializado en una serie de derechos objetivos de
autodeterminación social. Hoy luchamos por la libertad de expresión, oír las
libertades políticas, por la libertad religiosa, etc.
Al concebir el ser de la libertad podemos caer en dos errores. Podemos imaginar
como algo concreto y palpable en el hombre, que se puede definir y describir con
toda exactitud. O podemos entenderla como una pura cualidad inapreciable, y
por tanto indefinible, que explica la imprevisibilidad de nuestros actos
denominados “libres”. Ambas posturas constituyen extremos inaceptables en la
concepción de la libertad. Pero la libertad, en segundo lugar, tampoco es un
órgano o una facultad que se desarrolla físicamente como cualquier parte del
cuerpo humano. La libertad no crece espontáneamente, sino que se conquista.
No nacemos libres, sino con capacidad de ser libres. Nos hacemos libres a
medida que luchamos constantemente por mantener la autonomía de nuestras
decisiones. Cuanto mayor sea su capacidad crítica o lucidez de juicio, mayor y
más eficaz será su libertad. El hombre libre no es el que rechaza todo vínculo
que lo comprometa. El verdadero hombre libre es aquel que responde, que se
compromete. Sólo así la libertad fortalece la unión, la responsabilidad y la
consagración de las personas.
2.3.6 Trascendencia:

El sujeto humano va adquiriendo año tras año la identidad como persona, con
todas las virtualidades propias del ser personal, en un movimiento de auto
superación orientado por la atracción de realidades que no forman parte de su
ser actual. Lo que permite al hombre no estancarse en un determinado modo de
vida es su capacidad de descubrir realidades superiores, por las que se siente
atraída. Quienes pretenden negar su existencia, por no ser una realidad material
objetiva de fácil experiencia para todos, olvidan que por definición no puede ser
algo material, ya que será inferior al hombre en cualidad de ser. Son estas
manifestaciones de perfección en Dios o fuera de él las que, al ser apetecidas
por el hombre, se convierten para él en valores. El bienestar, la ciencia, la
verdad, el amor, el arte, la comunidad, la vida sobrenatural, la libertad, etc., son
valores trascendentes para el hombre porque se le revelan como llamados hacia
la plenitud del ser personal. El término de la trascendencia será también más
perfecto cuanto mayor sea su acumulación de valores, por eso una religión como
el cristianismo ofrece al hombre la promesa de la máxima realización en su
dimensión de trascendencia; porque le permite consagrar su vida a un Dios que
se revela como la perfección absoluta, como el origen y el fin de toda perfección.

2.3.7 Acción:

La acción entendida en su sentido más amplio y comprensivo como la actividad


integral del hombre o la fecundidad de su ser, es la mejor expresión del desarrollo
personal. La acción plenamente humana debe transformar la naturaleza,
perfeccionar al agente, enriquecer el universo de valores trascendentes,
intensificar la comunicación humana y facilitar la liberación. La acción debe ir
dirigida también a perfeccionar al agente. Este desarrolla mediante la acción su
habilidad, sus virtudes, sus cualidades. Sus resultados se buscan en el hombre
mismo a la luz de su vocación personal, no en la eficacia visible de sus obras.
Otro aspecto de la acción consiste en la explotación de los valores y las ideas la
razón humana está capacitada para descubrir nuevas formas de perfección del
ser en cualquier campo y nuevas leyes en combinación de fuerzas naturales.
Estos descubrimientos se estructuran y definen como ciencia, estética, filosofía
o teología, y abren nuevos horizontes tanto a la acción económica como a la
educativa.

2.4 La felicidad como resultado de una vida plena:

El hombre busca la felicidad. Todos aspiramos a ser felices. Por eso el tema de
la felicidad constituye un tema fundamental en los sistemas éticos. Pero no todos
entienden del mismo modo la felicidad se podrían clasificar en dos grupos los
que cifran la felicidad en bienes sensibles inmediatos y los que la colocan en la
realización total o última del hombre, de alguna forma ligada a la trascendencia.
Los primeros tienden a identificar la felicidad con el placer: felices cuando
disfrutamos de la vida, cuando satisfacemos las necesidades o los apetitos de
cada momento.
A la felicidad se opone la desgracia, el placer, el sufrimiento o el desagrado. Esto
explica que el hombre puede sentirse feliz a pesar de algunos sufrimientos, lo
mismo que puede sentirse desgraciado rodeado de placeres. El placer y el dolor,
repetimos, son estados parciales y pasajeros. La plenitud del hombre consiste
en su máxima perfección. La respuesta concreta a la pregunta por el bien último
nos da la concepción que cada uno tiene sobre la perfección del hombre o, en
último término, sobre su propio ser.
2.5 Hacia una nueva perspectiva ética

2.5.1Replanteamiento de la ética desde la alteridad:

Desde los griegos, pasando por el Imperio Romano, la cristiandad medieval, el


Renacimiento, la modernidad, la Ilustración y el progresismo, hasta el
imperialismo industrial de nuestros días, los pueblos occidentales han formado
una Totalidad cerrada, desconociendo el derecho, la verdad y la bondad de los
demás pueblos: los bárbaros, los subdesarrollados. La Totalidad es considerada
como el ser; lo que no pertenece a ella es nada. Ella posee la revelación del Dios
verdadero, que le confiere el derecho absoluto sobre todos los demás pueblos.
Esta mentalidad autocrática, que había justificado las guerras de conquistas
helénicas y romanas, justifica luego las “guerras santas” de la cristiandad
medieval y más tarde la invasión, conquista y colonización de los “nuevos”
mundos descubiertos en América, África y Asia. Conquistar, someter, matar,
destruir, esclavizar, violar, todo se justifica, todo es “bueno”, porque beneficia a
la Totalidad.
Esto estructura toda una ética: la justicia otorga derechos al poderosos e impone
obligaciones la pobre, la religión perdona los excesos del primero y condena los
pecados del segundo, la propiedad privada es garantía de seguridad para el que
tiene y encadenamiento a la miseria para el que no tiene, la virtud es saludable
gimnasia para el acomodado y heroísmo impracticable para el miserable. Contra
ella se levantó hace muchos siglos una ética de la alteridad, una ética en defensa
de “los otros”, los pobres, los oprimidos.

2.6 Visión cristiana de la ética


2.6.1 ¿Qué añade la moral cristiana?

Lo específico de la moral cristiana no son preceptos y prohibiciones particulares,


sino la fe en Cristo, desde la cual obra el cristianismo. El cristiano cree en Cristo,
confía en él, trata de seguirle y hacer de él la norma viviente de su vida,
dejándose guiar por su Espíritu
Y en ese clima de fe en Cristo y en su Proyecto, el cristiano se decide por una
vida comandada no por el egoísmo sino por el amor, fuente y vértice de toda vida
moral, amor que en el Nuevo Testamento resume toda la Ley y los Profetas, San
Pablo habla de la “fe que obra por la caridad” (Ga. 5,6).
El cristiano sabe, además, que “el pecado del mundo” ha herido también la
sexualidad, la cual, por eso mismo, necesita una salvación que sólo viene de
Cristo; sólo su Espíritu puede sacarlo del egoísmo y hacerlo vivir en el amor.
Si quiere redimirse tiene que morir al “hombre viejo” centrado en sí mismo, y
revestir el “hombre nuevo” abierto al ‘otro y dócil al Espíritu.

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