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2.3.1 Interioridad:
Mientras el hombre viva perdido entre las cosas, totalmente distraído, alienado,
sin vida interior, su existencia será inauténtica, el hombre para ser autentico tiene
que marcar su propio camino marcar la diferencia de los demás de esta manera
podrá la autenticidad, se la logra por medio de la meditación iniciando estando
bien con uno mismo, el hombre en si mide la personalidad de las personas
jugando sus objetos materiales, títulos o posiciones, pero para que le hombre de
verdad alcance de una vida autentica tiene que despojarse de los bienes
materiales así obteniendo una verdadera riqueza, Los hombres y los pueblos son
libres cuando se han identificado con una vocación intransferible que les hace
fuertes en su opción de ser sujeto, y no objetos, de su propia historia. Y esta
lucha por la libertad se proclama y se defiende en las plazas.
2.3.2 Encarnación:
2.3.5 Libertad:
Durante los últimos siglos la libertad, que es ante todo una cualidad interior del
hombre, se ha materializado en una serie de derechos objetivos de
autodeterminación social. Hoy luchamos por la libertad de expresión, oír las
libertades políticas, por la libertad religiosa, etc.
Al concebir el ser de la libertad podemos caer en dos errores. Podemos imaginar
como algo concreto y palpable en el hombre, que se puede definir y describir con
toda exactitud. O podemos entenderla como una pura cualidad inapreciable, y
por tanto indefinible, que explica la imprevisibilidad de nuestros actos
denominados “libres”. Ambas posturas constituyen extremos inaceptables en la
concepción de la libertad. Pero la libertad, en segundo lugar, tampoco es un
órgano o una facultad que se desarrolla físicamente como cualquier parte del
cuerpo humano. La libertad no crece espontáneamente, sino que se conquista.
No nacemos libres, sino con capacidad de ser libres. Nos hacemos libres a
medida que luchamos constantemente por mantener la autonomía de nuestras
decisiones. Cuanto mayor sea su capacidad crítica o lucidez de juicio, mayor y
más eficaz será su libertad. El hombre libre no es el que rechaza todo vínculo
que lo comprometa. El verdadero hombre libre es aquel que responde, que se
compromete. Sólo así la libertad fortalece la unión, la responsabilidad y la
consagración de las personas.
2.3.6 Trascendencia:
El sujeto humano va adquiriendo año tras año la identidad como persona, con
todas las virtualidades propias del ser personal, en un movimiento de auto
superación orientado por la atracción de realidades que no forman parte de su
ser actual. Lo que permite al hombre no estancarse en un determinado modo de
vida es su capacidad de descubrir realidades superiores, por las que se siente
atraída. Quienes pretenden negar su existencia, por no ser una realidad material
objetiva de fácil experiencia para todos, olvidan que por definición no puede ser
algo material, ya que será inferior al hombre en cualidad de ser. Son estas
manifestaciones de perfección en Dios o fuera de él las que, al ser apetecidas
por el hombre, se convierten para él en valores. El bienestar, la ciencia, la
verdad, el amor, el arte, la comunidad, la vida sobrenatural, la libertad, etc., son
valores trascendentes para el hombre porque se le revelan como llamados hacia
la plenitud del ser personal. El término de la trascendencia será también más
perfecto cuanto mayor sea su acumulación de valores, por eso una religión como
el cristianismo ofrece al hombre la promesa de la máxima realización en su
dimensión de trascendencia; porque le permite consagrar su vida a un Dios que
se revela como la perfección absoluta, como el origen y el fin de toda perfección.
2.3.7 Acción:
El hombre busca la felicidad. Todos aspiramos a ser felices. Por eso el tema de
la felicidad constituye un tema fundamental en los sistemas éticos. Pero no todos
entienden del mismo modo la felicidad se podrían clasificar en dos grupos los
que cifran la felicidad en bienes sensibles inmediatos y los que la colocan en la
realización total o última del hombre, de alguna forma ligada a la trascendencia.
Los primeros tienden a identificar la felicidad con el placer: felices cuando
disfrutamos de la vida, cuando satisfacemos las necesidades o los apetitos de
cada momento.
A la felicidad se opone la desgracia, el placer, el sufrimiento o el desagrado. Esto
explica que el hombre puede sentirse feliz a pesar de algunos sufrimientos, lo
mismo que puede sentirse desgraciado rodeado de placeres. El placer y el dolor,
repetimos, son estados parciales y pasajeros. La plenitud del hombre consiste
en su máxima perfección. La respuesta concreta a la pregunta por el bien último
nos da la concepción que cada uno tiene sobre la perfección del hombre o, en
último término, sobre su propio ser.
2.5 Hacia una nueva perspectiva ética