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Daniel Link
UBA/ UNTREF
escritor, fue elegido para el consejo de la American Philosophical Association y para el consejo de los
Archives de Philosophie du Droit et de Sociologie de Paris. En 1945 accede a una banca como
constituyente, lo que le permite introducir importantes enmiendas en el proyecto constitucional. A su
iniciativa se deben los artículos relativos al orden económico y social y a los derechos de los
naturalizados en la Carta Magna brasileña de 1946. Innumerables son sus intervenciones y
publicaciones por esos años, a medida que su fama internacional crece sin pausa. En 1960 la Academia
Brasileña de Letras le otorga un premio a la totalidad de su obra, que comienza a suscitar la atención de
intelectuales europeos de la talla de Roland Barthes. La década del setenta lo encuentra integrando el
Consejo Federal de Cultura a pedido del presidente Emilio Garrastazu Médici. Por esos años, y ante las
fuertes críticas de los intelectuales de izquierda, declara ser “un anarquista constructivo (excluyendo las
bombas y los atentados), à la Bertrand Russel y à la George Sorel”. En abril de 1976 se declara a favor
de un Estado “asistencialista, no patriarcal” y de un “planeamiento flexible, sin tecnocracia ni
centralización”. Su obra se estudia en las principales universidades de Europa y los Estados Unidos
como una contribución decisiva al estudio de las razas y la “tropicología”, especialidad que contribuyó a
consolidar. Su obra abarca prácticamente treinta libros, entre los cuales se cuentan los fundamentales
Casa grande e senzala de 1933 (con traducciones al inglés, francés, alemán, castellano, alemán e
italiano), Nordeste (1937, traducido al castellano, francés e italiano), Interpretación de Brasil (1945),
Aventura e rotina (1953) y Prefácios desgarrados (1978). Nordeste aparece en Buenos Aires en 1943.
De Interpretación de Brasil hay edición mexicana de 1945 y en la misma década Freyre publica dos
opúsculos porteños, “Euclides da Cunha” en 1941 y “Una cultura amenazada” en 1943. Victoria Ocampo
publica como adelanto en el número 105 de Sur el prefacio de Casa grande, cuya traducción argentina
es de ese mismo año y que tendrá enorme influencia, por ejemplo, en la obra de Murena. La Nación
publicó en la década del 40 una serie de artículos escritos especialmente por Freyre para el diario de los
Mitre: “Interamericanismo” (8 de febrero de 1942); “Americanismo e hispanismo” (12 de abril de 1942);
“Un nuevo humanismo en el Brasil: el científico” (10 de mayo de 1942); “Un paladín del moderno
humanismo brasileño: Euclides da Cunha” (12 de julio de 1942); “Prudencia portuguesa” (6 de setiembre
de 1942); “Aspecto religioso de la formación del Brasil” (27 de setiembre de 1942) y una serie de reseñas
sobre libros brasileños de actualidad, todo lo que no hace sino dar cuenta de una fluidez en las
relaciones culturales entre Argentina y Brasil que hoy –en tiempos de Mercosur y de globalización
neoliberal– parecen sólo una quimera o una demostración de la paradoja que ha hecho de América
Latina una idea al uso de los canales de cable con sede en Miami y de la circulación de ideas un mero
efecto de la fragmentación de los mercados.
3 El hibridismo cultural de Freyre es heredero del concepto de transculturación de Fernando Ortiz, a quien
el pernambucano había citado ya en los años 30 y se traduce en un principio de “bicontinentalidad que
corresponde en población tan vaga e incierta a la bisexualidad en el individuo”. A través de la
proliferación diseminada de lo híbrido, critica, en el fondo, el concepto todavía iluminista de
transculturación, que reduce lo cultural a lo letrado y éste a lo urbano-colonial.
1970 en Buenos Aires en el sello Tiempo contemporáneo, que traducía regularmente los
números de la revista Comunicaciones.
Pero la historia de la implantación de Barthes en Argentina no es sólo escolar, sino,
sobre todo, intelectual. El nieto de Mabel, Miguel Rosetti, ha recuperado el mito de que
fue el letrista de tango Homero Expósito quien trajo Le degré zero y se lo pasó en su
momento a los lectores de la casa editorial Jorge Álvarez, Piri Lugones y Rodolfo Walsh,
la nieta de Leopoldo Lugones y el padre del non fiction argentino, por entonces unidos
sentimentalmente. “No es arduo conjeturar”, señala borgeanamente Rosetti, “que esa
lectura refuerza y termina de modelar la resistencia de Walsh a la forma novela, que el
grado cero utópico que sostiene el crítico se convierta en la práctica de Walsh en la
confirmación del aplanamiento de la ficción, de la escritura bajo las formas testimoniales.
La aclimatación del dilema barthesaino al panorama argentino de comienzos de la década
del setenta forma literatura nacional”.
La obra de Oscar Masotta Masotta (1930-Barcelona, 1979): Happening. Editorial
Jorge Álvarez, Buenos Aires 1967; Conciencia y estructura. Editorial Jorge Álvarez,
Buenos Aires 1969; la revista Literal (1973-1977) y la revista Lenguajes (abril 1974-mayo
1980) fueron algunos de los hitos que marcaron la formación de quienes, con el retorno
de la democracia a finales de la década del ochenta, ocuparían posiciones de decisión en
las políticas culturales de la transición democrática 4.
Como es evidente y explícito que Mitologías (1957) sostiene el proyecto de
Escenas de la vida posmoderna (1994) de Beatriz Sarlo5, uno podría leer los efectos de
Barthes en la crítica cultural argentina, tanto como en la resistencia a la ficción, en la
pedagogía del discurso y del texto. A partir de 1985, con la creación del Ciclo Básico
Común de la Universidad de Buenos Aires y la fundación de la cátedra de Semiología,
Elvira Arnoux haría de Roland Barthes la entrada privilegiada a los regímenes
universitarios de lectura.
No es fácil explicar un impacto semejante, que tiene un costado epistemológico (la
semiología y su obsesión por el método formal) y un costado político (la semiología y su
resistencia a los discursos hegemónicos del capitalismo). Tampoco es fácil decidir cuál es
el Barthes que los argentinos usamos, qué Barthes nos convino en cada momento
histórico y cuál es el Barthes que legamos a ustedes, los más jóvenes. ¿Por dónde entrar
en la obra de Barthes? El cuadro de fases que él mismo incluye en Roland Barthes por
Roland Barthes nos habla de diferentes posiciones.
Entro, pues, a la obra de las mil y una puertas por las entradas del “detalle
insignificante” (que obsesionó al extraordinario narratólogo que fue Barthes) y del
fragmento. El propio Barthes llama a una lectura tal, en la que él siempre se sintio muy
cómodo (“estos fragmentos estarán en estado de ruptura más o menos acentuada unos
con respecto a otros”6), pero también sus mejores lectores.
Jean-Claude Milner ha leído a Barthes en El periplo estructural. Figuras y
paradigmas y en El paso filosófico de Roland Barthes. El primero es un libro más general
donde plantea la relación entre ciencia y cultura (bajo las máscaras de "programa de
investigaciones" y doxa). El segundo es una postulación (filosófica) sobre "el periplo de un
sujeto aventurado"7. En otro libro, más alejado del texto barthesiano, escribe:
4 La revista Los Libros, dirigida por Héctor Schmucler (que había escrito su tesis bajo la tutela de Barthes),
a fines de los 60, fue de las primeras en difundir las nuevas proposiciones críticas.
5 En 1981, Beatriz Sarlo cierra una colección del CEAL con El mundo de Roland Barthes y antes, como
Silvia Niccolini, había incluido "Introducción al análisis estructural de los relatos" (1966) en El análisis
estructural (1977). El imperio de los sentimientos, investigación de 1982, homenajea a El imperio de los
signos.
6 Barthes, Roland. “Las salidas del texto” (1973) en El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, 1987
7 Milner. El paso filosófico. El paso filosófico de Roland Barthes. Buenos Aires, Amorrortu, 2004, pág. 12
rerum natura y El Capital estén inacabados, es obra del azar y, por esta razón, es tributario
de una necesidad sistemática. Su incompletud autoriza a que también se los trate de
manera parcial. A las obras no totalizantes les convienen lecturas no totalizantes.8
Sin el señuelo, sin el adjetivo, nada pasaría. Por cierto, un adjetivo encierra siempre (al
otro, a mí), ésa es incluso la definición del adjetivo: predicar es afirmar; por ende,
encerrar13. Pero suprimir los adjetivos de la lengua es esterilizarla hasta la destrucción, es
fúnebre (...). No desinfectar la lengua, más bien saborearla, frotarla suavemente o aún
rastrillarla, pero no "purificarla". Podemos preferir el señuelo al duelo, o al menos podemos
reconocer que hay un tiempo del señuelo, un tiempo del adjetivo. Quizás lo Neutro sea
eso: aceptar el predicado como un simple momento: un tiempo. (112)
Bifronte
Vuelvo a Barthes como se vuelve al primer amor, después de haber pasado por otras
historias turbulentas, por pasiones secretas o públicas pero que en todo caso no
alcanzaron a borrar la esperanza y la desesperación primera de mis lecturas de infancia.
Releo los libros de Barthes y, como cuando uno percibe por primera vez un detalle en la
persona amada, me pregunto: ¿cómo estuve tan ciego, cómo no me di cuenta antes? 16
¿Por qué tarde tanto en darme cuenta, como el Sr. Swan, de que había malgastado mis
mejores años amando a alguien que ni siquiera era mi tipo? ¿O cómo no me di cuenta de
que mi amor por Deleuze no era sino apenas la sombra del amor barthesiano?
Deleuze cita mucho más a Barthes que Barthes a Deleuze, en contra de lo que
podría suponerse17. En la nota 6 a “Micropolítica y segmetaridad” de Mil Mesetas, Deleuze
y Guattari se refieren a los “ejercicios de paisaje” o “composiciones de lugar” de Ignacio
de Loyola en términos de Barthes, al que citan: “imágenes esqueléticas subordinadas a
un lenguaje, pero también de esquemas activos que hay que completar” 18. De manera
todavía más decisiva, en “Devenir intenso, devenir animal, devenir imperceptible” 19, para
fundamentar que el bloque sonoro es el intermezzo, cuerpo sin órganos, antimemoria, que
pasa a través de la organización musical y, con mayor motivo, sonora, se convoca a
Barthes20.
El texto de Barthes, el más complejo de los que dedica a Schumann, parte de la
constatación de que al escucharlo, “no oigo ninguna nota, ningún tema, ningún diseño,
ninguna gramática”, “oigo lo que late en el cuerpo, lo que late contra el cuerpo, o mejor:
desde el exterior y desde arriba, de manera que lo que se nos aparece como un exceso de subjetividad
(el japonés, se dice, enuncia impresiones, no constataciones) es más bien una manera de disolución, de
hemorragia del sujeto en un lenguaje parcelado, atomizado, disgregado hasta el vacío”. Barthes, Roland.
El imperio de los signos. Barcelona, Seix Barral, 2007, pág. 12
16 Yves Citton y Philip Watts han postulado en “«gillesdeleuzerolandbarthes»: cours croisés, pensées
paralleles”, Acta fabula, 9: 8 (Paris, Ecole normale supérieure: septiembre de 2008) una indagación
paralela de los cursos de Barthes y Deleuze. He preferido aquí, en cambio, atenerme a los trazos
textuales de esa relación dado que lo que ellos encuentran en todas partes (la misma atención a los
“afectos”, la relación entre escritura y música, la obsesión por lo Neutro e incluso la relación entre el
rizoma deleuziano y el marcottage (rizogénesis) barthesiano bien puede ser un mero efecto de época.
He propuesto lecturas conjuntas de Barthes y Foucault en ¿Qué es un autor? de Michel Foucault
(Apostillas al texto por Daniel Link). Buenos Aires, El cuenco de plata/ Ediciones Literales, 2010.
17 En los cursos preparatorios de Mil Mesetas en Vincennes, Deleuze retoma El placer del texto, para
impugnar la diferenciación entre placer y goce (que considera trascendente porque ata el deseo a la
falta: deseo-falta, deseo-placer, deseo-goce) y para proponer, en cambio, un diagrama de flujos, “un
campo de pura inmanencia del deseo”. Deleuze, Gilles. “Sobre la produccion de enunciados y la
concepción del deseo. El cogito (lección del 26 de marzo de 1973) en Derrames. Entre el capitalismo y la
esquizofrenia. Buenos Aires, Cactus, 2010, pág. 185 y siguientes.
18 Deleuze, Gilles y Guattari, Felix. Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia, Pre-textos, 2002.
Trad. José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta, pág. 195
19 Mil mesetas, op.cit., pág. 297
20 Barthes, Roland. "Rasch", en Langue, discours, société, ed. du Seuil, págs. 217-22 [Nota de Mil
Mesetas]: “El cuerpo schumanniano no aguanta. (...) El intermezzo es consustancial a toda la obra. (...)
En última instancia, sólo hay intermezzi (...) El cuerpo schumanniano sólo conoce bifurcaciones: no se
construye, diverge, constantemente, a medida que acumula intermedios. (...) El ritmo schumanniano es
agitado, pero también está codificado; y precisamente porque la agitación de los movimientos se
mantiene aparentemente en los límites de una lengua sabia normalmente pasa desapercibido. (...)
Supongamos que la tonalidad tiene dos estatutos contradictorios y, sin embargo, concomitantes: por un
lado una pantalla (...), una lengua destinada a articular el cuerpo según una organización conocida (...),
por otro, contradictoriamente, la tonalidad deviene la servidora hábil de los movimientos que a otro nivel
pretende domesticar”.
oigo el cuerpo que late”21.
Habría una contradicción entre la pulsación pura del cuerpo y el diagrama o los
esquemas “que hay que completar”. Es como si Barthes oscilara entre dos variantes de
agenciamientos entre arte (o pensamiento) y cuerpo, a partir de dos concepciones de lo
viviente, expuestas en “Las salidas del texto”: el cuerpo (ontogenético) animal (cuyo ser
se liga a la vida vegetativa, “el ser de la manducación” 22), por un lado, y el “cuerpo
humano”, sometido a la tensión de los paradigmas, los trayectos, los “relatos”, el efecto de
una filogenética, la intrusión de un valor que es, al mismo tiempo, sentido y vectorización.
Es decir, la vida desnuda y la vida cultivada y la superposición de un orden diagramático
al desorden propio del cuerpo: ¿dónde comienza un cuerpo, cuál es su centro?
El razonamiento diagramático obsesionó de distinto modo a Deleuze (que lo
encuentra en todas partes, pero sobre todo en Foucault 23, y lo postula como una máquina
abstracta) y a Roland Barthes, que en su momento de mayor adhesión al estructuralismo
no hizo sino construir razonamientos diagramáticos para explicar el funcionamiento de los
relatos, de las imágenes, de la cultura, de los procesos de significación y de los gestos.
En La imagen tiempo, Deleuze reconoce que “Roland Barthes produjo un excelente
comentario” del texto “Música y gestus” de Bertolt Brecht 24 y cita el fragmento en que
Barthes acerca el gestus brechtiano a su definición de punctum: el centro desplazado de
una imagen o (en este caso) de una representación, un “grafismo excesivo”.
Para Barthes, como para tantos otros (empezando por Duchamp y Mallarmé 25), el
centro del diagrama es lo que falta en su lugar y el diagrama está siempre excesivamente
sobreimpreso al corpus (sea éste el cuerpo humano, un fragmento de discurso, una voz
amada o un trazo de escritura) que tiende, por eso mismo, a huir de ese tatuaje
conceptual, como se huye del predicado (para reencontrarlo al final del camino).
Para Deleuze, en cambio, el diagrama es la catástrofe que permite el borramiento
de todos los clichés (la doxa barthesiana), es “la posibilidad de hecho” y el hecho “es la
forma en relación con una fuerza”. Vuelve “visible la fuerza invisible” 26 y, por eso, “es algo
completamente distinto del código” 27, “es [al menos en una de sus tres posiciones
posibles] como una voz que podríamos llamar «una voz atemperada»” 28.
Más allá de las soluciones (que necesitarían de un desarrollo más pormenorizado
del que puedo aquí suministrar), en uno y otro caso se trata de interrogar los códigos y los
signos, los nombres y los predicados. El pasaje de lo singular al plural (de los signos)
supone, tanto en Barthes como en Deleuze, una dimensión diagramática.
Una de las pocas veces que Barthes cita a Deleuze 29 es en “Proust y los nombres”
(1967), donde fatalmente retoma Proust y los signos, al que considera un “notable libro”:
“La obra de Proust describe un continuo, incesante aprendizaje 30. Este aprendizaje
conoce siempre dos momentos (en amor, en arte, en esnobismo): una ilusión y una
decepción”.
21 Barthes, Roland. “Rasch” en Lo obvio y lo obtuso. Barcelona, Paidós, 1986. Trad. C. Fernández
Medrano, pág. 292.
22 “L'étre de la manducation”, OC, IV: 369
23 Cfr. Deleuze, Gilles. Foucault, El concepto de pintura, Mil mesetas, etc...
24 Se refiere a “Diderot, Brecht, Eisenstein” en Lo obvio y lo obtuso. Barcelona, Paidós, 1986, pág. 93. Cfr.
La imagen tiempo. Barcelona, Paidós, 1987, pág. 255.
25 Cfr. Link, Daniel. “1879” en Suturas, op.cit., pág. 70 y siguientes
26 Deleuze, Gilles. Pintura. El concepto de diagrama [Curso en Vincennes: 1981]. Buenos Aires, Cactus,
2007, págs 76-77
27 Pintura, op.cit., pág. 87
28 Pintura, op.cit., pág. 108
29 Dejo de lado las menciones específicamente “pedagógicas”. El curso Lo neutro. 1977-1978 está plagado
de referencias a “las indagaciones actuales de Deleuze” (pág. 55). Cito, del índice onomástico: “Deleuze,
Gilles: 55, 57, 86, 117, 128, 182, 215, 268”. De La preparación de la novela (México, Siglo XXI, 2005)
rescato la notación (para nada inocente): “Nietzsche (autor deleuzeano)” en pág. 84.
30 Es la tesis de Gilles Deleuze en su notable libro Proust et les signes (Paris, P. U. F.). [Nota de Roland
Barthes]
Barthes interviene en la polémica iniciada por Platón sobre la relación entre los
nombres las esencias de las cosas que está en el nacimiento mismo de la ciencia
lingüística y semiológica y cree percibir que para Proust la relación del significante y el
significado es una relación motivada: hay una propiedad de los nombres que conduce a la
esencia de las cosas. Barthes se pregunta
si es verdaderamente posible ser escritor sin creer de alguna manera en la relación natural
de los nombres y las esencias: la función poética, en el sentido más amplio del término, se
definiría así por una conciencia cratiliana de los signos y el escritor sería el recitante de
ese gran mito secular que quiere que el lenguaje imite a las ideas y que, contrariamente a
las precisiones de la ciencia lingüística, los signos sean motivados. Esta consideración
debería inclinar al crítico, todavía un poco más, a leer la literatura en la perspectiva mítica
que funda su lenguaje, y a descifrar la palabra literaria (que no es para nada la palabra
corriente) no como el diccionario la explicita sino como el escritor la construye31.
Socio-semiótica
El asunto volverá con toda su fuerza en Lección (1978), donde Barthes historiza los dos
modelos de semiología a los que adhirió a lo largo de su vida. La relación imposiblemente
motivada de las palabras con la esencia de las cosas adopta ahora (como en “L'effet de
réel” (1968, OC, III: 25 y siguientes) el nombre de “lo real”:
Lo real no es representable, y es debido a que los hombres quieren sin cesar representarlo
mediante palabras que existe una historia de la literatura. Que lo real no sea representable
—sino solamente demostrable— puede ser dicho de diversas maneras: ya sea que con
Lacan se lo defina como lo imposible, lo que no puede alcanzarse y escapa al discurso, o
bien que, en términos topológicos, se verifique que no se puede hacer coincidir un orden
pluridimensional (lo real) con un orden unidimensional (el lenguaje). Los hombres no se
resignan a esa falta de paralelismo entre lo real y el lenguaje, y es este rechazo,
posiblemente tan viejo como el lenguaje mismo, el que produce, en una agitación
incesante, la literatura. Podría imaginarse una historia de la literatura o, para decirlo mejor,
de las producciones de lenguaje, que fuera la historia de los expedientes verbales, a
menudo muy locos, que los hombres han utilizado para reducir, domeñar, negar o por el
contrario asumir lo que siempre es un delirio, a saber, la inadecuación fundamental del
lenguaje y de lo real (OC, V: 450).
La primera semiología barthesiana (la que los argentinos consumimos en su
momento con el valor de lo recibible, es decir, de la droga) habría sido, según su mirada
retrospectiva, una semiología de “la lengua trabajada por el poder” que habría pretendido
a reunir a Sartre, Brecht y Saussure (el Saussure del Curso, no el de los anagramas):
La semiología (mi semiología al menos) nació de una intolerancia ante esa mescolanza de
mala fe y de buena conciencia que caracteriza a la moralidad general y que al atacarla
Brecht llamó el Gran Uso.(OC, V: 458)
Admitamos, como quiere Roland Barthes, que Mitologías, el libro de prosas breves
que pretendían desmontar (allí mismo donde eran producidos, en la prensa cotidiana) los
dispositivos de naturalización de la cultura (el modo en que se presenta como “natural” la
más salvaje imposición de unidades ideológicas destinadas a perpetuar la dominación
política y social) era ya un libro semiológico (estructuralista) y semioclasta y no un mera
recopilación de intervenciones de crítica antropológica o microsociológica en la línea de
31 Texto escrito en homenaje a R. Jakobson y aparecido en To honour Roman Jakobson, Essays on the
occasion of his seventieth birtbday, Mouton, La Haya, 1967.
Gilberto Freyre.
La microsociología (cuyos objetos son “las relaciones difusas, infinitesimales, no los
grandes conjuntos”32) explica
El filólogo loco
Por eso (por todo ese trabajo en relación con el Signo, su plenitud irrisoria, sus sistemas
de relaciones, sus funciones), leemos en Lección, “alguien que toda su vida se ha
debatido para bien o para mal en esa diablura, el lenguaje, no puede sino fascinarse por
las formas de su vacío, que es todo lo contrario de su hueco” (OC, V: 441), el semiólogo
cartesiano, vuelve, de la mano de Nietzsche (el filólogo loco) y el Saussure de los
anagramas (y ya no el del Curso) al Texto (con mayúscula, hipostasiado) “porque, en ese
concierto de pequeñas dominaciones, el Texto se le apareció como el índice mismo de
despoder” (OC, V: 441).
Se vuelve, pues, al diagrama, pero para decir que su centro está vacío (o, también:
que el centro falta en su lugar, porque es un vacío, a diferencia del hueco, formado) y que
el asunto reviste la gravedad de los asuntos éticos e incluso teológicos en los que el Bien
y el Mal intervienen (aquí, por la vía del diablo, predicador de lenguajes).
El Texto barthesiano (así en Lección como en S/Z) huye infinitamente de la palabra
gregaria, rebrota en un sitio inclasificable, atópico, fuera de todo diagrama, aunque sea el
resultado de un diagrama que, catastróficamente, desbarata el sistema “«de casos
idénticos» del que habla Nietzsche” (OC, V: 441), que no es sino el sistema de la lengua.
El texto, como el Nombre, es una singularidad que resulta, por eso mismo,
imposible de ser universalizada, “levanta débil, transitoriamente, esta armadura de
generalidad, de moralidad” que pesa sobre el discurso colectivo (la doxa)39.
¿A dónde llega Roland Barthes? ¿A dónde habría llegado? El anuncio está hecho
con todas las letras en Lección (mucho más que en “Deliberación” o en “La vita nova”):
Postfilología
Barthes, que odiaba las confrontaciones, no dejó, sin embargo, de embarcarse en varias
querellas. En 1963, cuando ya había abrazado la causa estructuralista desde su cátedra
en la École, Barthes recopiló tres artículos “viejos” (escritos entre 1958 y 1960) bajo el
título Sur Racine, que bien pronto (y hasta hoy, cuando todavía se señalan “les foutaises
de Roland Barthes”, “les fariboles d'un Roland Barthes et de tant d'autres aliborons” 40) le
ganó una inmerecida fama que lo convirtió en blanco de la “crítica tradicional” y, mucho
más gravemente, en un libro ilegible. Es el libro peor leído de Roland Barthes e, incluso: el
menos leído, como si los pareceres de Raymond Picard 41 hubieran dado en el blanco.
Allí Barthes proponía una lectura proto-estructural de las tragedias racinianas (y de
los mitos que incluyen) y abogaba por retirar ese nombre propio (como cualquier otro) de
la “causa confusa” (OC, II: 194) de la crítica tradicional, mezcla indigesta de historiografía,
crítica biográfica, análisis formal y temático.
Su legítimo reclamo fue contestado con una violencia inesperada que Roland
Barthes contestó en Crítica y verdad42(1966), la exposición del “método” aplicado en Sur
Racine43, porque, “¿Cómo encontrar de nuevo la estructura sin el auxilio de un modelo
40 Pommier, René. Le Sur Racine de Roland Barthes, Introduction d’une thèse de doctorat d'État (SEDES,
1988, publié avec le concours du C.N.R.S.). Mimeo.
41 Picard, Raymond. Nouvelle critique ou nouvelle imposture. París, J. J. Pauvert, 1965. En nota al pie en
Crítica y verdad, Roland Barthes realiza el escrutinio de esos pareceres: «“impostura”, “lo aventurado y lo
impertinente” (p. 11), “pedantemente” (p. 39), “extrapolación aberrante” (p. 40), “forma intemperante,
proposiciones inexactas, discutibles o impertinentes” (p. 47), “carácter patológico de ese lenguaje” (p.
50), “absurdidades” (p. 52), “estafas intelectuales” (p. 54), “libro que tendría por qué indignar” (p. 57),
“exceso de inconsistencia satisfecha”, “repertorio de paralogismos” (p. 59), “afirmaciones insensatas” (p.
71), “líneas que inspiran pavor” (p. 73), “doctrina extravagante” (p. 73), “inteligibilidad irrisoria y hueca” (p.
75), “resultados arbitrarios, inconsistentes, absurdos” (p. 92), “absurdidades y extravagancias” (p. 146),
“bobería” (p. 47). Iba a agregar: “laboriosamente inexacto”, “torpezas”, “suficiencia que hace sonreír”,
“jugueteos chinos de forma”, “sutilezas de mandarín delicuescente”, etc.». Cfr. Crítica y verdad. Madrid,
Siglo XXI, 2005, pág. 16. ¿Cómo no iba Roland Barthes a abominar del adjetivo?
42 Madrid, Siglo XXI, 2005
43 En ese sentido, la relación entre ambos libros, Sur Racine y Crítica y verdad es similar a la que podría
metodológico?”44
De inmediato, Roland Barthes se coloca en Crítica y verdad en una tradición
disciplinar respecto de la cual formula sus reparos:
nadie ha discutido ni discutirá jamás que el discurso de la obra tiene un sentido literal del
cual, en caso necesario, nos informa la filología; la cuestión consiste en saber si tenemos
o no el derecho de leer en ese discurso literal otros sentidos que no lo contradigan; a este
problema no responderá el diccionario sino una decisión de conjunto sobre la naturaleza
simbólica del lenguaje45.
La ciencia de la literatura tendrá por objeto determinar no por qué un sentido debe
aceptarse, ni siquiera por qué lo ha sido (esto, repitámoslo incumbe al historiador), sino
por qué es aceptable, en modo alguno en función de las reglas filológicas de la letra, sino
en función de las reglas lingüísticas del símbolo50.
establecerse entre Las palabras y las cosas (1966) y La arqueología del saber (1969) de Foucault,
aunque el alcance de los análisis propuestos no sea el mismo.
44 Crítica y verdad, op.cit., pág. 19
45 Crítica y verdad, op.cit., pág. 14
46 Cfr. Link, Daniel. “Filología” en Suturas, op.cit., pág. 11 y siguientes y Warren, Michelle. “Ar-ar-archive”
(mimeo, 2012), adaptado de una presentación oral para el Coloquio “Surface, Symptom an the State of
Critique” en homenaje al 25º aniversario de la revista Exemplaria (Austin, Texas: 9-12 de febrero de
2012). Disponible en https://www.academia.edu/5139333/Ar-ar-archive.
47 Desde la “edición de textos” hasta la “crítica genética”, pasando por la stemmática, pero sobre todo por
la TextKritik, completamente opacada por la hegemónica “French Theory”, tal y como fue codificada en
los Estados Unidos.
48 Crítica y verdad, op.cit., pág. 47
49 Deleuze lo señala sobre el método foucaultiano, pero también podría aplicarse al método barthesiano:
“En todas partes lo comparado sustituye a lo general característico del siglo XVII: una anatomía
comparada, una filología comparada, una economía comparada, Ahora, en todas partes domina el
Pliegue, según la terminología de Foucault, segundo aspecto del pensamiento operatorio que se encarna
en la formación del siglo XIX. Las fuerzas en el hombre se adaptan o se pliegan a este nueva dimensión
de finitud en profundidad, que deviene entonces la finitud del hombre. El pliegue, dice constantemente
Foucault, constituye un «espesor» y también un «vacío».” (Deleuze. Foucault, op.cit., pág. 164) y “Al
mismo tiempo, en el siglo XVII no existe una biología, sino una historia natural que no forma un sistema
sin organizarse en serie; no existe una economía política, sino un análisis de las riquezas; no existe una
filología o lingüística, sino una gramática general. Los análisis de Foucault van a detallar ese triple
aspecto, y a encontrar en él el terreno adecuado para un desglose de los enunciados. De acuerdo con su
método, Foucault extrae un «terreno arqueológico» del pensamiento clásico, que hace surgir afinidades
inesperadas, pero que también rompe filiaciones demasiado esperadas (...). Lo que define ese terreno, lo
que constituye esa gran familia de enunciados llamados clásicos, funcionalmente, es esa operación de
desarrollo al infinito, de formación de continuos, de despliegue de listas: desplegar, desplegar siempre,
«explicar». ¿Qué es Dios sino la universal explicación, el despliegue supremo? El despliegue aparece
aquí como un concepto fundamental, primer aspecto de un pensamiento operatorio que se encarna en la
formación clásica. De ahí la frecuencia de la palabra «despliegue» de Foucault” (Deleuze. Foucault,
op.cit., pág. 161.
50 Crítica y verdad, op.cit., pág. 60
En la perspectiva de Barthes, que pone en crisis de verdad a la crítica, la filología
es el punto de partida para una indagación que permita proponer sentidos aceptables (en
el sentido de la lingüística formal y no de las preceptivas) para un texto cualquiera porque
“la función de la obra no puede consistir en sellar los labios de aquellos que la leen” 51.
La gramática general del texto (que estará lista recién en 1970: S/Z)
no está bien descrita si todas las frases no pueden explicarse en ella; un sistema de
sentido no cumple su función si todas las palabras no pueden encontrar en él un orden y
un lugar inteligible52.
59 “Por definición anti-estructural, la filología no podía abandonar al hombre, considerado por las corrientes
anti-humanistas que aparecen en la década de 1960 como un artificio que enmascara las realidades
tangibles generadas por estructuras profundas. No podía, tampoco, acomodarse a la célebre declaración
de Foucault en Las palabras y las cosas (1966): "hoy en día no podemos sino pensar el vacío [vide] del
hombre desaparecido" en Duval, Frédéric. “ A quoi sert encore la philologie? Politique et philologie
aujourd’hui”, Laboratoire italien, 7 (París: 2007), págs. 17-40.
60 Alonso, Amado (1940). Poesía y estilo en Pablo Neruda. Buenos Aires, Sudamericana, 1968, pág. 152:
“Las palabras, ademas de ser unidades de sentido, tienen un peso somático, requieren una
representación sensible de ellas mismas, con su propio sonar, y sobre todo, con la obligada actividad
orgánica para producirlas. No hablo aquí de la actividad de la mano al escribirlas, me refiero a la
actividad de nuestro organismo entero al hablarlas, y en especial a la acción de los órganos
articuladores, que, aun en la representación silenciosa de la palabra viva, esquematizan el trabajo
productor. Al pensar una frase, nuestro organismo hace las palabras: la lengua no recorre fisicamente
todos sus caminos, pero ahí está dibujado el trayecto en un embrión de movimiento; los labios apenas se
mueven o no se mueven nada, pero los labios son sensibles al movimiento que se les exige, el soplo no
sale con las crestas y llanos de intensidad que llamamos sílabas acentuadas o inacentuadas, pero el
pecho, la garganta y la boca sienten en sí fisiológicamente esas alternancias. Todo esto es materia;
mínima materia en los versos que el poeta piensa silenciosamente al escribir su poema, mucho menos
materia que en la recitación efectiva”.
61 Barthes, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona, Paidós, 2009, pág. 95
62 “Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas. Sólo se puede salir
de él al precio de lo imposible: por la singularidad mística, según la describió Kierkegaard cuando definió
el sacrificio de Abraham como un acto inaudito, vaciado de toda palabra incluso interior, dirigido contra la
generalidad, la gregariedad, la moralidad del lenguaje; o también por el amén nietzscheano, que es
como una sacudida jubilosa asestada al servilismo de la lengua, a eso que Deleuze llama su manto
reactivo. Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo
así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua.”, OC: V, 453