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Índice de contenidos
1. ¿De qué hablamos?
2. Efectos secundarios gastrointestinales
3. Efectos secundarios hematológicos
4. Otros efectos secundarios al tratamiento
oncológico
5. Complicaciones cutáneas de la quimioterapia Guías clínicas relacionadas
6. Bibliografía
Control de síntomas en cuidados paliativos
7. Más en la red
8. Autores Realizar comentarios o aportaciones
En el tratamiento del enfermo con cáncer pueden surgir efectos tóxicos secundarios a la terapéutica utilizada
bien sea radioterapia o quimioterapia. Dichos efectos pueden implicar a diversos tejidos y órganos pero suelen
producirse con más frecuencia a nivel gastrointestinal y hematopoyético. Uno de los objetivos en el
tratamiento del paciente oncológico es prevenirlos o paliarlos.
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Se define así a la inflamación de la mucosa del tracto gastrointestinal secundaria a la radioterapia y/o
quimioterapia. Es un efecto secundario muy frecuente, hasta un 40% de los pacientes oncológicos (Instituto
Nacional del Cáncer, 2016). Tiene una gran incidencia en pacientes trasplantados de médula ósea (hasta el
75%) y en pacientes con cáncer de cuello y cabeza sometidos a radioterapia (Peterson DE, 2015).
La duración de la mucositis secundaria a la radioterapia (hasta 8 semanas) suele ser más prolongada que la
de la quimioterapia (5-14 días).
Son factores de riesgo para su desarrollo: la existencia previa de cavidad oral mal cuidada, la existencia de
patología dental (caries, patología periapical o enfermedad periodontal) así como la utilización de
determinados quimioterápicos (citarabina, capecitabina, 5-fluorouracilo, etopósido, metotrexato, cisplatino,
tegafur, sunitinib, sorafenib) (Alonso P, 2001).
Se manifiesta principalmente con eritema y/o úlceras de mucosas. Los pacientes inicialmente suelen referir
sequedad bucal y sensación quemante, aunque pueden presentar dolor severo (principalmente pacientes con
grandes úlceras) siendo en estos casos necesario el tratamiento con opioides. Como consecuencia de la
mucositis pueden desarrollar infecciones secundarias (sobre todo en pacientes con recuento absoluto de
neutrófilos menor de 1.000) así como dificultad para la alimentación. Suele autolimitarse en el tiempo,
normalmente no más allá de 14 días.
Tratamiento (Alonso P, 2001; Instituto Nacional del Cáncer, 2016):
Higiene bucal adecuada.
Enjuagues con anestésicos tópicos (lidocaína viscosa, benzocaína, solución de difenhidramina).
Fármacos que recubren las mucosas (enjuagues con soluciones antiácidas).
Vitamina E: 200-400 mg/día.
Analgésicos opioides por vía tópica (morfina 0,2%) y por vía oral y transdérmica (fentanilo) (Lalla RV,
2014).
En paciente con candidiasis oral, enjuagues con nistatina tópica o antifúngicos orales. No utilizar
bicarbonato ni clorhexidina por interaccionar con los antifúngicos.
Prevención
Se han utilizado múltiples fármacos y fórmulas magistrales con resultados no concluyentes en los diversos
estudios clínicos realizados (Worthington H, 2011):
Crioterapia. Existen estudios randomizados y controlados que demuestran su efectividad en la profilaxis
de mucositis en pacientes en tratamiento con 5-fluorouracilo (Lalla RV, 2014; Peterson DE, 2015; Riley
P, 2015). Se instruye al paciente para que treinta minutos antes de la utilización de la quimioterapia
mastique trocitos de hielo.
Sucralfato. Algunos estudios muestran resultados favorables para la prevención de la mucositis
secundaria a la quimioterapia o a la radioterapia (Alonso P, 2001). Se suele utilizar a dosis de 1 g/4
veces al día. La guía clínica de la Sociedad Europea de Oncología (ESMO) no recomienda su utilización
(Peterson DE, 2015).
Palifermin. Se utiliza para la prevención de mucositis en pacientes con cáncer hematológico (Peterson
DE, 2015). También se ha utilizado con buenos resultados en otros tipos de tumores (Vadhan-Raj S,
2010).
Enjuagues con bencidamina. Se recomienda su utilización en pacientes con cáncer de cabeza o cuello
sometidos a radioterapia (Lalla RV, 2014; Peterson DE, 2015).
Terapia con láser de Helio-Neón. Parece reducir la severidad de la mucositis.
Otras sustancias utilizadas en diversos estudios con resultados no concluyentes son: factores
hematopoyéticos estimulantes de colonias (GM-CSF), enjuagues con alopurinol, propantelina,
suplementación con glutamina, vitamina E, sulfato de zinc, amifostina, miel.
Recomendaciones para pacientes
Higiene bucal adecuada: utilización de cepillo suave y realizar enjuagues orales con colutorios (solución
salina 0,9%, bicarbonato sódico, evitar colutorios con alcohol).
Hidratación de los labios (aceite de oliva, cremas labiales). En caso de sangrado, utilizar bastoncillos de
algodón.
Evitar alimentos ácidos, fritos, amargos, picantes, muy salados o muy condimentados.
Evitar verduras crudas, frutas verdes, bebidas gaseosas.
Tomar preferentemente alimentos blandos o triturados.
Si el paciente tiene una ingesta escasa, valorar añadir alimentos con alto contenido en proteínas (queso,
clara de huevo, pollo) grasas (mantequilla, aceite, nata) e hidratos de carbono (miel, zumos).
La suplementación nutricional con glutamina (aminoácido no esencial presente en alimentos lácteos,
carnes, espinacas, guisantes, alubias, soja, miso, frutos secos, plátanos y huevos) parece disminuir la
mucositis secundaria a radioterapia.
Náuseas y vómitos
Las náuseas y vómitos son los efectos adversos más frecuentes del tratamiento oncológico y también los más
temidos por los pacientes. El objetivo de la terapia antiemética es la prevención total de las náuseas y/o
vómitos.
En los últimos años se ha avanzado de forma importante en la prevención y control de la emesis post-
quimioterapia.
En la fase aguda, el 35% de los pacientes presenta náuseas y un 13% vómitos, mientras que en la fase tardía
un 60% presenta náuseas y un 50% vómitos (Grunberg SM, 2004).
La incidencia de náuseas/vómitos post-radioterapia oscila entre el 40-80% (Feyer PC, 2005) dependiendo del
lugar de irradiación (la radioterapia abdominal y cerebral presenta más riesgo emetógeno).
Antagonistas del receptor 5-HT3 (ondansetrón, granisetrón, dolasetrón, tropisetrón, palonosetrón). Se trata
de fármacos muy eficaces en la profilaxis de emesis aguda post-quimioterapia. Sus principales efectos
secundarios son cefalea, estreñimiento y alteración transitoria de transaminasas.
Glucocorticoides. El más estudiado como antiemético es la dexametasona (se utilizan dosis de 4-20 mg
dependiendo de si son fármacos con bajo o alto potencial emetógeno). Se desconoce el mecanismo exacto de
actuación. Potencian la acción antiemética de los antagonistas 5-HT3.
Metoclopramida. De utilizarse se recomienda no usar en adultos dosis de más de 130 mg durante un máximo
de 5 días (Roila F, 2016).
Olanzapina. Fármaco antipsicótico que actúa bloqueando receptores de serotonina (5-HT2) y de dopamina
(D2) y que a dosis de 10 mg ha demostrado ser útil en la prevención y tratamiento de las náuseas y vómitos
secundarios a la quimioterapia.
Cannabinoides (dronabinol, nabilona). Los cannabinoides son un tratamiento adyuvante útil a considerar en
los pacientes con quimioterapia con potencial emético moderado o alto que no responden a otros tratamientos
antieméticos. Su utilidad se ve limitada por los efectos tóxicos que producen sobre todo a nivel del sistema
nervioso central (somnolencia, alucinaciones, depresión, etc.) (Smith L, 2015).
En pacientes que a pesar del tratamiento profiláctico presentan emesis secundaria a la quimioterapia se
recomienda añadir al tratamiento benzodiacepinas y antagonistas dopaminérgicos
(metoclopramida, haloperidol).
La mejor profilaxis en la emesis anticipatoria es un buen control de la emesis aguda, no obstante cuando se
presenta se pueden utilizar benzodiacepinas (alprazolam 0,5-2 mg/día) y técnicas psicológicas de relajación.
La emesis secundaria a la radioterapia se puede prevenir con antagonistas 5-HT3 y/o dexametasona previa a
la irradiación, sobre todo en aquella con alta capacidad emetógena (irradiación corporal total) (Roila F, 2016).
Se trata de una complicación frecuente tanto en pacientes que reciben quimioterapia (principalmente 5-
fluorouracilo, irinotecan, capecitabina, docetaxel, sorafenib, etc.) (Cherny NY, 2008) como en pacientes en
tratamiento con radioterapia abdominal y/o pélvica. La existencia de diarrea puede producir tanto disminución
de la calidad de vida del paciente como complicaciones médicas importantes por depleción de volumen y
alteraciones electrolíticas. Para valorar su gravedad se pueden usar los criterios del Instituto Nacional del
Cáncer (NCI) [Acceso]. Con estos criterios se valora la gravedad de la diarrea en cuatro grados según el
número de deposiciones/día, la presencia de deposiciones nocturnas y la necesidad de soporte parenteral
(Instituto Nacional del Cáncer, 2017).
En la evaluación clínica de un paciente neoplásico con diarrea secundaria al tratamiento debemos realizar una
cuidadosa historia clínica que nos permita determinar su gravedad (número de deposiciones/día, presencia de
moco y/o sangre) y la repercusión en su situación hemodinámica (hipotensión, síntomas ortostáticos) (Instituto
Nacional del Cáncer, 2017).
Es necesario descartar otras causas de diarrea (medicaciones, impactación fecal, infecciones, nutrición
enteral, etc.).
Tratamiento
Los pacientes con diarrea grado 1 y 2 y sin factores de riesgo van a poder ser tratados ambulatoriamente con
medidas farmacológicas y antidiarreicos orales mientras que los de grado 3-4 y/o factores de riesgo van a
precisar tratamiento hospitalario (Benson AB 3rd, 2004).
En pacientes con proctitis secundaria a la radioterapia con sangrado rectal se pueden utilizar enemas
de sucralfato.
Como consecuencia del tratamiento oncológico los pacientes pueden presentar efectos tóxicos por afectación
del tejido hematopoyético: anemia, leucopenia, trombopenia. Suelen presentarse entre la primera y tercera
semana del tratamiento.
La existencia de efectos tóxicos hematológicos va a condicionar tanto la calidad de vida del paciente como la
actitud terapéutica a seguir.
Anemia
La anemia puede ser una de las manifestaciones iniciales del paciente con cáncer (sobre todo en neoplasias
hematológicas), su prevalencia oscila entre el 30-90% (Knight K, 2004). También puede ser un efecto tóxico
secundario al tratamiento oncológico, tanto de la quimioterapia como de la radioterapia.
Se define como una disminución de los niveles de hemoglobina (Hb) y se puede clasificar en: leve (Hb entre
≥10 g/dl), moderada (Hb entre 8-10 g/dl) o grave (Hb <8 g/dl) (NCCN, 2017; Rizzo JD, 2010).
La anemia del paciente oncológico puede ser de origen multifactorial pero las causas más frecuentes son:
pérdidas hemáticas, hemólisis, insuficiencia renal, deficiencias nutricionales y disminución de la producción de
células hematopoyéticas, bien como consecuencia de infiltración medular tumoral o bien por el tratamiento
oncológico (NCCN, 2017).
La EPO es una hormona sintetizada en el hígado (90%) y en el riñón (10%) y cuya principal función es la
estimulación de células progenitoras. En el paciente con cáncer existe una producción de EPO endógena
insuficiente. Su utilización exógena permite disminuir el número de transfusiones (NCCN, 2017) así como sus
posibles complicaciones (incrementa el riesgo tromboembólico de forma significativa). Su utilización en
pacientes con cáncer es un tema controvertido debido a la existencia de estudios que señalan una
disminución de la supervivencia en estos pacientes, sí existe consenso en recomendar su no utilización en
pacientes que no reciben tratamiento quimioterápico (Bohlius J, 2009).
Antes de utilizar EPO es necesario descartar la existencia de otras causas de anemia como la existencia de
sangrado, hemólisis, deficiencias de hierro, ácido fólico o vitamina B12.
EPO alfa: iniciar con una dosis de 150 U/kg 3 veces a la semana durante un mínimo de 4 semanas. Si a
las cuatro semanas de tratamiento no existe respuesta (aumento >1 g/dl en la cifra de hemoglobina) se
incrementa la dosis a 300 U/kg 3 veces a la semana. Otra posibilidad de tratamiento es la utilización de
una dosis semanal de 40.000 unidades.
Darbepoetina: iniciar con una dosis de 2,25 mcg/kg cada semana, si no existe respuesta a las seis
semanas, incrementar hasta 4,5 mcg/kg. Otra posibilidad es administrar 500 mcg cada tres semanas.
La respuesta al tratamiento se mide por el incremento de la hemoglobina. Si ésta se incrementa en más de 1
g/dl en un período de dos semanas se debe reducir la dosis en un 25% de EPO alfa y en un 40% la de
darbepoetina. No existe evidencia clara de los niveles de hemoglobina a alcanzar, aunque se sugiere que
deberían ser inferiores a 12 g/dl. Si después de 6-8 semanas de utilización no hay respuesta se debe
suspender el tratamiento.
Tanto antes del tratamiento con EPO como durante el mismo se debe descartar la existencia de déficit de
hierro. Si existe déficit severo de hierro definido como la existencia de ferritina sérica <30 ng/ml o saturación
<15% es preferible corregirlo mediante la administración de hierro parenteral (NCCN, 2017).
La administración de eritropoyetina no se recomienda en pacientes con anemia y cáncer fuera del período de
administración de la quimioterapia (hasta seis semanas después de la administración). Aunque existen
estudios con datos contradictorios, parece que el uso de eritropoyetina en pacientes con cáncer incrementa la
mortalidad y los efectos tromboembólicos (Tonia T, 2012). Como efectos adversos puede producir
hipertensión, trombosis, cefalea (NCCN, 2017; Rizzo JD, 2010).
Trombopenia
Se entiende por trombopenia la disminución del recuento sanguíneo de plaquetas (<100-150 x 109/l). En el
paciente oncológico puede producirse tanto por infiltración tumoral de la médula ósea como por los
tratamientos quimioterápicos. La trombopenia se observa principalmente en pacientes con neoplasias
hematológicas.
Su principal complicación clínica es la hemorragia que puede llegar a ser mortal, aunque normalmente no se
producen complicaciones hemorrágicas importantes con recuentos superiores a 20 x 10 9/l.
Cuando existe trombopenia y dependiendo de su gravedad puede ser necesaria la transfusión profiláctica de
plaquetas.
Indicaciones de transfusión profiláctica de plaquetas (Schiffer CA, 2001; Nahirniak S, 2015; Kaufman RM,
2015):
Pacientes con leucemia aguda o trasplante de médula ósea:
o Plaquetas <10 x 109/l.
o 10-20 x 109/l si existe sangrado, fiebre, mucositis severa, anormalidades de la coagulación,
hiperleucocitosis.
En pacientes con tumores sólidos se transfunden profilácticamente con cifras <10 x 10 9/l pero en
tumores de vejiga o tumores necróticos puede ser necesario realizarlo con cifras de <20 x 10 9/l.
Si existe urgencia quirúrgica o es necesario realizar procedimientos diagnósticos invasivos se realizará
transfusión profiláctica si la cifra es <50 x 109/l.
Neutropenia
La neutropenia es con frecuencia un efecto tóxico secundario al tratamiento quimioterápico del paciente
oncológico y se define como la disminución del recuento absoluto de neutrófilos (<1.500/mm 3). Se habla de
neutropenia severa cuando el recuento es menor de 500 neutrófilos/mm3.
La principal complicación que se puede producir en el paciente neutropénico es la infección, que puede llegar
a ser mortal hasta un 5% en tumores sólidos y un 11% en neoplasias hematológicas (De Naurois J, 2010). La
gravedad de la infección es inversamente proporcional al recuento de neutrófilos.
Se denomina neutropenia febril a la existencia de temperatura axilar mayor de 38,5 ºC durante más de una
hora y con un recuento absoluto de neutrófilos menor de 500 mm 3 (Crawford J, 2010).
En una revisión Cochrane del 2014 se concluye que su utilización en pacientes con neutropenia febril no
reduce la mortalidad, pero disminuye la estancia media de ingreso así como el tiempo para la recuperación de
la cifra de neutrófilos (Mhaskar R, 2014).
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Alopecia
La pérdida de pelo es uno de los efectos secundarios más frecuentes del tratamiento oncológico. Se estima
que puede suceder en el 65% de los pacientes a tratamiento quimioterápico (Trüeb RM, 2009). Se trata de un
efecto tóxico, normalmente reversible, pero con gran repercusión psicológica. Afecta principalmente a la
cabeza, pero puede aparecer en cualquier parte del cuerpo.
La caída del pelo normalmente se produce en la 1-3 semana después de iniciado el tratamiento y su
recuperación se suele producir entre 3-6 meses después de finalizarlo. Raramente se produce alopecia
permanente. Muchas veces el nuevo pelo es de diferentes características.
El grado de alopecia en cada paciente va a ser variable y puede depender del tipo de quimioterápico utilizado,
de su dosis y de la vía de administración (altas dosis y por vía intravenosa van a producir más incidencia de
alopecia) (Payne AS, 2015).
En la prevención de la alopecia se han utilizado diferentes fármacos, pero ninguno presenta resultados
concluyentes (Trüeb RM, 2009; Shin H, 2015). La utilización de medios físicos que producen vasoconstricción
superficial a nivel del cuero cabelludo parece tener alguna utilidad por disminuir la llegada del fármaco a la
raíz pilosa (Scalp tourniquet, Scalp hypothermia).
Neumonitis post-radioterapia
El pulmón es uno de los órganos más sensibles a la radiación (Graves PR, 2010). Suele producir neumonitis y
fibrosis.
Su incidencia es variable, entre un 5-20% de pacientes con cáncer de pulmón que reciben radioterapia,
dependiendo de la dosis y del volumen de tejido irradiado. La utilización de determinados fármacos
quimioterápicos (gemcitabina, taxanos, doxorubicina...) incrementa el riesgo de lesión pulmonar (Merril WW,
2016).
El daño agudo suele manifestarse entre 2-3 meses después de la radiación y sus síntomas principales son la
disnea y la tos no productiva (Stover D, 2005).
Radiográficamente suele observarse una zona de infiltrado que se corresponde con los campos irradiados.
Pueden existir pacientes sintomáticos en los que no se objetiven lesiones en la radiografía de tórax, siendo
más sensible la TAC para detectarlas.
El pulmón puede sufrir un daño crónico, fibrosis pulmonar, que suele manifestarse a partir de los 6 meses de
la radiación (Graves PR, 2010).
En la actualidad no existen fármacos aprobados para prevenir el daño pulmonar secundario a la radioterapia
aunque existen estudios, con pocos pacientes, en que se han utilizado amifostina y pentoxifilina con buenos
resultados (Graves PR, 2010).
En el tratamiento se suelen utilizar corticoides, con resultados muy variables, a dosis de 1 mg/kg durante dos
semanas. Son de poca utilidad en pacientes con fibrosis pulmonar establecida. Se utilizan otros fármacos
como azatioprina o ciclosporina en pacientes que no presentan respuesta a los corticoides (Merril WW, 2016).
Eritema post-radioterapia
Con frecuencia la piel de la zona irradiada puede presentar dermatitis, que se suele observar 2-3 semanas
después de finalizar la radioterapia. Se manifiesta como un enrojecimiento cutáneo que progresivamente
presenta una pigmentación oscura. El paciente, en ocasiones, refiere quemazón o prurito.
No existen suficientes evidencias para recomendar o rechazar el uso de sustancias tópicas con corticoides,
cremas de sucralfato, aloe vera, etc., en la prevención o el tratamiento de las reacciones agudas en la piel de
la radioterapia (Bolderston A, 2006).
Los fármacos quimioterápicos pueden producir efectos secundarios a nivel cutáneo, tanto de forma localizada
como de forma sistémica. Habitualmente el efecto tóxico más frecuente es la alopecia pero podemos observar
otras complicaciones cutáneas como la hiperpigmentación, reacciones cutáneas de hipersensibilidad,
fotosensibilidad, cambios en uñas y el llamado síndrome Hand-Foot o eritema acral.
La mayoría de los efectos secundarios a nivel cutáneo tienen solo repercusión estética, pero algunos tienen
una importante repercusión clínica.
Se trata de un síndrome caracterizado por la existencia de dolor, edema y eritema palmo-plantar secundario a
la administración de quimioterápicos. Es dosis dependiente. Suele ser simétrico y normalmente está precedido
por una sensación de hormigueo a ese nivel.
Los principales agentes quimioterápicos implicados son: 5-fluorouracilo, capecitabina, tegafur, doxorubicina,
vinorelbina, sorafenib. Suele empeorar tras varios ciclos de tratamiento (Janusch M, 2006; Nagore E, 2000).
Tópicamente: corticoides, queratolíticos como urea al 10%, frío local, cremas hidratantes.
Tratamiento oral con piridoxina a dosis de 150-200 mg/día.
Celecoxib.
Protección de las zonas lesionadas con vendaje o guante y calcetines de algodón.
Suele curar en 2-4 semanas tras finalizar el tratamiento.
Neuropatía periférica
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en: https://www.nccn.org/professionals/physician_gls/f_guidelines.asp#site
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Autores
Fernando Lamelo Alfonsín Médico Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria (1)
(1) Unidad de Hospitalización a Domicilio. Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña. Servicio Galego
de Saúde. A Coruña.
(2) Servicio de Urgencias. Hospital Comarcal de Verín. Servicio Galego de Saúde. Ourense.
(3) Servicio de Oncología. Complexo Hospitalario Universitario Ourense. Servicio Galego de Saúde. Ourense.
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Conflicto de intereses: No disponible