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Cultura de la imagen y raciocinio

La cultura de la imagen, se puede definir como todo aquello que por razón de memorias
artísticas habla sobre una zona determinada. Esto es: la pintura, la escultura, literatura, entre
otros. Junto con la educación, los deportes, el sistema de gobierno, etcétera.
Mientras que el raciocinio según el diccionario español, significa usar de la razón para conocer y
juzgar una cosa.
De igual forma, María Merino en el 2013 define el raciocinio como una facultad derivada de la
razón. Cuando una persona desarrolla un pensamiento o analiza un hecho o un discurso, lo que
hace es apelar a la razón. A través de una compleja actividad cerebral, el individuo pone en
marcha los diferentes mecanismos del raciocinio.
El raciocinio, de este modo, se vincula a la inteligencia: el individuo coteja diferentes juicios
para formular uno nuevo, que deriva de los previos. Esto quiere decir que el raciocinio permite
producir conocimientos a través de la inducción o de la deducción.

Cultura de la imagen
Daniel Bell 1986, afirma, que la información es una mercancía y los productos culturales lo son
también. Ello conlleva servidumbres evidentes (menores en todo caso que las que supondría el
intento de un control autoritario) y riesgos ciertos. En particular, hay que subrayar que la
tecnología proporciona una oportunidad a la proliferación de productos de valor nulo: sucede que
se ha invertido la condición instrumental del medio (como aún los seguimos llamando) y que
nuestra sociedad está a la caza de los contenidos, aunque estos sean completamente vacíos o
insignificantes.
Sin embargo, otro motivo por el que ya no importa que la comunicación visual y se lleve a cabo
respetando ciertos protocolos entre emisor y destinatario, y es que tampoco existen distancias
entre ambos en un sistema social en el que los sujetos están voluntariamente involucrados en una
doble actividad consabida de producción de imágenes de sí mismos y de consumo de imágenes
del otro, de consumo de imágenes de sí y de producción de imágenes del otro. A causa de la
repleción visual de ambas dimensiones, la social (la iconosfera mediática) y la individual (las
prácticas icónicas privadas), no es sólo el contenido temático de la imagen, sino también el
axiológico, lo que va sumiéndose en la indiferencia: da igual que el significado de la imagen sea
ético o contraético respecto de los sistemas de valores más o menos universalizables que
conocemos, y que el receptor desee o no acogerlo por ello mismo en su vivencia, pues se trata
sólo de un icono más de entre la suma infinita, en cuyo seno se neutraliza, de los virtualmente
convocables y consumibles.

De igual forma, Un campo visual saturado, en permanentes formación y disolución y cuyas


regulaciones son relajadamente autocontradictorias, ofrece una experiencia icó-nica que puede
ahorrarse todo trabajo de legitimación: nadie pensaría en pedirle cuentas a un suplemento
dominical, que contiene en su interior reportajes sobre guerras y calamidades y publicidad de
productos de consumo suntuario, ilustraciones médicas y paramédicas y anuncios de substancias
tóxicas, iconos de paraísos artificiales y fotografías de entornos arrasados por la contaminación,
sobre la oportunidad de los estímulos visuales por él propuestos, ni sobre la aceptabilidad
intersubjetiva de sus comunicados icónicos.
Así mismo, dicho autor redacta que la evaluación axiológica de la imagen no es ni siquiera
concebible cuando el fondo del ojo actúa como encrucijada de un tránsito ininterrumpido de
apariciones alternantes, como pantalla inextinguible donde viene a reflejarse un mundo
definitivamente desestructurado y metamórfico, y por tanto esencialmente mágico. Si la función
crítica de la conciencia exige cierto grado de alienación, de ruptura con la realidad, la
competencia crítica de la vista precisa alejarse de lo percibido para poder discriminar y juzgar.
Cuando ni la conciencia se arranca de lo real ni la mirada rechaza nada de lo visible, la crítica es
imposible y la ataraxia última está cercana. En esas condiciones, ¿a quién pueden importarle los
rituales de protección del contacto en la comunicación o, como se dijo antes, de la construcción
de sujetos autónomos, que se definen justamente, entre otras cosas, por su dominio
autoconsciente de la ritualización social? No desde luego a los estrategas publicitarios de la firma
Benetton, a los psicosociólogos particulares de compañías de seguros como Axa o a los
semiólogos a sueldo de Nike.
Por otra parte, González de Ávila 1992, escribe que en un hiperespacio en el que cabe volver
invisible lo visible (la fealdad primaria de la miseria social) y visible lo invisible (las ficciones de
la compensación alucinatoria), el campo visual fabricado puede tanto obligar a mirar lo
insostenible (la crueldad extrema, el sufrimiento atroz) como pacificar la vista en la apoteosis de
la más insignificante redundancia. En uno y otro casos, las exigencias del rito comunicativo,
propias de un mundo de sujetos responsables e ilustrados, son apenas el resto de un ethos
pretérito, el un tiempo en el que, puesto que «comunicar» con el Otro no se daba por sentado ni
era obligatorio, tal vez fue posible que la comunicación revistiera importancia, y tuviera una
dramática y rica profundidad potenc signo que la iconosfera actual está reforzando hasta
desconocidos umbrales de paroxismo. Ahora bien, acotar la relevancia que la conciencia de estar
elaborando o consumiendo algo «bello» ha adquirido para el desarrollo de los medios icónicos
contemporáneos reclama rastrear previamente la genealogía de la idea misma de «estética» en lo
que a las ciencias del sentido (humanidades y ciencias sociales) se refiere. Y es así que la
«función estética» atribuida al lenguaje por la lingüística, ese momento de elocuente plenitud en
el que el habla o la escritura parecen manar por sí y para sí mismos, serenamente ajenos a toda
contaminación utilitaria, es una de las nociones científicas que más honda repercusión han tenido
sobre la forma en que concebimos nuestro universo simbólico en general.
Un ejemplo: la mayoría de las prácticas institucionales que involucran a la literatura dentro del
sistema de enseñanza exigen como su fundamento implí- cito la creencia (en la acepción
sociológica del término) en que existe una magnitud poética del lenguaje aislable y definible en
sí misma, y en que ésta es uno de sus constituyentes esenciales. Quienes se consagran a la
literatura deben interiorizar que la literatura es antes que nada un discurso narcisista, una palabra
que se expande como un lujo verbal, un exceso gratuito y gratificante.
Tal entendimiento de la lengua y de lo literario choca no obstante contra las duras evidencias del
análisis social: en el macromercado cotidiano, la lengua parece más bien una herramienta puesta
al servicio de la producción y del intercambio; y los literatos, salvedad hecha de una pequeña
fracción de autores inscritos en las instituciones pedagógicas o intelectuales, no suelen atribuir a
sus obras una finalidad primordialmente estética: al contrario, suelen hablar de la literatura en
términos más pragmáticos de comunicación, pensamiento o incluso acción. Así las cosas, es
legítimo preguntarse si la estetización de la lengua y la literatura no será sobre todo el producto
de una ideología profesional, el resultado de una cogitación desarraigada y efectuada en el
ámbito protegido de una scholé o tiempo escolástico ajeno al trabajo y a la necesidad social. No
se trata, naturalmente, de que el lenguaje no pueda hacerse hermoso o cargarse de una
sobredeterminación estética en cualquier momento de su existencia, sino de que, bien analizada,
la estética viene a ser, en cuanto supuestamente discriminable y definible, la más forzada,
especializada y ontologizada de las funciones atribuidas al lenguaje: una hipóstasis de
académico. Respecto de la imagen la situación teórica resulta de un significativo paralelismo: la
imagen que ganó su crédito estético y su autonomía artística.
Hoy los signos icónicos son netamente prioritarios frente a los signos lingüísticos, y la
rentabilidad ideológica de las imágenes se cifra, precisamente, en su drástica e insuperable
estetización, en su avasalladora presencia ubicua como vehículos de un embellecimiento integral
de la vida por la satisfacción siempre en curso de la mirada. No queda fragmento de espacio que
no haya sido convertido en soporte de la actividad atencional-contemplativa, y sometido a una
filtración de la solución estetizante: si la enciclopedia icónica nos ha enseñado a pasar las figuras
del mundo por el tamiz de sus representaciones pictóricas, fotográficas o cinematográficas, el
arte abstracto, en sus variantes geométrica o matérica, estructural o expresionista, ha
realimentado nuestra visión con esquemas perceptivos de los que ya no podemos librarnos
cuando vemos o sentimos las formas, texturas o colores del mundo natural, pero de los que el
sujeto ideal-típico de nuestras sociedades no es consciente, puesto que dichos esquemas
refuerzan los automatismos culturales instalados en él por su socialización. Bajo la presión de los
megamedios de masas y del aparato tecnocientífico, de la pseudocultura y de la mala ilustración
universales, parece haber cuajado una nueva doxa simbólica que, cual filtro deformante, impide
la visión desprejuiciada: el ser humano contempla a través de lo ya contemplado, construye
mediante lo preconstruido, y carga su organismo de estímulos estéticos que otros han fabricado
para él en los laboratorios de producción de la experiencia social. Lo que resta por dilucidar es si
tal embellecimiento ecuménico e irreflexivo de la realidad visual en todos sus pliegues y recodos
merece aún la apelación de «estética de la imagen», o si no sería más apropiado calificarlo de
transestesia generalizada, pasión del mirar como si lo mirado fuera hermoso por el mero hecho
de imponerse a la mirada dentro de un entorno ganado de antemano para los transportes de la
sensibilidad.

Encantarse con cualquier objeto visible porque ese objeto es visualizable y convertible en icono,
y porque ha sido visualizado e iconizado una y mil veces en la tradición del arte, significa
rendirse sin condiciones ante la prima de placer añadida por la estética a un acto representacional
cuyos fundamentos ya no se ponen en cuestión, y privar por ello a la conciencia de una parte de
su libertad (Freud, 2003).
Raciocinio
Cabe destacar, según John Stuart Mill, 1862, que la distinción entre proposiciones mediatas e
inmediatas alude a un tercer tipo de operación mental, irreducible a la simple aprehensión y al
acto de componer o dividir. Las proposiciones inmediatas, que constituyen los principios de la
ciencia, sólo necesitan de la simple aprehensión, por la que son captados sus extremos, y del acto
de juzgar, en el que estos son inmediata y directamente reconocidos como idénticos por el
entendimiento. Si sólo hubiera proposiciones inmediatas, bastaría al hombre, por tanto, la simple
aprehensión y el juicio psíquico.
Pero acontece que el entendimiento humano se apoya en la verdad de estas proposiciones para
inferir otras, cuya verdad no es, pues, algo directamente percibido, sino, por el contrario,
derivado, lógicamente secundaria. Esta inferencia y derivación de verdades constituye una
maniobra intelectual típica. Aunque es imposible sin la simple aprehensión y el juicio psíquico,
tampoco puede identificarse a ellos; es, en suma, el raciocinio, tercera especie de operación
mental, por cuya virtud el entendimiento humano progresa de unas verdades a otras.
Sin el poder de raciocinar, el hombre poseería el conocimiento de las operaciones inmediatas que
hacen de principios de la ciencia, pero le faltaría precisamente esta, por donde es indudable que
la facultad discursiva representa en el hombre una perfección, dada la peculiar índole de su
entendimiento. Claro es, sin embargo, que si este tuviese de todas las verdades la misma forma
de posesión que se le alcanza respecto de las proposiciones estrictamente inmediatas, no le haría
falta alguna el raciocinio, de tal manera, que inteligencia y ciencia serían en él uno y el mismo
hábito. El hecho de que unas verdades sean derivadas de otras pruebas que el entendimiento
humano únicamente está en acto respecto de las enunciadas en las proposiciones inmediatas; con
relación a las demás verdades, precisa de un cierto cambio o movimiento intelectual, en el que
consiste justamente el raciocinio.
Una sustancia simplemente intelectual sería aquella que poseyera de una manera actual y
completa todas las verdades de que fuese naturalmente capaz. Cierto reflejo de esto hay en el
hombre, en la medida en que su entendimiento posee el hábito denominado "intelecto" o
"inteligencia", gracias al cual los principios de la ciencia son objeto de inmediata intelección;
pero se trata sólo de un reflejo y como de una cierta participación, porque existe también en el
hombre una capacidad natural para otras muchas verdades, lógicamente enraizadas en aquellos
principios, y a las que no se extiende el poder de ese hábito, como no sea de una manera
indirecta, y que requiere, para actualizarse, la mediación del acto discursivo.
El raciocinio es, pues, aquella operación por la que el entendimiento humano transita al
conocimiento de una verdad mediata. Y puede, en consecuencia, definirse como el acto por el
que la mente pasa de lo conocido a lo desconocido valiéndose de sus conocimientos, lo cual
exige que lo alcanzado en el raciocinio se halle de alguna forma en el comienzo de este, a saber:
virtualmente o en potencia. Todo lo cual, en definitiva, implica que nuestro entendimiento no sea
perfecto, sino que pase de la potencia al acto, siendo el raciocinio precisamente el movimiento
mismo en que este tránsito se verifica.
La operación discursiva no es una simple sustitución de un conocimiento por otro. Ciertamente,
una tal sustitución es imposible sin un cambio en el propio entendimiento; así, es indudable que
este experimenta un cambio por el hecho de pasar de la consideración de la verdad "esto es un
papel" a la de la verdad "el hombre es un ser viviente", pues no piensa lo mismo en sitio u otro
caso; pero este cambio no constituye un raciocinio, sino una simple sustitución de pensamientos,
que no se relacionan entre sí como lo potencial y lo actual.
El raciocinio exige una ordenación lógica y, no la simplemente cronológica, por lo cual su
sentido estriba en que tina verdad proceda de otra, o lo que es lo mismo, sea extraída de ella. Lo
que equivale a decir que la posteridad es en él derivación, y la "secuencia" o el seguimiento, una
"consecuencia". De ahí que tampoco sea un raciocinio el tránsito intelectual desde el juicio
"todos los hombres son mortales" al juicio "Pedro es mortal", si estos juicios no se relacionan
entre sí como el principio y la conclusión de un discurso unitario.
Como operación mental, el raciocinio es un hecho, algo real y determinado en el curso de la vida
de un sujeto, lo mismo que el juicio psíquico y que la simple aprehensión. Si dos hombres
coinciden en un razonamiento, lo común a ambos no consiste en la misma real entidad de su
operación psíquica, sino en algo de índole puramente lógica. Cada uno de ellos hace su propio
razonamiento (su acto de discurrir), y lo que en ese acto discurre, como es lo mismo para los dos,
constituye un idéntico raciocinio (contenido común para ambos actos). El acto u operación de
discurrir, que es personal e intransferible, se denomina "raciocinio psíquico"; lo que en él se
formula, "raciocinio lógico". Psicológicamente considerado, se trata de algo efectivo y concreto
en la mente humana. Considerado, en cambio, de una manera estrictamente lógica, es un puro
ente de razón, un simple nexo entre dos estructuras lógicas, una de las cuales hace de principio y
otra de conclusión. El raciocinio psíquico es un acto simple, carente de partes. No es, en efecto,
ninguno de los juicios que respectivamente formulan la verdad o verdades que hacen de
fundamento y la que sirve de conclusión, sino la misma operación indivisible, consistente en
captar la conexión entre esta, aquella. Es el acto mental que da sentido a la dicción "por
consiguiente" cuando, por ejemplo, expresamos este raciocinio: "todos los hombres son
mortales: Pedro es hombre; por consiguiente, Pedro es mortal". Sin este acto los tres juicios
carecen de la unidad discursiva y no constituyen más que otros tantos episodios aislados en el
dinamismo de la vida psíquica.
Hay, por tanto, un cierto parentesco entre el raciocinio psíquico y el acto de juzgar, merced al
cual se oponen ambos a la simple aprehensión. El acto de juzgar, aunque simple en sí mismo,
tiene un carácter sintético, puesto que enlaza o une dos conceptos (el del sujeto y el del
predicado). El raciocinio igualmente es conectivo, por ser el acto mismo de integrar un
fundamento y una conclusión. Y ninguno de ellos (juicio y raciocinio) se componen realmente de
las cosas que enlaza, sino que son, psicológicamente considerados, el puro hecho de reunirlas en
nuestra mente.
Por el contrario, el raciocinio lógico es algo compuesto. No es una operación; es la estructura,
puramente ideal, que en ella se formula. Esta estructura tiene una materia y una forma. La
materia son los juicios lógicos que sirven, respectivamente, de fundamento y de conclusión. En
el ejemplo que anteriormente vimos, la materia son los tres juicios lógicos enlazados por el "por
consiguiente". La forma es el mismo enlace especial que une a los elementos materiales, en tanto
que unos son el fundamento y otro es la conclusión. En general, se llama antecedente a la materia
que hace de fundamento, y consiguiente a lo que de ella se concluye, denominándose, en cambio,
consecuencia a la unidad o conexión, puramente lógica, existente entre aquellos.
Bibliografía

Siete tesis sobre la cultura de la imagen”, en VV. AA. La tecnología de la información y sus desafíos,
Sociedad estatal nuevo milenio, pp. 309-316, ISBN 84-95486-41-5, Madrid 2002]

Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza, Madrid 1986, p 61.

ARISTÓTELES: Anal. pr., I; SEXTO EMPFRICO: Hip. pirr., 2; SANTO TOMAS: In Anal. post., I, lect. I; JUAN DE
SANTO TOMÁS: Ars logica, I, Summulae, 3; F. BACON: Nov. Org., II; DESCARTES: Reglas para la dirección
del espíritu, regla 10; J. STUART MILL: Sistema de log. deduct. e inductiva, II, c. 8.

P. HOENEN: Recherches de logique formelle; KEYNES: Studies and Exercises in formal Logic, III, 4; 1.
LACHELIER: Le fondément de I'induction; A. LALANDE: Les théories de l'induction et de l'experimentation;
RICHARD: La philosophie du raisonnement dans les sciences; WILDSCHREY: Die Grundlage einer
vollständigen Syllogistik.

http://www.mercaba.org/Filosofia/Millan/Fundamentos/06.htm
Joven y cultura posmoderna
Cultura postmoderna
La modernidad sustentó ideológicamente al viejo paradigma industrial avanzado con sus
ideas de “progreso”, “futuro” y “razón”.
Una vez que el concepto de progreso fue puesto en cuestionamiento arrastrando con ello la idea
de Futuro y la razón se desmoronó, el entorno cultural de la modernidad se encontró herido de
muerte.
La esfera del pensamiento, el arte y la cultura comenzó entonces a edificar un nuevo marco
conceptual que diera respuestas coherentes a los cambios convergentes que en otros planos de la
sociedad se estaban produciendo. Prueba de ello es que el cambio cultural precedió en el tiempo
a los cambios sucesivos de la economía, de la política y de la sociedad, como si fuera necesario
primero generar una atmósfera diferente para insertar las transformaciones sin perder coherencia,
sin que esas variantes esenciales que se producían pudieran resultar refractarias al sentir general.
La idea es que sin ese marco conceptual nuevo que se comenzaba a producir entre la gente los
cambios en los otros planos hubieran resultado de difícil aceptación. Cómo imaginar, por
ejemplo, la posibilidad de un derrumbe del Estado de Bienestar si aún prevaleciera el concepto
de razón que nos habla de la necesidad de ordenar la sociedad desde una perspectiva humana.
Cómo imaginar la caída del concepto de solidaridad social si todavía se creyera en los beneficios
del bien común. Cómo imaginar la prioridad de la economía sobre la política cuando aún era
posible sostener el profundo significado de la comunidad racionalmente ordenada. Cómo
imaginar un mundo en el que se acabaran las utopías sociales si permaneciera vigente el
concepto de progreso. Cómo imaginar la prioridad que la gente le otorga al “ahora y ya” si
permaneciera viva la idea de futuro, cómo imaginar a la libertad individual en lo más alto del
podio de los valores si todavía se aceptaran los marcos estrictos de la norma institucional. En
definitiva, cómo imaginar las transformaciones sociales, políticas y económicas producidas a
partir de los años setenta sin un cambio sustancial previo del marco conceptual de la sociedad en
general. Un Nuevo Paradigma necesita sin duda un nuevo esquema de pensamiento, y tras la
crisis de la modernidad a ese nuevo esquema se le ha llamado posmodernidad.
Describir la posmodernidad es también describir al Hombre que vive dentro de esta atmósfera
cultural, el Hombre Posmoderno es en definitiva el habitante integrado al Nuevo Paradigma.
Para el postmoderno solo existe el presente y la vida se concibe como una sucesión perenne de
instantes que no siempre tienen conexión entre ellos. Esta actitud ante la vida la resume
perfectamente el adagio latino “Carpe diem”: mide el día, vive el momento.
Joven y cultura posmoderna
Robert Lifton caracteriza a la generación del siglo XXI como seres “proteicos”. Crecen en
barrios cerrados, se atienden en prepagas médicas, compran on-line, acostumbran a acceder a la
información, solo prestan atención unos instantes, son menos reflexivos y más espontáneos.
Piensan en sí mismo como intérpretes más que como trabajadores, y quieren que se les considere
antes su creatividad que su laboriosidad. Han crecido en un mundo de empleo flexible y están
acostumbrados al trabajo temporal. Sus vidas están menos asentadas y son más provisionales que
las de sus padres. Son más terapéuticos que ideológicos, y piensan más con imágenes que con
palabras. Son menos racionales y más emotivos. Para ellos, la realidad es Disney World y Club
Med, consideran el centro comercial su plaza pública, ý para ellos es igual soberanía del
consumidor que democracia. Pasan tanto tiempo con personajes de ficción que forman parte de
su vida. Sus mundos tienen menos límites y son más fluidos ya que han crecido con el
hipertexto. Tienen una percepción de la realidad más sistémica que lineal. Tiene poco interés por
la Historia, pero están obsesionados con el estilo y la moda.
El presente es lo único que existe y hay que disfrutarlo a tope.
El hombre de hoy vive sin pasado que no conoce ni valora y no confía en el futuro. Solo cuenta
lo que se vive aquí y ahora. Por eso le cuesta ahorrar y se abandona a un consumismo frenético.
El joven entiende que tiene que construirse un futuro pero sin sacrificar totalmente su presente.
Todo se mide con la ley del “mínimo coste, máximo beneficio”. En palabras de Freddy Mercury
“I want it all, and I want it now” (Lo quiero todo, y lo quiero ahora”. A este fenómeno responde
la adolescencia prolongada en la que viven muchas personas que alargan su juventud hasta
mediada los treinta años. Durante ese tiempo se disfruta de las ventajas de ser adulto: dinero,
autonomía, libertad; y las prerrogativas de ser joven: provisionalidad, experimentación,
espontaneidad, no compromiso, etc. Junto a esto hay muy poca voluntad de asumir también las
cosas negativas de ambos mundos: la responsabilidad del adulto, la dependencia del adolescente.
Este afán de disfrutar el presente no es del todo festivo. Muchas veces es una reacción natural de
escape a la percepción que se tiene de que el futuro es poco esperanzador.
Así mismo, a veces en la situación social, el difícil acceso al mercado de trabajo, la hipoteca,
etc., no permite que un joven viva efectivamente como un adulto. Muchos jóvenes viven el
futuro como algo incierto. Por eso se refugian en un presente lúdico y festivo que es lo único que
parece que se puede poseer. Este presente centrado en la diversión esconde una cara amarga que
es la de la inseguridad y la profunda insatisfacción vital en la que viven muchos jóvenes que
perciben que lo que les espera en la vida es peor de lo que han vivido hasta ahora.
Por otra parte, la búsqueda del placer y del entretenimiento se ha convertido en el objetivo
principal de los individuos. El bienestar económico permite que las personas tengan mucho
tiempo libre y lo utilicen en el ocio. Pero la búsqueda del placer se ha convertido en un fin en sí
mismo: hedonismo. Esto provoca que la semana se divida en dos tiempos: uno maldito, marcado
por las obligaciones, el estudio, el trabajo, que hay que sobrellevar como se puede; el otro, el
tiempo de ocio y de placer, que hay que disfrutarlo como bien preciado, escaso y efímero. El
hombre de hoy presenta muy poca tolerancia a la frustración, al dolor y al sufrimiento. Cuando
éste llega, llega muy fácilmente con él, el sinsentido y la desesperación. Otro aspecto de este
hedonismo es que se busca satisfacer esta sed de placer siempre a través del consumo.
Consumo luego existo, es la ley de oro del hombre postmoderno. El consumo es el fin de la vida:
se trabaja para tener dinero, se tiene dinero para consumir, luego se vive para consumir.
El joven
El joven postmoderno no entiende de discursos y razonamientos, pero sí de afectos. Por lo
consiguiente, se atiende mucho al corazón a los sentimientos, a como uno se siente respecto a las
circunstancias. Se valora la autoestima y la asertividad, mientras que en otro tiempo se
penalizaba éstas a favor de la humildad y la docilidad. Lo que no entra por los sentidos no tiene
relevancia. Nadie escucha ya un discurso más largo de 10 minutos, sin embargo, estamos bajo el
asedio de la publicidad que utiliza todos sus instrumentos para tocar nuestras emociones. Lo
afectivo está muy en relación con la hegemonía de lo audiovisual frente a lo discursivo. Los
mensajes se transmiten mediante flash con fuerte componente plástico que duran muy poco
tiempo y que van dirigidos a nuestra emotividad de una forma casi agresiva. Este predominio
de lo afectivo a veces encierra a la persona en una búsqueda desenfrenada de experiencias
relevantes. La propia biografía no se concibe como una historia personal, sino como una
sucesión de experiencias afectivamente gratificantes, sin hilo conductor entre unas y otras.
Se sobrevalora el estado anímico, como si fuera la eximente de cualquier comportamiento: “es
que estoy pasando un mal momento”, es la excusa favorita que parece justificarlo todo.
El postmoderno es una persona que privilegia las relaciones interpersonales más que las formas y
protocolos sociales. Compartir con los demás se convierte en un objetivo y los jóvenes pasan
mucho tiempo simplemente en relación y en grupo, aunque a veces estas relaciones son
excesivamente endógenas y los grupos se cierran en sí mismos sin proyección hacia el resto de la
sociedad. Otro peligro de la postmodernidad es la negación de lo racional a favor de un
afectivismo que le da excesiva importancia a la emotividad. De ahí que frases como “me
apetece”, “no me siento bien”, sean criterio de valoración frente a otras que parecen más
maduras como: “debo hacer esto”, “esto es más justo que lo haga”
Aspectos positivos: Este aspecto recupera el valor del presente como algo que no puede
despreciarse por un futuro incierto. En realidad estamos llamados todos a apoderarnos del
presente como el único tiempo en el que podemos actuar: el pasado ya no es, el futuro no ha
llegado.
También, se ha recuperado la positividad de la vida, la alegría de vivir y de convivir que, en
otros tiempos no se valoraba tanto. El tiempo de ocio permite profundizar las relaciones, viajar,
tener experiencias a las que antes accedían solo unos cuantos.
Aspectos negativos: El problema del presentismo es que propone un presente cerrado sobre sí
mismo, sin conexión con el pasado, lo ignora, y sin proyección al futuro. Es un presente que no
es productivo porque no se vive como proyecto de construcción de una personalidad, sino como
mero disfrute de lo que ahora se tiene. Es pan para hoy y hambre de sentido para mañana.
Además, se pierde interioridad y capacidad de reflexión. El consumo y el hedonismo encierran a
la persona en una vida vacía, superficial y frívola que acaba pasando factura. No es infrecuente
encontrar a personas deprimidas que no encuentran sentido a la vida.
Bibliografía

Curso crisis de la modernidad

http://www.jovenesdehonianos.org/archivos%20pdf/Grupo%20ENDE%20Madrid/J%C3%B3ve
nes%20postmodernos.pdf
Claudio Alvarez Terán “La Posmodernidad”
Edmund Burke(1729-1797)
Medio ambiente y minería

El medio ambiente según Ana Gardey 2009, es un sistema formado por elementos
naturales y artificiales que están interrelacionados y que son modificados por la acción humana.
Se trata del entorno que condiciona la forma de vida de la sociedad y que incluye valores
naturales, sociales y culturales que existen en un lugar y momento determinado.
Los seres vivos, el suelo, el agua, el aire, los objetos físicos fabricados por el hombre y los
elementos simbólicos (como las tradiciones, por ejemplo) componen el medio ambiente. La
conservación de éste es imprescindible para la vida sostenible de las generaciones actuales y de
las venideras.
Podría decirse que el medio ambiente incluye factores físicos (como el clima y la geología),
biológicos (la población humana, la flora, la fauna, el agua) y socioeconómicos (la actividad
laboral, la urbanización, los conflictos sociales).
Por otra parte, la minería es una actividad económica del sector primario representada por la
explotación o extracción de los minerales que se han acumulado en el suelo y subsuelo en forma
de yacimientos, También la minería es considerada como el conjunto de individuos que se
dedican a esta actividad o el conjunto de minas de una nación o región.
Existe una gran variedad de minerales a explotar, se tiene a los minerales metálicos, tales como
hierro, cobre, plomo, oro, plata, cromo, mercurio, aluminio, entre otros, los cuales son empleados
hoy en día como materias primas básicas para la fabricación de toda clase de productos
industriales.
Las operaciones mineras a gran escala producen inevitablemente grandes cantidades de
desechos. Una de las consideraciones ambientales más importantes en cualquier mina es cómo
manejar estos grandes volúmenes de desecho de modo de reducir al mínimo los impactos a largo
plazo y maximizar cualquier beneficio a largo plazo. Sobre el terreno, las huellas físicas de las
instalaciones de eliminación de desechos a menudo son importantes y estas operaciones rara vez
son diseñadas para un uso final beneficioso.
Cuando estas operaciones ocupan tierras que previamente eran productivas como hábitat de vida
natural, tierras de cultivos, etc., puede pasar un tiempo muy largo antes de que vuelva a alcanzar
el nivel anterior de productividad si no son rehabilitadas de manera apropiada. Además de la
pérdida de productividad, estos desechos pueden tener un profundo efecto en los ecosistemas
cercanos. Cuando éstos no son estables físicamente, la erosión o alguna falla catastrófica pueden
provocar impactos graves o de largo plazo. En los casos en que no tienen una estabilidad
química, pueden transformarse en mayor o menor medida en fuente de contaminantes de los
sistemas naturales de agua. Estos impactos pueden tener consecuencias ambientales y
socioeconómicas duraderas y puede ser extremadamente difícil y costoso abordarlas a través de
medidas de rehabilitación. Esta es quizá, la principal causa de la extendida idea de que la
minería, a diferencia de muchos otros usos del territorio, constituye un compromiso permanente
con éste.
La evidencia visible de que la tierra de hecho se ha vuelto estéril e improductiva debido a
actividades mineras previas es un mensaje tan poderoso que es improbable que esto cambie,
incluso con esfuerzos conjuntos de envergadura destinados a rehabilitar el peor de estos sitios.
En años recientes, se han producido importantes avances en las mejores prácticas de manejo
ambiental de los yacimientos. Esto incluye la introducción de procedimientos de operación que
han mejorado los métodos de eliminación de desechos y métodos que reducen la probabilidad de
impactos a largo plazo. Pero en la mayoría de los casos, aún queda un largo camino a recorrer
antes de que una mina pueda ser considerada una contribución para mejorar el ecosistema. El
volumen de desechos que produce la mina depende de las características geológicas del
yacimiento, del tipo de minería (subterránea o a tajo abierto) y del mineral que es extraído, como
también de la escala de la operación. Los desechos de la minería se producen en muchas
categorías distintas, entre las que se incluyen:
• Recubrimiento; se debe remover suelo y roca para tener acceso al recurso mineral.
• Roca de desecho; roca que no contiene el mineral suficiente para ser de interés económico.
• Relaves: residuo acuoso de mineral molido que permanece después que se ha extraído la mayor
cantidad de minerales.
• Mineral residual de la pila de lixiviación; la roca que queda en una instalación de lixiviación
después de la recuperación de los minerales.
El costo es un factor clave para decidir dónde estarán ubicadas las instalaciones para eliminar los
desechos generados en la mina. La opción más barata a menudo es depositar los desechos en un
lugar lo más cercano posible a la mina o en una ubicación a la cual pueda ser transportado por la
gravedad. La elección del lugar también está muy influenciada por el clima: las opciones son
muy distintas para La Escondida, en el desierto chileno.
Por otra parte, en la actualidad, no existe alternativa ambientalmente positiva que sea viable en
términos económicos para utilizar el agente reactivo cianuro en la producción de oro. El cianuro,
además, es un químico peligroso que requiere un manejo cuidadoso.
Los desechos generados por las minas en ocasiones son considerados un recurso y pueden ser
apropiados como relleno para la construcción de carreteras y como material de construcción.
Diversos proyectos están buscando una variedad de usos finales para este material. Sin embargo,
el volumen de desechos es tan grande que no es más que una pequeña fracción del total lo que se
utiliza de esta manera. También debe ser usado con cuidado, en especial en la industria de la
construcción, ya que los contaminantes presentes en el desecho a veces han provocado
problemas en el largo plazo. Utilizar relleno de desechos de mina en trabajos subterráneos o
piques abiertos tiene ciertas ventajas y desventajas. Las principales ventajas son la reducción del
uso del territorio y la estabilización de operaciones subterráneas. Sin embargo, el aumento del
volumen de desecho al momento de la excavación indica que no es posible usar de relleno todo
el material extraído. Como resultado, sólo una cifra cercana al 60% puede ser utilizada y el resto
es ubicado en las instalaciones de eliminación en la superficie.
Rellenar piques abiertos durante las operaciones sólo es posible donde existen piques separados
o un pique alargado. La doble manipulación de materiales de desecho rara vez es viable desde el
punto de vista económico y pueden ocurrir problemas ambientales durante el almacenamiento
temporal del desecho. Sin embargo, los impactos ambientales de un pique abierto parcialmente
relleno pueden ser considerablemente mayores que una instalación de desecho en la superficie.
Algunos especialistas sostienen que las empresas se niegan a rellenar sin un análisis lo
suficientemente serio, lo que en oportunidades puede ser verdad. El material de desecho también
puede ser eliminado bajo el agua tanto en lagos naturales como artificiales o en piques abiertos
anegados
Eliminación en el Mar
Aunque la mayor parte de los desechos generados por la minería es depositada en tierra, algunas
empresas depositan roca de desecho o relaves en el mar, a profundidades que van desde la costa
hasta alta mar. Los mayores impactos conocidos de esta práctica parecen encontrarse en aguas
menos profundas. La eliminación en la costa o aguas superficiales por lo general se produce
cuando las profundidades son inferiores a 20 o 30 metros. Esta es la zona de mayor
productividad biológica y los impactos pueden ser graves.
El desecho aumenta la turbiedad del agua y asfixia los organismos que viven en el hecho marino.
El sedimento también puede ser arrojado a la costa por el oleaje. La eliminación en aguas poco
profundas generalmente implica descargar relaves a través de tuberías sumergidas hasta fiordos,
canales y mares de la costa, a profundidades desde 30 hasta varios cientos de metros. En Canadá,
las minas Island Koper y Kistault han depositado relaves a dichas profundidades en fiordos
protegidos y, al parecer, los desechos se han mantenido en el área de eliminación concebida
originalmente.
Problemas relacionados con la eliminación de relaves costera o en aguas poco profundas,
recientemente ha habido creciente interés por la eliminación de desechos en aguas profundas.
Esto implica eliminar los desechos por debajo de la profundidad máxima de la capa mixta de la
superficie, la zona eufótica (profundidad donde sólo llega el 1% de luz fotosintéticamente activa)
y la zona de ascensión de aguas, en el supuesto de que los desechos no serán removidos hacia la
superficie. Cuando los desechos son descargados por la tubería, continúan cayendo y finalmente
se asientan en el suelo marino, quizás a 1.000 metros o más.
Eliminación en Ríos
Aún más polémica que la eliminación en el mar es la práctica de eliminar roca de desecho y
relaves en ríos. En este caso, sin embargo, se sabe bastante sobre los impactos y casi toda la
experiencia sobre esta opción es negativa. Durante toda la historia los mineros han arrojado
desechos a los ríos y en muchos recintos el legado de la eliminación en ríos durará por un tiempo
muy largo. En la actualidad sólo existen tres minas de gran escala en que empresas
internacionales utilizan ríos para eliminar desechos.
Actualmente la eliminación en ríos también es practicada por muchos mineros artesanales y en
pequeña escala en todo el mundo, por empresas pequeñas y medianas y en una cantidad
desconocida de recintos mineros en Rusia y China. La principal ventaja de la eliminación en ríos
es que es barata y conveniente, también puede parecer menos peligrosa que construir una
instalación de depósito de relaves, en especial en áreas con altos índices de precipitaciones con
terrenos poco estables y riesgo de actividad sísmica.
La eliminación en ríos ha provocado diversos tipos de daño ambiental. Entre estos tipos se
incluye un cambio en la morfología o forma física de los ríos y un mayor riesgo de desborde
provocando la muerte de la vegetación y daño a los ecosistemas acuáticos.
Legados de la Minería
Los problemas ambientales de las actuales y futuras operaciones mineras son lo suficientemente
desalentadores. Pero en muchas maneras mucho más problemáticos son algunos de los continuos
efectos de la extracción y fundición que han tenido lugar a través de las últimas décadas, siglos e
incluso milenios.
Estos recintos han comprobado que algunos impactos pueden ser de largo plazo y que la
sociedad aún está pagando el precio de los recursos del capital natural que han sido agotados por
las generaciones pasadas. Es imposible calcular cuántos recintos mineros antiguos existen en el
mundo o cuántos de estos implican riesgos ambientales. Uno de los motivos es que no existe
manera clara de definir un recinto minero antiguo.
Ya para finalizar, Es obvio que se sabe demasiado poco con respecto al legado ambiental de la
minería o cuánto costaría remediar los problemas. Pero esta incertidumbre no es excusa para no
actuar. Lo peores recintos ya han sido identificados: es bastante difícil perderlos de vista. Hay
mucho trabajo por hacer mientras se discuten los parámetros de los recintos menos obvios. La
primera prioridad global para las autoridades públicas debe ser identificar y registrar las minas
abandonadas y evaluar el riesgo que éstas constituyen. Dada la magnitud del problema y la
capacidad limitada de las oficinas públicas, se deberá establecer prioridades de registro, por
ejemplo, debería ser fijado más allá de algún acuerdo con respecto al tamaño de la mina.
También deberían concentrar los recursos disponibles de inmediato en los recintos más
peligrosos, en los que la limpieza ofrecerá los mayores beneficios. La segunda prioridad en el
ámbito nacional e internacional, debería ser desarrollar nuevos mecanismos de financiamiento
que fueran los suficientemente sólidos y sustentables para hacer frente a los problemas que serán
una carga para las futuras generaciones.
Bibliografía

PROYECTO MINERÍA, MINERALES Y DESARROLLO SUSTENTABLE

Código Internacional de Manejo de Cianuro

http://pubs.iied.org/pdfs/G00684.pdf

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