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Uno de los grandes ministerios de la iglesia, sin duda es el pastoral. La misma palabra “pastor”
encierra un gran simbolismo que habla de la importantísima labor de este noble ministerio: Uno
que apacienta.
Sin la importante complementación del ministerio pastoral, todo aquel gigantesco esfuerzo de la
evangelización habría perdido sus frutos; haciendo vano todo su esfuerzo. En nuestro tiempo, tal
como entonces, el ministerio pastoral desempeña una labor tan destacada que ha llegado a ser,
por momentos, el pilar más importante de la iglesia.
Pero para ejercer el ministerio pastoral es necesario un elemento vital: Ser constituido por Dios
como pastor. De ahí que todo ministro pastoral debe tener un llamado. Veamos:
La razón más importante por la cual un pastor llamado por Dios no puede dejar el ministerio; es
por el hecho de que el don y el llamamiento Dios se ligan fuertemente y de manera muy profunda
en el espíritu del ministro, de donde no podrá arrancarlos. Acerca de este principio, pero en
relación con un profeta llamado por Dios, el cual atravesó en su ministerio grandes y continuas
pruebas, y en el clímax de sus angustias por causa del ministerio; las escrituras dicen: “Me
sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; mas fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido
escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y
destrucción, porque la palabra de Jehová me ha sido por afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me
acordaré mas de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un
fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo y no pude”. (Jeremías 20:7-9) Las escrituras
dejan ver con claridad la gran angustia del siervo de Dios; o dicho de un modo más actual; la gran
depresión del siervo de Dios, la cual era tan intensa que deseaba morir; al punto de maldecir la
hora y el día en que nació (vea Jeremías 20:14-18) Podemos ver la terrible y profunda angustia del
ministro; no obstante, era más fuerte y profundo el fuego del llamamiento dentro de su ser – “no
obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos” -. Si el pastor no
tiene el fuego del llamamiento de Dios metido profundamente en su corazón y sus huesos, no
podrá hacer frente a las profundas crisis de su invaluable misión; porque vendrá tiempo donde el
sufrimiento y la adversidad cavarán tan profundo en su ser que si el amor por Dios no está más
profundo que el amor por sí mismo; y si la pasión por el ministerio, no es más fuerte y profunda
que el anhelo por su propia paz y tranquilidad; entonces la adversidad desarraigará el ministerio
de su vida.
Hay, además, otra verdad bíblica en la cual nos basamos para decir que un ministro con llamado
no podrá dejar de forma definitiva su ministerio: “Porque irrevocable son los dones y el
llamamiento de Dios” (Romanos 11:29) Es importante notar que la pasión por el ministerio no
proviene del corazón del hombre, sino de la acción de Dios; el cual ha designado al que llamo y
que poderosamente le inquieta a cumplir su misión. Jeremías lo dice de este modo: “Me sedujiste,
oh Jehová, y fui seducido; mas fuerte fuiste que yo, y me venciste”.
La seducción al ministerio: (“Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido”) El profeta Jeremías aporta
un fuerte matiz al llamamiento cuando introduce su alegato en forma de queja y a causa del
sufrimiento que le trajo. Él usa la palabra “seducción”. Esa palabra es la que se usaba para
referirse a la conquista de una virgen mediante el engaño. (Éxodo 22:16). Y es también la que se
uso para referirse al espíritu mentiroso que engaño a Acab. (1 Reyes 22:20-22) El profeta no está
diciendo concretamente que Dios lo engañó; más bien es una expresión de ironía; pues el amor
que le inspiró al ministerio, y que se supone le traería dicha; ahora le es por afrenta y no por
felicidad. El enamoramiento que en el principio sentimos por el ministerio, ha de provenir de Dios;
porque si no proviene de él, sino que proviene de nosotros mismos o de otros intereses; no podrá
resistir la adversidad. Es lamentable que algunos pastores se lanzan al ministerio, seducidos por un
falso amor que proviene de si mismos o de otros intereses, y que cuando vienen las pruebas dejan
el campo abandonado; pues se dan cuenta que como dice el refrán: No es lo mismo verla venir
que conversar con ella.
Cuando Moisés pastoreaba las ovejas de su suegro en el desierto, se encontró con la presencia de
Dios. -Moisés pastoreaba ovejas; pero Dios quería hacerle pastor de hombres-, y en su encuentro
con Dios, las sagradas escrituras nos dejan ver un evento sobrenatural y maravilloso ante los ojos
de Moisés: “Una zarza que ardía y no se consumía” (Éxodo 3:1-4) Esa visión sorprendente y
maravillosa, nos habla de una poderosa verdad que está estrictamente ligada al llamamiento
ministerial, y que tiene que ver con la debilidad humana y el maravilloso y sorprendente poder de
Dios obrando a través de ella. Aquella visión maravillosa atrajo la atención de Moisés. Y en su
mente acostumbrada a pensar de forma lógica y natural; no podía entender como una frágil zarza
que ardía en medio del intenso y abrasador calor del desierto, no se consumía. Lo lógico y lo
normal es que se quemara por completo hasta consumirse, quedando reducida a ceniza y
desaparecer empujada por el viento del desierto. Ciertamente, las muchas e intensas pruebas del
ministerio pastoral, angustian y deprimen al ministro; quemando abrasadoramente la debilidad
humana. Y lo lógico y lo normal es que la adversidad nos consuma por completo. Pero lo
maravilloso es que el que tiene el fuego y el poder del llamamiento de Dios no será consumido por
el fuego de la prueba; sino que la maravillosa presencia de Dios, su gracia y su favor le sostendrán.
Así que, el ministro que se sostiene firme en medio de la adversidad ardiente; es la zarza que arde
y no se consume. Y esto es el mayor testimonio del poder y la presencia de Dios en su ministerio.
El Pastor ha de ser Ejemplo de Virtud: (Tito 2:7) Si el “ministro” no es integro en su vida personal;
sino que es deshonesto y falto de las virtudes del carácter de Cristo; su llamamiento muy
probablemente no sea verdadero; porque “un árbol malo no puede dar frutos buenos”.
Podemos decir, a la luz del “principio de la integridad”, que un verdadero pastor de la iglesia de
Jesucristo es lleno de las virtudes del Señor, y será, por tanto: una persona santa, humilde,
misericordiosa, recta, justa y afable; no será iracundo, arrogante, ni impuro en ninguno de sus
actos, sean estos públicos o privados. Con la anterior declaración no se quiere decir que un
ministro del Señor no puede pecar, o que al pecar invalida toda su obra ministerial. La palabra del
Señor (La Biblia) registra el pecado de verdaderos siervos del Señor sin que esto desautorice su
obra. Sin embargo, ha de aclararse que el pecado de dichos servidores del Señor no es el carácter
habitual de sus vidas; es más bien una excepción. Aun así, es de suma importancia que la iglesia
conozca a ciencia cierta quién es el pastor como persona, a fin de poder aceptar y “juzgar”
adecuadamente el ministerio de dicho pastor. En este tiempo cobra especial valor este principio,
porque muchos se han dedicado al pastorado por intereses personales y no por vocación y
llamado. Esto ha traído grandes daños a la iglesia del Señor. Son muchos los intereses que han
motivado a quienes se dedican al pastorado sin ser llamados por Dios: Por ganancia deshonesta,
por fama, como forma de sustento económico etc. Pero lo más lamentable de todo, es la falta de
integridad y virtudes cristianas en la conducta de de muchos de ellos. Eso ha provocado lesiones
serias a la iglesia: Adulterios de dichos pastores, defraudación financiera, descuido de la salud
espiritual de los creyentes, y en muchos casos, la introducción de doctrinas erróneas y destructivas
en la iglesia. Todo ello ha provocado un mal ambiente para el ejercicio legítimo del ministerio y
una mala imagen del mismo dentro de la iglesia. Ese mal ambiente y daño de la imagen del
pastorado se ha extendido al mundo; es decir, fuera de la iglesia, en los no creyentes; afectando
así la credibilidad del ministro y de la iglesia, y por ende, la misión de ésta. Conviene, entonces,
saber identificar a un verdadero pastor, y para tal efecto, recordar la Regla: “Por sus frutos los
conoceréis”.
Características Pastorales:
1. El pastor ha de ser conforme al corazón de Dios. (Jeremías 3:15)
2. El pastor debe realizar su labor con ciencia e inteligencia espiritual. (Jeremías 3:15)
3. El pastor busca y cura la oveja perdida. (Lucas 15:4.5)
4. El amor a nuestro Señor Jesucristo es la principal motivación del pastor para realizar su obra.
(Juan 21:15-17) Si la motivación del pastor no es el amor a Cristo, sino que lo motiva los intereses
económicos, tarde o temprano la iglesia sufrirá las consecuencias: (Juan 10:7-13) El que no es un
verdadero pastor; motivado por el amor de Dios y el llamamiento, sino que su interés es el lucro
personal; se constituye en un alto riesgo para la iglesia. Nuestro Señor Jesucristo llama a tales
personas con el calificativo de: “Ladrones y salteadores”.
5. El pastor hace su labor con gozo. (Lucas 15:4.5) Ciertamente el ejercicio pastoral ha de hacerse
con gozo para que traiga beneficios tanto al pastor como a las ovejas. No obstante, hay actitudes
muy negativas de los creyentes que traen descontento y queja al corazón de los pastores. El
ejercicio gozoso del ministerio pastoral trae gran bendición a la iglesia; porque redunda en
acciones de gracias delante de Dios, y esto ciñe el favor y la gracia de Dios a la iglesia. La
obediencia y la sujeción de las ovejas juegan un destacado papel en el gozo con que el ministro
hace su labor.(Hebreos 13:17) Si la iglesia quiere disfrutar en abundancia de la bendición que trae
la ministración del ejercicio pastoral; ha de tener en alta estima al ministro (Pastor) y debe por
tanto, obedecerle y sujetarse a el por la autoridad delegada por Dios en el ministro. Esto, en el
entendido de que el pastor esté apegado a la doctrina del Señor.
Otras importantes características de un pastor las encontramos en pasajes de las escrituras donde
el apóstol Pablo aconseja a aquellos que pastoreaban en su tiempo: 1 Timoteo 3:1-7 Tito 1:5-9.
3. Don de presidir: “Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz” (Juan 10:4) Una función importante del pastor es ser guía para las
ovejas, y en esta función que es básicamente de liderazgo, el pastor necesita la virtud espiritual del
don de presidir; que es un don de liderazgo.
4. Don de enseñanza. Otra labor destacada del ministerio pastoral es la de enseñar. Por ello, el
don de enseñanza es parte fundamental en el ministerio de un pastor.