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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN LABORAL

LUIS GABRIEL MIRANDA BUELVAS


Magistrado Ponente

STL17302-2015
Radicación n° 62205
Acta 114

Bogotá, D.C., once (11) de diciembre de dos mil quince


(2015)

Surtido el trámite de designación de conjueces ante la


falta de mayoría en la votación de la ponencia primigenia,
previa discusión en Sala la misma no fue acogida, por lo que
el expediente pasó a este Despacho para resolver la
impugnación interpuesta por ALEJANDRO GONZÁLEZ
BELTRÁN contra el fallo proferido por la Sala de Casación
Civil el 16 de julio de 2015, dentro de la acción de tutela que
adelantó contra la SALA CIVIL DEL TRIBUNAL SUPERIOR
DEL DISTRITO JUDICIAL DE BOGOTÁ y el JUZGADO
DÉCIMO CIVIL DEL CIRCUITO DE DESCONGESTIÓN de la
misma ciudad, la cual se hizo extensiva a las partes e
intervinientes en el proceso objeto de discusión
constitucional.
I. ANTECEDENTES

El accionante fundamentó su solicitud de amparo en


los siguientes hechos:

Que el 17 de febrero de 1989, CORFIVALLE, hoy


CORFICOLOMBIANA, le expidió los CDTs Nos. 159743,
159744 y 159745, por $58.500.000 cada uno y exigibles el
17 de febrero de 1999; que el 12 de febrero de 1999 requirió
su pago, pero la entidad los negó con fundamento en que
eran «espurios», por lo que les impuso el sello de «Anulado» y
procedió a denunciarlo penalmente por los delitos de
«falsedad en documento privado y estafa».

Que el 9 de marzo de 2005, el Juzgado 9º Penal del


Circuito de Cali lo declaró responsable del punible de estafa
en grado de tentativa y falsedad en documento privado, lo
que al ser apelado fue revocado por la Sala Penal del
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cali el 24 de abril
de 2006, además de ordenar la devolución de las «cauciones
prendarias que se hubieren consignado» y «los certificados de depósito a
término distinguido con los numerales 159743, 159744 y 159745 (…)

para lo que estime conveniente»; que interpuesto el recurso

extraordinario de casación contra la anterior decisión, la


Sala Penal decidió no casarla el 5 de julio de 2006; que en
cumplimiento de la orden del Tribunal, los títulos valores le
fueron devueltos el 7 de septiembre de 2007.
Asegura el accionante que en el proceso penal se
acreditó que los títulos no eran falsos ni ficticios, además de
que los libros de contabilidad de la entidad «no eran fiables» y
que en su interior existía «una grave y profunda corrupción»; que
pese a que los CDTs tenían el sello de «Anulado», siempre
conservaron su vigencia ante la certeza de su expedición y
suscripción; que aunque el juez penal no tenía la
competencia para declarar la validez del título sino su
invalidez, lo cierto es que en la sentencia de casación se
indicó que «sería la justicia ordinaria la que determine si los TVs
cumplen las condiciones propias que se requieren para su ejecución» ,

que en su criterio, «sin duda se estaba refiriendo a que sería dicho


juez el que determinaría si los CDTs observaron todos los requisitos
generales y especiales que la ley exige y, nunca, jamás, que sería el que

determinaría los efectos legales de los ilegales sellos de anulado», pues

en tal proceso fue ratificada la conducta delictiva y unilateral


de la entidad, además de que era «evidente e innegable» la
vigencia de los CDTs y su calidad de títulos valores.

Que en virtud de lo anterior, promovió proceso ejecutivo


contra la referida corporación, «anexando como pruebas» los
CDTs y los pronunciamientos penales, pues estimó que se
trataba de un título complejo; que la ejecutada formuló las
excepciones que denominó «causal, prescripción, el demandante no
posee los CDTs de acuerdo con la ley de circulación, observancia del

debido proceso» y «confesó la autoría ilícita del sello de ‘ANULADO’»;

que el Juzgado 10º Civil del Circuito de Descongestión de


Bogotá, el 27 de abril de 2012, declaró la excepción «causal»,
negó el mandamiento de pago y declaró terminado el
proceso; que apeló y el Tribunal Superior de la misma ciudad
confirmó el 27 de agosto de 2014, tras advertir que «desde el
momento que se les imprimió el sello de anulado (…) se destruyeron
jurídicamente los títulos valores» y por tanto no podían
considerarse como títulos ejecutivos, con independencia de
«quién y en qué momento les implantó la mencionada leyenda de

anulación» y que el proceso promovido no era el idóneo para

resolver esa controversia jurídica, pues lo pertinente era


iniciar la acción de cancelación y reposición en los términos
del artículo 449 del Código de Procedimiento Civil, que en
todo caso estaba prescrita.

A juicio del actor, lo anterior contraría las


consideraciones de la Sala de Casación Penal, que daban
cuenta de la aludida vigencia y validez de los CDTs, su
condición de título claro, expreso y exigible, «el derecho
incorporado» en ellos y que la inscripción de «anulado» fue de

«ilícita autoría», aspectos que debían ser acatados por los

juzgadores civiles en atención a la «menor jerarquía en la pirámide


judicial», en vez de dilucidar los presupuestos formales por los

presuntos «vacíos» que se extraían de aquélla providencia.

En ese orden, señaló que los documentos que sirvieron


de base para el recaudo ejecutivo no fueron destruidos física
ni jurídicamente, de ahí que, para que ello fuese posible, era
necesario que el deudor promoviera un proceso ordinario con
tal fin, pero lo que hicieron los juzgadores fue invertir
«ilegalmente la carga de la prueba» , lo cual desconoció la sentencia

T-310 de 2009 de la Corte Constitucional, que señaló que


«cuando un deudor pretende derruir los principios de incorporación,
literalidad, legitimación y autonomía de un título valor, a él le

corresponde la carga de la prueba» , actuación que configuró un

defecto «procedimental absoluto en coherencia con el desconocimiento


del precedente constitucional» y porque «sobrevaloró los sellos de

anulado»; que asimismo se incurrió en un «defecto fáctico», pues


no se estudió íntegramente el acervo probatorio, además de
un error «sustancial» debido a que se aplicaron normas que no
eran relevantes al caso, como el mencionado «artículo 449 del
CPC en coherencia con el 802 del C. de Cio» y por el contrario

dejaron de lado los preceptos 625 y 626 ibídem; que se


desconoció el principio de non reformatio in pejus, puesto que
en la decisión de primer grado el problema jurídico radicó en
«la falta de causa o inexistencia del depósito dinerario» y no en la

existencia de los títulos, asunto último que se aceptó y no se


controvirtió en la apelación, mas el Tribunal «oficiosamente
retomó el tema de los sellos» en los CDTs y ello conllevó a

concluir la supuesta destrucción jurídica, lo que hizo más


gravosa su situación pese a ser apelante único.

Que la justicia se «relativizó», pues para la especialidad


penal los instrumentos de pago «sobrevivieron a los arbitrarios
anulados y para la (…) civil no» ; que en el trámite «pasaron cosas no
muy santas ni éticas, que bien merecen ser investigadas penal y

disciplinariamente», como falsos testigos de la parte ejecutada y

que el «alegato» presentado por su abogado «fue sustraído del


expediente», sin que se hubiese decretado su reconstrucción

antes de proferirse el fallo de segundo grado.

En cuanto a la prescripción, señaló que el criterio del


Tribunal es «no solo injusto sino perverso», pues no se percataron
de que los documentos estuvieron «retenidos o capturados» en el
proceso penal, instancia a la que requirió el desglose en
varias ocasiones pero no accedieron y por ello tales hechos
configuraron una «fuerza mayor» que imposibilitó el
adelantamiento de la acción con anterioridad; que todo lo
anterior constituye un «crimen cambiario» que «perpetró el deudor y
la pena le fue aplicada al acreedor y a los TVs» , por lo que estimó
que la decisión de los juzgadores «protege la mala fe»; que no era
viable interponer la acción de cancelación y reposición toda
vez que los títulos no estaban destruidos física ni
jurídicamente.

Que si bien interpuso una tutela con anterioridad, fue


negada porque estaba en curso la queja formulada contra la
providencia del Tribunal que no concedió la casación, lo que
se declaró bien denegado el 2 de junio de 2015.

Estimó quebrantados sus derechos fundamentales al


debido proceso, al de defensa, al acceso «material» a la
administración de justicia y a la igualdad, así como los
principios de buena fe, legalidad, seguridad jurídica, la sana
crítica y los que denominó «sujeción al imperio de la ley y de la
justicia, no protección judicial a la mala fe de las partes o apoderados
(…) expedición de decisiones judiciales justas, legítimas y coherentes
con la ley y el material probatorio, fuerza vinculante y acatamiento del
precedente, orden social justo y supremacía del Derecho sustancial
sobre el excesivo rigor formalista, protección a los derechos y al
patrimonio de las personas, rechazo del enriquecimiento injusto, del
abuso del derecho y de la posición dominante, y protección a los
principios de incorporación, literalidad, legitimación y autonomía
connaturales a los títulos valores, etc., que contempla la Carta desde su
preámbulo y en los arts. 1, 2, 13, 25, 29, 28 y 228.

Solicitó, por lo anterior, que se revocaran las


providencias anotadas, «impartiendo las órdenes que sean
necesarias para su protección y que lleven a restablecer la juridicidad, la
legalidad y la vigencia del sistema jurídico justo (…) exhortándoles a no
dar ningún efecto ni protección a la mala fe ni a los arbitrarios y

unilaterales ‘anulado’ que el deudor les estampó o agregó a los CDTs» .


II. TRÁMITE Y DECISIÓN DE INSTANCIA

Por auto del 8 de julio de 2015, la Sala de Casación


Civil dio curso a la acción, vinculó a los atrás descritos,
ordenó la notificación y el traslado correspondiente (folios
505 y 506).

El Tribunal afirmó que se incumplió el presupuesto de


inmediatez, pues el fallo atacado tiene más de 10 meses, sin
que sea excusa válida la interposición del recurso de
casación y de la queja pues «evidente se avenía la improcedencia
(…) frente a una decisión adoptada en el marco de un proceso ejecutivo» ,

a la cual se remitió por no considerarla arbitraria y destacó


que el estudio oficioso efectuado lo sustentó en el artículo 29
de la Ley 1395 de 2010, modificatorio del canon 497 del
Código de Procedimiento Civil (folios 516 a 518).

Corficolombiana destacó el carácter subsidiario de la


tutela, de allí que no pueda ser utilizada como una tercera
instancia; que no existe inmediatez y que la discusión
connota aspectos legales que no pueden ser dilucidados por
esta vía constitucional, además de que las providencias se
ajustaron al ordenamiento jurídico y se garantizaron todas
las oportunidades procesales para ejercer el derecho de
defensa (folios 520 a 548).

Por sentencia del 16 de julio de 2015, la Sala de


Casación Civil advirtió satisfecho el presupuesto de
inmediatez, pero estimó que la decisión del Tribunal fue
razonable, dado que se edificó en una valoración prudente
del acervo probatorio, la normatividad y jurisprudencia
aplicable al caso, a partir de la cual consignó:
… no se vislumbra vía de hecho lesiva de prerrogativas
constitucionales en la providencia auscultada, pues en ésta se
explicó con suficiencia la imposibilidad de continuar con la
ejecución, dada la inexistencia ‘jurídica’ de los títulos, precisión
realizada tras surtirse un análisis oficioso de los instrumentos de
pago, el cual como lo ha expuesto esta Sala en varias ocasiones,
es indispensable en los juicios compulsivos a la hora de proferirse
los fallos de instancia.

Aunado a lo decantado, se destaca que en torno a lo decidido


sobre las excepciones de prescripción y falta de causa de los
CDTs, no se halla incoherencia en el pronunciamiento analizado,
por cuanto, tal como lo adujo el Colegiado atacado en su
respuesta, los argumentos aducidos sobre esas excepciones, son
subsidiarios al discernimiento principal, referente a la
‘destrucción’ de los instrumentos de pago.

Refirió que de la valoración del litigio penal incoado


contra el petente no se extraía la exigibilidad de los
documentos base del ejecutivo y en cuanto a la sentencia T-
310 de 2009, puntualizó que a más que de tener efectos inter
partes, lo allí discutido difería de los hechos que ahora son
materia de debate (folios 566 a 581).

Con posterioridad al fallo, José Guillermo Roa


Sarmiento pidió la nulidad de todo lo actuado pues aunque
fue vinculado al trámite constitucional, no fue
oportunamente notificado y por ello no tuvo la oportunidad
de ejercer su derecho de defensa (folio 597). Así mismo, el
accionante solicitó la aclaración y complementación del fallo
(folios 600 a 615), ambas peticiones negadas el 30 de julio
del 2015 (folios 625 a 634, 635 y 636).

III. LA IMPUGNACIÓN
El actor aseveró que la providencia de primer grado no
estudió todos los fundamentos expuestos en el escrito inicial,
los cuales reiteró. Calificó las decisiones de los juzgadores
como «criminales y prevaricadoras», incursas en «tráfico de
influencias y la coerción a la juez y a los magistrados por parte no solo
del gran poder económico, encarnado por Luis Carlos Sarmiento Angulo
sino también del públicamente conocido traficante del poder, el hoy
‘célebre e ilustre’ ex súper Ministro de la Presidencia Néstor Humberto

Martínez Neira». Resaltó que lo ilícito no es fuente de derecho y

menos aún de su extinción; que es necesario analizar las


irregularidades y «maniobras fraudulentas» de la ejecutada
acreditadas en el proceso penal y que ahora insiste con el
ánimo de inducir al error a la jurisdicción constitucional. En
punto a la sentencia T-310 de 2009, dijo que lo vinculante de
los precedentes constitucionales son las razones de derecho
y no las fácticas.

Adicionalmente, se remitió a lo señalado en la precitada


petición de aclaración y adición, en la cual adujo, en síntesis,
que la homóloga Civil «se apartó o derogó» la tesis
jurisprudencial según la cual «los jueces deben negar toda súplica
cuya fuente sea el dolo o mala fe» , para dar paso a una totalmente

opuesta, pues en su sentir se protegió al deudor cambiario,


quien actuó contrario a derecho, lo que lleva a concluir que
cuando se trata de una entidad financiera, éstas «no tienen ni
Constitución, ni sistema jurídico, ni ley, ni juez ni magistrado ni Corte

que pueda juzgar sus tenebrosos actos»; que así como las leyes

injustas no son derecho, las sentencias injustas tampoco lo


son, como asegura darse en este caso. Reprochó que la
decisión impugnada solo la suscribieron 5 magistrados,
cuando son 7 y «a qué hora leyó y analizó el escrito de tutela y leyó y
valoró los más de 500 folios de pruebas que se allegaron, si la acción
entró para fallo el 15 de julio de 2015 y el fallo fue proferido el 16 del

mismo mes» (folios 654, 4 a 17, C. Corte).

IV. CONSIDERACIONES

Esta Sala de la Corte ha considerado que el amparo del


artículo 86 de la Constitución Política procede contra
decisiones judiciales en casos concretos y excepcionales en
los que se adviertan actuaciones u omisiones de los jueces
evidentemente violatorias de los derechos constitucionales
fundamentales, como cuando la providencia atacada puede
calificarse de caprichosa, arbitraria, absurda o autoritaria
por carecer efectivamente de fundamento objetivo y por lo
tanto sea el resultado de un juicio abiertamente irracional,
todo lo cual debe equilibrarse con otros valores del Estado
Social de Derecho, especialmente los concernientes a la
administración de justicia y a la seguridad jurídica de que
están revestidas las decisiones proferidas en instancia, que
se concretan en los principios de la cosa juzgada y de la
independencia y autonomía de los jueces.

En el presente asunto, la parte accionante cuestiona las


decisiones de las autoridades jurisdiccionales demandadas,
pues en su sentir no advirtieron la existencia de un título
ejecutivo claro, expreso y exigible, originado en los CDTs
Nos. 159743, 159744 y 159745, suscritos con Corfivalle, hoy
Corficolombiana. Señala que la leyenda «anulado» visible en
tales documentos, tiene su causa en una actuación
unilateral y de mala fe de la deudora, quien al momento de
recibir el cobro decidió tenerlos como «espurios» y en razón a
ello le inició un proceso penal, del que resultó absuelto.

Precisamente, el actor edifica su petición de amparo en


lo considerado por los juzgadores de esa especialidad, entre
otras razones, porque allí se estableció la validez de los CDTs
y se acreditaron varias actuaciones irregulares relacionadas
con el manejo de los títulos valores y que son imputables a la
parte ejecutada, circunstancias que le permiten concluir que
está demostrada la mala fe de la deudora.

En ese contexto, la tesis fundamental del accionante


reposa en que el sello de anulación que unilateralmente
plasmó la deudora en los CDTs, es una actuación ilegal que
no puede producir consecuencias jurídicas en favor de quien
la propició, como lo dedujo el Tribunal al atribuir la
destrucción jurídica de aquéllos tras darle pleno valor a la
mencionada inscripción «anulado», además de que no era
obligación del juez civil validar los presupuestos formales del
título, pues ello fue una terea efectuada por el penal, el que
si bien no le confirió efectos comerciales, resultaba evidente
su validez pues incluso en la providencia del juez de
apelaciones penales se decidió devolverlos a su propietario
para lo que estimara pertinente.

No obstante lo anterior, contrario a lo señalado por el


accionante, la Corte no advierte la arbitrariedad que éste
encuentra en las providencias judiciales, dado que de su
texto se infiere que el Tribunal efectuó un análisis jurídico y
probatorio acorde con lo que razonablemente se extraía de
los elementos de juicio que militaban en el expediente, de la
ley y la jurisprudencia relevante al caso.

En efecto, cabe precisar que el juez de apelaciones no


pasó por alto las consideraciones expuestas por la Sala de
Casación Penal, pues al respecto afirmó que «dichos
documentos, los pretendidos títulos valores, por haber sido adosados al
proceso penal que terminó con sentencia absolutoria en aplicación del
principio de in dubio pro reo están exentos del análisis de sus ‘requisitos
formales’ que debe hacer el sentenciador civil y que por ello, son títulos-
valores y pueden soportar la acción ejecutiva, pues allá, la actuación del
aparato judicial se encaminó a establecer la existencia de un hecho
punible y el presunto responsable; incluso se ordenó su devolución pero
nada se dijo sobre la validez desde el punto de vista comercial. Es por
eso que la Sala no puede aceptar al rompe dicha decisión, pues el

problema jurídico a resolver es totalmente diferente» .

Lo anterior permite inferir con bastante claridad que el


juez plural sí analizó el fallo de la máxima autoridad de la
jurisdicción ordinaria penal, solo que enfatizó que en tal
proveído no se estudiaron los documentos desde el punto de
vista comercial, que era apenas obvio dada la competencia
funcional del juzgador, lo que naturalmente abría el paso al
estudio formal de los CDTs en pos de determinar su mérito y
existencia ejecutiva, sin que constituyera obstáculo el hecho
de que ese tema no hubiese sido concretamente el abordado
por el a quo al declarar la excepción «causal» y menos aún
controvertido en la apelación, pues como bien lo advirtió, «el
inciso adicionado por el artículo 29 de la Ley 1395 al artículo 497 del
Código de Procedimiento Civil, permite la revisión oficiosa del

mandamiento de pago», aserto que apoyó en la jurisprudencia,

de la que resaltó haber indicado que «el juez de segunda


instancia puede y debe analizar la regularidad estructural del proceso
desde su comienzo, amparado por la facultad indiscutible que tiene de
abordar en forma panorámica ese estudio en cuanto conviene de modo

particular con los llamados presupuestos procesales de la ejecución» .

Justamente a partir del estudio de tales requisitos


procesales, encontró desatendido el de la literalidad del título
consignado en el artículo 619 del Código de Comercio, el cual
indica que «Los títulos-valores son documentos necesarios para
legitimar el ejercicio del derecho literal y autónomo que en ellos se

incorpora», a partir del cual expuso:

… es precisamente, el principio de ‘literalidad’ que debe ser


estudiado en un primer momento y de ese análisis se deriva que
para el momento de presentarse los mencionados CDTs al cobro
judicial estaban completamente deteriorados desde el punto de
vista jurídico con el sello de ANULADO, lo que impide entrar a
considerar la claridad del derecho, su incorporación y la
exigibilidad de la obligación que pretende el demandante que se
deduzca de los mencionados documentos.

Al respecto, enseña la jurisprudencia que:

(…)

La literalidad, en cambio, está relacionada con la condición que


tiene el título valor para enmarcar el contenido y alcance del
derecho de crédito en él incorporado. Por ende, serán esas
condiciones literales las que definan el contenido crediticio del
título valor, sin que resulten oponibles aquellas declaraciones
‘extracartulares’, que no consten en el cuerpo del mismo. Esta
característica responde a la índole negociable que el ordenamiento
jurídico mercantil confiere a los títulos valores. Así, lo que pretende
la normatividad es que esos títulos, en sí mismos considerados,
expresen a plenitud el derecho de crédito en ellos incorporados, de
forma tal que en condiciones de seguridad y certeza jurídica,
sirvan de instrumentos para transferir tales obligaciones, con
absoluta prescindencia de otros documentos o convenciones
distintos al título mismo. En consonancia con esta afirmación, el
artículo 626 del Código de Comercio sostiene que el ‘suscriptor de
un título quedará obligado conforme al tenor literal del mismo, a
menos que firme con salvedades compatibles con su esencia’. Ello
implica que el contenido de la obligación crediticia corresponde a
la delimitación que de la misma haya previsto el título valor que la
incorpora.

De manera que resulta equivocado afirmar que el


Tribunal avaló una conducta ilícita y de mala fe, pues ello no
es lo que genuinamente se extrae de la reproducción de su
proveído; por el contrario, su posición fue eminentemente
jurídica y apuntó a la desatención del actor en la correcta
formulación del proceso que hiciera valer el contenido
crediticio que advertía en los citados documentos, pues al no
cumplirse el presupuesto de literalidad, desdibujada en este
evento por la ampliamente mencionada anotación «anulado»,
ello conllevaba la dificultad jurídica de prestar mérito
ejecutivo y en la posibilidad de concluir la inexistencia del
título.

De ese modo, no resulta descabellado estimar que si el


actor consideraba contar con las pruebas suficientes para
demostrar su exigibilidad y vigencia, pero no se satisfacía el
referido presupuesto procesal, lo correcto no era iniciar una
acción ejecutiva sino solicitar su cancelación, y en su caso,
la reposición en los términos del artículo 449 del Código de
Procedimiento Civil, en consonancia con el 803 del Código de
Comercio.

Así mismo, de lo transcrito se desprende que en ningún


momento el juez de apelaciones invirtió la carga de la
prueba, pues lo que subyace a este argumento es el criterio
del actor según el cual la destrucción jurídica de los CDTs
debió promoverla el deudor y no imponerle al acreedor el
recobro de su derecho, inconformidad que desatiende el
verdadero fundamento de la providencia cuestionada, tal
como se ha destacado.

De suerte que las determinaciones reprochadas se


evidencian razonables, dado que la actividad que realizó el
juzgador se fundó en una estimación de derecho amparada
en el ordenamiento jurídico, y al margen de que esta Sala las
comparta o no, lo cierto es que no configura la violación de
garantías constitucionales; se insiste, la Carta Política
también ampara la independencia y autonomía judicial, de
tal suerte que la intervención del juez de tutela únicamente
es viable cuando lo proveído es desproporcionado y
arbitrario, que sin lugar a dudas no es el caso.

En lo que atañe a la presunta sustracción de los


alegatos de instancia de su apoderado, deviene notorio su
desestimación, pues el propio impugnante admite que no
solicitó la reconstrucción procesal ni elevó petición alguna
frente a esa supuesta irregularidad, de ahí que si el juez
natural no pudo abordar la legalidad de tal escenario ante la
ausencia de una petición formal, menos aún lo puede hacer
el de tutela, sin que tal omisión pueda ser corregida por este
mecanismo subsidiario, residual y preferente, so pretexto de
desconocer el artículo 6º del Decreto 2591 de 1991.

Finalmente, en punto a la presunta incoherencia del


estudio de la prescripción, tal aspecto trasluce irrelevante,
pues si bien el Tribunal abordó su estudio, lo hizo de manera
subsidiaria y «en gracia de discusión», circunstancia que por sí
sola desvanece la relevancia constitucional que debe
preceder a una discusión de esta estirpe.

Igualmente carece de relevancia el estudio de los


reproches como la firma de 5 magistrados en la sentencia de
tutela de primer grado o el escaso tiempo dedicado a la
resolución del caso, cuestiones que en nada inciden en la
controversia aquí discutida y que constituyen argumentos
que están lejos de ser jurídicos y respetuosos, más allá del
argumento que implica entender el carácter preferente y
especial de esta acción constitucional.

En los anteriores términos se confirmará el fallo


impugnado.

V. DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia,


Sala de Casación Laboral, administrando justicia en nombre
de la República y por autoridad de la ley,

RESUELVE

PRIMERO: CONFIRMAR el fallo de tutela impugnado.

SEGUNDO: NOTIFICAR a los interesados


telegráficamente o por cualquier otro medio expedito.
TERCERO: REMITIR el expediente a la Corte
Constitucional para su eventual revisión.

Cópiese, notifíquese, publíquese y cúmplase.

CLARA CECILIA DUEÑAS QUEVEDO


Presidenta de Sala

JORGE MAURICIO BURGOS RUIZ

RIGOBERTO ECHEVERRI BUENO

GUSTAVO HERNANDO LÓPEZ ALGARRA


LUIS GABRIEL MIRANDA BUELVAS

CARLOS ERNESTO MOLINA MONSALVE

FRANCISCO ESCOBAR HENRÍQUEZ

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA


SALA DE CASACIÓN LABORAL

GUSTAVO HERNANDO LÓPEZ ALGARRA


Magistrado ponente
Radicación n.° 62205
SALVAMENTO DE VOTO

Con el respeto de siempre, no apartamos de la decisión


máyoritaria de la sala por las siguientes razones:

Revisada la pieza procesal criticada, en aras de


confrontarla con la Carta Política, se advierte que
efectivamente incurrió en una vía de hecho la Sala Civil del
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá, que por
providencia de 27 de agosto de 2014, confirmó la sentencia
proferida el 27 de abril de 2012 que declaró «fundada la
denominada excepción causal propuesta por la parte demandada (...)
se niega el mandamiento de Pago y en consecuencia se declara

terminado el presente proceso de Ejecución», decisión que no fue

conforme a la normatividad aplicable y a la realidad


procesal, circunstancias que tornan irrazonable el
pronunciamiento, por las razones que se pasan a exponer:

Es sabido que el proceso ejecutivo es la actividad


procesal mediante la cual el acreedor, fundándose en la
existencia de un título documental que constituye plena
prueba contra el deudor, demanda la tutela del Estado con
la finalidad de que éste garantice al deudor el cumplimiento
de una obligación. Es por ello que el artículo 1602 del
Código Civil determinó que «Todo contrato legalmente celebrado es
una ley para los contratantes», por lo que el acreedor debe
ejercer los medios legales pertinentes para satisfacer las
obligaciones insatisfechas, que se hayan generado por
causa u ocasión de cualquier clase de contrato.

Su objetivo principal es el cumplimiento de una


obligación, para hacer efectiva la prestación que se declaró
ya sea en una sentencia judicial o por el libre acuerdo de
voluntades pactado entre las partes; en consecuencia su
finalidad radica única y exclusivamente en el cumplimiento
de una obligación, siempre que sea clara, expresa y exigible,
confor me l o define el a rt ículo 488 del C ódigo de
Procedimiento Civil.

Para el caso de autos, el accionante por medio del


proceso ejecutivo, pretendió la ejecución de tres «Certificados
de Depósito a Término Nominativo», cada uno por la suma de
$58.500.000 (cincuenta y ocho millones quinientos mil
pesos moneda corriente), expedidos por Corfivalle el 17 de
febrero de 1989, con fecha de exigibilidad el 17 de febrero
de 1999 los cuales tenían en su cuerpo el sello de "Anulado".

El título ejecutivo es el documento en que está


contenido un acto, y se pueden clasificar en títulos
ejecutivos judiciales, contractuales, de origen
administrativo y los que emanan de actos unilaterales del
deudor. En el sub judice nos interesan los segundos, que
son los que se producen de la declaración de la voluntad de
las partes observando los requisitos fijados por ley, para
obligarse a algo.

Entre estos títulos contractuales se encuentra los


títulos valores como las letras, cheques, pagarés,
certificados de depósito, bonos de prenda etc; y que el
artículo 619 del Código de Comercio definió como:

Los títulos valores son documentos necesarios para legitimar el


ejercicio del derecho literal y autónomo que en ellos se incorpora.
Pueden ser de contenido crediticio, corporativos o de
participación, y de tradición o representativos de mercancía.

El certificado de depósito a término es propiamente de


contenido crediticio, y es un instrumento negociable que el
mismo artículo 821 ibídem determinó:

Cuando en la ley o en los contratos se emplea la expresión


"Instrumentos negociables" se entenderá por tal los títulos -valores
de contenido crediticio que tenga por objeto el pago de moneda. La
protección penal de estos títulos seguirá rigiéndose por las normas
respectivas del Código Penal y disposiciones complementarias.

Más adelante el mismo código en su artículo 1393, dijo


que los depósitos a término son:

( ...) aquellos en que se haya estipulado, en favor del banco, un


preaviso o un término para exigir su restitución.

Cuando se haya constituido el depósito a término o con preaviso,


pero se haya omitido indicar el plazo del vencimiento o del
preaviso, se entenderá que no será exigible antes de treinta días.
Y el artículo 1394 estableció:
Los bancos expedirán, a solicitud del interesado, certificados de
depósito a término los que, salvo estipulación en contrario serán
negociables como se prevé en el título Hl del libro HI de este
código.

Cuando no haya lugar a la expedición del certificado será plena


prueba del depósito el recibo correspondiente expedido por el
banco.

Ahora dentro de la clasificación del depósito a término,


tenemos que se trata de títulos nominativos, al respecto el
artículo 648 indicó:

El título valor será nominativo cuando en él o en la norma que


rige su creación se exija la inscripción del tenedor en el registro
que llevará el creador del título. Sólo será reconocido como
tenedor legítimo quien figure, a la vez, en el texto del documento
y en el registro de éste.

La transferencia de un título nominativo por endoso dará derecho


al adquirente para obtener la inscripción de que trata este
artículo.

Si bien es cierto el legítimo tenedor debe aparecer


tanto en el documento como en el registro de éste, conforme
se anotó, también lo es, que esa última obligación de
efectuar el registro le correspondía al deudor, por tratarse
de una operación interna del resorte de la demandada que
usualmente es suscrita por el acreedor, por lo que no es en
principio verificable por este como ocurrió en este caso, en
el que de acuerdo a la sentencia de la Sala Penal de la Corte
lo que se constató fue la inexistencia de tal registro (fl. 200),
por lo que partiendo del principio de la buena fe, esa
expedición se convirtió en válida cuando el acreedor recibió
los CDTs de Corfivalle, entrega ésta, que perfeccionaba el
negocio.

Dentro de la investigación penal que se adelantó


contra el demandante se determinó que además de que su
contabilidad no era confiable, Corfivalle no llevaba esta
clase de registros, siendo su obligación mercantil y no la del
accionante, lo que descartaba la exigencia de tal registro
para la validez de los títulos. Los títulos además, nunca
salieron de la órbita de dominio del señor González Beltrán
para hablar de un posible endoso, que pudiera descartar la
titularidad del mismo.

Al estudiar el tema de la contabilidad la Sala de


Casación Penal determinó que:

El Ad quem pudo establecer, con ese propósito, que el panorama


probatorio del proceso cambió cuando rindieron declaración los
señores Rubén Bonilla Mora y Luis Fernando Guzmán
Hernández, quienes pusieron en conocimiento una serie de
situaciones anormales dentro de CORFIVALLE que con
anterioridad nadie había referido. (fi. 186)

(...) Es claro entonces, que si el sentenciador no encontró en estos


declarantes el ánimo de favorecer a alguna de la partes, porque
de otra manera no habría puesto en conocimiento, de manera
nítida, concreta y con lujo de detalles, procedimientos irregulares
que involucraban tanto a la empresa como a uno de los
funcionarios, LUIS ERNESTO GONZÁLEZ, los juicios del libelista
se orientaron a cuestionar el mérito probatorio que se les otorgó,
pues entiende que de los manejos anormales de la entidad no se
pueden inferir eventuales dudas a favor de LEJANDRO
FONZÁLEZ BELTRÁN.(fl. 188).
Además de esa falta, y con la clara intención de restarle
importancia a este asunto, omitió desarticular en su reproche las
demás consideraciones del Ad quem, indicativas del anormal
desarrollo de las operaciones, procedimientos y actuaciones
cumplidas en el seno de la entidad financiera y del manejo
irregular de los CDTs, por parte del jefe de captaciones LUIS
ERENESTO GONZÁLEZ VALENCIA, a quien le encontraron en su
escritorio todo un montaje dedicado a la creación, modificación y
manejo irregular de los títulos, aprovechando su condición de jefe
de captaciones, quien a la postre resultó acusado por su presunto
compromiso con los hechos materia de esta actuación.(fl. 189).

(...) Frente a esa situación de desgreño administrativo por parte


de la entidad financiera, a lo largo de la investigación quedaron
sin dilucidar muchos aspectos relacionados con los títulos que
LEJANDRO GONZÁLEZ BELTRÁN presentó para su cobro (...)

(...) no se comparte el pensamiento tajante del Procurador judicial


en el sentido de que se trata de una obligación ficticia, cuando
también se pudieron constatar las inconsistencias en la
contabilidad de CORFIVALLE.

De la declaración rendida por María Elena García dedujo el


sentenciador que cuando se trató de expedir los títulos a nombre
de las señoras Jaramillo, antes lo habían siso a nombre de otra
persona y fue por esa razón que presuntamente se anularon.

Encuentra el libelista en el anterior razonamiento un proceso


intelectual contrario a las reglas de la sana crítica - que no
demuestra - porque según él se le debió otorgar credibilidad a la
causa de la existencia de esos títulos, esto es, la operación
fallida de las hermanas Jaramillo y, correlativamente, el carácter
apócrifo de los CDTs No.s 159743, 159744 y 159745.

No considera, sin embargo, que un tal requerimiento no surge


posible, al menos sin desconocer las consideraciones probatorias
del sentenciador, quien encontró dudas probatorias incluso frente
a la existencia de las citadas señoras Jaramillo, en cuanto
señaló:
Con todas estas inquietudes y vacíos probatorios, que debieron
haber sido llenados en su oportunidad mediante la aducción de
las pruebas que legal y razonablemente se requerían, sin
embargo la Sala no se explica: ¿por qué razón nunca se hicieron
los esfuerzos suficientes para que comparecieran a declarar las
señoras o señoritas JARAMILLO, a pesar de tantos años de
investigación y juicio en este proceso? Nunca se supo a ciencia
cierta entonces quienes fueron las señoritas o señoras
JARAMILLO y sobre su existencia se tejió siempre un marco de
incertidumbre bien manejado porque siempre se dijo que ahí
estaban, que allí aparecían, que existían, pero nunca realmente
comparecieron al proceso. Es decir se dio por cierto y por sentado
algo que nunca pudo comprobarse y, en las circunstancias
anteriormente vistas, ello no deja de ser una falencia que de
ninguna manera puede suplirse con la afirmación de la
existencia d una d e l as parte s i nvol uc radas sin real y
verdade ra comprobación acerca de la misma (fi. 198).

En esas condiciones y ante la falta de los registros


para determinar con certeza la información, la calidad de
legítimo tenedor, se limitaba al contenido del título mismo,
en la medida en que la demandada no llevaba el registro
exigido por la norma. Entonces era el tenedor de los títulos
quien podía ejercer la acción ejecutiva ante la jurisdicción
civil, y así procedió.

En lo que respecta al sello de "Anulación" en cada uno


de los CDTs, es claro que fue impuesto por la entidad
demandada al momento en que fueron presentaron para su
cobro, sin que para ello mediara orden judicial. Lo cierto es
que con base en dichos títulos y su presunta nulidad
Corfivalle procedió a entablar denuncia penal en contra del
tenedor por los delitos de falsedad en documento privado y
estafa en grado de tentativa. Empero, el denunciado fue
absuelto por la Sala Penal del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Cali, decisión que posteriormente no fue casada
por la Sala de Casación Penal de esta Corporación
concluyendo:

Además si como lo adujo el sentenciador, los resultados de los


diferentes estudios técnicos son contradictorios, no hay razón
para reprocharle el rechazo de la pericia que según el libelista,
demuestra la alteración de los títulos, sobre todo cuando deja de
lado que en ese análisis también se incluyó la afirmación del
propio denunciante, Gustavo Díaz Embus, Director de Control y
Gestión de la Corporación Financiera del Valle, quien por escrito
admitió la autenticidad y legitimidad de los títulos, al decir que lo
que se consideraba fraudulento era el contenido pero no el papel
ni la firma del representante legal.

( ...) Ese estado de perplejidad impide, a las claras, tener por


demostrada la falsedad de los títulos con fundamento en el único
dictamen que avala esa tesis y menos aún ordenar, como lo
solicita el demandante, la cancelación de los títulos en aplicación
del artículo 66 del Código de Procedimiento Penal.

En esas circunstancias al no probarse la falsedad de


los documentos en la Jurisdicción competente, esta decidió
no ordenar la cancelación de los CDTs, con arreglo a lo
estipulado en el artículo 66 del C. de P.P. que lo autorizaba,
y por el contrario ordenó en el numeral tercero de la
sentencia, devolver los certificados de depósito a término a
su propietario, para lo que estimara conveniente.

Aclarado lo anterior se tiene que ciertamente uno de


los principios que rige los títulos valores es el de literalidad,
por lo que debe estarse al contenido plasmado en el título
mismo. En el presente caso, como se vio, el sello de
anulación fue impuesto de forma unilateral por la entidad
deudora, sin que para ello mediara orden judicial, actitud
que no es asunto de poca monta como lo asumió el
Tribunal, pues no puede aceptarse que una de las partes
anule el documento unilateralmente y ello produzca efectos
jurídicos. Por lo que a pesar de que el sello de nulidad
aparece en el cuerpo de los documentos, esa circunstancia
no acarreó su nulidad jurídica, en tanto que, para que
dicho fenómeno se de, debe ser pactado o consentido por
las partes que intervinieron en el negocio inicial, o
declarado por el juez competente. En este asunto no se dio
ninguna de estas dos circunstancias, y en esa medida, el
sello de anulación no produjo efectos y carecía de
legitimidad para determinar la invalidez o destrucción de los
CDTs, por lo que el Tribunal se equivocó en su sentencia al
aceptar la nulidad de los títulos, y deducir del sello su falta
de claridad. Tal inferencia lo llevó a aceptar, que se podía
pretermitir el proceso ordinario que declarara la nulidad de
los títulos, conclusión que lo hizo incurrir en una clara vía
de hecho, al violarle al demandante el debido proceso y el
derecho de defensa.

Afirmó el Tribunal cuestionado que el señor González


no solicitó el desglose de los documentos ante el ‹fiscal o al
juez penal (...) para acudir en tiempo ante los jueces civiles en la acción

que aquí nos reúne, carga que no cumplió, por lo que no pudo ejercer la

"acción cambiaría" por el proceso penal», sin embargo revisado el

expediente penal que se allegó en copias a folio 103 se


verificó que el apoderado del señor González realizó el 3 de
junio de 1999 la solicitud de «ordenar el desglose de los
certificados de depósito a termino, para así poder hacer las acciones
legales pertinentes tendientes a la obtención del pago de los mismos».

Solicitud que fue resuelta por el fiscal de conocimiento


así:
No obstante haberse ordenado la entrega de los títulos, en
providencia que antecede, el Despacho considera que si bien
jurídicamente es procedente, no es conveniente para la
investigación desde el punto de vista practico (sic), debido a que
ello dilataría el diligenciamiento de éste proceso en el sentido que
se tendría que esperar a que se iniciara la acción que pretende el
denunciante DE LA PAVA para practicar las diligencias técnicas
sobre los documentos. Es por ello que considerando la decisión
anterior por las razones antedichas se ordena REVOCAR la
resolución que antecede y así se hayan realizado los oficios y se
haya entregado al petente los documentos, aun por breve tacto,
se glosaran al expediente, para colocar las cosas en su congruo
lugar para beneficio de la investigación.

Posteriormente el accionante realizó la misma petición


ante la Sala Penal del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Cali, la que resolvió por auto del 27 de julio de
2006:

Solicita el defensor de ALEJANDRO GONZÁLEZ BELTRAN, que se


haga la entrega de los títulos Nros. 159743, 159744 y 159745, a
su propietario toda vez en el numeral tercero de la sentencia de
segundo grado así se ordena.

Empero, justamente conforme el artículo 64 del Código Adjetivo


Penal, considera la Sala que dichos títulos fueron allegados al
plenario porque fueron el "instrumento" con que presuntamente
se intentó estafar a la corporación que obra como afectada, no
siendo dable entonces proceder a la entrega pretendida en la
medida que la decisión que decretó la absolución del mencionado
procesado aun no se encuentra en firme, como que a la hora se
interpuso casación contra la misma. Por lo anterior se dispone:
(...) No acceder a la petición hecha por el togado, conforme las
consideraciones expuestas.

En ese orden es claro que el accionante realizó la


solicitud de desglose de documentos ante el fiscal de
conocimiento como el tribunal, y la misma fue negada
conforme se expuso, por lo que no le asiste razón al
Tribunal accionado en afirmar que ello no aconteció.

Ahora hablar de una destrucción jurídica de los CDTs,


para que acudiera el accionante a ejercer la acción de
cancelación y reposición en los términos del artículo 449
Código de Procedimiento Civil, tampoco es de recibo para la
Sala. La reposición ocurre cuando el título se ha deteriorado
por vejez, por humedad etc., a tal punto que no puede
seguir circulando; mientras la cancelación se utiliza para
los casos de extravío, hurto, o destrucción total del título
del cual no pueda hacerse reposición.

Acontecimientos que no se presentaron en este caso,


pues como ya se dijo, el título gozaba de validez a pesar de
haber sido marcado unilateralmente con el sello de
"Anulado". Además lo que se desprende de los hechos es,
que existía físicamente sin deterioro alguno, reposando en
el expediente del proceso penal en el que se investigaba si
eran falsos y si el imputado había tratado de perpetrar una
estafa al presentarlos para su cobro, por lo que no era
viable su reposición en aplicación de los artículos 802 y 803
del Código de Comercio.

Respecto a la excepción de prescripción propuesta por


la accionada, debe recordarse que la misma es la figura
jurídica idónea para limitar en el tiempo la utilización de
los mecanismos judiciales existentes para hacer valer un
derecho, este fenómeno consolida una situación jurídica
con fundamento en la inactividad de la parte interesada,
por incuria o dejación, o simplemente por la condonación
implícita de la obligación. En esas condiciones el mero
transcurso del tiempo no puede cambiar la naturaleza
jurídica de los actos, que han de evaluarse en derecho.

Del tema la Sala de Casación Civil de esta


Corporación, en sentencia proferida el 13 de octubre de
2009 en el expediente 11001-3103-028-2004-00605-01
expuso:

El instituto de la prescripción, específicamente la extintiva o


liberatoria, cuyo fundamento radica en el mantenimiento del
orden público y de la paz social o, como asegurara un conocido
autor, en "...la utilidad social..." (Alessandri Rodríguez, Arturo,
Derecho Civil, Teoría de las Obligaciones, Ediciones Librería del
Profesional, 1983, Bogotá, Colombia), busca proporcionar certeza
y seguridad a los derechos subjetivos mediante la consolidación
de las situaciones jurídicas prolongadas y la supresión de la
incertidumbre que pudiera ser generada por la ausencia del
ejercicio de las potestades, como quiera que grave lesión causaría
a la estabilidad de la sociedad la permanencia de los estados de
indefinición, así como la enorme dificultad que entrañaría decidir
las causas antiquísimas. Por eso la Corte ha dicho que la
institución "...da estabilidad a los derechos, consolida las
situaciones jurídicas y confiere a las relaciones de ese género la
seguridad necesaria para la garantía y preservación del orden
social", ya que "...la seguridad social exige que las relaciones
jurídicas no permanezcan eternamente inciertas y que las
situaciones de hecho prolongadas se consoliden..." (Sentencia,
Sala Plena de 4 de mayo de 1989, exp. 1880); y en otra ocasión,
asimismo, sostuvo que "...para la seguridad de la colectividad
sería altamente perjudicial que las relaciones jurídicas se
prolongaran en el tiempo de manera indefinida, no obstante la
dejación o la indolencia de sus titulares, pues ello, a la postre,
daría pie a toda suerte de acechanzas y desafueros..." (Sala de
Casación Civil, sentencia 065 de 4 de marzo de 1988, G. J.
CXCII, 192).

De esta manera, la prescripción aparece como fenómeno que


permite al titular de un específico derecho hacer uso de él, bajo la
condición de que despliegue la actividad necesaria dentro del
periodo que la misma ley le confiere, so pena de que, en el evento
de no proceder así, se produzca la respectiva extinción en virtud
de la incuria en que haya podido incurrir, teniendo en cuenta, eso
sí, que no es el mero transcurrir de las unidades de tiempo el que
engendra el resultado extintivo, sino que se hace menester el
comportamiento inactivo del acreedor, en la medida que es su
actitud indiferente la que gesta, en medio del pasar de los días,
que se concrete la extinción. En similar sentido se pronunció la
Corte mediante fallo de 11 de enero de 2000, proferido en el
proceso 5208, cuando dijo que "...no es bastante a extinguir la
obligación el simple desgranar de los días, dado que se requiere,
como elemento quizá subordinante, la inercia del acreedor.", de
todo lo cual fluye claramente cómo "...del artículo 2535 del C. C.
se deduce que son dos los elementos de la prescripción extintiva
de las acciones y derechos: 1°) el transcurso del tiempo señalado
por la ley, y 2°) la inacción del acreedor" (Sent. S. de N. G., 18 de
junio de 1940, XLIX, 726).
Y de esa forma acontece, merced a la presunción que, de antiguo,
la desidia trae, pues que ella permite deducir la inexistencia de
voluntad para ejercer el respectivo derecho, si en el periodo
dispuesto por la normatividad el acreedor no ha desplegado un
comportamiento activo y decidido en orden a realizar las cargas
legales correspondientes. Por esa vía, ha de entenderse que no le
asiste al titular atractivo alguno o, lo que es lo mismo, que ha
incurrido en abandono.

Es que, si bien se atiende, es posible advertir cómo la incuria del


titular conduce a suponer su falta de interés; lleva a presumir, a
pesar de la evidencia de la relación en que su derecho se asienta,
que "...el servicio que se le debe no le interesa..." (Ospina
Fernández, Guillermo, Régimen General de las Obligaciones,
Sexta Edición, Editorial Temis, Bogota, Colombia, 1998, p. 470),
pues no otra cosa emerge, ante la demostrada dejadez, que la
presunción del mencionado abandono.

Precisamente, en ese sentido también se pronunció la Corte


cuando en sentencia de 19 de noviembre de 1976 (G. 1 CLII, p.
505 y ss.) expresó cómo "...el fundamento jurídico-filosófico que
explica la prescripción... ", es "...el abandono, la negligencia en el
titular del derecho o la acción, en una palabra el ánimo real o
presunto de no ejercerlos... ", de manera que "...el fin de la
prescripción es tener extinguido un derecho que, por no haberse
ejercitado, se puede presumir que el titular lo ha abandonado... ",
orientación que había sido ya expuesta por la Corporación en
decisión de 5 de julio de 1934 (G. 1 XLI-Bis, p. 29) cuando
sostuvo que "la inacción del acreedor por el tiempo que fija la ley,
inacción que hace presumir el abandono del derecho, es la
esencia de la prescripción extintiva, expresada por los romanos
en la frase lapidaria: taciturnitas et patientia consensum
incitatur"(subraya la Sala).
En compendio, el afianzamiento de la prescripción extintiva, que
es la que viene al caso, aparte de requerir una actitud negligente,
desdeñosa o displicente del titular, necesita el discurrir completo
del tiempo señalado por la ley como término para el oportuno
ejercicio del derecho, sin cuyo paso no puede válidamente,
sostenerse la extinción.

Es claro que la prescripción opera desde que la


obligacion se ha hecho exigible, pero se hace necesario que
el titular o acreedor haya tenido la posibilidad jurídica de
ejercitar su derecho y no lo haya realizado, llegandose a la
conclusión, que lo que se castiga finalmente es la desidia
del titular del derecho y no el solo transcurrir del tiempo.
Ahora una cosa es la desidia del acreedor y otra muy disímil
es no poder ejercitar sus derechos, situacion última en la
que no debe sufrir las consecuencias de la prescripción.

De esta suerte, si bien la prescripción empieza a correr


desde que la obligacion se haya hecho exigible; en los casos
en los que el acreedor no tenía la posibilidad jurídica de
accionar, el conteo del tiempo de prescripción solo puede
iniciar cuando quiera que el acreedor esté en posibilidad
jurídica de hacer uso de la acción correspondiente, pues
solo en ese momento está en condiciones de ejercer sus
derechos. En el presente caso luego de que CORFIVALLE le
impuso los sellos de anulación a los CDTs presentados para
su cobro dentro de los términos pactados en ellos, dicha
Corporación los agregó al proceso penal que inició contra el
demandante por los delitos de falsedad de esos títulos, e
intento de estafa al presentarlos para su cobro, en el que,
como era natural, dichos documentos estaban bajo la
custodia del operador penal en razón que eran el objeto de
los presuntos delitos, de suerte que su desglose a pesar de
haber sido intentado fue negado por no ser conveniente
para la investigación conforme se expuso anteriormente.

En esas condiciones, solo cuando finalmente terminó


el proceso penal, al notificársele la sentencia de Casación
proferida por esta misma Corporación que decidió no casar
la del Tribunal, quedaron en firme las siguientes
declaraciones: "ABSOLVER de toda responsabilidad penal a
ALE JAND RO GONZ ALE Z BE L TRAN ( ..) " y ordenó "Te rc e ro :
Devuélvanse los certificados de depósito a término (..) a su propietario

para lo que estime conveniente)", naciendo al momento de la

entrega de dichos documentos al demandante, la


posibilidad jurídica, material y real de hacer uso de la
acción ejecutiva.

En consecuencia resulta palmario que antes de la


entrega de los CDTs el demandante no estaba en la
posibilidad de iniciar el correspondiente proceso ejecutivo
contra la demandada, pues en tratándose de títulos valores,
es indispensable presentar en original los CDTs, ya que el
principio de incorporación descarta la posibilidad de
acreditar su existencia con prueba diferente al mismo título,
y porque naturalmente, si su legitimidad estaba siendo
investigada dentro de un proceso penal, resultaba ilusorio
iniciar el proceso ejecutivo sin antes establecer la idoneidad
de los títulos.
En conclusión, no podía el accionante recibir las
consecuencias de la prescripción por el comportamiento de
Corfivalle, quien fuera la que le imprimiera los sellos de
anulación a los CDTs e iniciara la investigación penal, por
lo que mal podía estructurarse la prescripción con base en
la incuria o negligencia del accionante, pues este no estaba
obligado a lo imposible, y se configuraba imposibilidad
jurídica y material, para dar aplicación al artículo 789 del
Código de Comercio.

Finalmente en cuanto a la excepción alegada de «falta


de causa», la razón invocada por el Tribunal solo consistió
en que los únicos documentos presentados eran los CDTs y

que «al estar anulados no existe evidencia alguna de la cual se pueda


colegir que si existió dicho negocio y como ya se dijo tenía la acción de
cancelación y reposición del título para recuperar su derecho cambiario
pero como así no se actuó ni esta era la acción correspondiente no
puede el demandante pedir el amparo y los beneficios del proceso
ejecutivo que se debe soportar en un derecho cierto en una obligación
clara expresa y exigible »(Fl. 457 o 318).

La inexistencia del negocio subyacente fue discutida


ampliamente en el proceso penal y Corfivalle no pudo
demostrarla. El artículo 619 del Código de Comercio, definió
como títulos valores: "son documentos necesarios para legitimar el
ejercicio del derecho literal y autónomo que en ellos se incorpora". De

acuerdo a esa definición, el título valor es un documento en


el que se incorpora el valor pactado entre las partes, cuando
se expide se vuelve único y autónomo, esto quiere decir, que
no se requiere de otra prueba para demostrar el valor
incorporado en el momento de la emisión. En el presente
caso, los CDTs fueron sometidos a una exhaustiva
investigación que terminó en la Sala de Casación Penal de
la Corte Suprema de Justicia en la que se concluyó, que los

CDTs eran auténticos, a (...) la afirmación del propio denunciante,


Gustavo Díaz Embus, Director de Control y Gestión de la Corporación
Financiera del Valle, quien por escrito admitió la autenticidad y
legitimidad de los títulos, al decir que lo que se consideraba fraudulento
era el contenido pero no el papel ni la firma del representante legal (...)».

En esas condiciones resultaba inaceptable declarar


probada la excepción de falta de causa, en tanto, se trataba
de documentos auténticos expedidos por la demandada de
los que no se demostró falsedad alguna ni dolo del
demandante, por lo que no podía quitársele a ellos el valor
incorporado, que de acuerdo a la definición transcrita
tenían por tratarse de títulos valores.

El mismo artículo 1394 del Código de Comercio,


determinó en su inciso final que «Cuando no haya lugar a la
expedición del certificado será plena prueba del depósito el recibo

correspondiente expedido por el banco», en este caso, Corfivalle

expidió los certificados de depósito a término con el lleno de


los requisitos legales y como se dijo líneas arriba, el sello de
anulación no produjo su invalidez, por lo que para
demostrar su existencia y exigibilidad no era menester
exhibir el recibo expedido por la corporación en tanto esta
era una prueba supletoria utilizable en defecto del CDT, tal
como se extrae de la norma transcrita.

Mal podía concluirse en la inexistencia de una causa,


cuando los CDTs eran válidos y exigibles por la vía
República de Colombia

Corte Suprema de Justicia

ejecutiva, por lo que al declarar probada la excepción


también incurrió el Tribunal en una vía de hecho al aceptar
pretermir el proceso que declarara la nulidad de los
títulos.

El Tribunal accionado incurrió en defecto fáctico por


omitir la valoración de la prueba, esta se presenta cuando el
funcionario judicial a pesar de que en el proceso existían
elementos probatorios, omite considerarlos, no los admite o
simplemente no los tiene en cuenta para fundamentar su
decisión judicial, conforme sucedió en este escenario.

Ahora bien, de la confrontación del pronunciamiento


criticado con la Carta de Derechos, que es lo que
corresponde en esta sede, surge el quebrantamiento que
hace posible la irrupción del Juez constitucional en una
contienda zanjada por el operador judicial de la causa,
observándose violación al debido proceso y al derecho de
defensa.

Sin ser necesarias más consideraciones, el fallo


impugnado debió ser revocado y consecuencialmente debió
accederse a las pretensiones solicitadas por el accionante,
ordenando al Tribunal proferir una nueva providencia,
Radicación n° 62205

teniendo en cuenta las anteriores consideraciones.

Dejamos así consignado nuestro salvamento de voto.

Fecha ut supra.

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