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NUEVAS
CARACTERÍSTICAS EN EL TERRITORIO VINCULAR. Lic Miriam Lepka-
Psicóloga.
Planteando la propuesta
Los siguientes desarrollos constituyen un intento de pensar la confluencia de
ciertos procesos psíquicos que van a contribuir al momento inaugural de la pareja
en tanto proyecto-con-el-otro, durante el tiempo lógico de la juventud. Se trata de
un re-trabajo específico del Sujeto en relación a re-posicionarse en la
configuración edípica y frente a la Ley, al Contrato Narcisista, que en tanto
ordenadores y garantes, lo habilitan volverse artífice de un complejo ensamblaje,
de modo que la elección de objeto exogámica contemple, en los términos más
saludables posibles, una apropiación de los atributos de “partenaire”,
reconocimiento de la alteridad del semejante de la par-eja y un enriquecimiento
con la “ajenidad” que porta ese otro. Así, este nuevo “Entre” analizado desde los
aportes tanto del psicoanálisis de representación como desde el psicoanálisis
vincular, se vuelve punto de partida de una “novedad” para el sujeto, requiriendo
de algunas condiciones originantes, de características paradojales.
El vínculo se reconfigura
Aún con las vicisitudes y variantes que irá cobrando la construcción de la identidad
de género y sus guiones eróticos el tema aquí que viene a demandar el “vínculo
de pareja” es entonces el trabajo sobre el otro. Un “Otro” que en los orígenes, en
el entramado intersubjetivo está como un portavoz (P. Aulagnier, 1979) que debe
posibilitar no sólo un “yo hablado sino un yo supuesto hablante.” (P. Aulagnier).
Este advenimiento del yo se acompañó, fue de la mano de la construcción, del
temprano modelo de la otredad; supone discriminar un yo de un no-yo, una
exigencia de exterioridad del Mundo y del Otro, de re-presentar la ausencia del
otro (la Madre) y la diferencia sobre la que se edificó luego el modelo edípico.
La constitución subjetiva a cargo del yo se fue dando por identificación pero
también por imposición. Un bebé no propone una identificación a los padres, sí el
requerimiento de recibir esa imposición en el vínculo con ellos (I. Berenstein,
2004), pero ese bebé al principio de la vida necesita que el encuentro con su
madre sea sólo “parcialmente” heterogénea. El yo de uno y otro metabolizará la
demanda y la respuesta desde las propias representaciones forjadas por el yo
pero siempre hay una cualidad de presencia del otro que excede lo proyectado
desde el yo. Esta no-coincidencia, marca al yo de un modo suplementario
respecto del propio deseo, no genera unidad sino diversidad. Aparece una parte
inaccesible “ajena” del otro que como señala I. Berenstein en su concepción de lo
vincular falla constantemente en su inclusión imaginaria. El motor del vínculo sería
entonces el trabajo de inscripción de lo “diferente” que sobrepasa la relación de
objeto.
La reedición del complejo de Edipo por su parte, en el transcurrir de los procesos
de “lo puberal y lo adolescente” que ha hecho, al decir de Rassial, del cuerpo del
niño un cuerpo semejante y de la misma materia que la del adulto, interpela ahora
al sujeto a aceptar la prohibición que establece el complejo de Edipo para limitar el
goce de ese Otro, la Madre, quien debe aceptar que el Nombre-del-Padre la limite
y permitir así, la promesa de “ser” como proyecto (Rassial, 1999). O sea,
reasegurarse su condición de Sujeto de deseo, en tanto, entonces, Sujeto del
inconsciente. Se trata de un salto cualitativo en la prohibición del incesto sobre la
cual el niño elabora la diferencia sexual para dar paso a una nueva lógica
significante, ligado a lo fálico desde el objeto ahora definitivamente atravesado por
la “falta”.
Así la Castración, la Muerte se enlaza e integra a la nueva sexualidad naciente.
Un nuevo reposicionamiento en este momento del crecer frente a la Castración, de
modo que el camino saludable esté marcado por el Deseo, conservando su
esencia de no realización para ser tal y se cumpla el destino de la pulsión, de no
ser satisfecha nunca.
El atravesamiento de ese reconocimiento, esto es, de nuestra condición de sujetos
de la “falta” hace que los primeros objetos de amor, que desde el narcisismo y el
autoerotismo generaban formas preliminares del Amor, mediante los mecanismos
de devoración y apoderamiento, ahora sufran una segunda configuración objetal
en su dimensión simbólica. La frustración del objeto pulsional por su rasgo
estructural de nunca coincidir con el objeto de la necesidad, con el objeto real,
remite a la promesa no cumplida, a la discontinuidad que abre la presencia de la
ausencia; y, ahora, por la lógica que introduce el tiempo psíquico de la juventud se
ubica como objeto a investir, pero marcado por la “falta”, en una suerte de
“emparejamiento” de todos en tanto humanos.
Estos procesos de construcción del amor, durante la juventud, con el desasimiento
de la figura de los padres, como señala Freud, o el trabajo psíquico de
“obsolescerlos”, según Gutton, implica una tarea de desidealización de los objetos
parentales. Movimiento que pone en juego el odio como función de desligadura
sobre la elevada investidura que tenían los padres haciendo del hijo “Su Majestad
el Bebé”, reaseguro narcisístico fundamental, cuna del forjamiento del “yo-ideal”.
Ahora que el principio de realidad y los procesos de simbolización cobraron un
progreso enriquecedor durante el transcurrir de la adolescencia el proceso de la
“desidealización”, como analiza L. Kancyper, desencadena para el sujeto una
reestructuración del vínculo con los objetos parentales y consigo mismo. Cae la
sobrevaloración al volverse un “semejante” del adulto padre y repercute en la
omnipotencia del yo, de tal modo que “…la desmesura del Ideal puede convertirse
en un ideal de mesura a partir del reconocimiento del Otro como límite irreductible
al designio dominador del sujeto.” (L. Kancyper, 2004).
Esta victoria psíquica también implica duelos en el ámbito del “doble
ideal”(Kancyper) que pertenece al despliegue y resolución del complejo fraterno,
también tramitado en la reedición que se da en la vida del grupo de pares que
caracteriza al joven.
Estos caminos internos de la re-visita a la Castración permiten redefinir las
condiciones para el cierre definitivo del aparato psíquico y la consolidación del
“Ideal del Yo”.
Bibliografía:
Aulagnier, P. Los destinos del Placer. 1979. Paidós 1ra. edición 1994. Bs As.