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básicos
Grupo y
Liderazgo
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El lenguaje. El habla. La
escucha
Actos lingüísticos
¿Recuerdas que en el Módulo I habíamos mencionado que consideramos al habla
como acción?
Siempre es la persona quien establece un vínculo entre la palabra, por un lado, y
el mundo, por el otro. Entonces, cabe preguntarse lo siguiente cuando hablamos:
Estas preguntas nos llevan a realizar una importante distinción: a veces al hablar,
la palabra debe adecuarse al mundo, mientras que otras veces el mundo se
adecúa a la palabra.
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Pero ¡recordemos que no sabemos cómo las cosas son, sino cómo las
observamos! Con esta aclaración, resaltamos que con las afirmaciones no decimos
cómo las cosas son, solo cómo vemos a las cosas. Y dado que los seres humanos
comparten, por un lado, una estructura biológica común y, por el otro, la tradición
de distinciones de su comunidad, les es posible compartir lo que observan a partir
de las descripciones, y lograr ciertos acuerdos sobre lo que ven en común.
En este sentido, Echeverría nos brinda una explicación:
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Las declaraciones: según acto lingüístico
Diferente de las afirmaciones son las llamadas declaraciones.
La declaración del no
El decir no, es una declaración de las más importantes que una persona puede
hacer.
El decir no, guarda un lazo directo con nuestra dignidad como personas; puesto que
el precio de decir que no es alto, depende de nosotros “pagarlo” o no.
La declaración del no, puede adquirir diferentes formas. No siempre se manifiesta
diciendo no, a veces aparece como un “basta”, o “no es aceptable para mí”. Es una
forma de resolver, de poner término a algo, fijándole un límite al otro con respecto
a lo que estamos dispuestos a permitirle.
La declaración del sí
La declaración del sí pareciera no ser tan poderosa como la del no, puesto que si
no decimos que no, de alguna manera estamos aceptando. Cuando declaramos un
sí o un acepto, ponemos en juego el poder de nuestra palabra dado que un sí
constituye una promesa, un compromiso asumido. Este tema lo veremos con
mayor despliegue más adelante.
La declaración de ignorancia
Decir no sé, parece no tener tanta fuerza; sin embargo, ¿cuántas veces
presumimos saber de algo, cuando somos realmente ignorantes de ello?
Uno de los problemas cruciales del aprendizaje, y muy frecuente de hecho, es que
no reconocemos que no sabemos que no sabemos. De esta manera cerramos las
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puertas a la posibilidad de aprender algo nuevo. Aceptar y reconocer el no saber
brinda la posibilidad, como declaración, de crear un nuevo mundo para uno
mismo, dándose la posibilidad de aprender cosas nuevas.
La declaración del no sé es el primer eslabón en la cadena del aprendizaje, es esa
apertura. A través de la declaración del no sé, damos paso a las fuerzas motrices,
componentes imprescindibles en los procesos de transformación personal y de
crearnos a nosotros mismos.
La declaración de gratitud
De niño la aprendemos, sin embargo, la empleamos sin mayor trascendencia
puesto que la declaramos sin otorgarle el sentido profundo que la palabra lleva.
El agradecimiento nos permite hacernos cargo del otro, otorgarle reconocimiento
y evitar el resentimiento. Nos acerca, de alguna manera, a las inquietudes del otro.
No sólo las personas, sino la vida misma es motivo de celebración y gratitud. El
agradecimiento nos permite asignarle un sentido, es reconciliarnos con nuestro
pasado, presente y futuro y construir relaciones genuinas y poderosas.
Los juicios
“El lenguaje no es inocente” (Echeverría, 2008, p. 27)
Para Rafael Echeverría,
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El supuesto de que el lenguaje describe la realidad nos hace
comúnmente considerar la aseveración «IBM es una compañía de
computación» como del mismo tipo que «IBM es la compañía de
mayor prestigio en la industria de la computación» En efecto, se
ven muy parecidas. Desde el punto de vista de su estructura
formal ambas atribuyen propiedades a IBM; ambas parecen estar
describiendo a IBM. La única diferencia parece ser una de
contenido: las propiedades de las que hablan son diferentes. En
un caso, hablamos acerca de la propiedad de ser «una compañía
de computación» y en la otra, de ser «la más prestigiosa
compañía en la industria de la computación».
Lo mismo sucede cuando hablamos de las personas.
Frecuentemente tratamos las aseveraciones «Isabel es una
ciudadana venezolana» e «Isabel es una ejecutiva muy eficiente»
como equivalentes. Seguimos suponiendo que ambas
proposiciones hablan de las propiedades o cualidades de Isabel y
que, por lo tanto, la describen. (Echeverría, 2008, p. 61).
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Alguien podría decirme en la calle que soy un tonto por A o B, pero ese alguien
para mí no es importante, con lo cual lo que diga me tiene sin cuidado. Pero si me
lo dice mi padre, madre o jefe, la emoción que va a acompañar dicho juicio, va a
ser totalmente diferente. La autoridad que le conferimos a esa persona también
se la conferimos a su palabra.
Otro ejemplo: si vamos por la calle y alguien nos grita: “qué feo que viste usted”,
tal vez nos interese, pero es probable que no le prestemos atención o no le
otorguemos la autoridad necesaria y terminemos contestando: “¿por qué no se
mira usted mismo?” O “¡no mire si no le gusta!” Todas estas son respuestas que
denotan que no le otorgamos autoridad a lo que nos dicen.
Serán válidos cuando guarden estrecha relación con la autoridad formal de quien
los declare. Al mismo tiempo serán fundados cuando estén basados en
observaciones concretas de acciones ejecutadas en el pasado que dan cuenta del
juicio que hemos declarado.
Pero es pertinente remarcar que los juicios también hablan del futuro,
permitiéndonos anticipar lo que puede suceder más adelante. Los juicios operan
como una brújula dándonos el sentido de dirección que nos cabe esperar en el
futuro, permitiéndonos anticipar las acciones de otras personas o de nosotros
mismos.
Respecto de los juicios, como ocurre con los estados de ánimo, los tenemos y
nos tienen.
Es muy valioso comprender cómo los juicios nos conectan con nuestro pasado,
nuestro presente y nuestro futuro, lo que se llama la estructura de temporalidad
de los juicios.
Las afirmaciones, por ejemplo, no suelen llevarnos al pasado, a pesar de que
pueden parecer más fuertes.
Los juicios representan el núcleo de identidad de las personas. (Los juicios) se
fundan sobre acciones en el pasado, en tanto que en la medida que
modifiquemos nuestras acciones, modificamos nuestra identidad: transformamos
nuestro ser.
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1) Siempre que emitimos un juicio es por algo o para algo.
Este juicio nos abrirá o cerrará oportunidades. Están basadas en acciones que
le otorgan sentido a nuestro juicio (Por ejemplo: Carla es simpática o
eficiente).
Nos valemos de acciones ejecutadas en el pasado para de alguna manera,
anticipar el futuro.
2) Guardan estrecha relación con estándares.
Por ello un observador podrá decir, por ejemplo, que Raúl es un buen orador
mientras otro, puede opinar diferente; esto da cuenta de que los estándares
que tenemos para emitir juicios difieren entre observadores.
Pero no sólo juzgamos las acciones sino también las apariencias, las cosas en
general. Estos juicios provienen de tradiciones particulares, expectativas
sociales. Los juicios son históricos, puesto que los utilizamos para hacerlos
cambiar con el tiempo.
Emitimos un juicio y a menudo lo consideramos como verdad.
3) Cuando emitimos un juicio, lo hacemos generalmente dentro de un dominio
en particular de observación.
Así, cuando emitimos un juicio de conducta, lo hacemos en relación a
acciones, pero también podemos emitir juicios, acerca de autos, pintura,
etcétera., haciendo referencia a un dominio de observación particular.
Emitir un juicio, de alguna manera, es como dictar un veredicto acerca de algo
o alguien. Y, por lo general, solemos extender el juicio más allá del dominio
propio de la observación, llevando o extendiendo este juicio a suponer que
afecta no sólo el dominio observado sino también otros.
Por ejemplo, al decir que alguien no es confiable, dado que le habíamos
prestado un dinero que nunca fue devuelto, solemos también pensar que
posiblemente no sea confiable en su ámbito laboral, familiar, etcétera.
4) Las afirmaciones juegan un papel importante en la fundación de los juicios.
Si no podemos proveer afirmaciones no podremos fundarlos. Pensemos pues
cuando nos preguntan acerca de si una persona es eficiente, confiable,
etcétera., nos remitiremos a acciones en el pasado que den cuenta de ello sea
cual fuere -positiva o negativa- nuestra respuesta. Dependiendo del juicio que
formulemos necesitaremos más o menos afirmaciones.
Les propongo un ejercicio: elije una persona cercana a ustedes, emite un
juicio positivo y uno negativo.
Piensa en sus fundamentos; ¿Cuál de los dos te tomó más esfuerzo? ¿En cuál
tuviste que afirmar en mayor medida y en cuál en menor medida?
5) Frecuentemente consideramos fundado un juicio a partir de observaciones
efectuadas en un número de instancias dadas, sólo para darnos cuenta de que
hacia adelante había muchas más acciones que eran opuestas al juicio
emitido.
En resumen
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3) El dominio de observación en el que emitimos el juicio.
4) Las afirmaciones que brindemos respecto de los estándares.
5) El hecho de que no encontramos fundamento suficiente para sostener el
juicio contrario.
Pero vale decir también que los juicios tienen una doble cara, pues toda acción,
como dijimos, todo lenguaje revela el tipo de ser que la ejecuta, nos dice algo
acerca de cómo es quien dijo tal o cual cosa.
Recordemos, este es el segundo principio ontológico: actuamos de acuerdo a
cómo somos.
Lenguaje y acción
“Los juicios siempre hablan de quien los emite” (Echeverría, 2008, p. 73).
Observemos dos pinturas, dos “tiempos” que podemos considerar como juicios de
los autores y que, de alguna manera, representan lo que los autores son o
piensan, eran o pensaban.
Reflexiona: ¿El pintor habrá pensado que la modelo era una “diosa”? Hoy
¿consideramos que esta modelo es bella?
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Figura 1: Fernando Bottero (1932) dibujante, pintor escultor Colombiano.
Figura 2
¿Estos “modelos” son hoy el ideal de belleza para nosotros? ¿Y para Bottero?
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Figura 3: Diego Rivera. Mural en el Palacio Nacional (fragmento) 1942.
Ciudad de México
“Toda idea es siempre dicha por alguien que, al emitirla, revela quién es”
(Echeverría, 2008, p. 73).
Los juicios, entonces, guardan estrecha relación con el ser. Estos tienen un
impacto directo sobre la vida de las personas y sobre todo en la forma de ser de
cada uno/a.
Pero los juicios también tienen dimensiones particulares, veamos algunas:
Hay personas que viven de juicios ajenos, es lo que Rafael Echeverría llama “la
condición de inautenticidad” (Echeverría, 2008, p.74). Las personas que viven en
esta condición, han delegado toda autoridad en los demás, para emitir los juicios
que les importan.
De este modo, se alegran enormemente al recibir juicios positivos y se deprimen
profundamente al recibir juicios negativos.
Sus vidas pasan a estar controladas por fuerzas que ellos no controlan, son el
resultado de una variedad de juicios que reciben.
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Otra observación de los juicios se refiere a que hay personas que tratan a los
juicios como afirmaciones sin hacer distinciones entre ambos. Es el caso de las
personas que, como consecuencia, operan desde la rigidez, la intolerancia y la no
apertura al aprendizaje. Sólo los juicios emitidos por ellos son válidos y el emitido
por otros es totalmente falso.
Estas personas crean un espacio altamente intolerante y fundamentalista,
cerrando el espacio para la transformación. Entonces encontramos que dicen: “Yo
lo conozco, siempre ha sido un inoperante”. Y si uno insiste, y pregunta los
fundamentos, vuelven a decir: “¡pero si lo conozco de años! y siempre ha sido
así”. Estas verbalizaciones encierran un problema grave, y es la imposibilidad de
reconocer que esos juicios que estamos haciendo no necesariamente son ciertos,
o válidos, y dependen en gran medida del observador, que es quien los emite.
Y por último, están las personas que no pueden distinguir entre juicios fundados e
infundados y, como consecuencia, viven en espacios de decepción permanente
con respecto a sus expectativas, con gran dificultad para diseñar su futuro. No
logran entender por qué las cosas no se les dan como ellos esperan. Viven de
interpretaciones mágicas y la vida por lo general les resulta un misterio; viven
como injusticia sus propios fracasos.
Encontramos algunos que dicen: “¡Yo tengo siempre mala suerte! ¡Es que he roto
muchos espejos en mi vida, por eso me pasa lo que me pasa! Nada me puede salir
bien”.
Concluyendo entonces con todo lo expuesto hasta aquí, hemos hablado de las
declaraciones, espacio en el que nos comprometemos a hacer consistente nuestro
comportamiento posterior, como así también la validez de aquello que
declaramos.
Hemos dicho también que al hacer o emitir un juicio además de lo anterior
(compromiso y validez), nos comprometemos a fundarlo.
Ahora veamos qué relación guarda con las peticiones y las ofertas.
Peticiones y ofertas
Las promesas son actos lingüísticos diferentes de las afirmaciones o las
declaraciones, aunque también funcionan dentro de los actos declarativos. Las
promesas se constituyen como el ingrediente, en tanto acto lingüístico, que
permite coordinar acciones con otros, tema que veremos con detalle.
Cuando alguien nos hace o hacemos una promesa, significa que nos hemos
comprometido a ejecutar una acción en el futuro: “La semana que viene te pago”,
“Te llamo pasado mañana para que arreglemos la salida”, “No voy a hacer eso
nunca más”. Esto le permite al otro, o a nosotros mismos, hacer planes en
relación a lo declarado.
“Cuando alguien me promete que (…) va a ejecutar una determinada acción en el
futuro, yo puedo tomar compromisos y ejecutar acciones que antes hubieran sido
imposibles” (Echeverría, 2008, p. 54).
Dice Rafael Echeverría:
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esperar que cumpla con las condiciones de satisfacción de mi
promesa. Esto no es solamente un compromiso personal sino
social”. (2008, p. 54).
Nuestras comunidades, como condición fundamental para la
coexistencia social, se preocupan de asegurar que las personas
cumplan sus promesas y, por lo general, sancionan a quienes no
lo hacen. Gran parte de nuestra vida social está basada en nuestra
capacidad de hacer y cumplir promesas. (Echeverría, 2008, p. 54).
1) Un orador.
2) Un oyente.
3) Una acción a llevarse a cabo.
4) Un factor de tiempo.
Muchas de las acciones que tomamos guardan vinculación con las promesas que
otros nos hicieron, aunque todavía no se hayan cumplido.
Hemos dicho que las promesas son acciones lingüísticas que nos permiten
coordinar acciones mutuamente; para que esto sea posible, necesitamos que las
partes comprometidas lleguen a un acuerdo. Si alguien nos dice:
“Mañana te pago”, pero yo respondo: “No, prefiero la semana que viene”,
necesariamente tenemos que llegar a un acuerdo para que constituyamos un
compromiso, una promesa. Ambos debemos acordar que el pago, será la semana
próxima o bien mañana.
Este acto lleva consigo una conversación, involucrando dos actos: por un lado, un
ofrecimiento de la promesa, y por otro, el acto de aceptarla, o bien pedir una
promesa y aceptarla.
Ahora tomemos por parte lo hasta aquí dicho para entender mejor:
Al hacer una declaración o afirmación, suponemos que alguien nos escucha,
incluso cuando sostenemos conversaciones privadas (aquellas en las que
hablamos con nosotros mismos). A diferencia de estos actos lingüísticos, en la
promesa esperamos del otro algo más que sólo nos escuche, involucrando así las
acciones de ofertar una promesa (hacer una promesa), y que el otro la acepte o la
desestime, generando en uno u otro sentido la aceptación de la promesa o el
rechazo a la misma.
Como nos dice Echeverría, utilizando una metáfora para representar la idea de la
promesa: “es como una hebilla, necesita de dos lados para cerrarse” (2008, p.56).
La petición y la oferta difieren en tanto se sitúan respectivamente en dos
personas, con dos inquietudes diferentes.
Entonces, la promesa implica dos movimientos:
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Figura 4
Figura 5
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Destaquemos, además, que al hacer una promesa nos comprometemos en dos
dominios: la sinceridad y las competencias.
La sinceridad hace referencia a los juicios que hacemos sobre las conversaciones y
compromisos públicos, y al hecho de que estos guarden concordancia con los
juicios de conversaciones y compromisos privados, lo que uno/una persona dice y
piensa, son coincidentes con lo que hace.
La competencia guarda relación con el juicio de que la persona que hizo la
promesa tiene las condiciones para llevarla a cabo.
Es importante también destacar la diferencia entre pedido y deseo. Mientras el
deseo expresa más una aspiración, el pedido expresará condiciones de
satisfacción observables. Veamos:
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su pareja, es el escuchar, nuevamente, el que está en el centro de
sus inquietudes. (Echeverría, 2008, p. 81).
Tom Peters enfatiza que una de las principales razones del bajo
rendimiento del management norteamericano es el hecho de que
el manager no escucha a sus empleados, ni a sus clientes, ni lo
que está sucediendo en el mercado. (Echeverría, 2008, p. 81).
“Los juicios siempre hablan de quien los emite” (Rafael Echeverría, 2008, p. 73).
“El problema, por supuesto, radica en ¿cómo hacerlo?, ¿en qué consiste saber
escuchar?” (Echeverría, 2008, p. 81).
Desde esta nueva percepción, la escucha es sin lugar a dudas la competencia
fundamental y más importante de la comunicación humana.
Si deseo que el otro me escuche, será entonces mayor mi esfuerzo por
demostrarle (al otro) que lo que digo guarda relación con su inquietud. Para que
esto sea posible, será necesario primero escuchar al otro, antes de decir lo que
tengo que decir.
La escucha, en estos términos, se convierte en una precondición del habla.
Comienza a perder la cualidad de pasiva, pasando a ser un elemento más activo,
de acción.
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El observador y la escucha efectiva
Es importante que hagamos distinciones sobre oír y escuchar. Los observamos
como dos fenómenos distintos.
Veamos. Por un lado tenemos a quién cree que escuchó lo que alguien dijo, dado
que confirma que oyó lo que el otro dijo. Esto es insuficiente dado que nada nos
dice de su escucha.
El reproducir textualmente lo que alguien dijo, no es suficiente para decir que ha
escuchado, allí decimos que ha oído. ¿Acaso una grabadora no puede reproducir
una voz grabada? ¿Ello significa que escucha?
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de la apertura al conocimiento; son variables que de alguna manera nos permiten
otorgarle un sentido a lo que escuchamos.
Los prejuicios nos tienen y los tenemos, así como a veces nos habilitan
oportunidades, otras veces esas oportunidades nos son negadas por los
prejuicios. De allí la importancia de poder desprenderse de ellos, soltarlos y
permitirnos entrar en el proceso de transformación y dar lugar a la escucha.
A partir de aquí podemos relacionar sus lazos con el tiempo. La escucha opera en
el tiempo, en la medida que pasa el tiempo, nuestra capacidad de escucha
comienza a afinarse.
Pensemos en esos momentos en que alguien nos dijo algo, ofrecimos una
interpretación, y pasado un tiempo, cuando regresamos y recordamos lo que
oímos, le otorgamos nuevas interpretaciones, generamos nuevos descubrimientos
y nos decimos: “Ahora entiendo lo que me quiso decir”.
Pero así como recordamos lo oído en el pasado, escuchamos desde nuestras
expectativas, acerca de lo que debe o podría pasar, dando lugar así al futuro. La
escucha no sólo incide abriendo espacios sino también cerrándolos.
Esta interpretación de la escucha se aleja del tradicional modelo que aprendimos
en la época escolar (emisor-mensaje-receptor---canal/ruido) dado que este
modelo le asigna un rol pasivo al oyente, (modelo de la Ingeniería de las
Comunicaciones). Este modelo nos llevó a desarrollar la creencia de que si
aprendíamos a hablar bien, si hablábamos de forma efectiva, seríamos
escuchados. Sin embargo, esto distorsiona por completo el fenómeno de la
escucha.
El escuchar nos remite a tres ámbitos diferentes: La acción, las inquietudes y el
ámbito de lo posible (consecuencias de las acciones del hablar).
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además del reconocimiento de la brecha y su respeto; podemos a partir de allí,
monitorearla, haciéndonos responsables de la escucha.
La escucha no es algo que podamos guiar; simplemente escuchamos de forma
inconsciente, espontánea; sin embargo, a partir de lo aquí mencionado, perdemos
la inocencia, no podemos desconocer lo aquí dicho: existe una brecha y debemos
hacernos cargo de ella.
Reconocer esta característica e implicancia de la escucha, nos hace
necesariamente más responsables no sólo de lo que decimos si no de lo que
creemos escuchar del otro.
Verificar escucha
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En síntesis, todo hablar revela el tipo de observador que soy. Recordemos el primer
principio de la Ontología del Lenguaje:
No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o como
las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.
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Referencias
Art finding. (2015). Gallery- Bottero. Recuperado de
http://www.artfinding.com/modules/lot/index.php?recherche=botero%2B
Echeverria, R. (2008). Ontología del lenguaje. Buenos Aires: editorial Granica (5ta
edición).
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