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Propuesta de lectura: El juego de muñecas de Ana Clavel y Hans Bellmer.

Diana Lucía Santillán Páez

Ana Clavel menciona en algunas entrevistas “vi fotos de Bellmer de muñecas atadas a un
árbol y un personaje en la escena que mira desde la sombra, así surgió el libro, me planté la
idea de una voz masculina que hablara de ello”. La autora plantó la semilla que terminó por
germinar en el jardín de Julian Mercader, fue una hermosa Violeta. Una muñeca, simulacro
de hija y mujer, de naturaleza contrastante con la de su creador. En sus descripciones, Ana
Clavel no solo está creando una fotografía sino también una radiografía del personaje en
cuestión, por ejemplo, cuando describe al profesor Anaya o a Susana Garmendia al inicio de
la novela, no se limita a una descripción naturalista pues es al mismo tiempo algo aún más
poderoso, una metáfora. Ya sea Tántalo o la fruta que lo tienta, el resultado es una pintura,
aunque siendo tan dinámica su narración termina por conviertirse en fotografía. Clavel
concibió Las violetas son flores del deseo desde un panorama interdisciplinario y este
trabajo busca seguir la misma línea.
Cuando el niño Julian Mercader juega con las muñecas de la fábrica de su padre,
estas son descritas en poses que obedecen a la estética de Hans Bellmer. El fotógrafo
surrealista polaco construye Die Poupée (1933) buscando en ella lo que Mercader encuentra
en sus Violetas. La muñeca de Bellmer mide 1.40 cm, simulacro de mujer hecha de papel,
pegamento y articulaciones. En Pequeña anatomía del inconsciente físico, Bellmer
configura el objeto de deseo, el objeto provocador, como instrumento de experimentación
para llegar a la formación de la identidad. Luego de esto, realiza una serie de fotografías a
su Poupée, en ellas se encuentra su verdadera identidad, la que se debe de ocultar frente a la
mirada de lo socialmente aceptable. Acerca de esto, Wendy Steiner escribe que “Esta
propiedad de los signos icónicos -metáforas, analogías, modelos, diagramas, pinturas, etc.-
permite explorar a profundidad un sistema o rastrear todas las relaciones e implicaciones de
una noción, incluso si tienden a desplazar la fuerza original de su formulación icónica”. La
poética de Bellmer obedece a ese pensamiento y creo que el ejemplo que utiliza el autor es
muy acertado en su Anatomía de la imagen, pues menciona que la mano que presiona la
zona adolorida es el foco artificial de la excitación, una fuente virtual del dolor que desvía la
atención del problema. La mano se crispa, se retuerce, para disminuir la existencia del
verdadero dolor.
Las Violetas de Julian, las muñecas de Bellmer, ambas son desviaciones de
conductas reprobables a los ojos del ciudadano moralino. Son metáforas perversas de
verdades humanas que no quieren ser descubiertas pero que, irónicamente, encuentran en el
voyeur su máximo potencializador. Ana Clavel lo sabe, por eso no se contenta con quedarse
en las metáforas lingüísticas sino que invita a la fotografía a darle otra capa de realidad a su
obra. Le da volumen a la narración y no en el sentido auditivo, le da volumen como un
pintor a la figura en el lienzo y eso hace lo hace real.
Acerca de la Poupée de Bellmer de acuerdo con Rosa Aksenchuk:
“Nacida del interés del artista por el psicoanálisis, la Muñeca es
una mezcla compleja de influencias que llegan a veces hasta contradecirse.
Objeto erótico y sensual, es a la vez un objeto mórbido y violento. En esta
fascinación indeterminada por sentimientos contradictorios, pueden
coexistir junto con la sensualidad, Eros y el erotismo, la muerte y Tánatos.
La muñeca convirtiéndose en mujer muerta. La búsqueda de Bellmer no es
la de un objeto perdido a través de sus sucesivas encarnaciones sino el
cuestionamiento del objeto encontrado: la mujer víctima” (2007).

En Clavel, esta descripción también se puede aplicar, no solo a las muñecas dentro de la
novela, también a la obra como totalidad pues es sensual y violenta, erótica y mórbida. El
juego de contrastes que hace Ana Clavel es impresionante. Las violetas son flores del deseo
inicia con la oración “La violación comienza con la mirada”, idea que se desarrolla a lo
largo de la novela. Los pasajes descriptivos narrados con maestría por la autora son
análogos a las fotografías de Bellmer. La diferencia es que cada uno es perfectamente
consciente de las limitaciones de sus disciplinas. El fotógrafo polaco, si bien ya tiene su
objeto de deseo en la muñeca, encuentra en el contraste entre negro y blanco la forma
perfecta de narrar sin palabras el violento placer de una violación. Guiando al espectador
con su propio pensamiento maniqueo de que el blanco es bueno y negro es malo, Bellmer
disfraza otro sentir. ¿La figura en las sombras está violando con la mirada a la muñeca o la
muñeca tortura con su inocencia a la figura? Tal vez si la muñeca no fuera de un blanco tan
inmaculado las sombras no se verían tan oscuras. Aquí es donde entra en escena la figura de
Tántalo que también se encuentra, con mucho peso, en la novela de Clavel. Varios
personajes son representaciones de Tántalo, algunos se niegan a aceptarlo pero otros no.
Según la autora su poética del deseo, que no es otra más que la poética de las
sombras y que versa sobre los principios que rigen un singular ritual javanés cuando el
manipulador de sombras va a dar un espectáculo le pide a los dioses lo dejen ser una sombra
entre sus manos. Lo que Clavel quiere decir es que al aceptar las sombras se obliga a tener
una visión mucho más auténtica y responsable de sí mismo, por eso utiliza a las Violetas, un
simulacro de lo real, para que hombres afines a la pedofilia realicen los actos inombrables
que si fuera de otra forma terminarían desatándose en alguna inocente criatura.
Otro fotógrafo que utiliza el contraste, pero esta vez entre la iluminación y el color,
es Jan Saudek. En sus fotografías los personajes principales son aquellos que ilumina más
que los demás, por ejemplo, en la que se titula Black sheep and withe crow, en las que
vemos a una mujer adulta vestida de negro con una muñeca de trapo en una rodilla y en la
otra, recargada, con el muslo, pecho, nariz y frente ligeramente más luminoso que otras
partes, una niña de unos nueve o diez años con mirada penetrante y perversa. Como si la
mujer fuera una titiritera y la niña, una muñeca, simulacro de su dueña misma.
Dos técnicas para decir lo mismo, lo que Ana Clavel ve en Tántalo y en esas
personas que tienen una sexualidad diferente a la norma. Por ejemplo, en la escena del
profesor Anaya, la autora hace un juego en el que Susana Garmendia imita la postura de
Tántalo en una columna mientras la lluvia la moja. La parte luminosa, la inocencia de la
chica con su sensualidad inconsciente en el momento, despierta en el profesor el deseo
imposible de poseerla, como Tántalo rodeado frutas y agua sin poder hacer otra cosa más
que observarlas.
Ana Clavel a comentado en una entrevista a la revista Vanguardía que “Violentar a
alguien, independientemente de la edad, siempre será un crimen, pero eso no implica que no
puedas buscarle cauces adecuados o explorar el erotismo a nivel de la fantasía”. Para la
autora, la sociedad moderna está en una época “oscurantista del deseo” en la que solo las
formas puras son aceptadas y en ese afán las instituciones reprimen y censuran, de la
misma forma en que la Hermandad de la Luz Eterna en su novela, que quieren desaparecer
todo lo relacionado con la clientela de Julian Mercader. Clavel escribió esta novela para
explorar los deseos masculinos y para enfrentarse al reto literario de darle voz a un hombre
que ya se asumió sombra y se quedó en el abismo.
Para la autora, las sombras son entidades deseantes encarnadas, tienen que ver con el
inconsciente y lo subliminal.Cuando escribió Los deseos y su sombra creo un personaje que
tiene miedo de enfrentar la vida y que se le cumplen los deseos y un día desea desaparecer y
se vuelve invisible. Ante este asunto de las realidades y del ser visible e invisible, se planteó
la posibilidad de jugar con la fotografía, con las luces, las sombras y las dualidades, para
conseguir los contrastes. Siguió esa ambivalencia y fue articulando el grueso de la novela.
Las violetas son flores del deseo la prosa de A. Clavel es densa y con una fuerte carga
erótica. La autora menciona que ir en busca de esos deseos es revelador porque es hasta
entonces que uno sabe que los tiene, para ella seremos auténticamente libres si nos
acercamos a los deseos que ignoramos que tenemos, porque en este caso, la identidad está
en lo que deseamos, como Bellmer y Saudek en sus fotografías.
Las violetas son flores del deseo pretende ir más allá que Las Hortensias de
Felisberto Hernández y para lograrlo, la autora menciona que , se le ocurrió “que se tratara
de adolescentes que sangraran y que son como vírgenes”. Pero Clavel no conoce límites
disciplinarios, así que inspirada en “las Lupitas”, muñecas artesanales originarias de Celaya
recomendadas por la poeta y periodista Rosa María Villareal, mandó hacer 14 muñecas de
1.40 cm y las envió a diferentes artistas gráficos, todos amistades de la autora. Esto para
que, después de leer su novela, las caracterizaran como ellos quisieran. Por ejemplo, “La
violeta frutal” tiene una papaya en la zona del sexo, haciendo una relación de sinestesia con
los labios y la boca, en cualquiera de sus sentidos la boca come y habla, es decir, el sexo
femenino declama la continuidad de los seres de la que nos habla Bataille en su Erotismo.
De igual forma, el autor de la violeta nahuala, le esculpió bocas por todo el cuerpo,
haciendo muy difícil distinguir si se trata de los genitales femeninos o los labios de la boca.
De nuevo los juegos de desplazamiento del significado a los que Clavel somete a sus
muñecas.
En cuanto a Bataille con lo anterior, la relación entre lo sexual y la muerte que le da
el sentido de continuidad al ser, en la novela el ojo (cámara) de la muerte se asoma por la
herida de la vida; es por eso es que el protagonista teme “el secreto de la herida” de Naty,
porque lo acerca a la muerte, le muestra la continuidad a la que llegará algún día siendo aún
un niño, definitivamente fue demasiado para él. Bataille habla de tres formas de erotismo:
de los cuerpos, de los corazones y de lo sagrado. Pero es el erotismo de los cuerpos el que
recurre a la violencia, a la violación. En este erotismo hay una violación hacia ambas partes,
de ahí que Julian Mercader, como menciona Ana Clavel en la novela, transgreda su
condición de hombre, potenciándolo más el hecho de que sea narrado por una mujer:
“Agradecí sus palabras con una sonrisa. Pero estaba roto. La
miré subir casi brincando con sus piernas flexibles de amazona
que alguna vez habían cabalgado en el corcel de mis muslos.
Toda felicidad era tan fugaz, una herida permanente. Fue
entonces que pensé en construir las Violetas púberes. Abrirlas y
hacerlas sangrar. Quebrantar sus cuerpos cerrados y perfectos
de muñecas inofensivas, romperlas con una grieta esencial,
hacerlas vulnerables. Tan frágiles -sé muy bien que pocos se
atreverán a admitirlo- como sólo un hombre es capaz de

serlo”(Clavel, 2015).

Las muñecas no están rotas porque son artificiales, no ofrecen continuidad sino un placebo
de ella. Son lo que representaban en sus fotografías Bellmer y Saudek, una manera de jugar
con los deseos prohibidos.
En Bataille la representación erótica no hace ni el intento superarse, sino todo lo
contrario, busca normalizar la trasgresión. En la novela se puede ver esto pues, si bien, al
principio desviaba su deseo prohibido hacia las Violetas, poco a poco acepta su condición
de figura de oscuridad, o de sombra, que observa a su hija con deseo (él ya se asumió como
sombra, por eso no le teme a los castigos mortales). Y de la misma manera Violeta sufre
esta transformación, solo que ella lo hace desde la iluminación, desde la luz y el color; al
final, termina aceptando su papel en el dialogo del deseo por medio del contraste, por eso
regresa con su padre, porque que la necesita, está cerca de la muerte siendo aún un ser
discontinuo, sin ella. El diálogo final: “¿Por qué me reemplazaste?”, y luego tras un largo
silencio, “Voy en camino... Espérame”. Y no he hecho otra cosa que ponerme al borde del
abismo y obedecerla con la certeza de un advenimiento, una bienaventurada anunciación.”
Que no es otra cosa más que esperar la muerte, ya sea la pequeña o la grande. En los
fotógrafos que se mencionaron se busca la normalización del deseo por medio de elementos
que suavicen el impacto que los personajes tienen en el espectador, la inocencia de las
calcetas escolares en las muñecas de Bellmer suaviza su pose grotesca, pero, de nuevo la
ironía, este acto por suavizar termina por hacer más perversa aún la obra en general.
Steiner menciona una frase de Plutarco a Simónides de Ceos en la que dice que la
pintura es “poesía muda” y la poesía es una “pintura parlante”. En Ana Clavel es muy
acertada, sus influencias se mezclan y la literatura no puede contenerla, por eso su narración
es una descripción de las fotografías mentales que se forman en ella. Creo que hacia esa
dirección apuntan los estudios transdisciplinarios, derribar los límites entre las artes. Para
Steiner “una pintura hablante convocaría la «realidad» entera del que la hace y a la vez lo
«significaría», o significaría la realidad en general” (Steiner, 2007). Estas dinámicas están
tanto en la Bellmer, Saudek y en Clavel de tal forma que parecen distintas caras del mismo
objeto.

Bibliografía

Aksunchuk, Rosa. “La muñeca; simulacro y anatomía del deseo en Hans Bellmer” Revista
Observaciones Filosó ficas. Recuperado el 30 de mayo del 2018.
Bataille, Georges. El erotismo. Barcelona: Tusquets Editores, 1985.
Bellmer, Hans. Anatomia de la imagen. Barcelona: La Central, 2010
Clavel, Ana. Las violetas son flores del deseo. Mexico, D.F: Debolsillo Penguin Random
House Grupo Editorial, 2015.
Steiner, Wendy. “Analogía entre la pintura y la literatura”. Universidad de Pensilvania.
Recuperado el 2 de junio del 2018.

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