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Ahora la pregunta que les hago es la siguiente: ¿Quién entre ustedes está
en este momento murmurando entre dientes “Sólo puede ser la leyenda
cristiana de Jesucristo”? Bien, para el resto, me permito informarles de
que muchos años antes del nacimiento de Jesús, una leyenda idéntica a
la suya fue la historia comúnmente aceptada de la vida del Hijo de Dios
persa, Mitra. Y antes que Mitra, una leyenda muy similar ya había sido
adscrita a muchos otros Hijos de Dios de todo el mundo, entre ellos el
dios griego Dionisos, el egipcio Osiris, el sumerio Dumuzi y el hindú
Murugan. De hecho, si seguimos remontándonos en el tiempo muchos
miles de años atrás, descubriremos que esta leyenda universal surgió en
realidad con el Hombre Verde, hijo divino de una diosa virgen que nació,
murió y finalmente resucitó, en un ciclo cuya secuencia se repite todos
los años.
De este modo, ¿cómo fue posible que esta leyenda tan común acabara
finalmente siendo ‘escogida’ para convertirse en la leyenda de Jesús?
Empecemos en el momento en el que aún era el mito del antiguo Hombre
Verde, y sigamos adelante hasta la época del Hijo de Dios cristiano.
Éste era un importante ritual del tipo “como es arriba, es abajo.” Se creía
que el Espíritu Solar renovado y revitalizado en las alturas celestiales
había despertado de nuevo y revitalizado el espíritu de su hijo, que
habitaba más abajo, en el interior de la Tierra. Y ahora, el futuro Hombre
Verde podía comenzar su período anual de gestación en el útero de su
madre, la Tierra virginal, antes de recibir un nuevo y resucitado cuerpo
con la llegada de la primavera.
Ishtar y Tammuz
En una de las versiones del popular mito egipcio de Osiris, el dios era
asesinado por su celoso y maléfico hermano Seth cada año al llegar el
otoño. Este acontecimiento se veía reflejado en la leyenda del equivalente
griego de Osiris, el Hombre Verde Dionisos, a quien daban muerte cada
año sus parientes los maléficos Titanes, pero que resucitaba más tarde.
De forma parecida a como ocurría con el Hombre Verde Osiris, la madre
de Dionisos era una diosa de la Tierra llamada Sémele, que significa
“Tierra”, mientras que su padre era Zeus, el Padre Celestial.
A fin de despertar a Dionisos de su sueño al llegar el solsticio de invierno,
las representantes femeninas de la diosa golpeaban ruidosamente ollas y
cacharros mientras danzaban a lo largo de su procesión ritual hasta la
cima nevada del monte Parnaso. Y tras recibir sus nuevos ropajes en el
siguiente equinoccio de primavera, el Hijo Divino se regocijaba en la
naturaleza junto con su reflejo y alter-ego, Pan, un nombre que significa
“el Todo,” como en “Toda la Naturaleza.”
Entre sus otros nombres están los de Sanat Kumara y Kartikeya, título
que significa “Hijo de las Pléyades.” Tanto el dios griego Dionisos como
el hindú Kartikeya estaban íntimamente relacionados con las “Siete
Hermanas” (las Pléyades), que siendo ellos niños se manifestaron
físicamente como sus niñeras. Y al igual que Dionisos, Kartikeya/Murugan
habría nacido de la Madre Tierra, la Shakti hindú, nombre que significa
“Energía”, al aparearse ésta con el invisible Padre Celestial, Shiva.
Dionisos crucificado con las siete estrellas de las Pléyades brillando en el
firmamento. (Public Domain)
Cuando Pablo tuvo edad suficiente fue enviado a Jerusalén con otros
soldados romanos para hacer guardia en algunos de los templos judíos
de la ciudad. Según el historiador del cristianismo primitivo Epifanio,
Pablo no era judío cuando llegó a Jerusalén, pero se convirtió a la fe judía
tras enamorarse de la hija de un sacerdote judío y pretender su mano
para casarse con ella. Al ser rechazada su proposición, Pablo descargó
su furia en numerosos judíos, incluidos los Ebionitas, “Los Pobres,” una
secta judía que defendía la figura de un hombre santo fallecido
recientemente de nombre Jeshua ben Josef. Cuando Pablo tuvo
conocimiento de toda su leyenda, muy pronto empezó a relacionar a
Jeshua con el Hijo de Dios persa. Sus sospechas sobre el vínculo
especial que unía a ambos personajes fue haciéndose cada vez más
fuerte a medida que recordaba una profecía persa: que Mithras volvería a
la Tierra en el Fin de los Tiempos para librar su última batalla contra
Ahrimán. Según los sacerdotes del Templo de Jerusalén, el mundo se
encontraba al final de la Era de Aries y el Fin de los Tiempos había
llegado realmente, lo que encajaba perfectamente con el hecho de que
Mithras se hubiese encarnado en esa época como Jeshua.
Cuando Pablo se retiró del ejército romano, muy poco después viajó por
todo Oriente Medio para comunicar a los gentiles su descubrimiento: que
el salvador del mundo había llegado y había resucitado. Y en el
transcurso de sus viajes creó la nueva religión que sería conocida como
“cristianismo”. En esta nueva fe, Mithras acababa por ser completamente
asimilado por la figura de Jesús, que a partir de entonces adoptaría la
historia de la vida, los títulos y las características adscritos originalmente
al antiguo dios solar de los persas. Entre estos títulos se encontraban los
de “el que es Uno con el Padre” y “Único Hijo de Dios.”
Gracias a San Pablo y a su mito de Cristo, el antiguo Hombre Verde se
vistió con nuevas galas. Bajo la forma de Jesús, el antiguo Hombre Verde
podía ahora recuperar su hegemonía como una de las figuras religiosas
más veneradas que ha habido jamás en todo el mundo.