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Descubre al fín toda la verdad

sobre el mito de Jesucristo

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¿Cuál es el origen de la leyenda de Cristo, el hijo de Dios nacido de una


virgen un 25 de diciembre? Estoy seguro de que están ustedes
familiarizados con su historia, según la cual nació en un pesebre rodeado
de pastores y a continuación creció para ser Uno con su Padre en los
Cielos. Y sin lugar a dudas podrán traer a la memoria la secuencia de
acontecimientos que se produjo cuando este Cristo, Hijo de Dios reunió a
sus principales discípulos antes de soportar todo lo que le hicieron y
resucitar tres días más tarde. Finalmente, tenemos la escena hacia el final
de su tiempo en la Tierra, en la que profetiza su retorno y a continuación
asciende a los Cielos.

Ahora la pregunta que les hago es la siguiente: ¿Quién entre ustedes está
en este momento murmurando entre dientes “Sólo puede ser la leyenda
cristiana de Jesucristo”? Bien, para el resto, me permito informarles de
que muchos años antes del nacimiento de Jesús, una leyenda idéntica a
la suya fue la historia comúnmente aceptada de la vida del Hijo de Dios
persa, Mitra. Y antes que Mitra, una leyenda muy similar ya había sido
adscrita a muchos otros Hijos de Dios de todo el mundo, entre ellos el
dios griego Dionisos, el egipcio Osiris, el sumerio Dumuzi y el hindú
Murugan. De hecho, si seguimos remontándonos en el tiempo muchos
miles de años atrás, descubriremos que esta leyenda universal surgió en
realidad con el Hombre Verde, hijo divino de una diosa virgen que nació,
murió y finalmente resucitó, en un ciclo cuya secuencia se repite todos
los años.

De este modo, ¿cómo fue posible que esta leyenda tan común acabara
finalmente siendo ‘escogida’ para convertirse en la leyenda de Jesús?
Empecemos en el momento en el que aún era el mito del antiguo Hombre
Verde, y sigamos adelante hasta la época del Hijo de Dios cristiano.

El antiguo Hombre Verde

En la época neolítica, en la que según dicen algunos “Dios era una


Mujer,” la Diosa y su Hijo, el Hombre Verde, eran venerados por gentes de
todo el mundo para renovar anualmente la abundancia material de los
frutos de la Tierra. Surgió una leyenda universal acerca de ellos, dando
comienzo la fecundación anual de la “virgen” Diosa Tierra por parte del
Sol, el “Padre del Cielo,” con el consecuente nacimiento de su Hijo, el
Hombre Verde. Este importante acontecimiento tenía lugar anualmente en
torno al solsticio de invierno, cuando el espíritu del Hombre Verde, que
llevaba un tiempo adormecido bajo tierra en el inframundo, era traído de
nuevo a la vida. Pero aunque su espíritu durmiente había sido ya
animado, el Hombre Verde aún no había despertado por completo. Esto
no ocurría hasta algunos días más tarde, el 25 de diciembre, cuando el
Sol o Espíritu Solar invertía definitivamente su camino descendente y
empezaba a dar pasos de manera ostensible en dirección norte.

Éste era un importante ritual del tipo “como es arriba, es abajo.” Se creía
que el Espíritu Solar renovado y revitalizado en las alturas celestiales
había despertado de nuevo y revitalizado el espíritu de su hijo, que
habitaba más abajo, en el interior de la Tierra. Y ahora, el futuro Hombre
Verde podía comenzar su período anual de gestación en el útero de su
madre, la Tierra virginal, antes de recibir un nuevo y resucitado cuerpo
con la llegada de la primavera.

Escultura del Hombre Verde en un festival pagano. (CC BY-NC-SA 2.0)

La leyenda de la Diosa y el Hombre Verde salta entonces al equinoccio


vernal o de primavera, cuando el Hombre Verde está finalmente listo para
emerger del útero de su madre. Este es el momento del año en el que la
luz “masculina” es equivalente a la oscuridad “femenina”, y su polaridad
masculino/femenino se unifican plenamente para producir una renovada
inyección de energía vital que cubre y fertiliza la tierra. El cuerpo fetal del
Hombre Verde está ahora listo para nacer del útero de la Madre Tierra
bajo la forma de nuevos y tiernos brotes primaverales. Muy pronto, su
resurrección anual será plena. Esto ocurrirá alrededor del mismo día que
nuestra Pascua, una festividad religiosa moderna asociada con la
resurrección mucho más reciente de otro Hijo de una virgen.

La leyenda del Hombre Verde recorre entonces los cálidos meses de


verano, en los que el Hijo madura rápidamente al igual que crece y
madura la vegetación en la naturaleza. Madura de hecho tan rápido, que el
Hombre Verde no sólo se hace Uno con su Padre Celestial, sino que
consigue aparearse e inseminar a su propia madre. Esta cohabitación
produce un segundo influjo de fructífera energía vital sobre la Tierra, que
se manifiesta como una segunda proliferación vegetal y acompaña a la
cosecha. En último término, este hecho acaba acelerando el final del
Hombre Verde, que poco después acaba muriendo con la decadencia de
la vegetación y la caída de las hojas que se producen en otoño. ¿La causa
de su muerte? Los sacerdotes que interpretaron su leyenda milenios más
tarde aseguraban que moría por los pecados de la humanidad. Se creía en
el pasado que a causa del pecado original no sólo la humanidad perdió su
propio derecho de alcanzar la vida eterna, sino también el de toda la vida
sobre la Tierra.

En las postrimerías de la era neolítica, cuando surgieron las civilizaciones


para sustituir a otras culturas puramente agrícolas, la antigua leyenda de
la Diosa y el Hombre Verde se extendió y adoptó tintes religiosos. Se
convirtió de este modo en un mito oficial que era recitado anualmente y
escenificado de forma dramática en templos y escuelas mistéricas de las
nuevas e incipientes ciudades, naciones e imperios. Una de las
características de esta línea de evolución del mito fue que el Hombre
Verde adoptaba ahora el papel adicional de Rey del Mundo, gobernando a
éste bajo la autoridad de su madre, la Tierra. Y en algunas versiones de la
leyenda se decía que el Hijo encontraba la muerte al llegar el otoño a
manos de su hermano sin escrúpulos, o de un dios oscuro y maligno.

Ishtar y Tammuz

En las ciudades de la antigua Mesopotamia, la leyenda neolítica se


transformó en la historia de diosas como Inanna o Ishtar, que cada año
daban a luz al Hijo, el Hombre Verde, futuro rey bajo el nombre de Dumuzi
o Tammuz. Se decía entonces que Dumuzi/Tammuz crecía para aparearse
con su propia madre, al tiempo que gobernaba la Tierra para ella. A fin de
reflejar esta antigua leyenda en su cultura, los habitantes del Creciente
Fértil coronaban a aquellos individuos de sus ciudades-estado
reconocidos como encarnación de Dumuzi/Tammuz y siervos reales de la
Diosa Inanna/Ishtar.

Grabado desenterrado en la sala principal del palacio de Arad. Representa


dos imágenes casi idénticas de un hombre con la cabeza en forma de
gavilla o rama, uno de ellos de pie y el otro tumbado en el suelo. La
escena podría representar al dios de la fertilidad Tammuz o a una deidad
similar, que moriría en otoño para resucitar en primavera. Museo de
Israel. (CC BY-NC-SA 2.0)

Esto también se cumplía en Egipto, donde los poderosos faraones eran


considerados encarnaciones de Horus, el hijo de la diosa Isis, y
gobernaban bajo la autoridad de ésta. Pero en la tierra de Kemet, aunque
el espíritu del faraón que ocupaba el trono era Horus, su cuerpo físico
estaba formado por Seth, el dios que regía la cristalización de la energía
en carne física. Juntos, Horus y Seth eran los “gemelos” divinos que
formaban el cuerpo físico y el espíritu del faraón, convirtiendo de este
modo a los monarcas egipcios en representantes del primer y más grande
rey, Osiris, el Hombre Verde.
Osiris, el dios egipcio equivalente al antiguo Hombre Verde del Neolítico.
(Public Domain)

Como el antiguo Hombre Verde, también Osiris moría y resucitaba


anualmente de forma acorde con la vida y la muerte de la vegetación de la
naturaleza. La ceremonia anual de la resurrección de Osiris tenía lugar en
la época del año en que se producía la crecida del Nilo, cuando los
primeros y tiernos brotes verdes de la naturaleza asomaban tímidamente
sus frágiles cabezas sobre la superficie de la Tierra.
Sémele y Dionisos

En una de las versiones del popular mito egipcio de Osiris, el dios era
asesinado por su celoso y maléfico hermano Seth cada año al llegar el
otoño. Este acontecimiento se veía reflejado en la leyenda del equivalente
griego de Osiris, el Hombre Verde Dionisos, a quien daban muerte cada
año sus parientes los maléficos Titanes, pero que resucitaba más tarde.
De forma parecida a como ocurría con el Hombre Verde Osiris, la madre
de Dionisos era una diosa de la Tierra llamada Sémele, que significa
“Tierra”, mientras que su padre era Zeus, el Padre Celestial.
A fin de despertar a Dionisos de su sueño al llegar el solsticio de invierno,
las representantes femeninas de la diosa golpeaban ruidosamente ollas y
cacharros mientras danzaban a lo largo de su procesión ritual hasta la
cima nevada del monte Parnaso. Y tras recibir sus nuevos ropajes en el
siguiente equinoccio de primavera, el Hijo Divino se regocijaba en la
naturaleza junto con su reflejo y alter-ego, Pan, un nombre que significa
“el Todo,” como en “Toda la Naturaleza.”

Como Osiris, Dionisos se convertía en Dios del Mundo, y al igual que su


equivalente egipcio, Dionisos era reconocido por haber recorrido el
mundo entero mientras enseñaba a sus muchos súbditos el arte de
elaborar y beber ritualmente vino.

Un joven Dionisos. (Public Domain)

El vino procedente de la uva era considerado la sangre de la naturaleza, y


al ser Dionisos la encarnación de la naturaleza, era también su propia
sangre. De este modo dio comienzo el ritual de la sagrada comunión a
través del consumo del cuerpo y la sangre del Hijo Divino.
Así pues, ¿cómo acabó la tan conocida leyenda del Hombre Verde
convirtiéndose finalmente en la leyenda de Jesús? Empecemos
repasando el mito del antiguo Hombre Verde y sigamos adelante en el
tiempo hasta la época del Hijo de Dios cristiano.

El Hijo de Dios hindú

Cuando el conquistador macedonio Alejandro Magno llegó a la India,


observó una gran cantidad de rituales en los que se veneraba la efigie de
un Hijo Divino que le recordaba a su amado Dionisos. Esta semejanza
resultaba tan evidente que Alejandro y sus hombres se sintieron
finalmente en la obligación de exclamar: “Conocemos a vuestro Hijo
Divino, también es el nuestro. Nosotros le llamamos Dionisos.”

La figura central de esta vasija decorada representa a Dionisos


empuñando un Tirso. (Public Domain)

De hecho, resultaba tan parecido el Hijo Divino hindú a Dionisos que


surgió la leyenda de que el Hijo de Dios griego habría nacido en la India o
pasado gran parte de sus primeros años siendo criado allí antes de viajar
hasta Grecia. Además, se descubrió una ciudad llamada Nisa en la India,
el mismo nombre de la ciudad en la que nació Dionisos en Occidente
según la tradición, con lo que los ‘Hijos Divinos’ de griegos e hindúes se
convirtieron en sinónimos. El nombre Dionisos significa “el Dios de
Nisa.”

Al igual que su equivalente griego, el siempre joven y afeminado


Dionisos, el Hijo Divino de los hindúes era a menudo representado por la
figura de un prepúber: Murugan, que significa “el bello.”

Entre sus otros nombres están los de Sanat Kumara y Kartikeya, título
que significa “Hijo de las Pléyades.” Tanto el dios griego Dionisos como
el hindú Kartikeya estaban íntimamente relacionados con las “Siete
Hermanas” (las Pléyades), que siendo ellos niños se manifestaron
físicamente como sus niñeras. Y al igual que Dionisos, Kartikeya/Murugan
habría nacido de la Madre Tierra, la Shakti hindú, nombre que significa
“Energía”, al aparearse ésta con el invisible Padre Celestial, Shiva.
Dionisos crucificado con las siete estrellas de las Pléyades brillando en el
firmamento. (Public Domain)

Tanto Dionisos como Murugan se convirtieron en soberanos de la Tierra,


pero también fueron famosos como grandes guerreros que combatían
empuñando diferentes versiones de su arma favorita: la lanza. Dionisos
portaba el Tirso, y Murugan se enfrentaba a sus enemigos en el campo de
batalla utilizando su lanza “Vel”. Tanto Dionisos como Murugan se
convirtieron finalmente en comandantes de grandes ejércitos de nobles
soldados, que luchaban por Zeus o por Shiva, el Padre Celestial.

Joven Dionisos empuñando el Tirso. (Public Domain)


Murugan con la lanza Vel (Public Domain)

La herencia solar de Mitra

En la misma época en la que Alejandro y sus hombres se daban cuenta de


las similitudes existentes entre Kartikeya y Dionisos, otro equivalente de
estos dos Hijos Divinos era venerado tanto en la India como poco tiempo
después en Persia. Se trataba de Mitra, el Hijo de Dios. El nombre de Mitra
sugiere etimológicamente amistad, contratos, mediación y equilibrio.
El dios solar Mitra. (Public Domain)

Mitra guarda relación con el equilibrio que nace de la unión de la


polaridad universal masculino-femenino. Como Kartikeya y Dionisos,
Mitra era el resultado de la polaridad universal. Su madre era la Tierra, y
su Padre Solar Celestial era conocido por el nombre de Ahura Mazda.
Tanto Murugan como Mitra mostraban de forma explícita su ascendencia
solar por medio de sus característicos estandartes solares, así como
teniendo entre sus animales más sagrados al colorido gallo. Reconocido
en todo el mundo como el animal solar por excelencia, el gallo canta
todas los días para garantizar el nacimiento del sol cada mañana.
Mitra (izquierda) en un relieve de investidura del siglo IV d. C., Taq-e
Bostan, Irán Occidental. (CC BY 2.5)

Mitra fue finalmente adoptado por los persas convirtiéndose en Mithras, el


adorado monarca-guerrero-general de las legiones romanas. Mitra o
Mithras se identificaba con el espíritu encarnado por los muchos
emperadores romanos que ocupaban el trono del mundo y se
proclamaban reyes universales. Por otro de sus nombres Mithras era el
Sol Invictus, un epíteto sinónimo de Padre Solar Celestial. A fin de honrar
a su adorado Mithras, el emperador Carlomagno eligió el domingo, día del
sol, como el día sagrado de la semana por excelencia.

Jesús, encarnación del Hombre Verde


Ahora es el momento de abordar la leyenda de Jesús, de quien creen los
cristianos que es el Hijo de Dios y que sigue siendo a día de hoy una de
las últimas versiones del antiguo Hombre Verde. Su ascenso a la fama dio
comienzo en la cumbre de la popularidad de Mithras, cuando un futuro
soldado romano de nombre Saulo nació en Tarso de Cilicia, el gran
bastión de la fe mitraica en Oriente Medio. Desde una edad muy temprana,
Saulo o Pablo fue adoctrinado en los misterios de Mithras por los
soldados romanos, a quienes servía a diario tejiendo sus tiendas.
Mientras se criaba en Tarso, Pablo aprendió de estos soldados que
Mithras había nacido en un pesebre de una madre virgen un 25 de
diciembre, rodeado de pastores. Aprendió que Mithras era Uno con Ahura
Mazda, su Padre Celestial, y que se había encarnado en la Tierra para
realizar la tarea de su Padre. Y también se le instruyó en que tras una
batalla prolongada con Ahrimán, el Maligno, Mithras reunió a doce
discípulos para una Última Cena, en el transcurso de la cual todos los
presentes consumieron una comunión de pan y vino, alimentos que
simbolizaban respectivamente el cuerpo y la sangre del dios. Mithras
murió poco después de esta cena, pero resucitó de entre los muertos tres
días más tarde. A continuación, mientras se preparaba para su Ascensión
a los Cielos, Mithras profetizó su retorno en el Fin de los Tiempos para
librar su última batalla contra Ahrimán.

Cuando Pablo tuvo edad suficiente fue enviado a Jerusalén con otros
soldados romanos para hacer guardia en algunos de los templos judíos
de la ciudad. Según el historiador del cristianismo primitivo Epifanio,
Pablo no era judío cuando llegó a Jerusalén, pero se convirtió a la fe judía
tras enamorarse de la hija de un sacerdote judío y pretender su mano
para casarse con ella. Al ser rechazada su proposición, Pablo descargó
su furia en numerosos judíos, incluidos los Ebionitas, “Los Pobres,” una
secta judía que defendía la figura de un hombre santo fallecido
recientemente de nombre Jeshua ben Josef. Cuando Pablo tuvo
conocimiento de toda su leyenda, muy pronto empezó a relacionar a
Jeshua con el Hijo de Dios persa. Sus sospechas sobre el vínculo
especial que unía a ambos personajes fue haciéndose cada vez más
fuerte a medida que recordaba una profecía persa: que Mithras volvería a
la Tierra en el Fin de los Tiempos para librar su última batalla contra
Ahrimán. Según los sacerdotes del Templo de Jerusalén, el mundo se
encontraba al final de la Era de Aries y el Fin de los Tiempos había
llegado realmente, lo que encajaba perfectamente con el hecho de que
Mithras se hubiese encarnado en esa época como Jeshua.

No obstante, la prueba más convincente a la hora de influir en el


pensamiento de Pablo aún estaba por llegar. Ocurrió en el transcurso de
su viaje a Damasco, cuando siendo aún soldado romano fue deslumbrado
por una luz cegadora y arrojado de su caballo. Como ferviente devoto de
Mithras, Pablo habría interpretado instantáneamente esta intensa luz
como una manifestación de su adorado dios solar. Y poco después,
cuando una voz brotó de la luz diciendo ser Jeshua y suplicándole que
dejara de perseguir a sus seguidores, Pablo habría sabido con certeza
que Mithras sin duda era sinónimo de Jeshua.

Detalle, ‘La conversión de San Pablo’. Pablo y sus compañeros son


arrojados al suelo por una luz cegadora. (Public Domain)

Cuando Pablo se retiró del ejército romano, muy poco después viajó por
todo Oriente Medio para comunicar a los gentiles su descubrimiento: que
el salvador del mundo había llegado y había resucitado. Y en el
transcurso de sus viajes creó la nueva religión que sería conocida como
“cristianismo”. En esta nueva fe, Mithras acababa por ser completamente
asimilado por la figura de Jesús, que a partir de entonces adoptaría la
historia de la vida, los títulos y las características adscritos originalmente
al antiguo dios solar de los persas. Entre estos títulos se encontraban los
de “el que es Uno con el Padre” y “Único Hijo de Dios.”
Gracias a San Pablo y a su mito de Cristo, el antiguo Hombre Verde se
vistió con nuevas galas. Bajo la forma de Jesús, el antiguo Hombre Verde
podía ahora recuperar su hegemonía como una de las figuras religiosas
más veneradas que ha habido jamás en todo el mundo.

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