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LOS ORÍGENES DE LA

DOMINACIÓN MASCULINA
Por: Maurice Godelier

CUADERNOS FEMINISTAS N° 2
PUBLICACIONES ALIMUPER

Traducción: Carolina Carlessi

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“Hoy ya podemos esperar más: la lucha por la igualdad social de las mujeres se ha convertido en
una lucha de masas; y envuelve profundamente a la clase trabadora, desde que todas las
consecuencias negativas de la desigualdad sexual se acumulan sobre los hombres de las
mujeres trabajadoras”

Maurice Godelier.

Continuando con la labor de traducciones que se propuso, ALIMUJER presen asta vez su segundo
cuaderno feminista.

Hemos elegido el texto de Maurice Godelier. “Orígenes de la Dominación Masculina”, por


considerarlo de suma importancia para el enriquecimiento del debate teórico que se está
llevando a cabo respecto a la relación entre dos sistemas de opresión, el de clases y el de sexo, los
métodos de enfrentarlos.

Este trabajo, aparecido en inglés en la revista New Left Review, se basa en la crítica que hace el
autor de los trabajos antropológicos de Eleanor Leacock, seguidora de la línea planteada por
Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado.

En un análisis sistemático, Godelier, desmitifica muchos conceptos respecto al origen de la


opresión femenina que han marcado por ya demasiado tiempo la teoría y de la práctica de los
grupos revolucionarios.

Varias cosas quedan claras luego del erudito desarrollo de este artículo:

-Es necesario que las clases trabajadoras y los que están con ella, reconozcan que la desigualdad
de clase es diferente a a de sexo, que “no tenemos una desigualdad por otra, y menos que
reduzcamos una a otra”. Y que por lo tanto hay que luchar también contra la opresión de género,
reconocerla y combatirla

- Todo conduce a pensar que el idílico matriarcado inicial no existió y que no es muy cierto que el
empeoramiento del status de la mujer se debe a la desigualdad de clases, ni la dominación de la
familia monógama al dominio de la propiedad privada. La lucha solamente contra las relaciones
capitalistas no va a devolver a las mujeres a ningún paraíso.

- El origen de la dominación masculina es complejo: la continua maternidad de las mujeres la


obliga a inmovilizarse, en una sociedad nómada donde la movilidad es prestigio; los hombres,
dominando el proceso material de producción controlan a las mujeres como reproductoras de la
vida; las mujeres se “intercambian” y así posibilitan la sobrevivencia de sus grupos.

- Queda planteada la hipótesis de que tanto la devaluación simbólica de la mujer como la


violencia contra ella está causada por la envidia masculina frente a la capacidad creador de vida
de la mujer.

- Las mujeres siempre se han opuesto, individual y colectivamente, a su opresión y esta


resistencia ha provocado la represión masculina.

Recomendamos la lectura de este texto a todas las mujeres y hombres comprometidos en las
diferentes luchas revolucionarias en pos de una sociedad auténticamente socialista.

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Carolina Carlessi

LOS ORÍGENES DE LA DOMINACIÓN MASCULINA

Por Maurice Godelier

Las desigualdades sociales entre hombres y mujeres están siendo cuestionadas cada vez más por
mujeres de ambientes bastantes diversos y que enfrentan su lucha de varias maneras. La
posiciones teóricas y las formas de lucha que hasta hace poco todavía tenían algo de credibilidad
y alguna importancia, han comenzado a ser transformadas por las envergadura de este
movimiento, por los debates y análisis resultantes, y por el activo encuentro con el movimiento
laboral y los partidos de izquierda. Para algunos, la dominación masculina en la vida de nuestra
sociedad es la única forma importante de opresión y debe por lo tanto ser blanco exclusivo de
lucha. Esta posición, adoptada por algunas corrientes “feministas radicales”, llega inclusive a
atraer el favor burgués y pequeño burgués., por lo menos cuando se levanta “la guerra de los
sexo” como batalla social. Para otros, por contraste, la dominación masculina es la forma menos
importante de opresión social, que se sitúa mucho más atrás que la explotación de clases, la
dominación imperialista y la segregación racial.

Y al extremo, y está fue por momentos la visión de algunos militantes de los círculos de izquierda,
dicha dominación podía esperar su momento, destinada a desaparecer junto con la explotación
de clase, el imperialismo y el racismo.

Hoy ya no podemos esperar más: la lucha por la igualdad social de las mujeres se ha convertido
en una lucha de masas; y envuelve profundamente a la clase trabajadora, desde que todas las
consecuencias negativas de la desigualdad sexual se acumulan sobre los hombros de las mujeres
trabajadoras. Esta demanda debe ser integral a la lucha de la clase trabajadora por cambiar la
sociedad. Todas las desigualdades sociales, aunque nunca coextensivas, se alimentan unas a
otras, y benefician en última instancia a la misma clase; cada una, entra en la reproducción del
modo de producción dominante, que en nuestra sociedad es el modo de producción capitalista.

Ahora una vez que hayamos reconocido esto, es crucial señalar la importancia real; o el peso
específico de cada desigualdad social dentro de la jerarquía de causas que modelan el
funcionamiento y la evolución de nuestra sociedad. Esto requiere, en primer lugar, que no
tomemos una desigualdad por otra, y menos aún que reduzcamos una a la otra. En cada caso, por
lo tanto, debemos establecer la naturaleza específica, la duración, el origen y el modo de
evolución de la desigualdad social en cuestión, para que podamos develar su modo de
articulación con otras desigualdades y su impacto real sobre el funcionamiento de nuestra
sociedad de clases. La desigualdad entre los sexos no existe solamente en sociedades capitalistas;
existe en otras y es más antigua que el capitalismo. Para poder analizarla debemos por tanto
recurrir a los datos comparativos de la antropología y de la historia.

RECURSO A LA HISTORIA Y A LA ANTROPOLOGÍA

Tendremos poco qué decir de la historia. Esa es tarea de otros escritores más competentes en ese
campo, y nos limitaremos a analizar los datos antropológicos. Digamos simplemente que si
miramos a la sociedades de clase de la Edad Antigua, tanto occidentales(Grecia, Roma) como
orientales (China, Japón), o de las edades medias, o a las sociedades estatistas de la américa
precolombina (incas, aztecas), o a las sociedades de castas de la india, encontramos que la vida
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social ha sido dominada por hombres. El poseer tierra en la ciudad-estado, el hacer sacrificios a
los dioses, el defender su territorio con armas en la mano, el ejercitar poderes judiciales y
soberanía política, el desarrollar filosofía, matemáticas y otros son privilegios masculinos en la
Atenas clásica. Para que un griego sea totalmente hombre, deberá, ser sobre todo hombre y no
mujer, libre y no esclavo, ateniense y no bárbaro. Los lazos de matrimonio incluyen a la mujer
griega libre dentro de la familia de su amo-esposo, cuya economía doméstica ella maneja
parcialmente. Las esclavas del amo están a la disposición de éste en asunto sexuales. El mismo
Aristóteles, definió claramente estas relaciones de sujeción: “Las partes primarias, irreductibles de
la familia son el amo y su esclavo, el esposo y la esposa, los padres y los hijos…” Y añade: Hesiodo
estaba en lo correcto al decir que la primera familia estuvo compuesta por una mujer y un buen
para impulsar el arado. Para los pobres, de hecho, un buen toma el lugar de un esclavo.”

Aquí podemos ver la relación entre estructura familiar y estructura de un modo de producción,
como también las base de la doble sujeción de la mujer, en la ciudad y en la familia. Por supuesto,
la sociedad griega era una sociedad de clases, de carácter patrilineal como la nuestra. Pero esto
no fue siempre el caso en la Europa de la Edad Antigua: debemos recordar la sorpresa de Tácito
cuando, habiendo sido enviado a una misión entre los bretones y germanos, descubrió que las
mujeres se sentaban en el consejo de los guerreros. Y los ingleses y franceses, al penetrar en los
bosques americanos dieciséis siglos después, sentirían la misma impresión al descubrir que las
mujeres iroquesas y huronas designaban el sachem.

Surge inevitablemente la cuestión de si a subordinación de la mujer al hombre ha existido


siempre, y si existe en todas las sociedades hoy. El ejemplo de los germanos o los iroqueses deja
lugar a dudas. Daremos ahora una respuesta de antropólogo a la pregunta, basándonos en
material y su discusión antropológicos.

Antes de comenzar, debemos aclarar lo que se quiere decir por subordinación de las mujeres. Es,
en verdad, una realidad social con tres dimensiones: económica, política y simbólica. A nivel
económico es suficiente mirar alrededor para observar que las mujeres no tienen acceso a las
mismas ocupaciones que los hombres, y que nunca avanzan tanto como los hombres en
determinada ocupación. A nivel político, las mujeres constituyen menos del 10 por ciento de los
delegados a la Asamblea Nacional de Francia, mientras que suman poco más de la mitad de la
nación. Por último, a nivel simbólico, los medios de comunicación de masas presentan
diariamente imágenes del hombre- sujeto y de la mujer-objeto.

Los estereotipos aprendidos en los primeros años de vida preestructuran la percepción de la


realidad social. En este contexto, debemos mencionar el relato de Irene Lézine de un experimento
conducido en Estados Unidos. A un grupo de estudiantes norteamericanos se les mostró bebés
de ambos sexos, primero vestidos de niñas una segunda vez de niños y se les pidió que
comentaran sobre su comportamiento. Al llorar uno de los bebés, se hizo el siguiente
comentario: si estaba vestido de niño, su llanto era signo de rabia infantil, prueba de que el niño
estaba actuando sobre el mundo, pero si estaba vestido de niña, el llanto era señal de que algo
andaba mal, que solo estaba gimiendo, o cosas por el estilo. Sería fácil hacerse una relación de la
representación y modos de comportamiento que continuamente testifican y ayudan a reproducir
la dominación masculina. Pero, cuál es la situación hoy en otras sociedades?

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Para comenzar, cuantas sociedades hay hoy sobre la superficie del globo? Nadie sabe cuántas, ni
siquiera aproximadamente. Al decir sociedad, me refiero a un grupo local que reconoce su propia
identidad, historia y cultura distinta de, e inclusive opuesta a, aquellas de sus vecinos. Yo sugeriría
una cifra como de 10,000, basado en información sobre el número de idiomas que se habla en
África, Asia, etc.

Así, en Nueva Guinea, con una población de 3 millones, hay un record de casi 600 idiomas o
dialecto, cada uno de los cuales debe ser hablado por un mínimo de dos grupos. Para África Negra
se ha propuesto una cifra de más de 2,000 idiomas o dialectos. Sin embargo, los antropólogos han
estudiado hasta el momento alrededor de 700 u 800 sociedades, menos de un décimo del
número total que hemos sugerido. Los datos concernientes a 890 de estas sociedades se guardan
ahora en los inmensos Human Area Files.

Para cada una de ellas hay información respecto a relaciones masculino-femeninas, división del
trabajo, relaciones de parentesco, y mitos; sin embargo, menos de cincuenta monografías serias
han sido dedicadas específicamente a las relaciones entre hombre y mujeres. Este material está
en el centro de los estudios que se están desarrollando entre los antropólogos.

Este estrecho margen de información es el primer límite que se impone a todo debate. El segundo
es el hecho que tal información, habiendo sido recogida por occidentales que son en su mayoría
hombres, es parcialmente etnocéntrica y en su mayor parte androcéntrica. Sin embargo, la
profesión antropológica siempre ha incluido muchas mujeres, y es aquí que encontramos los
primeros grandes estudios realizados por mujeres respecto a las relaciones masculino-femeninas.
Mencionaremos simplemente unos cuantos nombres famosos, Margaret Mead y Ruth Benedict,
como también otras menos conocidas para el público en general: Phillios Karberry, Ruth Landes,
Eleanor Leacock. Los antropólogos varones trabajan con otros hombres, y sus cuadernos
frecuentemente presentan lo que parece ser un punto de vista masculino de la sociedad bajo
investigación. Sin embargo, las mujeres antropólogas son frecuentemente tratadas como
hombres, viniendo a compartir un punto de vista androcéntrico de la sociedad que están
estudiando.

Así Eleanor Leacock ha comparado varias citas del libro de Ruth Landes, The Ojibwa Woman, y
basándose en descripciones de la autora, construye un cuadro de la sociedad como dominada por
mujeres, y otro de la misma sociedad como dominada por hombres. Leacock muestra así que el
inconsciente de la autora oscila entre un punto de vista de un hombre y el de una mujer, y que la
tarea de establecer la verdadera relación entre estos indios canadienses está aún por realizarse al
terminar el libro de Ruth Landes. La fuente más importante de deformación, sin embargo, es el
etnocentrismo, que hace imposible para un occidental aprehender el funcionamiento de
sociedades sin clases, una forma de igualdad social desconocida en nuestro propio país. Varias
mujeres antropólogas, como Eleanor Leacock y June Nash, han tratado de hacer que sus colegas y
el más amplio público comprendan cual podría ser la posición de las mujeres en determinadas
sociedades. En general se refieren a dos tipos de éstas: Sociedades cazadores recolectores (los
bosquimanos de África del Sur, los pigmeos de Zaire, los indios montañeses de Canadá) y
sociedades horticultoras con una forma de organización matrilineal (los hurones, iroqueses, y
otros grupos matrilineales en la costa este y en el sureste de América del Norte, o el así llamado
cinturón matrilineal que corta oblicuamente África Central)

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LA AUTONOMÍA DE LAS INDIAS MONTAÑESAS

Eleanor Leacock, que ha vivido entre los montañeses- naskapi de Canadá, menciona el muy alto
grado de autonomía que las mujeres gozaron en esta sociedad inclusive hasta 1953. Por azar, ella
ha podido comparar sus observaciones con las experiencias en 1933 de un jesuita fránces, Paul Le
Jeune, posteriormente hizo un relato de su misión en la Orden Jesuita de París. Le Jeune estaba
impactado por el hecho que los niños parecían no obedecer a sus padres, ni las mujeres a sus
esposos, ni las bandas a su jefe. Desde su perspectiva, sería más fácil pacificar a estos indios y
convertirlos a la cristiandad si se pudiera lograr que adoptaran la actitud sumisa exhibida por las
mujeres francesas hacia sus maridos o por los sujetos al dominio del rey de Francia. Ahora, el
tratar de explicar la gran autonomía de las mujeres montañesas, Leacock primero notó que,
dentro del sistema de la división del trabajo, cada sexo asumía sus tareas y tomaba decisiones sin
ser supervisado por el otro sexo. Más significativo aún, esta economía cazadora –recolectora no
sabía de ningún tipo de separación real entre economía familiar y social. La labor de las mujeres
no aparecía como actividad privada, menos, doméstica.

Las mujeres tomaban parte activa en la discusión colectiva respecto a mudar el campamento,
iniciar una guerra, arreglar un matrimonio, y otros. Se divorciaban como facilidad, ya sea
llevándose o no a sus hijos. En cualquier caso, los hijos no eran de responsabilidad única para la
madre: las mujeres los cuidaban y también los hombres, aunque no tan frecuentemente. La vida
de la sociedad, por lo tanto, no giraba alrededor de una familia nuclear en la cual la esposa se
dedicaba a las tareas domésticas y la crianza de niños. Había una voluntad general de igualdad
personal y cualquier individuo que buscara imponer su voluntad sobre otros era sujeto al ridículo
y a críticas públicas, usualmente de carácter obsceno. No había jefe, pero en las relaciones con
otras tribus, el hombre más calmado o el mejor orador servía como representante. Aunque esta
figura, desde mi punto de vista no prueba la ausencia de la dominación masculina, si sugiere un
grado de autonomía de las mujeres fuera de toda proporción de lo que existe en nuestra propia
sociedad.

SOCIEDADES “MATRILINEALES”

El segundo ejemplo de Leacock, que sigue la tradición de Moran y Engels, se refiere a las
sociedades horticultoras de América del norte, incluyendo los iroqueses, vecinos y enemigos de
los montañeses-naskapi. Es este el ejemplo que ha fomentado el mito de un matriarcado: una
sociedad en la cual las mujeres mantienen el poder dominante. Recordemos primero las
diferencias importantes entre sociedad patrilineal y matrilineal.

En la primera, la descendencia se establece con referencia al hombre, y así para de padre a hijo.
La mujer está subordinada a su esposo, quien tiene autoridad sobre los ojos de ella. En la
segunda, la descendencia pasa de madre a hija. Pero, es eso prueba de matriarcado, de la
dominación de poder de las mujeres? Hace mucho que se abrió el debate entre antropólogos, y
todos o casi todos, han respondido negativamente, en realidad, parece que la mujer está
subordinada a los hombres en sociedades matrilineales—no a su esposo o padre, sin embargo, si
no a su hermano o al hermano de su madre, quien tiene autoridad tanto sobre ella como sobre
los hijos de ella. Los hijos pertenecen no a su padre, sino a la línea de la madre, siendo colocados
bajo la autoridad de su tío materno. Lo que parece innegable es que la subordinación de las
mujeres a los hombres es muy diferente en sociedades matrilineales, y generalmente menos dura

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que en sociedades patrilineales. Las mujeres en una sociedad matrilineal están sujetas a dos
autoridades: su hermano y el hermano de la madre, por un lado; su padre y la hermana de su
madre por otro. En una sociedad patrilineal, por contraste, las mujeres están sujetas a la
autoridad masculina primero de su padre, u luego de su esposo.

Vamos ahora a regresar al ejemplo de los iroqueses y los hurones. Según observadores del siglo
XVI, su subsistencia dependía de la agricultura y de la casa, pesca y recolección. Las mujeres se
ocupaban de la recolección y de la agricultura, los hombres de la caza, la pesca y la guerra.

La sociedad estaba dividida en clanes matrilineales, cada uno de los cuales vivía en una unidad
domestica dispersa bajo la autoridad de las más ancianas.

Las mujeres tomaban parte en el consejo del clan, eligiendo al jefe hombre quien sería uno de sus
hermanos, las ancianas, por lo menos, tuvieron una presencia a todo nivel de poder: desde el
consejo del clan al consejo de la tribu presidido por el sachem. Los derechos sobre la tierra de
cultivo eran heredados por el lado de la mujer, y dicha tierra era cultivada colectivamente por
mujeres bajo la autoridad de matronas. Estas matronas vigilaban la distribución del producto
agrícola conservado en cada extremo de las grandes casas. Las mujeres podían inclusive prevenir
la declaración o prosecución de una guerra al negarse a proveer a los guerreros de las provisiones
necesarias. Las mujeres jóvenes escogían a sus propios amantes y una vez casadas tenían la
posibilidad del divorcio, aquí por lo tanto, se presenta otra sociedad en la cual las mujeres
gozaban de un grado de prestigio y poder público inimaginables en nuestras sociedades
occidentales.

Es importante recordar que esta sociedad sufrió un rápido y profundo cambio como resultado de
la colonización europea. En el siglo XVI, respondiendo a una demanda de los blancos, los
iroqueses se dedicaron, más que en el pasado, a la caza del castor. Y cuando estos se fueron
extinguiendo, sirvieron de intermediarios entre los establecimientos de intercambio de los
blancos y las tribus del interior. Se aliaron con los ingleses para luchar contra los hurones y
montañeses y sus aliados franceses. Poco a poco acumularon nuevas formas de riqueza ligadas al
comercio de pieles riquezas que quedó en manos de los hombres y se desarrollo junto con el
individualismo económico y político. La guerra al servicio de los ingleses reforzó la autoridad
masculina en un nivel aun desconocido para nosotros. Gradualmente las reglas de reciprocidad y
participación se quebraron, y ya en 1851, cuando Morgan dedico un estudio a los iroqueses. La
forma colectiva de organización en casas extensivas ya había desaparecido. Este ejemplo muestra
que el patrón histórico de relaciones masculino-femeninas se torno cada vez más difuso, desde
que se inicio, en el siglo XVI, la expansión colonial de los europeos y su sistema económico y
social.

COLONIALISMO, ECONOMÍA DE MERCADO, TRABAJO ASALARIADO

En general, las sociedades matrilineales se desintegraron mucho más rápidamente que las
patrilineales; y las sociedades fluidas, igualitaria resistieron menos el impacto que las sociedades
organizadas jerárquicamente. En áfrica, por ejemplo, la economía de plantación y el desarrollo
minero necesitaron, sobre todo, la fuerza masculina y el trabajo asalariado. La economía
tradicional desapareció gradualmente, o por lo menos se centro sobre la familia nuclear, la que
dependía del trabajo del hombre por un salario. El cuadro general, que comprendía una nueva
dependencia de las mujeres en los hombres y de los niños en su madre, inicio la destrucción de
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los lazos económicos recíprocos dentro de la línea hereditaria y entre clanes, como también la
pérdida de las posiciones públicas y el prestigio de las mujeres en la sociedad. Más aun, la misma
Leacock ha mostrado que en los siglos XVII y XVIII, los montañeses pasaron de una estructura
matrilocal a una patrilocal y que este cambio surgió de un crecimiento de una economía de caza y
comercio de pieles casi enteramente centrada en los hombres. En el siglo XVII estos indios vivían
en grupos fluidos, practicando básicamente la caza colectiva del caribú en la cual había una
cooperación mutua entre hombres y mujeres. Las relaciones de parentesco eran del tipo
indiferenciado, consanguíneo, sin embargo con una inflexión matrilineal donde las bandas eran
unidades exógamas. Hoy se han convertido en endógamas y patrilocales. Los hombres tienen
derechos como individuos sobre las áreas de la tierra común en la cual echan sus cordeles de las
trampas; y estos derechos son transmitidos de padres a hijos. Las familias viven menos de la caza
y la recolección de subsistencia, y dependen de sus tratos con los establecimientos de
intercambio de los blancos, donde compran rifles, municiones, trampas y grasa y harina para el
invierno. Por esta razón, dejan a sus hijos en el colegio o misión construidos precisamente junto a
estos establecimientos. Así, se ha quebrado el patrón histórico y se está haciendo más difícil cada
día el reconstruir las relaciones masculino-femeninas de los tiempos pre coloniales, para Leacock,
sin embargo, el curso de los últimos siglos señala una ley de desarrollo que tuvo sus primeros
efectos miles de años antes del nacimiento del capitalismo.

Desde la perspectiva de Leacock, la producción para el intercambio, la ruptura de la solidaridad


local, y el choque de intereses entre grupos y sociedades, son todos factores que fortalecieron
gradualmente la posición social de los hombres mucho antes del capitalismo. Siguiendo los
análisis de Judith Brown, ella cita como prueba a contrario el hecho de que el estatus de la mujer
en la sociedad matrilineal bemba de África, es mucho más baja que entre los iroqueses, sin
embargo, los bemba tienen una forma jerárquica de organización en la cual una aristocracia
domina a los comunes, y las unidades familiares producen riqueza que se concentra en manos de
esta aristocracia. Los regalos de alimentos, lejos de elevar el prestigio de las mujeres, en realidad
elevan el de sus maridos, y aparte el producto es redistribuido según las relaciones de clase, y no
según las relaciones entre grupos de parentesco o entre sexos. Leacock, entonces está planteando
una perspectiva general de desarrollo histórico. Tomando a los indios naskapi como modelo de
cazadores-recolectores primitivos, Leacock construye una línea más general de desarrollo: una
línea que va de sociedades igualitaria en las cuales hombres y mujeres comparten el mismo status
de autoridad pública y gozan de una autonomía propia, a las múltiples formas de sociedades de
clases en las cuales las jerarquías que favorecen el poder masculino emergen gradualmente a rave
e la desintegración de los lazos comunales. Es oportuno citar el caso de nuestra propia línea de
desarrollo, que constantemente fortalece la apropiación privada de la tierra y los medios de
producción. Es, por cierto, dentro de este marco que se impulsa y se consolida la familia
monógama, de este modo ha tomado Leacock la hipótesis de Engels que relaciona el
empoderamiento del status de la mujer a la emergencia de las desigualdades d clase, y la
dominación de la familia monógama al dominio de la propiedad privada.*

El análisis y la conclusión general de Leacock están abiertos a la crítica, pero también son
meritorios, pues tenemos aquí uno de los intentos más exitosos y convincentes de sacar a la luz
los muy variados hechos de la dominación masculina.

*(CF. Eleanor Leacock, Introduction to F. Engels, Th Origen of the Family, Private Property and th State, New York and London 1972)

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La autora se concentra en ejemplos de una virtual igualad entre sexos que, desconocida en
nuestras propias sociedades, está también en profundo contraste con los casos extremos de
subordinación femenina o casi esclavitud: las mujeres encerradas en un harem entre los
musulmanes, las mujeres confinadas con los pies vendados incapaces de trabajar, entre los
mandarines chinos. Más aun, Leacock nos fuerza a pensar en el significado de la autonomía de las
mujeres, tano individual como colectivamente, y a buscar donde sea posible, más pruebas y
señales de tal autonomía. Ella nos invita a no apresurarnos a aceptar cegadores casos de
dominación masculina sin preguntarnos cuales la realidad de la situación. Las mujeres pueden, de
hecho, tener un cierto poder que no es fácilmente visto por un occidental acostumbrado a modos
de pensar androcéntricos. Sin embargo, no se puede dejar de criticar el trabajo de Leacock:
porque, por mas magro que sea nuestro conocimiento histórico y antropológico, por más
estrecho que sea el rango de casos observados, y por mas etnocéntrica y androcéntrica que sea la
información así reunida, en estos momentos parece razonable suponer que son los hombres, en
último análisis, quienes han dominado el poder hasta hoy. Esta formulación implica que no hay
uno sino varios poderes en una sociedad, que las mujeres tienen algún poder, pero que a fin de
cuentas son los hombres quienes ocupan la cumbre de la jerarquía del poder.

ELECCIÓN DE UN PUNTO DE INICIO

Con el fin de establecer su punto de partida, Leacock, como también Richard Lee y otros, se
basaron en los cazadores naskapi, los pigmeos y los bosquimano, dejando cuidadosamente de
lado el caso de los aborígenes australianos. Parece haber sido probado, sin embargo, que los
hombres aborígenes australianos dominaron las mujeres, monopolizando los ritos religiosos de
fertilidad de plantas, animales e inclusive de las mujeres, y que los derechos de la tierra fueron
transmitidos de una generación masculina a la siguiente. Aunque ahora hay mucha discusión
respecto al modelo Radcliffe-Brown de grupos patrilineales-patrilocales que explotan la
naturaleza, los antropólogos no discuten la realidad de la inflexión patrilineal y la dominación
masculina. Más aun, si vamos de Australia a otras sociedades de cazadores, encontramos
innegables casos de sociedades patrilineales-patrilocales - por ejemplo, las tribus ona de Tierra
del Fuego y sus hoy extintos vecinos, los alacaluf. Nadie hasta el momento ha comparado
sistemáticamente las relaciones masculino-femeninas tal como existieron, o todavía existen, en
las treinta o más sociedades de cazadores recolectores que han logrado sobrevivir. De hecho, es
bastante injustificable argumentar, como Meillassoux, que todas estas sociedades pertenecen a
un mismo tipo y corresponden a un solo y cinegético modo de producción.

(Algunos manifiestamente patrilineales, algunos manifiestamente no-lineales y algunos tienen


caracteres de los complejos sistemas crow-omaha encontrados entre labradores.). Tampoco se
justifica el argumento de que las genuinas relaciones de parentesco están ausentes de estas
sociedades, y que el parentesco es la superestructura de un modo de producción doméstico que
se estableció con el desarrollo de la agricultura y la crianza de animales, y así llegó hasta nuestros
días. Imaginar la existencia de un modo de producción doméstico que se mantiene vivo en las
profundidades de las sociedades agrícolas y ganaderas, ya sea de un carácter de no-clases o de
clase una hipótesis asumida por Marshall Sahlins y, luego por Meillassoux no resiste el análisis. Es
punto de crucial importancia teórica y merece un momento de atención.

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Pocos antropólogos niegan que los grupos de cazadores-recolectores estén compuestos de
individuo unidos por relaciones en parentesco, y que tales relaciones proporcionan el marco para
la organización de la caza y la recolección, la distribución del producto y el acceso reciproco a
recursos. Ahora, si eso es así, luego la existencia observada de varios sistemas diferentes de
parentesco entre cazadores-recolectores, tanto unilineales como consanguíneos, debe llevar a
presumir la existencia de varios sistemas económicos y sociales entre los cazadores-recolectores a
menos que pueda ser demostrado que los diferentes sistemas de parentesco pertenecen a un
mismo y único tipo. Sería entonces necesario explicar esta diferencia, y usarla para plantear varias
líneas de desarrollo humano acompañando la aparición de la agricultura y la crianza de animales.
Otro punto muy importante es que al concentrarse sobre la familia como marco de actividad
económica, uno se olvida de las relaciones de parentesco que hacen la estructura familiar. En
verdad, las relaciones de parentesco pueden funcionar directamente como relaciones de
producción si es a través de ellas que la sociedad controla los recursos, organiza la explotación de
la naturaleza, y redistribuye el producto. Semejante situación no es general, sin embargo, es muy
frecuente que particularmente en sociedades de clases, las relaciones de producción están por lo
menos parcialmente fuera y mas allá de las relaciones de parentesco, pero donde la familia es la
unidad de producción directa y consumo, está sujeta en su propia estructura tanto a las
relaciones de parentesco como a las relaciones de producción. Es por tanto imposible atribuir
existencia real o reificar un modo de producción domestico como un espacio social homogéneo e
inmutable. Una implicación moderna de este argumento es el hecho que en los países socialistas,
a pesar de las transformaciones en las relaciones de producción, es posible que las mujeres estén
en gran medida subordinadas a través de una economía domestica por la cual las mujeres son
básicamente responsables y que continúan existiendo junto con la economía social. No es un
modo de producción el que persiste, sino la división de la economía y la sociedad en varias esferas
y el confinamiento de las mujeres a la más estrecha de estas.

Vamos a aceptar provisionalmente entonces que en todas las sociedades, incluyendo las más
igualitarias, hay una jerarquía de poder donde los puestos más elevados son ocupados por
hombres. Esta es una generalización que tiene el más alto grado de probabilidad que ninguna
otra. Ahora, debemos también ofrecer una explicación provisional para dos cosa más a la vez: la
supuesta universalidad de la dominación masculina; y la inmensa variedad del contenido de la
dominación masculina, que oscila desde casi igualdad sexual entre los montañeses y los hurones,
a la semi esclavitud de los harems en Saudí Arabia. Debemos suponer por adelantado que una
explicación mono causal de todo no explicaría nada en realidad. Varias causas se combinan
jerárquicamente para producir tanto el efecto general de la dominación masculina como las
variaciones de sus formas.

LAS FUENTES DE LA DOMINACIÓN MASCULINA

Cuál es entonces la explicación provisional que proponemos?. Con el objeto de concebir los
orígenes de la desigualdad, tenemos que comenzar del marco socio-económico de los cazadores-
recolectores dentro de cuya humanidad ha vivido durante el 99 por ciento e su evolución. El
hombre en lo salvaje poco altera la naturaleza. Depende de los recursos vegetales y animales y
reproduce espontáneamente la naturaleza salvaje. Podemos suponer que tal modo de vida coloca
considerable valor social sobre la movilidad individual y colectiva.

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REPRODUCCIÓN DE LA VIDA Y DIVISIÓN DEL TRABAJO

La mujer, en virtud de su función reproductiva, es menos móvil que el hombre. Ella embaraza, da
a luz y amamanta a sus hijos que son destetados tarde. Ya que antes del desarrollo de la cría de
animales y la agricultura no había sustituto para la leche materna. Es posible que asi se impusiera
sobre las sociedades de cazadores una división de tareas: los hombres cazaban presas mayores y
hacían la guerra; las mujeres cazaban animales pequeños, recolectaban las provisiones naturales y
cocinaban el alimento diario. Parece que se adscribía a aquellas tareas un sistema de valores
diferencial, ando un mayor valor a la actividad de los hombres, desde que compendia mayores
riesgos de perder la vida y mayor gloria al quitar la vida. Cocinar es una actividad que ambos sexos
pueden desempeñar. Seria etnocétrico e incorrecto pensar en los cazadores primitivos como si
fueran modernos cazadores orgullosos de su presa. Toso los observadores han notado que los
hombres primitivos muestran una actitud afectuosa y respetuosa con los animales, matándolos
solo en función a sus necesidades. En todo sitio se encontrará la idea de un contrato o una
asociación amistosa entre ellos, plantas y animales. El hombre se siente amenazado con la
hambruna si fuera a matar sin cautela y explotar los recursos naturales sin el debido cuidado. Los
mitos hablan interminablemente de matrimonio entre hombres y animales, de un contrato ente
el hombre y el amo animal. Tales relaciones de “Afecto respetuoso” aparecen en los ritos de
sociedades agrícolas y pastorales, que se preocupan con la continua fertilidad de sus campos y
animales.

La división de trabajo entre los sexos no es, por lo tanto, resultado directo de coacciones. Es más
bien el efecto combinado sintético (a) de las limitadas fuerzas productivas, tanto mentales como
materiales con las cuales estas sociedades explotan los recursos naturales a su alrededor; y (b) la
dispersión y la relativa escasez de estos recursos. A pesar del hecho de que la humanidad tuvo
que adaptarse a diversas situaciones locales- bosque, desierto, costa – los limitados medios de
actuar sobre la naturaleza resultaron en una división común del trabajo a través de la cual los
hombres ocuparon el primer lugar en el proceso de producción material.

Ciertos antropólogos se refieren a sociedades en las cuales las mujeres recolectoras contribuyen
más de un sesenta por ciento al producto para la subsistencia del grupo. Pero olvidan que el
factor de más peso en la organización económica de la sociedad no es la división del trabajo en la
producción de subsistencias, sino las formas de control social sobre los recursos y el producto del
trabajo- en otras palabras, las relaciones sociales de producción. Así, aunque la relativa
inseguridad de los recursos impuesta forma una apropiación común con iguales derechas para los
miembros individuales del grupo, se debe explicar cómo los hombres pudieron representar estos
derechos comunes más que las mujeres.

El problema es comprender porque los hombres, ocupando un lugar altamente valorado en el


proceso material de la vida, dominan a las mujeres, quienes ocupan un lugar excepcional en el
proceso de reproducción de la vida. Debemos recordar aquí que las formar simbólicas de
pensamiento que legitima la dominación masculina ponen el mayor énfasis sobre el control de los
hombres sobre las mujeres fértiles, sobre la fertilidad femenina.

A este respecto es importante también el caso de los iroqueses y los hurones, donde las mujeres
que elijen a los jefes y que detentan la mayor autoridad social son precisamente las matronas:
mujeres mayores que han pasado la menopausia. En todas las sociedades las mujeres estériles ya

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sea porque no pueden concebir más o porque no pueden parir gozan de un status especial más
bajo o más alto que las mujeres ordinariamente fértiles. Más frecuentemente, las mujeres que de
algún modo comparten el status de los hombres son aquellas que han dejado su función de
reproducción. Los hombres, quienes dominan el proceso material de producción y monopolizan
las complejas habilidades de la caza y la violencia armada, ejercen el control sobre las mujeres, no
como productoras, sino sobre las mujeres como reproductoras de la vida que preserva al grupo.
Durante miles de años, dentro de los extremadamente diversos modos de subsistencia y sistemas
económicos (modos de producción), el trabajo vivo o la fuerza de trabajo directamente útil tuvo
preeminencia sobre el trabajo pasado o l trabajo de las fuerzas acumuladas. Y podemos preguntar
si esto no está en la raíz de dos fenómenos sociales básicos: primero, el hecho que las relaciones
de parentesco, la forma social presente en todo momento de la reproducción de la vida,
funcionaron total parcialmente como relaciones de producción; y en segundo lugar, el que las
mujeres estuvieran subordinadas a los hombres dentro de esta relaciones. Debemos por tanto,
considerar el hecho más profundo que la humanidad no solamente vive en sociedad punto banal
y carente de interés, sino que s forzado a producir sociedad, a producir a sus miembros como
seres sociales.

LAS RAÍCES DE LA PROHIBICIÓN DEL INCESTO

Esto nos enfrenta como la cuestión de la prohibición del incesto, la exogamia, y la naturaleza
general de las relaciones de parentesco. Porque la cuestión del incesto tiene algo que ver con el
status comparativo de los hombres y las mujeres, si imaginamos que la humanidad primitiva
hubiera practicado el incesto en vez de prohibirlo, entonces cada grupo hubiera contado con sus
propias fuerzas para producir la vida y sobrevivir en su territorio. El grupo entonces se hubiera
aislado cada vez más y esta sociedad se hubiera visto a sí misma como un todo; sin embargo, a
través de su aislamiento hubiera acumulado todas las probabilidades a favor de su propia
extinción, y en consecuencia, sobre la extinción de toda la sociedad. El tabú del incesto, por lo
tanto, representa amos, la prohibición y la compulsión a la alianza. Desde que Levi-Strauss lo
propuso, ha sido ampliamente aceptado que lo contrario al incesto es la exogamia y la circulación
de mujeres entre grupos, o entre hombres individuales. Algunos antropólogos se han opuesto al
termino “intercambio” de mujeres entre hombres por considerarlo una proyección etnocéntrica
de las ideas y la lógica de nuestra economía de mercado orientada al lucro. En cualquier caso,
mientras que debemos reconocer que Levi-Strauss nunca teorizo las razones de porque los
hombres representan su propio grupo, y por lo tanto los intereses de la sociedad, podemos
aceptar que una prohibición de matrimonio entre ciertos hombres y mujeres existe en toda
sociedad. Para los actores mismos, por supuesto, la prohibición está basada en principios morales
y filosóficos, ya sean de origen natural o supernatural. Pero sin negar que los principios éticos
como el tabú del incesto realmente actúan sobre la voluntad de los individuos y los grupos,
debemos buscar sus raíces más allá de las explicaciones que los primitivos dan a sus mitos y
filosofía. Que entonces s intercambia cuando se “intercambia” mujeres? Ellas no son tanto
productoras como reproductoras, son menos una ayuda para la sobrevivencia cotidiana que un
medio de continuar existiendo en el futuro. Naturalmente, la mujer. Recién adquirida puede a
veces trabajar mejor que la que se ha perdido, y lo inverso también es posible. Pero ambas
llevarán a cabo tareas idénticas determinadas por la división sexual del trabajo prevaleciendo en
su sociedad.

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De hecho, cundo un grupo “da” a una mujer a otro grupo, está n realidad dando algo más—una
posible línea de descendencia, un futuro, sobre el cual ya no tendrá todos o algunos de sus
derechos. Cada grupo, por lo tanto, recibe de otro parte de las condiciones de su propio futuro;
pero el otro a su vez está en deuda con éste por su propio futuro. Podemos ahora decir lo que
subyace más allá de la conciencia social y sus varias representaciones como base de exógama y
de aquel tabú al incesto que es tanto una de sus partes componentes como su precondición
subjetiva. Esta base es la incapacidad de cualquier sociedad de continuar reproduciéndose a sí
misma en un estado aislado, sin cooperación permanente. Al mismo tiempo es la prioridad, aún
allí en muchas sociedades, de lo vivo presente sobre lo pasado y las fuerzas productivas
previamente acumuladas.

Parecería, de una comparación de las sociedades cazadoras – recolectoras, que sus mismos
medios de interferir con la naturaleza los fuerzan a dividirse en grupos distintos y separados
espacialmente, los cuales, durante la mayor parte del tiempo, trabajan diferentes partes del
territorio. Sin embargo, tales sociedades están también forzosamente compiladas a superar su
separación y organizar variadas formas de cooperación. Sin considerar la forma del “proceso de
trabajo” – caza individual o colectiva, recolección individual, a o lo que fuera—estas sociedades
están obligadas a asegurar para sus miembros y grupos componentes, un modo d acceso
recíproco a la naturaleza y sus frutos, el cual comprende la participación general y la
redistribución de los recursos tomados del dominio común por cualquier individuo del grupo.

Así, en esencia y en último origen, la dependencia mutua de individuos y grupos no es un


fenómeno moral, tampoco, por supuesto, supe natural, sino un hecho social al mismo tiempo
material e impersonal, inclusive si la reciprocidad y la obligación siempre toman la forma de
obligaciones y relaciones personales. Juntemos ahora los diferentes hilos del análisis: el
espontáneo compartir de las tareas entre los sexos y el relativamente mayor valor del trabajo de
los hombres; la prioridad de la vida y la fuerza d trabajo viva sobre el pasado y sobre el trabajo
acumulado, y por último, el hecho general que es imposible reproducirse en aislamiento del grupo
y en el auto encierro del incesto. Argumentaríamos d hecho, que mientras la organización general
de las relaciones de parentesco alrededor del tabú del incesto es una respuesta a coacciones
materiales e impersonales diversas, el carácter del tabú es completamente transformado por
estas limitaciones.

De manera más crucial, el intercambio de mujeres y la rendición mutua de derechos sobre los
vástagos abre un campo de obligación personal entre grupos e individuos. Pero tales obligaciones
personales son al mismo tiempo obligaciones morales, nacidas como son del acto de intercambio
colectivo e individual. Impone derechos y deberes individuales y colectivos. Y es a través de este
sistema que la necesidad material, impersonal se realiza: la necesidad de cooperar para la
sobrevivencia, de compartir recursos comunes obtenidos del esfuerzo privado, y de garantizar
acceso recíproco a estos recursos. Ahora podemos aquilatar la importancia de las relaciones de
parentesco en sociedades primitivas. Funcionan tanto como conductos objetivos y como fuente
subjetiva de ayuda mutua y participación dentro y entre grupos locales. Todos saben, sin
embargo, que aunque las relaciones de parentesco son precondiciones sociales de producción y
ayuda mutua dentro de las sociedades primitivas y las capas campesinas de las sociedades de
clases, la mera definición y modulación de la solidaridad en términos de parentesco implica que
terminará donde acabe el parentesco. Más aún, tal solidaridad no es sólo material; también es

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política, religiosa e ideológica. Más allá comienza un mundo que no es más uno de los regalos,
mutua compartir y garantías recíprocas, sino uno de pillaje, violación, guerra y expropiación.

Nos parece haber demostrado varios factores que producen en conjunto la dominación de los
hombres en última instancia en numerosas sociedades. Estas causas están sujetas a variación y su
variación debe dar cuenta de la enorme diversidad del status pasado y presente de las mujeres. Es
necesario realizar posteriores investigaciones sobre este asunto. Pero la hipótesis general de
Engels, ahora adoptada por Leacock y las corrientes feministas no marxistas, parecería retener un
valor global. La idea es que las nuevas habilidades de expresión de la naturaleza hicieron posible
una acumulación diferencial de riquezas; y que los conflictos resultantes de intereses entre
grupos e individuos abolieron gradualmente estructuras sociales más igualitarias en las cuales no
había oposición, o no es el mismo tipo de oposición, entre las esferas del interés público y
privado. En pocas palabras, el status de la mujer fue generalmente devaluado a través de
procesos que llevaron a una formación lenta o rígida de estables jerarquías sociales de clases y de
poder estatal.

UNA CONTRADICCIÓN MÁS ANTIGUA QUE LAS CLASES

Las contradicciones entre los sexos son ciertamente más antiguas que las contradicciones de
clase, y no les dieron origen. Las clases se formaron sobre la base de una jerarquización de los
grupos sociales que fueron grupos de parentesco “ya equipados” con hombres y mujeres. Pero
aunque las contradicciones entre los sexos no dieron nacimiento a las contradicciones de clase,
cada una estimuló el crecimiento de la otra en una relación que sin embargo mantuvo sus
identidades separadas. Por ejemplo, en la sociedad feudal, por lo general un hombre común libre
no podía casarse, ni siquiera tocar, a una mujer aristócrata. Es status social de la aristócrata era
mucho más alto que el del hombre, y a fortiori, que el de una mujer común. Un noble, sin
embargo, por virtud de su nacimiento, tiene derecho sobre las esposas de sus subordinados; y
además, tiene derechos sobre las mujeres de su propio linaje, cuyo matrimonio era un elemento
clave en su estrategia para mantener el poder e incrementar su riqueza. Así, Witold Kula ha
mostrado que en el siglo XVIII, los señores polacos intervenían directamente en el matrimonio de
sus villanos, forzándolos a desposar mujeres del dominio, y obligaban a los viudos de edad
productiva a volverse casar en el menor tiempo posible, para asegurarle al estado un trabajo a
toda su capacidad sobre las necesarias bases de cooperación productiva entre los sexos. En toda
sociedad, la contradicción entre los sexos cambio según la naturaleza de las contradicciones
basadas en las clases y quizá también en la raza. Tenemos solo que recordar el tratamiento que
los norteamericanos blancos propietarios de plantaciones infligían sobre sus esclavos negros,
tanto hombres como mujeres.

Hemos vuelto a llegar entonces a nuestro punto de partida: la lucha en nuestras propias
sociedades por abolir la desigualdad social entre los sexos. El conocimiento de las sociedades
previamente existentes, y de otras diferentes a las nuestras, está muy lejos de ser suficiente para
trazar un cuadro objetivo de las numerosas situaciones pasadas y presentes que enfrentan las
mujeres; y tampoco es suficiente si deseamos reconstruir las verdaderas causas de la aparición de
la desigualdad de clases. Está claro que los factores subyacentes no sugieren un complot
masculino contra las mujeres. Pero esto no es una buena razón para descartar las
responsabilidades de los hombres en la preservación y el afianzamiento de sus ventajas. Una vez

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más, debemos regresar a los sistemas ideológicos encontrados en sociedades sin clases y
sociedades de clases.

VIOLENCIA, DENIGRACIÓN Y LEGITIMACIÓN IDEOLÓGICA

En todos los casos nos encontramos con representaciones que diferencian entre hombre y mujer
en la forma de lo seco y lo mojado, lo alto y lo bajo, lo puro y lo impuro. Los opuestos, en otras
palabras, no son solo complementarios, sino jerárquicos: hay una cierta lógica que devalúa las
tareas de la mujer y sobrevalora la actividad de los hombres. Varios antropólogos han señalado el
carácter aparentemente arbitrario de la legitimación de la dominación masculina.

En determinada sociedad el tejido aparece como bueno para las mujeres e indigno para los
hombres, mientras que en otras sociedades el tejido está exclusivamente reservado para los
hombres, y la cerámica para mujeres. Sin embargo, lo que es idéntico en la lógica de estas
representaciones es la sobrevaloración de lo masculino como opuesto a la actividad femenina.
Surge la pregunta si esta labor de discriminación simbólica no está de un modo conectada con la
violencia ejercida sobre las mujeres, y con el frecuente alegato de que dar vida no es tan valioso
como cazar, hacer la guerra, arriesgar la vida, y administrar la muerte.

Todo un campo de representación simbólica parece diseñado para compensar a los hombres por
el hecho de que no son ellos, sino solo las mujeres que traen nuevas vidas al mundo. Podemos
muy bien preguntarnos si el análisis de Freud, el que, al atribuir la envidia del pene a las mujeres,
define su naturaleza en términos de una nunca satisfecha carencia de una posición masculina, no
es en esencia un punto de vista etnocentrico de las cosas. Pues en numerosas sociedades son los
hombres quienes se experimentan con una carencia, la falta de la capacidad creadora de vida de
la mujer. Así, la barulla de nueva guinea admite que las mujeres inventaron el arco y sin embargo
las mujeres hoy no tienen el derecho de usarlo. También se dice que inventaron la flauta, como
medio de comunicarse con los espíritus, pero hoy están prohibidas bajo pena de muerte de
poseer o tocar (touch) una flauta. Las mujeres, según la leyenda, no hicieron debido uso del arco
y mataron demasiados animales y hombres. Por lo tanto, los hombres tomaron posesión de el y lo
restablecieron a su debido uso, y desde ese tiempo, la guerra y la vida han entrado en orden, los
hombres matan solamente lo que debe ser muerto, de la manera correcta. En esta mitología está
expresada la idea de la mayor creatividad de la mujer, como también la idea de que el orden
social acarrea violenta subordinación de las mujeres. Por supuesto, uno puede ver aquí un eco de
pensamiento de un anterior estadio matriarcal. Pero todo lo que el mito dice es que la base del
orden social presente y futuro debe ser la dominación de una parte de la sociedad por otra, que
comprende tanto violencia física como simbólica.

Esta es, a nuestro entender, la correcta perspectiva para un análisis de los mensajes corporales y
de los modos en los que varias sociedades viven y sufren sus propios cuerpos. No es accidental
que al sangrado menstrual, que llega a las mujeres independientemente de su voluntad, se le da
frecuentemente la interpretación para todos los miembros de la sociedad de que las mujeres
reciben lo que merecen y no son víctimas inocentes. En el caso extremo, la elaboración biológica
está totalmente realizada en el lenguaje y los fantasmas del cuerpo: una mujer tiene entonces
que solo ver la sangre de fluir entre sus muslos para que pierda el derecho a hablar y de su
silencioso consentimiento a toda la opresión económica, política, e ideológica que sufre. Nuestra
conclusión debe ser que no es la sexualidad lo que espanta a la sociedad sino la sociedad que

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espanta a la sexualidad del cuerpo. Continuamente se recurre a las diferencias sexuales entre los
cuerpos como testimonio de relaciones y fenómenos sociales que no tienen que ver con la
sexualidad. No solamente como testimonio de, sino como testimonio para, en otras palabras,
como legitimación.

DOMINACIÓN MASCULINA Y RESISTENCIA DE LAS MUJERES

En el análisis realizado hasta ahora hemos dejado afuera un aspecto crucial. Porque sería falso y
peligroso pensar que no hubo resistencia de las mujeres en cualquier sociedad donde prevaleció
la dominación del macho. Los observadores siempre han encontrado forma de resistencia
individual y colectiva que difícilmente se deben a la exportación occidental de la Declaración de
los Derechos del Hombre. La negativa a trabajar o a hacer el amor, el divorcio, la oposición a la
autoridad masculina, y la violencia que a veces asume carácter físico e inclusive llega al asesinato,
son formas acostumbradas de resistencia encontradas en el mundo. No es una oposición estática,
sin embargo, desde que la resistencia de las mujeres siempre provoca varias formas de represión
masculina. En segundo lugar, es crucial señalar que es frecuente que la oposición de las mujeres
no oponga un contra modelo de sociedad. Por supuesto que cuando se niega a cocinar o a hacer
el amor o se deciden al divorcio, las mujeres abrigan ciertas razones para su acción. Pero hay un
mundo de diferencia entre las ideas que sostienen la oposición y aquellas que proponen un
cambio radical en la organización social. Para parafrasear a Marx, podemos decir que las ideas
dominantes en la mayor parte de las sociedades son las ideas del sexo dominante, asociadas y
mezcladas con aquellas de la clase dominante. En nuestras propias sociedades hay una lucha que
está en marcha para abolir las relaciones de dominación tanto de clase como de sexo sin esperar
que unas desaparezcan primero.

Podemos muy bien pensar que una sociedad que emerge lentamente de esta lucha no producirá
ningún otro modelo anterior. Ni aquel de las sociedades primitivas igualitarias, tampoco aquel de
las sociedades en las cuales las mujeres supuestamente tuvieron más poder que los ho9mbres. El
camino se orienta hacia relaciones sociales sin punto de referencia en el pasado. Esto echa una luz
general sobre los actuales debates, y aclara el panorama de investigación sobre el cual los
antropólogos e historiadores deben colaborar con el fin de reconstruir los orígenes y las sendas
históricas de las relaciones de clase. Pues el futuro nunca es completamente una reproducción del
pasado, y lo que descubrimos en el pasado no podrá abrir o cerrar totalmente la puerta al futuro.

Es traducción de un artículo publicado en inglés por New Left Review , número 127, mayo junio
1981, paginas 13-17.

Traducción (Carolina Carlessi)

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