Sunteți pe pagina 1din 14

El apelativo familiar de Julio C. Tello era «Sharuko», que significa «arrollador».

La preocupación del “padre de la


arqueología peruana” era reivindicativa, la reivindicación de su pueblo, pueblo que él encuentra expresado en una larga
historia. La Historia no fue pues, para él, un entretenimiento académico, sino una contribución para el logro de un destino
diferente. Eso lo hace distinto a los sabios extranjeros que tienen nuestro pasado como una fuente de datos para sus
especulaciones teóricas o el sustento de su trabajo universitario.

————————————————– Luis Guillermo Lumbreras.

EL PLANTEAMIENTO DE TELLO NO PIERDE VIGENCIA:


El origen y desarrollo de la cultura peruana debe buscarse en su propio territorio, como creación heroica del hombre
peruano, en el proceso de dominio de su medio. La cultura andina surgió en su propio territorio, siendo la cultura matriz:
la Cultura Chavín.

Julio C. Tello dicta “in situ” la descripción de los trabajos de escombramientos dirigidos por él en Sechín. La ilustración es de
Hernán Ponce Sánchez y fue publicada en el libro Arqueología del Valle de Casma.
Templo de Sechín, en reconstrucción publicada en el libro de Julio C. Tello. El templo de Cerro Sechín es uno de los monumentos
arqueológicos más importantes del Perú, dada su antigüedad, belleza arquitectónica e importancia cultural. Luce, como pocos,
una fachada construida con lozas de piedras grabadas con insinuantes motivos de guerreros en procesión. Descubierto en 1937,
su estudio ha aportado grandes conocimientos a la historia del Perú.
Algunos de los sacerdotes / guerreros grabados en los monolitos del templo de piedra en Sechín.
Dos de los monolitos grabados que forman la pared exterior de Templo de Piedra en Sechín.

El eminente arqueólogo Dr Luis Guillermo Lumbreras, diserta, líneas abajo sobre “el padre de la arqueología peruana”.
Lumbreras es el impulsor de una arqueología social con proyección hacia el futuro, donde ésta participa del desarrollo y la
integración de la sociedad. “Es un tipo de arqueología que se preocupa por el desarrollo y contribuye a las propuestas de
cambio de los países del tercer mundo. Es más participativa, no es sólo la recopilación de datos del pasado”.

Apuntes sobre Julio C. Tello, el Maestro


Luis Guillermo Lumbreras

El nombre de Julio C. Tello está asociado a la historia de la arqueología peruana, pero por encima de ello, debe
asociarse a la polémica aún vigente de las condiciones dentro de las que nos toca vivir a los peruanos. En ese tema,
aunque para muchos es irrelevante, es importante deslindar la naturaleza originaria de la civilización andina y la
causalidad de su proceso es un debate al que Tello dedicó su vida.
La presencia de Tello en la arqueología peruana no es un hecho casual ni mucho menos aislado. Su acción y su teoría
se dan en el seno mismo de la lucha social que conmovía al Perú de su tiempo; por eso, sus teorías, su posición
ideológica, su arqueología tienen que ser entendidas a la luz de estas condiciones y no aisladamente.
Cuando Tello ingresó a la arqueología desde el terreno de la medicina, la única arqueología que se había desarrollado
orgánicamente en el Perú era la que había hecho Max Uhle entre 1893 y 1911. Lo demás eran esfuerzos aislados y
más bien desde perspectivas distintas a las de la arqueología como técnica. Uhle tampoco era un arqueólogo; venía
de la filología y su grado en la universidad, en Alemania, había sido sobre determinados aspectos del chino medieval.
El Perú, en Europa, era preocupación de etnólogos y/o filólogos.
Uhle abordó el tema andino tratando de entender las relaciones espacio-temporales de los restos arqueológicos,
estableciendo mecanismos de ordenamiento muy similares a los que todavía hoy usan muchos arqueólogos
peruanistas. Sin embargo, al interior de su esquema sobre el desarrollo de la historia antigua del Perú, subyacía un
contenido nada favorable al «indio» peruano en la medida en que de su «teoría» se deduce:
1. Que la alta cultura peruana fue de origen foráneo y que cuando ella llegó –desde Centro América– aquí sólo vivían
«pescadores primitivos» incapaces de lograr el alto nivel civilizado que tenían las culturas que él ubicaba como las
más antiguas; y

2. Que dichas culturas «recién llegadas» representan el más alto nivel de desarrollo jamás alcanzado en el Perú y que
luego de establecerse aquí comenzaron a declinar paulatinamente, hasta llegar a la época de los Inkas, que es una
época de total decadencia de la civilización peruana.
De esto se deduce que fue una gran cosa para el Perú que llegaran primero «los mayas» y después los españoles, pues
aquí el pueblo peruano, en su proceso, sólo había demostrado tendencia a la decrepitud y la decadencia.
En aquel tiempo en que el «problema del indio» era un serio problema para el país, una «teoría científica» como la
que formulara Uhle caía, pues, en un excelente caldo de cultivo para una ideología adversa a levantar la autoestima
de los peruanos y proclive al dominio extranjero.
El «problema del indio» era un tema de gran beligerancia, debido a que la estructura semifeudal del país tenía sus
más agudas contradicciones precisamente en el campo, donde la población era mayoritariamente indígena. El
gobierno del país estaba en manos de grandes terratenientes agro-exportadores que echaban la culpa del «secular
atraso del Perú» a las amplias masas de campesinos indígenas que según ellos vivían embrutecidos por el alcohol, la
coca y otros vicios (que naturalmente les eran proporcionados por los propios hacendados). Eso explica porqué en
1931, durante el debate del Congreso Constituyente, había la propuesta que «los indios» debían ser eliminados para
reemplazarlos con inmigrantes «blancos», pues estos últimos harían la grandeza del Perú mientras los primeros
representaban su atraso. Un representante Constituyente de Ayacucho propuso que se prohibiera la procreación de
indios en el Perú, que los adultos existentes fueran separados de sus hijos y que los niños fueran encargados a párrocos
de origen español para que de una vez por todas olvidaran la lengua y las costumbres quechuas y las nuevas
generaciones olvidaran su ancestro; se sugería una suerte de «reservaciones» de niños indígenas en las parroquias.

El «problema del indio» tenía tanta vigencia e importancia que de cada diez tesis universitarias, cinco se ocupaban
del tema en las facultades de Derecho, Filosofía e incluso Medicina. Se debatía el «problema del indio» a partir de
conceptos como el de «raza», planteando en última instancia que las razas blancas eran superiores y la «raza
indígena» inferior.
El Perú era un país con una estructura agraria semifeudal y un régimen político y económico semicolonial. La
burguesía peruana era exclusivamente comercial y ligada a la exportación, aunque desde la reforma de Piérola –en
1895– se había iniciado la formación de una «clase media» constituida por panaderos, traficantes de telas,
comerciantes medianos y pequeños, y otros incipientes industriales, etc., a los que se sumaron sus hijos y los
profesionales «liberales» (médicos, abogados, ingenieros, etc.) que fueron progresivamente creando la capa de los
«intelectuales».
La agresividad ideológica contra las masas campesinas sólo era un reflejo de la violencia que se ejercía en la
explotación del trabajo de «los indios».

El indio no había adquirido en realidad ningún derecho social con la implantación de la República y era tratado casi
como un animal, en iguales o aún peores condiciones que en la Colonia. Los hacendados tenían derecho de posesión
sobre la vida del indio y eran dueños de su trabajo, ejerciendo estos derechos mediante instituciones tales como el
yanaconaje, la aparcería, el pongaje, etc., todas ellas de neto carácter servil. La acentuación de la penetración
capitalista, que sólo desarrollaba interés por el latifundio y la explotación de las minas, agudizó esta violencia contra
las instituciones indígenas, lo que fue estimulado por la «tesis» que la «comunidad» era una forma «primitiva» de
organización y que debía modernizarse el trabajo y la propiedad con su liquidación.

Los obreros y los intelectuales que surgían en la vida del país se pudieron dar cuenta rápidamente de esta situación.
Libros tan recientes como Todas las sangres de José María Arguedas o Redoble por Rancas de Manuel Scorza son
extraordinarios testimonios de la imagen del Perú de ese tiempo, que duró realmente hasta los cincuentas.
Los intelectuales de la emergente «clase media» reaccionaron de diversa manera, generando corrientes de protesta
tales como el «indigenismo», que logró expresarse a través de las ciencias sociales, la pintura, la literatura, etc. Es
dentro de esta etapa que surgen los partidos de «clase media», como el APRA «Alianza de trabajadores intelectuales
y manuales» –o los que se organizan en torno a la naciente clase obrera, el Partido Socialista (después llamado
Comunista). Algunos conductores de las masas populares, como José Carlos Mariátegui, sostenían con claridad que
el problema no era «el indio» sino la explotación agraria, en donde el «problema» eran en realidad los gamonales
(nombre que se aplica a los terratenientes semifeudales en el Perú).

La arqueología, en medio de todo esto no jugaba aparentemente ningún rol. Estaba en manos de extranjeros y de
algunos «curiosos» peruanos. La preocupación por los objetos, los huesos y otras rarezas no tenía lugar en esta
coyuntura. Era una ciencia o un entretenimiento que tenía como único atractivo el comercio de antigüedades o el
diletantismo de salón. Como no había arqueólogos peruanos, Max Uhle, un alemán, fue nombrado Director del Museo
Nacional. Pero sus interpretaciones sí eran sustanciales para afianzar el agresivo aparato ideológico de los gamonales,
sus teóricos y conductores políticos.
Tello desde niño –nació en 1880– acude íntegramente a este cuadro de la época desde el lado de «los índios». Hijo de
campesinos, Julio César Tello1 nació en Huarochirí, en la cordillera de Lima, en la cuenca alta del río Mala, el 11 de
Abril de 1880. Su apelativo familiar era «Sharuko», que al parecer significa «arrollador». Vivió en su tierra hasta los
12 años, participando de las actividades propias de un niño campesino en las faenas agrícolas, de riego, siembra y
pastoreo y, desde luego, en las festividades propias de su familia, gozando de las danzas de la kurkucha, la wanka,
Ingas y Pallas, así como de las costumbres comuneras de justicia y otros actos ceremoniales. Vivió al lado de su padre,
agricultor de la cordillera y su madre, que entre las tareas propias de carácter doméstico cotidiano, dedicaba su
tiempo al tejido de mantas y fajas que él pudo apreciar como parte de la vida cotidiana.
Aprendió a leer y escribir en Huarochirí, a los 6 años de edad, en una escuela particular. Luego estudió en una escuela
parroquial por 2 años y, finalmente, en la escuela municipal, hasta cumplir los 12 años. Cuando concluyó el 3er. año
de primaria, su familia decidió que vaya a Lima para seguir estudios. Se alojó en una modesta casa de sus allegados
familiares y logró inscribirse en el 4º año de primaria en el «Colegio de Lima», regentado por Pedro A. Labarthe,
donde continuó hasta el 4º de Media. En 1889 concluyó sus estudios, como alumno del Colegio Guadalupe, donde
estuvo sólo este último año.

En marzo de 1900, ingresó a la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, junto con
Hermilio Valdizán, Ricardo Palma hijo, Baltazar Caravedo, Julio C. Bernales y Sebastián Lorente. En julio de ese
año logró una colocación como auxiliar en la Biblioteca Nacional, que estaba bajo la conducción de don Ricardo
Palma.
Sus primeras aproximaciones a la investigación se hicieron en 1901, por estímulo de su profesor Dr. Sebastián
Barranca, quien le encargó un estudio del vocabulario del Kauki o Akaro de Yauyos como parte de una campaña
para reunir plantas y animales silvestres en esa provincia.
Cuando tenía 11 años, en 1891, fue testigo y tal vez participante de una «colecta» de cráneos trepanados de los
«gentiles» para ser remitidos a Lima por orden de las autoridades, a pedido del Dr. Manuel Antonio Muñiz.
Cuando ingresó a la Facultad de Medicina en 1902, descubrió que Muñiz, con el norteamericano McGee habían
publicado un estudio sobre la trepanación de los cráneos en Huarochirí, donde reconoció los que su padre había
enviado a Lima. Eso lo motivó para usar sus vacaciones universitarias en la exploración de los sitios arqueológicos de
su tierra y en las vecindades de Lima, destacando el estudio de los rasgos patológicos que ubicó en los restos óseos
que rescató en sus incursiones.
Con esos materiales, cuando era estudiante del 5º año de medicina, ofreció una conferencia en la Sociedad Geográfica
de Lima, en mayo de 1906, sobre «Craniectomía Prehistórica entre los Yauyos», que se convirtió en el tema principal
de sus primeras investigaciones.

Curiosamente, ese mismo año, en julio de 1906, se reabría el Museo Nacional, bajo el patrocinio de un grupo de
profesionales destacados de la Academia limeña, bajo la conducción del Dr. Max Uhle, llamado específicamente para
hacerse cargo de esta tarea, como corolario de los estudios que había hecho en el Perú desde 1894. Tello, desde luego,
no tuvo ninguna participación en este evento, aún cuando ya estaba interesado en el tema arqueológico. Dos años más
tarde, se graduó de Bachiller en Medicina con su Tesis sobre «La Antigüedad de las Sífilis en el Perú» y en 1909 se
tituló como médico-cirujano. Ese mismo año obtuvo una beca para hacer estudios de Post-Grado en la Universidad
de Harvard, por gestión de la Universidad de San Marcos, según se indica en una Resolución Suprema del 21 de
agosto de 1909.

Estuvo en Harvard a partir de octubre de 1909, donde estudió Antropología Física, Arqueología, Etnología y
Lingüística, con el apoyo de Franz Boas, Frederic W. Putnam, Alex Hrdlicka y otros, permaneciendo allí hasta junio
de 1911, cuando obtuvo su grado de Master in Anthropology.
En setiembre de 1911 viajó a Londres, en compañía del Dr. Ricardo Palma, para asistir al XVIII Congreso
Internacional de Americanistas y, entonces, decidió inscribirse en un Seminario de Antropología en la Universidad
de Berlín, donde permaneció unos meses bajo la dirección del Prof. Dr. F. von Luschan, hasta que volvió a Londres,
permaneciendo allí hasta fines de 1912, cuando decidió retornar al Perú, luego de casarse con Olive M. Cheesman.
Ni bien retornó de EEUU y Europa, en febrero de 1913 fue comisionado para acompañar a Alex Hrdlcka en sus
exploraciones de los valles de Lima, desde Huaura hasta Mala, pero antes de involucrarse en este proyecto, Tello
pidió ser nombrado Jefe de la Sección Arqueológica del Museo Nacional, plaza que estaba vacante luego de la salida
de Max Uhle en diciembre de 1911. En realidad, era el único peruano con estudios especializados en Antropología y
Arqueología, y quienes conducían la política cultural y tenían a su cargo las decisiones sobre el Museo eran fieles
seguidores de las ideas de Uhle, como el Dr. Carlos Wiese, uno de los más prestigiados historiadores del momento.
Fue nombrado para ese cargo en junio de 1913, lo que le permitió presentar el proyecto «Presente y Futuro del Museo
Nacional», que causó un fuerte conflicto con el Director de la Sección Histórica, Emilio Gutiérrez de Quintanilla, que
mantenía un compulsivo esquema conservador, con la tesis de que el museo era un lugar de disfrute para los que eran
entendidos en el arte y la cultura y no un sitio para «ignorantes», como era la propuesta de la función educativa del
Museo que Tello sostenía.

Como resultado de ese desentendimiento, Gutiérrez llevó su enfrentamiento a los más increíbles niveles, acusando a
Tello de toda clase de felonías, como ya lo había hecho con Uhle en 1911, hasta lograr que el gobierno peruano no lo
volviera a contratar. La lectura de sus alegatos, publicados por el Museo Nacional2, son un ejemplo de la catadura
de este personaje, que es el claro ejemplo de lo que es capaz la ignorancia y la mala fe de quien tiene a su disposición
los medios para enredar las cosas en nombre de la legalidad vigente, usando la diatriba, la mentira y la deformación
de las cosas como arma. Logró, finalmente, que en 1915 se fuera Tello del Museo, como se fue Uhle en 1911, quedando,
en ambos casos como jefe de la institución, en la que fagocitó el cargo durante largos e inútiles veinte años.

Durante su estancia, si bien con intención punitiva, logró que Hiram Bingham se viera obligado a reconocer una parte
de los límites que le imponía la ley a quienes se llevaban los objetos arqueológicos. Lamentablemente, su alma de
gendarme no tenía otra función que la de acumular antigüedades, pero no sabía para qué ni porqué guardaba los
bienes del Patrimonio.
Los varios libros que publicó durante su estancia en el Museo, donde trata temas de historia, son arrebatos que ya
eran obsoletos en su tiempo y que, por cierto, no justifican en nada el que el Estado siguiera sus consejos para echar
del Museo a los dos fundadores de la arqueología en el Perú3.
Tello, en Marzo de 1915, luego de renunciar al Museo Nacional, hizo por cuenta propia un recorrido por el sur del
Perú, la costa desde Chincha hasta Arequipa y luego el Cusco y el Titicaca. Concentró sus estudios en Nasca,
publicando su trabajo sobre «Los Antiguos Cementerios del valle de Nasca» y luego el valle de Chincha. Reunió una
colección de 987 objetos, los que entregó al Museo de la Universidad de San Marcos, que creó en 1919. Allí aparecen
los primeros «mantos» de Paracas, que compró en Pisco al Dr. Enrique Mestanza.
En 1916 integró la «Expedición Científica al Marañón» de la Universidad de Harvard, explorando Huancabamba y
Jaén, poco antes de decidir su incursión en la vida política del país, que lo hizo tanto por presión de sus paisanos,
como por la saturación de lo que ocurría en el medio, digitado por personajes como Gutiérrez de Quintanilla. Por
eso, entre Julio de 1917 y octubre de 1929 actuó como parlamentario, representando a Huarochirí como Diputado
provincial, donde propició la creación del Patronato de la Raza Indígena y la Ley 6634 sobre Conservación de
Monumentos Arqueológicos del 13 de junio de 1929.
Llegó al Congreso con la siguiente consigna4:
Iniciamos hoy una campaña contra todo rezago de apocamiento, de hipocresía,
de desconfianza y de esclavitud; que son sólo degeneraciones del carácter,
que hemos heredado de nuestros antecesores indígenas, adquiridas bajo el
pesado yugo de la ignorancia y la tiranía española.
Vivió pues Tello, como parlamentario, el famoso «oncenio» de Augusto B. Leguía y desde esa perspectiva fue
espectador de la rebeldía urbana de la clase obrera y del famoso movimiento por la Reforma Universitaria en 1919.
Pero si bien esta situación le impidió participar de dichos movimientos populares y actuar en lo político desde una
perspectiva de «clase media», en cambio no le impidió desarrollar su conciencia indigenista que se expresó en alegatos
como el que escribió en 1921 en su pequeño libro Introducción a la Historia antigua del Perú, donde dice5 que:
Con la conquista (española) se produjo algo así como un gran cataclismo que
derrumbó casi desde sus cimientos el edificio nacional que durante muchos
siglos había formado el genio indígena; los grandes canales y represas destinados
a la irrigación fueron abandonados, los caminos destruidos, los templos
saqueados y derrumbados, la religión perseguida, las artes olvidadas, la población
humillada y esclavizada […] Nuestra actual civilización hispano-peruana no puede
levantarse sino sobre el pedestal indígena; y no pude mantenerse
firme y perdurar, si no se adapta completamente al medio, si los hombres no
procuran utilizar nuestros propios recursos, descubrir los secretos y maravillas
de nuestra propia naturaleza, admirar la labor de nuestros antecesores […]

Eso explica por qué una de sus primeras acciones en el Congreso, en 1917, fue presentar proyectos de ley sobre la
reorganización del Museo Nacional, lo que movilizó al tal Gutiérrez y sus aliados en el Congreso que, en ese tiempo,
eran muchos, llegando el hacendado-congresista Borda, a retar a Tello a duelo. Sin duda, Tello no era una persona
muy popular en el ámbito criollo de la época. Era un indio alzado en medio del proyecto de crear una República
aristocrática de «blancos» que trataban a los «indios» como siervos. Era la etapa en que el indio era un problema que
los criollos tenían que resolver.
La arqueología de Tello no persiguió un ordenamiento desapasionado de las momias y los «wakos» que él extrajo
abundosamente de la tierra; su metodología no persigue ordenar una secuencia cronológica de los objetos.
Su preocupación es la tarea reivindicativa de su pueblo, pueblo que él encuentra expresado en una larga historia que
él trata de entender globalmente. La Historia no fue pues, para él, un entretenimiento académico, sino una
contribución para el logro de un destino diferente. Eso lo hace distinto a los sabios extranjeros que tienen nuestro
pasado como una fuente de datos para sus especulaciones teóricas o el sustento de su trabajo universitario.
Tello, como corresponde a su extracción campesina, sabía que un problema principal en el Perú es el dominio del
medio ambiente, el control del agua, el clima, la habilitación de tierras. Se organizó en términos de explicar esta
relación primaria y fundamental entre el hombre y su medio ambiente; el dominio de ese medio ambiente es la medida
de la civilización.

Finalmente, hasta su terminología se adaptó a su concepción: Civilizaciones de los Andes Orientales, de los Andes
Occidentales y del Litoral.

Por eso, por todo eso, la violencia de Tello contra la teoría de Uhle, de la que participaban todos los extranjeros y
afines nacionales, no era propiamente una lucha por demostrar que el alemán estaba equivocado; era una lucha por
demostrarles a todos los peruanos cuál era en realidad el carácter del problema en el país, que se iniciaba con la
Colonia y continuaba con la República. Que el «indio» se convirtió en «problema» sólo desde el momento en que se
inició su sometimiento. Que la historia pre-hispánica del Perú demostraba un ascenso permanente desde sus lejanos
orígenes vía el descubrimiento autóctono de la agricultura, hasta el desarrollo de las grandes civilizaciones.
En 1919, organizó la Primera Expedición Arqueológica a Ancash, que duró cinco meses, bajo el auspicio de la
Universidad de San Marcos, que exploró Huarmey, Aija, el Callejón de Huaylas, Huari y Pomabamba, en compañía
de Pedro Weiss, que era estudiante de medicina. El mismo año 1919 organizó el Museo de Arqueología de la
Universidad de San Marcos, que inauguró el Rector Javier Prado el 21 de octubre de ese año, a base de las colecciones
reunidas por Tello entre 1915 y 1918 y las que obtuvo en esta expedición.

Ese mismo año, el Dr. Baltazar Caravedo le comunicó la voluntad de D. Víctor Larco Herrera, de auspiciar en Lima
una exposición arqueológica e industrial en Lima, en ocasión del centenario de la independencia en 1921.
Trató con Larco la posibilidad de montar un Museo Arqueológico a base de colecciones privadas, por lo que se
dirigieron, ambos, a adquirir colecciones en Trujillo, Chicama, Pacasmayo, Lambayeque, Guadalupe, Lima, Huacho,
Ica, Pisco y Cusco y las propias de Larco procedentes de Chicama, logrando reunir más de 20,000 objetos en menos
de cinco meses, con piezas textiles, cerámica, metales, piedra, etc. Los objetos, comprados por Larco, permitieron
formar el «Museo Arqueológico Víctor Larco Herrera» que, en noviembre de 1919, se instaló cerca del Parque de la
Exposición. Tello dedicó el año 1920 a la clasificación y catalogación de las colecciones, tarea que debió suspender en
mayo de 1921, por desencuentros con el Sr. Larco.
Como resultado del estudio de las colecciones que clasificó y catalogó para ese Museo y los de la expedición realizada
en 1919, así como de las visitas a los coleccionistas, recogió una información muy valiosa, que plasmó en uno de los
más interesantes libros que se ha escrito sobre el antiguo Perú, que intituló Introducción a la Historia antigua del
Perú y que se publicó a fines de 1921.

Este pequeño libro es una especie de «programa» de lo que Tello se propuso probar sobre la civilización peruana
originaria. Inicia destacando la necesidad de examinar el proceso histórico asociando sus eventos con las condiciones
del medio andino, al que organiza dentro de una perspectiva de diversidad que recuerda mucho los parámetros
contemporáneos de análisis del proceso. Inicia el examen con la llegada de «las primitivas migraciones humanas» que
debieron llegar por el norte en una hipotética «Era Primordial» de recolectores-cazadores. Siguió una Primera Época
o «Era Arcaica», cuando se dieron los procesos de domesticación de animales y plantas: la llama y la alpaca y la yuca,
el camote, la papa, el maíz, la oca y otras6, sin cuya condición no se puede explicar la historia de una civilización.

Luego pasa a la Segunda Época, que es la «Era del apogeo de las culturas locales o pre-inkana», que se caracteriza
sobre todo por un proceso de crecimiento y diferenciación regional de la civilización andina, fuertemente ligada a la
adaptación de los procesos de domesticación a las condiciones del medio, donde señala que no existiendo un «poder
político central unificador y sujeta cada provincia a su propia suerte, fueron formándose secciones culturales diversas
que evolucionaron y se diferenciaron con cierta independencia, siguiendo rumbos diferentes, y adquiriendo cada una
de ellas fisonomía peculiar», con irradiaciones sucesivas que fueron, según él desde la sierra hacia la costa7. Allí
describe las «irradiaciones» (Horizontes) de Chavín y Tiahuanaco –en ese orden de sucesión– y, luego, una tercera
«irradiación», producida por los inkas, que además pertenece a la Tercera Época o «Era Inkana». Finalmente, la
Cuarta Época, que es la «Era Contemporánea» se inicia con «El cataclismo ocasionado por la conquista española».
Un esquema así, tal vez completado con la inmensa cantidad de información que ahora disponemos, podría ser
suscrito por cualquier investigador de nuestro tiempo. Adquiere notoriedad si se piensa que el sustento empírico de
la época era exiguo y que las ideas dominantes eran las que Max Uhle había enunciado y a la que todos los criollos
acudían con fervor.
En 1922 volvió a Huarochirí, haciendo observaciones en San Pedro de Casta, y en 1923 decidió editar la revista Inca,
que creó ese año a la par que fue instalando las cátedras de Arqueología y Antropología en las facultades de Ciencias
y de Letras de la Universidad de San Marcos y la Católica.
Fue también en ese año que se lanzó a escribir su notable ensayo sobre «Wira-kocha», que sigue siendo uno de los
trabajos mejor logrados sobre la religión andina a base de restos arqueológicos y la consulta de información
etnohistórica y etnográfica. En este trabajo, Tello presentó su primer estudio sobre Chavín a base de sus hallazgos en
1919, si bien había hecho algunos alcances en 1921.

Larco Herrera, ya sin Tello, mantuvo el Museo de su nombre por tres años más, hasta 1924, cuando decidió venderlo
al Gobierno Peruano. Éste, lo adquirió por una suma equivalente a la de un terreno de propiedad fiscal que quedaba
en la plaza de Armas de Lima. El Estado le dió el terreno a Larco, a cambio de las colecciones y el local que éste había
construido en la Av. Alfonso Ugarte, bajo la conducción del Arq. Jaxa Malachowsky. Éste, a sugerencia de Larco,
construyó una fachada de estilo Tiahuanaco, en reemplazo de una «Chavín» sugerida por Tello. Ese es el local que
ahora es la sede del Museo Nacional de la Cultura.
En diciembre de 1924, el gobierno de Augusto B. Leguía, designó a Tello para hacerse cargo del Museo de Arqueología
Peruana, que es el nombre con que se inauguró el museo que había comprado el Estado. Allí Tello aplicó todos los
propósitos enunciados en su arenga museológica de 1913.

Este encargo lo mantuvo hasta 1930, cuando se produjo la caída de Leguía, aun cuando estuvo como Director
asalariado sólo entre fines de 1929 y setiembre de 1930, pues su cargo de 1924-29 fue ad-honorem. Instauró un
programa de registro, conservación e investigación muy activo, durante todo ese quinquenio.
En 1925 organizó la Segunda Expedición Arqueológica de la U. de San Marcos a Cañete, para estudiar la Huaca
Malena en Asia y Cerro del Oro en Cañete, luego de lo cual fue a visitar Chincha y Pisco, aprovechando la visita de
Samuel Lothrop, descubriendo los cementerios de Paracas, dando inició a sus estudios, que duraron hasta 1930, con
una fase central en 1927.
En agosto de 1926 exploró la costa norte y en setiembre fue a explorar los cementerios de Nasca, en compañía de
Alfred L. Kroeber. Ese mismo año volvió a Tupe para estudiar el Kauki o Akaro y, desde luego, estuvo en Paracas.
El año 1927 organizó a Tercera Expedición Arqueológica al Departamento de Ica, con el Museo de Arqueología
Peruana y los auspicios de la Comisión Organizadora de la Exposición Ibero-Americana de Sevilla. Allí excavó
intensivamente Nasca y Paracas, extrayendo más de 400 entierros en Paracas, junto con Toribio Mejía Xesspe. En
1929, se expusieron estos hallazgos con motivo del Segundo Congreso Sudamericano de Turismo y de la Exposición
de Sevilla, que condujo a España 6 fardos funerarios y más de 1000 objetos arqueológicos. Asimismo, toda esta
actividad dio origen a un segundo libro sustantivo de Tello, intitulado Antiguo Perú. Primera Época, editado por la
Comisión Organizadora del Segundo Congreso Sudamericano de Turismo. Es, sin duda, una obra mucho más
madura que la de 1921, pero no la rectifica, más bien la ratifica, consolidando las ideas de la década anterior, con los
hallazgos de Paracas.
En Antiguo Perú, Tello se propuso exponer los conocimientos adquiridos en torno a su «Era Arcaica», con énfasis en
la defensa de lo que más adelante se identificaría como «Teoría Autoctonista», opuesta a la que había sustentado Uhle
y que defendían la casi totalidad de investigadores que conducían trabajos sobre el Perú, que eran básicamente
norteamericanos o europeos, acompañados con los pocos peruanos que se dedicaban a estos estudios y que eran fieles
seguidores de los anuncios «aloctonistas» o difusionistas de Uhle. Tello estaba solo en su propuesta.
Tanto el libro Introducción como el ensayo sobre Wira-kocha, le sirvieron como pretexto para presentar sus estudios
sobre Chavín y Huaylas.

El libro de 1929 le permitió presentar de manera orgánica sus hallazgos en Paracas. El ya había publicado8 un manto
de Paracas como procedente del valle de Pisco, adquirido a un coleccionista de esta ciudad, pero recién a partir de
1925 pudo ubicarlo en un contexto que definió en Antiguo Perú,extensamente.
En febrero de 1930 hizo una de sus últimas excavaciones para el Museo de Arqueología Peruana, en Pucusana y
Chilca, pues fue destituido en septiembre de ese año, luego de que se instalara la Junta Militar que presidió Sánchez
Cerro. Fue reemplazado por el Dr. Luis E. Valcárcel.

En 1931 se decretó la reorganización de los museos nacionales y dentro del Museo de Arqueología se creó un Instituto
de Investigaciones Antropológicas, que en convenio con la Universidad de San Marcos, hizo posible que las colecciones
de Paracas volvieran a manos de Tello y se pudieran trasladar del local de Alfonso Ugarte al del Museo Bolivariano
de la Magdalena Vieja. Tello continuó con sus investigaciones, esta vez asociado a San Marcos.
En 1931 exploró el valle del Mantaro y visitó Wari, Conchopata y Acuchimay en Ayacucho, logrando la primera
sugerencia del papel expansivo que podía tener Wari –y no Tiahuanaco– en la costa peruana.
En febrero de 1933 excavó Cerro Blanco y Punkurí en Nepeña y en 1934 exploró la Muralla del Santa e hizo un
recorrido por el Alto Marañón.
En 1935 exploró los valles de Lima y visitó Huánuco y luego Cusco, Arequipa y Puno. Eran los mismos años –1934-
35– cuando hubo de cubrir su espacio laboral actuando como profesor de «Historia del Perú» en el Colegio Italiano
Antonio Raimondi, donde usó parte de su tiempo para activar el «Instituto de Investigaciones Antropológicas». En
ese mismo tiempo, entre 1931 y 1936, fue profesor de la Universidad Católica.
El año 1937 fue muy importante para Tello. Comenzó con sus estudios en Lambayeque y siguió con la organización
de la Cuarta Expedición Arqueológica al Marañón, con la Universidad de San Marcos y los auspicios de Nelson
Rockefeller, donde excavó Sechín, Moxeke y Pallka en Casma, Cajamarca y Cochabamba en el Marañón. Ese mismo
año, el gobierno de Oscar R. Benavides cedió cuatro fardos funerarios de Paracas al Museo Metropolitano de Nueva
York, el Museo Nacional, a cambio, recibió un apoyo de 3,000 dólares de Nelson Rockefeller, para el mantenimiento
de los tejidos de Paracas. A raíz del entusiasmo que cundió en el equipo de gobierno del país, se dispuso de
financiamiento del Estado para convertir los galpones de la Magdalena Vieja en el local del Museo Nacional de
Arqueología y Antropología, que fue inaugurado por Benavides el 25 de Diciembre de 1938.
Al año siguiente, 1939, se reunió el XXVII Congreso Internacional de Americanistas en Lima y esa fue la ocasión
para que Tello organizara su más ambicioso ensayo sobre la historia antigua del Perú, el que publicó en las Actas del
Congreso y que Tello reimprimió en forma de libro en 1942.

Únicamente, se afirmó en las condiciones materiales de sustento de la civilización andina, construyendo una extensa
presentación del medio geográfico, los recursos económicos y las «condiciones físicas y biológicas» que permitieron
el desarrollo de la civilización andina. De allí deriva la tesis de un desarrollo desigual y combinado de los pueblos
andinos, quienes organizaron su existencia diferenciada en el norte, centro y sur andinos, con un enriquecedor
proceso de integración basado en la gestación de civilizaciones matrices en cada una de ellas. Nadie, en su tiempo,
entendió el esquema del proceso multilineal de Tello. Su cuadro con «troncos» diferenciados entraba y entra en
conflicto con los cuadros unilineales a los que nos habituó el esquema evolucionista lineal de los arqueólogos
occidentales. Tello, sin duda, no era de ellos.

En 1940, cuando Tello cumplía 60 años, inició sus estudios en Pachacamac. En 1941 estudió Tambo Colorado en Pisco
y encomendó estudios particulares a Mejía Xesspe y Espejo Núñez. En 1942 organizó la Quinta Expedición
Arqueológica, al Urubamba, con apoyo de la Viking fund de Nueva York, que trabajó en Ayacucho, el Apurímac y
finalmente en Wiñay Wayna, Cusco, durante ocho meses. En 1943 comisionó a Mejía estudios en Arequipa, donde
hallaron restos de fina cerámica del estilo «Rukana» en el valle del Chorunga. En 1944 envió a Pablo Carrera y G.
Farfán a Matucana y en 1945, a la Hoya del Pampas. Ese mismo año, Tello exploró Cajamarquilla, Makat Tampo y
Orrantia. En 1945, igualmente, inició el estudio de las Necrópolis de Ancón y en 1946 envió a Cirilo Huapaya y Pablo
Carrera a San Pablo, Cajamarca, descubriendo Kuntur Wasi.
En enero de 1945 se dio un nuevo dispositivo de reorganización de los museos nacionales, concentrando todos los
objetos arqueológicos en Magdalena, incluidas las colecciones del Museo de Arqueología de San Marcos.
Tello consideró este dispositivo como uno de los logros de su vida, pues se disponía de un lugar desde donde se podía
gestionar, de manera orgánica la custodia de este valioso patrimonio, convirtiendo el museo en un centro de
conservación y estudio de los restos de nuestros antepasados, pero no le alcanzó el tiempo para gozar de estas
facilidades. Tello murió, el 3 de Julio de 1947, a los 67 años de edad.

1 La primera parte de estos apuntes fue publicada en la revista del Instituto Nacional de Cultura«Homenaje a Tello»,
en Runa. Nº 3. Lima, junio 1977. Los datos biográficos siguen el orden y lainformación de base consignada por Toribio
Mejía Xesspe, 1948: «Apuntes biográficos sobre el Dr.Julio C. Tello», publicado en la Revista del Museo Nacional de
Antropología y Arqueología,Lima:vol. II, Nº 1 y 2.2 Emilio Gutiérrez de Quintanilla. Memoria del Museo de Historia
Nacional, Lima: 1921; y, ElManco Capac de la Arqueolojía [sic] peruana, Julio C. Tello (señor de Huarochirí),Lima:
1922.3 Emilio Gutiérrez de Quintanilla, Preliminares para el estudio del Perú Precolombino,Lima:Imprenta del Museo
Nacional, 1923. Se trata, según dice él mismo, de 83 artículos publicados en La

El Padre de la Arqueología Peruana, en su paso por Chilia en Pataz – La Libertad, en la Expedición al Marañón, 1937. Se
aprecia a Julio C. Tello, Toribio Mejía y Hernán Ponce acompañados por un grupo de chilianos.

Julio C. Tello fue diputado entre 1919 y 1929, período en el cual presentó proyectos de ley en favor de la Protección y
Conservación de Monumentos Históricos y de la Reforma Universitaria, donde se enfatiza la investigación, la formación de
docentes y la capacitación de profesionales a través de becas. También interpretó la relación entre el desarrollo étnico-
cultural y el medio ambiente, mostrando la heterogeneidad del peruano pre y post-hispánico.

El planteamiento AUTOCTONÍSTA fue defendido y sostenido po Julio C. Tello, nacido en Huarochirí (Lima), en 1880,
considerado el primer arqueólogo peruano, no sólo por su nacionalidad sino por estudiar y querer a las culturas
prehispánicas, cuyos planteamientos se sintetizaron en:

 La cultura andina surgió en su propio territorio, siendo la cultura matriz: la Cultura Chavín.
 Chavín a su vez tenía un origen amazónico.
 El origen y desarrollo de la cultura peruana debe buscarse en su propio territorio, como creación heroica del hombre
peruano, en el proceso de dominio de su medio.

Congreso de Americanistas, Lima 1939: se ve a Julio C. Tello conversando con Basadre y con el hondureño Rafael Eliodoro
Valle.

Nuevo descubrimientos en el Sechín de Julio C. Tello. Sechín Bajo, en el valle del Casma, un gigantesco complejo
monumental datado hace unos 5.500 años, que puede considerarse uno de los mas antiguos si no el más viejo de América. El
director del proyecto de Sechín Bajo, arqueólogo Peter Fuchs, explicó que la zona de excavaciones abarca una superficie de
30 hectáreas con construcciones de varias épocas, las mas recientes de hace 3.600 años.

MAX UHLE vs TELLO

Introducción

En los estudios relativos a la Arqueología de Perú realizados entre fines del siglo xix y principios de la década de 1940 se
destacaron las investigaciones de Max Uhle y Julio Tello, tanto por sus aportes individuales a la Arqueología peruana
como por la interdependencia que sus figuras —y las representaciones asociadas a ellas— adquirieron con el correr de los
años.1 Como veremos a lo largo de este trabajo, luego de una primera instancia en la que cada uno de estos autores fue
reconocido por sus contribuciones, la caracterización de uno comenzó a depender de la caracterización del otro, de
acuerdo a una lógica espejada, para finalmente erigirlos como representantes de formas de investigar excluyentes.

Max Uhle (1856-1944) nació en Dresde, Alemania. En 1880 obtuvo su doctorado en la Universidad de Leipzig, y en 1892
fue enviado como investigador a Sudamérica por el Real Museo Etnográfico de Berlín, institución a la que se había
incorporado cuatro años antes. Uhle inició su recorrido en el noroeste argentino 2; luego se dirigió a Bolivia y finalmente se
instaló en Perú, donde obtuvo la financiación de la Universidad de Pennsylvania para realizar exploraciones en Ancón y en
Pachacamac; allí excavó una serie de tumbas y efectuó un estudio de la estratigrafía en el que basó su propuesta para una
cronología relativa. Posteriormente viajó a Estados Unidos y consiguió el apoyo financiero de la Universidad de California
para realizar, entre 1899 y 1900, exploraciones intensivas en la costa y en la sierra norte peruana. En 1902 logró un nuevo
contrato por tres años, esta vez para excavar en la costa central de Perú. En 1905 le fue encargada la dirección de la
sección de Arqueología y Tribus Salvajes del recientemente creado Museo de Historia Nacional de Lima, puesto que ocupó
hasta 1911. Al finalizar su labor en el Museo se dirigió a Chile para realizar investigaciones y dictar clases (1912-1919).
Luego fue invitado a Ecuador por Jacinto Jirón y Caamaño, donde permaneció hasta 1933. En 1939 regresó por última
vez a Perú para participar del Congreso Internacional de Americanistas.

Julio Tello (1880-1947) nació en Huarochirí, Perú. En su juventud viajó a Lima, donde ingresó a la Universidad Mayor de
San Marcos, para luego continuar su educación en la Facultad de Medicina de San Fernando, desempeñándose, al mismo
tiempo, como conservador en la Biblioteca Nacional. El gobierno de Leguía 3 le otorgó dos becas de perfeccionamiento que
le permitieron estudiar Antropología en Estados Unidos (1909) y en Europa (1911). En 1912 le fue asignado el cargo de
Director del Departamento de Arqueología en el Museo de Historia Nacional, puesto que ocupó hasta 1915. Tello realizó
cuatro grandes expediciones arqueológicas: al departamento de Ancash, en 1919; al departamento de Ica, entre 1925 y
1930; al río Marañón, en 1937; y al río Urubamba, en 1942 (Bueno Mendoza 1997, Morales Chocano 1998). Entre sus
principales aportes se destacan los estudios sobre Chavín y Paracas 4. En 1919, por iniciativa propia, se creó el Museo de la
Universidad de San Marcos, y cinco años más tarde, el Museo de Arqueología Peruana 5. En 1936 participó, junto a Alfred
Kroeber, en la creación del Institute of Andean Research (IAR), organismo que financió numerosas investigaciones en
Perú.
En 1998, Peter Kaulicke publicó una compilación que incluía artículos sobre la vida y la obra de Max Uhle, junto a cuatro
de sus textos traducidos al español6. La edición del libro había sido impulsada por el deseo de Kaulicke de rescatar la
trayectoria de Uhle en un ambiente académico que, según consideraba él, desmerecía su obra. Esto estaría en estrecha
relación con dos factores: por una parte, el desconocimiento de su obra; por otra, la contraposición de su figura con la de
Tello. Para apoyar este último argumento, Kaulicke presenta —para luego discutir— la caracterización del arqueólogo
Morales Chocano.

Tello y Uhle son indudablemente dos pilares opuestos de la Arqueología peruana. Tello representa el nacionalismo de una
arqueología comprometida con el presente. Uhle es el investigador extranjero encerrado en un gabinete de trabajo,
ignorando el presente, la identidad nacional y la conservación de los monumentos arqueológicos, actitud seguida hasta la
fecha por todos los arqueólogos extranjeros que trabajan en el Perú. Más aun, creemos que son pilares distintos en la
consecución de la Arqueología como ciencia (Morales Chocano [1993] 1998: 19)

De acuerdo a Kaulicke (1998a), estas líneas reflejan la opinión de muchos arqueólogos peruanos, las cuales podrían
resumirse de la siguiente manera: Julio Tello y Max Uhle representan una "arqueología como antropología vs.
arqueología como historia, arqueología teórica vs. arqueología analítica, evolucionismo vs. difusionismo, indigenismo vs.
imperialismo" (Kaulicke 1998a: 69). Es a partir de la tesis de este autor que nos preguntamos si la contraposición de Uhle
y Tello encuentra eco en otros investigadores, y de qué manera se los caracteriza. Para abordar este interrogante
examinamos un conjunto de homenajes, obituarios y memorias en su honor, y textos que recorren la historia de la
Arqueología peruana y/o andina.

A través de dicho examen notamos, por una parte, que el debate combinaba las diferencias en la interpretación de la
información arqueológica con una asignación de posicionamientos políticos opuestos y, por otra, que la forma y el alcance
que adquiere la contraposición se ha trasformado con el paso del tiempo, reactualizándose a partir de recientes
publicaciones. Nuestro objetivo, entonces, será analizar la forma en que se ha gestado la oposición entre los autores, y
desentrañar de qué manera esta oposición ha evolucionado con el paso de los años. Para tal fin expondremos una serie de
comentarios y críticas sobre los autores, opiniones que fueron apareciendo con el correr de los años. Daremos cuenta de la
evolución de estas caracterizaciones para luego focalizar cómo han sido abordadas las dos principales divergencias en las
propuestas teóricas de Uhle y Tello —el origen de las sociedades andinas y los criterios de periodización—, con el objetivo
de señalar de qué manera influyó el contexto político (y diferentes momentos del nacionalismo peruano) en el desarrollo de
la contraposición de los investigadores. Finalmente, analizaremos cómo la construcción de esta contraposición ha
impactado en las narrativas sobre las relaciones entre arqueólogos nacionales y extranjeros.

Representaciones sobre Uhle y Tello

Método científico y revalorización del pasado prehispánico

Durante las primeras décadas del siglo XX, las referencias a Uhle estuvieron mayormente ligadas al carácter pionero de su
empleo del método científico en Arqueología: de ahí su importancia en el desarrollo de esta disciplina en Perú; 7 mientras
que la labor de Tello se vinculó principalmente a la revalorización del pasado prehispánico, en tanto origen de la nación
peruana, y su figura fue también homologada con lo incaico y/o lo indígena. 8

En el número homenaje que la Revista del Museo Nacional de Lima le dedicó a Uhle en su octogésimo cumpleaños, se
afirmaba que éste "representa la introducción de los métodos científicos en el vasto campo de la prehistoria" (1936: 3).
Veinte años más tarde, la misma revista conmemora el "Centenario de Max Uhle", designándolo como el "ilustre
fundador de la Arqueología en el Perú" (1956: 4). En cuanto a Tello, en el homenaje realizado por la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos tras su fallecimiento, una de sus discípulas señaló que el autor había develado un capítulo de la
historia de Perú que "nos era desconocido; no sabíamos quienes éramos, de dónde procedíamos y cuáles eran nuestros
orígenes" (Carrión Cachot 1948: 7). En el discurso aparece también una identificación de Tello como indígena. Otro de
sus discípulos lo definió con "el retoño del viejo árbol genealógico de los Inkas" (Mejía Xesspe 1948: 4); mientras que su
obra fue descrita como "de factura incaica, después de la conquista no hay nada en su estilo con qué compararla. Fue de
raza indígena pura e hizo ciencias como los Incas" (Weiss 1948, citado en Kaulicke 2006: 12).

La introducción del método científico en la Arqueología peruana, por una parte, y la revalorización del pasado peruano
(estableciendo un vínculo con el presente), por otra, se constituyeron como las bases de las argumentaciones sobre la
importancia de estos dos investigadores para la Arqueología nacional. Estos criterios se utilizarán para designar a uno u
otro autor como padre de la Arqueología peruana. Sin embargo, en la década de 1920 se produjo un acontecimiento que
luego inclinaría la balanza a favor de uno de ellos: el debate sobre el origen geográfico de los habitantes del actual Perú, en
el que Uhle y Tello mostraron posturas contrarias. La presentación de estas dos tesis tuvo como escenario los Congresos
Internacionales de Americanistas (CIA). En 1924, en el XXI CIA, Uhle presentó su tesis de que "las altas civilizaciones del
Nuevo Mundo tenían un origen común en el área Maya" (Tantaleán 2008: 40). Cuatro años más tarde, en un nuevo
encuentro de Americanistas, Tello discutió esta idea argumentando que, en realidad, los habitantes de Perú tenían un
origen autónomo y amazónico (Astuhuamán Gonzáles y Daggett 2005, Rowe 1954, Tantaleán 2008). Como veremos en el
siguiente apartado, la importancia que cobraría la distinción no se debe sólo a que las tesis son contrarias sino, y
principalmente, a los significados secundarios que se les adjudicaron en relación a las posturas políticas que
supuestamente venían a representar.

Aloctonismo y Autoctonismo

A partir de la segunda mitad del siglo xx comienzan a editarse trabajos inéditos de los autores, sus figuras son difundidas
por la prensa y los textos educativos (en el caso de Tello) y sus seguidores reactualizan el debate sobre el origen geográfico
de las sociedades andinas. Veremos cómo paulatinamente se da un corrimiento de los criterios iniciales empleados para
reseñar la obra de cada autor —el método científico y la revalorización del pasado prehispánico— hacia la confrontación a
partir de sus tesis sobre el origen de las sociedades andinas.

Desde mediados de la década de 1950, y durante la década siguiente, Toribio Mejía Xesspe se dedicó a publicar parte de
los documentos inéditos que Tello había donado a la Universidad de San Marcos. 9 Las referencias halladas durante este
período lo señalaban como "indio al ciento por cierto" (Puga Arroyo 1960: 13) o "descendiente legítimo y directo de
aquellos que levantaron Sacsahuaman y Majchuoijchu, que tallaron Tiahuanaco y Cumbemayu, que delinearon Chavín y
Chan Chan…" (Puga Arroyo 1960: 14).

A pesar de que en la década de 1940 se había intentado confirmar —sin éxito— la hipótesis de Uhle respecto del origen de
las poblaciones andinas (Collier y Murra 1943), y de que en su homenaje de 1954 Rowe la identificara como "one of the
worst he ever wrote" (1954: 17), durante los '60 Linares Málaga continuó explorando y desarrollando esta idea. En el
prólogo que Valcárcel realizó a su libro Friedrich Max Uhle. Padre de la Arqueología andina (1964), se afirma que el autor,
al apoyar la tesis de Uhle, "parece inclinarse por la corriente que, de tiempo en tiempo, reaparece para persuadirnos del
origen extranjero de nuestra cultura" (1964: 10). Nótese que el comentario no hace referencia a si existe evidencia o no
para la tesis presentada, sino en si la región identificada como lugar de origen se encuentra dentro o fuera de los límites de
Perú.

En 1970, en dos destacados estudios de la Arqueología peruana —Arqueología peruana: visión integral, de Federico
Kauffmann Doig; y 100 años de Arqueología en el Perú, de Rogger Ravines—, se identificaba a los dos autores como
"padres" de la Arqueología peruana. En un trabajo posterior, Kauffmann Doig se refería a la posición aloctonista de Uhle
y a la autoctonista de Tello; en cuanto a esta última, consideraba que se encontraba atravesada por una fuerte carga
ideológica que ponía de manifiesto su pasión por "lo peruano de raíz ancestral" (1987: 15). Además, indicaba un
paralelismo con distintos países de Latinoamérica en el que "cada cual [remitía] a su país una raigambre cultural propia"
(1987: 11). En lo concerniente a la posición de Uhle, escribió:

le ha valido diatribas póstumas recientes, de L. Lumbreras, en el sentido que "no era favorable al indio peruano", y que
ello se "deduce" por cuanto Uhle llegó a plantear la tesis que "la alta cultura peruana fue de origen foráneo". Según la
posición referida se "deduce" que Uhle consideró "incapaz" a los antiguos peruanos de haber gestado una alta cultura
(Kauffmann 1987: 15)

En una reciente publicación, Lumbreras reactualiza esta posición y afirma que de la teoría de Uhle se deduce que "fue una
gran cosa para Perú que llegaran primero 'los mayas' y después los españoles, pues aquí el pueblo peruano en su proceso,
sólo había demostrado tendencia a la decrepitud y decadencia" ([2006] 2007: 8). En las próximas páginas retomaremos
estas consideraciones con el fin de examinar el pasaje que se da desde el planteo de un origen alóctono a la justificación de
la dominación extranjera.

Coexistencia y reactualización de los criterios de valoración

En el libro Ellos también hicieron Perú (1989-1990), el periodista Jorge Donayre Belaunde reúne biografías de científicos,
artistas y empresarios (tanto nacionales como extranjeros) que "ayudaron a formar este crisol de razas, de espíritus y
voluntades que es el Perú" (Preble 1989-1990: 8). Allí encontramos "La Arqueología como ciencia", subtítulo que
acompaña la biografía de Max Uhle (Donayre Belaunde 1989-1990: 56), mientras que el nombre de Tello es seguido de
"Siglos de historia bajo la arena" (Donayre Belaunde 1989-1990: 60). Vemos así cómo se legitima a uno y otro
investigador, desde argumentos de base independiente y mediante la reactualización de los criterios impuestos en la
primera mitad del siglo xx.

En esa misma línea, Matos Mendieta afirma: "La Arqueología peruana como ocupación académica se inició con Max Uhle
(…) empezó a valerse de una metodología científica" que la distingue de las "prácticas de excavadores aficionados", y
luego Tello "le imprime su propia característica personal" (1990: 507). Qué significa esto último quizás pueda aclararse, al
menos en parte, a partir de la comparación que el autor realiza de los dos investigadores:

Uhle y Tello pertenecieron a dos escuelas diferentes, a dos nacionalidades, a dos culturas y quizás aquello motivara
diferentes perspectivas al acercarse a la cultura y el objeto de sus estudios. Tello, notablemente comprometido con la
historia indígena y sujeto a la influencia de su origen serrano, se esforzó por entender el proceso desde una óptica
nacional. Uhle, por su lado, se esforzó por reconstruir la cronología de los principales acontecimientos de la historia
preoccidental. Tello, militante del influyente movimiento indigenista de su época, y Uhle, convencido de la existencia de un
largo proceso preinka" (Matos Mendieta 1990: 507-508).

Dos años más tarde, Nava Carrión declaraba "las naciones requieren héroes y valores étnicos culturales, que estimulan y
permiten el desarrollo de su nacionalidad y la identificación ancestral de los pueblos; Julio C. Tello nos proporcionó estos
valores a través de su monumental obra científica" (1992: 1331), gracias a la cual "hemos encontrado nuestro ancestro
étnico cultural tan importante para el desarrollo de la nacionalidad e identificación de nuestro pueblo" (1992: 1334).
Apenas con un año de diferencia, Morales Chocano publicó el tomo dedicado a la Historia de la Arqueología,
perteneciente al Compendio Histórico del Perú. Allí se encuentra la cita que comentamos en la introducción y que para
Kaulicke representa la posición de muchos investigadores peruanos: una valoración negativa de Uhle como extranjero, y
una positiva de Tello en tanto defensor de la identidad nacional. Complementando esta cita, reproducimos a continuación
la caracterización que realiza el autor de ambos investigadores:

JULIO C. TELLO (…) Al regresar a Perú emprendió una vastísima tarea de exploración y excavaciones a lo largo de la
costa, la sierra y la montaña nororiental, donde estudió a profundidad la cultura Chavín, planteando la genial idea de que
las culturas andinas tenían sus orígenes en la amazonía peruana, lo cual cobra mayor vigencia en nuestro tiempo. Su
máximo descubrimiento fue la gran cultura Paracas, al sur de Ica.

MAX UHLE (…) Es otro gran fundador de la Arqueología peruana. Inició sus trabajos en Tiawanako, a fines del siglo xix;
aplicó el método vertical, contrario a la estratigrafía horizontal de Tello. Uhle era partidario de realizar una arqueología
de sitio para buscar el ordenamiento cronológico de tipos y estilos con fases y períodos. Uhle trabajó arduamente a lo largo
de la costa peruana, planteando, equivocadamente, que las culturas protoides eran anteriores a Chavín y que derivaban de
la cultura Maya de Centroamérica; esta teoría difusionista aún tiene algunos seguidores (Morales Chocano [1993] 1998:
18)

Morales Chocano deja en claro que no acuerda con aquellos investigadores que establecen el inicio de la Arqueología
científica a partir de los trabajos de Uhle, ya que considera insuficiente lo que describe como simple incorporación de
técnicas y métodos: para él resulta necesario, además, "trascender el objeto de estudio, es decir, modificar la mirada y
pasar de un interés exclusivo en el material arqueológico a una preocupación por la conexión entre pasado y presente
[siendo justamente este el aporte de Tello]" (Morales Chocano [1993] 1998: 19). De esta manera se reactualiza el paulatino
eclipse de los criterios previos de valorización (el aporte científico y la revalorización del pasado, ambos considerados
positivamente) por una caracterización de los investigadores dependiente de su postura autoctonista o aloctonista,
evaluada como positiva y negativa respectivamente. Nótese que la valoración que se aplica a la teoría es inmediatamente
trasladada al investigador en sí.

Siguiendo esta línea, Amat Olazábal designó a Tello como el "forjador del Perú auténtico", titulando así su trabajo de
1997. También se refirió al investigador como "Amauta", "indio de raigambre" (1997: 10) y "aborigen que supo
compenetrarse con su glorioso pasado" (1997: 6), cuyo mayor aporte habría sido el de "sostener la tesis correcta de la
génesis autóctona de la civilización andina" (1997: 6). En la misma obra, publicada al centenario del fallecimiento de Tello,
Chávez Valenzuela asegura que muchos peruanos eran seguidores de Uhle a causa "de su prestigio de teutón" (1997: 10);
mientras que Tello habría sido la "revancha indígena contra los Ávila de San Damián y los Avendaños de Cajatambo y
Yauyos [extirpadores de idolatrías]" (1997: 12). 10 En estos casos podemos apreciar cómo la contraposición de los
investigadores a partir de la tesis sobre la proveniencia de las sociedades andinas se ve reforzada por la nacionalidad de
cada autor; y en el caso de Tello, incluso por su identificación con lo indígena.

En 1999, Alberto Bueno Mendoza reclamaba un análisis enfocado en los aspectos teórico-metodológicos de la obra de
Tello, ya que consideraba que los homenajes realizados a lo largo del siglo xx se habían centrado principalmente en la
persona del investigador. En la misma línea, casi una década después, Tantaleán argumentaba:

Julio C. Tello ha sido y será una figura importante para la Arqueología peruana, pues su trabajo impactó la práctica
arqueológica actual en diferentes aspectos; también deberemos entenderlo como un actor político que participó de los
movimientos ideológicos de su tiempo que buscaban (y lograron) cambiar la historia del país, incorporando al "indio"
dentro de la agenda del Estado, un tema aún vigente en un país socialmente fragmentado como el Perú. Tello también
deberá ser visto de una forma más objetiva y menos emotiva. Lo que nos queda a lo/as investigadore/as sociales es dejar de
hablar por Tello y comenzar a hablar acerca de Tello como reflejo de su tiempo y gestor del cambio de la manera de ver a
la sociedad peruana (2008: 45)

Entre las fechas en que fueron realizadas las observaciones de Mendoza y Tantaleán se iniciaba la publicación de las obras
completas de Tello. Primero con Arqueología de Cajamarca: expedición al Marañón – 1937 (2004), y un año después
con Paracas, primera parte, que incluye una biografía de Tello realizada por César Astuhuamán y Richard Dagget. Este
último autor escribió también una introducción a las investigaciones de Tello sobre Paracas, y Jürgen Golte presentó una
reflexión sobre el aporte del libro a los estudios de iconografía. 11 Paralelamente, en 1998, se publicó la compilación de
Kaulicke que mencionamos en la introducción y que de alguna manera se convirtió en el punto de partida de nuestra
investigación; mientras que una nueva compilación de Kaulicke, junto a Fischer, Masson y Wolff, sobre la obra de Uhle
fue publicada en 2010. Además de las traducciones de cuatro trabajos de Uhle, el primer trabajo presentaba una serie de
artículos que tocaban temas más bien generales (la idea de tiempo, su percepción geográfica, excavaciones en la costa sur,
la teoría aimarista y el Museo de Historia Nacional); la segunda compilación, en cambio, contiene una mayor cantidad de
artículos y priman los trabajos referidos a determinadas áreas geográficas investigadas por Uhle. El presente siglo se inicia
entonces con grandes esfuerzos de difusión y revisión crítica de la obra de estas dos personalidades, que vendrán a
reactualizar sus caracterizaciones, recuperándose, en distinta medida, la contraposición establecida a lo largo del siglo xx.

Recapitulando, podríamos decir que, en un principio, los rasgos seleccionados para recordar a Uhle y Tello eran
independientes y se valoraban positivamente; pero con el paso del tiempo las narrativas sobre estos autores comenzaron a
centrarse en el debate sobre el origen geográfico de los habitantes de Perú, consideradas como una posición deseable y
reivindicatoria (Tello: autoctonismo) enfrentada a una postura que menoscaba la autonomía y enaltecía lo foráneo sobre
lo nacional (Uhle: aloctonismo). Esta paulatina transformación se encuentra, además, atravesada por los intereses en torno
al título de "padre de la Arqueología peruana". En un principio, los argumentos empleados fueron: 12 aquel que investigó
por primera vez en el país de acuerdo a estándares teórico-metodológicos de una naciente Arqueología científica, o aquel
que fue símbolo y a la vez facilitó el desarrollo de una Arqueología nacional. Luego, el foco en aloctono vs. autóctono, y su
asociación con posturas políticas presentadas como inherentes a cada teoría, no sólo colocaron a Tello en una mejor
posición en la disputa por el título, sino que iniciaron la lógica espejada que, a partir de ese momento, marcaría las
caracterizaciones de estos autores. De la concepción de la teoría como "buena" o "mala" se pasará a la valoración de los
investigadores en esos mismos términos; luego, al posicionarlos como representantes de una forma de investigar
—atravesada por las asociaciones previas en torno a nacionalismo e imperialismo—, la polarización se trasladará a
investigadores nacionales vs. extranjeros. Con el fin de comprender cómo se produjeron estas sutiles pero significativas
transformaciones, en el siguiente apartado nos centraremos en dos temas sobre los que Uhle y Tello tuvieron ideas
contrarias y en las narrativas producidas en torno a ellos.

Releyendo las diferencias

Existen dos grandes temas en los que las propuestas de Uhle y Tello se contraponen: uno es el ya mencionado origen de las
sociedades andinas; el otro, que no aparece tan recurrentemente en las fuentes trabajadas los apartados anteriores, es el
modelo de periodización del material arqueológico. Entendemos que el protagonismo que adquirió el primer tema se
encuentra fuertemente ligado a procesos de construcción de la identidad nacional peruana. Mientras que el segundo tema,
a primera vista menos emblemático, nos permitirá rever una de las principales consecuencias del juego de espejos que se
ha establecido con las figuras de Uhle y Tello: la producción de estereotipos enfrentados de arqueólogos nacionales y
extranjeros.

El problema del origen de las sociedades andinas y su impacto en la construcción de la identidad nacional

Como mencionamos anteriormente, ambos investigadores se refirieron al origen de las sociedades andinas presentado tesis
opuestas. Si bien tanto Morales Chocano ([1993] 1998) como Kaulicke (1998a) y Astuhuamán Gonzáles y Daggett (2005)
identifican sólo las ideas de Uhle como difusionistas, coincidimos con Tantaleán (2008) en que las dos posturas responden a
una pregunta eminentemente difusionista: ¿De dónde provienen espacialmente las sociedades andinas, cuál es su lugar de
origen?13 De acuerdo a Lumbreras y a Morales Chocano, la propuesta de Uhle "justificó la presencia foránea como causa
del desarrollo cultural" (Morales Chocano [1993] 1998: 19). De esta manera, la tesis de Uhle parece cargada de una
valoración negativa que le sería inherente; sin embargo, Astuhuamán Gonzáles y Daggett plantean este tema a partir de
cómo fue recibida en la época en que fue formulada:

Las ideas de Uhle y anteriores propuestas difusionistas, habían sido bien acogidas por el minoritario grupo étnico
dominante para justificar su supuesta superioridad y procedencia foránea, y plantear que históricamente los indígenas
eran dependientes y sin capacidad de crear civilización propia (2005: 27)

Es importante entonces señalar la diferencia que existe entre el hecho de que una interpretación arqueológica sea tomada
por un grupo de poder para avalar su discurso, y que la misma surja de la intención de justificar una postura política. No
se discute aquí que los grupos de poder hicieran suya la postura de Uhle: no fue la primera ni será la última vez que se
produzca una apropiación selectiva de conocimiento científico según los intereses políticos imperantes. Pero sí destacamos
que el lazo que se establece entre la idea "el origen de las sociedades andinas es mesoamericano", y la conclusión "eso
justifica la dominación extranjera" es ajeno a Uhle.

La propuesta de Tello, en cambio, ha sido enaltecida en Perú por discursos fuertemente atravesados de reivindicaciones
nacionalistas que recuperan y sustentan la identidad en el pasado indígena, así como también lo han estado las referencias
a su persona y a su procedencia, tal como hemos visto en el apartado precedente. Dado que el nacionalismo se justifica a
partir de la antigüedad de un grupo en un territorio, primero la Historia y luego la Arqueología peruana se embarcaron
en la búsqueda de características comunes que permitieran establecer una línea de continuidad entre las sociedades
pasadas y la presente (Tantaleán 2010). Es en este sentido que cobra relevancia política el debate sobre el origen o
proveniencia de las sociedades andinas. Se vuelve necesario "construir una nación con personajes descollantes nacidos en
el suelo patrio. Por eso, veremos que el 'padre de la Arqueología peruana' tendrá que ser alguien que encarna tanto física
como ideológicamente dicho propósito" (Tantaleán 2010: 143). Más allá de qué tan "significativos y fundantes"
(Tantaleán 2010: 143) puedan resultar los aportes de Uhle, el padre de la Arqueología peruana debía encontrarse entre los
intelectuales nacionales (Tantaleán 2008). Tello encaja perfectamente en este esquema: un arqueólogo nacional que
argumenta en pos de una "cultura peruana autóctona" y cuya propia persona se ha identificado fuertemente con lo
indígena.

La construcción de la oposición entre los autores se ahondó en el contexto de un significativo resurgir del sentimiento
nacionalista que tuvo lugar en la década de 1940 en el marco del conflicto limítrofe con Ecuador, y tras la declaración de
guerra a Alemania hacia la finalización de la Segunda Guerra Mundial. 14Fue justamente durante el gobierno nacionalista
pro-indígena de Manuel Prado (1939-1945) que "el mito 'del peruano Tello que derrotaba al alemán Uhle' comenzó a
crearse hasta convertirse en el discurso oficial del Estado. Tello fue considerado héroe nacional y símbolo del grandioso
pasado del Perú" (Astuhuamán Gonzáles y Daggett 2005: 47). Es entonces a partir de la década de 1940 que las relaciones
entre arqueólogos nacionales y extranjeros se perciben cada vez más polarizadas, cuando Uhle y Tello son concebidos
menos como dos grandes arqueólogos con meritos de distinto orden que como dos polos que condensan valoraciones
negativas y positivas, respectivamente.

Periodización: diferencia soslayada y polarización nacional-extranjero

Ordenado de acuerdo a una cronología, el material arqueológico hace posible la delimitación de períodos, de modo que las
relaciones establecidas entre ellos posibilitan una narrativa del pasado. En el caso de Uhle y de Tello, sus narrativas
enfatizaban dimensiones contrarias; mientras "Uhle enfatizaba en la dinámica del proceso, Tello en la permanencia. El
primero remarcó las subdivisiones, el segundo las soslayó (y confundió)" de manera que el término "horizonte"adquiere
significados opuestos: "para Uhle resulta de una unificación efímera, para Tello ratifica la unidad andina" (2005: 10-11).
Se inician así dos tradiciones de "periodificar o clasificar temporalmente el material arqueológico: la evolutiva y
lacronológica" (Ramón Joffré 2005: 8). En la primera se establecen etapas a partir de rasgos culturales, mientras que en la
segunda se identifican períodos en términos de unidades temporales.

Tanto Morales Chocano ([1993] 1998) como Astuhuamán Gonzáles y Daggett (2005) consideran que, tras la muerte de
Tello, los arqueólogos extranjeros —principalmente norteamericanos— monopolizaron las investigaciones desplazando la
producción peruana. Como consecuencia, en las décadas de 1940 y 1950 se habría impuesto una línea teórica
norteamericana —primero de corte histórico-cultural, luego evolucionista— que no deja lugar a los investigadores
peruanos, quienes recuperaran espacio recién en los '60, gracias al impulso dado por los trabajos de Lumbreras. 15 Sin
embargo, para esas décadas Ramón Joffré (2005) reconstruye un escenario en el que tanto arqueólogos extranjeros como
peruanos participan activamente de los debates del momento. De hecho, y como veremos a continuación, la principal línea
que divide a los investigadores no es relativa a su nacionalidad, sino que se establece entre partidarios de una cronología
organizada según etapas evolutivas y de otra basada en períodos de contemporaneidad.

La discusión de criterios cronológicos y evolutivos de periodización que tuvo lugar en 1946, en el marco de la Mesa
Redonda de Chiclín, reunió a los miembros del Proyecto del Valle Virú 16 junto a Rafael Larco Hoyle. Primaron allí las
posiciones a favor de una periodización según etapas evolutivas. En la década siguiente se desarrollaron cuatro
encuentros: 1) La primera mesa sobre Terminología Arqueológica (1953), que contó con la participación tanto de
especialistas peruanos —Jorge Muelle, Toribio Mejía, Augusto Soriano y Luis Valcárcel— como de norteamericanos
—Richard Schaedel, Louis Stumer y William Strong. La discusión que se dio en este contexto retomó los sistemas de
clasificación propuestos por Tello y por Larco Hoyle, arribando a una terminología uniforme; 2) La Mesa Redonda de
Ciencias Antropológicas (1958) en la que Jorge Mulle, Eugene Hammel y Edward Lanning trataron el concepto de
"horizonte", tomando distancia de las secuencias de tipo evolutivo de los años previos e inclinándose por la propuesta de
períodos basados en la contemporaneidad de John Rowe; 17 3) La Mesa Redonda de Terminología Arqueológica 18 (1958),
en la cual Schaedel presentó las conclusiones de la reunión de 1953 y defendió el sistema de estadios allí consensuado,
mientras que Lumbreras discutió la secuencia evolutiva y apoyó la propuesta de Rowe; 4) La Semana de Arqueología
Peruana (1959), en la cual se confrontó la secuencia maestra de Rowe con la nueva propuesta de estadios de Choy (Ramón
Joffré 2005). Vemos entonces que en estos encuentros que giraban en torno a un tema clave de la época, la periodización,
los investigadores peruanos ocupaban un lugar central, en tanto arqueólogos de distinta nacionalidad respaldaban uno u
otro modelo.19

Reconstruyamos entonces la trama que enlaza, por medio de las periodizaciones, el par Uhle-Tello con la producción
arqueológica nacional vs. el predominio extranjero. En primer lugar, tenemos un tema en el que los autores tratados en
este trabajo mantuvieron propuestas contrarias. ¿Por qué este tema no cobró una relevancia similar al de la discusión
sobre el origen de las sociedades andinas? Si antes consideramos que un contexto político cargado de reivindicaciones
nacionalistas tomó la bandera de la tesis autoctonista, ¿por qué no habría de pasar lo mismo con la idea de continuidad y
de unidad andina, que se desprenden de la propuesta cronológica de Tello? Una posible respuesta es que el problema del
origen geográfico era una batalla zanjada, en la que Tello había salido victorioso, mientras que la periodización continuó
discutiéndose sin un claro ganador.
En segundo lugar, encontramos una narrativa que nos presenta la siguiente secuencia: producción nacional de la mano de
Tello; predominio norteamericano (escuelas histórico-cultural y evolucionista); vuelta a la producción nacional de la mano
de Lumbreras.20 ¿Qué ocurre con los arqueólogos peruanos en el segundo momento?, ¿acaso no están participando
activamente en su disciplina? Lo están haciendo, como hemos visto a través del debate sobre la periodización. Entonces,
¿se estará confundiendo la ausencia de una Arqueología fuertemente nacionalista con la de una Arqueología nacional? Por
ejemplo, cuando Astuhuamán Gonzáles y Daggett (2005) se refieren al período en que predominan las escuelas
norteamericanas, afirman que éstas llenan el vacío originado tras la muerte de Tello, quien no deja discípulos con
formación universitaria. Pero la existencia de una producción arqueológica nacional no se reduce a la continuidad de una
línea iniciada por Tello. De hecho, en el trabajo de Jorge Muelle (1972) podemos encontrar una descripción de las
investigaciones realizadas desde mediados del siglo xx por arqueólogos peruanos, donde el autor da cuenta de su
relevancia y su diversidad.21

A diferencia del discurso que, infiriéndolo de sus teorías alóctonas y autóctonas, sitúa —y a la vez reduce— a Uhle como
representante del imperialismo y a Tello del nacionalismo, en el caso de la periodización no podemos poner de un lado a
los arqueólogos peruanos y confrontarlos con los extranjeros. En síntesis, lo interesante de la periodización es que no
permite una división de aguas por nacionalidad: es por ese motivo que creemos que ha sido soslayado en las narrativas
sobre Uhle y Tello.

Consideraciones finales

A lo largo de este trabajo analizamos el alcance y las formas que ha adquirido la caracterización de dos prominentes
arqueólogos, como lo fueron Max Uhle y Julio Tello; nos centramos en la contraposición que se estableció entre ellos y
dimos cuenta de la incidencia del contexto sociopolítico en dicho desarrollo. Para ello focalizamos en dos debates en los que
tomaron parte Uhle y Tello y exploramos el pasaje que se dio de la oposición de sus figuras a la construcción de formas de
investigar dependientes de la nacionalidad. Los rasgos priorizados a la hora de caracterizar las obras de Uhle y Tello, así
como los criterios empleados para su valorización, han atravesado significativas transformaciones con el correr de las
décadas, desarrollándose una marcada interdependencia entre las representaciones de cada uno. De esta manera, las
descripciones que enfatizaban la introducción de la Arqueología científica y la revaloración del pasado prehispánico como
principal contribución de cada autor a la Arqueología peruana fueron dando lugar a aquellas que los enfrentaban a partir
de la tesis aloctonista de uno y a la autoctonista del otro. Los criterios de valoración apoyados en el debate sobre el origen
geográfico de las sociedades peruanas no reemplazan necesariamente a los criterios previos, sino que estos pueden convivir
y ser reactualizados. Así, las referencias iniciales a la procedencia andina de Tello, asociadas en un primer momento a la
revaloración del pasado, fueron retomadas en un segundo momento para reforzar la oposición con Uhle en tanto
investigador extranjero.

Tal como lo desarrollamos, para la construcción de dichas representaciones se ha apelado tanto a las investigaciones
producidas por los autores abordados como también a sus características personales; paralelamente, ciertas coyunturas
históricas han contribuido a que su desarrollo se diera principalmente en una dirección: la de la contraposición. Las
referencias a las diferencias académicas que tuvieron Tello y Uhle —principalmente respecto al origen de la civilización
andina— se encuentran fuertemente atravesadas por posicionamientos ideológicos y disputas por espacios de poder en un
marco de cambios más generales en la política nacional. Las circunstancias en las que se desarrolló dicha contraposición
contribuyeron a resaltar sus diferencias, mientras que los puntos comunes que los atraviesan, como las preocupaciones por
el patrimonio y los presupuestos difusionistas que encierran sus obras, se encuentran notoriamente soslayados.

La trayectoria de cada investigador resulta prácticamente reducida a una de las tesis que defendieron cuando las
valoraciones positivas o negativas asociadas a ellas se trasladan a los investigadores en sí mismos e incluso llegan a
convertirse en representantes de formas de investigar distintas y dependientes de la nacionalidad. Una vez producido este
pasaje, las figuras de estos investigadores pueden ser utilizadas para reafirmar argumentos más generales sobre las
características de la investigación arqueológica en Perú. De esta manera, Tello se convirtió en develador y a la vez en
representante de la identidad nacional, mientras que Uhle encarnó un "otro" en el cual reflejarse por oposición, que
condensaba aquellos atributos considerados negativos. Esta lógica espejada y de inversión toma el sentido de formas
excluyentes de "ser investigador": una línea divisoria entre arqueólogos nacionales y extranjeros se trazó como el punto
máximo de desarrollo de esta lógica de clasificación. Por supuesto, esto deja de lado las diferencias teórico-metodológicas
que existen en el interior de la comunidad académica de cada país y las redes profesionales de las cuales los investigadores
forman parte más allá de las fronteras nacionales.

Las figuras de estos autores comenzaron a ser examinadas en los últimos años; debemos situar esta revisión crítica en el
contexto de un creciente interés por los vínculos entre poder estatal, nacionalismo e investigaciones arqueológicas. Se torna
entonces relevante analizar de qué manera lo que ocurre en el mundo académico se vincula con otras esferas de la vida
social. Esto implica, entre otras cosas, examinar cómo se construye la historia de una disciplina, qué autores se erigen
como referentes y cuáles son los criterios empleados para ese fin. El presente trabajo busca ser un aporte en este sentido.

Uno de los interrogantes que queda pendiente para futuros trabajos es explorar otras formas en que pueda manifestarse la
contraposición entre arqueólogos nacionales y extranjeros, más allá de lo estrictamente vinculado a Uhle y Tello. Por otra
parte, si la nacionalidad ha resultado un criterio significativo en la construcción de los relatos sobre la historia de la
Arqueología peruana, tal como lo afirmamos aquí, entonces resultaría de interés indagar en otros criterios no académicos
que se hayan tornado relevantes para tal fin.

Notas

1
Para comprender cabalmente el desarrollo de la Arqueología peruana resulta necesario tomar en cuenta también la
figura de Luis E. Valcárcel, he abordado algunas de sus contribuciones en mi tesis de Licenciatura (Ramos 2011). Para
una referencia a su relación y confrontación con Tello puede verse Prieto (2010), allí también se encontrará información
de interés sobre el proceso de institucionalización de la arqueología en Perú y sobre otro actor clave para su desarrollo,
Emilio Gutiérrez de Quintanilla.

2
Sobre las investigaciones de Uhle en el noroeste argentino se puede consultar Nastri (2010).

3
Augusto Leguía (1863-1932) fue presidente de Perú en dos períodos: entre 1908 y 1912, y entre 1919 y 1930. Tello fue
diputado durante el segundo gobierno de Leguía. Un examen de su rol en el parlamento puede encontrarse en Guzmán
Palomino (1997); Mesía Montengero (2006), por su parte, desarrolla interesantes consideraciones en relación al vínculo
entre Tello y el entonces presidente peruano.

4
Un desarrollo de las investigaciones realizadas por Tello en Paracas puede encontrarse en Dagget (2005). En cuanto a
Chavín, hallamos referencias recientes en Mesía Montenegro (2006).

5
En 1931, éste y otros museos darán origen al nuevo Museo Nacional, conformado por una serie de institutos y
departamentos que fueron cobrando cada vez más independencia. En 1945 se crea un Consejo Nacional de Museos y
cuatro museos nacionales, siendo uno de ellos el de Antropología y Arqueología. Finalmente, en 1992 este último se fusiona
con el Museo Nacional de Historia, dando lugar al actual Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del
Perú.

6
Los trabajos reunidos en la compilación habían sido presentados durante 1994 en un coloquio organizado por la
Especialidad de Arqueología de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Perú,
conmemorando los cincuenta años del fallecimiento de Uhle. Dos años después, en el I Encuentro Internacional de
Peruanistas, Kaulicke propuso que 1996 fuera designado el "Centenario de la Arqueología Peruana", conmemorando la
excavación de Pachacamac realizada por Uhle en 1896. Al no encontrar aprobación, Kaulicke decidió publicar los
documentos que se habían presentado en el coloquio de 1994, junto a la traducción de algunos trabajos de Uhle.

7
En 1908, Max Uhle estableció la primera cronología relativa para Bolivia y Perú a partir de la identificación de estilos, la
puesta en relación de los mismos y su posterior secuenciación, valiéndose principalmente de la cerámica asociada a
enterratorios. Luego, incorporando secuencias locales, enlazadas por dos estilos de amplia distribución —Inca y
Tiahuanaco—, propuso un esquema de alternancia que designó como horizontes y los períodos de estilos locales.

8
Tello realizó numerosas exploraciones y excavaciones en Perú, interpretando sus hallazgos en términos de una unidad
andina —un conjunto de características compartidas— que se extendería hasta el presente. Se interesó por la conservación
del patrimonio arqueológico, articulando el apoyo nacional con el internacional, e insistió en que los museos impulsaran
investigaciones, publicaciones y conferencias.

S-ar putea să vă placă și