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FILOSOFÍA CRISTIANA

La Edad Media se caracteriza por el predominio cultural de la religión: la filosofía es puesta


al servicio de las creencias religiosas. Esto es así en el caso de las tres grandes religiones
monoteístas: la judía, la cristiana y la musulmana.

Por otra parte, los pensadores de las tres religiones comparten el mismo trasfondo filosófico:
todos ellos estudiaron y aprendieron la filosofía de los griegos. De ahí la importancia decisiva del
encuentro del cristianismo con la filosofía griega. Este encuentro, a partir del cuál se desarrollará la
filosofía medieval, tuvo lugar en los primeros siglos de nuestra era, durante el imperio romano.

1. CRISTIANISMO Y FILOSOFÍA EN EL IMPERIO


ROMANO.
El encuentro del cristianismo con la filosofía griega fue un acontecimiento de enorme
trascendencia para nuestra cultura. Suele decirse, en efecto, que nuestra cultura se asienta y crece a
partir de dos raíces: la griega y la judeocristiana. La presencia de ambos orígenes resultará
especialmente visible y operativa en la constitución y el desarrollo de la filosofía medieval.

1.1. LA FILOSOFÍA EN EL IMPERIO ROMANO.


Platonismo, aristotelismo y estoicismo mantuvieron en esta época un continuado e intenso
intercambio entre sí: los tres se oponían conjuntamente a la doctrina epicúrea, que consideraban atea y
licenciosa. Además, experimentaron un proceso de acercamiento mutuo.

En este proceso de “sincretismo”, el platonismo resultó ser más fuerte, convirtiéndose en la


principal corriente filosófica y acogiendo dentro de sí elementos de las otras dos escuelas. A partir del
siglo III, la doctrina más vigorosa y con filósofos de más categoría es el neoplatonismo. El filósofo
más importante fue Plotino (siglo III), pensador que influyó decisivamente en Agustín de Hipona.

1.2. LAS DOCTRINAS CRISTIANAS FRENTE A LA FILOSOFÍA.


El cristianismo no es un sistema filosófico, sino una doctrina religiosa de salvación; no
obstante, en esta doctrina se incluían creencias acerca de Dios, del mundo y del ser humano que
podían ser comparadas y contrapuestas a ciertas actitudes y afirmaciones paralelas de los filósofos.

1.2.1. LA CONCEPCIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA.

Algunas doctrinas aportadas por el cristianismo resultaban radicalmente nuevas, y, por tanto,
ajenas a cuanto habían afirmado los filósofos anteriores. Una de ellas, que distingue radicalmente al
cristianismo de todos los sistemas filosóficos griegos, es la referencia esencial de su doctrina a la
historia. El cristianismo pone a Dios en relación con la historia.

La filosofía griega había puesto a Dios en relación con el cosmos, con el universo, bien como
inteligencia ordenadora (Anaxágoras, Platón), bien como motor y fin (Aristóteles), bien como razón

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cósmica (estoicismo). Pero el cristianismo coloca a Dios en relación con la historia en un doble
sentido.

1. En primer lugar, en cuanto que Dios es providente y se ocupa directamente de los asuntos
humanos, de la marcha de la historia.

2. En segundo lugar, en cuanto que Dios no solo se ocupa de la historia humana, sino que ha
entrado en ella: Dios se ha hecho hombre en un lugar y en un momento precisos. Este hecho
histórico constituye el centro de la historia: toda ella, desde la creación del mundo hasta el
juicio final, adquiere significación y sentido a la luz de este hecho.

La noticia de que Dios se había hecho hombre y había muerto crucificado por los romanos nunca
fue ni podía ser asimilada por la filosofía griega, que la criticó insistentemente como absurda y
ridícula. Tal anuncio resultaba incompatible con la inmutabilidad divina, con su impasibilidad y
perfección (¿cómo puede ser Dios afectado de sufrimientos y dolores?), y con su dignidad (¿cómo
puede Dios encarnarse precisamente en un personaje insignificante y oscuro?). Además, suponía en
Dios una predilección inexplicable por una raza, por un lugar del mundo habitado y por un momento
de la historia humana (¿por qué judío precisamente y por qué en ese momento de la historia?).

1.2.2. CRISTIANISMO Y VERDAD

Según el mensaje cristiano, Dios había hablado a los hombres, primero, a través de ciertas
personas en el Antiguo Testamento, y después, Él mismo, directamente, encarnado en Cristo. Esta
circunstancia hace que el cristianismo presente una actitud ante la verdad bien diferente de la de la
filosofía de esta época:

1. En primer lugar, la filosofía griega se caracteriza por insistir en los límites del conocimiento
humano. La convicción de la imposibilidad del conocimiento absoluto de la verdad estaba muy
extendida entre los filósofos en tiempos del imperio romano. El cristianismo –al proclamar que poseía
la verdad, revelada por Dios mismo- venía a chocar con la actitud moderada de los filósofos al
respecto.

2. Junto a esta aceptación de los límites del conocimiento humano, la filosofía griega se caracteriza
por haberse acostumbrado a la pluralidad de escuelas filosóficas. En el imperio romano coexistían el
platonismo, el aristotelismo, el estoicismo y el epicureísmo. Entre los tres primeros tuvo lugar un
diálogo constante y un notable proceso de unificación.

Ahora bien, el diálogo entre distintas doctrinas solamente es posible cuando se aceptan dos
supuestos: que ninguna de ellas tiene la verdad, a secas, y que todas se encuentran en un plano de
igualdad por lo que a sus fundamentos y criterios de justificación se refiere.

El cristianismo niega esos dos supuestos. Al afirmarse de origen divino, la verdad cristiana se
presentaba como “la verdad”, sin más, y, por tanto, situaba su fundamento y sus criterios de
justificación en un plano superior al de las doctrinas filosóficas con que había de dialogar.

Esta actitud desagradaba a los filósofos, a quienes parecía primitiva e insultante, acostumbrados
como estaban a considerar que una teoría es para discutirla serenamente y no para defenderla
fanáticamente hasta morir martirizado por ella. El sostenimiento de esta actitud permitió que el
cristianismo no se desdibujase ni acabara fundiéndose con las escuelas filosóficas en un sistema sin
contornos precisos y propios.

1.2.3. LA IMAGEN CRISTIANA DE DIOS

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Aunque, estrictamente hablando, el cristianismo no sea una filosofía, el contenido de la fe cristiana
incluye doctrinas que podían ofrecerse como respuestas a los problemas tradicionales de la filosofía
(origen del mundo, naturaleza del primer principio de lo real, esencia y destino del ser humano,
fundamento de las normas político-morales, etc.). Ya desde las primeras páginas de sus libros
sagrados, desde el Génesis, se ofrece una narración del origen del mundo, una imagen de Dios y una
descripción de la naturaleza humana susceptibles de confrontación con las teorías filosóficas griegas.

Monoteísmo:

La filosofía griega no había afirmado nunca el monoteísmo en sentido estricto. Es cierto que se
había acercado de un modo notable a posturas monoteístas en Platón, en Aristóteles y, sobre todo, en el
neoplatonismo. Nunca, sin embargo, se había pronunciado de un modo definitivo y rotundo, y en el
conjunto de los sistemas filosóficos vigentes en el imperio romano (aristotelismo, platonismo,
estoicismo) quedaba siempre lugar para la pluralidad de los dioses del culto, por debajo del Dios
supremo, a cuya afirmación llegaban todas las escuelas.

Frente al monoteísmo vacilante o al politeísmo manifiesto de los filósofos, los cristianos


defendieron siempre y de forma radical la existencia de un único Dios. En las polémicas que
sostuvieron, las argumentaciones racionales a favor del monoteísmo resultaron siempre más vigorosas,
lo que permitió que la teología cristiana acabara imponiendo su superioridad en lo que a este punto se
refiere.

Creacionismo:

Según el cristianismo Dios creó el mundo de la nada. La idea de creación es también una idea
extraña a la filosofía griega. Desde Parménides, la imposibilidad de que surja algo de la nada absoluta
fue siempre considerada como un principio racional incuestionable.

La idea de creación acentúa el poder ilimitado de Dios y abre nuevos caminos a la filosofía; así, el
desarrollo del concepto de contingencia; es decir, la afirmación de que todos los seres excepto Dios
existen pero pueden no existir (son contingentes), indiferentes de suyo a la existencia o inexistencia.

Omnipotencia:

La idea de un Dios omnipotente está asociada al monoteísmo y al creacionismo. En efecto, solo


si Dios es único puede ser omnipotente (¿cómo podrían ser omnipotentes una pluralidad de dioses?) y
solo si es omnipotente puede ser creador.

La idea de omnipotencia está también vinculada a los milagros. En este punto, el cristianismo
chocaba fuertemente con la filosofía griega. Como ya vimos al tratar del concepto griego de
naturaleza, el orden del universo se caracteriza para los griegos por su necesidad: los
acontecimientos suceden como tienen que suceder y esto hace que el universo no sea un caos, sino un
cosmos.

La posibilidad de una intervención arbitraria y frecuente de Dios en el universo les parecía


un atentado contra el orden y la racionalidad. Los pensadores cristianos hubieron de poner suma
cautela en lo tocante a los milagros, procurando no caer en los excesos en que fácilmente caía la
mayoría inculta de los creyentes.

Paternidad divina:

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Dios –que se había hecho hombre para salvar a los hombres- es padre, de acuerdo con la doctrina
cristiana. La filosofía griega nunca había llegado a formular semejante afirmación. El único filósofo
que se acercó remotamente a esta idea fue Platón, quien en cierta ocasión califica al demiurgo como
“padre y hacedor de todo” (Timeo, 28c). Esta expresión platónica está, sin embargo, muy lejos de la
afirmación cristiana: no se aplica a la relación específica de Dios con el hombre sino a la relación del
demiurgo con el universo.

1.2.4. LA CONCEPCIÓN CRISTIANA DEL HOMBRE

1. La concepción cristiana del ser humano incluye tres elementos fundamentales: que el hombre
fue creado por Dios, que el alma es inmortal y que al final de los tiempos los cuerpos resucitarán.
Esta última afirmación resultaba especialmente extraña para los griegos.

2. La concepción cristiana del hombre trae también consigo una importante novedad en el terreno
de la moral. Como sabemos, la filosofía moral de los griegos es básicamente intelectualista y en
ella el mal es ignorancia. En el cristianismo el mal no es ignorancia, es pecado, resultado de dos
factores: la maldad humana, que inclina a la infracción, y a la libertad del individuo, que cede a tal
inclinación. Cobran así sentido pleno y dramático las ideas de culpa y arrepentimiento, de pecado y de
redención.

1.3. CRISTIANISMO Y PLATONISMO

El cristianismo entró en contacto con el pensamiento griego a partir del siglo II. Este contacto fue,
en principio, hostil. Es lógico que así fuera, dadas las profundas discrepancias que, como acabamos de
señalar, existían entre las creencias cristianas y las doctrinas filosóficas griegas. Inicialmente, pues, el
cristianismo se opuso radicalmente a la filosofía, y la filosofía, a su vez, atacó duramente al
cristianismo.

Posteriormente, sin embargo, se produjo un proceso de acercamiento entre ambos cuyo resultado
fue la asimilación de la filosofía griega por parte de los escritores cristianos, que tomaron de ella
buena parte de sus conceptos y argumentaciones.

El acercamiento a la filosofía permitió que el cristianismo se formulara en un cuerpo doctrinal de


conceptos básicamente platónicos. No podía ser de otro modo por dos razones: en primer lugar,
porque la corriente platónica –definitivamente propulsada por el neoplatonismo- era, como acabamos
de señalar, la más vigorosa y dominante; en segundo lugar, porque era la que ofrecía mayores
semejanzas con la doctrina cristiana.

1.3.1. DIOS Y EL UNIVERSO

Por lo que se refiere a la concepción de Dios y del mundo, el platonismo ofrecía múltiples
doctrinas fácilmente asimilables por el cristianismo, como las siguientes:

1. La afirmación de la existencia de otro mundo (el de las ideas) más allá del mundo físico (en el
desarrollo final del platonismo, las ideas se situaron en la mente divina, lo cual facilitó aún más
la adopción cristiana de esta teoría).

2. La doctrina de que este mundo ha sido hecho a imagen de las ideas: el mundo como vestigio
o huella de Dios será una expresión permanente en el cristianismo.

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3. La doctrina platónica de la participación (los seres sensibles reciben y tienen su ser por
participación de las ideas): los filósofos cristianos se sirvieron de este concepto de
participación para subrayar la contingencia de lo creado y su dependencia del Creador.

4. Los cristianos, por lo demás, creyeron encontrar la idea misma de creación prefigurada en la
figura del Demiurgo platónico.

5. A ello cabe añadir la afirmación platónica y neoplatónica de la trascendencia del primer


principio (el “Bien” en Platón, “lo Uno” en Plotino) situado “más allá” de la realidad: los
cristianos aprovecharon esta afirmación para subrayar su monoteísmo y la radical diversidad de
Dios respecto a los seres creados.

1.3.2. EL SER HUMANO

También la concepción del ser humano propuesta por el platonismo resultaba afín a las
doctrinas cristianas:

1. En primer lugar, Platón había defendido la inmortalidad del alma con diversos argumentos
que fueron asumidos plenamente por los filósofos cristianos.

Existía, eso sí, un punto de discrepancia. Para Platón, como para los otros filósofos griegos,
todo lo que es inmortal (es decir, lo que no tiene fin) es también inengendrado (es decir, no tiene
comienzo). Por tanto, las almas existen desde siempre y para siempre, sufriendo sucesivas
reencarnaciones. En cuanto al origen del alma, la filosofía cristiana de los primeros siglos se mostró a
menudo vacilante, si bien acabó imponiéndose la afirmación de que las almas son creadas
directamente por Dios.

2. Platón había insistido, además, en que el verdadero lugar y destino del alma no se
encuentra en este mundo, sino en el de las ideas, al cual pertenece por naturaleza y al que se halla
naturalmente atraída: de acuerdo con las ideas expuestas en el Fedón, la vida no es sino un periodo de
purificación y preparación para una existencia posterior a la muerte. Esta concepción del alma era
perfectamente compatible con el pensamiento cristiano.

3. Igualmente coincidente con el cristianismo resultaba la doctrina –expuesta por Platón


mediante mitos- de que las almas son juzgadas tras la muerte y reciben el premio o el castigo
correspondientes.

La interpretación filosófica del alma por parte del pensamiento cristiano es, pues,
fundamentalmente platónica. Existe, sin embargo, un aspecto de la concepción platónica del ser
humano que no parece fácilmente admisible por el cristianismo: la relación del alma con el cuerpo.

La incompatibilidad con el platonismo procede de dos elementos específicos de la doctrina


cristiana: en primer lugar, es el hombre entero y no solamente el alma lo que fue hecho a imagen de
Dios; en segundo lugar, la doctrina de la resurrección de los cuerpos no permite afirmar que el estado
natural y definitivo del alma sea el de una existencia descarnada. (Recuerda que para Platón, la unión
del alma con el cuerpo es un estado no solamente accidental, sino incluso antinatural para aquella).

Algunos pensadores cristianos parecen olvidar a veces estas dos peculiaridades de la doctrina
cristiana y las expresiones que utilizan dan la impresión de ser más platónicas que cristianas.

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