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Título: A propósito del caso "Fontevecchia", ¿un mal día para el Sistema Interamericano de Derechos
Humanos?
Autor: Donzelli, Belén E.
Publicado en: LA LEY2017-C, - Sup. Adm.2017 (mayo), 8
Cita Online: AR/DOC/1117/2017

Sumario: I. Los hechos. — II. Sentencia del 14 de febrero de 2017. El voto de la mayoría. — III. El voto
del Dr. Horacio Rosatti. — IV. Disidencia del Dr. Juan Carlos Maqueda. — V. Algunos comentarios. —
VI. Conclusiones.
I. Los hechos
El 25 de septiembre de 2001, la Corte Suprema de Justicia de la Nación falla confirmando una sentencia de
la Sala H de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y hace lugar a la demanda de daños y perjuicios
incoada por el expresidente Carlos Saúl Menem contra los periodistas Jorge Fontevecchia y Héctor D'Amico y
contra la Editorial Perfil S.A. (Fallos 324: 2895). Los periodistas habían publicado una investigación acerca de
un supuesto hijo no reconocido y por tratarse de su intimidad el expresidente inicio la demanda civil, resultando
vencedor de la contienda.
El 29 de noviembre de 2011, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante, la Corte IDH)
condenó al Estado Argentino por violación -entre otros- al artículo 13 Convención Americana de Derechos
Humanos (en adelante: CADH, el Pacto), sobre "el derecho a la libertad de expresión". Luego de analizar la
situación llevada ante el estrado interamericano por los periodistas, el Tribunal entendió que la condena civil
constituyó una forma de violentar el derecho a la libertad de expresión. En lo que aquí importa, entre otras
reparaciones ordenó "dejar sin efecto la condena civil y sus consecuencias".
II. Sentencia del 14 de febrero de 2017. El voto de la mayoría
El 14 de febrero de 2017 la Corte Suprema dictó una sentencia de suma importancia en el caso bajo
comentario. Allí, la mayoría quedó conformada con los votos de los ministros Lorenzetti, Highton y
Rosenkrantz, y se resolvió no cumplir con la obligación impuesta por la Corte IDH al Estado argentino en un
caso contencioso en el que fue parte. Asimismo, el ministro Rosatti concluyó en igual sentido que la mayoría
aunque, por sus propios fundamentos y, finalmente, el Dr. Maqueda votó en disidencia. A su entender se debía
cumplir con la sentencia de la Corte IDH, de conformidad con las reglas del derecho internacional público y los
precedentes de la propia CSJN.
En el desarrollo, del voto de la mayoría, la Corte Suprema de Justicia de la Nación advirtió que "las
sentencias son en principio obligatorias" (el destacado es propio), dicha obligatoriedad alcanza únicamente a las
sentencias dictadas por la Corte IDH dentro de sus potestades remediales (consid. 6°) (1).
Bajo este prisma el argumento mayoritario giró en torno a resolver la siguiente pregunta: ¿puede la Corte
IDH dejar sin efecto una sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación pasada en autoridad de cosa
juzgada? (consid. 7°) La respuesta fue negativa, por las siguiente razones:
- El Sistema Interamericano de Derechos Humanos es subsidiario, no se constituye como una cuarta
instancia (consid. 8°).
- Este rol subsidiario también ha sido abrazado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos a partir de la
"doctrina del margen de apreciación nacional" (consid. 10).
- Dejar sin efecto y/o revocar una sentencia sería como convertir a la Corte IDH en una cuarta instancia. Se
presenta la paradoja de otorgar un rol de instancia revisora a un proceso que no reconoce continuidad con el de
la Corte nacional y que, incluso tiene distintos elementos fundamentales (partes/prueba) (consid. 11°).
- Dejar sin efecto una sentencia no es un mecanismo de reparación de los previstos en el art. 63 del Pacto
San José de Costa Rica (consid. 12°).
- Haciendo una exégesis histórica, agrega que los trabajos preparatorios de la Convención Americana de

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Derechos Humanos ni siquiera discuten el punto (consid. 14°).


- Aun cuando la Corte IDH, ha abrazado el criterio de la "restitutio ad integrum", también ha reconocido que
en determinados casos puede no ser posible dicha reparación (consid. 15°).
- El artículo 27 de la Constitución Nacional nos habla de que "los tratados deben estar conforme a los
principios de derecho público establecidos en la propia Constitución Nacional". Se trata de una esfera de reserva
soberana delimitada por los principios de derecho público a los que los tratados deben conformarse (consid.
16°).
- Un principio de derecho público lo constituye que la Corte Suprema de Justicia de la Nación es el órgano
supremo y cabeza del Poder Judicial. Por lo que revocar una sentencia de la Corte federal es privarla de ese
puesto y violar los arts. 27 y 108 de la Constitución Nacional (consid. 17°).
- Lo anterior es lo que se ha denominado "la fórmula argentina" que implica que un tratado no puede alterar
la supremacía de la Constitución Nacional (consid. 18°).
- A la par de ello, el art. 75 inc. 22 dispone que "los tratados internacionales no derogan artículo alguno de la
primera parte de la Constitución Nacional", es decir que la fórmula argentina sigue plenamente vigente (consid.
19°).
A partir de estas formulaciones la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por mayoría resuelve que no es
posible dar cumplimiento a la manda de la Corte IDH.
III. El voto del Dr. Horacio Rosatti
A partir de los arts. 27 y 75 inc. 22 de la Carta Magna "no es posible hacer prevalecer automáticamente, sin
escrutinio alguno, el derecho internacional —normas o jurisprudencia- sobre el ordenamiento constitucional".
Es que, el carácter inalterable de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación como cabeza del Poder
Judicial es un principio de derecho público y no es posible dejarlos sin efecto (consid. 5°).
A su vez, la orden de la Corte IDH, debe ser interpretada en forma armónica con el ejercicio de la máxima
potestad jurisdiccional (consid. 7°). En un contexto de "diálogo jurisprudencial" no es posible concretar la
revocación formal del decisorio nacional pasado en autoridad de cosa juzgada (consid. 8°).
IV. Disidencia del Dr. Juan Carlos Maqueda
Luego de la reforma constitucional de 1994, las sentencias de la Corte IDH son de obligatorio cumplimiento
para los poderes constituidos. La Corte Suprema de Justicia de la Nación debe cumplir y ejecutar el
pronunciamiento tal como hizo en otros casos, como "Cantos", "Espósito", "Rene Derecho", "Carranza
Latrubesse" y, "Mohamed" (consid. 3°).
Además, un principio básico de la responsabilidad internacional es "pacta sunt servanda" (consid. 4°), que
implica literalmente que los pactos deben ser cumplidos de buena fe.
En esta línea, concluye que corresponde dejar sin efecto la sentencia de la Corte Nacional y de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil, sus consecuencias y sus alcances.
V. Algunos comentarios
Mientras que el ministro Maqueda mantuvo la postura que, desde hace algún tiempo, conformaba la mayoría
-con o sin reticencias-, la nueva integración de la Corte Suprema realizó un nuevo análisis de la cuestión.
Con argumentos referidos al "margen de apreciación", "el rol de la Corte Suprema de Justicia de la Nación",
"la fórmula argentina", se ha decidido incumplir la orden de la Corte IDH. Veamos un poco más de cada uno de
estos argumentos.
a) La doctrina del margen de apreciación, encuentra asidero en el Sistema Europeo de Derechos Humanos.
Su amplia difusión no quita las controversias que se han generado al respecto. En efecto "Un aparente obstáculo
para admitir una revisión jurisdiccional plena, externa e internacional, de las decisiones de los Estados que han
suscrito el Convenio Europeo de Derechos Humanos (desde ahora, CEDH o el Convenio) radicaría en un cierto

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entendimiento de la soberanía que podemos llamar absoluto; un rasgo formal que prácticamente nunca se ha
plasmado en la realidad ni en la teoría y que, en la actualidad, no puede mantenerse jurídicamente dado los
principios prescritos en la Carta de Naciones Unidas. La idea de soberanía «nacional» (en el sentido de
«estatal») en todo caso subyace bajo el denominado «margen de apreciación nacional». Y, según se pretende por
algunos Gobiernos demandados ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), esa comprensión
absoluta de la misma permitiría eludir el control europeo en ciertos casos" (2).
Parecería que la doctrina ha surgido a la merced de un proceso de integración europeo en el que fue
necesario limitar justamente, las atribuciones conferidas a los estados. Lo cierto es que, es pos de no violentar la
propia soberanía de estos estados y tomando en consideración que los países que integran el Sistema Europeo de
Derechos Humanos poseen muy diferentes culturas, costumbres y tradiciones fue necesario que el Tribunal
Europeo marcase sendas amplias por las que deberían andar los tribunales internos. En efecto, "la idea básica es
pues que los Estados partes tienen un cierto margen de discrecionalidad en la aplicación y el cumplimiento de
las obligaciones impuestas por el Convenio Europeo y en la ponderación de intereses complejos. No obstante, si
en el uso de esa discrecionalidad que el margen permite, el Estado se sobrepasa y se produce un exceso, un ultra
vires, aunque parezca en sí mismo legítimo, la lógica del respeto al principio de proporcionalidad aboca a una
supervisión europea" (3).
El margen de apreciación lejos de conformar una doctrina sobre la cual se sustentarían incumplimientos a
los mandatos del Tribunal, intenta ser la puerta de ingreso o la invitación al cumplimiento de las referidas
decisiones. La mayoría de la doctrina europea sostiene que el "margen de apreciación" juega un papel esencial e
inevitable aunque ello no significa que se configure como una "cheque en blanco" para que los Estados hagan lo
que quieran con los derechos de sus justiciables (4).
No parece, desde este atalaya, que la aplicación de la Corte Suprema, o su pura mención respete el propio
sentido que ha tenido desde su creación. De hecho, justamente la aparición de la doctrina en el ámbito de la
integración europea tiene como cometido principal, el de dejar bajo responsabilidad de los tribunales nacional el
detalle sobre el modo de reparación o cumplimiento de una decisión de los tribunales de Estrasburgo y
Luxenburgo. Ello, bajo el entendimiento de que por la cercanía con los justiciables, los tribunales locales se
encuentran en una mejor posición a la hora de determinar la respuesta adecuada.
En esta línea, el argumento referido al margen de apreciación nacional, pierde peso como sustento de la
decisión adoptada; máxime si se observa que lejos de darse una respuesta a los periodistas o de viabilizar una
reparación mediante otros canales, la Corte federal, básicamente incumplió la sentencia de la Corte
Interamerciana.
b) En lo atinente al rol de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, lo cierto es que no está en discusión su
posición como cabeza del Poder Judicial de la Nación. El hecho de que el tribunal interamericano mande a dejar
sin efecto una sentencia emanada de dicha Corte no implica per se, el sometimiento de una a la otra. La
incorporación de los tratados internacionales en materia de derechos humanos, aunado a la creación de
jurisdicciones supranacionales no pone en jaque la primacía de la Corte Suprema de Justicia de la Nación como
cabeza de un poder del Estado, sino que invita a la apertura de un diálogo interjurisdiccional con un objetivo
mayor y más complejo como es el de proteger los derechos humanos que pudieran verse conculcados.
El clásico paradigma sostenido durante los siglos XVIII y XIX, enseña que las Constituciones nacionales de
los Estados conformarían las normas supremas que darían sustento a todo el ordenamiento interno de un país. La
época actual, a diferencia de lo acontecido en dicha época, no define a un único intérprete. Esta situación
encuentra como primer elemento, la tendencia —aparecida a comienzos del siglo XX- de apertura hacia el orden
internacional, en diversos sentidos y por diversos motivos.
Hasta entonces, las fronteras de un país delimitaban el marco de actuación de los poderes constituidos. La
satisfacción de los derechos y de las necesidades encontraría su motivación a partir de la clásica pirámide
kelseniana en la que la Constitución y, luego, las leyes que en su órbita se dictasen serían las encargadas de regir
las relaciones de poder.

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Como adelanté, el siglo XX, la globalización, la internacionalización y la fluente comunicación (debido al


desarrollo de nuevas tecnologías) trajo aparejado el ingreso de un nuevo actor dentro de las pujas de poder. Así
es que aparece el orden internacional a partir, no sólo de Organismos regionales especializados, sino también de
las ideas de integración económica. Muchos de los países -como resulta ser el caso argentino- llegaron, incluso,
a modificar sus propias Constituciones con el decidido fin aperturístico (5).
Desde entonces (cuestión que se mantiene en la actualidad), mucho se ha discutido sobre la nueva idea de
soberanía (6), sobre el concepto de autonomía (7) de los estados, y sobre el dialogo de fuentes. En efecto,
parafraseando a SASSEN (8) -con criterio que comparto- al examinar el auge de los códigos jurídicos
transaccionales privados, las instituciones supranacionales y los convenios sobre los derechos humanos
universales, la soberanía sigue siendo una característica importante del sistema internacional, pero ya no se
restringe al estado nacional, todo lo cual incide en el panorama de gobernabilidad.
Es que los estados como tales no configuraban únicamente relaciones unidireccionales hacia sus ciudadanos
sino también requerían de acuerdos con otros estados. De su lado, la globalización y la tendencia hacia la
regionalización dio el puntapié hacia la constitución y el nacimiento de acuerdos entre estados para la creación
de organismos internacionales especializados con competencia en temas específicos. Desde esta perspectiva
"[e]s innegable que los escenarios diseñados en las últimas dos décadas por la globalización plantean desafíos
importantes a la eficacia reguladora del Estado" (9).
La incorporación del sujeto internacional impactó en forma directa en las Constituciones modernas. En este
punto advierto que el principio de apertura constitucional implicó la inclusión del Estado en el ordenamiento
internacional aceptando las condiciones fácticas y jurídicas de interdependencia internacional. En efecto,
categorías clásicas como soberanía, poder constituyente o bien supremacía constitucional son el producto de
realidades particulares vinculadas al propio Estado-Nación.
A partir de estas premisas, la manda interamericana tendiente a dejar sin efecto la sentencia de la Corte
Suprema Nacional, no tuvo -en mi humilde opinión- por fin el de colocarse por sobre el tribunal cimero federal.
La coexistencia de distintos niveles de protección de los derechos implica el reconocimiento de un diálogo entre
los tribunales destinado a lograr una protección mayor al universo de personas que pueden ver afectados sus
derechos.
Desde este atalaya, si bien se plantea un nuevo rol de la Corte nacional, ello no significa desvalorizarla en
desmedro de su par interamericana. Por el contrario, este nuevo rol conlleva el de relaciones de coordinación y
cooperación entre unas y otras.
De tal modo, entiendo que no parecería adecuado sustentar el incumplimiento de la sentencia de la Corte
Interamericana en la supuesta supremacía de la Corte nacional como interprete último de la Constitución. Antes
bien, resultaría al menos más aceptable buscar alternativas que no significando "revocar" una decisión pasada en
autoridad de cosa juzgada, importe para el justiciable una reparación.
Asimismo y como última reflexión, me pregunto si realmente la posición de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación manifiesta un escenario propenso al "diálogo" tal como refiere el voto del Dr. Horacio Rosatti.
c) Finalmente, en cuanto al argumento de "la fórmula argentina" basado, según expresa la mayoría en los
considerando 18 y 19 del fallo bajo comentario, en que los tratados internacionales no pueden alterar la
supremacía constitucional varias son las aristas a tomar en consideración.
En primer lugar, el argumento de la mayoría parte de la interpretación literal realizada del artículo 75 inciso
22 de la Carta Magna mediante el que —tras la reforma parcial de 1994- se incorporaron en forma explícita
ciertos instrumentos internacionales que adquirieron, en dicho momento, jerarquía constitucional. El artículo,
receptó estos instrumentos "en las condiciones de su vigencia", les otorgó "jerarquía constitucional" y advirtió
que "no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y [que] deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos".
La fórmula, conllevó largas discusiones doctrinarias en cuanto al carácter e influencia que tomarían las

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declaraciones, tratados y convenciones allí mencionadas. Hoy, dicha discusión se encuentra zanjada —o al
menos, eso parecía-; la arte mayoritaria de la doctrina ha aceptado hablar de un "bloque de constitucionalidad"
(10).
Bajo este modelo, el texto tanto constitucional como dichos instrumentos conforman un bloque -valga la
redundancia- en el que ambos poseen idéntica valoración, es que la interpretación debe hacerse en forma
complementaria otorgándole igual sentido y alcance a las obligaciones que emergen del texto de la carta magna
como aquellas derivadas del ordenamiento internacional (11).
Llegar a este punto, significó reconocer la importancia de posicionarse en el orden internacional, al menos
en la materia de los derechos humanos. Es que, tras las dos grandes guerras mundiales y, principalmente,
después de la segunda guerra mundial, los Estados del mundo -aún sin un acuerdo explícito- coincidieron en la
necesidad de reconocer los derechos humanos fundamentales y garantizarlos, así como tender a hacerlos
efectivos.
El primer paso en este último sentido quedó configurado en la necesidad de confeccionar instrumentos que
pongan en palabras el contenido y el alcance de los derechos humanos. De ahí que, la primera mitad del siglo
XX, se caracterizó por la adopción de estos instrumentos, bajo distintas modalidades.
El segundo paso, pudo identificarse en la creación de organismos internacionales encargados de velar por el
cumplimiento de los instrumentos internacionales por parte de los estados que adhirieron a éstos.
Aquí es donde radica el meollo de la cuestión, "tanto en materia de derechos humanos como de intereses
económicos es la comunidad internacional la que plantea los compromisos a cumplir por parte de los Estados,
mientras en el primer caso (derechos humanos) tales compromisos carecen de coacción legal efectiva (lo que
motiva incumplimientos frecuentes tanto por parte de Estados desarrollados política económicamente cuanto por
los Estados subdesarrollados en ambos sentidos), en el segundo (intereses económicos) tales compromisos están
sujetos a una sanción efectiva, consistente en el aislamiento del Estado incumplidor y la correlativa
imposibilidad de acceder a los beneficios de la globalización (acceso al crédito, integración al comercio
mundial, etcétera)" (12).
En línea con lo anterior, me permito —humildemente— discurrir con la posición del Dr. Rosatti, es que si
bien concuerdo en que el incumplimiento de los puntos expresamente pactados en orden a las relaciones
económicas internacionales entre Estados, prevé consecuencias contundentes y precalificadas; lo cierto es que
el incumplimiento de las obligaciones en materia de derechos humanos posee sanciones igual de explícitas.
Sucede que por la implicancia de los intereses económicos en las relaciones entre Estados se hace necesario
pactar en forma concreta las obligaciones y las consecuencias positivas o negativas que de éstas pueden
derivarse. Por ello es que existen organismos especializados en concertar este tipo de relaciones.
En materia de derechos humanos, la cuestión sigue otros cauces. En primer término y referido
concretamente al caso regional latinoamericano en el que se inserta nuestro país, la cuestión de los derechos
humanos queda, en definitiva, encuadrada según los términos y alcances que definió, por un lado, la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (en su función consultiva y contenciosa) y la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Estos son los dos órganos surgidos de la propia Convención Americana de Derechos
Humanos encargados de velar por la satisfacción de los derechos allí reconocidos. A lo largo de los años y desde
la primera época de su funcionamiento ambos se han encargado de consolidar lo que, en la jerga, se conoce
como la "Doctrina de la Cuarta Instancia", y que consiste, en prieta síntesis, en el reconocimiento por parte de
estos órganos interamericanos de que no constituyen una cuarta instancia a la provista por los Estados
integrantes del sistema. De esta forma queda salvaguardada, al menos en la formulación expresa, la visión
clásica de la soberanía interna. Es que en principio, podría sostenerse que en materia de derechos humanos rige
el principio de improrrogabilidad de la jurisdicción interna (art. 116 y 117 de la Constitución Nacional)
Aun en este escenario, tengo para mí —a diferencia de lo sostenido por el Dr. Rosatti— que existe un orden
de consecuencias que trasvasan la ausencia de expresa formulación. Es que los Estados, al decidir formar parte
del orden internacional en la materia y aún más cuando han otorgado a ciertos instrumentos igual jerarquía que
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la de sus constituciones, toman una decisión política cuyo incumplimiento acarrea sanciones de tipo político
que no requieren para su existencia el estar expresadas en ninguna parte.
En materia de derechos humanos, la pregunta principal, ante la apertura internacional, es: ¿qué tribunal
posee el derecho a la última palabra? Pregunta que no posee una única respuesta pues dependerá, en definitiva,
del caso que se esté ventilando y de que exista o no, un llamado de intervención de los organismos
internaciones.
A la luz de las consideraciones que preceden, entiendo que el argumento pone en jaque la interpretación
mayoritariamente aceptada acerca de la jerarquía de los instrumentos incorporados al art. 75 inciso 22 de la
Constitución Nacional. El fallo de la nueva integración del órgano supremo del Poder Judicial nacional, advierte
una variante. Es de esperarse, el surgimiento de nuevos interrogantes consecuentes a las dudas y márgenes de
interpretación que el argumento mayoritario sostiene.
VI. Conclusiones
A las claras se hace necesario enfatizar que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, al decidir como
lo hizo, no revocó sentencia alguna de su par nacional. Es que, el proceso ante la instancia interamericana no
tiene como fin decidir la validez de una decisión nacional sino señalar si el Estado argentino con su accionar ha
vulnerado derechos humanos contenidos en el Pacto San José de Costa Rica.
Sucede que, en este caso que analizamos, fueron los procesos judiciales y las sentencias allí recaídas las que
configuraron las violaciones a los derechos de la Convención, es por eso que al verificar el incumplimiento, la
Corte Interamericana decidió de la forma que observamos.
Lo cierto es que la decisión de nuestro Tribunal federal proyecta otras consecuencias o al menos siembra
ciertas dudas que hasta el momento parecían zanjadas, entre ellas: ¿existen otros "principios de derecho público"
que puedan servir como sustento de otra decisión de igual tenor por parte del Tribunal nacional?, ¿de qué
depende el cumplimiento de las sentencias de la Corte IDH? ¿depende de estándares objetivos y determinables?,
¿existe una nueva interpretación del artículo 75 inc. 22 de la Constitución Nacional?, ¿qué valor intrínseco le
damos a las restantes decisiones de la Corte Interamericana? ¿significa que la Suprema nacional podrá cumplir
siempre que la sentencia que corresponda "revocar" sea de una instancia inferior?.
Finalmente, considero que el panorama que se abre desde esta decisión resulta poco alentador. Se configura
un retroceso de todo el proceso de apertura hacia los derechos humanos en donde quien se ve perjudicado -
principalmente- es la víctima. A la par, es un panorama complejo en cuanto a nuestra posición como país
respecto del cumplimiento de buena fe de las obligaciones asumidas internacionalmente.
(1) Los profesores Víctor ABRAMOVICH y Alberto BOVINO, han reflexionado acerca de la pertinencia
del fallo bajo análisis. Centraron sus críticas en la errónea facultad que la Corte Nacional se arrogó al ser juez de
la competencia de su par interamericana. Recomiendo, en este sentido, la lectura de: "Caso Fontevecchia: la
incompetencia de un Tribunal", por Alberto Bovino, disponible en:
http://nohuboderecho.blogspot.com.ar/2017/02/caso-fontevecchia-la-incompetencia-de.htmlY de "La autoridad
de las sentencias de la Corte Interamericana y los principios de derecho público argentino", por Víctor
Abramovich, disponible en: http://cjdh.unla.edu.ar/noticia/126/comentarios-sobre-el-caso-fontevecchia
(2) GARCÍA ROCA, Javier; "La muy discrecional doctrina del margen de apreciación nacional según el
tribunal europeo de derechos humanos: soberanía e integración", La Europa de los derechos: el Convenio
Europeo de Derechos Humanos, J. García Roca y P. Santolaya -coordinadores-, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 2005.
(3) GARCIA ROCA, Javier, op.cit.
(4) MAHORNEY, Paul: "Marvellous richness diversity or individual cultural relativism" en Human Rights
Law Journal vol. 19 núm. 1, 30 de abril de 1998, p. 6, monográfico "The doctrine of the margin of appreciation
doctrine under the European Convention on Human Rights: its legitimacy in theory and application in practice".
Allí mismo: Jeroen SCHOEKKENBROEK: "The basis, nature and application of the margin of appreciation
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doctrine in the case law of the European Court of Human Rights", pp. 30-36.
(5) No es posible perder de vista el impacto en el reconocimiento de derechos. Nótese que "si en sus
orígenes la concepción moderna de la ciudadanía se refería al reconocimiento de derechos individuales frente al
estado absolutista, el reconocimiento contemporáneo de un plexo creciente de derechos exigibles
transterritorialmente plantea la hipótesis de una 'ciudadanía cosmopolita'". VILAS, Carlos (2005), ¿Estado
Víctima o Estado Promotor? El Debate sobre Soberanía y Autonomía en el Capitalismo Globalizado, "Estado y
Política en la Argentina Actual", Buenos Aires, Universidad Nacional de General Sarmiento/Prometeo.
(6) Considero de interés definir el concepto. Se trata de un "atributo del estado en cuanto unidad suprema de
decisión respecto de la población de un territorio. Es cualidad del poder del estado, en el sentido que no existen,
dentro de esa territorialidad, mandatos de superior jerarquía". VILAS, Carlos (2005), ¿Estado Víctima o Estado
Promotor? El Debate sobre Soberanía y Autonomía en el Capitalismo Globalizado, "Estado y Política en la
Argentina Actual", Buenos Aires, Universidad Nacional de General Sarmiento/Prometeo.
(7) Siguiendo a VILAS es "la capacidad de los estados para definir objetivos y fijar metas, seleccionar y
emplear instrumentos de política, movilizar recursos y mantener bajo control las restricciones bajo las cuales
operan las políticas públicas, incluyendo el comportamiento de otros actores. La autonomía no es absoluta; es
más bien una resultante del tipo de relaciones que se generan con los actores sociales y económicos, y de los
escenarios regionales e internacionales en que esas relaciones se desenvuelven". VILAS, Carlos (2005), ¿Estado
Víctima o Estado Promotor? El Debate sobre Soberanía y Autonomía en el Capitalismo Globalizado, "Estado y
Política en la Argentina Actual", Buenos Aires, Universidad Nacional de General Sarmiento/Prometeo.
(8) SASSEN, Sakia (2001), ¿Perdiendo el control? La soberanía en la era de la globalización. Barcelona:
Ediciones Bellaterra.
(9) VILAS, Carlos -2004-, "Pensar el Estado", UNLA.
(10) BIDART CAMPOS, Germán (1997). Manual de Constitución Reformada. Bs. As., Ediar.
(11) Víctor ABRAMOVICH, señala en comentario a este fallo de la Corte Suprema que: "Pero esta regla
hasta ahora ha sostenido la tesis de la unidad en un solo bloque de los tratados y el resto de la Constitución, y no
ha sido leída como expresión de que los tratados deben subordinarse o ajustarse a los límites que imponen los
principios de derecho público que expresa el contenido original de la Constitución. Dicho más claro, no se ha
interpretado la regla para degradarlos a un segundo rango constitucional". Fragmento de la opinión titulada "La
autoridad de las sentencias de la Corte Interamericana y los principios de derecho público argentino", disponible
en: http://cjdh.unla.edu.ar/noticia/126/comentarios-sobre-el-caso-Fontevecchia
(12) ROSATTI, Horacio (2005). "Prórroga de Jurisdicción y Soberanía nacional". Revista Latinoamericana
de Derecho, 293-305.

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