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Clase 1: La Dimensión Ética de la Vida

“Faltan hombres y mujeres que sean nobles, veraces, ordenados, generosos... aunque todos sigan
despreciando la hipocresía, la mentira, el desorden, el egoísmo” (Alejandro Llano y Carlos Llano)

“…porque veo al final de mi rudo camino


que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas…”
(Amado Nervo)

Bienvenidos a esta nueva temporada del curso de Ética y Responsabilidad Social. Éste es un tema
que algunos podrían pensar que está muy alejado de los problemas que afligen a la gente y que nos
interpelan diariamente. No es nuestra manera de pensar. La ética se cuela en nuestra vida sin que
lo podamos evitar. Todos nuestros actos a nivel personal y como sociedad, tienen una dimensión
ética. Por ejemplo, quienes piensan que la discusión sobre la Reforma Tributaria es puramente
técnica, basta con que vean los argumentos que se esgrimen, para percatarse que más parece una
discusión tomada de un libro de Ética: Si se avanza o no en equidad (y con ello en la justicia), si se
afecta o no el empleo (y con ello el bienestar de las personas), si se logra disminuir la evasión (y con
ello el engaño).

Vamos a comenzar este curso refiriéndonos a algunos temas y principios fundamentales de la ética.

¿Qué somos? ¿Qué significa ser hombre o mujer?


Son preguntas que resultan ineludibles para entender nuestra existencia y orientar nuestra vida. La
Antropología nos ofrece algunas respuestas desde las perspectivas de las Ciencias, la Filosofía y la
Teología. Todas ellas buscan esclarecer lo esencial del hombre recurriendo respectivamente al
conocimiento científico (basado en la razón), a la metafísica (que busca adentrarse en la esencia
yendo más allá de lo empírico) y la Revelación Cristiana en la Biblia (que llama a la fe).

No es sorprendente, entonces que las respuestas a la pregunta por lo esencial del ser humano sean
muy diferentes entres si y vayan desde considerar al hombre una mera máquina y al mundo
espaciotemporal un mero engranaje, hasta postular que el hombre ha sido creado a imagen de Dios
y que tiene una vocación trascendente que es estar junto a su creador.

Las miradas del ser humano son ciertamente distintas, pero no debiesen presentar contradicción
porque la realidad del ser es una sola.

Pontificia Universidad Católica de Chile © Nicolás Majluf & Fernando


Chomalí 1
¿Qué debemos hacer frente a cada circunstancia?
Es una pregunta que no podemos dejar de hacernos y que nos va a interpelar todos los días, porque
como seres humanos que compartimos este planeta, vivimos en permanente interacción y, por
consiguiente, resulta inevitable que nuestras acciones impacten el bienestar de otros como
nosotros, que tienen los mismos derechos al goce y a los beneficios de la naturaleza que nos fue
entregada.

No es una pregunta fácil, porque su respuesta depende de lo que previamente hayamos respondido
a las cuestiones anteriores sobre quiénes somos y qué es lo que queremos ser. Nuestras acciones
tienen que estar inspiradas en lo que pretendemos ser, porque nuestros actos nos van delineando
como personas. Lo esencial de nuestro ser queda marcado por la forma en que actuamos. En último
término, cada uno de nosotros es el resultado de lo que hagamos en la vida, como lo dice
hermosamente Amado Nervo en su poema “En Paz”:

“…porque veo al final de mi rudo camino


que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.”

Cuando una persona realiza acciones de caridad y está motivada por el bien de los demás, como la
religiosa Teresa de Calcuta, decimos esta persona es santa, es decir su “hacer actos buenos”, la
convierte “en una persona buena”. Si una persona miente, decimos que es mentirosa, si una
persona roba decimos que es ladrona. Todo nuestro ser queda impregnado por nuestro actuar. De
allí la importancia de nuestros actos. Lo decía Séneca: “La naturaleza no da la virtud: es el arte de
hacerse bueno”.

Podemos ver de estos ejemplos que junto a la dimensión individual de nuestros actos (por el
impacto que éstos tienen sobre nosotros mismos), hay una dimensión social (por el impacto sobre
los demás). Todo acto humano tiene esta doble dimensión individual y social que nos corresponde
asumir, lo que acarrea una gran responsabilidad que nos exige responder por nuestros actos.

Pontificia Universidad Católica de Chile © Nicolás Majluf & Fernando


Chomalí 2
¿Cómo abordamos el estudio de la bondad o maldad de los actos humanos? Acerca de la ética y la
felicidad

La ética se preocupa justamente, ya sea a la luz de la razón, ámbito propio de la filosofía, o a la luz
de la fe, ámbito propio de la teología, a estudiar los actos humanos en su bondad o maldad, y a
hacer un juicio respecto de ellos. Existe en toda sociedad algunos principios o normas que deben
ser respetadas, porque son la base de una sana convivencia y permiten proteger algunos bienes
indispensables de la vida del ser humano, sin los cuales no se podría vivir. Es por ello que la sociedad
toda, a través de los poderes del Estado, castiga severamente el asesinato, el robo, la violación, la
traición a la patria y muchas otras conductas consideradas inadecuadas, pues se percibe en estos
casos con claridad que hay un daño muy grande a las personas, y quienes sean responsables deben
responder por sus actos.

La otra manera de juzgar en cada circunstancia lo que se debe hacer es preguntándose por el
impacto que esta acción tiene sobre nosotros: si nos hace crecer o nos disminuye como personas,
si nos edifica o nos destruye. Y del mismo modo, corresponde preguntarnos sobre cómo afectamos
a los demás, si les da alas para crecer y desarrollarse o los restringe y limita en su perfeccionamiento.
En esta tarea, contar con algunas guías de discernimiento es de gran ayuda (Ver Recuadro “Nueve
Principios Éticos Fundamentales”).

Todos los seres humanos queremos ser felices, y si bien es muy difícil definir lo que significa ser feliz,
al menos podemos afirmar que se es feliz cuando el hombre adquiere la mayor plenitud de su ser
en la vida. Y parte fundamental del desarrollo de nuestro ser está vinculado a nuestras acciones, por
lo que debemos privilegiar hacer lo que nos hace mejores.

Nueve Principios Éticos Fundamentales

Resulta valioso contar con algunas guías de discernimiento como las que proveen Alejandro Llano y
Carlos Llano, en la publicación “Paradojas de la Ética Empresarial”, Revista Empresa y Humanismo,
Vol. I, Nº 1/99, pp. 69-89, pues como ellos mismos afirman: “Uno de los deberes más importantes
que afronta la empresa actual es el poner a flor de piel el sentido de la moralidad de sus actos, al
menos con tanta sensibilidad como tiene en su epidermis para captar el beneficio económico que
le aportará cada operación… La excelencia de una corporación exige, como su requisito más
elemental y básico, que sea moralmente intachable.”

Pontificia Universidad Católica de Chile © Nicolás Majluf & Fernando


Chomalí 3
1. El bien debe seguirse y evitarse el mal. Nadie debe actuar con la conciencia de que su acto es
malo y debe inicialmente considerar como un deber el ejercicio de una acción que en conciencia
considere buena, siempre que no le impida el cumplimiento de otra acción que en conciencia
considere mejor que aquélla. Una de las primeras obligaciones morales, tanto de los individuos
como de las corporaciones, es mantener la conciencia expresa de la moralidad de todas sus
acciones, igual que se aconseja en términos mercantiles tener conciencia expresa del beneficio
o la pérdida que cada actuación comporta para la compañía.

2. No deben emplearse medios moralmente malos, aunque los fines sean buenos. El fin no
justifica los medios.

3. No deben perseguirse fines buenos que tengan efectos resultantes desproporcionadamente


malos. El caso de la conciencia ecológica es el más notorio.

4. Ha de considerarse valioso todo aquello que contribuya al desarrollo del hombre. La persona
humana es sujeto de dignidad y, por tanto, quien otorga valor al resto de las realidades.

5. Hay valores que son objetivos, válidos para toda persona y cultura. Se deduce del hecho de
que el hombre posee una naturaleza determinada, y no es fruto casual y ciego, ni un estadio
perecedero de la evolución biológica. La naturaleza humana tiene un alcance trans-biológico,
porque es el modo de ser de una realidad que trasciende la materia, ya que es capaz de
conocimientos abstractos, de auto-reflexión y de decisiones libres.

6. El hombre debe adquirir las capacidades (o virtudes) necesarias para alcanzar una vida
lograda, plena y completa. Este principio es la columna vertebral del desarrollo humano. El
hombre virtuoso no es el puritano ni el reprimido: es el que está capacitado para perfeccionarse,
para incorporar los valores dentro de su vida. Hoy en día, el problema ético no se encuentra
tanto en los valores (que los tenemos claros) como en las virtudes que necesitamos para vivir
estos valores. Sigue valiendo la nobleza frente a la hipocresía, la verdad frente a la mentira, el
orden frente a la vida caótica, la generosidad frente al egoísmo. Todos estamos dispuestos a
reconocer estos valores y a reflejarlos en los correspondientes códigos de conducta; pero quizá
no estemos tan prestos a vivirlos. La actual situación crítica de la ética empresarial no se localiza
en los valores mismos, sino en la situación del hombre respecto a esos valores. Faltan hombres
y mujeres que sean nobles, veraces, ordenados, generosos... aunque todos sigan despreciando
la hipocresía, la mentira, el desorden, el egoísmo (mayormente en los demás, no tanto en sí
mismos).

Pontificia Universidad Católica de Chile © Nicolás Majluf & Fernando


Chomalí 4
7. El bien común es preferible al bien privado si ambos son del mismo orden. Es el principio
comunitario, que ratifica la idea de que la dignidad de la persona humana, sostenida por la
persona humana misma, no es un invento egoísta. No es que mi bien sea parte del bien común,
sino que el bien común es parte de mi bien. En una empresa, por ejemplo, forma parte de mi
bien personal la seguridad, la limpieza, el orden, la justicia en las retribuciones, la buena marcha
económica de la compañía, la facilidad de trabajar en equipo, la trasparencia y cordialidad en
las relaciones humanas. Sin todos estos -y otros muchos- aspectos del bien común, yo no me
puedo encontrar bien en esa organización, aunque mi sueldo y mi status sean excelentes.

8. La persona no debe considerarse nunca sólo como medio sino siempre también como fin. En
muchas empresas actuales parece que todo se encuentra diseñado para mediatizar a la persona,
convirtiéndola en instrumento de las cosas (máquinas, dinero, mercado), siendo así que es la
cosa la que debería ser instrumento para la persona. La organización debe supeditarse al
desarrollo de las personas, ya que su fin es la persona, no la organización. Es necesario que la
persona no se supedite a la función: debe tener, más bien, la posibilidad de influir sobre su
propia función, de imprimirle su sello, de que resulte una expresión de su personalidad o modo
de ser.

9. El bien no es menor porque beneficie a otro ni el mal es mayor porque me perjudique a mí. Se
le podría llamar, como hace Carlos Llano Cifuentes, el “principio de imparcialidad del bien”. Es
el resultado del carácter absoluto del bien y del hecho de que la dignidad de la persona no
admite grados (nadie es, en sí mismo, más digno que otro). El bien objetivo es el mismo para
todos -e indiferente de unos y de otros- y todos, precisamente por ser personas, tenemos
derecho a los mismos bienes. Este importante principio de imparcialidad se fundamenta en la
llamada regla de oro del cristianismo, según la cual "todo lo que quisiereis que os hagan a
vosotros los hombres, hacedlo vosotros a ellos" (Mateo, 7, 12).

Pontificia Universidad Católica de Chile © Nicolás Majluf & Fernando


Chomalí 5

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