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Noticia BBC

En Gran Bretaña muchos cementerios están a medio camino entre el espacio público y el
privado.
Son utilizados para hacer distintas actividades como juegos, producciones teatrales y
entrenamientos físicos.
Polémica por la función del cementerio: las familias merecen privacidad y silencio para llorar
a los muertos; la gente se siente más a gusto con la idea de la muerte; el tiempo transcurrido
desde el último entierro incide en qué se puede hacer; tierra sagrada; importancia del
respeto

Antropología y muerte

En este ámbito, la memoria colectiva es objetivada a través de la construcción de


monumentos funerarios, algunos de los cuales han sido dedicados a recordar y conmemorar
hechos trágicos cuya magnitud afectó a la comunidad platense y al pai ́s entero en distintos
momentos históricos. Las estructuras funerarias, con su existen- cia, posibilitan erigir lugares
de memoria cuya función es la de congregar a los agentes sociales, que con sus acciones
funcionan como el nexo necesario entre las generaciones para mantener vigente el relato
histórico de lo ocurri- do. Simbólicamente, se constituye como un lugar donde la memoria
social se manifiesta a través de actos y ceremonias cuya finalidad es el resguardo de la
historia de la comunidad.

En el cementerio se manifiestan diversas expresiones indicativas de los habitus de diferentes


grupos sociales (Bourdieu, 1997), y asi ́ se constituye en un campo de prácticas culturales
especi ́ficas y luchas de intereses donde agentes sociales particulares ponen en juego su
capital simbólico y expresan su posicionamiento social respecto de los otros que integran
dicho campo.

Si consideramos su dimensión de memoria, es un ámbito donde la sociedad y las familias van


adecuando sus sentimientos de pérdida y construyendo una imagen del pasado perdido.
Ante la muerte, el grupo debe reorganizarse y asimilar la ausencia definitiva del muerto, que
pasa al recuerdo mediante reconstrucciones y resignificaciones que se hacen colectiva o
individualmente.

Uno de los mecanismos de mantenimiento de la memoria se realiza a través de la


textualidad, cuyo soporte son las placas rememorativas que se ponen en el lugar de entierro
en fechas posteriores al suceso y en las losas sepulcrales. En una primera mirada, se observa
que la mayori ́a de los discursos aluden a demostraciones de cariño, que establecen los roles
familiares de quienes los originaron y remarcan siempre la necesidad de la permanencia del
recuerdo. En otros casos, los discursos que han sido elaborados en forma colectiva tie- nen
una estructura más formalizada y aluden a hechos trágicos y al contexto poli ́tico-social que
los rodea.
La memoria colectiva produce reconstrucciones simbólicas del pasado, por medio de la
narrativa de los escritos históricos, de la arquitectura y del arte. El monumento funerario es
soporte material del discurso sobre el muerto y su memoria, a la vez que un discurso
respecto del sector social que lo erigió.

El cementerio, por su naturaleza y finalidad, es un lugar donde el pasado se hace siempre


presente, por el sólo hecho de trasponer su portal de acceso; porque en él se encuentran los
monumentos caracteri ́sticos de la muerte y, en este caso especial, los erigidos en
recordación de hechos de una época de importancia histórica particular para la población
por estar relacionados con sucesos luctuosos.

Fosas México Cementerios clandestinos

CEMENTERIOS: DESVELANDO EL PATRIMONIO OLVIDADO.

Los lugares y las formas de enterramiento han variado constantemente a lo largo de la


historia de la humanidad, como la cultura, la tradición o la época histórica. Los cementerios,
como espacios urbanos, reflejan de un modo u otro a la sociedad donde se insertan. Por
ejemplo; las catacumbas romanas eran el ejemplo de cómo se vivi ́a la religiosidad en el
Imperio Romano, o los cementerios modernos para ver la evolución económica de la ciudad.

Durante la antigü edad clásica se mostraba una clara diferenciación entre los lugares
ocupados por los vivos y aquellos destinados a los fallecidos. Situándose en los caminos,
fuera de las ciudades para evitar el contagio de las enfermedades.

Durante la Edad Media, y con la llegada de la doctrina cristiana, surge la necesidad de


enterrar a los difuntos cerca de los lugares sacralizados, ya que se les otorgaba un valor
especial (intercesión divina). Constantino proclama en el 323 como oficial la religión
cristiana, y este tipo de enterramiento subterráneo desaparece. Es a su vez cuando
numerosas órdenes religiosas se hacen cargo de la administración y enterramiento de los
difuntos. Las personas que ocupaban las clases altas eran enterradas en los espacios más
cercanos al altar o en sus propias capillas, mientras que en los lugares más alejados y el
exterior se reservaba para el resto de la población dependiendo del rango social.

Es en el s. XVIII y con el movimiento ilustrado donde surgirán las reformas más importantes,
concernientes a la construcción de nuevos cementerios en lugares retirados de la población.
Pese a ser un acontecimientos europeo, no es hasta la Real Orden de Carlos III en 1787,
donde se obligará tanto a las ciudades como a las pequeñas poblaciones a trasladar los
cuerpos a estos nuevos espacios, esencialmente por motivos de salubridad. Las disposiciones
reales, también llegaron aunque algo más tardi ́as a las poblaciones americanas como La
Habana (1805-06), Lima (1808) o Montevideo (1835).

Aunque el verdadero auge de los cementerios se producirá en el siglo XIX y principios del XX.
Las Academias arti ́sticas se encargaran en su diseñ o, y los grandes artistas son demandados
para la realización de esculturas de gran belleza, difundiéndose en todo el mundo a través
de catálogos. Es también en este siglo cuando se configure la tipologi ́a arquitectónica de
cementerio como jardines pintorescos que invitaban a la meditación y salpicados de tumbas.
En la actualidad, este concepto se ha multiplicado y creado una gran variedad de tipologi ́as
funerarias (incineración, lawn-cementeries, etc).

Cementerios en el altiplano cundiboyacense

El tratamiento de los muertos en varias sociedades se comprende más claramente cuando


se estudia en el contexto de los ritos de paso. En el momento en que la vida de una persona
termina, se inicia un proceso en el que debe ser separada del mundo en el que vivi ́a para
incorporarse al mundo de los muertos. Asi ́, es posible identificar en los rituales relacionados
con la muerte tres etapas de transición: primero, la separación del mundo de los vivos, en la
que por lo general el cerramiento de la tumba es el evento principal; segundo, un peri ́odo
liminal en el que el difunto se encuentra entre el mundo de los vivos y el mundo de los
muertos; y tercero, la integración definitiva de quien ha muerto al mundo del más allá (Van
Gennep, 1992)

La importancia de estudiar la muerte más allá de sus caracteri ́sticas biológicas y, en este
sentido, es posible entender los rituales que acompañ an la muerte de un ser humano como
una serie de acciones que tienen por objeto “marcar la solidaridad del individuo con su
estirpe y su comunidad” (Aries, 1977)

De esta manera, la organización espacial del cementerio ha sido analizada como un escenario
de debate poli ́tico, como es el caso de la división entre cementerios de negros y blancos en
la ciudad de Port Elizabeth en Sur África5 o la destrucción de cementerios ortodoxos y la
instauración de “funerales rojos” después de la Revolución Bolchevique en Moscú y San
Petersburgo6.

En el caso colombiano se ha estudiado principalmente el Cementerio Central de Bogotá.


Autores como Oscar Iván Calvo han pensado en la manera en que la organización espacial
del cementerio se relaciona con la memoria y el discurso oficial, y cómo este espacio ha sido
reinterpretado por sectores populares a través de manifestaciones religiosas por fuera de
los cánones oficiales9. Por su parte, Losonczy10 y Peláez11 han investigado el fenómeno de
la santificación de los muertos en el Cementerio Central, analizándolo como un espacio
liminal, entendido como una “categori ́a intermedia de espacio entre el mundo socializado,
el margen no habitado y el más allá”12.

En la actualidad nos encontramos frente a una transformación de las prácticas relacionadas


con la muerte en la que esta tiende a ser escondida e invisibilizada. El surgimiento del
consumismo, aliado con los medios masivos de comunicación, ha llevado a una carrera por
disimular la enfermedad, la vejez y la muerte, para privilegiar lo joven, lo bello y lo
reemplazable13. En este contexto, el estudio de la muerte y, especi ́ficamente, de los lugares
destinados a los muertos, resulta de gran valor debido a que los cementerios reflejan la
manera en que la sociedad que los construye se piensa a si ́ misma y reproduce sus tensiones
y divisiones sociales a lo largo del tiempo, algo que se puede ver claramente en su
ordenamiento espacial.

Cementerios tecnología de punta

Para el venezolano Boli ́var Blanchard Camacho, director de la Asociación Latinoamericana de


Cementerios, Parques y Servicios Exequiales, la modernización se impone en el negocio de
los camposantos y Ecuador no es la excepción.

Este fundador de nueve parques-cementerios y de 20 empresas de servicio funerario en su


pai ́s, cree que si bien hay la tendencia hacia la modernización de las necrópolis también debe
haber apoyo a los sectores desposei ́dos.

Pregunta: ¿Es rentable el negocio de los servicios exequiales en Latinoamérica? Respuesta:


En la última década se han modernizado los cementerios. Se han aplicado técnicas modernas
de construcción, de paisajismo, estética y de atención al público. Se han modificado los
aposentos, las salas velatorias, se ha entrenado al personal, utilizado psicólogos
ocupacionales, ingenieros industriales. Esto ha dado como resultado que el negocio sea
altamente rentable y productivo.

P: ¿Tiene cifras?
R: Es difi ́cil porque nuestro sector ha sido relegado y cuando se hace la cuantificación de los
crecimientos económicos por sector se habla, por ejemplo, del calzado, pesca, agricultura,
etcétera, pero la parte funeraria nunca la tocan. Otro asunto es que ningún pai ́s se va a sentir
orgulloso de que crece el sector funerario (risas) por eso es que la cifra de producción y
dinero siempre son obviados y con eso no digo ocultados.

P: ¿Y de inversiones?
R: Son cuantiosas. Solo la Junta de Beneficencia en la ampliación del Cementerio General de
Guayaquil tuvo que invertir $ 1’500.000 y planea construir un cementerio-parque con una
inversión total de $ 10 o 15 millones y en Latinoamérica hay esa tendencia a invertir en este
negocio con tecnologi ́a de punta.

P: Existe una tendencia a privatizar los camposantos en la región, ¿no cree que deberi ́a haber
equilibro entre privatización y el apoyo del Estado?
R: No creo que haya tendencia a privatizar. En América está contemplado dentro de las
legislaciones de los municipios el otorgar concesiones a aquellas personas que de manera
privada quieran prestar ese servicio, pero siempre y cuando el Estado siga garantizando la
gratuidad hacia las clases más necesitadas y se les pueda dar un servicio digno.
P: Usted habla de tecnologi ́a en servicios exequiales y eso tendrá un costo, pero hay gente
que no tiene esos recursos
R: Aunque parezca mentira estarán entre los principales beneficiarios de la tecnologi ́a de
punta, porque está la cremación que es la alternativa más económica porque precisamente
ya no podemos soportar la práctica de seguir pretendiendo de que los cementerios sean
unos almacenadores de restos, que cada vez crecen más. Por ejemplo si no hubiera la
cremación en China ellos estari ́an viviendo sobre cementerios. La cremación es la nueva
alternativa del futuro no solo en la región sino en el mundo.

P: Pero la gente tiene enraizada la costumbre de visitar las tumbas de sus muertos.
R: La costumbre de la cremación no eliminará la tradición de sepultar al muerto. La gente
podrá enterrar a su deudo y a los dos añ os sacar los restos y cremarlos y podrá volver a
reutilizar esa parcela. Eso le permitirá no estar comprando cada vez más lotes. La Iglesia
Católica ha aceptado la cremación como una práctica digna y cristiana para la disposición de
los restos finales de una persona. Por eso no choca contra las costumbres porque no elimina
el ceremonial de la velación ni la sepultura.

P: ¿Qué recomendaciones dari ́a a Ecuador en el tema de los servicios exequiales?


R: Son muchas, en materia de construcción, de diseñ o, de valores agregados para
modernizarlo. Hay que revolucionar el ámbito de la construcción porque los nuevos
conceptos de cementerio-parque del futuro son diferentes a los que estamos
acostumbrados: deben tener aposentos diferentes, poseer lagunas, piletas, mucha flora,
salones de biblioteca, internet, espacios para la atención al cliente. Es decir la modernización
en toda la extensión de la palabra. No solo deben estar los lotes, parcelas, nichos,
columbarios, cenizarios, sino también las alternativas y una de ellas, insisto, es la cremación.

CIUDAD, SEGREGACIÓ N Y CEMENTERIOS: ANÁLISIS DE LOS CAMBIOS EN LOS PATRONES


HISTÓ RICOS DE LOCALIZACIÓ N (ARGENTINA)

Estos procesos socio-espaciales, asociados a cambios en la estructura territorial, dan cuenta


de una nueva modalidad: la privatización del espacio público. Este fenómeno se difunde a
partir del auge del modelo económico y poli ́tico neoliberal, agudizando la fragmentación del
territorio y la segregació n social.

A partir de la difusión de las urbanizaciones cerradas, se instalan todo tipo de servicio


complementario. Complejos tales como, los shoppings, hipermercados, complejos de cines
y actividades recreativas, colegios, universidades y hospitales privados, hoteles de primera
categori ́a, sedes de empresas y los cementerios parque privados. El objetivo de ellos es
satisfacer los requerimientos de los habitantes de las urbanizaciones cerradas.

Lo cierto es que la promulgación de leyes a favor de la tolerancia o libertad de cultos es parte


de un camino de ruptura del poder religioso. “Esquemáticamente el recorrido atraviesa
varias etapas: de la total intolerancia se pasa a tolerar la celebración del culto disidente a
puertas cerradas en casas de familia” (Di Stéfano y Zanatta, 2000: 214).
Un salto temporal nos lleva al presente, para tratar al fenómeno de fines del siglo XX: el auge
y consolidación en la práctica social de los cementerios- parques privados, como si ́mbolo de
distinción y diferenciación social. Además, adquieren una significación especial en el
contexto de “pertenecer” a una determinada clase social. Y es para ellos que están dirigidos
estos emprendimientos, dejando nuevas formas de segregación social y urbana. Estos
nuevos espacios de auto-segregación hacen que se produzca un desarrollo desigual. Se
puede observar el predominio de una ideologi ́a de intenso contenido espacial, ya sea tanto
por la valoración paisaji ́stica ambiental, como por las estrategias comerciales que aplican en
la promoción de los cementerios-parques privados. Sin embargo, no debemos dejar de lado
el otro patrón explicativo que promoveri ́a el boom de los cementerios-parques privados: el
deterioro fi ́sico y social del espacio público.

Hay que destacar que durante la última década, se pone en marcha un nuevo fenómeno de
apropiación del espacio y de privatización de áreas periféricas, acordes a los cambios sociales
que vive la sociedad argentina. La suburbanización de las elites se ha justificado, aludiendo a
la necesidad de ciertos grupos sociales de buscar nuevos espacios donde vivir y donde,
además, enterrar a sus muertos.

Esto ha dejado al descubierto algunos mitos, como:

_Aislarse de la ciudad tradicional lleva a la seguridad, gracias a la tranquilidad que brindan


los peri ́metros amurallados de las urbanizaciones cerradas (urbanizaciones cerradas) como
a los cementerios-parques privados,

_Retorno a la vida natural, y la búsqueda de una nueva calidad de vida para los que afrontan
la pérdida de un ser querido, valorizando el paisaje como un entorno tranquilizador y
armonioso, con el contacto con los elementos naturales. Dando un especial significado al
‘descanso en paz’.

_Retorno a la naturaleza a través de nuevos espacios verdes como forma de enterratorios.


Se identifican diversos grupos sociales que proyectan un estilo cultural diferente al
tradicional, rechazando los si ́mbolos que ofrecen actualmente los cementerios públicos,
deteriorados y saturados.

No obstante el sueñ o del boom inmobiliario de los cementerios-parques privados ha sido


breve. Además, se ha puesto en evidencia el carácter efi ́mero de este fenómeno producido
y controlado casi exclusivamente por las fuerzas del mercado

Si tenemos en cuenta la dimensión urbano-territorial se observa que los cementerios-


parques privados forman parte de los nuevos núcleos urbanos (suburbanizaciones), y que su
diseño está totalmente divorciado del diseñ o general del entorno, justamente por una
necesidad de diferenciación. Recordemos, para no ser parciales con esta mirada, que al
interior de los cementerios tradicionales también podi ́amos visualizar la diferenciación social
desde la arquitectura o los monumentos o la simpleza del entierro.
En cuanto al orden socio-económico, estos nuevos núcleos urbanos han puesto en evidencia
el interés de determinados sectores de la sociedad (clase media en ascenso y clase media
alta), en agruparse en comunidades homogéneas auto-segregándose con el fin de
diferenciarse y, en donde la forma de entrar a esta comunidad está condicionada por el
monto de sus ingresos.

Con anterioridad a la aparición del cristianismo, al lugar donde se enterraban a los muertos,
se lo llamaba "necrópolis" (del griego: ciudad de los muertos). La palabra cementerio viene
del griego (koimeterion) y en españ ol significa "dormitorio". Esta palabra fue introducida por
los cristianos, con la esperanza en la vida eterna. De ahi ́ la creencia aquella de que los
muertos están "descansando en paz" a la espera de la resurrección. Antiguamente, en las
ciudades hispanas y latinoamericanas, los muertos eran inhumados en los llamados
"camposanto", en la parte posterior de las iglesias, y las personalidades importantes en el
interior de las mismas. El crecimiento de la población, razones de i ́ndole poli ́tica, la diversidad
de creencias, los problemas sanitarios, entre otras causas, motivaron la creación de
cementerios públicos

Cementerio más grande de Latinoamérica

En fechas especiales como el Di ́a de la Madre, Di ́a del Padre y Di ́a de Todos los Santos, el


camposanto también se llena de cientos de vendedores, quienes ofrecen desde flores,
globos, tarjetas, adornos para los nichos y comida.

El cementerio de Recoleta de Asunción

Sin embargo, el escenario actual es otro: vidrios rotos, tumbas abiertas, rajaduras
estructurales y estatuas mutiladas que enfatizan el tétrico ambiente de abandono que
impera en el cementerio.

"Uno de los objetivos de estos paseos es darle la importancia que se necesita para que se
ponga en mejores condicio- nes", dijo Cáceres.

El otro es despertar la curiosidad de los ciudadanos hacia la historia, contada a través de los
mismos personajes, pero en un formato divertido y ameno.

Durante el recorrido, miembros de la asociación personiYcan a algunos de los más


representativos y a través de ellos, dan vida a sus historias y a lo que representaron.

"Queremos demostrar que hacer un paseo por el cementerio de la recoleta es realmente


hacer un paseo por la historia misma del Paraguay", concluyó. EFE

El cementerio más alto del mundo está en Latinoamérica y tiene un perro como terapeuta
En el camposanto Memorial Necrópolis Ecuménica, famoso también por ser el más alto del
mundo, trabaja Jung, un can terapeuta siempre listo para contener al que sufre con palabras
de apoyo que no son ladridos.

Ubicado en la ciudad brasileña de Santos, cerca de San Pablo, este cementerio vertical tiene
una altura de 108 metros distribuidos en 32 pisos, todo un récord registrado en el Libro
Guinness, lo que además lo ha convertido en un atractivo turi ́stico local.

La ciudad de los muertos

“el espacio en si ́ mismo no es nada, remite a la consciencia, a la ideologi ́a del que lo vive para
convertirse en un lugar existencial” (Bailly, 1989, p.12). El hombre es por esencia “un ac- tor
geográfico” y el lugar es “un espacio vital” (Bailly, 1989, p. 12).

Los lugares hablan de los hombres que los habitan. No son solo un conjunto de objetos, acon-
tecimientos y espacios empi ́ricamente observables y cuantificables, que se pueden describir
de manera ob- jetiva y exacta. Son universos dotados de sentido, re- lacionados
directamente con el hombre o las comuni- dades que los ocupan y se apropian de ellos. En
cada uno de ellos, se mezclan, en una madeja de lazos, los sentimientos de los hombres, las
actividades que realizan, sus recuerdos y sus si ́mbolos.

Las ciudades son el espacio de las subjetividades compartidas, de la intersubjetividad


(Lindón, 2007, p.31). Son, ante todo, un espacio vital (un espacio para el hombre), y por eso
las urbes deben ser pen- sadas y analizadas como proyecciones y construc- ciones
imaginarias, como un espacio nombrado y cargado de sentido, habitado y representado por
sus moradores desde sus vivencias y prácticas. Los luga- res en la ciudad son el resultado de
las actividades, de las acciones del sujeto sobre el mundo externo, y dependen tanto de las
caracteri ́sticas del sujeto, como las del entorno en el cual el sujeto ejerce la acción. En las
ciudades se entretejen el pasado, el presente y el futuro de los hombres que las han habi-
tado, sus experiencias y proyectos vitales, los recuer- dos colectivos y las utopi ́as (los
proyectos personales y de sociedad), el mundo que construyeron, las inte- racciones y los
vi ́nculos que establecieron entre ellos, la organización social propia de las comunidades que
las habitaron y las dinámicas que se dieron entre los diferentes grupos. La espacialidad de la
vida social es una mezcla de lo real con lo imaginario, de lo mate- rial y tangible, con lo
existencial, de lo concreto con lo simbólico, de las estructuras objetivas del espacio con las
estructuras cognitivas individuales.

En esta percepción la ciudad es un universo simbóli- co, funcional y cultural compuesto por
segmentos de ciudad, por lugares y por rutas que los conectan entre si ́. En esta apropiación
que hace el habitante de la ciudad cada zona es inconfundible, tiene rasgos que la
diferencian, referentes espaciales que marcan el te- rritorio e identifican o informan sobre
su uso, y una simbologi ́a que les es propia. Además de cada una de ellas tiene una percepción
mental, una representación (un conjunto de imágenes asociado) que superpone sobre el
espacio fi ́sico de la ciudad en la que habita.
No existe una visión única de un lugar, los espacios urbanos son polisémicos y su significado
es el resultado de una superposición de representaciones.

En el conjunto de las cartogra- fi ́as hay dos que pueden servir como ejemplo. Una es la
cartografi ́a numinosa –de numen: dios, majestad divina o divinidad-, la relacionada con las
actividades religiosas, con la celebración de la fe y la vinculación con lo sobrenatural, las
creencias y ritos religiosos. Y, la otra, es la cartografi ́a del thánatos -del griego antiguo
Θάνατος (thánatos): muerte-, la relacionada el sufrimiento y la enfermedad, con el deterioro
del cuerpo y de la mente, con la vejez, con los lugares de exclusión (“las ciudades del dolor”
donde perma- necen aislados los enfermos incurables que padecen una enfermedad
contagiosa o que se puede propagar masivamente (como se pensaba de la lepra)), con la
idea que una cultura tiene de los momentos finales del hombre (de las postrimeri ́as: muerte,
juicio, infierno y gloria). A esta última pertenecen los cementerios, la morgue, las casas de
velación o los tanatorios (los es- pacios diseñados por fuera del ámbito familiar y cotidia- no
para albergar a los cadáveres y recibir a las familias y allegados), los lugares de la memoria
(los calvarios y altares que en las orillas de las carreteras recuerdan el fallecimiento violento
de una persona, o la muerte ocasionada por un accidente automovili ́stico), los mu- rales
donde se le rinde homenaje a los desaparecidos. Entre estas dos cartografi ́as existen vi ́nculos
y a veces es difi ́cil establecer las fronteras. El lugar de los muer- tos es un lugar sagrado (un
“camposanto”), lo mismo que el altar improvisado que se levanta en el sitio del fallecimiento
trágico se convierte en un sitio temporal de peregrinación y de oración. El culto a las ánimas
es parte de la devoción popular y de la religión no oficial, y es una de las creencias más
arraigadas que encierra un sinnúmero de prácticas, rituales e intervenciones sobre el
territorio (Peláez, 2001, p.27).

El hombre es un ser hecho para la muerte, pero en- tre la infinidad de seres que hay sobre
la Tierra, solo para él el morir es un problema, una pregunta que no tiene respuesta. El
hombre comparte con los animales y todas las criaturas el ciclo vital (nacimiento, juven- tud,
reproducción, madurez, vejez y muerte), pero es el único entre los seres vivos que sabe y
tiene con- ciencia que ha de morir. Tan solo los hombres tienen la certeza de lo que puede
pasar: “pueden prever su propio final, tienen conciencia de que puede producir- se en
cualquier momento, y adoptan medidas especia- les –como individuos y como grupo- para
protegerse del peligro de aniquilamiento” (Elias, 1989, p.10)2.

El hombre no puede escapar al cerco de la muerte, ni ocultar su evidencia. Su cercani ́a le


produce un enorme temor. Los avances de la técnica, los logros de la medi- cina o el
desarrollo farmacológico redefinen los li ́mites entre la vida y la muerte, aumentan las
expectativas de vida de los individuos, pero no pueden evitar los efec- tos del paso de los
años sobre el cuerpo, la llegada de la vejez, o los cambios que se producen en la existencia o
en la sociedad con la irrupción de la muerte. Han mejorado las condiciones materiales, ha
aumentado el promedio de vida, pero a pesar de estos cambios el hombre no logra resolver
su situación, no deshace sus temores, ni la incertidumbre que el futuro le produce3
La muerte es un principio nivelador de la sociedad que borra las diferencias entre los
individuos, que “iguala" a todas las criaturas. Nadie puede escapar a ella: llega a todos los
hombres sin distinción y no tiene conside- ración con ninguno. La condición social, la riqueza,
el sexo, la edad, el poder que el hombre detenta, no son importantes. A la muerte el hombre
llega desnudo, sin defensas, sin voluntad y sin posibilidad de reaccionar, de evitarla.

La actividad social en general y las innumerables operaciones sociales cotidianas que llevan
a cabo los sujetos no se dan en un vaci ́o, se inscriben en determinadas coordenadas de
tiempo y espacio que actúan para ellos como condiciones de posibilidad de la acción y, estas
a su vez están determinadas por conjunto de pautas culturales que vienen de la tradición y
que nacen en la interacción entre las generaciones y los contemporáneos. La muerte, el acto
de morir no es una excepción, es un hecho social y culturalmente construido. La forma de
experimentar la desaparición personal o del grupo, la ideas o conceptualizaciones que se
tienen de este proceso (de cómo opera y cuál es su dinámica), los rituales vinculados con
esta y los imaginarios que hacen referencia a una destrucción y recomposición parcial de los
elementos de la persona que muere, son “antes que nada una realidad sociocultural”
(Thomas, 1983, p.52). No siguen patrones universales, innatos, o un modelo inmutable, son
variables y especi ́ficos de cada grupo (Elias, 1989, p.11). No son la expresión de un patrón de
conducta natural propio de la especie, son prácticas aprendidas socialmente, que se
transmiten de generació n en generación.

La muerte es una experiencia alrededor de la cual el hombre construye un repertorio de


formas de expre- sión y un orden simbólico. Es un hecho comunicativo en el cual los hechos,
las prácticas y rituales que lo acompañ an están cargados de significaciones. Es una vivencia
que “despierta en el plano de la conciencia individual y grupal conjuntos complejos de
represen- taciones (suma de imágenes-reflejo o de fantasi ́as co- lectivas, juegos de
imaginación: sistemas de creencias o valores, enjambre de si ́mbolos) y provoca compor-
tamientos de las masas o los individuos (actitudes, conductas, ritos), codificados más o
menos rigurosa- mente según los casos, los lugares o los momentos” (Thomas, 1983, p.52).
Esta experiencia di- fiere según las culturas, las creencias y las prácticas religiosas. Cada
cultura establece un li ́mite entre la vida y la muerte, desarro- lla una significación del deceso,
una manera vivir y narrar la muerte, una tipologi ́a propia de las formas del morir o de los
difuntos, una forma de representarse el fallecimiento y la desaparició n del sujeto, una
iconografi ́a y una simbologi ́a que condensa su visión de la vida y de la muerte, un conjunto
de ritua- les funerarios y de expresiones de la aflicción y del duelo, un culto a los antepasados,
un sentido de la trascendencia, una visión de la disociación del cuerpo y el alma (de la mate-
ria y el espi ́ritu), de la opción de otra vida (la creencia en otra vida después de la muerte) o
del final de la existencia.

La vivencia de la muerte, su diversidad de significados y de contenidos simbólicos se puede


apreciar en los lugares donde se se- pultan los muertos. La práctica de enterrar, de velar y
honrar a los muertos (los procesos anteriores al momento de la muerte, las ce- remonias
fúnebres, los ritos y eventos forma- lizados y estereotipados por la normativa y la costumbre)
tiene una tradición milenaria y una serie de ejemplos notables que se pue- den encontrar en
la historia. Las formas como lo haci ́an, los monumentos o edificaciones que construi ́an para
ello (el empleo de tú-

mulos, cementerios, mastabas, pirámides, sarcófagos, hipogeos, mausoleos, criptas,


cenotafios, columbarios, cipos, catacumbas –con sus arcosolios o cubi ́culos-, o de nichos
colmena), el valor que le daban a la arquitec- tura (su monumentalidad y contenido
simbólico), los materiales que usaban, la organización que le daban a las sepulturas, el lugar
que ocupaban en la ciudad o los poblados, eran expresión directa del sentido que para cada
cultura teni ́a la muerte, de la “explicación” religiosa que le daban al morir o al cambio de
estado, del valor que le asignaban a la vida, de la importancia que teni ́a el difunto (el
reconocimiento y la condición de clase) y el lugar que ocupaba en la jerarqui ́a social.

Los espacios funerarios son “depósitos” de innumera- bles testimonios estéticos y culturales,
y por esta ra- zón se pueden analizar como “textos”6. Contienen una gran variedad de
documentos visuales, iconográficos, o simbólicos, de materiales constructivos o arti ́sticos
que se pueden periodizar, contextualizar e identificar como expresión de ciertos momentos
históricos y cul- turales. En ellos se puede encontrar información acer- ca de la persona
fallecida, de su mundo personal y fa- miliar, como de su entorno social, económico, familiar,
de la cultura en la que está inmerso. En ellos se pue- de llegar a identificar y a conocer la
forma como una cultura maneja y concibe el espacio, las tendencias y las escuelas arti ́sticas
dominantes, la cosmovisión y la idea de la muerte, las distintas connotaciones que tie- ne, la
manera como se representa (el imaginario que la acompañ a), la percepció n que de ella tiene
el indi- viduo (la muerte es una vivencia individual y grupal), la identidad y la concepción de
la subjetividad, la idea del más allá y la experiencia de lo religioso presente en las distintas
épocas.

El cementerio es el lugar institucional donde se objeti- va la muerte, donde se pone el cuerpo


sin vida, se vive y se expresa de diferentes maneras el dolor de la pér- dida; es un espacio
importante en el proceso de due- lo, en la asimilación (la elaboración) y la aceptación de la
muerte. Pero también es el lugar que le da sentido a la muerte desde la fe. “El vocablo
cementerio proviene del lati ́n tardi ́o “koemeterium” que, a su vez, proviene del griego
“koemeterium”, que significa “dormitorio”, derivado de “koimao”, “me acuesto”” (Brenes,
2013, p.71). Es un neologismo introducido por los cristianos para diferenciar las necrópolis
paganas de las cristia- nas, y expresar su creencia en la vida después de la muerte. La muerte
no es la desaparición definitiva, el fin de la vida, es una transformación. Los cementerios son
lugares de reposo de las personas que han falleci- do y esperan la resurrección, el paso a una
vida mejor. En los cementerios los muertos “duermen el sueñ o eterno”, “descansan en paz”,
esperando pasar a la otra vida9. Son lugares de "estancia breve", de "paso". Son espacios
intermedios en los que se celebra el ri- tual de la despedida de quienes han emprendido el
largo viaje al más allá (Conde, 2009), hacia lo ines- crutable. Son espacios de frontera entre
la vida, la muerte, y la posibilidad de renacer a otra existencia; entre el principio, el fin del
cuerpo, y una nueva forma de ser. Son la puerta a otra dimensión que trasciende la
materialidad de la carne.
Son espacios que cumplen una doble función: una fun- ción higiénica10 y una función
religiosa. De un lado, des- empeñ an una función social muy importante: recoger
higiénicamente los cuerpos, los huesos y las cenizas de las personas fallecidas, y controlar
todo lo que se derive de este proceso. Son lugares asépticos, en los que se elimina el
ambiente que acompaña la putrefacción y la descomposición del cadáver, y el riesgo de
contagio o de transmisión de enfermedades que con este se pue- dan presentar. Además
por el papel que cumplen en el desarrollo de las ciudades o de las poblaciones, son es- pacios
atravesados por las lógicas poli ́tico-administrativas que regulan todos los equipamientos
colectivos. En su construcción y mantenimiento deben cumplir con las disposiciones
sanitarias que aseguran el bienestar, la salud humana y las condiciones ambientales en las
ciu- dades, tanto en el control de los olores como el manejo de residuos sólidos.

De otro, son espacios revestidos de un carácter sagra- do, mágico o numinoso. En las culturas
más tradicio- nales son “camposantos”, son espacios consagrados al culto divino, son lugares
donde el hombre urbano siente la cercani ́a de lo sobrenatural, la presencia de un orden que
trasciende el plano material, de un más allá que desconoce. Son territorios que revelan la
condición efi ́mera del hombre. Son espacios metafi ́sicos que ge- neran una doble
experiencia, a veces paradójica. De un lado: cuando se visitan, al hombre lo invade el te- mor
humano ante la presencia de una fuerza podero- sa, inexplicable, tremenda, terrible,
formidable, digna de respeto, pero imposible de verbalizar. Son espacios para la oración y la
reflexión, en los que por la presen- cia de lo inefable, la forma de estar en ellos requiere del
silencio y la devoción. De otro, lo numinoso lleva ad- herida una percepción de majestas (de
fuerza y poder superior) que provoca en el alma la sensación enrique- cedora de una energi ́a
trascendente, de una plenitud de poder y de ser que lo envuelve todo.

El cementerio como “lugar institucional” no se ha con- cebido siempre de la misma manera,


es un espacio urbano que se ha redefinido varias veces. Es un pa- trimonio vivo, integrado a
los ciclos sociales, en el que se reflejan las transformaciones de la cultura. Es un espacio que
sufre mutaciones y evoluciona con el paso del tiempo; que se transforma con el uso y las
prácticas que de él hacen sus visitantes, como con los cambios en la forma de pensar y en
los patrones de conducta que demandan de él nuevos sentidos. Su función, el uso de la tierra
(es un sitio que tiene volumen, una determinada extensión, una topografi ́a especi ́fica –que
propone una organización del territorio y una dispo- sición de sus partes-), el lugar que ocupa
(próximo, lejano, integrado o distante de la vida de las ciudades) y el papel que cumple en la
dinámica urbana se han modificado en repetidas ocasiones desde el siglo XVIII hasta la
actualidad. Además cada cambio ha trai ́do nuevos rituales funerarios y nuevas iconografi ́as,
for- mas diferentes de representación simbólica y social de la muerte. En este peri ́odo se
pueden encontrar tres tipos: la iglesia-cementerio (el cementerio parroquial), el cementerio
monumento y el parque-cementerio.

En la actualidad los cementerios que antes estaban en las afueras de la ciudad, al quedar,
por el creci- miento y expansión de las ciudades, rodeados e inte- grados al tejido urbano (a
los barrios residenciales o a las zonas industriales), son reemplazados por una nueva
modalidad que aparecen a lo largo de las vi ́as de salida de las urbes: los campos cementerios
(los jardines-cementerio). Estos aspiran a ser más un en- torno rodeado de naturaleza, de
jardines y fuentes, de amplias zonas verdes, con senderos peatonales, vi ́as asfaltadas que
facilitan el tránsito, y un sentido del territorio amplio y abierto, que un lugar de oración y
reflexión, que le recuerde al visitante la fragilidad de la existencia, lo efi ́mero de la condición
humana. No buscan incomodar al visitante o turbarlo. Su ob- jetivo: prevenir asépticamente
y de forma prudente “lo inevitable”. Son espacios “desdolorizados”, que se alejan de las
expresiones dramáticas, de los estre- mecimientos románticos que acompañ aban la expe-
riencia de la muerte (Rodri ́guez, 2005, p.78) y de las arquitecturas solemnes y escultóricas.
En ellos no se estimula el culto exhibicionista de los muertos, ni la construcción de mausoleos
grandilocuentes y ostento- sos. El parque-cementerio ha borrado las diferencias sociales y
de clase “bajo un manto de césped”, de buenos modales y de conductas ordenadas. En el di-
seño general del entorno visual hay una desaparición progresiva de los si ́mbolos
tradicionales de la muerte (las cruces, los túmulos, los mausoleos gigantescos, la estatuaria
fúnebre), y estos son sustituidos por un conjunto de nuevos elementos que hablan más de
la vida que del dolor. Los valores agregados que estos parques-cementerios le ofrecen al
comprador (se pro- mocionan y venden como bienes rai ́ces) contrastan con la experiencia
que se vive en el cementerio mo- numental: la higiene, la tranquilidad, el paisajismo (el
disfrute de la naturaleza), la paz, las sensaciones de calma y reposo que aporta el entorno,
discrepan con la soledad y la ausencia que acompañ aban estos luga- res. Son espacios
funcionales, aseados (limpios y bien cuidados), prácticos y eficientes, homogenizados, que la
publicidad y el mercado ofrecen como universos de tranquilidad y de “descanso eterno”13.

El cementerio no es un todo homogéneo y organizado, es un espacio en el que hay


desigualdades evidentes. Aunque la administración busca mantener el orden (como se ve
puede ver, por ejemplo, en los jardines cementerio), es un territorio marcado por el
desorden y el amontonamiento. En el diseñ o de las sepulturas no hay simetri ́as, ni existe un
código que regule la expresión del dolor o de los afectos, cada tumba tiene una individualidad
que la determina. Lo más impor- tante es la singularidad, sobresalir, destacarse entre las
sepulturas vecinas, sin buscar correspondencia con el colectivo o el conjunto del que forma
parte, y, en muchos casos, ahogando la claridad del trazado. Cada una de ellas, con el diseñ o
del espacio, la decoración, la concepción que se puede observar de la arquitectu- ra en su
construcción, los parámetros estéticos en los que se apoya, las imágenes religiosas que
incluye, la forma y la escritura del nombre, la tipografi ́a seleccio- nada, busca sobresalir entre
el conjunto. Estos facto- res son los que atraen al visitante y hacen de cada se- pultura una
experiencia estética y religiosa diferente.

El cementerio no escapa a las diferencias de clase, a la estratificación, a los niveles de pobreza


y de poder. La arquitectura y la estética de algunas sepulturas o mausoleos, la magnificencia,
ostentación y lujo de los monumentos funerarios revelan el poder o el rango social de la
persona fallecida, hacen evidente su abo- lengo o casta, frente a la condición democrática
de la muerte que todo lo iguala. En las formas de las sepulturas, en la diversidad de
materiales utilizados, como en los distintos elementos que la componen (columnas,
esculturas, nichos, cruces, rejas, piezas en mármol, granito o hierro fundido) se representa,
de manera ni ́tida, la estructura y la organización social de la sociedad a la que pertenece, se
reproducen las desigualdades económicas y sociales imperantes, y se marcan las jerarqui ́as
sociales. En el cementerio algu- nas familias o personas son dueños de mausoleos o de
tumbas, como hay difuntos enterrados en sepul- turas alquiler. Hay sectores superpoblados,
“barrios” pobres y zonas de lujo, como secciones principales y otras aisladas o distantes. Hay
secciones visibles en el momento que se ingresa al cementerio, como hay otras olvidadas o
marginadas. Algunas están sucias, cubiertas de barro o enmalezadas, y otras limpias,
brillantes y acicaladas (unas tienen dolientes que se responsabilizan de mantenerlas en buen
estado y de renovar las flores o las luces, otras no los tienen).

Pero no todo en el cementerio tiene un carácter reli- gioso, en las sepulturas es común
encontrar fusiona- das las simbologi ́as cristianas tradicionales, las icono- grafi ́as eruditas que
provienen de la religión oficial, las tendencias arti ́sticas consagradas por la academia, con las
aportadas por la cultura popular, con los objetos y si ́mbolos profanos (descontextualizados
del mundo de la muerte o que exceden los patrones simbolos que eran habituales en los
cementerios). Esta tendencia da cuenta del eclecticismo y el amaneramiento que es propio
en la arquitectura funeraria en las ciuda- des actuales. Son frecuentes en las sepulturas, por
ejemplo, la inclusión de objetos que no guardan las proporciones con el conjunto, de manos
enormes que se yerguen implorantes hacia el firmamento, de libros abiertos, de plumas (de
objetos que se utilizan para escribir), de cadenas rotas o de anclas que descansan sobre la
arena, de estrellas u objetos celestes, de bla- sones o escudos trai ́dos de tierras lejanas, de
objetos fabriles o del mundo de la producción, de arti ́culos del mundo del deporte (que
identifican la afiliación o la pertenencia al grupo de hinchas de un equipo o la pasión por la
selección nacional), de medios de trans- porte (bicicletas, motos, automóviles o camiones),
de grafittis, como fotos de personajes del mundo de los medios de masas (de las series de
televisión o de las sagas cinematográficas). Tambien es habitual en las sepulturas el uso de
materiales que se utilizan en el mundo exterior (en el espacio público) o en las fa- chadas de
las viviendas (el marmol y el granito, por ejemplo, se sustituyen por baldosines y molduras
de aluminio, y los balaustres y los muebles urbanos se emplean como elementos
decorativos).

Los cementerios como textos culturales

Sin duda, la humanidad conoce testimonios de enterramientos fabulosos, muchos de ellos


imperece- deros, que dan cuenta del significado que posei ́a la muerte y el difunto como tal,
cuya i ́ndole teni ́a que ver con su jerarqui ́a en el orden terrenal, pero también con la de un
cuerpo sin vida.1 Mastabas, hipogeos, pirámides, mausoleos y otras construcciones más os-
curas o menos ostentosas, como las catacumbas, los camposantos y los nichos modernos,
siguen interpe- lándonos con las voces del arte, la religión, la filosofi ́a y la ciencia.

ante la aprehensión de lo fáctico, los cementerios no son más que construcciones que sirven
a una ne- cesidad que en definitiva responde a una motivación práctica.

De esta manera, los cementerios (y en particular el que constituye el objeto de estudio de


este trabajo) aparecen como textos3 para el interés del investigador, en la medida en que
 posibilitan el acceso a los significados, valores y relaciones sociales; están presentes
en todas las épocas, y son representados por los distin- tos estilos arquitectónicos y
prácticas funerarias, pero también son textos o fuentes históricas (de una manera
incluso literal), porque presen- tan una estabilidad más persistente que la de los
espacios urbanos y ofrecen indicios incontesta- bles de tiempos y lugares biográficos
(como se observa en lápidas, losas y placas);
 el significado social que adquieren como espa- cio integrado a la vida de la comunidad
a la que pertenece4 asume una dimensión testimonial, que nos acerca al referente
“cementerio” como parte de un acervo cultural determinado, ins- crito en la lógica
de lo local y el plano identita- rio de la cultura.

Los cementerios territorios intersticiales

Los cementerios se muestran, a nuestro criterio, como uno de los lugares tipo de las
territorialidades intersticiales. Alli ́ converge una multiplicidad de elementos alrededor de un
fin único, poner lugar a la muerte desde la vida. Asumimos ese lugar de la muerte a través
de procesos, representaciones y determinaciones que lo configuran como un territorio de la
heterotopi ́a, la topofobia y la topofilia. Heterotopi ́a que desde Michel Foucault entendemos
teóricamente como “el lugar otro” (1, 2 y 3), el lugar extremo. La topofobia nos remite a los
lugares del miedo, del repudio de lo des- apropiado. Por topofilia, sin embargo, nos permite
analizar, como diri ́a Yi-fu Tuan, la relación emotiva con el lugar (4).

Santificación popular

La comprobación gradual de la coexistencia, el entrecruza- miento y la referencia reci ́proca


de todas esas prácticas y dis- cursos sobre el trasfondo de un orden católico institucional más
o menos nacionalizado, impone progresivamente el abandono de perspectivas aislacionistas
en el análisis de los sistemas reli- giosos e implica la consideración de un campo en el que se
inter- cambian, se yuxtaponen, se erigen y se enfrentan imágenes y bienes inmateriales para
la salvación. No obstante, la ri ́gida dis- tinción binaria de un presupuesto culturalista impli ́cito
–repro- ducción o reinvención de una tradición etnicista o su disolución completa, que seri ́a
el precio de su inclusión, insertas ambas dentro de un sistema cultural exógeno– continúa
orientando la mirada etnológica sobre los fenómenos religiosos.

Una manera de superar dicha perspectiva es preguntarse qué es lo que, dentro de un espacio
social amplio, pone en comuni- cación las diferentes formas de manipulación social de bienes
simbólicos y de objetos de creencia, volviéndolos intercambia- bles, conmensurables y
permeables entre ellos. ¿Qué es lo que permite su yuxtaposición y el paso entre ellos en las
prácticas individuales? En otros términos, se tratari ́a de discernir lo que constituye el fondo
de un lenguaje compartido de la eficacia simbólica, lo que podri ́a verse como un plan de base
sobre el cual pueden inscribirse, yuxtaponerse, enfrentarse y aclararse reci ́procamente
figuras religiosas diversas ligadas a problemáti- cas sociales.
Este planteamiento permite también superar otra bipolaridad ri ́gida que expresa una tensión
propia del campo religioso, es- pecialmente el latinoamericano, que se encuentra, sin
embargo, demasiado regulado por las redes de la ideologi ́a sacerdotal misionera y
exclusivista. Se trata de la oposición entre un cato- licismo culto, eclesiástico, institucional y
oficial, a la vez arma, bien y producto de grupos dominantes, y un catolicismo popu- lar, de
los pobres, iletrados o de aquellos que no han sido lo suficientemente evangelizados.

De esta manera, la ocupación popular intensa y continua de los cemente- rios urbanos
colombianos3 desde hace cuarenta años constituye una práctica de laicos, sin el esbozo de
una institucionalización ni la emergencia de oficiantes especializados. Dicha práctica ri- tual
se centra en la transformación ritual continua de algunas categori ́as de muertos recientes,
en figuras de recurso santifica- das, rodeadas de prácticas de culto; una parte de la eficacia
de estas figuras parece tener un anclaje espacial dentro del cemen- terio, como categori ́a
intermedia de espacio entre el mundo so- cializado, el margen no habitado y el más allá.

Mientras tanto, el general Gustavo Rojas Pinilla, muerto en 1975, y Leo Kopp, industrial
alemán fundador de la primera fábri- ca colombiana de cerveza, Bavaria, que murió en 1927,
fueron personajes públicos con una biografi ́a canónica que la acción ritual de los solicitantes
dotó de un acento diferente al de la versión oficial. El primero, militar populista, tomó el
poder a comienzos de los añ os cincuenta para poner fin a la mortal vio- lencia partidista que
azotaba al pai ́s haci ́a un decenio. Esto lo logró poniendo en marcha un cierto número de
medidas de ca- rácter social, con lo que ganó el apoyo popular. Rápidamente destituido por
los poli ́ticos aliados de los dos grandes partidos tradicionales que, sin embargo, habi ́an
contribuido a su nom- bramiento, fue objeto del ostracismo hasta su muerte. El segun- do,
famoso buen patrón, convirtió a sus obreros en accionistas de su empresa, construyó
viviendas sociales y puso a funcionar un sistema cooperativo de pensiones y seguridad social,
lo que le trajo la enemistad de la clase alta colombiana. Estos dos per- sonajes, ajenos a las
familias de la oligarqui ́a tradicional, falle- cieron de muerte natural pero sufrieron con la
hostilidad de la clase alta, “pues nacieron y les dieron demasiado a los pobres” según el
propio discurso de sus creyentes. Si los pedidos dirigi- dos a figuras femeninas reflejan un
amplio espectro existencial –familia, amor, suerte en el juego, protección, salud–, los dirigi-
dos a Rojas y a Kopp son más puntuales: vivienda por el prime- ro, y empleo y dinero por el
segundo (Villa, 1993: 147).

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