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En Gran Bretaña muchos cementerios están a medio camino entre el espacio público y el
privado.
Son utilizados para hacer distintas actividades como juegos, producciones teatrales y
entrenamientos físicos.
Polémica por la función del cementerio: las familias merecen privacidad y silencio para llorar
a los muertos; la gente se siente más a gusto con la idea de la muerte; el tiempo transcurrido
desde el último entierro incide en qué se puede hacer; tierra sagrada; importancia del
respeto
Antropología y muerte
Durante la antigü edad clásica se mostraba una clara diferenciación entre los lugares
ocupados por los vivos y aquellos destinados a los fallecidos. Situándose en los caminos,
fuera de las ciudades para evitar el contagio de las enfermedades.
Es en el s. XVIII y con el movimiento ilustrado donde surgirán las reformas más importantes,
concernientes a la construcción de nuevos cementerios en lugares retirados de la población.
Pese a ser un acontecimientos europeo, no es hasta la Real Orden de Carlos III en 1787,
donde se obligará tanto a las ciudades como a las pequeñas poblaciones a trasladar los
cuerpos a estos nuevos espacios, esencialmente por motivos de salubridad. Las disposiciones
reales, también llegaron aunque algo más tardi ́as a las poblaciones americanas como La
Habana (1805-06), Lima (1808) o Montevideo (1835).
Aunque el verdadero auge de los cementerios se producirá en el siglo XIX y principios del XX.
Las Academias arti ́sticas se encargaran en su diseñ o, y los grandes artistas son demandados
para la realización de esculturas de gran belleza, difundiéndose en todo el mundo a través
de catálogos. Es también en este siglo cuando se configure la tipologi ́a arquitectónica de
cementerio como jardines pintorescos que invitaban a la meditación y salpicados de tumbas.
En la actualidad, este concepto se ha multiplicado y creado una gran variedad de tipologi ́as
funerarias (incineración, lawn-cementeries, etc).
La importancia de estudiar la muerte más allá de sus caracteri ́sticas biológicas y, en este
sentido, es posible entender los rituales que acompañ an la muerte de un ser humano como
una serie de acciones que tienen por objeto “marcar la solidaridad del individuo con su
estirpe y su comunidad” (Aries, 1977)
De esta manera, la organización espacial del cementerio ha sido analizada como un escenario
de debate poli ́tico, como es el caso de la división entre cementerios de negros y blancos en
la ciudad de Port Elizabeth en Sur África5 o la destrucción de cementerios ortodoxos y la
instauración de “funerales rojos” después de la Revolución Bolchevique en Moscú y San
Petersburgo6.
P: ¿Tiene cifras?
R: Es difi ́cil porque nuestro sector ha sido relegado y cuando se hace la cuantificación de los
crecimientos económicos por sector se habla, por ejemplo, del calzado, pesca, agricultura,
etcétera, pero la parte funeraria nunca la tocan. Otro asunto es que ningún pai ́s se va a sentir
orgulloso de que crece el sector funerario (risas) por eso es que la cifra de producción y
dinero siempre son obviados y con eso no digo ocultados.
P: ¿Y de inversiones?
R: Son cuantiosas. Solo la Junta de Beneficencia en la ampliación del Cementerio General de
Guayaquil tuvo que invertir $ 1’500.000 y planea construir un cementerio-parque con una
inversión total de $ 10 o 15 millones y en Latinoamérica hay esa tendencia a invertir en este
negocio con tecnologi ́a de punta.
P: Existe una tendencia a privatizar los camposantos en la región, ¿no cree que deberi ́a haber
equilibro entre privatización y el apoyo del Estado?
R: No creo que haya tendencia a privatizar. En América está contemplado dentro de las
legislaciones de los municipios el otorgar concesiones a aquellas personas que de manera
privada quieran prestar ese servicio, pero siempre y cuando el Estado siga garantizando la
gratuidad hacia las clases más necesitadas y se les pueda dar un servicio digno.
P: Usted habla de tecnologi ́a en servicios exequiales y eso tendrá un costo, pero hay gente
que no tiene esos recursos
R: Aunque parezca mentira estarán entre los principales beneficiarios de la tecnologi ́a de
punta, porque está la cremación que es la alternativa más económica porque precisamente
ya no podemos soportar la práctica de seguir pretendiendo de que los cementerios sean
unos almacenadores de restos, que cada vez crecen más. Por ejemplo si no hubiera la
cremación en China ellos estari ́an viviendo sobre cementerios. La cremación es la nueva
alternativa del futuro no solo en la región sino en el mundo.
P: Pero la gente tiene enraizada la costumbre de visitar las tumbas de sus muertos.
R: La costumbre de la cremación no eliminará la tradición de sepultar al muerto. La gente
podrá enterrar a su deudo y a los dos añ os sacar los restos y cremarlos y podrá volver a
reutilizar esa parcela. Eso le permitirá no estar comprando cada vez más lotes. La Iglesia
Católica ha aceptado la cremación como una práctica digna y cristiana para la disposición de
los restos finales de una persona. Por eso no choca contra las costumbres porque no elimina
el ceremonial de la velación ni la sepultura.
Hay que destacar que durante la última década, se pone en marcha un nuevo fenómeno de
apropiación del espacio y de privatización de áreas periféricas, acordes a los cambios sociales
que vive la sociedad argentina. La suburbanización de las elites se ha justificado, aludiendo a
la necesidad de ciertos grupos sociales de buscar nuevos espacios donde vivir y donde,
además, enterrar a sus muertos.
_Retorno a la vida natural, y la búsqueda de una nueva calidad de vida para los que afrontan
la pérdida de un ser querido, valorizando el paisaje como un entorno tranquilizador y
armonioso, con el contacto con los elementos naturales. Dando un especial significado al
‘descanso en paz’.
Con anterioridad a la aparición del cristianismo, al lugar donde se enterraban a los muertos,
se lo llamaba "necrópolis" (del griego: ciudad de los muertos). La palabra cementerio viene
del griego (koimeterion) y en españ ol significa "dormitorio". Esta palabra fue introducida por
los cristianos, con la esperanza en la vida eterna. De ahi ́ la creencia aquella de que los
muertos están "descansando en paz" a la espera de la resurrección. Antiguamente, en las
ciudades hispanas y latinoamericanas, los muertos eran inhumados en los llamados
"camposanto", en la parte posterior de las iglesias, y las personalidades importantes en el
interior de las mismas. El crecimiento de la población, razones de i ́ndole poli ́tica, la diversidad
de creencias, los problemas sanitarios, entre otras causas, motivaron la creación de
cementerios públicos
Sin embargo, el escenario actual es otro: vidrios rotos, tumbas abiertas, rajaduras
estructurales y estatuas mutiladas que enfatizan el tétrico ambiente de abandono que
impera en el cementerio.
"Uno de los objetivos de estos paseos es darle la importancia que se necesita para que se
ponga en mejores condicio- nes", dijo Cáceres.
El otro es despertar la curiosidad de los ciudadanos hacia la historia, contada a través de los
mismos personajes, pero en un formato divertido y ameno.
El cementerio más alto del mundo está en Latinoamérica y tiene un perro como terapeuta
En el camposanto Memorial Necrópolis Ecuménica, famoso también por ser el más alto del
mundo, trabaja Jung, un can terapeuta siempre listo para contener al que sufre con palabras
de apoyo que no son ladridos.
Ubicado en la ciudad brasileña de Santos, cerca de San Pablo, este cementerio vertical tiene
una altura de 108 metros distribuidos en 32 pisos, todo un récord registrado en el Libro
Guinness, lo que además lo ha convertido en un atractivo turi ́stico local.
“el espacio en si ́ mismo no es nada, remite a la consciencia, a la ideologi ́a del que lo vive para
convertirse en un lugar existencial” (Bailly, 1989, p.12). El hombre es por esencia “un ac- tor
geográfico” y el lugar es “un espacio vital” (Bailly, 1989, p. 12).
Los lugares hablan de los hombres que los habitan. No son solo un conjunto de objetos, acon-
tecimientos y espacios empi ́ricamente observables y cuantificables, que se pueden describir
de manera ob- jetiva y exacta. Son universos dotados de sentido, re- lacionados
directamente con el hombre o las comuni- dades que los ocupan y se apropian de ellos. En
cada uno de ellos, se mezclan, en una madeja de lazos, los sentimientos de los hombres, las
actividades que realizan, sus recuerdos y sus si ́mbolos.
En esta percepción la ciudad es un universo simbóli- co, funcional y cultural compuesto por
segmentos de ciudad, por lugares y por rutas que los conectan entre si ́. En esta apropiación
que hace el habitante de la ciudad cada zona es inconfundible, tiene rasgos que la
diferencian, referentes espaciales que marcan el te- rritorio e identifican o informan sobre
su uso, y una simbologi ́a que les es propia. Además de cada una de ellas tiene una percepción
mental, una representación (un conjunto de imágenes asociado) que superpone sobre el
espacio fi ́sico de la ciudad en la que habita.
No existe una visión única de un lugar, los espacios urbanos son polisémicos y su significado
es el resultado de una superposición de representaciones.
En el conjunto de las cartogra- fi ́as hay dos que pueden servir como ejemplo. Una es la
cartografi ́a numinosa –de numen: dios, majestad divina o divinidad-, la relacionada con las
actividades religiosas, con la celebración de la fe y la vinculación con lo sobrenatural, las
creencias y ritos religiosos. Y, la otra, es la cartografi ́a del thánatos -del griego antiguo
Θάνατος (thánatos): muerte-, la relacionada el sufrimiento y la enfermedad, con el deterioro
del cuerpo y de la mente, con la vejez, con los lugares de exclusión (“las ciudades del dolor”
donde perma- necen aislados los enfermos incurables que padecen una enfermedad
contagiosa o que se puede propagar masivamente (como se pensaba de la lepra)), con la
idea que una cultura tiene de los momentos finales del hombre (de las postrimeri ́as: muerte,
juicio, infierno y gloria). A esta última pertenecen los cementerios, la morgue, las casas de
velación o los tanatorios (los es- pacios diseñados por fuera del ámbito familiar y cotidia- no
para albergar a los cadáveres y recibir a las familias y allegados), los lugares de la memoria
(los calvarios y altares que en las orillas de las carreteras recuerdan el fallecimiento violento
de una persona, o la muerte ocasionada por un accidente automovili ́stico), los mu- rales
donde se le rinde homenaje a los desaparecidos. Entre estas dos cartografi ́as existen vi ́nculos
y a veces es difi ́cil establecer las fronteras. El lugar de los muer- tos es un lugar sagrado (un
“camposanto”), lo mismo que el altar improvisado que se levanta en el sitio del fallecimiento
trágico se convierte en un sitio temporal de peregrinación y de oración. El culto a las ánimas
es parte de la devoción popular y de la religión no oficial, y es una de las creencias más
arraigadas que encierra un sinnúmero de prácticas, rituales e intervenciones sobre el
territorio (Peláez, 2001, p.27).
El hombre es un ser hecho para la muerte, pero en- tre la infinidad de seres que hay sobre
la Tierra, solo para él el morir es un problema, una pregunta que no tiene respuesta. El
hombre comparte con los animales y todas las criaturas el ciclo vital (nacimiento, juven- tud,
reproducción, madurez, vejez y muerte), pero es el único entre los seres vivos que sabe y
tiene con- ciencia que ha de morir. Tan solo los hombres tienen la certeza de lo que puede
pasar: “pueden prever su propio final, tienen conciencia de que puede producir- se en
cualquier momento, y adoptan medidas especia- les –como individuos y como grupo- para
protegerse del peligro de aniquilamiento” (Elias, 1989, p.10)2.
La actividad social en general y las innumerables operaciones sociales cotidianas que llevan
a cabo los sujetos no se dan en un vaci ́o, se inscriben en determinadas coordenadas de
tiempo y espacio que actúan para ellos como condiciones de posibilidad de la acción y, estas
a su vez están determinadas por conjunto de pautas culturales que vienen de la tradición y
que nacen en la interacción entre las generaciones y los contemporáneos. La muerte, el acto
de morir no es una excepción, es un hecho social y culturalmente construido. La forma de
experimentar la desaparición personal o del grupo, la ideas o conceptualizaciones que se
tienen de este proceso (de cómo opera y cuál es su dinámica), los rituales vinculados con
esta y los imaginarios que hacen referencia a una destrucción y recomposición parcial de los
elementos de la persona que muere, son “antes que nada una realidad sociocultural”
(Thomas, 1983, p.52). No siguen patrones universales, innatos, o un modelo inmutable, son
variables y especi ́ficos de cada grupo (Elias, 1989, p.11). No son la expresión de un patrón de
conducta natural propio de la especie, son prácticas aprendidas socialmente, que se
transmiten de generació n en generación.
Los espacios funerarios son “depósitos” de innumera- bles testimonios estéticos y culturales,
y por esta ra- zón se pueden analizar como “textos”6. Contienen una gran variedad de
documentos visuales, iconográficos, o simbólicos, de materiales constructivos o arti ́sticos
que se pueden periodizar, contextualizar e identificar como expresión de ciertos momentos
históricos y cul- turales. En ellos se puede encontrar información acer- ca de la persona
fallecida, de su mundo personal y fa- miliar, como de su entorno social, económico, familiar,
de la cultura en la que está inmerso. En ellos se pue- de llegar a identificar y a conocer la
forma como una cultura maneja y concibe el espacio, las tendencias y las escuelas arti ́sticas
dominantes, la cosmovisión y la idea de la muerte, las distintas connotaciones que tie- ne, la
manera como se representa (el imaginario que la acompañ a), la percepció n que de ella tiene
el indi- viduo (la muerte es una vivencia individual y grupal), la identidad y la concepción de
la subjetividad, la idea del más allá y la experiencia de lo religioso presente en las distintas
épocas.
De otro, son espacios revestidos de un carácter sagra- do, mágico o numinoso. En las culturas
más tradicio- nales son “camposantos”, son espacios consagrados al culto divino, son lugares
donde el hombre urbano siente la cercani ́a de lo sobrenatural, la presencia de un orden que
trasciende el plano material, de un más allá que desconoce. Son territorios que revelan la
condición efi ́mera del hombre. Son espacios metafi ́sicos que ge- neran una doble
experiencia, a veces paradójica. De un lado: cuando se visitan, al hombre lo invade el te- mor
humano ante la presencia de una fuerza podero- sa, inexplicable, tremenda, terrible,
formidable, digna de respeto, pero imposible de verbalizar. Son espacios para la oración y la
reflexión, en los que por la presen- cia de lo inefable, la forma de estar en ellos requiere del
silencio y la devoción. De otro, lo numinoso lleva ad- herida una percepción de majestas (de
fuerza y poder superior) que provoca en el alma la sensación enrique- cedora de una energi ́a
trascendente, de una plenitud de poder y de ser que lo envuelve todo.
En la actualidad los cementerios que antes estaban en las afueras de la ciudad, al quedar,
por el creci- miento y expansión de las ciudades, rodeados e inte- grados al tejido urbano (a
los barrios residenciales o a las zonas industriales), son reemplazados por una nueva
modalidad que aparecen a lo largo de las vi ́as de salida de las urbes: los campos cementerios
(los jardines-cementerio). Estos aspiran a ser más un en- torno rodeado de naturaleza, de
jardines y fuentes, de amplias zonas verdes, con senderos peatonales, vi ́as asfaltadas que
facilitan el tránsito, y un sentido del territorio amplio y abierto, que un lugar de oración y
reflexión, que le recuerde al visitante la fragilidad de la existencia, lo efi ́mero de la condición
humana. No buscan incomodar al visitante o turbarlo. Su ob- jetivo: prevenir asépticamente
y de forma prudente “lo inevitable”. Son espacios “desdolorizados”, que se alejan de las
expresiones dramáticas, de los estre- mecimientos románticos que acompañ aban la expe-
riencia de la muerte (Rodri ́guez, 2005, p.78) y de las arquitecturas solemnes y escultóricas.
En ellos no se estimula el culto exhibicionista de los muertos, ni la construcción de mausoleos
grandilocuentes y ostento- sos. El parque-cementerio ha borrado las diferencias sociales y
de clase “bajo un manto de césped”, de buenos modales y de conductas ordenadas. En el di-
seño general del entorno visual hay una desaparición progresiva de los si ́mbolos
tradicionales de la muerte (las cruces, los túmulos, los mausoleos gigantescos, la estatuaria
fúnebre), y estos son sustituidos por un conjunto de nuevos elementos que hablan más de
la vida que del dolor. Los valores agregados que estos parques-cementerios le ofrecen al
comprador (se pro- mocionan y venden como bienes rai ́ces) contrastan con la experiencia
que se vive en el cementerio mo- numental: la higiene, la tranquilidad, el paisajismo (el
disfrute de la naturaleza), la paz, las sensaciones de calma y reposo que aporta el entorno,
discrepan con la soledad y la ausencia que acompañ aban estos luga- res. Son espacios
funcionales, aseados (limpios y bien cuidados), prácticos y eficientes, homogenizados, que la
publicidad y el mercado ofrecen como universos de tranquilidad y de “descanso eterno”13.
Pero no todo en el cementerio tiene un carácter reli- gioso, en las sepulturas es común
encontrar fusiona- das las simbologi ́as cristianas tradicionales, las icono- grafi ́as eruditas que
provienen de la religión oficial, las tendencias arti ́sticas consagradas por la academia, con las
aportadas por la cultura popular, con los objetos y si ́mbolos profanos (descontextualizados
del mundo de la muerte o que exceden los patrones simbolos que eran habituales en los
cementerios). Esta tendencia da cuenta del eclecticismo y el amaneramiento que es propio
en la arquitectura funeraria en las ciuda- des actuales. Son frecuentes en las sepulturas, por
ejemplo, la inclusión de objetos que no guardan las proporciones con el conjunto, de manos
enormes que se yerguen implorantes hacia el firmamento, de libros abiertos, de plumas (de
objetos que se utilizan para escribir), de cadenas rotas o de anclas que descansan sobre la
arena, de estrellas u objetos celestes, de bla- sones o escudos trai ́dos de tierras lejanas, de
objetos fabriles o del mundo de la producción, de arti ́culos del mundo del deporte (que
identifican la afiliación o la pertenencia al grupo de hinchas de un equipo o la pasión por la
selección nacional), de medios de trans- porte (bicicletas, motos, automóviles o camiones),
de grafittis, como fotos de personajes del mundo de los medios de masas (de las series de
televisión o de las sagas cinematográficas). Tambien es habitual en las sepulturas el uso de
materiales que se utilizan en el mundo exterior (en el espacio público) o en las fa- chadas de
las viviendas (el marmol y el granito, por ejemplo, se sustituyen por baldosines y molduras
de aluminio, y los balaustres y los muebles urbanos se emplean como elementos
decorativos).
ante la aprehensión de lo fáctico, los cementerios no son más que construcciones que sirven
a una ne- cesidad que en definitiva responde a una motivación práctica.
Los cementerios se muestran, a nuestro criterio, como uno de los lugares tipo de las
territorialidades intersticiales. Alli ́ converge una multiplicidad de elementos alrededor de un
fin único, poner lugar a la muerte desde la vida. Asumimos ese lugar de la muerte a través
de procesos, representaciones y determinaciones que lo configuran como un territorio de la
heterotopi ́a, la topofobia y la topofilia. Heterotopi ́a que desde Michel Foucault entendemos
teóricamente como “el lugar otro” (1, 2 y 3), el lugar extremo. La topofobia nos remite a los
lugares del miedo, del repudio de lo des- apropiado. Por topofilia, sin embargo, nos permite
analizar, como diri ́a Yi-fu Tuan, la relación emotiva con el lugar (4).
Santificación popular
Una manera de superar dicha perspectiva es preguntarse qué es lo que, dentro de un espacio
social amplio, pone en comuni- cación las diferentes formas de manipulación social de bienes
simbólicos y de objetos de creencia, volviéndolos intercambia- bles, conmensurables y
permeables entre ellos. ¿Qué es lo que permite su yuxtaposición y el paso entre ellos en las
prácticas individuales? En otros términos, se tratari ́a de discernir lo que constituye el fondo
de un lenguaje compartido de la eficacia simbólica, lo que podri ́a verse como un plan de base
sobre el cual pueden inscribirse, yuxtaponerse, enfrentarse y aclararse reci ́procamente
figuras religiosas diversas ligadas a problemáti- cas sociales.
Este planteamiento permite también superar otra bipolaridad ri ́gida que expresa una tensión
propia del campo religioso, es- pecialmente el latinoamericano, que se encuentra, sin
embargo, demasiado regulado por las redes de la ideologi ́a sacerdotal misionera y
exclusivista. Se trata de la oposición entre un cato- licismo culto, eclesiástico, institucional y
oficial, a la vez arma, bien y producto de grupos dominantes, y un catolicismo popu- lar, de
los pobres, iletrados o de aquellos que no han sido lo suficientemente evangelizados.
De esta manera, la ocupación popular intensa y continua de los cemente- rios urbanos
colombianos3 desde hace cuarenta años constituye una práctica de laicos, sin el esbozo de
una institucionalización ni la emergencia de oficiantes especializados. Dicha práctica ri- tual
se centra en la transformación ritual continua de algunas categori ́as de muertos recientes,
en figuras de recurso santifica- das, rodeadas de prácticas de culto; una parte de la eficacia
de estas figuras parece tener un anclaje espacial dentro del cemen- terio, como categori ́a
intermedia de espacio entre el mundo so- cializado, el margen no habitado y el más allá.
Mientras tanto, el general Gustavo Rojas Pinilla, muerto en 1975, y Leo Kopp, industrial
alemán fundador de la primera fábri- ca colombiana de cerveza, Bavaria, que murió en 1927,
fueron personajes públicos con una biografi ́a canónica que la acción ritual de los solicitantes
dotó de un acento diferente al de la versión oficial. El primero, militar populista, tomó el
poder a comienzos de los añ os cincuenta para poner fin a la mortal vio- lencia partidista que
azotaba al pai ́s haci ́a un decenio. Esto lo logró poniendo en marcha un cierto número de
medidas de ca- rácter social, con lo que ganó el apoyo popular. Rápidamente destituido por
los poli ́ticos aliados de los dos grandes partidos tradicionales que, sin embargo, habi ́an
contribuido a su nom- bramiento, fue objeto del ostracismo hasta su muerte. El segun- do,
famoso buen patrón, convirtió a sus obreros en accionistas de su empresa, construyó
viviendas sociales y puso a funcionar un sistema cooperativo de pensiones y seguridad social,
lo que le trajo la enemistad de la clase alta colombiana. Estos dos per- sonajes, ajenos a las
familias de la oligarqui ́a tradicional, falle- cieron de muerte natural pero sufrieron con la
hostilidad de la clase alta, “pues nacieron y les dieron demasiado a los pobres” según el
propio discurso de sus creyentes. Si los pedidos dirigi- dos a figuras femeninas reflejan un
amplio espectro existencial –familia, amor, suerte en el juego, protección, salud–, los dirigi-
dos a Rojas y a Kopp son más puntuales: vivienda por el prime- ro, y empleo y dinero por el
segundo (Villa, 1993: 147).