Sunteți pe pagina 1din 7

RENOVAR EL PACTO CONSTITUCIONAL

Hasta hoy el independentismo ha encontrado el


repliegue estatal como única respuesta. Pero los errores de
los dirigentes catalanes no pueden seguir sirviendo de
excusa al inmovilismo. Más pronto que tarde será
necesario empezar a hacer autocrítica. Con ocasión del
referéndum escocés, desde Inglaterra se emitieron estos
mensajes: “We love you Scotland”, “We’re better together
in UK”. No son palabras de amor ni de reconocimiento lo
que se han escuchado entre nosotros. En lugar de tender
puentes, hemos ido ahondando en el desencuentro.

Las reivindicaciones nacionales catalanas, vascas,


gallegas o de otros territorios con demandas de carácter
identitario (Comunitat Valenciana, Illes Balears…) no
deben entenderse como una amenaza a la democracia
española ni a la unidad del Estado sino como aspiraciones
legítimas de una parte de la ciudadanía libremente
expresadas en una sociedad plural y democrática que,
como tales, han de ser atendidas por todos y entre todos,
procurando acomodos que no violenten la convivencia en
común.

Si ha sido posible modificar la Constitución para


reconocer el derecho de sufragio pasivo de quienes
ostentan la ciudadanía europea o para establecer una nueva
regla del déficit, con mayor razón deberíamos poder
reformar la Constitución de 1978 en un sentido federal,
para, profundizando en su espíritu de integración,
acomodar mejor esas reivindicaciones de naturaleza
identitaria que, bien entendidas y gestionadas, han de
conducir a una España más cohesionada, más tolerante y
más estable. Nada hay de antidemocrático en todo ello.
Los procedimientos de reforma (art. 167 CE) y de revisión
(art. 168 CE) no figuran en la Constitución para que ésta
pueda ser reformada, sino para que sea reformada.

El origen más inmediato del actual conflicto con


Cataluña tiene uno de sus referentes en la sentencia
constitucional 31/2010. Esta sentencia desconoció un
pacto que se sitúa en el corazón de la Constitución de
1978, a saber: las comunidades históricas aceptan que
carecen de poder constituyente (nunca tendrían una
constitución propia como en los estados federales) y, a
cambio, los Estatutos de Autonomía aprobados por la
mayoría absoluta de las Cortes Generales no podrían
aplicarse si no eran previamente refrendados por el
pueblo de la comunidad autónoma destinataria de cada
uno de ellos. Era un acuerdo de equilibrio, un pacto entre
personas que, teniendo sentimientos identitarios distintos,
buscaban una fórmula de compromiso para seguir
viviendo juntos y ganarse un futuro en democracia.

El recurso de inconstitucionalidad promovido por el PP,


al recurrir un estatuto aprobado por la mayoría absoluta
del parlamento que representa al pueblo español y votado
favorablemente por la ciudadanía de Cataluña, dinamitó
ese acuerdo esencial. El TC desconoció ese pacto y como
consecuencia de ello entró en el fondo del recurso
mediante una sentencia interpretativa de amplio alcance
que no contentó a nadie y, como consecuencia de todo
ello, la ciudadanía catalana se sintió con razón engañada,
pues el Estatuto que “España” le había dado y que ella
había aceptado, resultaba ser mucho más reducido de lo
que se había dialogado y acordado, sin dar opción a que el
legislador catalán pudiese interpretar su Estatuto en el
sentido constitucionalmente más adecuado. El TC impuso
una visión unilateral del pacto constitucional, que dejó a
Cataluña sin un texto aprobado por las Cortes Generales y
por su propio cuerpo electoral.

A partir de aquel día el Título VIII de la Constitución


quedó herido de muerte. La ulterior jurisprudencia
constitucional solo ha venido a reafirmar aquella
desafortunada decisión y sus efectos más involucionistas.
La pésima gestión de la crisis catalana y de la crisis
económica han conducido a una imparable e intensa
recentralización. El Estado de las Autonomías se ha
convertido en una apariencia, en envoltorio vacío de
contenidos inciertos. Salvo en aspectos simbólicos y
organizativos puntuales, las CCAA carecen de facultades
para desarrollar políticas públicas propias: el estado se ha
apoderado de las competencias compartidas, los títulos
horizontales se han multiplicado exponencialmente, las
bases ya no son un mínimo común denominador, sino
regulaciones uniformes que se imponen en todo el
territorio… Todo camina hacia atrás, como si el diseño
territorial de 1978 hubiese sido un error que debe ser
corregido devolviendo poderes al centro.

Frente a esa tendencia que desconoce que una España


en libertad es una España en la que deben convivir los
diferentes, somos muchos los que creemos que es posible
renovar el pacto constitucional dentro de un espíritu de
concordia, sin humillaciones, sin vencedores ni vencidos.
Somos muchas personas los que apostamos por una salida
civilizada del contencioso en el que se encuentra España,
en la que se reconozca su diversidad identitaria. Somos
muchos los que creemos que es posible, como en otras
muchas democracias de nuestros días, avanzar hacia una
“unión” en la que estén todos, mediante un proyecto
político federal, en el que el respeto a la diferencia sea una
fortaleza que a todos nos iguale.

En su sentencia de 1998 sobre el conflicto del Quebec,


el Tribunal Supremo de Canadá emitió una sentencia
modélica por la forma en que reconcilió
constitucionalismo y democracia, satisfaciendo a todas las
partes. El principio democrático queda definido de esta
manera en el punto 64 de la sentencia:
La democracia no se agota en la forma en la que se ejerce
el gobierno. Al contrario, la democracia mantiene una
conexión fundamental con objetivos sustantivos, el más
importante de los cuales es el autogobierno. La
democracia da cobijo a las identidades culturales y
grupales. Dicho de otra manera, el pueblo soberano
ejerce su derecho al auto-gobierno a través de la
democracia.
Sobre la base de ese principio la CE podría ofrecer una
propuesta constitucional inclusiva que asegurase la
concordia y ofreciese estabilidad y seguridad para una
generación.

Azotados por las noticias que a diario se suceden,


vivimos ahora en un tiempo en que no se ve la luz. La
confrontación, el desencuentro, la herida, se amplían ante
nuestros ojos. Sin embargo, antes o después, esa sucesión
de infortunios tiene que dejar paso a un momento de calma
en que se pueda hablar de todo, de modo inclusivo, en el
mutuo reconocimiento y la solidaridad interterritorial, con
una solución constitucional válida para todos.
Ramón Maíz. Catedrático de Ciencia Política, USC.
Lourenzo Fernández Prieto. Catedrático Historia
Contemporánea, USC.
Henrique Monteagudo. Profesor Filoloxía Galega, USC.
Manuel Artime. Profesor Filosofía Política, UNED-PO.
Antón Baamonde. Escritor y filósofo.
Ignacio Sánchez Cuenca. Profesor de Ciencia Política,
UC3M.
Máriam Martínez Bascuñán. Profesora Ciencia Política,
UAM.
Astrid Barrio. Profesora Ciencia Política, UV.
Javier Pérez Royo. Catedrático Derecho Constitucional,
US.
María Eugenia R. Palop. Profesora de Filosofía del
Derecho, UC3M.
Antonio García-Santesmases. Catedrático Filosofía
Moral y Política, UNED.
Antón Losada. Profesor Ciencia Política, USC
Miren Llona. Profesora Historia Contemporánea, UPV.
Juan Sisinio Pérez Garzón. Catedrático de Historia
Contemporánea, UCLM.
Eva Anduiza. Catedrática Ciencia Política, UAB
Julián Casanova. Catedrático de Historia
Contemporánea, UNIZAR.
Manuel González de Molina Navarro. Catedrático de
Historia Contemporánea, UPO.
Gemma Ubasart. Profesora Ciencia Política, UdG.
Oriol Bartomeus. Profesor Ciencia Política, UAB.
Juan Pan-Montojo. Profesor Historia Contemporánea,
UAM.
Mari Paz Balibrea. Reader Modern Spanish Literature
and Cultural Studies, Birkbeck College.
Carmen Pena. Catedrática Historia del Arte, UCM.
Daniel Innerarity. Catedrático de Filosofía Política y
Social, UPV.
Marta García Alonso. Profesora Filosofía Política y
Moral, UNED
José Luis Villacañas. Catedrático de Filosofía, UCM.
Eduardo Manzano Moreno. Profesor Inv. Historia
Medieval, CSIC. Madrid
Joaquín Urías. Profesor Derecho Constitucional, US.
Victoria Camps. Catedrática de Ética, UAB
Bartolomé Clavero. Catedrático Historia del Derecho,
US.
Ramón Villares. Catedrático de Historia Contemporánea,
USC.
Margarita Gómez-Reino Cachafeiro. Profesora Ciencias
Políticas, UNED.
Angel López García-Molins. Catedrático Lingüística,
UV.
Joan Botella. Catedrático de Ciencia Política, UAB.
Paloma Aguilar. Profesora de Ciencia Política, UNED.
Madrid.
Fernando Vallespín. Catedrático Ciencia Politica, UAM
Antonio Hermosa. Catedrático Filosofía, US.
Manuel Alcántara. Catedrático de Ciencia Política,
Universidad de Salamanca.
Victor Freixanes. Periodista y Profesor Ciencias de la
Comunicaciòn. USC.
Noelia Adánez. Editora y dramaturga.
Jordi Amat. Escritor, filólogo y crítico literario.
María Xosé Agra Romero. Catedrática Filosofía Política,
USC.
Francisco Vázquez García. Catedrático Filosofía, UCA
María Jesús Funes Rivas. Profesora Sociología, UNED.
Xermán Labrador. Associate Professor Spanish and
Portuguese Studies, Princeton University.
Benita Sampedro Vizcaya. Professor of Spanish Colonial
Studies, Hofstra University.
Simon Doubleday. Professor of History, Hofstra
University.
Gonzalo Velasco Arias. Profesor de Humanidades de la
UCJC, Madrid.
Paz Moreno Felíu. Profesora Antropología Política,
UNED.
Antonio Sitges-Serra. Catedrático Cirugía, UAB.
Federalistes d´
Carme Valls. Médico y escritora.
María Ausencia Tomé Martinez de Rituerto. Médico.
Marilar Aleixandre. Catedrática de Didáctica das
Ciencias, USC.
Ramón López Facal.Profesor Didáctica de las Ciencias
Sociales, USC.
Inma López Silva. Profesora Escola Superior de Arte
Dramática, UVigo
José Luís Moreno Pestaña. Profesor Filosofía, UGR.
Luis Alegre Zahonero. Profesor Filosofía y Sociedad,
UCM.
Alex Alonso Nogueira. Department of Modern
Languages and Literatures Brooklyn College, CUNY.
Mireia Esteva Saló. Escritora. (Vicepresidenta de
Federalistes d'Esquerres)
Francesc Arroyo, Periodista.
Nieves Lagares. Profesora Ciencia Política, USC.

S-ar putea să vă placă și