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Poder Judicial de la Nación

///nos Aires, 15 de mayo de 2012.


AUTOS Y VISTOS:
Se reúnen los integrantes de este Tribunal Oral en
lo Criminal N 17, doctores Pablo Daniel Vega, Juan Facundo
Giudice Bravo y Alejandro Noceti Achával, con la asistencia
del secretario de actuación, doctor Guido Damián Cresta, para
redactar los fundamentos de la sentencia dictada en la causa
N 3705, seguida en orden al delito de HOMICIDIO SIMPLE CON
DOLO EVENTUAL contra ALBERTO RAMÓN CASTILLO (apodado "yuyo",
argentino, casado, nacido el 13 de enero de 1949 en Posadas,
provincia de Misiones, albañil, hijo de Juan y de María de la
Paz Ávalos, identificado con el Documento Nacional de
Identidad Nº 5.540.284, con domicilio real en Andrade N° 345
de la localidad de General Rodríguez, provincia de Buenos
Aires y constituido en Diagonal Roque Sáenz Peña N° 1190, 2°
piso de esta ciudad, detenido en el Complejo Penitenciario
Federal N° I –Ezeiza- del Servicio Penitenciario Federal).
Intervienen en el debate el representante del Mi-
nisterio Público Fiscal, doctor Juan José Ghirimoldi y la
Defensora Oficial, doctora Norma Bouyssou a cargo de la
asistencia técnica del imputado Alberto Ramón Castillo.
De la que,
RESULTA:
A. Que en el requerimiento de elevación a juicio de
fs. 273/276, el fiscal de instrucción, doctor Adrián César
Giménez, a cargo de la Fiscalía de Distrito de los Barrios de
Pompeya y Parque de los Patricios, imputó a ALBERTO RAMÓN
CASTILLO el siguiente suceso:
“…haber ocasionado el fallecimiento de ELISA DEL
CARMEN TOLEDO, el 16 de marzo del corriente año, alrededor de
las 14:00 horas, en el interior de la vivienda instalada en
un predio de la empresa “CRIVA S.A.”, ubicado en Avenida La
Plata 2253 de esta ciudad, lugar en el cual la víctima vivía
junto a su hija ROSALINDA CLARA TOLEDO, de siete años de
edad. En aquella oportunidad CASTILLO, quien mantenía una
relación con la nombrada y cumplía tareas como cuidador del
lugar, había comenzado una discusión motivada por sus celos,
al haber encontrado en la vivienda una remera masculina que
no le pertenecía; en un momento de la misma, tomó una botella
de alcohol de un armario allí ubicado y lo derramó sobre la
cabeza de la víctima, para luego prenderla fuego con un
encendedor. Con posterioridad y durante el transcurso de
varias horas, el imputado asistió a TOLEDO mediante la
aplicación de agua y cremas para las quemaduras, solicitando
la asistencia del servicio médico de emergencias recién al
cabo de todo ello, cuando aquella ya había fallecido como
consecuencia directa de las quemaduras provocadas. Todo el
suceso descripto fue presenciado por la hija de la fallecida,
a la cual el encartado amenazó para que no contara lo
sucedido, profiriendo frases tales como: "si le decís algo a
la policía cuando salga de la cárcel te voy a buscar y te
mato" (textual). Como consecuencia de ello, las primeras
indagaciones policiales en el lugar recogieron la versión de
que se había tratado de un accidente, provocado por el mal
empleo de acetona por parte de la víctima, cuando trataba de
quitarse pintura de las uñas frente a una hornalla".

B. Que en ocasión de efectuar su alegato, de


conformidad con lo establecido en el artículo 393 del Código
Procesal Penal de la Nación, el Fiscal General, doctor Juan
José Ghirimoldi, por todas las argumentaciones y conclusiones
que expuso y que han quedado asentadas en el acta de debate,
le imputó a Alberto Ramón Castillo la comisión del evento
acaecido el 16 de marzo de 2011, alrededor de las 14 horas
aproximadamente, en el interior de la finca correspondiente a
la firma “CRIVA S.A.” sita en la avenida La Plata N° 2253, de
esta ciudad, oportunidad en la cual ocasionó el fallecimiento
de Elisa Del Carmen Toledo, utilizando para ello una botella
de alcohol que derramó sobre la cabeza de la víctima, para
luego prenderla fuego con un encendedor.
Calificó el hecho reseñado como constitutivo del
delito de homicidio simple con dolo eventual, por el que el
enjuiciado debía responder en calidad de autor penalmente
responsable, en los términos de los artículos 45 y 79 del
Código Penal, solicitando al Tribunal que al momento de
dictar sentencia se lo condene y se le imponga la pena de
Poder Judicial de la Nación
diez años de prisión con accesorias legales, así como el pago
de las costas del proceso (artículos 12, 29, inciso 3°, del
Código Penal y 530, 531 y 533 del Código Procesal Penal de la
Nación).

C. Que, a su turno, la Defensora Oficial, doctora


Norma Bouyssou, expresó que la hipótesis de la fiscalía no se
encontraba acreditada y que el hecho investigado fue un mero
accidente, solicitando que se absuelva a Alberto Ramón
Castillo en orden al delito de homicidio simple con dolo
eventual. De manera subsidiaria, planteó un cambio de
calificación sobre la base de que el suceso imputado
encuadraría en la figura del homicidio preterintencional en
los términos del artículo 81, inciso b), del Código Penal y
requirió que, en caso de condena, se le imponga una pena
cercana al mínimo legal del tipo en cuestión; ello en razón
de que Castillo no posee antecedentes.

Y CONSIDERANDO:
El Juez Pablo Daniel Vega dijo:
PRIMERO:
I. Que la examinación de los distintos elementos de
prueba producidos durante el transcurso del debate, me
permite tener por legalmente acreditado que el día dieciséis
de marzo del año 2011, cerca de las 14:00 horas, en el predio
de la empresa “Criva S.A.”, ubicado en la Avenida La Plata
2253 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde el imputado
Alberto Ramón Castillo cumplía tareas de cuidador, a la vez
que vivía durante la semana con Elisa Del Carmen Toledo y la
hija de ésta de nombre Rosalinda Clara Toledo –a quienes
había albergado desde hacía mucho tiempo al no tener ellas
lugar donde vivir−, se produjo un conflicto que tuvo por
protagonistas a las dos personas mencionadas en primer
término.
Tal confrontación se originó a partir de la
circunstancia de haber hallado Alberto Ramón Castillo una
remera masculina de color azul en el aludido domicilio,
puesto que ello le hizo pensar que Elisa Del Carmen Toledo –
con quien lo unía un vínculo que excedía el plano de la
amistad− había estado con otro hombre, lo cual le generó
ciertos celos que lo llevaron a increparla, iniciándose una
fuerte discusión en presencia de Rosalinda Clara Toledo.
Fue en ese contexto situacional que el imputado
decidió tomar del armario un recipiente que contenía una
sustancia inflamable para derramarla desde la cabeza hacia el
tronco del cuerpo de Elisa Del Carmen Toledo y prenderla
fuego mediante el uso de un encendedor, ante lo cual
resolvió, de inmediato, sofocar el fuego que ya ardía sobre
el rostro y el pecho de la víctima, valiéndose de agua y de
un colchón que tiró sobre ella para extinguir las llamas;
objetivo que finalmente alcanzó. Una vez logrado dicho
propósito asistió a la damnificada bañándola con agua fría y
limpiando sus heridas hasta que, a pedido de ella, fue hasta
una farmacia y compró algunas cremas que pasó por las
lastimaduras, intentando llamar a una ambulancia aunque sin
éxito pues la comunicación daba ocupado.
Finalmente, la víctima le transmitió que se sentía
muy mal, por lo que Castillo llamó nuevamente al servicio
médico, el cual, al llegar al lugar del hecho, constató el
triste desenlace ocasionado por las quemaduras críticas, toda
vez que Elisa del Carmen Toledo ya se encontraba muerta.

II. La materialidad del hecho precedentemente


narrado halla suficiente base probatoria en las siguientes
constancias del proceso que fueran apreciadas durante la
audiencia de debate; a saber:
a) las manifestaciones de Rosalinda Clara Toledo –
hija de la víctima y testigo presencial del hecho− realizadas
en Cámara Gessel durante el debate, en presencia del Tribunal
y de las partes, quienes han controlado la legalidad del
acto, el cual, por cierto, respetó las directrices normativas
tendientes a preservar a la testigo menor, evitando cualquier
forma de victimización o re-victimización. Así, sostuvo la
nombrada que: “Alberto mató a mi mamá; que un día encontró
una remera azul y como no era de él, entonces le preguntó a
mi mamá y me llamó a mí, me chifló y me llamó; que entonces
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me empezó a pegar patadas y me preguntaba de quien era esa
remera; que yo le dije que la verdad no sabía de quien era;
que la prendió fuego desde la cabeza a mi mamá; que ocurrió
en la casa donde vivíamos que estaba cerca de Pompeya; que
ese lugar era feo y estaba ahí porque mi mamá me había
llevado; que yo tenía otra casa en La Boca y como Alberto era
amigo de mi mamá desde cuando vivía allí, entonces ella se
mudó con él; que el nombre es Alberto Ramón Castillo; que mi
mamá estaba durmiendo porque dormía hasta las once de la
mañana; que después le echó alcohol y la prendió fuego a mi
mamá desde la cabeza; que el alcohol lo sacó de arriba de
donde había muchos muebles; que lo hizo con un encendedor y
después de eso la fue a bañar y después mi mamá tenía mucho
frío y entonces la tapó con todas las sábanas de la casa y
después mi mamá se murió; que él le daba pastillas; que
después de ese día no lo vio a Alberto en ningún otro
momento; que fue a la comisaría con él y la mujer, otra mujer
que tenía”. Repitió nuevamente “que el día del fuego Alberto
le preguntó por la remera azul que no era de él y yo no sabía
de quien era; que entonces Alberto la agarró a mi mamá que
estaba durmiendo y Alberto la despertó y le preguntó de quien
era esa remera, estaban en la pieza y lo del fuego y el
alcohol fue en el cuarto, ella estaba ahí, mi mamá no sabía
de quien era y Alberto le seguía preguntando, le seguía
preguntando y mi mamá no sabía de quien era y entonces la
prendió fuego; que el fuego se apagó porque Alberto le echó
un colchón arriba de ella; que luego se fue a vivir con su
abuelo a quien no conocía”.
b) Lo expresado por Isabel Rocha, psicóloga de
Rosalinda Clara Toledo desde hace un año, en cuanto afirmó
que la niña tiene una inteligencia superior a la media, con
gran capacidad para relatar y describir la realidad; que no
resulta ser fabuladora y que, si bien cualquier niño es
susceptible de ser inducido en algún grado, ello no había
ocurrido en el caso de Rosalinda. Finalmente, agregó que la
niña no quería atender a Castillo cuando éste llamaba
interesándose por ella al domicilio de su abuelo materno con
quien había pasado a morar.
c) Conclusiones Psicológico-Periciales relativas a
la evaluación psicológica de Rosalinda Clara Toledo,
elaboradas por la Licenciada en Psicología del Departamento
respectivo del Cuerpo Médico Forense (fs. 266/271), en cuanto
se afirma que la vida imaginativa de la niña es normal para
su edad, no observándose indicadores de una exacerbación
patológica de la fantasía ni tampoco signos de un discurso
influenciado por terceros. También cabe relevar en tal
sentido lo expresado por la Dra. Virginia Berlinerbláu,
Médica Forense de la Justicia Nacional, al concluir en su
informe psiquiátrico practicado respecto de la niña a fs.
292/297, que su relato presenta indicadores de credibilidad,
no surgiendo elementos fabulatorios.
d) La declaración testifical de Susana Virginia
Bossia, integrante de la Brigada de Contención Psicológica de
la Policía Federal Argentina, quien recordó que al llegar al
sitio en que se produjo la muerte de Elisa Del Carmen Toledo
encontró a Rosalinda llorando de manera silenciosa, muy
reticente a hablar por lo traumático de la situación,
destacando que su estado emocional era acorde a lo que se
espera de quien sufre lo que había acontecido.
e) Los dichos de Isabel Delmira Bordón (concubina
del abuelo materno de Rosalinda Clara Toledo), quien sólo se
limitó a aportar que, encontrándose ya la niña viviendo con
ellos, en una oportunidad en que regresaba a su casa del
colegio, le dijo que tenía algo que contarle y ella le
respondió que hablara directamente con su abuelo, enterándose
luego que había contado que a la madre la había matado
Alberto Castillo.
f) Declaración del testigo José Ángel Toledo (padre
de la víctima), en cuanto sostuvo que en una ocasión en que
fue a buscar a Rosalinda a la escuela, la notó rara pues
estaba muy callada, silenciosa, siendo normalmente una niña
muy alegre y conversadora; que al llegar a la casa ella habla
primero con su mujer y ésta le dice que la niña tenía algo
muy grave que contarle; que fue entonces que le dijo:
“abuelo, vos sabes que Alberto la mató a mi mamá”; que para
él fue una sorpresa y le pidió tres veces que le respondiera
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si lo que contaba era verdad, a lo cual contestó que sí; que
seguidamente le explicó que ella estaba jugando en el patio y
Alberto le preguntó si había habido alguien en la casa y
entonces fue luego hacia su madre a quien le tiró un líquido
y le prendió fuego la ropa; que le preguntó a la niña por la
ropa que tenía puesta su madre y le respondió que llevaba una
remera de color rojo con una estrella en el pecho; que le
preguntó por el elemento con que la habría prendido fuego y
le contestó que Alberto utilizó un encendedor. Finalmente
dijo que su nieta había ido a vivir con él y su mujer el 1°
de abril de 2011.
g) Las manifestaciones de Néstor Daniel Degregorio,
de la División Coordinación General de la Superintendencia
Federal de Bomberos, quien dijo que intervino en el hecho
donde se habría producido una muerte por causales dudosas;
que se trataba de una mujer que había sufrido quemaduras; que
llegó al lugar con personal de la comisaría 34ª de la Policía
Federal Argentina y de policía científica; que en un primer
momento se le informó que la señora se estaba limpiando las
uñas con acetona, produciéndose un proceso de ignición; que
dentro de la finca, en una habitación de grandes dimensiones,
vio a la mujer en una cama y a simple vista presentaba
quemaduras. Dijo que se buscó el tarro de acetona, pero no
pudo ser habido; que en la cocina había un “anafe” alimentado
con gas de garrafa; que observó una prenda de vestir de color
rojo, tipo remera que tenía vestigios de haberse quemado y
también vio restos de piel en un baño o lavadero cercano a la
cocina. Recordó que le revisaron las uñas a la mujer, que
tenía parte de pintura, pero indicó que en general en todos
los dedos faltaba pintura. Destacó que la mujer tenía
quemaduras en los brazos, en el torso, en la cara y en parte
del pelo; que si se deja encendida una hornalla, estando con
acetona en las manos no se produce ese tipo de quemaduras;
que las quemaduras son debido al líquido, a su cantidad y que
las quemaduras eran superficiales. Sostuvo que un frasco de
acetona, por su tamaño y cantidad de líquido que en general
contiene, no resulta idóneo para producir la clase de
quemaduras verificadas en la víctima.
En este sentido, remarcó especialmente que, aun
cuando se haya prendido fuego todo el tarro de acetona,
siempre quedan vestigios y que no es posible que si se
trataba de un frasco de los que se venden en el mercado, se
genere la extensión de fuego que produjo las heridas
constatadas en la víctima.
h) Declaración de Néstor Alberto Garramuño,
Subinspector de la Policía Federal, quien relató al tribunal
que el día del hecho tomaba su servicio como jefe externo de
la Seccional 34ª de la Policía Federal Argentina y fue
desplazado hacia un predio ubicado en la Avenida La Plata de
esta ciudad por persona sin vida. Dijo que ingresó al lugar
con el médico de la ambulancia del S.A.M.E.; recordó que
encontró una mujer de unos 40 años aproximadamente sin vida y
a su lado una niña que luego supo que era la hija de la
víctima; que la mujer tenía signos de quemaduras; que se
identificó al hombre que estaba en el lugar, que era el señor
Castillo; que se hizo la consulta pertinente con la Fiscalía
de Distrito de Pompeya y conforme lo ordenado, se convocó al
personal de bomberos y a la unidad criminalística para que
hicieran en forma conjunta las peritaciones de rigor. Señaló
que se hizo una amplia inspección ocular del inmueble, el
cual parecía un lugar abandonado aunque habitable; recordó
que eran varias las habitaciones; que observó que el piso
del lugar como así también el del baño estaban húmedos,
mojados; que le preguntaron a Castillo acerca de lo sucedido,
así como por el vínculo que tenía con la víctima, a lo que
respondió que él estaba a cargo del cuidado del predio para
evitar usurpaciones y que le permitía vivir a la señora con
su hija a quienes conocía del barrio de La Boca. Explicó que
Castillo estaba muy nervioso; que se hizo una inspección
ocular en el lugar con personal de siniestros, buscándose
algún elemento inflamable o acelerador y que según la versión
de Castillo la mujer se estaba limpiando las uñas y se
prendió fuego cuando se acercó a la hornalla de la cocina que
estaba encendida; dijo que no halló nada con olor a acetona
ni algo parecido como así tampoco encontró ningún elemento
acelerante de la combustión; que la cocina estaba limpia como
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recién lavada al igual que el baño; que en una palangana con
agua y jabón fueron hallados restos de piel o lo que a simple
vista parecía ser piel. Dijo que se inspeccionó la
habitación, hallándose una remera de color rojo o rosa, la
cual se secuestró; que se buscó evidencia y se encontró una
bolsa de una farmacia −cree que era de “Farmacity”−, dentro
de la cual había un ticket y unos artículos para tratar
quemaduras, así como gasas y un pote de dentífrico. En cuanto
al estado de la menor afirmó que estaba asustada y lloraba
junto al cuerpo de la madre, siendo muy consciente de que
ésta había fallecido. Dijo que no advirtió ningún signo de
violencia, solamente las quemaduras y restos de piel; que el
escenario de los hechos indicaba que la mujer se acostó y se
puso el ventilador para aliviar el ardor provocado por las
quemaduras; que supuso que ella estaría de pie al momento de
recibir el fuego puesto que la causa de la muerte obedeció a
las quemaduras en las vías respiratorias.

i) Las expresiones de Blanca Lidia Chávez, quien


dijo ser concubina de Castillo desde hace 30 años
aproximadamente, señalando con relación al hecho que el día
en que éste ocurrió Castillo la llamó a la tarde, cerca de
las 18:00 o 19:00 horas y le dijo que la señora que vivía en
el predio con él había tenido un accidente y que se había
quemado; que ella sabía que se refería a la señora Carmen de
la cual ignoraba el apellido; que no recordó si Castillo le
comentó el modo en que se había quemado. Dijo que llegó de
noche al lugar porque vive lejos, en General Rodríguez, y vio
a Castillo con la nena en sus brazos ya dormida; estaba
también una señora policía la que luego la acompañó hasta la
habitación para que vea el cuerpo de la mujer que estaba
quemado; que conocía la circunstancia de que Castillo le daba
albergue a esa señora con su niña, puesto que él le contaba
todo. También señaló que supone que Castillo mantenía una
relación con esa mujer, por cuanto ellos estaban
distanciados, aunque Castillo iba todos los fines de semana y
también durante la semana si la dicente estaba enferma.
j) Informes suscriptos por el Director General del
Sistema de Atención Médica de Emergencias (S.A.M.E.), Dr.
Alberto F. Crescenti, agregados a fs. 34/35 y 74, de los que
se desprende que el 16 de marzo de 2011, a las 18:29 horas,
se recibió un pedido de auxilio médico para el domicilio de
Avenida La Plata 2253 de esta ciudad, por persona quemada con
pérdida de conciencia; comisionándose el móvil identificado
como “Penna 3” que llegó al lugar a las 18:48 horas,
finalizando el auxilio médico a las 19:09 horas. Por último,
cabe relevar con relación a dicho informe que en el campo
correspondiente al “Apellido y Nombre” del paciente se
consignó Carmen Toledo, y que en “Observaciones” se asentó
que la nombrada “tenía dos horas de fallecida”, solicitándose
móvil policial.
k) Protocolo de la autopsia Nro. 564/2011,
realizada por la Dra. Cristina Angélica Bustos, Médica
Forense de la Justicia Nacional, que luce glosado a fs.
41/47, en el que se concluye que la muerte de Elisa Del
Carmen Toledo se produjo por quemaduras críticas.
l) Informe efectuado por la División de Siniestros
de la Superintendencia Federal de Bomberos de fs. 48/58, en
el que se sostiene que las marcas de fuego observadas tanto
en el cuerpo de la víctima como en la prenda de vestir
parcialmente combustionada, pueden vincularse con la
participación de una sustancia acelerante de la combustión.
ll) Copia fiel de la Partida de Defunción de quien
en vida fuera Elisa Del Carmen Toledo, agregada a fs. 68.
m) Copia del Plano de relevamiento del lugar en que
se produjo la muerte de Elisa Del Carmen Toledo, elevado por
el Jefe de la División Scopometría de la Policía Federal
Argentina, Comisario Eduardo Emilio Villoria (agregado a fs.
198), en el que se detallan las habitaciones existentes en la
finca de Avenida La Plata 2253 de esta Ciudad, así como
también se consigna la ubicación en que se encontraba el
cuerpo sin vida de la nombrada al momento de ser hallado en
aquel lugar.
n) Informe elaborado por la Dra. María E. de Paz,
integrante de la Unidad Médico Forense de Investigaciones
Criminales de la Policía Federal Argentina, en el que se
Poder Judicial de la Nación
consigna haberse procedido al estudio del lugar del hecho y
al examen del cadáver, constatándose la presencia de lesiones
por quemaduras múltiples dispersas en todo el rostro,
miembros superiores, tórax y abdomen.
ñ) Fotografías agregadas a fs. 55/57, en cuya
virtud es dable observar la existencia del cuerpo de la
víctima con las quemaduras a que refieren los peritajes
aludidos.
o) Acta de fs. 1/4, en la que se consigna el
secuestro de una bolsa de nylon blanco de la Farmacia
“Pompeya S.R.L.”, conteniendo en su interior: 1) un ticket de
compra de fecha 16 de marzo de 2011, a las 16:45 horas, por
un importe $49.40, con el sello de “pagado”; 2) Mertiolate;
3) Iodopovidona; 4) dos pomos de dentífrico; 5) dos potes de
pomada “Platsul-A”; 6) un paquete de gaza y 7) uno de
algodón.

III. Ciertamente, el cúmulo de pruebas detallado


con precedencia confiere plena apoyatura al cuadro fáctico
tenido por probado, se nutre las que asume sustancial
relevancia la declaración de la única persona que ha sido
testigo presencial del conflicto que derivó en la muerte de
Elisa Del Carmen Toledo; a saber, su hija Rosalinda Clara
Toledo.
En efecto, esta última afirmó contundentemente que,
el día del hecho objeto de este proceso penal, el imputado
la indagó acerca de una remera masculina de color azul
hallada en el ya aludido inmueble ubicado en la Avenida La
Plata de esta ciudad, que lo llevó a sospechar de la
fidelidad de la víctima −quien, como se ha dejado consignado,
cohabitaba dicho sitio− y, ante el desconocimiento expresado
con relación al dueño de aquella prenda de vestir, decidió
increpar a Elisa Del Carmen Toledo, iniciando una discusión
que derivó en la acción de arrojarle una sustancia acelerante
de la combustión para luego prenderla fuego mediante el uso
de un encendedor.
No cabe duda alguna en torno a que abonan dicho
relato las declaraciones efectuadas durante el debate por el
abuelo materno de la niña (José Ángel Toledo) y por su
concubina (Isabel Edelmira Bordón), quienes resultaron
contestes a la hora de afirmar que Rosalinda sintió
espontáneamente la necesidad de contarles algo muy grave que
había pasado con su madre y que consistió en que Ramón
Alberto Castillo –al que se refería como su papá− la había
matado al prenderla fuego con alcohol (ver pruebas
identificadas como “e” y “f” del punto anterior).
Por su parte, en cuanto a las quemaduras sufridas
por la víctima son por demás elocuentes las pruebas
individualizadas como “g”, “h”, “j”, “l”, “n” y “ñ”; mientras
que la conexión causal de la acción lesiva con la muerte
halla pleno sustento probatorio en el protocolo de la
autopsia practicada en el caso, dado lo categórico de la
conclusión a la que llega relativa a que la muerte de Elisa
del Carmen Toledo obedeció a las quemaduras críticas que
experimentó (ver prueba “k”). Por lo demás, del deceso de la
nombrada da cuenta también la correspondiente Partida de
Defunción cuya copia ya ha sido individualizada (ver prueba
ll).

IV. Ahora bien, el suceso ventilado en el sub


examine presenta, además, ciertas notas distintivas cuyo
relevamiento no cabe omitir, por la trascendencia que, desde
mi parecer, han de tener a la hora de explicar la decisión
asumida por el Tribunal.
Sobre el particular, cabe especialmente destacar
que la actividad del imputado Castillo no se limitó a lo ya
narrado, sino que se ha podido corroborar que el nombrado, al
ver las llamas arder en el cuerpo de la víctima, inició un
conjunto de acciones tendientes a extinguir el fuego para
evitar su propagación y poder así reducir la extensión de la
lesividad ocasionada por su conducta anterior.
Ciertamente, han de ser también numerosas las
constancias que acreditan tal extremo, correspondiendo
iniciar su relevamiento por el propio relato que dio la hija
de la víctima, en la medida en que ha sido también
concluyente al momento de expresarse sobre dicho aspecto.
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En efecto, sostuvo Rosalinda que inmediatamente
luego de ejecutar la acción lesiva, Castillo decidió apagar
el fuego que quemaba a su madre, valiéndose para ello de agua
y de un colchón que tiró sobre el cuerpo de aquélla a fin de
lograr el sofocamiento de las llamas; objetivo que finalmente
alcanzó. A su vez, dijo la menor que el imputado, bañó a su
madre con agua para atemperar el dolor provocado por las
quemaduras y, un tiempo después, decidió salir del domicilio
para comprar elementos que permitan curar esa clase de
heridas, yendo hasta la farmacia más cercana.
Finalmente, indicó que al volver Castillo de la
farmacia con la medicación, colocó sobre las heridas de Elisa
Del Carmen Toledo cremas para tratar las quemaduras.
Sin duda alguna que el relato de este tramo del
hecho encuentra también apoyatura en otros elementos de
prueba, entre los que cabe relevar por su contundencia tanto
el testimonio del subinspector Néstor Alberto Garramuño como
el acta de fs. 1/4.
Veamos. Con relación a la declaración del testigo
aludido cabe destacar que al ser convocado al escenario del
hecho, efectuó una amplia inspección ocular del lugar
observando que el piso de la habitación en que yacía el
cuerpo de la víctima asi como también el del baño se
encontraban mojados; hallando una palangana con agua y jabón
que contenía además restos de piel.
Resultaría inconcebible pensar que ha sido la
propia víctima quien, inmersa en la experiencia del
sufrimiento provocado por su estado crítico, sofocó
autónomamente el fuego que la lastimaba, bañándose sola y
quitándose los restos de piel quemada sin obtener ayuda
alguna por parte de un tercero.
Es entonces evidente que, hallándose aquel día
únicamente en compañía de Castillo y de su pequeña hija, sólo
pudo ser aquél el encargado de prestarle colaboración para
extinguir el fuego y calmar el dolor de sus heridas. Basta
con pensar en la fuerza que demanda la clase de maniobras a
las que he referido como para confirmar la conclusión de que
ha sido el imputado quien las ha llevado a cabo.
De todos modos, la declaración testifical de
Garramuño aporta además un dato que también cobra
significativa relevancia a la hora de sustentar aquél aserto.
En efecto, el testigo también recordó que al
inspeccionar el inmueble en cuestión, encontró una bolsa de
nylon de una farmacia que contenía un ticket de compra así
como algunos artículos para tratar quemaduras (medicamentos,
gasas y algodón) y potes de dentífrico.
Tal extremo permite corroborar la versión dada por
la niña en torno a la actitud asumida por Castillo luego de
producida la agresión física. Mas a todo ello, cabe agregar
el secuestro formalizado en la mencionada acta de fs. 1/4, en
la que se consignan los artículos a que hiciera referencia el
testigo Garramuño, todos los cuales han sido individualizados
como prueba “O” del detalle que he realizado en el punto
anterior. De él se desprende que a las 16.45 horas del día
del suceso Castillo compró en la farmacia “Pompeya S.R.L”
Mertiolate, Iodopovidona, Platsul-A, dentífricos, gasas y
algodón.
Por último, cabría agregar que el testigo
Degregorio sostuvo durante su declaración que el proceso
flamígero fue escaso y que las quemaduras han sido
superficiales, lo cual habla a las claras de que las llamas
que ardían sobre el cuerpo de la víctima fueron extinguidas
rápidamente por la acción de Castillo; debiéndose recordar
que la muerte se produjo por quemaduras críticas en las vías
respiratorias.
En consecuencia, el examen de la totalidad de los
elementos probatorios producidos durante las audiencias de
debate, me convence acerca de que Alberto Ramón Castillo
roció el cuerpo de Elisa Del Carmen Toledo con una sustancia
acelerante de la combustión y la prendió fuego con un
encendedor; aunque, inmediatamente después de hacerlo,
resolvió sofocar las llamas y proceder de un modo acorde al
de quien intenta atemperar el sufrimiento de la víctima y
recomponerla mediante la aplicación de productos orientados a
tal fin.
Cierto es que el cuadro situacional requería de una
Poder Judicial de la Nación
asistencia médica como única vía idónea para lograr mejorar
el estado de salud de la damnificada; aunque este punto
merecerá un tratamiento autónomo que habré de materializar
oportunamente (ver, infra, considerando tercero, punto V).

V. Resulta menester ahora explicar un aspecto que


he dado por sentado –pues es derivación lógica del cúmulo de
pruebas valorado- y que sindica a Castillo como el autor de
la agresión contra la víctima, lo que descarta de plano la
hipótesis del accidente dada por el imputado al momento de
ejercer su derecho de defensa durante el juicio.
Para ello, corresponde iniciar el tratamiento de la
cuestión recordando sintéticamente la versión ofrecida por el
enjuiciado.
Al respecto, sostuvo Castillo que el día del
traumático acontecimiento se hallaba mirando televisión
mientras que Rosalinda Toledo se encontraba jugando en el
patio; que Elisa del Carmen Toledo decidió hacerle un té a la
niña al mismo tiempo en que se disponía a limpiarse las uñas
con acetona para volver a pintárselas nuevamente; que habría
pasado una media hora cuando escuchó los gritos de Elisa
pidiendo socorro; que, al llegar hasta donde ella estaba, la
vio prenderse fuego y decidió auxiliarla; que la llevó al
baño y la lavó con jabón blanco; que Elisa se quejaba del
dolor y la llevó a la pieza; que llamó en tres oportunidades
a la ambulancia sin éxito; que fue a comprar unas cremas para
tratar quemaduras y se las aplicó sobre las heridas; que
nunca imaginó que se podía morir; que volvió a llamar a una
ambulancia y que al llegar ésta al sitio la mujer ya estaba
muerta, viniendo luego la policía.
Como podrá apreciarse el material probatorio
examinado desmiente el primer tramo de la explicación de
Castillo, relativo al modo en que se originó el fuego en el
cuerpo de la víctima, pues en lo que al resto del relato
atañe, no parece existir oposición alguna con el aludido
material.
Es que, ciertamente, resulta inverosímil la
hipótesis que Castillo planteó en su defensa, por cuanto lo
declarado por Rosalinda Toledo ha de ser concluyente para
desbaratar dicha versión, al sostener que el imputado
esparció alcohol sobre su madre para luego prenderla fuego
con un encendedor, ocasionándole las heridas que luego
desencadenaron su fallecimiento.
Recuérdese que se trata de una prueba positiva que
emana de la única persona ante la cual los hechos cayeron
directamente bajo la acción de sus sentidos.
Por lo demás, el testimonio dado por la niña merece
todo crédito a juzgar por la propia impresión personal que he
tenido oportunidad de experimentar en virtud de la
inmediación, al verla expresarse sobre el suceso. En efecto,
la menor ha respondido todas y cada una de las preguntas que
se le formularon, haciendo para ello un gran esfuerzo
teniendo en cuenta que la situación la llevaba a actualizar
el momento más penoso de su vida.
De sus respuestas no ha podido apreciarse
contradicción alguna, como así tampoco la niña ha dado una
versión que riña con las reglas de la lógica y de la
experiencia. A su vez, las demás constancias del proceso
tampoco permiten alterar la circunstancia principal declarada
por la testigo –pues en ese caso se desvanecería la fe debida
a ella- sino que, muy por el contrario, la confirman
plenamente.
Con relación a ello, cabe recordar que de la
declaración de la psicóloga de la niña (Isabel Rocha) como
así también de las conclusiones psicológico-periciales de fs.
266/271 y del informe psiquiátrico practicado respecto de
ella a fs. 292/297, surge con absoluta nitidez que Rosalinda
no sólo no es fabuladora, sino que su relato presenta
indicadores de credibilidad, con total ausencia de signos que
evidencien que su discurso se haya visto influenciado por
terceros (ver pruebas identificadas como “b” y “c” del punto
II del presente considerando).
Sin embargo, bien podría ocurrir que la
incorporación de otras pruebas pudiesen apuntalar el relato
ofrecido por el inculpado, abriéndose de este modo un espacio
para la duda susceptible de mitigar el crédito debido a la
Poder Judicial de la Nación
testigo.
En esta línea, la defensa del imputado intentó
demostrar que el testimonio de la niña contradecía lo que
ella misma había declarado inicialmente, en oportunidad de
producirse el hecho, ocasión en la que apoyó la hipótesis del
accidente doméstico ofrecida desde siempre por Castillo.
Sobre dicha base, se pretendió también convencer o, al menos,
generar la duda acerca de que la niña modificó su versión a
partir del momento en que pasó a vivir con su abuelo materno,
a instancias de éste.
Claro que semejante construcción argumental tampoco
haya asidero en las constancias causídicas producidas durante
el debate.
En tal sentido, vuelven a cobrar relevancia los
resultados de todos los exámenes psicológicos y psiquiátricos
efectuados respecto de Rosalinda Clara Toledo en tanto han
dado cuenta de que su relato resulta creíble, sin evidenciar
signo alguno en su discurso revelador de haber sido
influenciada por alguien.
Por otra parte, tampoco puedo dejar de expresar la
excelente impresión que me ha causado el abuelo de la niña al
declarar durante el juicio, quien en todo momento manifestó
su intención de decir la verdad, sin dudar en lo más mínimo
al momento de tener que responder no saber aquello que se le
preguntara aun cuando su respuesta no llevara a favorecer la
hipótesis incriminatoria.
En efecto, he examinado atentamente el estado en
que se hallaba José Ángel Toledo al momento de prestar
declaración y no he advertido que su ánimo se hallara
sobreexcitado por la pasión o por cualquier otra causa capaz
de turbar su percepción de los hechos. Por el contrario, más
bien percibí que se ha expresado en forma serena e imparcial,
siendo que quien declaraba era nada menos que el padre de la
víctima.
En esta misma línea argumental, señala Mittermaier
que “…el juez estudiara la forma misma de la deposición. El
continente sereno y grave del testigo, la sencilla y
tranquila libertad de sus respuestas, la uniformidad de sus
dichos y su precisión, son otras tantas pruebas de una
observación atenta de los hechos y de una completa veracidad,
y por sólo esto adquirirán sus palabras una poderosa
autoridad. Mas si, por el contrario, su actitud revela
violencia o pasión, conviene desde luego dudar de su
imparcialidad; si recita con singular vivacidad una
declaración que a primera vista se conoce que ha aprendido,
parecerá que sigue ciegamente ajenas inspiraciones…” (Cfr.
Mittermaier, Karl Joseph Anton, Tratado de la prueba en
materia criminal, trad. de Primitivo González del Alba,
Hammurabi, “Criminalistas perennes 2”, Buenos Aires, 2006, p.
308).
Finalmente, he dejado en último lugar –y no
precisamente por resultar menos importante- una circunstancia
revelada por la menor que resulta explicativa del cambio de
versión por ella efectuado, con relación a lo que surge de
sus primeras manifestaciones.
Tal extremo refiere a las amenazas que, además,
debió soportar de parte de Castillo para que oculte la verdad
y diga que todo se debió a un mero accidente doméstico.
Adviértase que la niña siguió viviendo con el
nombrado y que para todo dependía de él, por lo que siendo
tan pequeña y habiendo presenciado el modo en que murió su
madre, no parece otra la actitud que cabe esperar de ella al
decidir favorecer el relato del imputado.
Fue recién cuando quedó al cuidado de su abuelo
materno que pudo liberarse de aquella sujeción y poder contar
así la verdad cuya ocultación, de seguro, también la oprimía.
Una vez más se impone traer a colación lo dicho por
su psicóloga con sustento en otros exámenes psicológicos y
psiquiátricos en el sentido que negaron cualquier fabulación
por parte de la niña, así como también que se haya visto
influenciada o inducida a cambiar la versión del hecho en
contra del imputado.
En definitiva, ha sido el imputado quien suministró
una versión del conflicto que no sólo carece de todo respaldo
probatorio en su aspecto medular sino que no guarda
conformidad con las reglas de la lógica y de la experiencia.
Poder Judicial de la Nación
Veamos.
En primer lugar, debe destacarse la imposibilidad
de que la gestación del proceso de ignición haya obedecido a
la acetona con la que, supuestamente, la víctima limpiaba sus
uñas mientras preparaba un té para su hija.
En ese punto, ha sido categórico el testigo Néstor
Daniel Degregorio quien, en su calidad de integrante de la
División Coordinación General de la Superintendencia Federal
de Bomberos, afirmó que no resultaba posible que un frasco de
acetona de los que se venden en el mercado – y aun cuando se
prenda fuego en su totalidad- genere la clase de quemaduras
verificadas en la víctima; agregando que no se halló dicho
producto cuando, en rigor, debieron haberse encontrado en el
lugar al menos sus vestigios.
Concuerda con ello, lo declarado por Néstor Alberto
Garramuño quien, luego de efectuada una amplia inspección
ocular en el inmueble orientada al hallazgo de sustancias o
elementos inflamables o acelerantes de la combustión, dijo no
haber encontrado nada con olor a acetona o parecido y que
tampoco halló ninguna otra sustancia de dicha naturaleza.
Finalmente, afirmó que tanto la cocina como el baño
y la habitación donde estaba el cuerpo de la víctima se
hallaban mojados, como si hubieran sido recién lavados, lo
cual, va de suyo, contribuyó a impedir el hallazgo de la
sustancia acelarante de la combustión que ha sido
determinante para acabar con la vida de Elisa Del Carmen
Toledo.
En verdad, considero que si los acontecimientos se
hubieran desarrollado tal como los presentó el imputado las
preguntas que caben formular han de ser las siguientes: ¿Cómo
se explica que no haya aparecido el frasco de acetona al que
refiere Castillo? ¿Qué sentido habría de tener el lavado casi
por completo del escenario de los hechos cuando dicha actitud
contribuía a complicar su situación? ¿Por qué no fue hallado
ningún otro elemento acelerante de la combustión?
Evidentemente, todas estas preguntas admiten como
lógica respuesta que el curso de los acontecimientos no se ha
dado en los términos explicados por el imputado, sino que,
por el contrario, el cuadro probatorio ratifica una vez más
que fue justamente aquél quien decidió utilizar una sustancia
inflamable para rociar a la víctima y prenderla fuego, luego
de encolerizar por su sospecha de infidelidad, tal como lo
afirmó de manera contundente Rosalinda Clara Toledo.
En síntesis, no cabe duda alguna que Alberto Ramón
Castillo ha intervenido en los hechos desde el mismo momento
en que éstos tuvieron su origen, produciendo las quemaduras
en la damnificada para, inmediatamente luego de hacerlo,
cooperar con ella en su afán por evitar que el suceso pase a
mayores; deshaciéndose, sin dudas, del elemento incriminante.

SEGUNDO:
Que superada la etapa relacionada con la faz
externa del accionar que se hubo pesquisado, resulta menester
entonces determinar cuáles han sido los componentes
cognitivos y volitivos con los que el autor decidió llevar a
cabo dicho comportamiento; toda vez que, hasta aquí, hemos de
saber lo que él ha hecho, restando todavía establecer aquello
que ha querido hacer.
En este sentido, debo señalar que un cuidadoso
examen del material probatorio me impide conectar la
finalidad que orientaba el accionar del imputado con el
resultado que se hubo producido.
Ciertamente, no me cabe duda alguna que Castillo
sabía positivamente que el despliegue de la causalidad que
operaba llevaba inexorablemente a provocar lesiones en el
cuerpo de la víctima, puesto que se trata de nociones básicas
acerca de la causalidad que claramente responden a un
standard mínimo de conocimientos compartido por casi todos
los integrantes de nuestra cultura.
Resulta evidente entonces que la puesta en marcha
del accionar en cuestión contando con el conocimiento del
carácter lesivo que éste asumiría, se erige en prueba cabal
de que el nombrado se condujo voluntariamente en tal sentido.
Por otra parte, no parece ocioso señalar que
semejante despliegue se había motivado en la sospecha de
infidelidad a la que ya se ha hecho referencia, todo lo cual
Poder Judicial de la Nación
se explica como un emergente de una reacción agresiva en
respuesta a lo que suponía una traición de la mujer que lo
acompañaba.
Ahora bien, la pregunta que a esta altura del
análisis podría formulárseme se origina seguramente en mi
convicción de excluir del ámbito de la voluntad de Castillo
el trágico final de su conducta. Tal indagación podría
concretarse en los siguientes términos: ¿por qué razón ha de
negarse la voluntad de provocar la muerte de la víctima,
teniendo en cuenta la causalidad que el autor ha desplegado?
He dicho mucho acerca del valor que me merece el
testimonio dado por Rosalinda Clara Toledo, en el sentido de
reputarlo verosímil y cuya garantía de estabilidad consiste
en su perfecta concordancia con los resultados que las demás
pruebas suministran (Cfr. Mittermaier, Karl Joseph Anton, ob.
cit., p. 310).
Es entonces por tal razón que habré de iniciar mi
respuesta a aquel interrogante acudiendo nuevamente al relato
de la niña.
Recuérdese que Rosalinda Clara Toledo expresó con
claridad que ni bien Castillo prendió fuego a su madre se
dispuso inmediatamente a asistirla, apagando las llamas que
ardían sobre su cuerpo e intentando aliviar sus dolores
mediante el empleo de agua fría y de cremas para quemaduras.
Como ya lo he aclarado, este fragmento de su
declaración encuentra corroboración en otras constancias
tales como la declaración de Garramuño y el acta de fs.1/4,
pruebas estas que dan cuenta de la efectiva compra por parte
de Castillo, en el día del suceso, de cremas y otros
elementos para tratar quemaduras.
Por otro lado, cabe a ello adunar que el experto
de la Superintendencia de Bomberos (Néstor Daniel Degregorio)
sostuvo que todas las quemaduras halladas en el cuerpo de la
víctima eran superficiales, lo cual habla a las claras de una
asistencia inmediata por parte de –como ya se dijo- el único
que podía auxiliarla en ese momento. Adviértase, que la
muerte obedeció a las quemaduras críticas ocurridas en sus
vías respiratorias.
A partir de todo lo dicho, quizá pueda discutirse
si el autor en verdad se representó o no la posibilidad del
resultado –aunque el propio imputado lo negó categóricamente
en su declaración-, pero lo que, desde mi parecer, no admite
siquiera un resquicio de duda es que no quiso la muerte de la
víctima, puesto que, de haberla incorporado a su voluntad,
resultaría prácticamente imposible de explicar todo el
conjunto de acciones desplegadas para que aquel triste final
no acaezca.
Por lo tanto, el cuadro probatorio tan sólo me
permite tener por acreditado con la certeza que se exige para
emitir un fallo condenatorio que Alberto Ramón Castillo llevó
a cabo la conducta incriminada con la intención de provocar
un considerable daño en la salud de Elisa Del Carmen Toledo.
Por lo tanto, que se haya o no representado la
posibilidad del resultado disvalioso constituye materia de
una fina discusión; mas, de momento, me interesa dejar
claramente sentado que de lo que no abrigo duda alguna es que
aquél resultaba previsible incluso para una persona con tan
escaso entrenamiento intelectual como ha demostrado tener
Castillo.
Entiendo que dicha conclusión deriva lógicamente
del propio método empleado por el imputado para alcanzar su
objetivo, pues no parece discutible que la aplicación de una
sustancia acelerante de la combustión sobre la humanidad de
cualquier persona, a la que se prende fuego, compromete no
sólo la integridad física sino también su vida.

TERCERO:
I. Que el hecho que tuve por acreditado configura
el delito de lesiones graves en concurso ideal con homicidio
culposo, por el que ALBERTO RAMÓN CASTILLO deberá responder
en calidad de autor, en los términos de los artículos 45, 54,
84 y 90 del Código Penal.
Ciertamente, las distintas circunstancias puestas
de relieve con todos sus elementos objetivos y subjetivos
encuentran adecuación típica en las previsiones legales
aludidas. Así, no cabe duda alguna acerca del carácter lesivo
Poder Judicial de la Nación
de la conducta desarrollada por Castillo, el cual se
evidencia en la cuantiosa prueba ya valorada y a cuyo detalle
he de remitirme por razones de brevedad.
En cuanto a la magnitud de las lesiones confieso
que he de experimentar tanto una certeza como una duda. En
efecto, encuentro plenamente acreditado que las lesiones han
sido tan considerables que han puesto en peligro la vida de
la víctima al punto que, de hecho, ella la ha perdido.

II. No obstante cabría todavía explicar la razón


por la cual, luego de semejante constatación, no he de
aplicar el tipo del artículo 91 del Código Penal, que
individualiza el supuesto de lesiones gravísimas. Sucede que
es en este punto en el que no me encuentro en condiciones de
afirmar, con la certeza requerida en esta instancia, que en
verdad concurren las circunstancias a las que alude aquella
norma (enfermedad mental o corporal, cierta o probablemente
incurable, inutilidad permanente para el trabajo, pérdida de
un sentido, de un órgano, de un miembro, del uso de un órgano
o miembro, de la palabra o de la capacidad de engendrar o
concebir); lo cual desde luego obedece al hecho de que la
muerte de la víctima −sumada a la calificación legal escogida
durante la instrucción− ha tornado irrelevante la realización
de cualquier estudio, análisis o peritaje destinado a
establecer dichos extremos.
Este déficit probatorio me lleva en este aspecto a
ajustar mi temperamento a la conocida regla del favor rei,
que es derivación de la presunción de inocencia y según la
cual la exigencia de que la sentencia de condena y, por
ende, la aplicación de una pena sólo puede estar fundada en
la certeza del Tribunal que falla acerca de un hecho punible
atribuido al acusado. Precisamente, como lo señala Maier, “la
falta de certeza representa la imposibilidad del estado de
destruir la situación de inocencia, construida por la ley
(presunción), que ampara al imputado, razón por la cual ella
conduce a la absolución. Cualquier otra posición del juez
respecto de la verdad, la duda o aun la probabilidad, impide
la condena y desemboca en la absolución (Maier, Julio B. J.,
Derecho Procesal Penal, I. Fundamentos, segunda edición,
tercera reimpresión, Editores del Puerto s.r.l., Buenos
Aires, 2004, p. 495).
Va de suyo que la aplicación de este principio
constitucional al sub examine no lleva a una hipótesis
absolutoria, pues la duda radicaría en saber si se trata del
supuesto tipificado en el artículo 91 o no, pues
residualmente las lesiones previstas en el artículo 90 del
Código Penal encuentran plena apoyatura en las constancias
del proceso. En consecuencia, la incertidumbre sobre dicho
aspecto opera en el caso descartando la tipicidad más grave
de lesiones por imperio constitucional.

III. Según puede apreciarse, la subsunción jurídica


que he practicado parte también de descartar la hipótesis
acusatoria cristalizada en el requerimiento fiscal de
elevación a juicio y sostenida por el Sr. Fiscal General en
oportunidad de la discusión final, al exponer su alegato de
acuerdo al mérito que realizó de la prueba.
Esta decisión ha de corresponderse plenamente con
el modo en que he dado por probados los hechos; en
particular, con la faz subjetiva del accionar del enjuiciado.
En dicha ocasión afirmé que Castillo obró con intención de
lesionar, aunque sin llegar su finalidad a incorporar el
resultado “muerte” que, a la postre, se materializó.
Es que la clave para la fundamentación de dicho
aserto pasa por el hecho de que toda la actividad desplegada
por el imputado en forma inmediatamente posterior a la acción
lesiva fue orientada precisamente hacia la evitación del
resultado disvalioso que en definitiva se produjo.
Ahora bien, cierto es que el representante de la
vindicta pública recurrió a la figura del dolo eventual al
momento de acusar por el tipo de homicidio doloso consumado.
Pero es justamente por todo lo dicho que no encuentro probada
esta indirecta modalidad de dolo dada la actitud del autor de
esforzarse por evitar el acaecimiento de la muerte.
Ya a esta altura del análisis resulta conveniente
aclarar que soy de la opinión de que el dolo abarca dos
Poder Judicial de la Nación
aspectos diferentes, a saber: a) uno cognitivo, relativo al
conocimiento de los elementos del tipo objetivo y b) otro
volitivo expresivo del querer la realización de dichos
elementos guiado por el conocimiento que se tiene respecto de
cada uno de ellos (en este sentido, Zaffaroni, E. Raúl–
Alagia, Alejandro-Slokar, Alejandro; Derecho Penal, Parte
General, Ediar, 2005, Buenos Aires, pp. 519 ss., Jescheck,
Hans- Heinrich, Tratado de Derecho Penal, Parte General,
cuarta edición completamente corregida y ampliada, trad. de
José Luis Manzanares Samaniego, Ed. Comares, Granada, 1993,
p. 263; Stratenwerth, Gunter, Derecho Penal. Parte General,
I, El Hecho Punible, Edersa, Madrid, 1982 pp. 92 ss., entre
otros).
Dicha estructura no difiere cuando se trata del
denominado dolo indirecto, eventual o condicionado que se
caracteriza por la circunstancia de que el autor, según el
plan concreto que ha trazado, considera seriamente como
posible la realización del tipo legal y se conforma con ella
o bien se desinteresa de la producción del resultado típico
concomitante al objetivo directamente procurado. Es por tal
razón que Hellmuth von Weber sostuvo que “…no existe dolo
sino –como máximo- negligencia consiente, cuando el autor, si
bien conocía la posibilidad de producción del resultado,
llevó a cabo la acción confiando en poder evitarlo” (Cfr.
Weber, Hellmuth von, Lineamientos del Derecho Penal Alemán,
trad. de la segunda edición alemana de 1948 por Leonardo G.
Brond, Ediar, Buenos Aires, 2008, p. 66).
La asunción de esta perspectiva jurídica me lleva a
no compartir cierta tendencia expresada en la dogmática penal
por normativizar completamente el concepto de dolo,
concibiéndolo como mera representación de la posibilidad o
probabilidad del resultado. Por ello comparto la advertencia
de Zaffaroni–Alagia-Slokar cuando sostienen respecto de
dichas teorías que al atender únicamente al aspecto
cognoscitivo del dolo no pueden evitar convertir en dolo un
amplio campo de la culpa con representación (ob. cit., p.
526).
Sobre el particular, cobra también indudable
interés la concepción desarrollada por Armin Kaufmann según
la cual en los casos en que el agente se ha representado la
posibilidad del resultado, niega el dolo eventual cuando la
voluntad conductora del sujeto estuviera dirigida a la
evitación del resultado (ver, Roxin, Claus, Derecho Penal,
Parte General, Tomo I, Fundamentos. La Estructura de la
Teoría del Delito, trad. y notas de Diego Manuel Luzón Peña,
Miguel Díaz y García Conlledo y Javier De Vicente Remesal,
Civitas S.A., Madrid, 1997, pp. 436-437).
Destaca al respecto Roxin que el criterio ideado
por Armin Kaufmann lleva a sostener que concurre imprudencia
conciente cuando el sujeto, en su acción influyente en el
resultado, establece simultáneamente factores en contra, con
cuya ayuda intenta conducir el suceso de manera “que no se
produzca una consecuencia accesoria representada como
posible” (Roxin, Claus, ob. cit., p. 437).
En definitiva, considero que esta teoría se
convierte en un importante indicio para la determinación del
dolo, lo que parece ciertamente justificar el hecho de que
Zaffaroni–Alagia-Slokar la calificaran prácticamente de
teoría procesalista (Cfr. ob. cit., p.527).
De todos modos creo que el punto de vista de Armin
Kaufmann (teoría de la no puesta en práctica de la voluntad
de evitación) suministra en el caso un criterio que
contribuye a fundar la exclusión de la hipótesis dolosa, en
la medida en que Castillo ha desarrollado en forma simultánea
a la lesión una actividad que ha tendido claramente a evitar
la producción del resultado cualificado que le era
previsible.
Esta inteligencia lleva a no caer en la denominada
presunción del dolo, habilitando el poder punitivo respectivo
únicamente en los casos en que quede demostrada su efectiva
presencia; extremo que, a mi ver, no se ha concretado en la
especie.

IV. Tampoco considero posible subsumir el supuesto


de hecho en la hipótesis que, subsidiariamente a la
absolución, planteó la defensa del imputado relativa a la
Poder Judicial de la Nación
figura del homicidio preterintencional legislada en el
artículo 81, inciso b), del ordenamiento penal sustantivo.
Ello ha de ser así por cuanto dicha previsión legal exige una
particular característica en el medio con el que se termina
causando la muerte, cual es, que éste no debía razonablemente
ocasionarla. Se trata claramente de una referencia objetiva
en que tal razonabilidad atañe a la capacidad o idoneidad del
instrumento o del procedimiento empleado, lo que lleva a la
exclusión de la figura en todos los supuestos en que
normalmente aquél es apto para causar la muerte.
Sin dudas, es sobre este aspecto donde la
alternativa propuesta por la esforzada y muy consistente
defensa del enjuiciado encuentra su punto más vulnerable,
pues su alegación en tal sentido prácticamente ha omitido
explicar o explicitar los motivos por los que intenta
convencer a este órgano jurisdiccional acerca de que prender
fuego a una persona con una sustancia acelerante de la
combustión no constituiría un medio que razonablemente lleva
a la muerte del sujeto pasivo de esa acción. Por lo demás, lo
argüido supra (ver considerando segundo) en punto a que la
actividad desarrollada presupone el manejo de básicas
nociones relativas a la causalidad −disponibles para el autor
incluso cuando se ha percibido a su respecto un pobre nivel
intelectual− me lleva también a descartar cualquier hipótesis
de error vinculada a la capacidad o idoneidad del medio
empleado en el sub lite que terminó ocasionando la muerte de
Elisa del Carmen Toledo.

V. Finalmente, he de señalar que esta certeza


acerca de la previsibilidad del resultado cualificado que ha
sido afirmada en el caso (es decir, la muerte de la víctima
como dato previsible en función del procedimiento lesivo
articulado por el autor) permite vincularlo a Castillo en los
términos del tipo de homicidio imprudente con el que concurre
idealmente la figura de lesiones graves del art. 90 del
Código Penal. Por lo tanto, la ejecución de la conducta
lesiva generó razonablemente la puesta en peligro de la
propia vida, por lo que ya en ese preciso momento Castillo
decidió provocar las lesiones valiéndose de un procedimiento
imprudente en la medida en que el riesgo creado trascendió el
grado de afectación querida.
A ello cabe todavía sumar que si bien Castillo
exteriorizó su voluntad de evitar el fatal desenlace, también
es evidente que, al actuar en tal sentido, omitió observar
mínimas reglas de cuidado como, por ejemplo, llamar
inmediatamente al servicio médico de emergencia.
No parece necesario reproducir aquí algunas
argumentaciones ya efectuadas para tener por acreditada la
relación causal entre la acción lesiva y la muerte de la
damnificada, considerando asimismo que también ha quedado
plenamente demostrada la llamada relación de determinación (o
conexión de antijuridicidad) entre la violación a las reglas
del cuidado debido y aquel fatídico resultado. En efecto,
nótese que la causación de las lesiones se produjeron
alrededor de las 14:00 horas de aquel 16 de marzo de 2011,
mientras que el pedido de auxilio médico recién se efectivizó
a las 18:29 horas de ese día, es decir, unas cuatro horas y
media después de provocada las lesiones (remito en particular
a la prueba individualizada en el item “j” del punto I del
considerando primero).
Descartado como ha quedado que la demora haya
podido obedecer a una intencionalidad del autor que procurara
la obtención del óbito (pues lo contrario nos llevaría de
nuevo a la hipótesis del dolo homicida), no cabe sino colegir
que el imputado intentó evitar la muerte de Elisa Del Carmen
Toledo, aunque sin cumplir con las reglas de cuidado
necesarias a efectos de lograr tal cometido; razón por la
cual la conducta se subsume dentro de las previsiones del ya
citado art. 84 del Código Penal.
A partir de tales coordenadas entiendo que existe
en el caso un supuesto de unidad de conducta que resulta
atrapado por más de un tipo penal (arts. 84 y 90 del Código
Penal), los que concurren en los términos del art. 54 de
dicho ordenamiento positivo.

CUARTO:
Poder Judicial de la Nación
Que estimo antijurídico el obrar del imputado
ALBERTO RAMÓN CASTILLO en el suceso juzgado por cuanto no
advierto en la especie la concurrencia de causal alguna que
justifique la realización del supuesto de hecho típico en
cuestión; a la vez que tampoco se aprecian eximentes
susceptibles de cancelar el reproche jurídico-penal de
culpabilidad por el injusto cometido.

QUINTO:
Que para graduar la sanción a imponer al imputado
ALBERTO RAMÓN CASTILLO, tengo en cuenta las circunstancias en
que se desarrolló el suceso que tuve por acreditado, el grado
de culpabilidad del encartado y los criterios de punibilidad
establecidos de conformidad con los índices mensurativos de
los artículos 40 y 41 del código de fondo.
Así, he de tener en cuenta como atenuantes su
escaso nivel socio-cultural; su entorno familiar; que posee
hábitos laborales, que carece de antecedentes y,
especialmente, la conducta posterior al hecho que radicó en
su intento por auxiliar a la víctima para evitar una mayor
extensión del daño provocado. También he de valorar como
atenuante la concreta circunstancia puesta de relieve por
distintos testigos en torno al buen concepto de que goza (en
especial, a partir de las declaraciones de Riccardi y
Espíndola).
Por su parte, estimo que concurren como
agravantes la extensión del daño causado así como también
cierta actitud posterior al hecho consistente en amedrentar a
Rosalinda Clara Toledo en procura de impunidad.
Todos estos parámetros me llevan, en
consecuencia, a fijar en cinco años la pena de prisión que
corresponde imponer al imputado ALBERTO RAMÓN CASTILLO, con
las accesorias legales del artículo 12 del Código Penal.

SEXTO:
Que en razón del fallo a recaer, el imputado ALBERTO
RAMÓN CASTILLO deberá cargar con las costas procesales
correspondientes (artículos 29 inciso 3 del Código Penal y
403, 530 y 531 del Código Procesal Penal de la Nación).

En lo atinente a la materialidad del hecho,


responsabilidad penal de Alberto Ramón Castillo, calificación
legal, pena y demás consideraciones y conclusiones, el Doctor
Alejandro Noceti Achával adhirió al voto que lidera el
acuerdo.
El Doctor Juan Facundo Giudice Bravo, dijo:
Que adhiero en un todo a la propuesta del juez Vega
aunque considero necesario hacer algunas aclaraciones en lo
que respecta a la exclusión del tipo de homicidio y la
calificación definitivamente adoptada para los hechos que se
tuvieron por acreditados.
Según lo entiendo, verificadas las condiciones
objetivas del tipo de que se trate, el dolo se define por el
conocimiento de los elementos que integran esa norma; en
otras palabras, cuando el autor actúa guiado por la
representación de su conducta y sus consecuencias, lo hace
dolosamente.
Sentado ello, yendo al caso que nos tocó juzgar,
ninguna duda tengo de que prender fuego a una persona, en las
condiciones que se tuvieron por probadas, es una acción apta
para generar un peligro para la vida.
Lo que no me parece tan categórico, es que
Castillo, a juzgar por cómo se desenvolvieron los hechos y
sus evidentes limitaciones personales, haya sido consciente
de que su acción podría acabar con la vida de la víctima.
En otras palabras, es dable sostener que se
representó lesionarla –y actuó en esa dirección- más no
terminar con su vida; resultando que finalmente sobrevino
como consecuencia del comportamiento peligroso emprendido por
el acusado.
Esto llevaría a calificar el hecho como tentativa
de lesiones, en conrcurso ideal con homicidio culposo;
empero, en la medida en que la acción lesiva ha generado un
peligro para la vida, tal como lo prevé el artículo 90, el
hecho debe calificarse, tal como propuso mi colega, como
Poder Judicial de la Nación
lesiones graves en concurso ideal con homicidio culposo.

En virtud de todo ello, en aplicación de los


artículos 398, 399, 400, 403, y concordantes del Código
Procesal Penal de la Nación y de conformidad con el acuerdo
que antecede, el Tribunal

RESUELVIÓ:
CONDENAR a ALBERTO RAMÓN CASTILLO, de las demás

condiciones personales obrantes en autos, a la pena de CINCO

AÑOS DE PRISIÓN, ACCESORIAS LEGALES Y AL PAGO DE LAS COSTAS

DEL PROCESO, por resultar autor del delito de LESIONES GRAVES

EN CONCURSO IDEAL CON HOMICIDIO CULPOSO (artículos 12, 29,

inciso 3°, 45, 54, 84 y 90 del Código Penal y 530, 531 y 533

del Código Procesal Penal de la Nación).

Regístrese. Consentida o firme que sea la presente,

practíquese por secretaría cómputo de detención y fíjese el

vencimiento de la sanción impuesta. Fórmese legajo de

condenado y remítase al Juzgado de Ejecución Penal en turno a

los efectos de su competencia. Dése a los efectos reservados

el destino que corresponda. Cumplido y en su oportunidad,

archívese.

Ante mí.

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