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Los Egipcios (i)

L o s antiguos egipcios dejaron más información en sus tumbas


y pinturas sobre su vida y cultura que cualquier otra civilización.
Partiendo de esta riqueza de datos, el escritor J. Gardner Wilkinson
narra, con todo lujo de detalles, sus hábitos, costumbres, arte y
métodos empleados por esta gran civilización.
En este primer volumen de Los Egipcios, nos presenta una rica
descripción de la vida de los egipcios, incluyendo la organización
de sus casas y jardines, sus juegos y entretenimientos, así como
su música y bailes. También amplía su análisis a todos los estratos
sociales, incluyendo instituciones como el gobierno, el ejército y
la religión.
Con numerosos grabados de planos y diagramas, además de
distintos ornamentos y artefactos, esta clásica visión de la historia
de Egipto, publicada por primera vez en 1854, ilustra la afición
victoriana del siglo XIX por todo lo egipcio, incluyendo la
decoración y todas las variedades del arte. Se trata de una
introducción fascinante a la cultura egipcia.

www.edimat.es
LOS EGIPCIOS
Su vida y costumbres
VOLUMEN I

J. GARDNER WILKINSON
Copyright © EDIMAT LIBROS, S. A.
Calle Primavera, 35
P olígono Industrial El Malvar
28500 Arganda del Rey
M ADR ID-ESPA ÑA

ISBN: 84-9764-238-4 (Obra completa)


ISBN: 84-9764-236-8 (Tomo I)
D epósito legal: M -4 5 182-2002

Título original: The ancient egyptians, their life and custom s


Autor: J. Gardner W ilkinson
Traducido por: Cristina M “ Borrego Rodriguez
D iseñ o de cubierta: Juan Manuel D om ínguez
Impreso en: COFAS, S. A.

R eservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que
establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por
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cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

IM PRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN


ÍNDICE

In t r o d u c c ió n

C a p ít u l o I ....
C a p í t u l o I I ...
C a p í t u l o I I I ..
C a p ít u l o I V ..
C a p ít u l o V ...
INTRODUCCIÓN

La actual descripción de la vida de los «antiguos egipcios»


es principalmente un compendio de mis escritos de 1836, a los
que he añadido nuevos temas, consecuencia de mi vuelta a
Egipto, y de los últimos descubrimientos que se han hecho des­
de entonces.
De vez en cuando he introducido alusiones a los griegos,
pensando que una comparación de los egipcios con los hábi­
tos y costumbres de otros pueblos puede ser interesante. El re­
ciente auge que el buen gusto ha cobrado en Inglaterra, me ha
llevado a añadir observaciones sobre el arte decorativo, las for­
mas, colores y proporciones tan bien entendidos en los tiem­
pos antiguos. Y como muchas de las ideas que ahora están
ganando terreno en este país, en cuanto al color, la adaptabili­
dad de los materiales, la no imitación de los objetos naturales
con fines decorativos y ciertas reglas que hay que respetar en
los trabajos ornamentales, que yo he defendido desde hace mu­
cho tiempo, están relacionadas con el tema de Egipto, creo que
la oportunidad es bien apropiada para expresar mi punto de
vista sobre ellas; al mismo tiempo me alegro de que la opinión
pública haya sido invitada a adoptar sus propios puntos de vis­
ta para mejorar su buen gusto.
Al tratar el tema de los metales preciosos, he creído que no
estaba fuera de lugar introducir ciertas observaciones compa­

9
rativas sobre la riqueza de los tiempos antiguos y los mo­
dernos.
Sobre la religión y la historia de los egipcios sólo he intro­
ducido lo estrictamente necesario para explicar algunos pun­
tos relacionados con ellos, porque estoy convencido de que
estos temas generales son arduos y bien se podrían omitir en
una obra que no ha sido concebida para tratar de asuntos aún
abiertos a conjeturas. Por el mismo motivo me he abstenido de
comentar las cuestiones dudosas sobre las costumbres de los
egipcios, limitándome simplemente a hacer un brevísimo re­
cuento de las mismas.
También he omitido las referencias, porque ya las he in­
cluido en mi obra anterior.
Se han añadido varios grabados nuevos y otros se han
introducido en lugar de las placas litográficas de la obra ante­
rior; y ya que un índice es más útil que una mera lista de con­
tenidos, he añadido uno extenso, en el que he incluido todas
las referencias más importantes.

Agosto, 1853.

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A. Vista de El Cairo, con los Mulkufs de las casas del Egipto actual.

CAPÍTULO I
Carácter de los egipcios. Habitantes originales. Vida social.
Casa. Villas. Granjas. Jardines. Viñedos. Lagar. Vinos.
Cerveza. Mobiliario de las habitaciones. Sillas.

Los grabados sobre monumentos y diversas obras de arte,


y, sobre todo, los escritos de los griegos y los romanos, nos han
hecho conocedores de sus costumbres y modos de pensar;
y aunque la literatura de los egipcios es desconocida, sus mo­
numentos y especialmente las pinturas de las tumbas nos han
permitido obtener una visión de su modo de vida como ape­
nas hemos podido hacerlo con ningún otro pueblo. La influencia
que Egipto tuvo sobre los más tempranos tiempos de Grecia da
un interés adicional a cada investigación que se realiza sobre
este país; y la frecuente mención de los egipcios en la Biblia
les relaciona con los grabados hebreos, de los que se pueden

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encontrar muchas ilustraciones satisfactorias en las esculturas
de los tiempos faraónicos. Su gran antigüedad también nos per­
mite comprender el estado del mundo mucho antes de la era
de la historia escrita; todos los monumentos existentes deja­
dos por otros pueblos son en comparación modernos; y las
pinturas de Egipto son las primeras ilustraciones de los usos y
costumbres de una nación.
Son estas pinturas las que nos permiten formamos una opi­
nión del carácter de los egipcios. Se ha dicho de ellos que eran
un pueblo serio, lúgubre, entristecido por el hábito de la espe­
culación recóndita; pero en qué medida esta especulación se
ajusta a la realidad, se verá más adelante. Sin duda, eran me­
nos alegres que los griegos; pero si un escritor más tardío en
comparación, Amiano Marcelino, puede haber afirmado que
tenían una expresión «bastante triste» tras haber estado durante
años bajo el yugo opresor de distintos pueblos extranjeros, ape­
nas se puede admitir como testimonio de su carácter en los
tempranos períodos de prosperidad; y aunque se podría
observar una expresión de tristeza en la actual población opri­
mida, no se le puede considerar un pueblo m elancólico o
serio. En realidad, se pueden aprender muchas cosas del ca­
rácter de los egipcios modernos y, a pesar de la infusión
de sangre extranjera, en particular de los invasores árabes, to­
dos debemos percibir el fuerte parecido que tienen con su
antiguos predecesores. Es un error común suponer que la
conquista de un país da un carácter totalmente nuevo a sus
habitantes. La inmigración de una nación entera, que toma po­
sesión de un país escasamente poblado, tendrá este efecto, cuan­
do los pobladores originales son casi por completo expulsados
de su país por los recién llegados; aunque la inmigración no
ha tenido por objeto la destrucción o expulsión de la población
originaria, y nunca la conquista; los nativos resultan útiles para
los vencedores, y tan necesarios para ellos como el ganado, o
los productos de la tierra. Los invasores son siempre inferio­
res en número a la nación conquistada, incluso inferiores a la
población masculina; y cuando a este número se añade el de

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las mujeres, la mayoría numérica está a favor de la raza origi­
nal, y deben ejercer una influencia enorme sobre el carácter de
la nueva generación. Las costumbres de los antiguos habitan­
tes son también adoptadas rápidamente por los recién llegados,
especialmente cuando se encuentran cómodos en cuanto al cli­
ma y a las peculiaridades de los países en los que se han
formado. Los hábitos de una pequeña masa de invasores, que
viven en contacto con ellos, se van desvaneciendo cada vez
más con cada sucesiva generación. Y así ha sucedido en Egip­
to; y como es costumbre el pueblo conquistado lleva el sello
de los antiguos habitantes más que el de los conquistadores
árabes.
De las diversas instituciones de los antiguos egipcios, nin­
guna es más interesante que la relacionada con su vida social;
cuando consideramos el estado de otros países en las tem­
pranas épocas en las que florecieron, del siglo x al x x antes
de nuestra era, podemos mirar con respeto los avances que
habían conseguido en cuanto a la civilización, y reconocer los
beneficios que dejaron a la humanidad durante su progresión.
Porque, como otros pueblos, tuvieron su lugar en el gran plan
del desarrollo del mundo, y contribuyeron al progreso de la raza
humana; porque a los países, como a los individuos, se les han
atribuido ciertas características, diferentes de las de sus prede­
cesores y contemporáneos, para que, llegado el momento, lle­
ven a cabo las obligaciones requeridas. El interés que se centra
sobre los egipcios se debe a que fueron ellos los que marcaron
el camino, o fueron el primer pueblo que conocemos en hacer
grandes progresos en las artes y las costumbres que, para el pe­
ríodo en el que vivieron, es muy loable y fueron mucho más
allá de otros reinos del mundo. Tampoco podemos evitar enfa­
tizar la diferencia entre ellos y sus xivales asiáticos, los asirios,
que incluso en un período mucho más tardío, tuvieron el gran
defecto de la crueldad asiática, despellejando vivos, empalan­
do, y torturando a sus prisioneros como los persas, turcos y otros
pueblos orientales han hecho hasta el siglo actual. Este repro­
che no se puede hacer extensivo hasta los antiguos egipcios.

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Siendo la raza dominante de aquella era, necesariamente tu­
vieron una influencia sobre otros con quienes entraron en con­
tacto. De esta manera la civilización avanza por sus diferentes
etapas; cada pueblo lucha para mejorar las lecciones aprendi­
das de un vecino cuyas instituciones aprecian, o consideran be­
neficiosas para ellos. Fue así como la prodigiosa mente de los
griegos buscó y mejoró las lecciones llegadas de otros países,
especialmente de Egipto, y aunque este último, en el último pe­
ríodo del siglo vil a.C. había perdido su grandeza y el prestigio
de superioridad entre las naciones del mundo, era todavía el
centro del saber y el lugar de encuentro de estudiosos filosófi­
cos. Los abusos consecuentes a la caída de un imperio todavía
no habían conllevado la desmoralización de tiempos posterio­
res. La temprana parte de la historia monumental egipcia es con­
temporánea con la llegada de Abraham y José, y el Éxodo de
los israelitas; sabemos por la Biblia cuál era el estado del mun­
do en aquellos tiempos: pero entonces, y aparentemente mucho
antes, los hábitos de la vida social en Egipto eran ya como en
el período más glorioso de su historia. Y como la gente ya ha­
bía dejado de llevar armas, y los militares sólo las llevaban cuan­
do estaban de servicio, se puede tener cierta noción de la re­
mota fecha de la civilización egipcia. En el trato hacia las mujeres
parecen haber estado mucho más adelantados que otras ricas
comunidades de su misma era, teniendo costumbres muy simi­
lares a las de la Europa moderna; y tal era el respeto mostrado
a las mujeres que se les daba primacía sobre los hombres y las
esposas e hijas de los reyes les sucedían en el trono como po­
día hacer la descendencia masculina de la familia real. Este pri­
vilegio no fue rescindido, incluso dando lugar a más de una dis­
puta por cuestiones de sucesión: con frecuencia había reyes
extranjeros que reclamaban el derecho al trono a través del ma­
trimonio con una princesa egipcia. No tenía solo mera influen­
cia, que muchas mujeres adquieren en la más arbitrarias co­
munidades del Este, ni era una distinción política concedida a
una persona en particular (como la de la Sultana Vaida, la rei­
na madre, de Constantinopla), sino que era un derecho recono-

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eido por la ley, tanto en la vida pública como en la privada. Sa­
bían que, a menos que las mujeres fueran tratadas con respeto
y se les dejara ejercer influencia sobre la sociedad, el nivel de
la opinión pública pronto descendería, y los modales y ética de
los hombres sufrirían. Al reconocer esto, también indicaban a
las mujeres los deberes de gran responsabilidad que debían lle­
var a cabo en la comunidad.
Se ha dicho a menudo que a los sacerdotes egipcios sólo se
les permitía tener una mujer, mientras que el resto de la co­
munidad podía tener tantas como quisiera; pero, aparte de la
improbabilidad de tal licencia, el testimonio de los monumen­
tos coincide con Heródoto en desaprobar esta afirmación, y
cada individuo está representado en la tumba con una única
consorte. Su afecto mutuo queda también reflejado por la for­
ma en la que están sentados juntos, y en las expresiones de ca­
riño que se muestran mutuamente. Si se requieren más expli­
caciones para demostrar su respeto por las ataduras sociales,
podemos mencionar la conducta del Faraón, en el caso de la
supuesta hermana de Abraham, que mantenía unos hábitos
opuestos a los de la mayoría de las princesas de aquellos tiem­
pos y los posteriores.
En cuanto a su vida privada se saben muchos detalles de su
carácter y costumbres. La distribución de sus hogares, el esti­
lo de sus moradas, sus entretenimientos y sus ocupaciones ex­
plican sus hábitos; así como sus instituciones, forma de go­
bierno, arte, y conocimiento militar ilustran su historia, y su
posición relativa entre las naciones de la antigüedad. La for­
ma y distribución de las casas estaban determinadas por las
exigencias del clima, y se fueron modificando a medida que
avanzaba la civilización. A menudo en sus moradas podemos
encontrar vestigios de, algunos de los hábitos primitivos de
un pueblo, mucho después de que se hubieran establecido en
ciudades, y hubieran adoptado las formas de una comunidad
rica. Aún puede verse la tienda en las casas de los turcos, y la
pequeña y original cámara de madera en las mansiones y tem­
plos de la antigua Grecia.

15
Como en todos los climas templados, las clases más humil­
des pasaban mucha parte de su vida al aire libre; las casas de los
ricos estaban diseñadas para ser más frescas durante el verano;
corrientes de aire refrescante circulaban por ellas mediante la jui­
ciosa disposición de pasillos y habitaciones. Estos pasillos apo­
yados sobre columnas, conducían a diferentes cámaras a través
de una sucesión de sombríos pasajes y áreas, con una parte al aire
Ubre, como nuestros claustros; e incluso las pequeñas casas in­
dividuales tenían un patio abierto en el centro, como un jardín,
donde se plantaban palmeras y otros árboles. Se fijaban también
sobre las terrazas del piso superior, mulkufs, o toldos de madera
inclinados hacia el centro, de caía al frecuente y fresco viento del
noroeste, que era conducido hacia el interior de la casa. Eran exac­
tamente iguales a los de las modernas casas de El Cairo; algunos
eran dobles y estaban orientados en direcciones contrarias.
Las casas estaban construidas de ladrillo puro, estucadas y
pintadas con todas las combinaciones de colores brillantes, con
los que se deleitaban los egipcios. Una mansión con una rica

i. Una casa con mulkuf Tebas.

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decoración tenía numerosos patios, y detalles arquitectónicos
derivados de los templos: sobre la puerta se podía encontrar a
menudo una frase que decía: «la buena casa», o el nombre de
un rey, en cuyo gobierno el propietario probablemente desem­
peñaba algún cargo. También se colgaban muchos otros sím­
bolos de buen presagio, como en la entrada de las casas egip­
cias modernas. La visita a algún templo era una buena causa
que recordar, como la peregrinación a La Meca en nuestros
tiempos. La gente pobre se conformaba con alojamientos muy
sencillos; sus necesidades eran muy fáciles de satisfacer, tanto
en relación al alojamiento como a la comida, y sus casas con­
sistían en cuatro paredes, con un techo plano de ramas de pal­
mera colocadas atravesadas sobre el datilero partido en dos a
modo de viga, y cubierto de esteras emplastadas por encima
con una gruesa capa de barro. Tenía una puerta, y unas pocas
ventanas pequeñas cerradas por contraventanas de madera. Como
casi nunca llovía, el techo de barro no caía hacia el interior de
la casa, y esta casita más bien servía como refugio contra el sol,
y como armario para sus bienes, que para el propósito común
que tiene una casa en otros países. En realidad, por la noche los
dueños dormían en el tejado durante la mayor parte del año, y,
como la mayor parte del trabajo se hacía fuera, era fácil per­
suadirles de que una casa era mucho menos necesaria que una
tumba. Convencer a los ricos de este sentimiento ultra-filosó-

Γ
T
i
2. Sobre la puerta se encuentra la leyenda 3. Puerta de una casa
de La buena casa. con el nombre del rey.

17
fico no era tan fácil (al menos la práctica difería de la teoría) y
aunque se había promulgado entre todos los egipcios, no dete­
nía a los sacerdotes y a otros poderosos de vivir moradas muy
lujosas, o de disfrutar de los placeres de este mundo. Vieron que
la ostentación de la riqueza era útil a la hora de mantener su po­
der, y de asegurarse la obediencia de un pueblo crédulo. Las
posesiones terrenales de los sacerdotes eran, pues, muy exten­
sas, y si se les imponían los mismos hábitos ocasionales de pri­
vación, evitaban ciertas clases de comida y llevaban a cabo mis­
teriosas observancias, eran ampliamente recompensados por la
mejora de su salud y por la influencia que así adquirían. Una
inteligencia superior les permitía dar sus propias interpretacio­
nes a reglas que emanaban de sus sagrados cuerpos, y con la
persuasión conveniente convencían de que lo que les convenía
a ellos no convenía a otros; se esperaba que el vulgo profano
hiciera, no lo que hacía los sacerdotes, sino lo que se les ense­
ñaba que hicieran.
Los planos de las casas de las ciudades, como los de las vi­
llas del campo, variaban según el capricho de los constructo­
res. El piso inferior, en algunas de las casas de las ciudades,
constaba de un número de habitaciones repartidas en tres
lados de la vivienda; otras consistían en dos filas de habita­
ciones colocadas a ambos lados de un largo pasillo, con una
entrada desde la calle, y en otras las habitaciones estaban or­
ganizadas alrededor de un área central, similar al impluvium,
romano, con pavimento de piedra, o con algunos árboles, un
estanque o una fuente en el centro. Algunas veces, aunque era
poco frecuente, un tramo de escaleras conducía a la puerta prin­
cipal desde la calle.

4. 5. 6.

18
Las casas de tamaño pequeño a menudo estaban comuni­
cadas entre sí, y formaban hileras continuas a los lados de las
calles; tenían un patio común para diversas moradas. Otras, aún
más humildes, consistían simplemente en habitaciones que
daban a un estrecho pasaje, o directamente a la calle. Éstas
tenían sólo un piso, la planta baja, pocas casas tenían más de
dos pisos sobre éste. La mayoría consistía de un piso superior.
Aunque Diodoro habla de las grandes casas de Tebas de cuatro
y cinco pisos, las pinturas muestran que pocas tenían tres, y las
más grandes rara vez cuatro, incluyendo, como él hace, el piso
inferior. Incluso la mayor parte de la casa estaba situada en la
planta baja, con un piso adicional en una parte, en la que había
una terraza cubierta con un toldo, o un tejadillo ligero apoyado
sobre columnas (como en el grabado 25). Aquí las mujeres de
la casa se sentaban a trabajar durante el día, y también aquí dor­
mía a menudo el señor de la casa por la noche durante el vera­
no, o la siesta por la tarde. Algunas tenían una torre que se ele­
vaba incluso por encima de la terraza.
La primera planta era lo que los italianos llaman «piano no­
bile». Las habitaciones de la planta baja a menudo se utilizaban
como almacenes, o como oficinas, una de ellas estaba reservada
para el portero, y otra para las visitas de negocios. Algunas ve­
ces, aparte del recibidor, había salas de visitas en la planta baja,
pero a los invitados normalmente se les agasajaba en la primera
planta. Aquí se encontraban también los dormitorios, excepto
cuando la casa tenía dos o tres pisos; las casas de ciudadanos ri­
cos cubrían a menudo un espacio considerable, y o se levantaban
directamente junto a la calle, o un poco más atrás, dejando de­
lante un patio abierto. Algunas grandes mansiones eran inde­
pendientes y tenían varias entradas por dos o tres lados. Delante
de la puerta había un porche apoyado sobre dos columnas, ador­
nadas con estandartes o cintas, y los pórticos más grandes tenían
una doble fila de columnas, con estatuas entre ellas.
Otras mansiones tenían un tramo de escaleras que conducían
a una plataforma elevada, con una entrada entre dos torres, no
muy diferentes a las de los templos. Una fila de árboles se plan­

19
taba paralela a la parte delantera de la casa, y para prevenir que
el ganado los dañara, o cualquier otro tipo de accidente, se rode­
aban los troncos con un muro bajo, con agujeros cuadrados para
dejar pasar el aire Esta costumbre de plantar árboles en las ca­
sas de las ciudades era también común en Roma.
La altura del pórtico era de unos 3 y 5 m aproximadamente,
justo por encima del dintel de la puerta, a la que sólo el umbral se­
paraba del nivel del suelo. A ambos lados de la entrada principal
había una puerta más pequeña, equidistante entre éstas y el borde
de la pared, y probablemente servía de uso para los sirvientes, o
de los que venían en visita de negocios. Al entrar por el porche se
llegaba a un patio descubierto que contenía una mandara, o reci-

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7. Tebas.

bidor, para las visitas. Esta parte del edificio, que descansaba so­
bre columnas, y estaba decorada con estandartes, sólo estaba ce­
rrada por la parte de atrás con paneles colocados entre las columnas,
que permitían circular una corriente de aire fresco; un toldo que
la recubría la protegía de los rayos solares. Al extremo opuesto del
patio había otra puerta, por donde se accedía a la mandara desde
el interior; y el dueño de la casa, cuando se anunciaba la llegada
de un forastero, entraba por ese lado para recibirle. Esta puerta
conducía de este patio a otro de más grandes dimensiones, ador-

1 Como en el grabado 11, fig. 2.c.

20
8. Porche. Tell el-Amarna. 9. Porche. Tebas y Tell el-Amarna,

nado con avenidas de árboles, que comunicaba a derecha e iz­


quierda con el interior de la casa, y éste, como la mayoría de los
grandes patios, tenía una entrada posterior por una puerta situada
en el centro de uno de los lados. La distribución del interior era
muy similar en ambos lados del patio: seis o más habitaciones, cu­
yas puertas daban a las del lado de enfrente, que se abrían a un pa­
sillo apoyado sobre columnas a derecha e izquierda de un área,
que estaba ensombrecida por una doble hilera de árboles.
Al fondo de estas áreas había un salón, enfrente de la puer­
ta que daba al gran patio, y sobre ésta y las otras habitaciones
estaban los apartamentos del piso superior. Aquí también se
encontraban dos pequeñas puertas hacia la calle.
Otra distribución de la casa consistía en una sala, con la co­
rrespondiente avenida de árboles. En uno de los lados había va-

21
ños grupos de habitaciones que daban a corredores o pasillos, pero
sin columnas ante las puertas. El recibidor daba al patio, y desde
aquí una fila de columnas conducía hasta una estancia privada,
que estaba aislada en uno de los pasillos, cerca de una puerta que
comunicaba con las habitaciones laterales. Por su posición, con
un pasillo o corredor delante, tiene un parecido asombroso con el
«recibidor de verano» de Eglón, rey de Moab2, que lo tenía para
su uso exclusivo, y donde recibió a Ehud, el israelita extranjero.
Y la huida de Ehud «a través del porche» tras haber cerrado la puer­
ta del recibidor, muestra una colocación que debía ser muy simi­
lar a la de estos apartamentos aislados en las casas, o villas, de los
antiguos egipcios. Las habitaciones laterales a menudo estaban
dispuestas a ambos lados de un pasillo, otras daban al patio, y otras
sólo estaban separadas del muro exterior por un largo pasillo.
Los apartamentos se distribuyeron de forma muy diferen­
te, de acuerdo con las circunstancias. En general, sin embar­
go, las grandes mansiones parecen haber consistido en un pa­
tio y diversos pasillos, con habitaciones a ambos lados, no muy
distintos de las casas que se construyen ahora en los países
orientales y tropicales3. Las casas en la mayoría de las ciuda­
des egipcias están bastante derruidas, y pocos restos quedan
de su distribución, o incluso de sus asentamientos; pero que­
dan suficientes restos de algunas de Tebas, en Tel el Amama y
otros lugares, que nos permiten, con la ayuda de las escultu­
ras, determinar su forma y apariencia.
Los graneros estaban dispuestos de una forma muy regu­
lar, y variaban de forma tanto como las casas, a las que, con
razón, se cree que estaban frecuentemente unidos, incluso en
las ciudades. Algunas veces sólo estaban separados de las ca­
sas por una avenida de árboles.
Algunas casas pequeñas consistían solamente en un patio y
tres o cuatro almacenes en el piso bajo, con una sola habitación

2 Je. 3:20.
3 Grabado 11, fig . 1.

22
Longitud total de la figura 365,76 m.

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La figura 2 muestra la posición relativa de la casa, a; y el granero, b. cc. árboles rodeados de muros bajos.
Planos de casas y un granero. Tel el Amarna.

23
arriba, a la que conducía un tramo de escaleras que salían des­
de este patio; pero probablemente sólo podían encontrarse en el
campo, y se parecían a algunas todavía existentes en las villas
de las fellahs del moderno Egipto4. Muy similar a ésta era el
modelo de una casa que está ahora en el Museo Británico5, que

12. fig. 1. M odelo de una casa pequeña de Tebas.


fig. 2. Muestra cómo se abría y se cerraba la puerta. Museo Británico.

consistía sólo en un patio de tres pequeños almacenes en el piso


bajo, con una escalera que daba a una habitación que pertene­
cía al guarda de los almacenes, y que tenía una ventana estrecha
o apertura enfrente de la puerta, más bien para permitir la ven­
tilación que para el paso de la luz. En el patio está representada
un mujer haciendo pan, como se hace hoy en día en Egipto, al
aire libre; y los almacenes estaban llenos de grano.
Otras pequeñas casas de las ciudades tenían de dos a tres pi­
sos sobre la planta baja: no tenían patio y estaban todas juntas cu­
briendo un espacio pequeño, y eran altas en proporción a su base,
como muchas de las casas en Karnak. La parte de abajo tenía úni­
camente la puerta de entrada y algunos almacenes; sobre ésta se
construía un segundo y tercer piso, cada uno con tres ventanas en
el frente, y aún por encima de éstos un ático sin ventanas y una

4 G rabado I I , fig . 4.
5 G rabados 1 2 , 1 3 .

24
escalera que daba a una terraza construida sobre el techo plano.
El suelo de esta terraza estaba colocado sobre el tejado, y sus ex­
tremos sobresalían de las paredes como dentículos. Los ladrillos
formaban líneas onduladas o cóncavas, como las paredes de un
cercado en Deir-el-Medina en Tebas: las ventanas de la primera
planta tenían una especie de parteluz que las dividía en dos luces,
con un travesaño sobre ellas; las ventanas de arriba estaban
cubiertas con enrejados, o listas de madera cruzadas, como en mu­
chos harenes turcos. Un modelo de una casa de este tipo se en­
cuentra también en el Museo Británico: pero la mayoría de las
casas egipcias eran mucho menos regulares en cuanto a su traza­
do y elevación; y esta normal despreocupación por la simetría se
puede observar generalmente incluso en las casas de las ciudades.

13. Muestra el interior del patio y de la habitación superior.

Las puertas, tanto las dos de las entradas como las de los apar­
tamentos interiores, estaban frecuentemente pintadas imitando
exóticas maderas extranjeras. Tenían una o dos hojas, que gira­
ban sobre bisagras de metal y por dentro se cerraban con un ta­
blón o un cerrojo: en las tumbas de Tebas se han encontrado
algunas de estas bisagras de bronce. Se sujetaban a la pared

25
14. fig. 1. Bisagra superior, sobre la que giraba la puerta.
fig. 2. Bisagra inferior.

con clavos del mismo metal, cuya cabeza redondeada servía tam­
bién como ornamento, y la de encima
tenía una proyección en la parte de
atrás, para evitar que la puerta se gol­
peara contra la pared. También se han
encontrado en los dinteles de piedra
y en los suelos, tras los umbrales de
tumbas y templos, los agujeros sobre
los que giraban, así como los tablo­
nes y cerraduras y los huecos donde
encajaban las hojas cuando estaban
abiertas. Las puertas plegables teman
cerrojos en el centro, unas veces arri­
ba y otras abajo; se aseguraban con
un tablón de madera que atravesaba
de un lado a otro la pared, y en muchos casos las puertas se ase­
guraban también con cerraduras de madera que se colocaban
en el centro en la unión de las dos partes. Para mayor seguri­
dad a veces se sellaban con una masa de arcilla, como lo prue­
ban algunas de las tumbas encontradas en Tebas, las esculturas,
y la descripción que da Heródoto del tesoro de Rampsinito.
Las llaves se hacían de bronce o de hierro, y constaban de un
mango recto, de unas cinco pulgadas (12 cm) de longitud, con tres
o más dientes salientes. Otras tenían mayor parecido con las guar­
das de llaves modernas, con un mango corto como de una pulga­
da (unos 2,5 cm) de longitud, y algunas se parecían a una argolla
normal con las guardas en la parte de atrás. Éstas son probable-

26
L A 7

I
1 2 3
16. 1, 2. Cómo se cerraban las puertas. 3. Cómo se cerraban en Tebas.

mente de la época romana. La más temprana alusión a una llave


se encuentra en Jueces (3:23-25), cuando Ehud había «pasado por
el porche, y había cerrado con llave las puertas del salón tras él»
y «los sirvientes de Eglón cogieron una llave y las abrieron».

17. Llave de hierro. De Tebas.

Las puertas, como las de los templos, estaban a menudo


rematadas con la comisa egipcia; otras estaban variadamente de­
coradas, y algunas, representadas en las tumbas, estaban rodea­
das por una variedad de ornamentos, ricamente pintados como
es habitual: estas últimas, aunque se encontraron en Tebas en al­
guna ocasión, eran más corrientes en Menfis y en el Delta. En el
Museo Británico hay dos buenos ejemplos de éstas, que se han
traído de una tumba cercana a las Pirámides. Incluso en el más
reciente período cuando se construyeron las Pirámides, las puer­
tas tenían una o dos hojas; y tanto las de las habitaciones como
las de la entrada abrían hacia adentro, en contra de la costumbre
de los griegos, que tenían la obligación de llamar desde dentro

27
18. Pintura de un féretro cri 'Tebas. 19. Tebas.

de la puerta de la calle, antes de abrirla, para avisar a los transe­


úntes de que iban a salir. Los romanos tenían prohibido colocar­
las para que abrieran hacia afuera sin un permiso especial. Los
suelos eran de piedra, o de una mezcla de lima y otros materia­
les; pero en las moradas más humildes se hacían de travesarlos
de palmeras datileras partidas, que se colocaban uno junto a otro
o a intervalos, y sobre ellos se colocaban entarimados o capas
transversales de ramas de palmera, cubiertas de esteras y una capa

W T ¥

28
de barro. Muchos tejados eran abovedados, y construidos como
el resto de la casa de ladrillo crudo. No sólo se han encontrado
arcos de ese material que datan del siglo xvi antes de nuestra era,
sino que los graneros abovedados parecen representarse en una
fecha muy anterior. Los ladrillos, en verdad, condujeron a la in­
vención de los arcos; la escasez de madera de Egipto creó la ne­
cesidad de encontrar un sustituto a este material.

22. Tumba cerca de las Pirámides. 23. Tebas.

Se importaba madera en grandes cantidades; de Siria se traía


pino y cedro; y las maderas exóticas eran parte del tributo im­
puesto a las naciones extranjeras conquistadas por los Faraones.
Tanto se les apreciaba para propósitos ornamentales, que se pin­
taban objetos a imitación de
éstas para las personas más
pobres que no se lo podían
permitir; y los paneles, ven­
tanas, puertas, cajas, y varios
tipos de obras de madera, eran
frecuentemente de pino bara­
to o sicomoro pintado que imi­
taban a las maderas extranje­
ras más exóticas. Los restos
de éstas encontrados en Tebas
24. Tebas. muestran que dichas imita-

29
dones eran inteligentes sustitutos de la realidad. Incluso los ataú­
des se hacían a veces con maderas extranjeras. En el Líbano se han
encontrado muchos de cedro. El valor de las maderas extranjeras
también sugirió a los egipcios el proceso del barnizado, que era
una de las artes de sus hábiles ebanistas.
Los techos eran de estuco, ricamente pintados con diversos
motivos, de muy buen gusto tanto en la forma como en la dis­
posición de los colores; entre los más antiguos se encuentran el
Guilloche, a menudo mal llamado toscano o borde griego.
En el interior y exterior de sus casas las paredes estaban a me­
nudo divididas en grandes paneles de un color uniforme, aras de
la superficie, o algo rebajados, (como en los grabados 25 y 30)
no muy distintas a las de Pompeya; y eran rojas, amarillas, o imi­
taban piedra o madera. Parece haber sido la introducción de este
tipo de adorno en las casas romanas lo que excitó la indignación
de Vitruvio; quien dijo que en los tiempos antiguos el rojo ape­
nas se usaba, como medicina, aunque ahora paredes enteras se
revestían de este color.
Sobre las paredes vacías de los salones también se representa­
ron figuras o escenas de la vida doméstica, rodeados de cenefas or­
namentales y coronadas por anchas comisas de flores y varios mo­
tivos ricamente pintados; ningún otro pueblo parece haber sido más
aficionado a usar flores en cada ocasión. En su arquitectura do­
méstica constituían el principal adorno de las molduras, y cada vi­
sitante recibía un ramo de flores frescas como regalo de bienveni­
da al llegar a una casa. Era como el café y la pipa de los modernos
egipcios. A un invitado en una fiesta no sólo se le entregaba una flor
de loto, o cualquier otro tipo de flor, sino que se le colocaba alre­
dedor de la cabeza una guirnalda de flores, y otra alrededor del cue­
llo, lo que llevó al poeta romano a señalar «las muchas guirnaldas
alrededor de la frente» que llevaban los egipcios en los banquetes.
Las flores abundaban por todas partes; con ellas se hacían coronas
y festones, decoraban los pilares sobre los que se colocaban los ja­
rrones del salón, y adornaban la tinaja del vino. También con flores
se adornaban los sirvientes que transportaban el vino en copas des­
de esta tinaja hasta donde se encontraban reunidos los invitados.

30
Además de los paneles pintados había otros puntos de se­
mejanza con el gusto pompeyano en las casas egipcias; en par­
ticular las columnas alargadas, algunas veces adosadas a los
edificios, otras veces pintadas en las paredes, y que heredaron
los griegos bien de los egipcios, bien de los asiáticos. Sus lar­
gos y delgados fustes se construían de forma que llegaran des­
de el suelo hasta el techo de la casa, en un máximo desafío de
la proporción o de la utilidad, no llevando a cabo ninguna otra
función que la de muchos pilares y medias columnas que, no
teniendo nada que sostener, se puede decir que colgaban, en
contra de los frentes de nuestras casas modernas, con dos filas
de ventanas, como cuadros, en el espacio vacante entre ellas.
Y aunque en sus templos predominaba la línea horizontal,
como en Grecia, los egipcios no eran adversos al contraste de
ésta con la vertical, lo que lograban por medio de sus gran­
diosas torres piramidales y de sus obeliscos. En verdad, las lar­
gas columnas que se extendían por todo el frente de sus casas
pueden considerarse como la primera introducción del princi­
pio vertical. Esto fue después adoptado por los romanos, y es
muy obvio en sus arcos de triunfo, donde la columna, levan­

31
tándose del suelo en un pedestal, se extiende hacia arriba y
hace que la entabladura también suba, rompe su recta línea uni­
forme para unirse con el capitel, y está coronada por una esta­
tua o un ático saliente, que se extiende hasta la parte más alta
del edificio.
Estas mismas columnas delgadas, o «juncos con función
de columnas», consideradas tan inconsistentes por Vitruvio,
encontraron su sitio en las casas de Roma, y las vemos pinta­
das en las de Pompeya, así como los «edificios que permane­
cen apoyados sobre candelabros», que Vitruvio condena de
igual forma. Ciertamente eran incongruentes, habiéndose adop­
tado a otra función para la que originalmente habían sido con­
cebidas, para ayudar al desarrollo de un nuevo elemento de la
arquitectura, lo que mucho más tarde introdujo numerosas lí­
neas verticales, en forma de torres, minaretes y otros altos edi­
ficios, que ahora se elevan por encima de nuestros tejados, y
dan un aspecto tan variado a las modernas ciudades europeas
y sarracénicas. Este contraste estaba ausente en el bajo y uni­
forme perfil de los edificios griegos, apenas aliviado por el
frontón triangular de un templo, porque, por muy bello que
fuera cada edificio por separado, una ciudad griega era sin­
gularmente deficiente en la combinación de la línea vertical
con la horizontal. Pero el empeño para conseguir este efecto
en Roma, por medio de columnas aisladas como soportes de
una estatua que se elevaba por encima de los tejados, no era
de muy buen gusto, porque bien podemos condenar la impro­
piedad de extraer de un templo uno de sus legítimos miem­
bros y magnificarlo hasta una altura extravagante. La misma
pobreza inventiva y sentido práctico de los romanos, se mos­
tró en éste así como en la mutilada «columna truncada», lla­
mada así por colocar un busto en el lugar que debería ocupar
su capitel. Ni se puede encontrar justificación alguna en la ele­
vación de monstruos colosos como los que Egipto, Grecia y
Roma produjeron. Ahora nos hemos liberado del dilema de
exagerar lo que debería limitarse a sus propias dimensiones,
por las fuentes de la arquitectura moderna, cada vez que bus-

32
camos el armonioso contraste de las líneas verticales y hori­
zontales.
Las ventanas de los hogares egipcios meramente tenían con­
traventanas de madera con una o dos hojas, que giraban sobre
bisagras. Estas, como el edificio entero, estaban pintadas. Las
aberturas eran pequeñas porque por donde entra poca luz, tam­
bién entra poco calor; el fresco en las casas era el gran requi­
sito, y bajo el despejado cielo egipcio no había necesidad de
mucha luz. Y aunque en la mayoría de nuestras casas modernas
las ventanas no son más que pequeños agujeros encuadrados por
molduras ornamentales, los egipcios no estropearon la aparien­
cia externa de las casas, haciéndolas de un tamaño irracional
para permitir el paso de la luz, y luego de forma inconsciente
hicieron todo lo que pudieron para excluirla colgando numero­
sos tapices que se llenaban de polvo, como les sucede hoy día
a los ingleses, convencidos por tapiceros, movidos por el inte­
rés y sin gusto alguno.
El palacio de un rey estaba generalmente construido con
materiales más consistentes que los de una casa privada y, como
el templo al que estaba normalmente unido, era de piedra, como
el Medinet Habu, en Tebas. Estaba situado al final de una ave­
nida que conducía al edificio sagrado, y los apartamentos prin­
cipales estaban dispuestos en dos pisos inmediatamente por
encima de la puerta, por donde pasaban todas las procesiones
en dirección al templo. El resto del edificio ocupaba una dis­
tancia considerable a derecha e izquierda antes de la puerta, y
el acceso exterior estaba constituido por dos casetas, en la mis­
ma entrada, ocupado por los guardias y porteros. Algunas de
las habitaciones daban a esta puerta; otras estaban orientadas
en sentido opuesto. El edificio entero estaba coronado de al­
menas, como las murallas de las ciudades fortificadas. Los
apartamentos no eran grandes, sólo medían 4,26 m de largo
por 3,85 m de ancho, y 3,15 m de alto. Las paredes tenían un
grosor de 5 a 6 pulgadas y servían como protección contra el
calor, y las corrientes de aire circulaban libremente por ellas
desde las ventanas de enfrente. Estas paredes estaban adoma-

33
das con objetos de poco relieve, o grabados, que representa­
ban al rey y su casa, con varios motivos ornamentales, par­
ticularmente la flor de loto y otras.
Los pabellones estaban construidos de forma similar (aun­
que a menor escala) en varias partes del país, y en los distritos
extranjeros por los que pasaban los ejércitos egipcios, para el
uso del rey. Algunas casas particulares imitaban a veces a estos
pequeños castillos, sustituyendo la corriente cornisa y pared
de parapeto por las almenas que la coronaban, y que intenta­
ban representar escudos egipcios. Los tejados de todas sus ca­
sas, bien en la ciudad o en el campo, eran planos, como los de
las modernas casas de El Cairo, y allí (como hoy en día) las
mujeres a menudo mantenían conversaciones con sus vecinas
sobre los escándalos y cotilleos del día. Muchos temas cu­
riosos se discutían en estas animadas reuniones, y se dice que
algunas modernas historias de El Cairo tienen su origen en
aquellas que se contaban en tiempos de los faraones, una de
las cuales vamos a narrar a continuación.
Un hombre, cavando su viñedo, se encontró una vasija lle­
na de oro, y corrió a casa jubiloso por anunciar la buena fortu­
na a su mujer; pero como durante el camino pensó que a las
mujeres a menudo no se les puede confiar un secreto, y que po­
dría perder un tesoro que, por derecho, pertenecía al rey, pen­

34
só que primero sería conveniente probar su discreción. Tan pron­
to como llegó a la casa la llamó, y, diciéndole que tenía algo
importante que contarle le preguntó si estaba segura de poder
guardar un secreto. «Oh, sí», dijo ella enseguida; «¿cuándo has
visto que haya traicionado uno?» «¿Qué es?» «Bueno, está bien,
pero estás segura de no decir nada?» «¿No te lo he dicho ya?,
¿por qué insistes?, ¿de qué se trata?» «Bueno, ya que me lo has
prometido te lo voy a decir. Me pasa una cosa de lo más sin­
gular. ¡Cada mañana pongo un huevo!», sacando al mismo
tiempo uno de debajo de su casaca. «¡Cómo! ¡un huevo! ¡es ex­
traordinario!» «Sí, lo es, en verdad, pero ten cuidado de no de­
círselo a nadie.» «Oh, no diré nada, te lo prometo.» «Estoy se­
guro de que no lo harás», y diciendo esto se fue de la casa. No
se acababa de ir cuando su mujer corrió a la terraza y encon­
trando allí a una vecina en el tejado de al lado, la llama, y, con
sumo cuidado dice, «Oh, hermana mía, a mi marido le pasa una
cosa muy extraña; pero prométeme que no se lo vas a decir a
nadie», «No, no, dime, ¿qué le pasa?» «¡Cada mañana pone
diez huevos!» «¡Cómo, diez huevos!» «¡Sí, y me los ha ense­
ñado!», y de nuevo se fue abajo. No pasó mucho tiempo antes
de que otra mujer subiera a la terraza del otro lado, y ella tam­
bién le confió el secreto, habiendo aumentado la cantidad has­
ta cien. No pasó mucho tiempo antes de que el marido oyera la
historia, y el supuesto ponedor de huevos, viendo cómo se ha­
bía extendido esta historia, se convenció de no arriesgar su te­
soro al confiar a su mujer el verdadero secreto.
Las casas de campo de los egipcios eran de gran extensión,
y poseían espaciosos jardines, regados por canales que comuni­
caban con el Nilo. Tenían diferentes estanques con agua en dis­
tintas partes del jardín, que servían de adorno, así como de irri­
gación cuando el Nilo estaba bajo. El señor de la casa a veces se
entretenía con sus amigos haciendo una excursión por estos ca­
nales en un barco de remos de recreo en el que iban remando sus
sirvientes. También disfrutaban con la diversión de pescar y de­
jar en libertad a los peces del fondo de los pozos, y en estas oca­
siones normalmente iban acompañados de un amigo, o de uno o

35
27. Pintura en una tumba en Tebas.

más miembros de la familia. Se cuidaba con particular esmero el


jardín, y su gran afición a las flores queda reflejada en el núme­
ro de variedades que cultivaban, así como por el hecho de que las
mujeres de la familia o los sirvientes entregaban ramos al
dueño de la casa y sus amigos cuando paseaban por allí.
La casa misma estaba a veces adornada con propileos y
obeliscos, como los templos. Incluso es posible que parte del

36
28. Puertas de las verjas. Tel el Amarna.

edificio se dedicara a propósitos religiosos, como las capillas


en otros países, ya que en una representación se ve a un sa­
cerdote presentando ofrendas en la puerta de las habitaciones
interiores. En realidad, de no ser por la presencia de las mu­
jeres, la forma del jardín, y el estilo del porche, nos veríamos

29. Tel el Amarna y Tebas.

inclinados a considerarlo más un templo que un lugar de resi­


dencia. A las grandes casas del campo se accedía normalmen­
te a través de puertas plegables, colocadas entre altas torres,
como en las cortes de los templos, con una pequeña puerta a
cada lado; y otras tenían solamente puertas plegables, con las
jambas coronadas por comisas.
Una pared circular se extendía alrededor de toda la pro­
piedad, pero las habitaciones de la casa, el jardín, las ofi­
cinas, y todas las demás partes de la villa tenían cada una
sus propios muros. Las paredes eran normalmente de ladri­
llo crudo y, en lugares húmedos, o con peligro de inundación,
la parte más baja estaba reforzada con una base de piedra. A

37
38
Villa, con obeliscos y torres, como un templo. Tebas.
veces estaba adornada con paneles y líneas acanaladas, y la
parte superior estaba rematada o por las almenas egipcias (la
cornisa usual, una fila de puntas a imitación de cabezas de
lanza) o con algún otro decorado con fin ornamental.
Los planos de las quintas variaban según las circuns­
tancias, pero su distribución general queda suficientemen­
te explicada en las pinturas. Estaban rodeadas de un alto
muro, en cuya mitad estaba situada la entrada principal,
con una puerta central y dos laterales, que conducían a un
camino ensombrecido por filas de árboles. Había grandes
depósitos de agua, frente a las puertas del ala derecha e iz­
quierda de las casas, entre las que había una avenida que
conducía desde la entrada principal a lo que puede llamar­
se el centro de la mansión. Después de pasar la puerta ex­
terior del ala derecha, se entraba en un patio abierto con
árboles, que se extendía alrededor de un núcleo de aparta­
mentos interiores y que tenía una entrada posterior que
comunicaba con el jardín. A derecha e izquierda de este pa­
tio, había seis o más almacenes, un pequeño recibidor o sala
de espera en dos de las esquinas, y al otro extremo, la esca­
lera que conducía al piso de arriba. Las dos fachadas inte­
riores daban a un pasillo, apoyado en columnas, con torres
y puertas. El interior de este ala constaba de doce habita­
ciones, dos salones exteriores y uno central, que se comu­
nicaban por puertas plegables, y a cada lado de esta última,
estaba la entrada principal a las habitaciones del piso de
abajo, y a la escalera que conducía a los pisos de arriba. En
la parte de atrás había tres habitaciones grandes y una puer­
ta que daba al jardín, que, además de flores, contenía una
gran variedad de árboles, una casa de verano, y un gran al­
jibe de agua.
La distribución del ala izquierda era diferente. La puerta
delantera daba a un patio abierto, que se extendía por toda la
fachada y estaba limitado por detrás por el muro de la parte in­
terior. Las puertas centrales y laterales comunicaban con otro
patio, rodeado por tres de sus lados por un grupo de habita-

39
40
Muros panelados de un edificio egipcio.
ciones, y detrás había un corredor, al que daban muchas otras
habitaciones.
Este ala no tenía entrada posterior, y, así aislada, el pasi­
llo exterior se extendía enteramente a su alrededor. Una su­
cesión de puertas comunicaba desde el patio con diferentes
secciones del centro de la casa, donde las habitaciones, dis­
puestas como las que ya se han descrito, alrededor de pasillos
y corredores, servían en parte como salas y en parte como al­
macenes.
Los establos para los caballos y la sala de carros para los
carruajes de viaje y los carros, estaban en el centro, o parte
inferior del edificio; pero la granja donde estaba el ganado es­
taba separada a cierta distancia de la casa, y correspondía al
departamento conocido por los romanos con el nombre de rús­
tica, Aunque tenía una cerca que lo separaba del resto, estaba
dentro del muro general, que rodeaba la tierra adosada a la
quinta, y un canal que traía el agua desde el río, la bordeaba,

b a f ig .2

31. Tel el Amarna.

41
y se extendía por la parte de atrás de los campos. Constaba de
dos partes: las chozas para albergar el ganado, que estaban si­
tuadas en el parte superior, y el campo, donde había fijadas fi-

B !a B 1B ψ
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b E B B E 3 B

32. Habitaciones para guardar el grano, aparentemente abovedadas. Beni Hasan.

las de argollas para atar a los animales mientras se les daba de


comer durante el día; los animales eran siempre atendidos por
hombres, ÿ frecuentemente los alimentaban con la mano.
Los graneros estaban también aislados de la casa por un
muro que les rodeaba, y algunas habitaciones en las que guar­
daban el grajio parecían tener tejados abovedados. Se llenaban
por una apertura cerca de la parte superior, a la que los hom­
bres subían por las escaleras, y cuando se necesitaba grano se
sacaba poj; la puerta situada en la base.
La superintendencia de la casa y los campos era confiada
a sirvientes, que regulaban el cultivo de la tierra, recibían lo
que se derivaba de la venta de los productos, vigilaban la vuel­
ta del ganado al establo, hacían todas las cuentas y condena­
ban a los campesinos delincuentes al bastonazo, o a cualquier
castigo que pudieran merecer. A uno de ellos se le encomen­
daban los asuntos de la casa, y éste era el equivalente al «go­
bernante», «superintendente», o «sirviente de la casa de José»
(Gn. 39:5; 43:16, 19); otros vigilaban los graneros, los viñe­
dos (comp. Mt. 20:8), o el cultivo de los campos; la extensión
de sus deberes, o el número de los empleados dependía de la
extensión de la tierra, o del deseo de su propietario.

42
a b c e
33. Granero, mostrando cómo se introducía el grano y que las puertas a y b se usaban
para extraerlo. . Tebas.

La forma de diseñar los jardines era tan variada como la de


las casas, pero en todos los casos parecen haberse tomado un
interés particular en conseguir un pleno abastecimiento de agua
por medio de depósitos y canales. En verdad, en ningún otro
campo es más necesario un sistema de irrigación artificial que
en el valle del Nilo y, debido a que el agua de la inundación no
era admitida en los jardines, dependía durante el año del abas­
tecimiento obtenido de pozos y aljibes, o de un canal vecino.

2 3 4 / 5 6
34. Encargado (fig, I ) supervisando la labranza de las tierras. Tebas.

El modo de irrigación adoptado por los antiguos egipcios era


extremadamente sencillo, y era simplemente el shaduf, o la vara
y el cubo de nuestros días y, en muchos casos, se empleaba a los
hombres para llevar el agua en cubos, suspendidos de un yugo
de madera que llevaban sobre los hombros. El mismo yugo era
empleado para llevar otras mercancías, como cajas, cestas con
caza o aves, o cualquier cosa que se llevara al mercado. Cada ofi-

43
cio parece haberlo usado para este propósito, desde el ceramista
al fabricante de ladrillos, al carpintero, o al armador de navios.

35. Hombres regando la tierra con cubos de agua. Beni Hasan.

La barra de madera o yugo tenía 1,18 m de longitud, y las


correas, que eran dobles, se ataban juntas enlaparte inferior así
como en el extremo superior, y eran de piel, midiendo de 38
a 40 cm de longitud. La pequeña correa de la parte inferior no
sólo servía para conectar los extremos, sino que probablemen­
te tenía como fin asegurar un gancho, o una cinta adicional, si
era necesaria para asegurar la carga: aunque la mayoría de estos

fig. 2. La misma tira, a mayor escala.

yugos tenían dos, algunos estaban equipados con cuatro u ocho


cintas, y su forma, número, o disposición variaban según los pro­
pósitos para los que se fueran a usar.

44
37. Calderos de agua llevados con un yugo sobre los hombros. Tebas.

Llenaban los calderos en los depósitos o estanques del jar­


dín, y transportaban el agua hasta los árboles o los diferentes
macizos, que eran pequeños hoyos cuadrados a nivel del suelo,
rodeados de un bajo montículo de tierra, como nuestras salinas.
No parece que usaran la noria muy a menudo, aunque no
les era desconocida; pero ésta y el tomillo hidráulico fueron
probablemente de introducción más tardía. Pueden haber co­
nocido también la máquina de pie mencionada por Filón; y es
a ésta o a su forma de cerrar los pequeños canales que condu­
cían el agua de un macizo a otro, a lo que se refiere la frase del

45
Deuteronomio (11:40): «Egipto... donde sembraste tu semilla,
y la regaste con tu pie como un jardín de hierbas». Pero la for­
ma más común de traer agua del Nilo era la vara y el caldero,
el shaduf, aún tan común en Egipto.
Las pieles eran muy usadas por los egipcios para transpor­
tar agua, así como para rociar la tierra de delante de las habi­
taciones o los asientos de los grandes señores, y a menudo se
dejaban llenas de agua y preparadas, con este propósito.

39. aaa Pieles para el agua, colgadas cerca del estanque i>. c. Macizos de un jardín,
dispuesto como hoy en día en Egipto, muy similares a nuestras salinas. Tebas.

Parte del jardín estaba ocupada por caminos ensombrecidos


por árboles, normalmente plantados en hilera, rodeados en la
base del tronco por un carballón de tierra circular que, siendo
más bajo en el centro que en la circunferencia, retenía el agua, y
la dirigía más rápidamente hacia las raíces. Es difícil decir si los
árboles se podaban en alguna forma en particular, o si el aspec­
to que presentan en las esculturas se debe meramente a un modo
de representación convencional; pero, ya que el ganado, y algu-

2. Lo mismo, de acuerdo con nuestro modo de representación.

46
nos otros árboles frutales, se dibujan con ramas irregula­

♦ res y extendidas, es posible que el sicomoro y otros, que


presentaban grandes masas de follaje, estuvieran realmente
podados de esa forma, aunque, observando el signo jero­
glífico que representaba la palabra árbol, po­
demos concluir que era sólo un carácter gené­
rico para todos los árboles.
Algunos, como los granados, datileros, y
palmeras dóm, son fácilmente reconocibles
en las esculturas, pero el resto son dudosos,
como lo son las plantas de flores, con la ex­
cepción del loto y pocas más.
A la sección encargada del cuidado del jar-
42. din pertenecía también el cuidado de las abe­
jas. En Egipto requerían grandes atenciones; existen tan pocas
flores en la actualidad, que los propietarios de panales a menudo
llevan las abejas a varios lugares del Nilo, en busca de flores. Son
de una clase más pequeña que las nuestras y, aunque se encuen­
tran salvajes en el campo, son mucho menos numerosas que las
abejas, avispones e icneumones. Las abejas salvajes viven sobre
todo bajo las piedras, o en rendijas de las rocas, como en muchos
otros países. La expresión de Moisés, como las de los Salmos: «miel
de la roca», muestra que en Palestina tenían los mismos hábitos.
La miel tenía gran importancia en Egipto para uso casero y como
ofrenda para los dioses. La de Benha (allí llamado El assal), o Atri-
bis, en el Delta, mantuvo su reputación hasta una fecha tardía.
Una jarra de miel de ese lugar fue uno de los cuatro regalos en­
viados por John Mekaukes, el gobernador de Egipto, a Mahoma.
Los grandes jardines estaban normalmente divididos en dos
partes diferentes. Las secciones principales estaban reservadas
para los sicómoros, datileros y viñedos. La primera puede lla­
marse el huerto. Los jardines de flores y el huerto también ocu­
paban un espacio considerable y estaban dispuestos en macizos;
árboles enanos, hierbas y flores crecían en tiestos de tierra roja,
exactamente como los nuestros, colocados en largas filas por los
caminos y bordes.

47
43. Un gran jardín, con el viñedo y otras secciones separadas, estanques de agua, y
una pequeña casa. D e la obra del Prof. Rosellini.

Además del huerto y los jardines, algunas de las grandes


quintas tenían un parque o paraíso, con sus estanques de peces
y reservas de juegos, así como corrales de aves para las gallinas
y los gansos, establos para el ganado de cebo, cabras salvajes,
gacelas, y otros animales originarios del desierto, cuya carne era
considerada como un bocado exquisito. Era en estas extensas
reservas donde los ricos se entretenían con el juego de la caza.
También cercaban considerables espacios en el desierto con cui­
dadosas verjas, adonde eran conducidos los animales, a los que
disparaban con flechas, o daban caza con perros.
Frecuentemente se representan los jardines en las tumbas de
Tebas y otras paites de Egipto, muchos de los cuales son nota­

48
bles por su extensión. El representado en estas líneas se ve ro­
deado de un muro con almenas, con un canal de agua que pasa­
ba por delante, conectado con el río. Entre el canal y el muro, y
paralelo a ambos, había una sombría avenida de varios árboles;
hacia el centro estaba la entrada, con una grandiosa puerta, cuyo
dintel y jambas estaban decoradas con inscripciones jeroglíficas
que contenían el nombre del propietario de las tierras, que en este
caso, era el mismo rey. En la entrada estaban las habitaciones
para el portero y otras personas empleadas en el jardín y, proba­
blemente, el recibidor para las visitas, cuya abrupta llegada po­
dría no ser bienvenida. En la parte de atrás había una puerta que
daba al viñedo. Las parras estaban enroscadas en enrejados, apo­
yados en techos transversales que descansaban sobre pilares; un
muro, que se extendía a su alrededor, separaba esta parte del res­
to del jardín. En el extremo superior había habitaciones en tres
plantas diferentes, que daban a verdes árboles, y que proporcio­
naban un agradable retiro en el calor del verano. Fuera del viñe­
do había filas de palmeras, plantadas junto con las clôm y otros
árboles, a lo largo de todo el muro exterior: cuatro estanques de
agua, bordeados de un cuadro de césped, donde se encontraban

44. M odo egipcio de representar un estanque de agua con una fila de palmeras a
cada lado. Tebas.

49
50
los gansos, y donde se cultivaba la delicada flor de loto, servían
para irrigación de los campos. Había pequeños templetes o ca­
sas de verano, sombreadas por árboles, cerca del agua, y que da­
ban a macizos de flores. Los espacios donde estaban los estan­
ques y las partes del jardín adyacentes a éstos, estaban cada uno
delimitado por sus propios muros, y una pequeña subdivisión en
cada lado, entre los estanques grandes y los pequeños, parecía
reservada al cultivo de árboles particulares que, o bien requerían
cuidados especiales, o daban frutos de calidad superior.
En todos los casos, si el huerto estaba aparte o estaba unido
al resto del jardín, era abastecido, como las otras partes, de su­
ficiente agua, conservada en espaciosos depósitos. Cada lado de
los mismos daba a una hilera de palmeras, o a una avenida de
sicomoros de sombra. Algunas veces el huerto y el viñedo no
estaban separados por un muro, y había higueras6 y otros árbo­
les plantados en los mismos límites que las viñas. Pero si no es­
taba conectado con él, el viñedo estaba cerca del huerto, y su
modo de entramar la viña en enrejados de madera, apoyados en
filas de columnas que dividían al viñedo en numerosas aveni­
das, era conveniente y de buen gusto.

r ÿ î. Jlflí)

46. Cogiendo uvas en un viñedo; las viñas están dispuestas formando arcos. Tebas.

6 Comp. Le. 13:6, «Cierto hombre tenía una higuera plantada en su vi­
ñedo», y 1 R. 4:25, «Cada hombre bajo su viñedo y su higuera».

51
Las columnas a veces eran de colores, pero muchas eran sim­
ples columnas de madera, sosteniendo en sus extremos en forma
de horquilla las pértigas que se colocaban sobre ellos. A algunas vi­
ñas se las dejaba crecer en forma de arbusto y, como eran bajas, no

47. Representación jeroglífica que significa viñedo.

necesitaban ningún apoyo; a otras se les disponía en forma de arco.


Por la forma del jeroglífico que quiere decir viñedo, podemos con­
cluir que esta era la forma más usual de colocarlas, aunque también
era común encontrarlas en avenidas formadas por los enramados y
las columnas. Pero no parece que las unieran a otros árboles, como
hacían normalmente los romanos con los olmos y los álamos, y co­
mo hacen los modernos italianos con la morera blanca, aunque los
egipcios de hoy en día no han adoptado esta costumbre europea.
Cuando el viñedo estaba rodeado por su propio muro, normal­
mente tenía un depósito de agua al lado, así como el edificio que
contenía el lagar7; pero las diferentes formas de disponer el vi-

a
48. Viñedo, con un gran tanque de agua, b. Tebas.

7 Is 5:1, 2 «Y lo cercó (el viñedo) y recogió todas las piedras, y lo plan­


tó con la viña elegida, y construyó una torre en medio, y también hizo un
lagar» y Mt 21:33 «plantó un viñedo... y colocó un lagar en él.»

52
ñedo, así como las demás partes del jardín, dependían por su­
puesto, del gusto de cada individuo, o de la naturaleza del terre­
no. Se ponía mucho cuidado en proteger los racimos de la intru­
sión de los pájaros; constantemente se empleaba a los niños para
que los asustaran con las hondas y con el ruido de sus voces, en
la estación de la vendimia.

49, Ahuyentando a los pájaros con una honda. Tebas.

Cuando se recogían las uvas, los racimos se colocaban cui­


dadosamente en profundas cestas de mimbre que llevaban los
hombres, o bien en la cabeza, o en los hombros, o suspendidas

50. fig. 1. Cesto con uvas cubierto con hojas: de las esculturas.
fig. 2. Cesto moderno usado con el mismo fin.

del yugo, hasta el lagar; pero cuando las uvas eran para comer,
se ponían como otras frutas en grandes cestos planos, y gene­
ralmente se cubrían con hojas de palmera, vid u otros árboles.
Estas cestas planas eran de mimbre y semejantes a las que hoy
en día se usan en El Cairo con el mismo propósito, y que están
hechas de mimbre o de ramas comunes. Parece ser que entre­
naron a los monos para ayudar en la vendimia de la fruta, y los
egipcios los representaban pasando higos de los sicomoros a los

53
51. Monos ayudando en la vendimia de la fruta. Beni Hasan.

jardineros que estaban debajo: pero, como cabría esperar, estos


animales se recompensaban a sí mismos ampliamente por el tra­
bajo impuesto, y el artista ha plasmado bien cómo consumaban
sus propios deseos, así como los de sus jefes.
En Egipto muchos animales eran amaestrados con diversos
propósitos, como el león, el leopardo, la gacela, el mandril, el
cocodrilo y otros; y en el país de Jima, que se encuentra al sur
de Abisinia, a los monos aún se les enseñan diversas tareas úti­
les. Entre ellas está la de ser portadores de antorchas en las
cenas; así, en fila, sobre un banco elevado, sujetan las luces
hasta que se van los invitados y, pacientemente aguardan su pro­
pia cena como recompensa por sus servicios. Algunas veces
surgen problemas, cuando un mono indisciplinado arroja la an­
torcha encendida al grupo de desprevenidos invitados; pero afor­
tunadamente las damas presentes no llevan vestidos musulma-

52. A las crías se les permitía ramonear las viñas. Beni Hasan.

54
nes. El garrote y el «sin cena» recuerdan al ofensor de sus obli­
gaciones presentes y futuras.
Cuando había acabado la vendimia, permitían a los niños ju­
guetear en las viñas que crecían como arbustos (Hor 2. Sat 5:43),
y la estación del año en la que las uvas maduraban en Egipto era
el mes de epifi, hacia finales de junio o comienzos de julio. Al­
gunos han dudado de que se cultivara el vino con frecuencia en
Egipto, e incluso de que se hiciera en absoluto, pero las numerosas
Veces en las que se hace referencia al cultivo y al vino egipcio en
las esculturas, y la autoridad de los escritores de la Antigüedad,
contestan de modo suficiente a esas objeciones. Los lamentos de
los israelitas al salir de los viñedos de Egipto prueban su abun­
dancia, ya que hasta la gente con la condición de esclavos podía
procurarse la fruta (Nm 20:5, Gn 40:11).
Había lagares de distintas clases. El más sencillo consistía
únicamente en una bolsa, en la que se ponían las uvas y se
aplastaban, por medio de dos poleas que giraban en direccio­

53. Lagar. Beni Hasan.

nes contrarias: debajo se colocaba un cántaro donde caía el


jugo. Otra prensa, basada casi en el mismo principio, consis­
tía en una bolsa colocada en un marco con dos lados vertica­
les, conectados en la parte superior por una viga. Esta bolsa se
mantenía en posición horizontal, con un extremo fijo, y el otro
enganchado en el lado opuesto en un agujero que se iba ha­
ciendo girar con una caña accionada manualmente; el jugo, al
igual que en la anterior, iba cayendo a una vasija colocada de-

55
bajo. Dentro del soporte estaba el superintendente, que regu­
laba la cantidad de la presión, y daba la señal para que parase.
Algunas veces se calentaba el líquido al fuego y, una vez que
se había removido bien, se vertía sobre el saco de las uvas du­
rante el proceso del aplastamiento. Pero es difícil determinar si
esto se hacía con el objetivo de conseguir una mejor calidad del
jugo, al ablandar los hollejos, o se añadía con algún otro propó­
sito; sin embargo, el hecho de que se removiera mientras se ca­
lentaba muestra que no era simple agua. El aplastamiento de la
fruta, mientras se vertía sobre ella el jugo, puede sugerir que se
hacía para extraer el colorante que se añadía al vino tinto.
Las dos prensas manuales egipcias se usaron por todo el país,
pero principalmente en el Bajo Egipto; las uvas en la Tebaida nor­
malmente se pisaban. La prensa de pie también se usó en el Bajo
Egipto, e incluso encontramos ambos métodos de pisar uvas re­
presentados en una sola escultura; no es, pues imposible que des­
pués de haber sido pisadas, se sometieran a un segundo proceso
de prensa en la bolsa giratoria. Este no parece haber sido el caso
en la Tebaida, donde la prensa de pie siempre se representa sola;
y se dejaba correr el jugo por el conducto que desembocaba di­
rectamente en un estanque abierto (Is 60:3, Nh 13:15, Je 9:27,
Virg. Georg. 2:7).
12 11

almacén,./?#. 11. Tebas.

56
Algunas de las prensas más grandes estaban muy adornadas,
y constaban al menos de dos partes: la parte inferior o tinaja, y
el canal, donde los hombres, descalzos, pisaban la fruta apo­
yándose en cuerdas que colgaban del techo, aunque por su gran
altura, algunos pueden haber tenido un depósito intermedio, que
recibía el zumo que iba de camino al tubo, y que era el equiva­
lente al colador, o colum, de los romanos.
Una vez terminada la fermentación, se distribuía el zumo
en vasijas pequeñas, con un largo pitorro, y luego iban llenan­
do otras vasijas colocadas en el suelo, similares a los cadi o
amphorae de los romanos.
Parece ser que también añadían algo antes o después de la fer­
mentación; podemos ver un ejemplo en una escultura en la que
aparece un hombre vertiendo un líquido con una pequeña copa a
un depósito más bajo. Cuando se consideraba que el mosto esta­
ba en buen estado, las ánforas se cerraban con una tapa, que pa­
recía una salsera invertida, y se cubrían con arcilla líquida.
Antes de verter aquí el vino, normalmente ponían cierta
cantidad de resina dentro del ánfora, que recubría estas vasi­
jas porosas, conservaba el vino, e incluso se suponía que me­
joraba su sabor. Una noción, o más bien un gusto adquirido,
que es debida probablemente a haber usado pieles antes que
vasijas: el sabor, que dejaba la resina, que era necesaria para

55. El vino joven verlido en cántaras. / . Cántaras tapadas.

57
conservar las píeles, y se había convertido, por un largo hábi­
to, en una peculiaridad favorita del vino, fue luego añadido por
libre elección, cuando habían adoptado el uso de las vasijas
de barro. Esta costumbre, al principio tan general en Egipto,
Italia y Grecia, todavía se conserva en todas las islas del ar­
chipiélago. En Egipto siempre se encuentra una sustancia re­
sinosa al fondo de las ánforas que han servido para guardar el

56. Jarras de vino con tapa. En la fig. 1 está Erp, «vino». Tebas.

vino: se conserva perfectamente, es frágil y, cuando se quema,


huele como brea de buena calidad. Los romanos, según nos
cuenta Plinio, usaron la brea brutia o resina de los Pinos picea,
a la que daban preferencia sobre los otros, para este propósito:
y si, «en España, usaban la del pinastro, no era muy estimada
por su amargura y olor fuerte». En el Este, se consideraba el
terebinto como el árbol que proporcionaba la mejor resina, su­
perior incluso a la masilla del lentisco. Las resinas de Judea y
Siria sólo eran superadas en calidad por las de Chipre.
El modo de colocar las ánforas en la bodega de Egipto era
similar al adoptado por los griegos y los romanos. Las coloca­
ban derechas en líneas sucesivas, con el lado interior apoyado
contra la pared, y con sus extremos más puntiagudos firme­
mente fijados al suelo. Cada vasija estaba sujeta por medio de
un anillo de piedra colocado alrededor de su base puntiaguda,
o estaba colocado sobre una plataforma de madera. Otras pa­
recen haber estado colocadas en las habitaciones de pisos su­
periores, como las ánforas de una botica romana.

58
Los egipcios tenían diversas clases de
vinos, algunos de los cuales habían sido ala­
bados por escritores de la antigüedad por
sus excelentes cualidades. El de Mareo­
tis era el más preciado y el más abundante.
Su superioridad sobre los vinos egipcios se
puede explicar fácilmente por la calidad del
suelo en este distrito; está compuesto prin- 57·,arrón colocado sobre
cipalmente de grava, que, extendiéndose un Pedestal de Piedia·
más allá del alcance del depósito aluvial, estaba libre del tenaz
y rico lodo, que normalmente nos encontramos en el valle del
Nilo, y tan poco apropiado para uvas de delicada calidad. De los
extensivos dominios de viñedos todavía encontrados en los bor­
des del oeste del trono de Arsinoe, o el-Fayum, podemos con­
cluir que los antiguos egipcios tenían pleno conocimiento de las
ventajas de la tierra, situada más allá de los límites de la inun­
dación, para plantar las viñas. Según Ateneo, «la uva mareótica
era conocida por su dulzura», y el vino es así descrito por él: «es
de color blanco, de excelente calidad, y es dulce y ligero con un
buqué fragante; no es de ningún modo astringente, ni afecta a la
cabeza.» Pero no era sólo por su sabor por lo que era altamente
apreciado, y Estrabón le adscribe el mérito adicional de mante­
nerse durante mucho tiempo. «Todavía, sin embargo», dice Ate­
neo, «es inferior al de Tanis, un vino que recibe su nombre de
un lugar llamado Temia, donde se produce. Su color es pálido y
blanco, y tiene tan alto grado de riqueza, que cuando se mezcla
con agua parece diluirse gradualmente de una forma muy simi­
lar a la miel ática cuando se vierte sobre ella algún líquido. Ade­
más del agradable sabor, su fragancia es tan deliciosa que lo hace
perfectamente aromático, y tiene la propiedad de ser ligeramente
astringente. Hay muchos otros viñedos en el valle del Nilo cu­
yos vinos tienen una gran reputación, y estos difieren tanto en
color como en gusto: pero el que se produce en Antila era pre­
ferido sobre todos los demás.» El vino hecho en la Tebaida era
particularmente ligero, especialmente el de Coptos, y «tan rico»,
dice el mismo autor, «que los inválidos podían tomarlo sin nin­

59
gún inconveniente, incluso durante la fiebre.» El de Sebenitos
era de la misma manera uno de los vinos egipcios favoritos.
Como dice Plinio, estaba hecho de tres clases de uva diferentes;
una de ellas se llamaba Tasia8. La uva es descrita por él más tar­
de como superior a otras en Egipto por su dulzura, y destacable
por sus propiedades medicinales.
El de Mendes es también mencionado por Clemente por su
sabor bastante dulce y otro vino singular, llamado por Plinio
echolada, era también producto de Egipto. Pero, por sus po­
deres peculiares, podemos suponer que lo bebían sólo los hom­
bres, o al menos que estaba prohibido a mujeres recién casa­
das. Y, considerando la frecente costumbre entre los antiguos
de alterar las cualidades de los vinos añadiendo medicinas y
por medio de otros procesos diversos, podemos enseguida con­
cebir la posibilidad de los efectos que se les adscriben; así su­
cedió que atributos opuestos se atribuían frecuentemente a la
misma clase de vino.
Ellos usaban los vinos con propósitos medicinales, y a mu­
chos se les tenía en tal estima, que se les consideraba especí­
ficos para ciertos males. Pero los médicos de entonces eran
prudentes en su modo de prescribirlos, y como la imaginación
en muchas ocasiones ha producido la cura, y dado celebridad
a una medicina, los menos conocidos eran ampliamente pre­
feridos, y cada uno contaba las virtudes de algún vino extran­
jero. En época temprana, Egipto era renombrado por sus me­
dicinas, y los extranjeros habían recurrido a este país por sus
vinos y sus hierbas. Sin embargo, Apolodoro, el físico, en un
tratado de vinos dirigido a Ptolomeo, rey de Egipto, recomen­
daba los del Ponto, diciendo que eran más beneficiosos que los
de su propio país, y en particular alababa a los de Peparetios,
producidos en esa isla del mar Egeo. Se consideraba que tenía
cualidades medicinales menos valiosas, cuando éstas no se des­
cubrían en seis años.

8 D e la isla de Tasos.

60
Los vinos de Alejandría y Coptos también se citan entre los
mejores vinos egipcios, y este último era tan ligero que no afec­
taba ni a aquellos que estaban más delicados de salud.
Entre las ofrendas a las deidades egipcias estaba frecuente­
mente el vino, y se descubren clases diferentes en los sepulcros
sagrados, aunque es probable que muchos de los vinos egipcios
no se introdujeran en esos temas, y que, como los romanos y
otros pueblos, no todos fueran aptos para sus sacrificios. Según
Herodoto, los sacrificios comenzaban con una libación de vino,
y se derramaba algo por el suelo donde permanecía tendida la
víctima; sin embargo, en Heliópolis, si podemos dar crédito a lo
que cuenta Plutarco, estaba prohibido introducirlo en el templo,
y los sacerdotes del dios alababan en las ciudades a aquellos que
se abstenían de su uso. «Los de otras deidades», añade el mis­
mo autor, «eran menos escrupulosas», pero aún usaban el vino
muy rara vez, y la cantidad que se les permitía para su uso per­
sonal estaba regulada por la ley. No podían abandonarse al vino
en cualquier momento, y su uso les estaba estrictamente prohi­
bido durante sus purificaciones más solemnes, y en tiempos de
abstinencia. El número de vinos, mencionados en la lista de ofren­
das presentadas a las deidades en las tumbas o templos, varía en
los diferentes lugares. Cada uno aparece con su peculiar nombre
unido a él; pero rara vez exceden de tres o cuatro clases, y entre
ellos, en Tebas, el de «El país del Norte», que era, quizás, de Ma­
reotis, Antila, o la monarquía de Sebenistos.
Los individuos particulares no tenían restricciones en cuanto
a su uso, y no les estaba prohibido a las mujeres. En esto se dife­
renciaban de los romanos: porque en los tiempos más remotos
ninguna mujer en Roma disfrutaba de este privilegio, y era ilegal
que las mujeres, o los hombres jóvenes de menos de treinta años,
bebieran vino, excepto en los sacrificios. Incluso en tiempos pos­
teriores los romanos consideraban como una desgracia que una
mujer bebiera vino; y a veces saludaban a una pariente femenina
de la que sospechaban, para descubrir si había bebido. Luego se
Ies permitió beber bajo la excusa de la salud, y no se podría ha­
ber encontrado un remedio mejor para suprimir la restricción.

61
Que las mujeres egipcias no tenían prohibido el uso del vino,
ni el disfrute de otros placeres es evidente por los frescos que
representan sus festines, y los pintores, al ilustrar este hecho,
han sacrificado algunas veces su galantería por su afición a la
caricatura: algunas llaman a los sirvientes para apoyarse cuan­
do se sientan, otras con dificultad evitan caerse sobre los que
están detrás; un sirviente trae demasiado tarde una palangana
y la marchita flor, que está a punto de caer de su caliente mano,
se ve como una alegoría de sus propias sensaciones.

58. Sirvienta llamada para asistir a su señora. Tebas.

Que el consumo de vino en Egipto era muy grande es evi­


dente por las esculturas y por las narraciones de antiguos au­
tores, algunos de los cuales han censurado a los egipcios por

62
sus excesos; y tanto excedía la cantidad consumida a la pro­
ducida en el campo, que, en tiempos de Herodoto, dos veces
al año se importaba gran cantidad de Fenicia y Grecia.
A pesar de todos los interdictos y exhortaciones de los sacer­
dotes en favor de la moderación, los egipcios de ambos sexos
parecen, por las esculturas, haber cometido excesos ocasiona­
les, y los hombres a menudo eran incapaces de volver camina­
do de un festín, por lo que sus sirvientes tenían que llevarles a
casa. Estas escenas, sin embargo, no parecen referirse a miem­

bros de las clases altas, sino de las más bajas, algunos de los
cuales se entregaban a extravagantes bufonadas, bailando de
una forma ridicula, o haciendo el pino, y normalmente con en­
tretenimientos que acababan en peleas.
En la mesa de los ricos, a veces se introducían estimulantes
para excitar el paladar antes de beber, y Ateneo menciona el repo­
llo como una de las verduras usadas por los egipcios para tal fin.
Por todo el país el vino era la bebida favorita de los ricos: te­
nían también excelente cerveza, llamada zythus, que Diodoro,
aunque totalmente inhabituado a ella y nativo de un país de vino,
afirmaba que era escasamente inferior al zumo de la uva. Estra-
bón y otros autores antiguos la han mencionado igualmente con
el nombre de zythus, y aunque Herodoto mantiene que era me­
ramente usada como sustituto del vino en las tierras bajas, don­
de se cultivaba el cereal principalmente, es más razonable con­
cluir que la bebían los campesinos por todo el país, aunque menos

63
en aquellos distritos en los que abundaba el vino. Los vinos na­
tivos más agradables, ya fueran de la vecindad o de otros paí­
ses, estaban reservados a los ricos. Sabemos por Estrabón que
tal era el caso incluso en Alejandría, donde se podía obtener vino
en mayor cantidad que en el resto de Egipto, debido a la proxi­
midad con el distrito Mareotis, y el pueblo llano se contentaba
entonces con la cerveza y el vino malo de la costa de Libia.
La cerveza egipcia se hacía dé cebada, pero como el lúpu­
lo era desconocido, tenían que recurrir a otras plantas para dar­
le un sabor agradable, y se usaban para tal propósito el altra­
muz, el Sium sisarum y la raíz de una planta asiría.
El lugar de Pelusio era el más notable por su cerveza, y la
zythus pelusia es mencionada por más de un autor. La des­
cripción que da Ateneo de la cerveza egipcia es que era muy
fuerte y tenía un efecto tan vigorizante que los que la bebían
bailaban y cantaban, y cometían los mismos excesos que aque­
llos que se intoxicaban con los vinos más fuertes; una observa­
ción confirmada por la autoridad de Aristóteles, cuya opinión
sobre el tema al menos tiene la particularidad de ser sorpren­
dente. Por esta razón debemos sonreímos ante el método que
utilizaba el filósofo para distinguir individuos que se encon­
traban bajo la influencia del vino y de la cerveza, aunque hu­
biéramos estado expuestos a haber sido acusados de ignoran­
cia por no darnos cuenta de que, sin duda alguna, «el primero
se recuesta sobre su cara y el último de espaldas».
Además de la cerveza, los egipcios tenían lo que Plinio lla­
ma vino artificial, extraído de distintas frutas, como higos,
myxas, granadas, además de hierbas, algunas de las cuales se
seleccionaban por sus propiedades medicinales. Los griegos
y latinos designaban con el mismo nombre genérico a todo
tipo de brebaje que se obtenía por medio de un proceso de
fermentación, y así la cerveza se denominó como vino de ce­
bada; pero utilizando la palabra zythos, los egipcios se dife­
renciaban al dar a esta bebida su propia denominación. El vino
de palmera también se fabricaba en Egipto y se empleaba en
el proceso del embalsamamiento.

64
El vino de palmera, que en la actualidad se hace en Egipto
y en los oasis, se extrae por medio de una sencilla incisión en
el corazón del árbol, en la parte que se encuentra justo bajo la
base de las ramas superiores, y colocando una jarra en dicha
parte para recoger el líquido que fluye por el corte. Pero la pal­
mera que se corta de este modo no puede volver a dar fruto y
finalmente termina muriéndose; así que es razonable pensar
que este tipo de sacrificios se realizan rara vez, a no ser que se
tratase de árboles que iban a ser talados o de épocas en las que
este tipo de planta crecía en abundancia. El nombre moderno
de esta bebida en Egipto es lowbgeh; en sabor nos puede re­
cordar a un vino joven muy suave y hay que beberlo en gran­
des cantidades cuando se extrae del árbol. Pero a medida que
la fermentación progresa sus propiedades embriagadoras tie­
nen un efecto rápido y potente.
Entre los diferentes árboles frutales que los egipcios culti­
vaban, sin lugar a dudas, las palmeras ocupan el primer pues­
to, tanto por su abundancia como por su gran utilidad. El fru­
to constituía una parte esencial de su alimentación, tanto en el
mes de agosto, que era cuando se recogía maduro de los árbo­
les, como en otra época del año, empleándose también como
conserva. Empleaban dos maneras de conservar los dátiles: una
simplemente secándolos, y otra transformándolos en conser­
va, como el actual agweh; y de este tipo, que se come o bien
cocinado o como postre, he podido encontrar tartas y dátiles
secos en sepulcros de Tebas.
Plinio hace unas apreciaciones sobre los lugares donde la
palmera crece y sobre el riego constante que requiere para que
éste se produzca; y aunque todo el mundo oriental sabe que
esta planta no crece si no tiene agua en abundancia, todavía
se pueden leer textos sobre «la palmera del desierto», como
si esta planta disfrutara al estar localizada en zonas áridas.
Dondequiera que se encuentre, es una indicación clara de la
existencia de agua; y en el caso de que se diga que crece en
zonas arenosas, será debido a que sus raíces pueden obtener
una cierta cantidad de humedad.

65
Los multiples usos que se pueden aplicar a sus ramas y a
otras partes de su estructura hacen del cultivo de esta valiosa
y productiva planta un asunto de importancia primordial, ya
que de ella nada queda inutilizable. El tronco se utiliza para
hacer lanzas, tanto enteras como partidas por la mitad; de los
gereét o ramas se hacen cestos, armazones de cama, galline­
ros, techos de habitaciones, sirviendo para cualquier uso en el
que se empleaba un cierre de puerta u objeto de carpintería; las
hojas se utilizan como alfombras, escobas y cestas; del tegu­
mento fibroso de la corteza de las ramas se fabrican cuerdas y
alfombras, e incluso los extremos estrechos de los gereét se
aplastan y se utilizan para hacer escobas. Además del lowbgeh
del árbol, del fruto de la palmera se producen brandy, vino y
vinagre, y parte de la sustancia dulce que contienen los dátiles
se utiliza en lugar de azúcar o miel.
Otro árbol del Alto Egipto llamado dom, o palma en Tebas,
también era muy abundante, y su leña, más fuerte y compacta
que el datilero, servía para construir balsas y para otras utili­
dades relacionadas con el agua, además de para fabricar lan­
zas y techos.

61. fig. 3. Semilla de dom, que se usa com o cabeza de los taladros.
Encontrado en Tebas.

66
El fruto es una gran nuez redondeada con una capa exterior fi­
brosa que tiene un sabor muy parecido a nuestro pan de jengibre.
Debido a su extrema dureza, esta nuez se utilizaba como cubo
donde guardar sus herramientas, así como para hacer collares y
otras utilidades. De las hojas de dom se fabricaban cestos, sacos,
alfombras, abanicos, faldillas, cepillos y sandalias ligeras. Ser­
vían como los sustitutos más comunes de las utilidades del dati­
lero, y en época de gran demanda se empleaban halfeh o hierbas
poa, junco, mimbre y otros materiales para los mismos fines.
Junto con las palmeras, los árboles más importantes de los jar­
dines eran la higuera, el sicomoro, el granado, el olivo, el melo­
cotonero, el almendro, la persea, el nebk o sidr, mokhayt o myxa,
kharoób o algarrobo; y de los que no dan fruto destacaban los
dos tamariscos, el cassia fistula, senna, palma christi o árbol pi­
mentero, el arrayán, varios tipos de acanthos o acacia, y otros
que todavía se encuentran en los desiertos entre el Nilo y el mar
Rojo. Los egipcios eran tan aficionados a las plantas y a las flo­
res y al cultivo de numerosas plantas exóticas, que incluso las hi­
cieron parte importante del tributo que se hacía a otros países ex­
tranjeros. De acuerdo con Ateneo, «era tal el cuidado que ellos
otorgaban a su cultura, que aquellas flores que en otro lugar se
producían en pequeñas cantidades, incluso en su estación, en
Egipto crecían abundantemente en cualquier época del año; así
que no se necesitaban ni rosas, ni violetas ni ninguna otra flor o
planta incluso en invierno». Las mesas de sus salones se ador­
naban con centros florales, e incluso en ocasiones éstos tenían
flores artificiales llamadas «egipcias». El loto era la flor más uti­
lizada para hacer guirnaldas y coronas. También empleaban las
hojas y las flores de otras plantas como el crisantemo, el acinon,
la acacia, el strychnus, la persoluta, la anémona, la enredadera,
el olivo, el arrayán, el amaricus, el xeranthemum o el laurel, en­
tre otras. Y cuando Agesilao visitó Egipto quedó tan impresio­
nado con el regalo de guirnaldas de papiro que el rey de Egipto
le envió, que se llevó consigo muestras a su regreso a casa. Pero
es de destacar que aunque la flor de loto era una flor muy común,
no encontramos representaciones del loto indio o nelumbium en

67
sus monumentos, aunque las esculturas romano-egipcias la mues­
tran como una planta típica de Egipto, situándola sobre la cabe­
za del dios del Nilo, e incluso en crónicas de escritores latinos
esta planta se describe como propia del país.
En la decoración de sus casas, los egipcios mostraban su
buen gusto, y en esto como en casi todo, evitaban la regulari­
dad, ya que consideraban que la monotonía fatigaba la vista.
Preferían la variedad en la disposición de sus habitaciones como
en el tipo de mobiliario que empleaban, y ni ventanas, ni puer­
tas ni otras partes de la casa coincidían exactamente. Por lo
tanto a un egipcio le podría gustar más el estilo isabelino que
la estructura cuadrada de las habitaciones modernas.
En la manera de sentarse en las sillas se asemejaban más a
los europeos de hoy en día que a los asiáticos, ya que no em­
pleaban ni blandos divanes, ni se sentaban con las piernas cru­
zadas sobre alfombras como estos últimos. Tampoco se re­
costaban sobre un triclinium mientras comían siguiendo el
estilo romano, aunque tenían sillones y divanes como parte de
su mobiliario, como en un típico salón inglés. Cuando José se
divertía con sus hermanos, les pedía que se sentaran por eda­
des. Y si éstos se sentaban con las piernas cruzadas en el sue­
lo o sobre alfombras o felpudos, o arrodillados sobre una o am­
bas rodillas, éstas se consideraban costumbres utilizadas sólo

1 2 3 4 5

62. Posiciones cuando se sentaban en el suelo, fig. 1, con las piernas cruzadas.

en ciertas ocasiones, y típicas de los estratos sociales más po­


bres. Sentarse sobre los talones era también una señal de res­
peto en presencia de un superior, como en el Egipto moderno;

68
y cuando un sacerdote sostenía un relicario ante una deidad,
esto indicaba un gesto de humildad; e incluso se mostraba más
respeto si uno se postraba o se arrodillaba y besaba el suelo.

69
70
Sillones pintados en la tumba de Ramsés III. Tebas.
Ul

71
65a. Sillones pintados en la tumba de Ramsés III. Tebas.
Pero la casa de una persona adinerada siempre disponía de
sillas y sillones. También se empleaban asientos bajos y ta­
buretes, siendo de una medida de 56 cm aproximadamente de
alto y fabricados en madera o con tiras de cuero; sin embargo,
estas últimas se pueden considerar similares a nuestras sillas
de asiento de rejilla y pertenecían probablemente a personas
de origen humilde. Variaban según su calidad y algunas tení­
an incrustaciones de marfil y de distintos tipos de madera.
Las sillas más comunes en las casas de las clases más adi­
neradas eran las de una y dos plazas o dobles (las griegas
tronos y difros), la última considerada en ocasiones un asiento

66 . Sillas sencillas y dobles. Tebas.

familiar, ocupado por el señor y la señora de la casa, o por el


matrimonio. Sin embargo, no siempre se reservaba exclusiva­
mente para ellos, ni éstos ocupaban siempre el mismo asien­
to; en ocasiones se sentaban como cualquiera de sus invitados
en sillas separadas, ofreciendo el difros a las personas que
visitaban la casa, tanto hombres como mujeres.
Muchos de los sillones tenían diseños muy elegantes. Se fa­
bricaban en ébano y otros tipos de madera poco común, con in­

72
crustaciones en marfil, muy similares a los que se utilizan ac­
tualmente en Europa. Las patas imitaban a las de un animal, y las
cabezas de leones o incluso el cuerpo entero formaban los bra­
zos de los sillones de mayor tamaño, como en el trono del rey
Salomón (1 Reyes 10:19). Incluso algunos tenían patas plegables
como nuestros taburetes de camping; el asiento tenía forma cón­
cava y los del palacio real se adornaban con figuras de esclavos,
o emblemas del dominio del monarca sobre Egipto y otros paí­
ses. El respaldo era firme y delicado, consistente en una capa ver­
tical de barras entrecruzadas, o de una estructura que presentaba
una ligera inclinación hacia atrás y terminando en una graciosa
curva, que se apoyaba en unas barras perpendiculares. Esta cur­
va se coronaba con un almohadón de algodón de llamativos co­
lores, de cuero pintado, o de telas de oro y plata, como en los
lechos en el festín de Asuero, mencionado en el libro de Ester, o
como en los cojines de plumas adornados con bordados de seda
y trenzados en oro del palacio de Escauro (figs. 65 y 65a).
Asientos similares a nuestras sillas de campo estaban muy
de moda. Se cubrían con cojines o con pieles de leopardo o de
otro animal que se podía retirar cuando el asiento se doblaba,

67. ftg. 1. Taburete en el M useo Británico, con el mismo principio que


nuestras sillas de campo.
2. Muestra cómo se sujetaba el asiento de piel.
3. Una similar de las esculturas, con el cojín.

73
e incluso no era extraño fabricar asientos con respaldo o coji­
netes de madera basados en el mismo principio. Se adornaban
de diversas maneras, engarzando sus piezas con placas de me­
tal e incluyendo incrustaciones de marfil o maderas exóticas;
la madera de las sillas más rústicas a menudo se pintaba para
darle un aspecto más valioso y refinado.
Los asientos de las sillas se fabri­
caban con frecuencia de cuero ador­
nado con dibujos de flores y otros mo­
tivos, o con trenzado de cuerdas o tiras
de cuero cuidadosamente realizado,
los cuales, del mismo modo que nues­
tras sillas de mimbre, estaban espe­
cialmente adaptados para el clima cá­
lido. En ocasiones el asiento se cubría
con un cojín de cuero, decorado como
68 .
se mencionó anteriormente.
La forma de las sillas variaba bastante. Las de mayor
tamaño tenían un pequeño respaldo y algunas incluso brazos.

69. D e las esculturas.

La mayoría eran de la misma altura que las que se emplean


ahora en Europa, estando el asiento en línea con la curvatura
de la rodilla, aunque algunas eran muy bajas y otras presenta­
ban la posición que tienen las sillas de comedor con el asien­
to cóncavo (ilustración 10, fig. 3). Lo más común en el diseño

74
de las patas era que éstas fueran imitación de las garras de ani­
males salvajes, como el león o la cabra, y en el caso del león
la pata se elevaba y se apoyaba en un pequeño taco. Lo que es
más destacable es la habilidad de los ebanistas, incluso antes

70. fig. 1. Silla doble, sin respaldo.


2. Silla sencilla de construcción similar.
3. Silla canguro. Esculturas.

de la época de José, que eliminaron la anterior necesidad de


unir las patas con barras. Sin embargo, los taburetes (y en al­
gunas raras ocasiones las sillas) se fabricaban con estos ele­
mentos de refuerzo, como todavía ocurre en nuestro país; pero
el sillón de los grandes salones y los sillones no se desfigura­
ban por la utilización de este soporte.

71. fig. 1. Taburetes. 2. Con cojín. 3, 4, 5. Con laterales sólidos. Tebas.

Los taburetes o banquillos que se empleaban en los salones


eran del mismo estilo y elegancia que las sillas, con la única
diferencia de no tener respaldo; y aquellas, más artesanales,

75
72. fig. 1. Taburete de ébano con incrustaciones de marfil.
2. Muestra las incrustaciones de las patas. Museo Británico.
3. D e construcción ordinaria en la misma colección.

73. Taburete con cojín de piel. Museo Británico.

figs. I, 2. Banquetas de tres patas, de las esculturas.


3. Banqueta de madera, en el Museo Británico.
4 y 1. Son probablemente de metal.

76
se hacían de madera de ébano y se decoraban con incrustacio­
nes de marfil y de maderas exóticas. Algunas de las más típi­
cas tenían los lados fuertes y eran muy bajas, y otras con tres
patas, no muy distintas a las que utilizan los campesinos in­
gleses, pertenecían a personas de un rango inferior.

ïÉiÊ
m

75. fig. 1. Taburete bajo, en el museo de Berlín.


2 y 3. Modo de atarlo y modelo de asiento.

Las otomanas eran simplemente sofás cuadrados, sin respal­


do, que alcanzaban una altura del suelo igual que la de las sillas.
La parte superior estaba hecha de cuero o de algodón de llama-
cooftoooqnoooooonoooooo oo
. o OÔOO OO Q O 00 o o o o o o o o 000 o o π
O O O O O O O O O O O O O Q O O O O O O O O O o o o·
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Ί ο ο ο η ο ο η ο ο ο ο ο o o o o 0 0( 1000 OO Γ

76. Otomanas, de la tumba de Ramsés III. Tebas.

77
tivos colores, como los cojines de los sillones. La base era de ma­
dera, pintada con distintos detalles, y los que se encontraban en
el palacio real se decoraban con figuras de esclavos, y escenas de
la conquista, causa de su humillante situación. Esta misma idea
hacía que éstos estuvieran también representados en la suela de
las sandalias, en los taburetes a los pies de los tronos, y en los
muros del palacio de Medeenet Haboo en Tebas, donde sus ca­
bezas soportan parte de los detalles ornamentales del edificio.
Los escabeles o taburetes para descansar los pies constituían
parte del mobiliario de los salones; estaban fabricados con los
laterales fuertes o abiertos, cubiertos en la parte de arriba con
cuero o una capa trenzada, y variaban en altura dependiendo
de las circunstancias, siendo algunos del tamaño de los actua­
les, u otros de una estrechez mínima, pareciendo más una pe­
queña alfombrilla que un taburete. De hecho, las alfombras
constituyeron una invención bastante temprana, y a menudo
los egipcios se representan sentados sobre ellas, o sobre este-

77. fig. 1. Asiento bajo, quizá una alfombra.


2. O similar a la fig. 1, o de madera.
3. Una esterilla.

rillas, muy comunes en los salones, como en la actualidad. Res­


tos de éstas se han encontrado en tumbas de Tebas.
En sus sofás mostraban el mismo buen gusto que en los si­
llones. Eran de madera con uno de sus lados elevado, y pre­

78
sentaban una ligera curvatura al final. Las patas, como en mu­
chas de las sillas que ya se han descrito, representaban las de
un animal salvaje.

78. fig. 1. Diván.


2. Almohada o reposacabezas.
3. Peldaños para subir a un gran diván (tumba de Ramsés III). Tebas,

Las mesas egipcias eran redondas, cuadradas o rectangula­


res; las redondas normalmente se empleaban para las comidas,
y consistían en una parte superior circular y plana sujetada,
como en el caso del monopodium romano, por una única pata

79. fig. 1. Mesa, probablemente de piedra o madera, de ¡as esculturas.


2. Mesa de madera apoyada sobre la figura de un cautivo.
3. Probablemente de metal, de las esculturas.

79
o asta en el centro o una figura de un hombre representando a
un esclavo. Las mesas de mayor tamaño tenían normalmente
tres o cuatro patas, pero algunas tenían los extremos muy só­
lidos; aunque la mayoría se construían de madera, muchas
estaban fabricadas de metal o de piedra y variaban en tamaño,
dependiendo de los usos que se les quisiese dar.

2. Con laterales macizos.

Del mobiliario de sus dormitorios se tiene un conocimien­


to bastante escaso; pero hay evidencias del empleo de la al­
mohada de madera, aunque Porfirio nos hace suponer que su
uso se limitaba a los sacerdotes, cuando, haciendo referencia
a su modo de vida, menciona una estructura con la forma de

80
la mitad de un cilindro de madera lijada «lo suficientemente
grande como para sujetar su ca­
beza», ejemplo de su sencillez y
austeridad. Las clases más pu­
dientes las fabricaban de alabas­
tro oriental, con un elegante
soporte acanalado, decorado con
jeroglíficos hueco-tallados en
madera de tamarisco, sicomoro
u otro tipo de maderas del país. 82. Reposacabezas de madera.

83. fig. 1. Reposacabezas de madera, de forma inusual.


2. Otra que yo encontré en Tebas y ahora está en el Museo Británico.
La base se ha perdido.

84. fig. I. Kaffas o somier de ramas de palmera usado por los modernos egipcios.
2. Antiguo féretro sobre el que se colocaban los cuerpos tras la muerte.

81
Las clases más bajas utilizaban un tipo más barato, hecho de
piedra o cerámica. Porfirio menciona una clase de reposaca-
bezas de mimbré hecho con ramas de palmera denominados
bais, muestra del entramado llamado kaffass, todavía emplea­
do en la actualidad por los egipcios como soporte de los diva­
nes de sus salones y de sus camas. Los armazones de la cama
de madera y también de bronce (como el de acero de Og, rey
de Basan) los utilizaban las clases más poderosas del antiguo
Egipto; y es incluso probable que los cuartos en los que ellos
dormían fuesen tan elegantes como las estancias donde repo­
saban sus cuerpos después de morir; e incluso éstas seguían en
su mobiliario un estilo semejante al de sus salones.

B. Shaduf moderno, o vara y caldero, usado para sacar agua, en el Alto Egipto y Bajo.
C. Pabellón de Ramsés III en Medinet Habu. Tebas.

CAPÍTULO II
Recepción de invitados. Música. Instrumentos varios. Música
sagrada. Baile.

En sus entretenimientos parece que no se olvidaron de nada


que pudiera proporcionar alegría y diversión a los invitados.
Generalmente había música1, canciones, bailes2, bufones, jue­
gos malabares o juegos de azar, y les daban la bienvenida con
todos los lujos posibles de la bodega y la mesa.
El grupo, cuando era invitado a comer, se reunía hacia el me­
dio día3, e iba llegando sucesivamente en sus carros, en palan-

1 Is 5:12, «El arpa, el violín, la pandereta, la chirimía y el vino estaban


presentes en sus fiestas.»
2 El banquete dado a la vuelta del hijo pródigo: «Traed aquí el ternero
cebado y matadlo; y comámoslo y seamos felices»; «y su hermano, cuan­
do se acercó a la casa, oyó la música y la danza.» Le 15:23,25.
3 José dijo: «Estos hombres comerán conmigo al mediodía.» Gn 43:16.
84
fig. 1. Caballero egipcio conduciendo su carro hasta la casa. 2, 3, 4, 5, 6 y 7. Sus sirvientes de a pie. Tebas.
8. La puerta de la casa. 9 ,1 0 ,1 1 . Los invitados reunidos dentro. 1 2 ,1 3 ,1 4 ,1 5 . Los músicos.
86 . Carro con parasol. Tebas.

un parasol tras él. Beni Hasan.

85
quines conducidos por sus sirvientes o a pie. Algunas veces sus
criados les protegían de los rayos solares colocando delante de
ellos un escudo (como aún se hace en Suráfrica) o algún otro
artilugio; pero el carruaje de un rey4 o de una princesa5 tenía a
menudo incorporado un parasol; y el flabelo que se llevaba de­
trás del rey, que pertenecía exclusivamente a la realeza, res­
pondía al mismo propósito. Estaban hechos de plumas y no eran
muy diferentes a los que se llevaban en ceremonias de Estado
detrás del Papa en la Roma actual. Los parasoles o sombrillas
también se usaban en Asiría, Persia y otros países del Este.
Cuando llegaba un invitado en su carro, era atendido por un
número de sirvientes, algunos de los cuales llevaban un tabure­
te para que éste pudiera apearse y otros sus pliegos para escri­
bir o cualquier cosa que pudiera desear durante su estancia en
la casa. En el grabado número 85 los invitados se reúnen en un
salón dentro de la casa y allí se les entretiene con música du­
rante el intervalo previo al anuncio de la comida, porque, como
los griegos, consideraban que era bueno tomarse un respiro al
llegar, antes de sentarse a la mesa y como Bdelycleón en

88. Palanganas y aguamaniles de oro en la tumba de Ramsés III. Tebas,

4 Grabado 86.
5 Ver un carro en el capítulo vi.

86
Aristófanes recomendó a su padre Filocleón, alababan mientras
tanto la belleza de las habitaciones y el mobiliario, mostrando
particular interés por aquellos objetos que estaban allí para ser
admirados. Como es normal en todos los países, algunos de los
invitados llegaban antes que otros. Un invitado se da importan­
cia llegando en su carro un poco más tarde que los demás, mien­
tras uno de sus pajes corre para llamar a la puerta, otros cierran
el carro y se disponen a tomar las riendas y llevar a cabo sus de­
beres de costumbre; el que lleva las sandalias en la mano, que
seguramente así descalzo corre con mayor facilidad, sirve para
ilustrar una costumbre todavía común en Egipto entre los ára­
bes y campesinos, según la cual el pie se mueve con mayor agi­
lidad cuando está liberado de la opresión de un zapato.
A los que llegaban de viaje o a los que lo desearan, se les
traía agua6para los pies, antes de entrar en la sala donde se iba a
celebrar el festín. También se lavaban las manos antes de comer
y el agua se les traía de la misma forma a como se hace hoy en
día. Existen aguamaniles, parecidos a los de los egipcios moder-

89. Un sirviente ungiendo a un invitado. Tebas.

6 «José ordenó a sus sirvientes que le trayeran agua para sus parientes,
para que pudieran lavarse los pies antes de comer.» Gn 43:24. También 18:4
y 24:32; 1 Sm 25:46. Era siempre una costumbre del Este, así como de los
griegos y los romanos. Le 7:44,46.

87
nos, representados con sus palanganas respectivas en las pinturas
de una tumba de Tebas. En las casas de los ricos eran de oro o de
otros costosos materiales. Heródoto menciona la palangana de los
pies de oro, en la que Amasis y sus invitados solían lavarse los
pies. Los griegos tenían la misma costumbre de traer agua a sus
invitados; muchos ejemplos se pueden encontrar en Homero, como
cuando Telémaco y el hijo de Néstor fueron recibidos en la casa
de Menelao y cuando Asfalión virtió el agua sobre las manos de
su maestro y de los mismos invitados, en otra ocasión. Virgilio
también describe a los sirvientes trayendo agua para este propó­
sito, cuando Eneas era el invitado de Dido. Y la ceremonia no se
consideraba superflua, e incluso aun cuando se hubieran bañado
previamente y se hubieran untado aceites, no prescindían de ella.

90. Sirvientes trayendo collares de flores. Tebas.

Es también probable que, como los griegos, los egipcios se


untaran aceites antes de salir de casa, pero era costumbre que un
sirviente atendiera a cada invitado, cuando se sentaba y le ungie­
ra la cabeza, lo cual era una de las principales muestras de bien­
venida. El aceite tenía un olor dulce y se guardaba en recipientes
de alabastro o en elegantes vasos de cristal o porcelana, algunos
de los cuales se han encontrado en las tumbas de Tebas1. Los sir­

7 «María, cuando lavó los pies a Jesucristo, trajo un vaso de alabastro


con aceite.» Le 7:37; Mt 26:7.

88
vientes retiraban las sandalias de los invitados en cuanto llega­
ban y bien las dejaban cerca en un lugar apropiado de la casa o
las sujetaban en los brazos mientras completaban sus deseos.
Cuando la ceremonia del ungimiento había finalizado y en
algunos casos nada más llegar, se entregaba a cada invitado una
flor de loto, que éstos mantenían en la mano durante la celebra­
ción. Luego los sirvientes traían collares de flores, principalmente
de loto; además se les ponía una corona en la cabeza, de la que
pendía un capullo de loto o una flor abierta, de tal forma que que­
dara colgando justo en la frente. También había muchas coronas
y otros adornos de flores colocados en mesillas por la habitación,
para disponer de ellas en cuanto hiciera falta. Los criados esta­
ban siempre ocupados trayendo flores frescas del jardín, para dar
más a los invitados a quienes se les marchitaran los ramos.
Las mesillas que servían para sostener las flores y las guir­
naldas, algunas de las cuales se han encontrado en las tumbas
de Tebas, eran parecidas a las de las ánforas y los jarrones; y
la misma clase de mesilla se colocaba en los vestidores de las
damas o en el baño, para colocar la ropa u otros artículos de
tocador. Eran de tamaños diferentes, dependiendo de las cir-

91. Estante de madera, con un pequeño cuenco en la parte Museo Británico


superior, 0,20 m de superficie en la parte de arriba.

89
cunstancias. Algunas eran bajas y anchas hasta arriba, otras
más altas, con la parte de arriba tan péqueña que sólo se podía
colocar un cuenco o una botella pequeña. Otras, aunque mu­
cho más pequeñas que la mesilla común, eran más anchas en
proporción a su altura y servían como mesas pequeñas o como
soportes de cajas que contenían botellas; y una de estas últi­
mas, conservada en el museo de Berlín, se supone que perte­
neció a un médico o al tocador de una dama de Tebas.
Contiene seis vasijas en total de variadas formas y tama­
ños; cinco son de alabastro y la otra de serpentino, y cada una
tiene su propio compartimento o celda.

92. Una caja con botellas colocada sobre un estante. Museo de Berlín.

Los griegos y los romanos tenían la misma costumbre de


ofrecer flores y guirnaldas a sus invitados al principio de las ce­
lebraciones o antes del segundo plato. No sólo sé adornaban
con ellas la cabeza, el cuello o el pecho como los egipcios, sino
que a menudo cubrían de flores los sofás sobre los que se sen­
taban y otras partes de la habitación, aunque se concedía más
importancia a la cabeza, según nos cuentan Horacio, Anacreonte,
Ovidio y otros autores de la Antigüedad.
El cántaro del vino también estaba coronado de flores, como
en un banquete egipcio. También perfumaban la estancia con mir­
to, incienso y otros olores según su elección, que traían de Siria;

90
y aunque las esculturas no nos dan ninguna representación de esta
práctica en Egipto, sabemos que la adoptaban y la consideraban
indispensable; un ejemplo sorprendente es el que describe Plutarco,
que tuvo lugar en la recepción que Taco ofreció a Agesilao. Se
preparó una cena suntuosa para el príncipe de Esparta, que con­
sistía, como es normal, en carne de novilla, ganso y otros platos
egipcios: le colocaron una corona de guirnaldas de papiros y fue
recibido con todas las muestras de bienvenida, pero cuando él re­
chazó los dulces, confites y perfumes, los egipcios le desprecia­
ron y le juzgaron como una persona desacostumbrada y desme­
recedora de las formas de la sociedad civilizada.
Los griegos y otros pueblos antiguos normalmente se po­
nían un traje particular en los encuentros festivos, generalmente
de color blanco; pero no parece que los egipcios hubieran te­
nido por costumbre cambiar mucho sus atuendos, aunque evi­
dentemente se abstenían de llevar vestidos de colores tristes.
Una vez que los invitados habían tomado asiento y habían
recibido estos regalos de bienvenida, los sirvientes les ofrecían
vino que a las damas se les traía normalmente en un pequeño
cuenco, cuyo contenido vertían en la copa de beber y una vez
vacío era entregado a un sirviente inferior o esclavo, que iba de­
trás. Pero a los hombres se les traía normalmente en una taza de

91
una sola asa, sin que se vertiera en ninguna otra copa y algunas
veces en un gran vaso de oro, plato, u otro material.
Herodoto y Helánico dicen que bebían vino en copas de bron­
ce o latón, y verdaderamente Herodoto afirma que la primera
era la única clase de copa para beber conocida por los egipcios.
Pero José8 tenía una de plata y las esculturas las representan de
cristal y porcelana, así como de oro, plata y bronce. Los que no
se podían permitir las copas más caras, se conformaban con co­
pas de barro común; pero los egipcios ricos usaban vasos de cris­
tal, porcelana y metales preciosos para numerosos propósitos,
tanto en sus casas, como en los templos de los dioses.
La práctica de servir vino al comienzo9 de una celebración o
antes de que se hubiera servido la cena, no era única en este pue­
blo; los chinos, por ejemplo, en la actualidad, ofrecen vino en sus
fiestas a todos los invitados cuando éstos van llegando, igual que
lo hacían los egipcios. También bebían vino durante la comidal0,
quizás a su salud o a la de un amigo ausente, como los romanos;
y sin duda, el señor de la casa, o el organizador del banquete11
recomendaba un vino y proponía un brindis.
Mientras se preparaba la comida, se animaba la fiesta con
alguna música, y una banda, que constaba de arpa, lira, guita­
rra, pandereta, chirimía sencilla y doble, flauta y otros instru­
mentos, tocaba las melodías y canciones favoritas del país. No
se consideraba indecoroso que un sacerdote, a pesar de su se­
riedad y dignidad, admitiera músicos en su casa o disfrutara
con la contemplación de las danzas. Sentados con sus esposas
y su familia en medio de sus amigos, los máximos funciona­
rios del orden sacerdotal disfrutaban con las animadas esce-

8 Gn 44:2, 5 «Mi copa, la copa de plata.»


9 Amos 6: 6 «Que beben vino en cuencos y se untan con los principa­
les aceites.»
10 Gn 43:34 «Bebían vino y estaban contentos.» La palabra hebrea
yskrw significa estar feliz con una bebida fuerte. Sikr tiene el mismo senti­
do en hebreo y árabe. Sakrán, en árabe significa bebido.
11 Rex convivii, arbiter bibendi, o elegido a suertes. Jn 2:9; Hor. Od. lib. 1:4.

92
nas. De la misma forma, diversiones de todo tipo se introdu­
jeron en las celebraciones griegas. Jenofonte y Platon nos in­
forman de que Sócrates, el más sabio de los hombres, entrete­
nía a sus amigos con música, juglares, mimos, bufones y todo
lo que se deseara para despertar la alegría y el júbilo.
Aunque nos es imposible hacemos una idea del carácter de
la música egipcia, podemos permitirnos pensar que su estudio
se basaba en principios científicos, y, por defectos que exis­
tieran en el arte de los músicos ordinarios, que se ganaban el
sustento tocando en público o en fiestas privadas, la música se
consideraba como una ciencia importante y fue estudiada con
diligencia por los propios sacerdotes. Según Heródoto no era
costumbre que la música formara parte de su educación, porque
se la consideraba inútil e injuriosa, o tendía a afeminar las men­
tes de los hombres, pero esta afirmación sólo puede aplicarse
a la costumbre de estudiarla como un entretenimiento. Platón,
que era buen conocedor de las costumbres de los egipcios, dice
que consideraban a la música de gran utilidad, por sus efectos
beneficiosos sobre las mentes de los jóvenes; y según Estrabón,
los hijos de los egipcios aprendían las letras, las canciones que
determinaba la ley y cierta clase de música establecida por el
gobierno.
Que los egipcios eran particularmente aficionados a la mú­
sica lo prueban abundantemente las pinturas de las tumbas de
los más tempranos tiempos e incluso introdujeron figuras to­
cando los instrumentos favoritos del país, entre los motivos con
los que adornaban cajas y objetos decorativos. La destreza de
los egipcios en el uso de los instrumentos musicales, también
la señala Ateneo, que dice que tanto a los griegos como a los
bárbaros les enseñaron los refugiados egipcios y que los ale­
jandrinos eran los más científicos y hábiles músicos con las
chirimías y otros instrumentos.
En los albores de la música, como observa el Dr. Bumey,
«no se conocía ningún instrumento a parte de los de percusión
y era, por tanto, poco más que métrica». Las chirimías de diver­
sas clases y la flauta fueron inventadas más tarde. Al principio

93
eran muy rudimentarias y, estaban hechas de juncos, que cre­
cían en los ríos y lagos. Algunos ejemplos de éstas se han en­
contrado en las tumbas egipcias. Descubrir (apenas se puede
decir inventar) tan simples instrumentos, requería un esfuerzo
muy pequeño. Pero pasó mucho tiempo antes de que la músi­
ca y los instrumentos musicales alcanzaran un grado de exce­
lencia, y los instrumentos de los tiempos más remotos iban
siendo reemplazados por otros más complicados, como el arpa
de varias cuerdas, la lira y otros, lo que añadió poder y varie­
dad a los sonidos musicales.
Idear un método para obtener una melodía perfecta con un
pequeño número de cuerdas (al acortarlas por el mástil mientras
se tocaba, como nuestro moderno violín) fue, incuestionable­
mente, una tarea más difícil que no se podría haber conseguido
en los albores de la música y grandes avances debieron produ­
cirse en la ciencia antes de que se pudiera alcanzar esto o de que
la idea surgiera por sí sola. Los egipcios, sin embargo, estaban
familiarizados con este principio, y las esculturas lo prueban in­
cuestionablemente, con la frecuente representación de la guita­
rra de tres cuerdas.
Un arpa o lira, con un número determinado de cuerdas que
imitaban diversos sonidos, dispuestas en el orden de las notas,
podría haberse inventado en un estadio anterior del arte; pero
un pueblo que no hubiera estudiado detenidamente la naturale­
za de los sonidos musicales necesariamente ignoraría el méto­
do de conseguir los mismos tonos con un número limitado de
cuerdas, y los medios no se simplifican hasta que no son per­
fectamente entendidos. Es, pues, evidente, no sólo por la gran
afición a la música entre los egipcios más primitivos, sino por
la propia naturaleza de los instrumentos que usaron, que estu­
diaron el arte con gran detenimiento y que esta misma dedica­
ción e investigación se hizo extensiva a otras ciencias.
La fabulosa explicación sobre los orígenes de la música,
mencionada por Diodoro, demuestra que ésta era aprobada e
incluso cultivada por los sacerdotes, quienes invariablemente
mantenían que el conocimiento de las ciencias que ellos apo-

94
On

95
yaban había derivado de los dioses. Hermes o Mercurio era a
quien se atribuía el descubrimiento de la armonía y el princi­
pio de las voces y sonidos, así como la invención de la lira.
Al decir que sólo tenía tres cuerdas, el historiador evidente­
mente está confundiendo la lira con la guitarra egipcia; sin em­
bargo esta historia tradicional sirve para dar fe de la remota an­
tigüedad de los instrumentos de cuerda y prueba el gran respeto
hacia la música de los sacerdotes egipcios, que no consideraban
impropio que una deidad fuera su patrón y su inventor.
Es suficientemente obvio, por las esculturas de los antiguos
egipcios, que los músicos eran conocedores de la sinfonía tri­
ple: la armonía de los instrumentos, de las voces, y de las voces
y los instrumentos. Sus bandas estaban compuestas de forma
variada y consistían en dos arpas, una chirimía sencilla y una
flauta; del arpa y una chirimía doble, más frecuentemente, una
guitarra; de un arpa de catorce cuerdas, una guitarra, una lira,
una chirimía doble y una pandereta; de dos arpas, a veces de
tamaños diferentes, una de siete y otra de catorce cuerdas; de
dos arpas de siete cuerdas y una lira de siete; de una guitarra
y de una pandereta cuadrada u oblonga; de la lira, el arpa, la

1 2
95. El arpa y la chirimía doble. Tebas.

96
96. Tebas.

97. El arpa y otra más pequeña de cuatro cuerdas. Tebas.

guitarra, la chirimía doble y una clase de arpa de cuatro cuer­


das que se apoyaba en el hombre; del arpa, la guitarra, la chi­
rimía doble, la lira y una pandereta12 cuadrada; del arpa, dos
guitarras y una chirimía doble l3; del arpa, dos flautas y una

12 Grabado 98.
13 Grabado 101.

97
98
99. Hombres y mujeres cantando al ritmo del arpa, la lira y la chirimía doble. Tebas.

100. Arpa y dos guitarras. Tebas.

guitarra14; de dos arpas y una flauta; de una lira de diecisiete cuer­


das, la chirimía doble y un arpa de catorce cuerdas; del arpa y
dos guitarras; o de dos arpas de siete cuerdas y un instrumento
que se sostenía en la mano, no muy diferente a un abanico orien­
tal l5, al que probablemente estuvieran unidas varias campanas o
piezas metálicas que imitaban un sonido tintineante al ser agita-

14 Ver Música sagrada.


15 Grabado 103 ,fig. 3.
100
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3

do, como los instrumentos en forma de medias lunas coronadas


de campanas de nuestras bandas actuales. Había otras muchas
combinaciones de estos instrumentos y en el festival de Baco de
Ptolomeo Filadelfo, descrito por Ateneo, había más de seiscien­
tos músicos en el coro, de los que trescientos tocaban la cítara.
Algunas veces el arpa se tocaba sola o como acompañamiento
de la voz y un grupo de siete o más coristas cantaban su melo­
día favorita, acompañados del arpa, al tiempo que marcaban el

101
3
103. Dos arpas y otro instrumento, que quizá emitía un sonido tintineante, a y b Muestran
cómo las cuerdas estaban sujetas alrededor de las clavijas. Beni Hasan.

ritmo con las palmas entre cada estrofa. También cantaban acom­
pañados de otros instrumentos16, como la lira, la guitarra o la
chirimía doble; o varios instrumentos se tocaban a la vez, como
la flauta y una o más arpas, o estos últimos con una lira o una
guitarra. No era inusual que un hombre o una mujer cantaran un
solo, y que un coro de muchas personas cantara en una reunión
privada sin ningún instrumento, mientras que dos o tres marca­
ban el ritmo con las palmas. Algunas veces el coro constaba de
más de veinte personas, de las cuales sólo dos tocaban las pal­
mas; y en una ocasión he visto representada una mujer que sos­
tenía lo que parecía ser otra clase de instrumento tintineantel7.
La costumbre de tocar las palmas para marcar el ritmo en­
tre las estrofas es aún habitual en Egipto.
En algunas ocasiones las mujeres tocaban la pandereta y
el tambor darabuka, sin ningún otro instrumento. Bailando o
cantando al ritmo y llevando ramas de palmera o ramas verdes
en la mano, se dirigían a la tumba de un amigo muerto, acom­
pañadas por esta singular música. La misma costumbre se pue-

16 Grabados 99, 100, 101 y 102.


17 Grabado 104.

102
104. Una clase de instrumento poco corriente. Tebas.

de ver todavía en las visitas al cementerio de los viernes y en


algunas otras ceremonias funerarias entre los campesinos mu­
sulmanes del Egipto moderno.
No era costumbre entre las clases más altas de la sociedad
egipcia aprender música con el propósito de tocar en reunio­
nes sociales y si se podían encontrar algunos músicos amateur
entre personas de alto rango, era porque debían haber adquiri­
do algún conocimiento general del arte ya que era un pueblo
tan dotado para el mismo. Los sacerdotes se ocupaban de re­
gular el gusto y prevenir la introducción de un estilo viciado.

105. Mujeres tocando la pandereta y el tambor darabuka (fig. 1). Tebas.

103
Los que tocaban en las casas de los ricos, como los músicos
ambulantes de las calles, pertenecían a las clases más bajas, y
con esta ocupación se ganaban la vida; en muchos casos tan­
to los juglares como los coristas eran ciegos '8.
El aprendizaje de la música no era tan necesario para las
clases altas egipcias como para las griegas, que, como dice
Cicerón, «consideraban el arte de cantar y tocar un instrumento
musical una parte principal del aprendizaje; un ejemplo es
Epaminondas, que, a mi juicio, fue el primer griego que tocó
muy bien la flauta. Y, algo antes, Temístocles, tras rechazar to­
car el arpa en una fiesta, quedó como una persona poco ins­
truida y mal educada. Por tanto, Grecia se hizo famosa por sus
habilidosos músicos; y como todo el mundo allí aprendía mú­
sica, los que no conseguían dominar el arte, quedaban como
personas ineducadas y sin talento». Cornelio Nepote también
afirma que Epaminondas «tocaba el arpa y la flauta y que com­
prendía perfectamente el arte de la danza, junto con otras ar­
tes liberales que, aunque eran cosas triviales en opinión de los
romanos, tenían un valor encomiable entre los griegos».
Los israelitas también se deleitaban con la música y la dan­
za, y las personas de alto rango las consideraban una paite ne­
cesaria de su educación. Como los egipcios con quienes habían
residido tanto tiempo, los judíos diferenciaban escrupulosamente
entre música sagrada y música profana. Introducían la música
en reuniones públicas o privadas, así como en funerales y en ser­
vicios religiosos, pero el carácter de las melodías, como las le­
tras de sus canciones variaban según la ocasión. Tenían cánti­
cos de alegría, de alabanza, de acción de gracias y de lamento.
Algunas eran epitalamia o canciones compuestas para celebrar
los matrimonios, otras para conmemorar una victoria o la as­
censión de un príncipe, para dar gracias a la deidad o para cele­
brar sus alabanzas, para lamentar una calamidad general o una
aflicción particular, y otras eran propias de sus reuniones festi-

18 Grabado 106.

104
El arpa, egipcia y coristas ciegos. Tel elAmarna.

105
vas. En estas ocasiones introducían el arpa, el laúd, el tambori-
lete19 y varios instrumentos junto con canciones y danzas, y se
entretenía a los invitados de la misma forma a como se hacía en
las fiestas egipcias. En el templo y en las ceremonias religiosas
los judíos tenían músicos y músicas, que eran generalmente las
hijas de los levitas, como las del palacio de Tebas que pertene­
cían a la familia real o eran hijas de sacerdotes. Estos músicos
sólo actuaban en las ceremonias religiosas.
David no sólo fue notorio por su gusto y habilidad en la mú­
sica, sino que se complacía en introducirla en cada ocasión. «Y
viendo que los levitas eran numerosos y ya no se les empleaba
para transportar las vigas, velas y vasijas al tabernáculo y que
tenían fijada su morada en Jerusalén, designó una gran parte de
ellos para que cantaran y tocaran en las ceremonias religiosas.»
Salomón, en la dedicación del templo, empleó «120 sacerdotes,
para que tocaran la trompeta» y Josefo dice que que no menos
de 200.000 músicos estuvieron presentes en aquella ceremonia,
además de un número igual de cantantes, todos ellos levitas.
El método adoptado por los sacerdotes egipcios para es­
cribir sus melodías no ha sido averiguado, pero si su sistema
de notación era parecido al de los griegos, que disponían las
letras del alfabeto de diferentes formas, debía ser engorroso e
imperfecto.
Cuando se les llamaba para actuar en una fiesta privada, los
músicos se colocaban en el centro o en un lado del salón y algu­
nos se sentaban con las piernas cruzadas en el suelo como lo
hacen en la actualidad los turcos y otros pueblos orientales. En
estas ocasiones les acompañaban normalmente bailarines o bai­
larinas y algunas veces ambos. Su arte consistía en adoptar las

19 Le 15:25, «oyó música y danza» y Gn 31:27, donde Labán se queja


de que Jacob no le permitió celebrar su partida con un encuentro festivo,
«con alegría y con canciones, con un tamborilete y con un arpa». Este últi­
mo, sin embargo, en hebreo, es kinor, que es más bien una lira. Ya era co­
nocido en los tiempos de Set, Gn 4:21; Job 21:12.

106
posturas más bellas o lúdicas para deleitar y obtener el aplau­
so del grupo de invitados allí reunidos. Porque la música y la
danza eran considerados esenciales en sus festividades, como
lo fueron para los griegos. No es cierto de ninguna manera,
como Plutarco imagina, que estas diversiones frenaran el con­
sumo del vino; es más probable que se bebiera más cuando el
espíritu estaba alegre, y la sobriedad en los banquetes no era
uno de los objetivos de los joviales egipcios.
Algunas de sus canciones, es cierto, tenían un tono lasti­
mero, pero no así la generalidad de las que se introducían en
sus reuniones festivas. Una canción llamada Mañeros es, se­
gún dice Heródoto, el equivalente al lino de los griegos, «que
era conocido en Fenicia, Chipre y otros lugares», y cuyo es­
tilo era particularmente apropiado en ocasiones tristes.
Plutarco, sin embargo, afirma que encajaba muy bien en las
festividades y placeres de la mesa y que, «entre las diversio­
nes de una fiesta social, los egipcios hacían resonar en la ha­
bitación la canción Mañeros». Podemos, pues, concluir que
los egipcios tenían dos canciones, ambas con un nombre pa­
recido a Mañeros, confundidas por los escritores griegos, y
que una de ellas tenía un tono alegre mientras la otra un tono
lúgubre.
Los ritmos y las letras se adaptaban a cada ocasión, bien
de gozo y festividad, bien de solemnidad o lamento. Todas las
actividades del campo y otras muchas teman, como hoy en día,
sus canciones apropiadas.
En las ceremonias religiosas y en las procesiones se em­
pleaban ciertos músicos ligados al orden sacerdotal y organi­
zados para este propósito especial. Se consideraba que perte­
necían exclusivamente al servicio del templo, como cada banda
militar a su respectivo cuerpo.
Cuando un individuo moría, era costumbre que las muje­
res salieran de la casa y se arrojaran tierra sucia y barro sobre
la cabeza, al tiempo que lanzaban gritos de lamento mientras
vagaban por las calles de la ciudad o entre las casas del pueblo.
Cantaban un canto fúnebre como señal de su dolor, y, por tur­

107
no, expresaban su lamento por la pérdida del pariente o ami­
go y alababan sus virtudes. Esto lo hacían frecuentemente al
son y ritmo de una melodía triste, aunque no inarmónica.
Algunas veces se introducía la pandereta y la canción de la­
mento iba acompañada de su monótono sonido. En estas oca­
siones no se recurría a los servicios de músicos alquilados; aun­
que durante un período de setenta días, mientras el cuerpo
estaba en manos de los embalsamadores, se empleaban plañi­
deras 20, que cantaban el mismo canto fúnebre de lamento a la
memoria del fallecido, costumbre que todavía prevalece entre
el pueblo judío cuando se prepara para un funeral21.
En sus tardes musicales, los hombres o las mujeres toca­
ban el arpa, la lira, la guitarra y la chirimía sencilla o doble,
pero la flauta parecía reservada sólo a los hombres, mientras
que la pandereta y el tambor darabuka eran generalmente apro­
piados para el otro sexo.
El tambor darabuka se encuentra rara vez en las pinturas
de Tebas y sólo se usaba en ciertas ocasiones, principalmente,
como hoy en día, por las mujeres campesinas y los barqueros
del Nilo. Era prácticamente igual que el moderno, que está he­
cho de pergamino tensado y pegado sobre una caja en forma
de embudo, de cerámica, que es un cilindro hueco, con un cono

107. El darabuka del moderno Egipto.

20 Exod 1:3; Heród. 2:86.


21 Mat 9:23; Jer 16:5,7.

108
truncado adosado. Se toca con la mano y cuando se distiende,
el pergamino se refuerza exponiéndolo al sol o al calor del
fuego durante unos momentos. Normalmente va colgado del
cuello del músico por una tira y con los dedos de la mano de­
recha toca la melodía, mientras con los de la izquierda sujeta
la parte inferior de la cabeza para hacer el sonido del bajo,
como en la pandereta, que según las esculturas, en el antiguo
Egipto se tocaba de la misma forma.
También tenían timbales y mazas cilindricas (crótalos o ba­
dajos), dos de los cuales se golpeaban y emitían probablemente
un agudo sonido metálico. Los timbales eran de una mezcla de
metales, probablemente de bronce o de un compuesto de bron­
ce y plata, y de una forma exactamente igual a los modernos,
aunque más pequeños, de sólo 17,78 cm o 13,97 cm de diá-

108. Timbales egipcios, de 14 cm de diámetro. Museo Británico.

metro. El mango era también de bronce, sujeto con una piel,


correa o sustancia similar, y se insertaba por un pequeño agu­
jero a la parte de arriba a la vez que se aseguraba tirando de
los dos cabos. Un instrumento del mismo tipo es usado hoy en
día por los habitantes del país, y de ellos se han heredado los
timbales muy pequeños que se tocan con los dedos y el pul­
gar, y que suplen a las castañuelas en las danzas almeh. De
aquí proceden también las castañuelas españolas, que los ára­
bes introdujeron en este país que luego variaron de forma, ha­
ciéndose de castaño y otras maderas, en lugar de metal.
Los timbales del Egipto moderno son principalmente usa­
dos por los peregrinos que se dirigen a las tumbas de jeques y

109
que viajan por todo el país en ciertos períodos del año, para
obtener donaciones de los musulmanes crédulos o devotos, con
la promesa de alguna bendición de un santo indulgente. Los
tambores y otros instrumentos ruidosos que se usan en bodas
y en otras ocasiones, acompañan a los timbales, pero estos úl­
timos son más apropiados para el servicio de los jeques y las
ceremonias religiosas externas, como era la costumbre entre
los antiguos egipcios. Un par de timbales fueron encontrados
en el féretro de una mujer, en cuya parte exterior había una ins­
cripción jeroglífica que se refería a ella como a una deidad.
Las mazas cilindricas o badajos, también se admitían como
instrumentos en ocasiones solemnes, y frecuentemente forma­
ban parte de bandas militares o acompañaban a las danzas.
Variaban ligeramente de forma, y algunas eran de madera o de
concha, otras de bronce o algún metal sonoro, con un mango
recto, coronado por una cabeza o algún otro adorno. Algunas
veces el mango era ligeramente curvo y doble, con dos cabe­
zas en el extremo superior; pero en todos los casos el músico
sostenía una en cada mano. El sonido dependía del tamaño y
del material del que estaban fabricadas. Cuando eran de made­
ra eran equivalentes a los crótalos de los griegos, una supuesta
invención de los sicilianos, de la que se cuenta que se usó para
ahuyentar al fabuloso pájaro de Estinfalo. Las pinturas de los
etruscos muestran cómo ellos, al igual que los egipcios, las ha­
bían adoptado para acompañar a la danza. Eran probablemen­
te iguales a las clavijas de cabeza redonda, y se parecían a
largos clavos y se han visto en las pinturas de Herculano, don­
de se ven bailarinas que las llevan en la mano. Heródoto tam­
bién describe el crótalo como un instrumento que tocaban los
devotos de la diosa egipcia Diana como acompañamiento de la
flauta, cuando se dirigían a su templo en Bubastis.
Aunque los egipcios eran aficionados a las bufonadas y la
gesticulación, no parecen haber tenido ninguna exhibición pú­
blica que pudiera parecerse al teatro. El teatro fue una inven­
ción puramente griega, y a los entretenimientos dramáticos,
que eran originariamente de dos clases (comedia y tragedia),

11n
se añadió la antigua pantomima italiana. El pueblo llano egip­
cio tenía ciertas canciones jocosas que iban acompañadas de
mímica y gestos extravagantes, con graciosas alusiones a los
espectadores. Ingeniosas salidas improvisadas, como los ver­
sos fescennine de la antigua Italia, que también eran propias
de la gente del campo. Tenían como objeto extraer una répli­
ca de aquel al que se dirigían o dar una ellos mismos, en el caso
de que la persona a la que se dirigían no les respondiera, cos­
tumbre que aún es usual entre los egipcios modernos, que han
adoptado la misma vestimenta consistente en los capirotes al­
tos de hojas de palmera (que llevan frecuentemente borlas o

111
110. Bufones egipcios.

colas de zorro) y el verso alternativo o pareado, de dos acto­


res, que bailan y cantan en forma recitada al son monótono de
un tambor de mano. También iban de pueblo en pueblo como
actores ambulantes, y bailaban en las calles para entretener a
los pasajeros. A menudo tomaban posiciones en las escaleras
de una gran mansión donde, si además veían que había niños
o niñeras en la ventana, representaban sus papeles con más
energía y estirando sus manos hacia ellos hacían reseñas adi­
cionales en sus canciones, mostrando el mismo anhelo por las
limosnas que sus descendientes.
Algunos de estos bufones eran extranjeros, generalmente
personas de color, de África, y su escaso vestuario, hecho de
una pieza de piel de toro, añadía no poco a su ya grotesca apa­
riencia; además añadían a propósito un pequeño trozo seme­
jante a una cola, lo que les daba un aspecto aún más ridículo
(Grabado 111). También llevaban unos pingajos colgando de
los codos, como si fueran abalorios, que a menudo se ponían
los actores egipcios en las ocasiones festivas y que así se po­
nen las gentes de Etiopía y Kordofan para bailar sus danzas.
En los jarrones se muestra que también las usaron los griegos
en las bacanales y otras ceremonias, así como que los faunos
griegos también llevaban colas.
Algunos de los instrumentos de sus bandas militares difie­
ren de los de los músicos comunes, pero las esculturas no han

112
o
-O


eo

13

■8
S

113
dejado constancia de las diferentes clases usadas en el ejército
egipcio. Los principales parecen haber sido la trompeta y el tam­
bor: la primera usada para formar las tropas, llamarlas a la car­
ga y dirigirlas en sus evoluciones, y el último para uniformar y
animar sus marchas.
La trompeta, como la de los israelitas, medía 0,45 m de lar­
go, tenía una forma muy simple y parecía de bronce. Cuando
la tocaban la sostenían con las dos manos y, o bien la tocaban

sola, o como parte de una banda militar, junto con el tambor y


otros instrumentos.
La trompeta era particularmente, aunque no exclusivamen­
te, apropiada para los propósitos marciales. Era recta, como la
tuba romana o nuestra trompeta común y se usó en Egipto des­
de los tiempos más antiguos. En Grecia también era conocida
desde antes de la guerra de Troya; se decía que había sido inven­
ción de Minerva o de Tirreno, un hijo de Hércules, y en tiempos
posteriores fue generalmente adoptada como instrumento mar­
cial y por los músicos ambulantes de las calles. En algunas pai­
tes de Egipto existía un prejuicio contra la trompeta, y la gente
de Busiris y Lykópolis no la usaba nunca, porque decían que
el sonido se parecía al rebuznar de un asno, que era el emblema

114
de Tifón y esto les producía una sen­
sación incómoda porque les recorda­
ba al Maligno. Por este mismo pre­
juicio los musulmanes no tocan las
campanas ya que, si no atraen real­
mente a los malos espíritus al inte­
rior de la casa al menos alejan a los
buenos; y muchos parecen pensar que
los perros están también aliados con
los poderes de la oscuridad.
Los israelitas usan las trompetas
para la guerra y también con fines sa- 113· La trompeta. Tebas.
cros, en festivales y fiestas. El trabajo de tocarlas no sólo es ho­
norable, sino que está encomendado exclusivamente a los sa­
cerdotes. Algunas eran de plata, apropiadas para cualquier ocasión;
otras eran cuernos de animales (como el cuerno original de los
romanos) y se dice que éstas fueron usadas en el sitio de Jericó.
Los griegos tenían seis clases de trompetas; los romanos cuatro
(la tuba, el comus, la búccina y el lituus, y, en tiempos antiguos,
la concha, así llamada porque originariamente fue una concha),
que eran los únicos instrumentos que utilizaron para propósitos
militares lo que les diferenciaba de los griegos y egipcios.
El único tambor representado en las esculturas es largo,
muy similar al de los tomtoms de la India.
Tenía unos 0,60 a 0,76 m de longitud y
se tocaba con la mano, como el tímpano
romano. La caja era de madera o cobre,
con trozos de piel a cada lado, sujetos con
cuerdas que se extendían diagonalmente
por el exterior del cilindro. El músico se
lo colgaba alrededor del cuello con una
banda para tocarlo y durante la marcha lo
llevaba en posición vertical a la espalda.
Como la trompeta, se empleaba prin­
cipalmente en el ejército. Clemente de
Alejandría confirma lo que evidencian las

115
esculturas, al decir que el tambor tam­
bién fue usado por los egipcios cuan­
do iban a la guerra22. También era fre­
cuente en el período más temprano,
aunque no hay ninguna evidencia en las
culturas de Tebas, o hacia el siglo xvi
antes de nuestra era.
Cuando las tropas marchaban al son
del tambor, el tamborilero se colocaba
en el centro de la retaguardia o algu-
1 15. M odo de llevar colgado el ñas veces inmediatamente detrás de los
tambor a la espalda, cuando portadores de estandartes. El trompe-
íban de marcha. generalmente a cabeza del
regimiento, excepto cuando se llamaba a las tropas a formar o
ir a la carga. Pero los tamborileros no siempre estaban solos o
confinados a la retaguardia o al centro: cuando formaban parte
de una banda, marchaban a la vanguardia o junto a los otros mú­
sicos y se les colocaba a un lado mientras desfilaban las tropas.
Además del tambor largo, los egipcios tenían otro, no muy
distinto al nuestro en cuanto a forma y tamaño, que era mucho
más ancho en proporción a su longitud que el tomtom que aca­
bamos de mencionar, que medía 0,76 m de alto por 0,61 m
de ancho. Se tocaba con dos palillos de madera, pero como
no existe ninguna representación del modo en que se tocaba,
no podemos decidir si lo llevaban suspendido horizontalmen­
te y lo golpeaban en ambos extremos (como el tambor que exis­
te aún hoy en Egipto) o sólo en un extremo, como el nuestro,
aunque, por la curvatura de los palillos, me inclino a pensar
que lo llevaban colgado y lo tocaban como el tambur del mo­
derno Egipto. Algunas veces los palillos eran rectos y consta-

116. Palillo de un tambor. Museo de Berlín.

22 Clemente Alej. Stromat. 2. 164.

116
ban de dos partes, el mango y una varilla redonda y delgada,
en cuyo extremo había una pequeña bolita saliente, donde se
ataba el cojinete de piel con el que se tocaba el tambor. Tenían
aproximadamente 0,30 m de longitud y, a juzgar por la forma
del mango del que se conserva en el museo de Berlín, pode­
mos concluir que pertenecían, como los mencionados ante­
riormente, a un tambor que se tocaba por los dos extremos.
Cada extremo del tambor estaba cubierto con piel roja sujeta
con cuerdas de tripa de gato, que se pasaban por pequeños agu­
jeros situados en su borde ancho y que se extendían en línea

117. fig. 1. Tambor; 2. Muestra cóm o se sujetaban las cuerdas. 3. Palillos.


Encontrados en Tebas.

recta a lo largo de la estructura del tambor, que era de bronce


y que tenía una forma cóncava similar a la de un barril.
Para apretar las cuerdas y así bracear el tambor, se extendía
una pieza de tripa de gato alrededor de cada extremo, cerca del
borde de la piel; esta pieza se iban enroscando alrededor de cada
una de las cuerdas previamente colocadas en línea recta y así
quedaban todas apretadas en la misma proporción, porque la
pieza se dejaba tirante: pero esto sólo se hacía cuando las cuer­
das y la piel se habían distendido debido a su uso continuado,
y como esta pieza de tripa de gato se colocaba en cada extre­
mo, podían así doblar el poder de tensión de cada cuerda.
Junto a las formas comunes de los instrumentos egipcios,
se construyeron varios a medida para satisfacer un gusto par-

117
118. Arpas pintadas en la tumba de Ramsés III.

ticular o un capricho momentáneo. Algunos eran de la clase


más simple, otros de materiales muy caros y muchos estaban
muy adornados con colores brillantes y figuras decorativas, en
particular las arpas y las liras. Las arpas variaban mucho en
cuanto a forma, tamaño y número de cuerdas que tenían. En las
antiguas pinturas se representan con cuatro, seis, siete, ocho,
nueve, diez, once, doce, catorce, diecisiete, veinte, veintiuna y
veintidós cuerdas: la de la colección de París parece haber te­
nido también veintiuna, y la parte superior de otra que encon­
tré en Tebas estaba hecha de diecisiete cuerdas. Normalmente

118
118a. Conocida como la de Bruce, o la tumba del arpista. Tebas.

eran muy grandes, incluso más altas que un hombre, pintadas


con muy buen gusto, con la flor de loto y otras flores o con dis­
tintos adornos. Las de las damas de la corte estaban decoradas
de la forma más espléndida, hasta con la cabeza o busto del mis­
mo monarca: como la encontrada en la tumba de Bruce en Tebas.
Las arpas más antiguas representadas en las esculturas se en­
cuentran en una tumba, cerca de las pirámides de Giza, y tienen
más de cuatro mil años. Son más rudimentarias en cuanto a su
forma que las que se representan normalmente, y aunque es im­
posible determinar con exactitud el número total de cuerdas23,

23 Grabado 94.

119
119. Parte superior del arpa que traje de Tebas, ahora en el Museo Británico.

parece que no tenían más de siete u ocho y estaban atadas de


una forma diferente a las arpas egipcias comunes. Éstas datan
de tiempos muy anteriores a la invasión de los Pastores, y el
hecho de que los egipcios ya estaban lo suficientemente avan­
zados como para combinar la armonía de varios instrumentos
con la voz, muestra que en el teixeno de la música, no deben
nada a esa raza asiática. La combinación de arpas y liras de
gran extensión con la flauta, la chirimía sencilla y doble, las
guitarras y las panderetas, muestran el dominio que habían al­
canzado. Incluso en el reino de Amosis, el primer rey de la di-

120. Un arpa ricamente decorada sobre un soporte, un hombre marcando el ritmo


con las palmas y un guitarrista.

120
nastía x v i i i , hacia 1570 a.C., novecientos años antes de la épo­
ca de Terpandro, los músicos normales de Egipto usaban ar­
pas de catorce cuerdas y liras de diecisiete.
Los griegos están en deuda con Asia por sus instrumentos
de cuerda, e incluso por la cítara, que era originariamente de
estilo asiático y fue introducida por Lesbos. Sólo tenía siete
cuerdas, hasta que Timoteo de Mileto le añadió otras cuatro,
hacia 400 a.C. Terpandro, que vivió 200 años después que
Homero, fue el primero en fijar leyes para este instrumento,
algo antes de que se fijaran leyes para la flauta o la chirimía.
El arpa, en realidad, parece haber sido desconocida para los
griegos.
Las cuerdas de las arpas egipcias eran de tripa de gato,
como las de las liras que se usan todavía hoy en Nubia. Algunas
arpas, que tenían una base ancha y nivelada, permanecían apo­
yadas en el suelo mientras se tocaban; otras se colocaban sobre
un taburete o un soporte o limbo, unido a la parte inferior24. Los
hombres y las mujeres usaban normalmente arpas de la mis­
ma extensión, e incluso parece que los hombres tocaron has­
ta las más pequeñas, de cuatro cuerdas25, aunque para ellos
eran más apropiadas las grandes porque debían permanecer
de pie durante la actuación. Estas arpas grandes tenían una
base plana y podían sostenerse de pie sin un soporte, como las
de la tumba de Bruce26; otras eran más ligeras y también se
construían con base cuadrada con el mismo propósito21, pero,
cuando el músico las tocaba, normalmente las inclinaba hacia
sí y apoyaba el instrumento en la posición más conveniente28.
Muchas arpas eran de madera, recubiertas de piel de toro "9 o
de cuero, algunas veces de color rojo o verde y pintadas con

24 Grabados 96, 97, 121, 122.


25 Grabados 96, 97, 103.
26 Grabados 118, 118a y 99.
27 Grabado 101.
28 Grabados 95, 98, 100.
29 Grabados 91, fig. 2, 98, 100, 101.

121
1 2
121. Juglares de pie, tocando el arpa. Dendera.

122. Arpa colocada sobre una base o soporte. Tebas.

122
varios adornos, cuyos vestigios pueden descubrirse en las de
la colección de París30. Las pequeñas se hacían, como muchas
liras griegas, de concha de tortuga (Grabados 96, 97).
Los egipcios no tenían ningún medio para acortar las cuer­
das del arpa mientras las tocaban (semejante a nuestros peda­
les modernos) e introducir así sostenidos y bemoles; solo po­
dían, pues, tocar en un tono, hasta que afinaban de nuevo el
instrumento, girando las clavijas. En verdad, no era más nece­
sario en las arpas que en las liras, ya que la primera siempre
estaba combinada con otros instrumentos, excepto cuando se
usaba como mero acompañamiento de la voz. Pero parece que
a veces suplieron esta carencia con una fila doble de clavijas,
y su gran conocimiento de la música durante tantos siglos ne­
cesariamente les habría sugerido algún medio de conseguir se­
mitonos.
Las arpas egipcias tenían otra imperfección, a la que no se
encuentra fácil explicación (la ausencia de un polo y en conse­
cuencia de un soporte para la barra o limbo superior, en la que
estaban fijadas las clavijas). Es difícil concebir cómo, sin este
polo, las cuerdas podían estar propiamente tensadas o la barra
ser lo suficientemente fuerte como para resistir la tensión, en
particular en las triangulares. El polo no sólo falta en las arpas
de los dibujos, sino también en todas las que se han encontra­
do en las tumbas, e incluso en las de la colección de París que,
con veintiuna cuerdas, era una de las de mayor extensión que
tenían, ya que rara vez se encuentran arpas representadas en los
monumentos con más de dos octavas. Esta última, sin embar­
go, puede ocupar un lugar intermedio entre el arpa y los mu­
chos instrumentos de cuerda triangulares de los egipcios.
El arpa era especialmente apropiada para el servicio reli­
gioso. Se usó en muchas ocasiones para celebrar las alabanzas
de los dioses. Fue incluso representada en manos de las mis­
mas deidades, así como la pandereta y el sistro sacro.

30 Grabado 123.

123
,

123. Arpa de la colección de Paris.

La lira egipcia no presentaba menos variaciones en cuanto a


su forma y el numéro de sus cuerdas que el arpa, y estaba ador­
nada de muy variadas formas, a su gusto. Algunas tenían la ca­
beza de un animal tallada en la madera, como la de un caballo,
íbice o gacela, mientras que otras eran de formas más simples.
Siempre se ha atribuido a Mercurio la invención de la lira,
por parte de los egipcios y también de los griegos. Apolodoro

t
explica seriamente cómo esta idea se le ocurrió: «El Nilo»,
dice, «tras haber inundado toda la tierra egipcia, volvió una
vez más a su cauce habitual, dejando en las orillas un gran nú­
mero de animales muertos y entre ellos una tortuga. Tenía la
carne bastante seca por el fuerte sol egipcio, así que no le que­
daba nada dentro de la concha sino los nervios y los cartíla­
gos, y éstos, que estaban contraídos por el calor, habían ad­
quirido una cualidad sonora. Mercurio, que iba caminando por
la ladera del río, por casualidad se tropezó con esta concha y
se quedó tan encantado por el sonido que produjo que se le
vino a la imaginación la idea de una lira. Así pues construyó

124
124. Lira adornada con la cabeza de un animal. Tebas.

el instrumento con la forma de una tortura y la templó con los


tendones de animales muertos.»
Muchas liras egipcias son de una extensión considerable y
tienen cinco, siete, diez y dieciocho cuerdas. Normalmente se
sujetaban entre el codo y el costado y se tocaban con la mano
o a veces con una púa, que era de hueso, marfil o madera, y
que estaba unida al limbo de la lira por una cuerda.
Los griegos también adoptaron ambos métodos, pero usaron
más la púa. En los frescos de Herculano hay liras de tres, seis, nue­
ve y once cuerdas que se tocaban con la púa; de cuatro, cinco, seis,
siete y diez que se tocaban con la mano; y de nueve y once cuer­
das que se tocaban con la púa y la mano al mismo tiempo.
Las cuerdas estaban atadas en la parte superior a una barra
horizontal, que conectaba los dos lados o limbos, y en la par­
te de abajo estaban bien sujetas a un reborde saliente o caja ar­
mónica hueca, hacia el centro del armazón del instrumento,
que era todo de madera. En el museo de Berlín y de Leyden
hay liras de esta clase, que, a excepción de las cuerdas, están

125
125. Liras tocadas con y sin la púa. Tebas.

perfectamente conservadas. La de la colección de Berlín tiene


los dos limbos rematados por cabezas de caballo; en su forma
y principio y en la alternancia de cuerdas cortas y largas, se
parece a algunas de las que vemos representadas en las pintu­
ras31; aunque la barra de madera a la que están atadas las cuer-

126
das está más cerca de la parte de abajo del instrumento y tie­
ne trece cuerdas en lugar de diez.
Tenemos así la oportunidad de comparar las verdaderas li­
ras egipcias con las representadas en Tebas durante el reino de
Amenofis y otros reyes, que gobernaron hace más de tres mil
años.
El armazón de la lira de Berlín mide unos 25,4 cm de alto
y 36,83 cm de ancho, y la altura total del instrumento es de
60,95 cm. La de Leyden es más pequeña y está menos orna­
mentada, pero igualmente está bien conservada y tiene un gran
interés por una inscripción hierática escrita con tinta en la par­
te superior. No tiene caja de resonancia adicional; su armazón
hueco cumplía de manera suficiente esta función. Las cuerdas
pasaban sobre un puente móvil y estaban sujetas en la parte de
abajo por un anillo de metal o grapa. Estas dos liras eran de ma­
dera, y uno de los limbos, como muchos de los que se repre­
sentan en las pinturas, era más largo que el otro, de forma que
se podía afinar el instrumento es­
tirando las cuerdas hacia arriba,
a lo largo de la barra o también
a su alrededor, que era el méto­
do más usual y el que se conti­
núa usando aún hoy en Kisirka,
en la actual Nubia.
En Grecia, al principio la lira
tenía sólo cuatro cuerdas, hasta
que Anfión, que parece haber co­
piado la idea de la música de
Lidia, introdujo las otras tres; y
como es normal, la tradición dice
que fue Mercurio quien se lo en­
señó. Terpandro (670 a.C.) aña­
dió varias notas más, y las liras re­
presentadas en Herculano tienen
tres, Cuatro, cin co , seis, siete, o c h o ¡ 2 7 É Lira de la colección Leyden.
n u e v e , d ie z y o n c e c u e rd a s . fig. 2 Muestra la parte inferior.

127
128. Instrumento triangular. Tebas. 129. Otro, sujeto bajo el brazo. el-Dakka

Otros numerosos instrumentos, semejantes en su principio


a las arpas o las liras, eran comunes en Egipto, pero variaban
tanto en forma, extensión y sonido, que eran consideradas muy
distintas de éstas y cada una tenía su propio nombre. Se han
encontrado en las tumbas y también representadas en las pin­
turas de Tebas y otros lugares. Las de forma triangular se co­
locaban debajo del brazo para tocarlas, y, como las demás, eran
usadas como acompañamiento de la voz. La mayoría eran li­
geras, pero cuando pesaban el músico se las colgaba con una
cinta por el hombro.
Las cuerdas eran de tripa de gato, como las de las arpas, y
las del grabado 130, fig. 1, estaban tan bien conservadas que,
cuando se encontraron en Tebas en 1823, sonaban al tocarlas,
a pesar de llevar enterradas dos o tres mil años. Era un instru­
mento de gran extensión, con veinte cuerdas atadas a un sa­
liente en la parte inferior que probablemente se giraba para ten­
sarlas. El marco era de madera, recubierto de piel y sobre él se
podían ver los restos de unos cuantos jeroglíficos. El de la f i­
gura 2, donada por el profesor Rosellini, tiene la peculiaridad
de que se afinaba con clavijas; pero sus diez cuerdas están ata­
das a un saliente en el centro de la caja armónica, como en
otros instrumentos.

128
130. ßg. 1. Encontradas en Tebas en 1823.

Otra, que se puede llamar la lira vertical, tenía gran altura.


Consistía en un armazón curvo, probablemente de madera y
metal en forma de vasija, del que salían dos limbos rectos, que
servían de soporte a la barra transversal, donde se ataban los
extremos superiores de sus ocho cuerdas. El juglar cantaba
mientras tocaba las cuerdas con sus dos manos.
Otro instrumento aún más tintineante se usaba como acom­
pañamiento de la lira. Consistía en varias barras, probable­
mente de alambre, sujetas a un marco o algún cuerpo de reso­
nancia, que se tocaba con una varilla que el músico sostenía
con las dos manos (Grabado 132).
Más común era un instrumento ligero de cuatro cuerdas, que
se colocaba sobre el hombro para ser tocado y que era sobre todo
usado por las mujeres, que cantaban a su son como los judíos lo
hicieron al son de la viola (nebel) (Amos 6:5). Algunos se han
encontrado en las tumbas de Tebas y el más perfecto se en­
cuentra en el Museo Británico, que tiene 1 m de largo, 0,55 m
el mástil y 10 cm de ancho. Su forma exacta, las clavijas, las va­
rillas a las que iban atadas las cuerdas, e incluso el pergamino
que cubría su armazón de madera y que servía como caja de re-

129
131. Lira vertical. Tel el-Amarna.

132. Instrumento que se tocaba como acompañamiento de la lira. Te! el-Amarna.

sonancia, todavía se conserva y sólo le faltan las cuatro cuerdas.


El modo en el que ataban las cuerdas y se sujetaban a la varilla
no está claro, pero parece que las pasaban por el pergamino a la
varilla que estaba por debajo, que tenía agujeros cada varios in­
tervalos para que se pudieran introducir. Es de madera dura, apa­
rentemente de acacia, y hay restos suficientes de una de las cuer­
das como para saber que eran de tripa de gato.

130
133. Clase de instrumento ligero que se apoyaba sobre el hombro. Tebas.

Había otro pequeño instrumento de cinco cuerdas que es­


taba basado en un principio similar a éste; tenía un armazón
de madera hueco sobre el que se colocaba una cubierta de per­
gamino o de madera fina. Las cuerdas estaban tensadas de la
misma forma, desde un varilla del centro, hasta las clavijas si­
tuadas al final del mástil.
En las tumbas se han encontrado tres: uno está en el museo
de Berlín y dos en el Museo Británico. El de Berlín tiene las cin­
co clavijas enteras y el armazón está formado por tres piezas de
madera de sicomoro. Su longitud total es de 61 cm y el mástil

Λ
134. Instrumento diferente del arpa, la lira y la guitarra. Museo Británico.

131
mide aproximadamente 34 cm. En la parte de abajo del mástil
hay cinco clavijas colocadas en línea recta, una tras otra. En el
extremo opuesto del armazón hay dos agujeros para atar la va­
rilla donde se sujetaban las cuerdas.

135. El instrumento restaurado.

Además de arpas y liras, los egipcios tenían una clase de


guitarra de tres cuerdas que se suponía, extrañamente, que co­
rrespondían a las tres estaciones del año egipcio: y una vez más
se ha atribuido a Tot o Mercurio el descubrimiento de tal in­
vención, porque el que el instrumento sólo tuviera tres cuer­
das y sin embargo igualara en poder a los de extensión mucho
más amplia, era considerado digno de los dioses egipcios. La
atribución de esta y otras invenciones, de hecho, no es más que
una forma alegórica de representar los talentos intelectuales
comunicados por la divinidad al hombre.

136. figs. 1,3. Instrumentos en el Museo Británico,


fig. 2. En el Museo de Berlín.

La guitarra tema dos partes: un mástil largo y plano o mango,


un cuerpo oval hueco, todo de madera o recubierto con pergami­
no, con la superficie superior perforada para permitir la salida del
sonido. Sobre este cuerpo y toda la lon­
gitud del mango había tres cuerdas de
tripa de gato estiradas, que iban sujetas
al extremo superior a un número igual
de clavijas o se pasaban por una ranura
que había en el mango. Luego se daba
vueltas con ellas alrededor de esta ra­
nura y se ataban con un nudo. No pare­
ce que hubiera existido ningún puente,
pero las cuerdas estaban atadas en la par­
te inferior a una pieza triangular de mar­
fil o de madera, que las elevaba a una 137·Mu->er la gultarra'
altura suficiente. Y a veces se levanta­
ban también en la extremidad superior del mango por medio de
una pequeña barrita horizontal, situada justamente por debajo de
cada una de las ranuras donde se ataban las cuerdas y se estira­
ban 32. Esto tenía la misma finalidad que la ligera inclinación que
se da al extremo del mástil de nuestra guitarra moderna; y es ver­
dad que como éste estaba en línea recta con el armazón del ins­
trumento, alguna invención similar era absolutamente necesaria.
El mango tenía una longitud dos o tres veces superior a la del
cuerpo, y el instrumento medía aproximadamente 1,20 m en total.
La anchura era la mitad de su longitud. Se tocaba con la púa, que
estaba unida al mástil por una cuerda y los músicos normalmente
permanecían de pie mientras tocaban. Se consideraba apropiada
tanto para hombres como para mujeres, y algunos bailaban al tiem­
po que tocaban, apoyando el instrumento sobre el brazo derecho.
Algunas veces se lo colgaban del cuello con una tira, como la gui­
tarra española moderna, y también a semejanza de ella servía como
acompañamiento de la voz, lo que no impedía que pudiera formar
parte de una banda junto con otros instrumentos33.
Es de un instrumento antiguo de esta clase, a veces llama­
do cítara, del que ha derivado el nombre guitarra (chitarra);

32 Grabados 96, 98, 101, 138, 139.


33 Grabados 96, 98, 100, 101.

133
138. Bailando y tocando la guitarra. Tebas. 139. Sujeta con una tira. Tebas.

aunque la cítara de los griegos y romanos de los tiempos an­


tiguos, al menos, era una lira. A la guitarra egipcia se la pue­
de llamar laúd, pero no parece corresponderse con la lira de
tres cuerdas de Grecia.
Un instrumento de forma oval, no muy distinto a la guitarra,
con un mango circular o cilindrico, fue encontrado en el templo
de Tebas, pero debido a su mal estado de conservación, no se
puede distinguir nada sobre cómo eran las clavijas o el modo de
atar las cuerdas. El cuerpo de madera estaba forrado de piel y el
mástil se extendía sobre él hasta la parte inferior; una parte de
la cuerda sobrante se utilizaba para atar la púa. Tres pequeños
agujeros indicaban el lugar donde se ata- />
ban las cuerdas y otros dos por encima /7
de ellos a una corta distancia, parecen
indicar el lugar donde se colocaba una
especie de puente. / / x C w
Los egipcios no usaron cuerdas de
alambre en ninguno de sus instrumen- '
tos, sólo usaron la tripa de gato y el tañi­
do de ésta en el arco guerrero condujo, 140 Instrument0 como la
sin duda, a SU USO en la pacifica lira, de- guitarra encontrada en Tebas.

134
bido al descubrimiento accidental de su sonido musical. Porque
los hombres cazaron animales y se mataron entre sí, con el arco
y la flecha, mucho antes de que recitaran versos o encontraran
el placer en la música. No es sorprendente que los árabes, una
nación de cazadores, fueran los inventores del monocordio, un
instrumento muy imperfecto (excepto cuando la maestría de
Paganini se dispone a extraer de él las notas), porque, aún con
toda la práctica acumulada con los años, los modernos habi­
tantes de El Cairo no han conseguido hacer de su rahab de una
sola cuerda un acompañamiento tolerable para la voz. Sin duda
el instrumento era muy antiguo, porque lo usaron los recitado­
res de poemas y evidentemente perteneció a los primeros bar­
dos, los primeros músicos de cada país. Los montenegrinos sal­
vajes todavía cantan sus primitivas canciones de guerra y de
amor al son de la g usía de una cuerda, que les fue entregada por
los hechiceros de los antiguos eslovenios.
Si nos sorprende el número de instrumentos de cuerda de
los egipcios (y eso que desconocemos muchos) y si nos pre­
guntamos qué clase de tonos y qué variedad de sonidos se po­
drían obtener con ellos, ¿qué pensaremos de los mencionados
por los griegos, que parecen haber hecho suyos cada uno de
los que podían obtener de otros países? Algunos de ellos como
el pformix, barbiton y otras liras nos son conocidos; del pri­
mero de ellos, por ejemplo, sabemos por lo que dice Clemente
que no era muy diferente de la cítara. Pero la mera mención en
los nombres de los demás es desconcertante.
Existían el nablum, la sambuca34, el pandurum, el magadis,
el trigon (uno de los instrumentos de tres cuernos) fenicio, el
péctis, el scindapsus, el enneachordon (de nueve cuerdas), la
psithyra de forma cuadrada o ascarum (de siete ángulos), el
salterio heptagonal, el spadix, el pariambus, el clepsiambus, el
jambyce, el epigoneum y muchos más. También se descono­

34 Descrito por Ateneo como «un barco con una escalera colocada so­
bre él», y por Suidas como un instrumento singular.

135
cen muchos más instrumentos judíos, como la khitaus o arpa,
el ashur de diez cuerdas, la sambukta triangular o sabka, el ne-
bel o viola, el kinor o lira de seis o nueve cuerdas y el psante-
rin o salterio. Y aunque se dice que este último tenía doce no­
tas y que se tocaba con los dedos (o más bien con una púa), no
tenemos una idea definida de su aspecto. A sí pues, las pintu­
ras egipcias nos dan, con mucho, la mejor idea de cómo eran
los instrumentos usados en aquellos remotos tiempos.
La flauta era de gran antigüedad, ya que en una tumba cer­
ca de la Gran Pirámide, construida hace más de cuatro mil años,
hay representado un concierto de música vocal e instrumental,
donde se introducen dos arpas, una chirimía y varias voces35.
En Grecia era muy simple al principio, con muy pocos agu­
jeros, limitados a cuatro, hasta que Diodoro de Tebas, en Beocia,
añadió otros e hizo una apertura lateral para la boca. Origina­
riamente era de caña, después de hueso o marfil y recubierta
de bronce. Pero incluso este instrumento de superior calidad
era muy pequeño. He visto parte de una, que medía 14 cm de
longitud y 1,27 cm de diámetro, partida por el quinto agujero,
donde el primero de los cinco agujeros sólo distaba 4 cm del
de la boca.
La flauta egipcia tenía una gran longitud, porque si alcan­
zaba el suelo cuando el músico estaba sentado, no podía me­
dir menos de 68 cm. Algunas eran tan largas que, al tocarlas,
el músico se veía obligado a estirar sus manos más allá de su
cintura para alcanzar los agujeros36. Los que la tocaban nor­
malmente se sentaban en el suelo, y en cada ejemplo que he
encontrado los músicos eran hombres.
Estaba hecha de junco, de madera, de huesos o de marfil,
y por la palabra sébi, que aparece escrita sobre el instrumento
en los jeroglíficos (que es igual que su nombre copto) pode­
mos suponer que era originariamente el hueso de la pata de al­

35 Grabado 94.
36 Grabados 94, 141.

136
gún animal. El término latino tibia tie­
ne el mismo significado. Se dice que las
flautas en Beocia se hacían del mismo
hueso hueco. Los egipcios probable­
mente tuvieron varias clases de flautas,
algunas apropiadas para ocasiones de
duelo y otras para ocasiones festivas,
como los griegos. Es evidente que usa­
ron las dos tanto en banquetes como en
ceremonias religiosas, pero no se repre­
senta a ninguna deidad egipcia tocando 141· Flautista;la flautaes
la flauta. Los dioses pueden haber sen- de gran longltud· Tebas-
tido la misma aversión a la flauta como la que sintió Minerva
cuando percibió la deformada apariencia de su boca, una ale­
goría que significa, según Aristóteles, «que interfería con la re­
flexión mental» y tenía otros efectos inmorales, que en estos
días de ignorancia somos incapaces de percibir.
La chirimía tenía la misma antigüedad que la flauta37 y tam­
bién era propia de músicos varones; pero, como a menudo se
la representa junto a otros instrumentos en conciertos y todas
las descubiertas son de junco común, parece que no se tenía
en gran estima. En muchos países ha sido el instrumento de
los campesinos y el hecho de que la chirimía hecha de paja
de cebada, según parece, fuera una invención de Osiris, no
parece decir mucho del talento musical de esa deidad. Era un
tubo recto, sin ningún ensanchamiento junto a la boca, que se
tocaba con las dos manos. En longitud no excedía de 0,45 m:
dos que se encuentran en el Museo Británico tienen 22,5 cm
y 38 cm de largo y las de la Colección de Leyden varían en­
tre 17.5 cm y 38 cm. Algunas tienen tres y otras cuatro agu­
jeros, como es el caso de las catorce de Leyden; la del Museo
Británico tenía una pequeña boquilla de junco o paja gruesa
insertada en el hueco de la chirimía, con la parte superior tan

37 Grabado 94.

137
142. Chirimías de junco, de la colección del Salt, ahora en el Museo Británico.

comprimida que apenas dejaba una pequeña apertura para la


salida del aire.
La chirimía doble era tan común en Egipto como lo era en
Grecia. Consistía en dos tubos: uno, que se tocaba con la mano
derecha y producía un sonido agudo para el tenor, y el otro, que
se tocaba con la mano izquierda y producía un sonido grave para
el bajo. La zummara doble de los egipcios modernos es una bur­
da imitación de este instrumento y su sonido áspero y monóto­
no la excluye incluso de sus imperfectas bandas. Sólo la usan
los barqueros del Nilo y los campesinos, que encuentran en ella
un acompañamiento apropiado para la tediosa marcha del ca­
mello. Sorprendentemente este instrumento nacional tiene mu­
chos admiradores en el extranjero, como las gaitas de los Abruzos
y otros países que están tan cerca y a los que tanto se parece.
La chirimía doble y la sencilla eran al principio de junco
y luego de madera y otros materiales. Los egipcios, al igual
que los griegos, las introdujeron en ceremonias solemnes y fes­
tivas. Los hombres, pero más frecuentemente las mujeres, las
tocaban y a veces bailaban al mismo tiempo, y por las veces
que aparece en las esculturas de Tebas, sabemos que era pre­
ferida a la chirimía sencilla.

2 3
143. Mujer bailando, mientras toca la chirimía doble. Tebas.

138
La pandereta era el instrumento favorito para las ceremo­
nias religiosas y para los banquetes privados. La tocaban hom­
bres y mujeres, pero más frecuentemente éstas últimas, que a
menudo bailaban y cantaban a su son. Se usaba como acom­
pañamiento de otros instrumentos38, y había panderetas de tres
clases: una circular como la nuestra, otra cuadrada u oblonga,
y la tercera consistía en dos cuadrados separados por una ba­
rra. Todas ellas se tocaban con la mano39, pero no hay rastro
de bolas o piezas móviles de metal unidas al marco, como en
las panderetas griegas o las modernas. El taf, pandereta o fa­
hret de los judíos es el mismo instrumento40 y lo comenzaron
a usar en tiempos muy tempranos, como el arpa, incluso antes
de que bajaran a Egipto, y las mujeres judías como las egip­
cias bailaban a su son.
Casi todos los instrumentos eran admitidos por los egip­
cios para la música sacra, como el arpa, la lira, la flauta, la chi­
rimía doble, la pandereta, los timbales y la guitarra; y ni la
trompeta, los tambores, o los badajos fueron excluidos de las
procesiones religiosas en las que estaban presentes también los
militares. El arpa, la lira y la pandereta tenían su parte en los
servicios del templo, y dos diosas representadas en el friso de
Dendera aparecen tocando el arpa y la pandereta, en honor a
Hathor, la Venus egipcia. Los sacerdotes, cuando llevaban em­
blemas sagrados, caminaban en procesión al son de la flauta,
y excepto los ritos de Osiris en Abydos, el resto de ritos sa­
grados de una deidad egipcia no prohibían la introducción del
arpa y la flauta o de la voz de los cantantes.
En realidad, el arpa era considerada particularmente apropia­
da para propósitos religiosos. El título de juglares de Amón que
se aplicó a los arperistas y los dos músicos representados ante el
dios en la tumba de Ramsés m, muestran la gran estima en la que

38 Grabados 98, 121.


39 Grabados 105, 151.
40 Gn 21:27; Ex 15:20; Job 21:12; Je 11:34; 1 Sm 18:6.

139
1 4 5
144. Músicos sacros y un sacerdote ofreciendo incienso. Museo Leyden.

se la tenía: se tocaba sola o con otros instrumentos. El juglar a


menudo cantaba al tiempo que tocaba las cuerdas, y el arpa, la
guitarra y las dos flautas se unían en un sacro tono, mientras el
sumo sacerdote ofrecía incienso a la deidad. El crótalo o badajo
también se usó como acompañamiento de la flauta en peregrina­
jes y procesiones al sepulcro de un dios, sonido que iba acompa­
ñado por las voces de coristas que cantaban himnos en su honor.
Los judíos, de igual manera, consideraban la música como
indispensable en sus ritos religiosos. Sus instrumentos favori­
tos eran el arpa, el laúd o salterio y el ashur de diez cuerdas,
la panderetas, la trompeta, la cometa, los timbales y otros 41; y
muchos hombres y mujeres cantantes asistían a las procesio­
nes al santuario judío 42.
El sistro era el instrumento sagrado por excelencia y forma­
ba una parte tan esencial en el servicio del templo como la cam­
panilla en una capilla católica romana. Algunos mantenían que
servía para ahuyentar a Tifón, y algunas veces se aumentaba el

41 S 33:2; 81:2; 1 Cron 16:5 y 25:1; 2 Sm 6:5; Ex 15:20, y siguientes.


42 S 68:25; 2 Sm 19:35.

140
sonido traqueteante que producía aña­
diendo varios anillos de metal sueltos.
Normalmente tenía tres barras, a veces
cuatro, y el instrumento completo tenía
de 20 a 40 cm de longitud y era todo de
bronce o latón. Algunas veces tenía in­
crustaciones de plata o de color dorado
o estaba adornado de alguna otra for­
ma. Para tocarlo se sostenía recto, se
agitaba y los anillos chocaban contra 145. 146.
las barras que se construían, a menudo, fig. 1. El sistro de cuatro barras.
2. Uno de forma inusual.
a imitación de la sagrada áspid o sim­ Tebas.
plemente estaban doblados en cada ex­
tremo para que no se salieran. Plutarco menciona uno que tenía
un gato con cara humana en la parte superior del instrumento y
en la parte superior del mango, por debajo de las barras, la cara
de Isis a un lado y la de Neftis a otro.
El Museo Británico posee un excelente ejemplar de sistro
bien conservado y del mejor período del arte egipcio. Mide
37,5 cm de alto y tiene tres barras móviles, que desafortuna­
damente se han perdido. En la parte superior están represen­
tadas la diosa Pasht o Bastet, el buitre sagrado y otros emble­
mas, y en el lado de abajo está la figura de una mujer sosteniendo
en cada mano uno de estos instrumentos.
El mango es cilindrico y coronado por una cara doble de
Hathor, que lleva una corona en forma de áspid, en cuya cima
parece haber estado el gato, del que sólo quedan los restos de
sus patas. Es enteramente de bronce; el mango, que es hueco
y está cerrado por una cubierta móvil del mismo metal, pare­
ce haber sostenido algo relacionado con el sistro. Aún se pue­
de ver algo de plomo en la cabeza y parece ser una porción del
que se usó para soldarlo.
Otros dos, en la misma colección, están en muy buen esta­
do de conservación, pero son de tiempos posteriores y hay otro
que es aún de una fecha más reciente. Tienen cuatro barras y
son de un tamaño muy reducido.

141
147. Sistros del Museo Británico. 148. Modelo rudimentario de sistro
del Museo de Berlin.

Uno de los sistros que se conserva en Berlín tiene 20 cm


de altura y el otro 22,5 cm: el primero tiene cuatro barras y en
la parte superior circular se encuentra un gato, coronado por
el disco o el Sol. El otro tiene tres barras: el mango es una

149. Sistros del Museo de Berlín. 150.

142
figura, que se supone que es Tifón, coronado por las cabezas
de Hathor; y en la cima están los cuernos, el mundo y las alas
de la misma diosa. Ninguno de los dos conserva los anillos,
pero un burdo modelo egipcio de otro de la misma colección,
tiene tres anillos sobre una sola barra, coincidiendo en este as­
pecto, aunque no en el número de barras, con los representa­
dos en las esculturas. No son de una fecha temprana.
Llevar el sistro sagrado en el templo era tan gran privilegio,
que sólo se daba a las reinas y a las damas nobles que tuvieran
el título de esposas de Amón y que estuvieran dedicadas al ser­
vicio de la deidad. Los judíos, de igual manera, parecen haber
confiado los principales oficios sagrados realizados por mujeres
a las hijas de los sacerdotes y a las personas de alto rango.
Al xnoue, instrumento que según Eustasio había sido utili­
zado por los griegos en sacrificios para reunir a la congrega­
ción, se le atribuía un origen egipcio, pero no se ha encontrado
ninguno en las esculturas. Era una especie de trompeta, de for­
ma redondeada y se decía que era una invención de Osiris.
La danza consistía sobre todo en una sucesión de figuras, en
la que los bailarines se esforzaban por exhibir una gran variedad
de posturas: hombres y mujeres bailaban al mismo tiempo o en
grupos separados y normalmente se prefería a las mujeres que a
los hombres, porque teman superior gracia y elegancia. Algunos
bailaban al son de ritmos lentos, adaptados al estilo de sus movi­
mientos: las posturas que asumían frecuentemente compartían la
loable gracia de los griegos43. Otros preferían un ritmo más vivo,
regulado por una melodía apropiada. Los hombres a menudo bai­
laban con mucho entusiasmo, botando desde el suelo, más al es­
tilo europeo que al de la gente de Oriente: en estas ocasiones no
siempre se tocaban varios instrumentos, sino que la música se
componía sólo de crotala o mazas, un hombre tocando las palmas
y una mujer chasqueando los dedos al mismo tiempo44.

43 Grabado 151.
44 Grabado 109.

143
Posturas y gestos elegantes eran el estilo general de sus
danzas, pero, como en otros países, el estilo de la actuación
variaba dependiendo del rango de la persona que les había
contratado o de su propia habilidad. A sí las danzas represen­
tadas en la casa de un sacerdote diferían de las representadas
en la casa de un campesino inculto o en la de un ciudadano
de la clase más baja.

144
No era usual que las clases más altas del pueblo egipcio
dedicaran su tiempo a este entretenimiento, ni en reuniones
públicas, ni privadas, y nadie sino las clases más bajas de la
sociedad y los que así se ganaban el sustento, parecían dedi­
carse a ello. Los griegos, sin embargo, aunque empleaban a las
mujeres que sabían danza y música para entretener a los invi­
tados, consideraban la danza como un entretenimiento al que
podían entregarse todas las clases sociales y era aún más ad­
mirable si quien la practicaba era un caballero. También era
una costumbre judía el que las jóvenes bailaran en las reunio­
nes privadas 45, como aún lo es en Damasco y en otras ciuda­
des de Oriente.
Los romanos, por el contrario, distaban mucho de conside­
rar la danza como apropiada para un hombre de rango o para
una persona sensible. Cicerón dice: «Ningún hombre que está
sobrio baila a menos que haya perdido la cabeza, ya esté solo
o entre una compañía decente; porque la danza es la compañe­
ra de la convivencia lasciva, de lo disoluto y de la lujuria.» Los
griegos tampoco se entregaron a este placer en exceso; las dan­
zas afeminadas o con demasiada gesticulación, eran conside­
radas indecentes en hombres de carácter y sabiduría. Heródoto
cuenta la historia de Hipoclides, el ateniense, que había sido
elegido como marido para la hija de Clístenes, rey de Argos,
mientras que todos ios nobles de Grecia habían sido rechaza­
dos por sus extravagantes posturas en la danza.
De todos los griegos, los jonios eran los más aficionados a
este arte; y por la lasciva e indecente tendencia de sus cancio­
nes y posturas, los romanos bautizaron con el nombre de mo­
vimientos jónicos a los bailes de carácter voluptuoso (como los
modernos almehs de Oriente). La danza moderada se consi­
deraba digna de los mismos dioses. A Júpiter, el padre de los
dioses y de los hombres, se le representa bailando entre otras
deidades; y Apolo, no sólo andaba ocupado en estos entrete-

45 Mt 14:6.

145
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146
147
nimientos, según nos cuenta Homero, sino que recibió el títu­
lo de el bailarín por su supuesta excelencia en este arte.
La elegancia en las poses y en el movimiento era el prin­
cipal objetivo de los que bailaban en las reuniones de los egip­
cios más acaudalados. Hasta los ridículos gestos de un bufón
eran permitidos, siempre que no transgredieran las reglas de
la decencia y la moderación. La música era siempre indis­
pensable en las reuniones festivas de ricos y pobres; bailaban
al son del arpa, de la lira, de la guitarra, de la pandereta y de
otros instrumentos y, en las calles, bailaban incluso al son del
tambor.
Muchas de sus posturas se parecían a las del ballet moder­
no y la pirueta ya asombraba a un grupo de egipcios hace cua­
tro mil años46.
Los vestidos de las bailarinas eran ligeros y de la más fina
textura, mostrando a través de su transparencia las formas y
los movimientos de las piernas: normalmente consistían en un
vestido suelto muy vaporoso, hasta los tobillos, a veces atado
fuertemente a la cintura; y alrededor de la cadera llevaban un
cinturón estrecho, adornado con avalorios u otros adornos de
diversos colores. Algunas veces las bailarinas parecían estar
totalmente desnudas, pero esto es debido al efecto de la trans­
parencia de los vestidos porque, como los griegos, representa­
ban el contorno de la figura que se insinuaba por debajo del
vestido.
A los esclavos se les enseñaba danza y música; y en las ca­
sas de los ricos, además de atender a sus ocupaciones, se les ha­
cía bailar para entretener a la familia o a un grupo de amigos,
de modo que así los egipcios también se ganaban el sustento
con sus actuaciones.
Algunos bailaban en pareja, cogidos de la mano; otros ha­
cían una serie de pasos so lo s47; y algunas veces un hombre

46 Grabado 152.
47 Grabado 154.

148
2 1
154. Hombres bailando un solo. Tebas.

155. Hombres bailando un solo al son de las palmas. Tumba cerca de las Pirámides.

representaba un solo al son de la música o del batimiento de


palmas4S.
Los bailes de las clases más bajas generalmente tenían cier­
ta tendencia hacia la pantomima y los campesinos incultos dis­
frutaban más con movimientos ridículos y extravagantes, que
con movimientos que mostraran elegancia y gracia.
Además de la pirueta y los pasos mencionados anteriormente,
hubo un paso de baile que fue adoptado universalmente por todo
el país; en él dos compañeros, que eran normalmente hombres,
avanzaban uno hacia otro o permanecían cara a cara sobre una

48 Grabado 155.

149
pierna y, habiendo representado una serie de movimientos, se
alejaban en dirección contraria, aún cogidos de la mano y con­
cluían dando una vuelta alrededor del compañero49.
En otra, golpeaban el suelo con el talón, apoyándose sobre un
pie, cambiando, quizás, alternativamente del derecho al izquier­
do; lo cual no difiere mucho de un paso de baile moderno50.
Los egipcios también bailaban en los templos en honor de
los dioses y en algunas procesiones, al acercarse al recinto de
estos sagrados lugares. Aunque a primera vista esta costumbre
parezca incompatible con la seriedad de la religión, podemos
recordar el sentimiento con el que bailó David51, ante el arca y
el hecho de que los judíos consideraban parte de sus obliga­
ciones religiosas acercase a la deidad con la danza52, con la
pandereta y con el arpa. En el rito de adoración del becerro de
oro también introdujeron canciones y bailes, y esto derivó di­
rectamente de las ceremonias de los egipcios.

D. El palacio-templo de Ramsés el Grande, generalmente llamado el Memnonium,


en Tebas, durante la inundación.

49 Grabado 153.
50 Grabado 154.
51 1 Cró 15:29; 2 Sm 6:14.
52 S 149:3 «Dejemos que alaben su nombre con la danza.» Ex 15:20.

150
E. Los dos Colosos de Tebas ante el templo construido por Amenofis II, con las
ruinas de Luxor a lo lejos, durante la inundación.

CAPÍTULO III
Entretenimiento de los invitados. Jarrones. Adornos de la
casa. Preparativos de comida. La cocina. Modo de comer.
Cucharas. Higiene antes de las comidas. La presentación de la
imagen de un hombre muerto. Juegos fuera y dentro de la casa.
Lucha. Luchas de barcos. Peleas de toros.

Mientras se entretenía al grupo con la música y la danza y


se iba anunciando sucesivamente a los últimos que iban lle­
gando, se seguía sirviendo refrescos y se prodigaba toda cla­
se de atenciones a los invitados reunidos. A todo el que lle­
gaba se le ofrecía vino y los sirvientes masculinos traían coronas
de flores a los caballeros mientras las mujeres o esclavas blan­
cas se las traían a las damas a la vez que tomaban asiento '.
Un sirviente o esclavo de más categoría era el encargado de

1 Grabado 157, figs. 4, 5, 8, 9, 12, 21.

151
152
Grupo de invitados, entretenidos con música y bailes. En Tebas, y ahora en el Museo Británico,
figs. 1, 2,4, 5, 6,7, 8, 9. Hombres y mujeres sentados juntos en el banquete. 3. Uña sirvienta ofreciendo una copa de vino.
10,11,12. Mujeres cantando y tocando las palmas al son de la chirimía doble, 13. 14,15. Mujeres bailando.
16. Jarrones sobre soportes, tapados con espigas de trigo, y adornados con flores.
153
1 2 3
158. Un sirviente blanco y otro de color esperando a una dama en una fiesta. Tebas.

servir el vino, y una mujer de color le seguía a veces para re­


coger la taza vacía una vez vertido el vino en la copa. El mis­
mo esclavo de color negro llevaba frutas y otros refrescos, el
particular modo de llevar la bandeja con la mano vuelta, cos­
tumbre tan generalmente extendida entre las mujeres de Áfri­
ca, está reflejada en las pinturas de Tebas2.
A cada persona se le entregaba una servilleta después de be­
ber para que se secara la boca3, semejante al mahrama de los
egipcios modernos, y quien la llevaba pronunciaba una frase
cortés cuando la ofrecía y cuando le entregaban de nuevo la
copa como, «¡Que le aproveche!», y ningún oriental en nues­
tros días bebe agua sin haber recibido un deseo similar. No se
consideraba de mala educación rechazar el vino que era ofre­
cido, incluso aunque ya se hubiera servido 4. Un abstemio po­
día continuar oliendo una flor de loto sin ninguna vergüenza.
Los hombres y las mujeres podían sentarse juntos o separados,
en diferentes partes de la habitación. No había ningún estricto
recelo que detuviera a los extraños o a los miembros de la fa­
milia de acudir a los mismos acontecimientos sociales, lo que

2 G rabado 158.
3 G rabado, 157 fig s. 1 2 ,2 1 .
4 G rabado, 1 5 7 fig . 13.

154
muestra lo avanzados que estaban los egipcios en cuanto a sus
costumbres sociales. En esto, como los romanos, se diferencian
mucho de los griegos y podría decir con Cornelio Nepote,
«¿Quién de nosotros se avergüenza de traer a su mujer a una
fiesta? ¿Y qué dama de una familia se puede nombrar que no
se pasee libremente por la parte principal y más frecuentada de
la casa? En cambio en Grecia la mujer no aparece en ningún
entretenimiento, excepto aquellos a los que sólo están invita­
dos los familiares. Las mujeres, de hecho, siempre hacen su
vida en los apartamentos de la parte superior de la casa, a la que
no puede entrar ningún hombre, a menos que sea un familiar.»
A los casados no les incomodaba sentarse juntos y la idea
de que pudieran estar hartos de su mutua compañía no hacía
necesario separarles. Para resumir, eran los matrimonios ide­
ales y compartían la misma silla en casa, en una fiesta e in­
cluso en la tumba, donde la escultura les mantenía juntos.
El señor y la señora de la casa, pues, se sentaban uno jun­
to al otro en un gran sillón y el invitado que llegaba se dirigía
hacia ellos para recibir su bienvenida. Los músicos y bailari­
nes llamados para la ocasión también les presentaban sus res­
petos antes de comenzar su actuación. Se ataba un mono a la
pata del sillón, un perro, una gacela o algún otro animal de
compañía; un niño pequeño podía sentarse en el suelo al lado
de su madre o en las rodillas de su padre.

159. Damas en un fiesta hablando de pendientes. Tebas.

155
Mientras tanto la conversación se iba animando, sobre todo
en aquellas partes de la habitación donde había mujeres sen­
tadas juntas y discutían animosamente de los numerosos temas
que se les ocurrían. Entre estos el tema del vestido no faltaba
nunca y el de los modelos o el valor de las baratijas eran ana­
lizados con un proporcionado interés. Preguntaban ansiosas
sobre quién era el orfebre de un pendiente o la tienda donde se
había adquirido; comparaban el arte, el estilo y los materiales
de sus alhajas con las de las demás y así codiciaban las de su
vecina o preferían las suyas. Las mujeres de todas clases com­
petían con las otras en la exhibición de las «joyas de plata y
joyas de oro», en la textura de su «vestido», en sus sandalias
y en la forma o belleza de sus cabellos trenzados.
Se consideraba como un bello cumplido intercambiarse flo­
res de sus ramos y los egipcios hacían gala de toda su vivaci­
dad cuando se sentaban. Los huéspedes no omitían nada que
pudiera hacer su fiesta agradable y mantenían amenas conver­
saciones, que eran para ellos el gran encanto de una sociedad
hábil, como para los griegos, que pensaban que era «más ne­
cesario y conveniente gratificar a la compañía mediante una
conversación agradable, que con gran variedad de platos». Los
invitados, por su parte, no desaprovechaban ninguna ocasión
para demostrar cuánto estaban disfrutando; y el llamar la aten­
ción de los otros sobre los diversos objetos que adornaban la
habitación, era un cumplido hacia el buen gusto del dueño de
la casa. Admiraban los jarrones, las cajas talladas de madera y
marfil y las ligeras mesas sobre las que se exhibían diversos
detalles. También alababan la comodidad y elegancia de los si­
llones, los ricos cojines y las fundas de los sofás y otomanas,
las alfombras y otras decoraciones. Algunos, a los que se in­
vitaba a ver los dormitorios, encontraban en los adornos colo­
cados sobre la mesa de tocador y en toda la decoración en ge­
neral, nuevos temas de admiración. A su vuelta a la sala de
invitados declaraban con qué buen gusto estaba decorada toda
la casa. En una ocasión, mientras los encantados invitados es­
taban inmersos en uno de estos ratos de admiración y otros

156
estaban ocupados con los cotilleos (quizás de política o de los
escándalos del día) un extraño joven, bien por atrevimiento o
por poca precaución, se apoyó contra una columna que estaba
colocada en el centro de la habitación para situar algún ador­
no provisional y lo arrojó sobre los que estaban sentados de­
bajo5. La confusión fue grande; las mujeres chillaban; y algu­
nas, con las manos levantadas, se esforzaban por proteger sus
cabezas y escapar del golpe. Sin embargo, parece que nadie
resultó herido; y una vez restaurada la armonía de la fiesta, el
incidente proporcionó un nuevo tema de conversación, que con­
tarían con todo detalle a sus amigos al volver a casa.
Los jarrones eran muy numerosos y de variadas formas, ta­
maños y materiales. Eran de piedra dura, alabastro, cristal, mar­
fil, hueso, porcelana, bronce, latón, plata u oro, y los de las cla­
ses más pobres eran de cerámica vidriada o de barro común:
muchos de sus jarrones ornamentales, como los que se usan
hoy en día, eran de las formas más elegantes y podrían com­
petir con los griegos. Los egipcios normalmente mostraban en
estos adornos de lujo que decoraban su casa, el gusto de un
pueblo altamente refinado. Tanto se parecían a las piezas de
las mejores épocas de la antigua Grecia en su forma y en los
adornos que les colocaban, que se podría incluso pensar que
estaban copiados de modelos griegos. Pero eran puramente
egipcios y habían sido universalmente adoptados en el valle

160. Vasos de oro del tiempo de Tutmosis III. Tebas.

5 Lamento haber perdido la copia de este entretenido tema. Estaba en


una tumba en Tebas.

157
del Nilo, mucho antes de que las elegantes formas que admi­
ramos fueran conocidas en Grecia, hecho invariablemente re­
conocido por los conocedores de la remota era de los monu­
mentos egipcios y de las pinturas que los representan.
Algunos de los más elegantes datan del primer período de
Tutmosis ΠΙ, que vivió entre mil cuatrocientos o mil quinien­
tos años antes de nuestra era y no sólo admiramos sus formas,
sino la riqueza de los materiales con los que estaban hechos,
los colores y los jeroglíficos, que muestran que eran de oro y
plata o de plata con incrustaciones de oro.
Los de bronce, alabastro, cristal, porcelana e incluso cerá­
mica común, también merecen admiración por la belleza de sus
formas, los diseños que los adornaban y la calidad del material;
las tazas de oro y plata a menudo estaban bellamente talladas y
tenían piedras preciosas incrustadas. Entre estas se distinguen
las esmeraldas verdes, la amatista púrpura y otras gemas. Cuando
tenían las asas adornadas con cabezas de animales, los ojos a me­
nudo estaban representados por estas piedras, excepto cuando se
usaba esmalte o alguna composición coloreada como sustituto.
Que los egipcios usaban piedras preciosas para decorar sus
jarrones y para collares, anillos, brazaletes y otros adornos pro­
pios de mujeres, queda patente en las
pinturas de Tebas y por los numerosos
artículos de joyería encontrados en las
tumbas. Parece que a veces se envia­
ron a Egipto en bolsas similares a las
que contenían el oro en polvo que las
161. Bolsas, generalmente con naciones conquistadas traían como tri-
poivo de oro, atadas y selladas, buto a los egipcios, y que estaban ata-
Tebas- das y aseguradas con un sello.
Muchos de los jarrones de bronce
encontrados en Tebas y en otras partes de Egipto eran de exce­
lente calidad y prueban la habilidad que poseían los egipcios en
el arte del trabajo y la mezcla de los metales. Son sorprenden­
tes los ricos tonos sonoros que emiten al ser golpeados, el fino
pulido que aún hoy se puede ver en algunos y el buen acabado

158
162. Jarras, con una o dos asas.
figs. 1, 2. Cántaros de barro encontrados en Tebas. 3 ,4 . Jarrones de bronce.
5. Lo mismo visto desde arriba, mostrando la parte superior del asa.
6 a 19. De las pinturas de Tebas.

159
163. Jarrones adornados con una o dos cabezas o el animal entero. Tebas.
fig. 2. Lleva escrita la palabra oro encima.

160
164. Jarrones ricamente adornados con cabezas de animales, y figuras de cautivos. Tebas.

161
que le daban los orfebres: no menos dignos de alabanza son los
cuchillos y dagas, hechos del mismo material. La elasticidad que
poseían y que aún hoy conservan, era de tal calidad como la que
se espera encontrar en las hojas de acero actuales. Aún no han
podido determinarse las proporciones exactas del cobre y la ale­
ación, en ninguno de los ejemplos que se conservan en los mu­
seos de Europa, pero sería curioso saber su composición, par­
ticularmente la de la interesante daga de la colección de Berlín,
que es tan notoria por la elasticidad de su hoja, como por la ni­
tidez y perfección de su acabado. Muchas contienen diez o vein­
te partes de latón y ochenta o noventa de cobre.
Algunos jarrones tienen un asa y otros dos. Algunos esta­
ban adornados con las cabezas de animales salvajes, como íbi­
ces, antílopes o gacelas. Otros tenían una cabeza a cada lado,
de zorro, gato o algo similar. Otros estaban adornados con ca­
bezas de caballos, un cuadrúpedo entero, una cabeza de gan­
so, figuras de cautivos u otros adornos. Algunas veces eran
grotescos y monstruosos, especialmente cuando formaban par­
te de las ofrendas que traían los pueblos conquistados del nor­
te, que pueden ser asiáticos más que egipcios. Uno de ellos

165. fig. 1. Jarrón, con la cabeza de un pájaro como tapa. Tebas.


2. Con la cabeza de un monstruo Tifón. 3. Un jarrón dorado, sin asas.
Son de los tiempos de las dinastías x v i i i y xix.

162
(fig. 1) parece que tenía como tapa la cabeza del dios asirio
representada en las esculturas de Nimrud, que se suponía que
era un buitre, un pájaro cuyo nombre, nisr, recuerda al de
«Nisroch, el dios» de Nabucodonosor. Eran de porcelana o de
esmalte en oro y era sorprendente el brillo de sus colores. La
cabeza de un monstruo tifón también sirvió de tapadera para
estos jarrones, al igual que como soporte de un espejo (en el
que se miraba a diario una dama egipcia). Pero estos dos y la
cabeza de pájaro son de tiempos muy tempranos y han sido
encontrados entre los jarrones traídos como parte del tributo
de Asia a los reyes de las dinastías x v i i i y xix. La cabeza del
monstruo Tifón guarda cierta analogía con la de Medusa. Se
piensa que era del dios sirio Baal, cuyo nombre se asoció al­
gunas veces con el de Set o Tifón, el maligno.
También había un rhyton o copa de beber, con la forma de
una cabeza de gallo, que formaba parte del tributo del pueblo
de Kufa a Tutmosis m.
Estos jarrones adornados en exceso, con una confusa mez­
cla entre modelos de flores y volutas, parecen haber venido
en su mayoría de Asia. Es notorio que los ornamentos de
Níneve tengan el mismo carácter. A veces son tan faltos de
gusto como las botellas de vino y los tiestos de una bodega
o jardín inglés. Pero muchos de los traídos por el pueblo de
Rotnn tienen toda la belleza de formas encontradas en los ja­
rrones griegos.
Algunos tienen una sola asa fijada en un lado y tenían una
forma no muy distinta a nuestras jarritas de leche6, adornados
con cabezas de buey u otros ornamentos. Otros eran de bron­
ce y oro, con las asas del mismo metal. Muchos jarrones tenían
asas simples o argollas a cada lado; otros carecían de estas y
de cualquier ornamento exterior; algunos estaban adornados
con un simple aro unido a una barra7 o con un pequeño nudo,

6 Grabado 166, figs. 1, 2.


7 Grabado 161, figs. 1, 2.

163
166. De las pinturas de Tebas.
figs. 1 y 2. Jarrones de un período temprano. 3. Jarrones sobre un soporte.
4. Copa de beber de porcelana. 7. Jarrón de bronce, ribeteado con oro.

que sobresalía en un lado8; y muchos de los usados en el ser­


vicio del templo, muy adornados con figuras de las deidades
en relieve9, tenían un asa curva móvil, parecida, aunque más
elegante, a sus utensilios de cocina comunesl0. Eran de bron­
ce, adornados con figuras en relieve o grabadas; y una de és­
tas encontrada por Salt mostraba, por la elasticidad de su tapa
y la perfección con la que encajaba en la boca del jarrón, la
gran maestría de los artesanos egipcios ".
Otro, de dimensiones mucho mayores y de forma distinta,
que traje de Tebas y entregué al Museo Británico, es también de

8 Grabado 167, figs. 3, 4, 5.


9 Grabado 168, fig. 1.
10 Grabado 168,fig. 3.
11 Grabado 172.

164
167. fig, 1. Vasija de bronce, que traje de Tebas, y ahora está en el Museo Británico.
2. Muestra cómo está sujeta el asa.
3. Jarra de alabastro de Tebas, de los tiempos de Nekao.
4. Jarrón de cristal, en Berlín. 5. Jarrón de piedra.
6 a 9. De las esculturas de Tebas.

bronce, con dos grandes asas sujetas con tomillos. Aunque se


parece a algunas de las vasijas representadas por las pinturas en
una cocina egipcia, su ligereza parece mostrar que más bien se
usaba como palangana o para algún propósito similarl2.
Los jarrones coronados por una cabeza humana, que servía
de tapa, parecen haber sido usados con mucha frecuencia para
guardar oro y otros objetos preciosos, como lo podemos apre-

12 Grabado 169.
168. fig. 1. Vasija de bronce usada en el templo.
2. Una más grande, en el Museo de Berlín.
3, 4, 5. Utensilios culinarios en las esculturas de Tebas.

169. Recipiente de bronce que traje de Tebas.

ciar en los que se han encontrado en ciertas pequeñas cámaras


de Medinet Habu, que eran el tesoro del rey Ramsés m. Y si
Ramsés era realmente el mismo que el rico Rampsinito de
Herodoto, estas cámaras pueden haber sido las que contenían el
mismo tesoro que él menciona, donde los ladrones mostraron
tanta destreza.

166
170 . fig. 1. Jarrón de alabastro en mi posesión, de Tebas.
2. Jarrón de porcelana de la colección del Salt.

171 V
fig. 1. Jarrón de alabastro, con aceites aromáticos, en el museo del Castillo de Almvick.
2. Jeroglíficos de un jarrón, con el nombre de la reina, la hermana de TYitmosis III.
3. La tapa. 4 y 9. Vasijas de porcelana, de las pinturas de Tebas.
5. Jarrón de porcelana en mi posesión, de Tebas.
6. Pequeña vasija de marfil, en mi posesión, con un ungüento de color oscuro, de Tebas.
7. Vasija de alabastro con la tapa (8), en el museo del Castillo de Alnwick.

167
172. Jarrón de bronce de la colección Salt. 173. Botella de cristal. Tebas.

Las botellas, jarritas y vasijas, usadas para guardar pomadas


o para otras utilidades relacionadas con el aseo, eran de alabas­
tro, cristal, porcelana, y materiales duros, como el granito, ba­
salto, pórfido o sexpentina; algunas estaban hechas de marfil,
hueso y otros materiales, de acuerdo con los gustos o medios del
individuo; o las jarras de barro y las botellas de agua de Coptos,
como las modernas de Bailas y Keneh (ciudades vecinas) eran
altamente apreciadas incluso por los extranjeros.
También eran numerosas las cajas pequeñas de madera o
marfil y, al igual que los jarrones, eran de muy variadas for­
mas. Algunas, que contenían cosméticos, servían para de­
corar el tocador de las damas. Estaban talladas de diversas
formas y cargadas con diversos adornos en relieve: algunas
veces representaban la favorita flor de loto, con sus yemas
y tallos, un ganso, una gacela, un zorro u otros animales. A l­
gunas eran de una longitud considerable y terminaban en una
concha hueca, parecida a una cuchara en forma y profundi­
dad, cubiertas con una tapa que giraba en una bisagra, y a
esto, que se le puede llamar propiamente una caja, le añadían

168
una parte que puede considerarse como un mero accesorio or­
namental o que servía de mango.

174. Caja con un asa grande, 175. Caja en el Museo de Berlín,


colección Salt. con la tapa abierta.

Generalmente eran de madera de sicómoro, otras veces de


tamarisco13 o de acacia; y otras veces el marfil y la taracea eran
sustitutos de la madera.
Muchas llevaban un asa de longitud menos desproporcio­
nada, que representaba la usual flor de loto o una figura o un
monstruo tifón, un animal o un pájaro, un pez o un reptil. La
misma caja, tuviera tapa o no, era acorde al resto. Algunas ca-

13 Grabados 174, 175.

169
176 . Cajas de madera, o platillos sin tapa. Colección Salt.

jas más profundas seguramente se usaban para guardar pe­


queñas cantidades de ungüentos, que se cogían de un recipiente
más grande cuando se iban necesitando o para otros fines re­
lacionados con el baño, para los que no se requerían cajas de
tamaño mayor. En muchos casos se parecían más a cucharas
que a cajas.

177. Otras cajas abiertas, cuya forma se ha tomado de la corona del nombre de un rey.
Castillo Alnwick y Museo Leyden.

170
Muchas tenían la forma de óvalo real, con y sin asa14; o se
vaciaba el cuerpo de un pez de madera y se cubría con una tapa que
imitaba las escamas, para engañar al ojo, dando la impresión de ser
una masa sólida. Algunas veces se representaba un ganso, listo para

178. Caja con forma de pez, con taja. Colección Salt.

179. Caja con y sin tapa. Museo d e l castillo de Alnwick.

180. Cajas en forma de gansos. Colección Sait y el Museo Leyden.

comer15o nadando en el agua16y arreglándose las plumas. La cabe­


za era el asa de una caja cuya cavidad era el cueipo hueco; algunas
consistían en una parte abierta o taza, unida a una caja cerrada17,

14 Grabado 177.
15 Grabado 179, fig. 1.
16 Grabado 180,fig. 2.
17 Grabado 181.

171
que cuando tenían formas diferentes ofrecían la variedad usual
de ornamentos, y las que no tenían tapa, pueden llamarse plati­
llos. Otras tenían la forma y carácter de una caja, más proftinda
y con más capacidad y eran usadas probablemente para guardar
baratijas, u ocasionalmente como depósitos de pequeños tarritos
de pomada, aceites perfumados o botellitas con colirio que las
mujeres se aplicaban en los ojos.

181. Una parte abierta y otra cubierta. Colección Salt.

182. Caja con la tapa colocada, como es habitual, sobre una bisagra. Colección Salt.

183. Una caja con y sin tapa. Colección Salt.

172
Algunas estaban divididas en compartimentos separados, cu­
biertas por una tapa corrediza, que se deslizaba por una ranura18
o giraba sobre una bisagra colocada en un extremo. Algunas que
eran aún de mayores dimensiones servían para guardar un es­
pejo, peines, e incluso ciertos objetos de vestir.

184. fig. 1. Una caja, con adornos en relieve, dividida en compartimentos.


2. La tapa, que se desliza por una ranura. Colección Salt.

Estas cajas eran normalmente de materiales caros, chapa­


das con maderas exóticas o hechas de ébano, con incrustacio­
nes de marfil, pintadas con diversos motivos o teñidas imitan­
do materiales más valiosos. El modo de sujetar la tapa y el
curioso sustituto de bisagra que tenían algunas, muestran que
ésta se podía quitar del todo y que la caja permanecía abierta
mientras se usaba. Este principio podrá entenderse mejor si se
consulta el grabado 185, donde la figura 1 es un gráfico que
representa un corte transversal de la caja y la figura 2 repre­
senta el interior de la tapa. En la zona superior de la parte tra­
sera (c), en la figura 3, se puede ver un pequeño agujero cor­
tado (e), donde, cuando la caja está cerrada, encaja el nudo (d),
que sale de la barra transversal (b), situada en el interior de la
tapa. Los dos nudos (f y g), uno en la tapa y el otro en la pai­
te delantera de la misma caja, servían no sólo de adorno, sino

18 Grabado 184.

173
185. fig. 1. Sección de la caja. A, la tapa; K, la base; C y D, los dos lados.
2. El interior de la tapa; B y H, barras transversales clavadas en el interior
de la tapa. Encontrada en Tebas.

para atarla con una banda que se colocaba alrededor y se ase­


guraba con un sello.
Los tiradores de ébano o de otras maderas duras, eran muy co­
munes. Estaban cuidadosamente labrados y tenían incrustaciones
en marfil y plata. Podemos ver un ejemplo en el gráfico 5.
Algunas cajas terminaban en una punta dividida en dos par­
tes, una de las cuales se movía girando sobre pequeños pivo­
tes sujetos en la base y los dos extremos de la caja parecían por
su forma los hastiales, como la parte superior parecía el teja­
do de una casa19. Los lados, así como era habitual estaban su­
jetos con pegamento y clavos, generalmente de madera y en­
samblados con cola de milano, un método de ensamblaje
adoptado en Egipto desde época remota; pero su descripción
corresponde más bien al trabajo de la madera, igual que los
métodos empleados para sujetar los peines y otros objetos si­
milares de tocador.

19 Ver cajas en el cap. vn en la sección de carpinteros.

174
Se han encontrado algunos jarrones dentro de cajas hechas
de mimbre, cerradas con tapas de madera, junco, u otros ma­
teriales, que se supone pertenecían al tocador de una mujer o
a un médico. Un ejemplar de estos, ya mencionado20, se con­
serva el museo de Berlín.

186. Botella de terracota, quizá usada por los pintores para poner agua, y que se
sujetaba con el dedo pulgar. Colección Salt.

También se han encontrado en abundancia botellas de te­


rracota de las formas y dimensiones más variadas, hechas para
todo tipo de propósitos para los que podían valer. Una parecía
haber pertenecido a un pintor y se debió usar para echar agua
para diluir los colores, ya que la forma y posición del asa su­
gieren que se cogía con el dedo pulgar de la mano izquierda,
mientras la persona pintaba o escribía con su mano derecha.
Para hacer los jarrones y botellas, los egipcios no sólo usa­
ron la piedra y otros materiales anteriormente mencionados,
sino que también usaron el cuero o piel acondicionada. Algunas
de estas eran importadas por Egipto de países extranjeros. Como
en la sociedad griega y romana, la piel era normalmente usada
entre los egipcios para guardar vino, pero nunca se han visto
botellas de cuero en las fiestas egipcias, bien porque servían el
vino directamente del ánfora o porque lo servían en la mesa.
Las botellas y jarrones de boca estrecha, llenos de agua, se
colocaban en el salón, normalmente tapados con un material li­
gero que permitía la salida del aire caliente al enfriarse el pro­
ducto y por lo general se colocaban en una corriente de aire para

20 Ver grabado 92.

175
favorecer la evaporación. Para tapar estos jarrones, a menudo se
usaban hojas que despedían una agradable fragancia, tal y como
se sigue haciendo hoy en día. Parece, pues, que los antiguos ha­
bitantes de Egipto tenían el mismo prejuicio contra los jarrones
sin tapar que sus actuales habitantes21. Mientras se entretenía a
los invitados con la música y la danza, se preparaba la comida,
pero como constaba de un considerable número de platos y la
carne se mataba para la ocasión, como aún se hace hoy en día
en los países tropicales y del Este, pasaba algún tiempo antes de
que se trajera a la mesa. Un buey, un cabrito, una cabra salvaje,
una gacela o un orix y una gran cantidad de gansos, patos, cer­
cetas, codornices y otros pájaros eran seleccionados normal­
mente, pero el cordero estaba excluido de la mesa de Tebas.
Plutarco incluso dice que «ningún egipcio comería la carne de
cordero, excepto los licopolitas», que hacían esto como un cum­
plido hacia los lobos que veneraban. Estrabón confina su sa­
crificio únicamente al nomo de Nitriotis. Pero, aunque no se
mataban las ovejas ni para la mesa ni para el altar, estos abun­
daban én Egipto e incluso en Tebas, y se mantenían grandes re­
baños, apreciados por la lana que producían, particularmente
en las vecindades de Menfis. Algunas veces los rebaños tenían
más de dos mil cabezas. En una tumba bajo las Pirámides, que
data de hace más de cuatro mil años, se trajeron 974 cameros
para que los escribas los registraran entre los muertos, lo que
significa un número igual de ovejas, independientemente de los
corderos22.
La carne de buey y de ganso era la que principalmente se
consumía en Egipto y por una razón prudente: era un país don­
de no abundaban los pastos, ni tampoco el ganado vacuno; la
vaca era considerada sagrada y por tanto su consumo estaba
prohibido. A sí pues, se evitaba el riesgo de agotar el rebaño
manteniendo un surtido constante de bueyes para la mesa y

21 Grabado 156, fig s , a, b, c, d, e.


22 Ver el sép tim o grabado en el cap. vm .

176
para la agricultura. Un miedo similar a acabar con el número
de ovejas, tan apreciadas por su lana, llevó a una preferencia
por la carne de buey o de ganso. Aunque eran mucho menos
ligeras y ricas que el cordero. EnAbisinia es un pecado comer
gansos o patos y la experiencia actual enseña que en Egipto y
en climas similares, el buey y el ganso no son una comida re­
comendable, excepto en los meses de invierno.
Se servía una cantidad considerable de carne en aquellas
comidas a las que había muchos extranjeros invitados, como
entre los pueblos de Oriente en la actualidad, cuyo azuma o
banquete es famoso por presentar una gran variedad y canti­
dad de platos, por la profusión de viandas y cuando el vino está
permitido, también por la abundancia de bebida. Un sinfín de
verduras estaban también presentes en todas las ocasiones y,
cuando cenaban en privado, los platos que se componían sólo
de verdura eran más solicitados que los de carne, incluso en la
mesa de los ricos. En consecuencia los israelitas, quienes, tras
su larga estancia allí habían adquirido hábitos similares, los
preferían a las carnes y pescados de Egipto23.
El modo en que comían era muy parecido al modo en que
lo hacen hoy los habitantes de El Cairo y en todo el Este: cada
cual se sentaba alrededor de una mesa y mojaba su pan en un
plato situado en el centro, que era retirado a un gesto hecho por
el huésped. A éste le seguían otros platos, cuyo orden dependía
de reglas establecidas y cuyo número estaba predeterminado
por el magistral de las fiestas o la categoría de los invitados. ,
Entre las clases más bajas, la verdura constituía una parte
muy importante de su alimentación y rápidamente se aprove­
chaban de la variedad y abundancia de las suculentas raíces que
crecían espontáneamente en las tierras irrigadas por el creciente
Nilo, tan pronto como sus aguas se habían reabsorbido. Algunas
se comían crudas y otras asadas a la brasa, hervidas o estofa­
das: su principal alimento y el de los niños consistía en leche

23 Nm 11:4,5.

177
y queso, raíces, leguminosas, curcubitáceos u otras plantas y
frutas del campo. Herodoto describe la comida que toma­
ban los trabajadores de las Pirámides y dice que consistía
en «rábanos, cebollas y ajos»; el primero, que ahora se lla­
m a/?#/ sabe como el rábano; pero ha omitido una legum­
bre, las lentejas, que era, como hoy en día, el principal cons­
tituyente de su dieta y que Estrabón muy propiamente añade
a la lista.
La roca de numulite, en el límite de estos monumentos, pre­
senta un conglomerado de testáceos insertados en ella, que en
algunas ocasiones se parecen a pequeñas semillas. Estrabón
imagina que eran las semillas de lentejas petrificadas, que ha­
bían traído los trabajadores, ya que constituían la comida dia­
ria de las clases obreras y de las clases más bajas de egipcios.
Mucha atención se dedicó al cultivo de esta útil legumbre
y algunas variedades se hicieron renombradas por su excelen­
cia, como las lentejas de Pelusio dignas de estima en todo Egipto
y en países extranjeros.
En pocos países hubo más variedad de verduras que en
Egipto, como lo prueban los escritores de la Antigüedad, las
esculturas y el número de personas que las vendían; y en los
tiempos de la invasión árabe, cuando Alejandría fue tomada
por Amer, el teniente del califa Ornar, no menos de cuatro mil
personas se dedicaban a la venta de verduras en esa ciudad.
El loto, el papiro y otras producciones similares de la tierra,
durante y después de la inundación, eran, para los pobres, una
de las mayores bendiciones que la naturaleza había otorgado
nunca a ningún pueblo. Como la bellota en los climas del nor­
te, constituía quizás el único alimento de los campesinos en el
temprano período de la colonización de Egipto. La fertilidad de
la tierra, sin embargo, pronto permitió un producto más caro a
los habitantes, y mucho antes de que hubieran hecho grandes
avances en la civilización: se cultivaban en gran medida por todo
el país cereales y plantas leguminosas. La palmera era otro im­
portante regalo que se les había otorgado: florecía espontánea­
mente en el valle del Nilo y no podía crecer en las áridas arenas

178
del desierto; sin embargo, el agua era todo el alimento que pre­
cisaba. Este útil árbol producía dátiles en abundancia, fruta muy
rica y nutritiva, que puede considerarse como un beneficio uni­
versal al alcance de toda clase de personas, y cuyo cultivo no re­
quiere grandes gastos ni interfiere con otros cultivos.
Entre las verduras arriba mencionadas hay una que requie­
re ciertas observaciones. Juvenal dice que los egipcios tenían
prohibido comer cebollas y se cuenta que fue excluida de la mesa
egipcia. Pero incluso si, como supone Plutarco, las cebollas les
estaban prohibidas a los sacerdotes, que «se abstenían de la ma­
yoría de las verduras», estas no estaban excluidas del altar de los
dioses, ni de las tumbas, ni de los templos. Se puede ver a un sa­
cerdote sosteniéndolas en la mano o un altar cubierto con un ma­
nojo de sus hojas y raíces. Fueron introducidas tanto en cele­
braciones públicas como privadas, y se traían a la mesa junto
con la calabaza, los pepinos y otras verduras. Los israelitas, cuan­
do abandonaron el país, lamentaban: «las cebollas» así como los
pepinos, las sandías24, los puerros, el ajo y la carne que «co­
mieron» en Egipto25.

1 2 3
187. Carnicero matando y despiezando un íbice o cabra salvaje; los otros dos
afilando sus cuchillos en un eslabón. Tebas.

24 Abtikhim, ver b a tik árabe, «sandía».


25 Ex 16:3; Nm 11:5.

179
Las cebollas de Egipto eran suaves y de excelente sabor. Las
comían tanto crudas como cocinadas las personas de las clases
más altas así como las de clases más bajas; pero es difícil decir
si las introdujeron en la mesa al igual que el repollo, como en­
trante para estimular el apetito, según recomienda Sócrates en
el Banquete de Jenofonte. En esta ocasión, diferentes miembros
de la fiesta mencionan curiosas razones para su uso. Nicerato
observa que las cebollas saben bien con el vino y cita a Homero
como apoyo a su afirmación. Cármides sugiere su utilidad «para
engañar a una mujer celosa, que encontrando que el aliento de
su marido olía a cebolla, se inclinaría a pensar que éste no ha­
bía saludado a nadie mientras había estado fuera de casa».
La carne elegida para la mesa era normalmente la de buey o
cualquier animal que hubiera sido elegido para la ocasión y se
sacrificaba en un patio cerca de la casa. Se le ataban las cuatro
patas y luego se le arrojaba al suelo; en esta posición le sujeta­
ban una o más personas, mientras el carnicero, afilando su an­
cho cuchillo sobre un acero que llevaba en el delantal, procedía
a cortar el cuello del animal, lo más cerca posible de una oreja
a otra, y a veces continuaban rajándole hacia abajo26. La sangre
normalmente se recogía en una vasija o balde y se utilizaba para
cocinar27, lo cual les fue prohibido repetidamente a los israeli­
tas por la ley de M oisés28. La razón de esta prohibición explíci­
ta se encuentra en la necesidad de impedirles adoptar una cos­
tumbre que habían visto tan recientemente en Egipto. Y no fue
menos estrictamente prohibida por la religión mahometana; to­
dos los musulmanes contemplan esta costumbre de los egipcios
y de los europeos modernos, con un horror y disgusto sin cali­
ficativos. Pero las morcillas fueron popúlales en Egipto.

26 Los israelitas a veces cortaban la cabeza de cuajo. Dt 2 1 :4,6.


27 Grabado \9 \,f ig . 2.
28 Dt 15:23 «Tú serás el único, pues, que no coma sangre: tú la derra­
marás sobre el suelo como si fuera agua.» Dt: 12:16, 23, «Asegúrate de no
comer la sangre, porque la sangre es la vida.» Gn 9:4 y Lv 17:10, 11, 14,
etcétera.

180
Luego se le cortaba la cabeza y procedían a quitar la piel
del animal, empezando por la pierna y el cuello. El primer cuar­
to que se le cortaba era la pata delantera derecha o el hombro;
luego le seguían sucesivamente las otras partes, según la cos­
tumbre o la conveniencia; y el mismo proceso se observaba,
cuando cortaban a las víctimas que se ofrecían en sacrificio a
los dioses. Los sirvientes iban llevando los cuartos a la cocina
en bandejas de madera y el cocinero, una vez seleccionadas las
partes apropiadas para hervir, asar o cocinar de alguna otra for­
ma, las preparaba para el fuego, lavándolas y llevando a cabo
los demás preparativos que consideraba necesarios. En las gran­
des cocinas, el chef o cocinero jefe tenía varias personas a su
cargo, que debían ocuparse de preparar y hervir el agua para
la caldera, poner los cuartos en asadores o broquetas, cortar o
picar la carne, preparar las verduras y cumplir con otras obli­
gaciones que se les asignara.
El modo tan peculiar de cortar la carne frecuentemente nos
impide saber la parte exacta que intentan representar en las es­
culturas. Los cuartos principales, sin embargo, parecen ser la
cabeza, el hombro y la pata, con las costillas, rabo o cadera, el
corazón y los riñones. De forma similar ocurre en los altares y
en las mesas de las casas particulares. Una de las partes es dig­
na de mención por ser totalmente diferente a cualquiera de nues­
tros cuartos europeos, pero exactamente igual a uno que se ve
muy frecuentemente en las mesas egipcias modernas: es parte
de la pata, que consiste en la carne que cubre el hueso, cuyos
extremos sobresalen ligeramente; el dibujo adjunto encontrado
en las esculturas, y el boceto del mismo cuarto de una mesa ac-

188. Peculiar cuarto de carne en una mesa egipcia antigua y moderna.

181
tuai del Alto Egipto, muestran cómo el modo de cortarlo se ha
mantenido como una costumbre tradicional hasta el día de hoy.
La cabeza se dejaba con la piel y los cuernos y a veces se
regalaba a alguna persona pobre, como recompensa por soste­

ner los bastones de aquellos invitados que venían a pie; pero


normalmente se llevaba a la cocina con los otros cuartos y, a
pesar de la afirmación de Heródoto, nosotros encontramos que
incluso en los mismos templos se admitía para el sacrificio y
se colocaba junto con otras ofrendas en el altar de los dioses.
El historiador nos llevaría a suponer que un estricto escrú­
pulo religioso prohibiría a los egipcios de todas clases comer
esta parte, porque afirma, «que ningún egipcio probaría la ca­
beza de ninguna especie animal», como consecuencia de cier­
tas imprecaciones que se podrían haber pronunciado contra ella
en el momento del sacrificio. Pero como está hablando de ter­
neros sacrificados para el servicio de los dioses, podemos con­
cluir que la prohibición no se hacía extensiva a aquellos sacri­
ficados para la mesa, ni tampoco a todos los que se ofrecieran
para sacrificar en el templo; y como ocurre con la ceremonia
del chivo expiatorio entre los judíos, quizás esa importante ce­
remonia estuviera reservada a ciertas ocasiones y a animales
elegidos, sin hacerse extensiva a cada víctima que se matara.
La fórmula de la imprecación era probablemente muy si­
milar entre los judíos y los egipcios. Herodoto dice que estos

182
últimos pedían a los dioses que «si alguna desgracia iba a su­
ceder a los que hacían la ofrenda o a los otros habitantes de
Egipto, que cayera sobre aquella cabeza». Entre los primeros
era costumbre que el sacerdote cogiera dos cabras y las echa­
ra a suertes, «una para el Señor y la otra para el chivo expia­
torio», que se presentaba vivo «para hacer expiación» por el
pueblo. Luego el sacerdote debía «colocar ambas manos sobre
la cabeza de la cabra viva y confesar sobre ella todas las in­
iquidades de los hijos de Israel y todas sus transgresiones de
todos sus pecados, poniéndolos sobre la cabeza de la cabra y
así la enviaban conducida por un hombre adecuado al desier­
to». La afirmación de Herodoto debería, pues, ser referida a la
cabeza, sobre la que se pronunciaba la imprecación; y siendo
considerada en todo Egipto como una abominación, puede que
se llevara al mercado y se vendiera a los
extranjeros o si no los había, puede que
se diera a los cocodrilos.
El mismo modo de sacrificio y pre­
paración de los cuartos era común para
todos los animales; pero los gansos y otras
aves salvajes y domesticadas, se servían
enteras o, como máximo, sin las patas y 190, buey y un Pajaro
1 ^ colocados enteros en el altar.
las alas. El pescado también se servia en­
tero, cocido o frito, sin la cola ni las aletas. Para los servicios
religiosos se preparaban generalmente de la misma forma que
para las fiestas particulares; algunas veces, sin embargo, un buey
entero era traído ante el altar y las aves se colocaban entre las
ofrendas, sin haberles quitado ni siquiera las plumas.
En el Bajo Egipto, o, como lo llama Herodoto «el país del
cereal», tenían el hábito de secar y salar las aves de varias for­
mas, fueran codornices, patos y otras aves29; y el pescado lo
preparaban de la misma forma en el Alto Egipto y el Bajo30.

29 Ver cazad ores de aves e n cap. vm .


30 Ver p escadores en e l cap. vm .

183
Algunos cuartos se cocían, otros se asaban: dos modos de
preparar la comida que Heródoto parece confinai- a los egipcios,
al menos en la paite sur del país; pero las diferentes formas de
cocinar que había introducido Menes31 y que ofendieron los sen­
cillos hábitos del rey Tnephachthus, les habían enseñado desde
hacía mucho tiempo a hacer «sabrosas comidas», lo que impi­
dió a Isaac distinguir la carne de venado joven del adulto.
Los primeros griegos se limitaban a asar la carne y según
observa Ateneo, el héroe de Homero rara vez «hierve sus comi­
das o las adereza con salsas». Los egipcios, por el contrario,
ya en aquellos remotos tiempos tenían unos hábitos mucho más
avanzados en cuanto a la forma de cocinar, signo inequívoco
de su avanzada civilización.
Los egipcios nunca cometieron los mismos excesos que los
romanos durante los tiempos del Imperio, pero cayeron en há­
bitos de intemperancia y lujo tras la conquista persa y la as­
censión de los Ptolomeos. Por tanto, los escritores que los men­
cionan en ese período, describen a los egipcios como un pueblo
libertino y amante del lujo, adicto a un inmoderado amor por
los placeres de la mesa y a todo exceso en la bebida. Incluso
usaron entrantes estimulantes para abrir el apetito, como el re­
pollo crudo, que despertaba y mantenía el deseo por el vino.
Como es costumbre en Egipto y en otros países de climas
cálidos hoy en día, cocinaban la carne tan pronto como mata­
ban al animal, para que estuviera tierna, lo mismo que hace
que la gente del norte la guarde hasta que comienza a des­
componerse. Esto explica la orden de José de «matar y prepa­
rar» para que sus hermanos coman con él el mismo día a me­
diodía. Tan pronto como esto se había llevado a cabo y cuando
todos los cuartos estaban preparados, en la cocina había una
animada actividad. Los cocineros estaban ocupados en sus di­
ferentes secciones: uno regulaba el calor del fuego, atizándo­
lo o dándole aire con fuelles accionados con los p ie s32; otro

31 Es una figura mítica. Pudiera tratarse de Aha o Narmer. (N. del revisor.)
32 Ver cap. IX.

184
7. Preparando la carne para la caldera, que se lleva al fuego en la fig. 6.
8. Machacando algunos ingredientes para el cocinero.
f, k. Aparentemente sifones.
i, j. Cuerdas que pasan por argollas, y que sujetan distintas cosas, como seguro.
s. Probablemente platos. u, v. Mesas.

185
186
ιό
îa

5- h ab
6, 7. Haciendo un tipo de macarrón (/, m, ri) eñ una sartén sobre el fuego. 9. Cocinando lentejas, que están en los cestos, p, p.
8. Preparando el homo. 6,7. Haciendo bollos de pan rociados de distintas semillas. 15,16. Amasando pasta con la mano.
10. Llevando los panes al homo, que está ahora encendido. En a y b la masa se deja probablemente fermentar en un cesto, como se hace ahora en El Cairo.
supervisaba la preparación de la came, espumando el agua con
una cúchala o removiéndola con un tenedor largo33; mientras
que un tercero en un gran mortero machacaba sal, pimienta, u
otros ingredientes, que se iban añadiendo de vez en cuando al
caldo. Líquidos de diversas clases, que algunas veces se va­
ciaban por medio de sifones34 estaban también listos para ser
usados y lo que se quería mantener fuera del alcance de las ra­
tas u otros intrusos era colocado en bandejas, que se subían por
medio de cuerdas que se deslizaban sobre aros colocados en
el techo, para garantizar así su seguridad35.
Otros sirvientes se encargaban de la pasta, que los panade­
ros o pasteleros habían hecho para la cena. Esta sección de pa­
nadería, que puede considerarse unida a la cocina, se presenta
más variada que la última. Algunos tamizaban y mezclaban la
harina36, otros amasaban la pasta con las m anos37 y le daban
forma de bollos, que se preparaban para hornear y se coloca­
ban en una gran bandeja o tabla, que un hombre llevaba sobre
la cabeza38 hasta el hom o39. Antes de esto se rociaban ciertas
semillas sobre la superficie de cada bollo 40 y a juzgar por los
que aún se usan en Egipto con el mismo propósito, eran prin­
cipalmente la Nigella sativa o kamóon aswed, el simsim 41 y la
alcaravea. Plinio también menciona esta costumbre y dice que

33 Grabado 191, fig s. 4 y 5.


34 Esta parte del dibujo está muy deteriorada, pero queda lo suficiente
como para demostrar que usaban sifones, que aparecen de nuevo y esta vez
perfectamente conservados, en una tumba de Tebas. Ver cap. ix.
35 En h y f en grabado 191.
36 Grabado 191 a ,fig s . 13 y 14.
37 fig . 15.
38 Como en la actualidad. Ver, panadero jefe del Faraón, con «tres ces­
tos blancos en la cabeza». Gn 40:16 y Heród. 2:35, «Los hombres llevan
carga en la cabeza, las mujeres en los hombros.» Pero no era la costumbre
general.
39 Grabado 191a, fig s. 19 y x.
40 fig s. 11 y z. llamado o ïk por los egipcios.
41 L evam u m orien ta le. L in neo.

187
sobre los panes de Egipto se colocaban semillas de comino y
que con la masa se mezclaban ciertos condimentos.

192.Cocinando gansos y distintos cuartos de carne. Tumba cerca de las Pirámides,


fig. a, a. Cuartos en calderas, en el aparador, b. c. Mesa.
1. Preparando un ganso para el cocinero (2), que los pone en la olla d.
3. Asando un ganso al fuego (e) de peculiar construcción.
4. Cortando la carne. /. Cuartos en una mesa.
g. Carne guisada en una cazuela sobre el fuego o magur.

Algunas veces amasaban la masa con los pies 42. Esta masa
estaba colocada en un gran recipiente de madera sobre el suelo
y quedaba después en un estado más líquido que cuando se mez­
claba con la mano. Luego se llevaba en jarras al pastelero, que
hacía una especie de macarrones, en una somera sartén de me­
tal sobre el fuego. Dos personas se necesitaban para este proce­
so: una que le daba vuelta con una espátula de madera y otra que
la sacaba con dos palos puntiagudos43 cuando estaba cocida y
que la colocaban en un lugar adecuado donde se guardaba el res­
to de la pasta. Esta última era de varias clases y se extendía con
la mano. A veces se mezclaba con frutas u otros ingredientes y
se le daba la forma de un bollo con tres esquinas, de un buey acos­

42 Heród. 2:36 y figs. 1 y 2.


« figs. 6, 7 y 1.

188
tado, una hoja, una cabeza de cocodrilo, un corazón u otras fi­
guras44, según la imaginación del pastelero. Que su sección es­
taba unida a la cocina45, se puede ver por la presencia de un hom­
bre en la esquina del dibujo, ocupado cocinando lentejas para la
sopa o gachas46; su compañero47 trae un haz de leña para el fue­
go y se ven junto a él cestas de mimbre llenas de lentejas4S.
Las grandes cazuelas que contenían la carne para hervir,
sacadas del aparador49, donde estaban guardadas con los cuar­
tos, se colocaban sobre un fuego de leña en la chimenea, apo­
yadas sobre piedras o sobre un marco de metal o trípode50. Las
más pequeñas, probablemente aquellas que contenían la came
estofada, se colocaban sobre un trípode, bajo el cual había una
perola51 con carbón, precisamente similar al magur, usado en
el Egipto moderno52. Los gansos y cuartos de carne se asaban
en un fuego de construcción muy peculiar, que tenía única­
mente este propósito53; el cocinero pasaba sobre ellos un aba­
nico 54 que hacía las veces de fuelle. Para calentar agua o co­
cer carne, se usaba principalmente la leña; pero para asar carne,
carbón vegetal, como en las modernas cocinas de El Cairo. Las
esculturas representan a los sirvientes trayendo este carbón en

44 fig s , d, f, g, h, i, k; f y g parecen tener la fruta a parte de la masa.


Pasteles de la forma de f se han encontrado en la tumba de Tebas, pero sin
ninguna fruta ni ningún otro condimento.
45 El panadero jefe del Faraón llevaba en el cesto superior «todo tipo
de carnes asadas», no sólo «pan», sino «toda clase de comida». Gn 40:17.
Antiguamente, entre los romanos, no se diferenciaban cocinero y pana­
dero.
46 fig . 9.
47 fig . 10.
48 En p.
49 En b.
50 Grabado 192, en d,
51 E ne.
52 En g.
53 E ne.
54 E nf.

189
esterillas, de la misma forma que las de hoy en día. Algunas
veces usaban unas bolas redondas para cocinar, probablemen­
te una mezcla de carbón vegetal y otros ingredientes, que se
pueden ver en un dibujo que representa a un sirviente sacán­
dolas de una cesta y poniéndolas en un horno, mientras que
otro da aire al fuego con un abanico.
Que la comida principal se servía al mediodía se puede sa­
ber por la invitación que dio José a sus hijos; pero es probable,
que, como los romanos, también cenaran, como es aún la cos­
tumbre en el Este. La mesa era muy parecida a como es hoy en
día en Egipto: una pequeña banqueta, que servía de apoyo a una
bandeja redonda, en la que se colocaba los platos. Pero se di­
ferenciaba de esta en que tenía una cumbre circulai' fijada so­
bre un pilar o pata, que a menudo teñía la forma de un hombre,
generalmente un cautivo, que sostenía la tabla sobre su cabeza.
Era toda de piedra o de alguna madera dura. Sobre esta se co­
locaban los platos y las hogazas de pan, algunas de las cuales
no eran muy diferentes de las modernas hogazas de pan egip­
cias, planas y redondas como los bollos ingleses. Otras tenían
la forma de roscas o pasteles y estaban rociadas de semillas.
Generalmente la mesa no se cubría con ningún mantel, pero
era costumbre lavarla con una esponja o servilleta cuando se
quitaban los platos. Luego era pulida por los sirvientes cuan­
do los invitados se habían retirado. A veces se extendía una
servilleta sobre la mesa, al menos en aquellas ocasiones en las
que se llevaban ofrendas en honor a los muertos. Uno o dos in­
vitados se sentaban normalmente a la mesa, aunque por la men­
ción de que las personas se sentaban en fila según el rango se
ha supuesto que las mesas a veces eran alargadas, como pue­
de haber sido el caso cuando los hermanos de José «se senta­
ron ante él, de mayor a menor, por orden de nacimiento», mien“
tras José comía solo en otra mesa «que estaba colocada en
frente de todos ellos». Pero incluso si la mesa era redonda, tam­
bién se podían sentar según el rango, pues había siempre un
puesto de honor en la mesa redonda de Egipto, como sucede
incluso en la actualidad.

190
En las casas de los ricos, el pan se hacía de trigo. Las clases
más pobres se tenían que contentar con hogazas de cebada o de
dura (Holcus sorghum), que tanto utilizan últimamente. Herodoto
se confundió cuando escribió que ellos pensaban que «era la ma­
yor desgracia vivir de trigo y cebada», como cuando dijo que
«nadie bebía en tazas que no fueran de bronce». Las tazas en las
que bebían los egipcios no sólo eran de muy distintos materia­
les, sino de muy distintas formas. Algunas eran sencillas y sin
adornos, otras, aunque de pequeñas dimensiones, estaban hechas
a imitación de jarras más grandes. Muchas eran como nuestras
propias copas, sin asas y otras pueden llamarse vasos y platillos.
Los primeros estaban hechos normalmente de alabastro, con una
base redonda, de modo que no podían sostenerse derechos cuan­
do estaban llenos y había que sostenerlos con la mano; cuando
se vaciaban, se les ponía boca abajo, apoyados en los bordes; los
platillos, que eran de cerámica vidriada, tenían a veces flores de
loto o peces, representados en su superficie cóncava.

193. Tazas de beber.


fig. 1. Copa de alabastro, en el Museo del Castillo Alnwick.
2. Platillo o copa de cerámica azul vidriada, en la Colección de Berlín.
3. Vista lateral del mismo.

Las mesas, como en la comida romana, eran traídas y lue­


go recogidas, con los platos sobre ellas. Algunas veces cada

191
1 2
194. La mesa retirada con los platos sobre ella. Tumba cerca de las Pirámides.

cuarto se servía en un plato separado y la fruta colocada en una


bandeja o tajadero se servía después de la carne y se traía al fi­
nal de la cena. En círculos menos refinados, particularmente en
los tiempos más remotos, la fruta se traía en cestos, que se de­
jaban al lado de la mesa. Los platos consistían en pescado, car­
ne cocida, asada, condimentada de diversas formas, caza, aves
y una gran variedad de verduras y frutas, en particular higos y
uvas, durante la estación; la sopa o el «potaje de lentejas»,
como entre los egipcios modernos,
era un plano bastante usual. Eran
particularmente aficionados a las
uvas y a los higos, lo que se de­
muestra por su constante introduc­
ción, incluso entre las ofrendas que
se elegían para presentar ante los
dioses; y los higos del sicomoro de­
bían tenerse en gran estima, ya que
estaban seleccionados como las fru­
tas celestiales, dados por la diosa
195. Un pastel de dátiles secos, en­
Nepte a aquellos que eran juzgados contrado por mí en Tebas. En a hay
merecedores de ser admitidos a las un hueso de dátil.

192
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193
regiones de la eterna felicidad. También se traían a la mesa dá­
tiles frescos durante la estación y secos en otras épocas del año,
así como conserva de esa fruta, con la que se hacía un pastel de
la misma forma que los tamarindos ahora traídos del interior
de África y que se venden en el mercado de El Cairo.
Los invitados se sentaban en el suelo o en banquetas y sillas
y como no tenían ni cuchillos ni tenedores, ni sustitutos de és­
tos, como los palillos chinos, comían con los dedos, igual que
lo siguen haciendo los modernos asiáticos, e invariablemente
con la mano derecha; tampoco utilizaban cubiertos los judíos55
ni los etruscos, aunque tenían tenedores para otros propósitos.
Las cucharas se introducían cuando se necesitaban para to­
mar sopa u otros líquidos y quizás se emplearan los cuchillos

197. fig. 1. Cuchara de marfil, de 10 cm 198. De madera,


de longitud en el Museo de Berlín, en la Colección Salt.
encontrado con las vasijas del grabado 181.
2. Cuchara de bronce, en mi posesión, de 20 cm de longitud
3. 4. Cucharas de bronce, encontradas por Burton en Tebas.

55 15 Sm 2:14.

194
en alguna ocasión, para facilitar el trinchamiento de un gran
cuarto, como se hace en el Este hoy en día.
Las cucharas egipcias eran de varias formas y tamaños,
principalmente de marfil, madera, hueso, bronce u otros me-

199. figs. 1, 2. Haz y envés de una cuchara de madera.


3. Cuchara de marfil. Colección Salt.

200. Concha de alabastro y cuchara. Museo del Castillo Alnwick.

201. figs. 1, 2. Cacillos de bronce en el Museo de Berlín.


3. De madera dura, en el mismo museo.
4. Cacillos de bronce, en mi posesión, de 45 cm de longitud. Han sido
pulida.

195
tales. Algunas tenían el mango terminado en un gancho, por
donde se las podía colgar de un clavo36, si se quería. Muchas
estaban adornadas con la flor del loto; los mangos de otras re­
presentaban un animal o una figura humana; algunas eran de
una forma muy arbitraria; y otras más pequeñas, de forma re­
donda, probablemente para sacar pomada de una vasija y pa­
sarla a una concha o taza para su uso inmediato. Se descu­
brieron a veces en las tumbas de Tebas. Una del museo del
Castillo de Alnwick es un perfecto espécimen de este tipo de
cucharas y es aún más interesante por haberse encontrado jun­
to a la concha, su compañera en la mesa de tocador57.
Los cacillos eran también comunes y se han encontrado
muchos de ellos en Tebas. Eran de bronce, frecuentemente
dorado y la talla del extremo del mango, que terminaba en
una cabeza de ganso, típico ornamento egipcio, servía para
colgarlos de los lados de las vasijas, después de haberlos usa­
do para sacar de ellas el líquido y a juzgar por una pintura en
una jarra que se encuentra en el museo de Nápoles, donde se
representa a un sacerdote vertiendo una libación de un jarrón
con el cacillo, podemos concluir que este era el principal pro­
pósito para el que se utilizaron. La longitud de algunos de
ellos era de 22 cm, el cacillo medía casi 7,5 cm de profundi­
dad y 6,5 cm de diámetro; pero muchos eran aún más pe­
queños.
Algunos cacillos tenían una unión o bisagra en el centro
del mango, de forma que la parte superior podía doblarse so­
bre la otra o se podía deslizar por detrás. En el extremo tenían
una varilla que las mantenía juntas, al mismo tiempo que per­
mitía que la parte superior pudiera deslizarse hacia arriba y ha­
cia abajo sin problemas (figs. 1, 2). Dos de estas se conservan
en el museo de Berlín. También hay un cazo de madera dura,
encontrado con una caja de botellas, que es muy pequeño: la

56 Grabado 197, fig. 2.


57 Grabado 200.

196
parte inferior, que puede llamarse mango, mide más de 0,75 m
de largo y está hecha con sumo cuidado; y la varilla deslizan­
te que encaja en una ranura que hay en el centro del mango,
tiene aproximadamente el grosor de una aguja (fig. 3).
También se han encontrado en Tebas pequeños colado­
res de bronce de 0,75 m de diámetro y otros muchos uten­
silios.
Los egipcios se lavaban antes y después de comer, costum­
bre invariable en todo Oriente, así como entre los griegos, ro­
manos, hebreos58 y otros pueblos. Heródoto nos habla de una
palangana de oro que pertenecía a Amasis, que era usada por el
rey y «los invitados que acostumbraban a comer en su mesa».
Parece que también usaron un absorbente para limpiarse
las manos, y un polvo de altramuces machacados, el doqáq del
moderno Egipto, es sin duda una antigua invención, entrega­
da a los actuales habitantes.
El jabón no era desconocido por los antiguos y una pequeña
cantidad se ha encontrado en Pompeya. Plinio, que lo menciona
como si fuera una invención de los galos, dice que estaba hecho
de grasa y cenizas; y Areteo, el médico de Capadocia, nos dice
que los griegos tomaron el conocimiento de sus propiedades me­
dicinales de los romanos. Pero no hay ninguna evidencia de que
los egipcios usaran jabón y, si por casuaüdad descubrieron algo
parecido mientras realizaban mezclas de sodio o potasio y otros
ingredientes, es probable que fuera sólo un absorbente, sin acei­
te o grasa y equivalente a la esteatita o las tierras argiláceas, que,
sin duda, conocían desde hacía mucho tiempo.
Los egipcios, pueblo escrupulosamente religioso, nunca
descuidaban expresar su gratitud por las bendiciones que dis­
frutaban y dar gracias a los dioses por la peculiar protección que
pensaban se extendía sobre ellos y sobre su país, por encima de
todas las naciones de la Tierra. Así pues, nunca se sentaban a co-

58 Los fariseos «se maravillaron de que no se hubiera lavado antes de


comer». Le 11:38.

197
mer sin haber pronunciado una bendición. Josefo dice que cuan­
do los setenta y dos ancianos fueron invitados por Ptolomeo
Filadelfo a cenar en el palacio, Nicanor pidió a Eleazar que pro­
nunciara la bendición por sus compatriotas, en vez de por los
egipcios, a quienes se encargaba ese deber en otras ocasiones.
También tenían por costumbre, durante o después de sus
comidas, introducir una imagen de Osiris de madera, que po­
día medir 45 cm de alto, con la forma de una momia humana,
erguida o tumbada sobre un féretro y mostrarla a cada uno de
los invitados para recordarles su mortalidad y la transitoria na­
turaleza de los placeres humanos. Se les recordaba que algún
día serían como esa figura; que los hombres debían «amarse
unos a otros y evitar esos males que tienden a hacerles consi­
derar que la vida es demasiado larga, cuando en reaüdad es de­
masiado corta»; y que mientras disfrutaran de las bendiciones
de este mundo, tuvieran presente que su existencia era preca­
ria y que la muerte, que todos deberían estar preparados para
encontrar, debía cerrar su ciclo terrenal en algún momento. Así,
mientras a los invitados se les permitía e incluso animaba a dis­
frutar de los placeres de la mesa con alegría y con el regocijo

2
202. Figura de una momia con la forma de Osiris, traída a una mesa egipcia, y
mostrada ante los invitados.

198
tan acorde a su agradable disposición, se les exhortaba para
que pusieran cierto grado de limitación a su conducta, y aun­
que este sentimiento fue tergiversado por otros pueblos y usa­
do como un incentivo para cometer excesos, era perfectamen­
te consistente con las ideas de los egipcios que se les recordara
que esta vida era sólo un alojamiento o «posada» en su cami­
no y que su existencia aquí era la preparación para un estado
futuro.
Muy diferente fue la exhortación de Trimalquio, que así
nos relata Petronio: «Ante nosotros, que estábamos bebiendo
y admirando el esplendor de un entretenimiento, un sirviente
trajo un hombre representado en plata, de tal forma diseñado
que sus articulaciones y vértebras movibles se podían doblar
en cualquier dirección. Después de haber sido mostrado entre
nuestra mesa dos o tres veces y de que se le hubiera hecho asu­
mir diferentes posturas, Trimalquio exclamó, ¡Ay, infeliz gru­
po, cómo en verdad un hombre no es nada! Similares seremos
todos nosotros cuando la muerte nos haya llevado lejos: así
pues, mientras se nos permita vivir, vivamos bien.»
«Los impíos» de los tiempos de Salomón, se expresaban
así: «Nuestra vida es corta y tediosa y no hay remedio a la
muerte de un hombre; ni se ha conocido nunca a un hombre
que volviera de la tumba. Porque nacemos a toda aventura
y así será en el futuro, como si nunca hubiéramos existido...,
venga, pues, disfrutemos de las cosas buenas que tenemos en
el presente..., llenémonos con caro vino y aceites; y no deje­
mos que ninguna flor de la primavera se nos pase; coloqué­
monos coronas de capullos de rosas, antes de que se marchi­
ten; no dejemos que ninguno de nosotros se vaya sin recibir su
parte de nuestra voluptuosidad; dejemos muestras de nuestra
alegría por todas partes59.»
Los egipcios, al igual que otros pueblos, nunca desatendían
un buen consejo y el objetivo original del mismo era loable.

59 Sb 2:1 y sig.; Is 22:13; 41:12; Ecles 2:24; Le 12: y Cr 15:32.

199
Plutarco dice expresamente que se pretendía comunicar una
lección moral. La idea de la muerte no tenía nada de desagra­
dable para los egipcios y no objetaron nada ante esta costum­
bre, e incluso llegaron al extremo de colocar la momia de un
pariente muerto en la mesa celebraciones, como un invitado
más; este hecho es recordado por Luciano, en su «Ensayo so­
bre el dolor» y del que declara haber sido testigo.
Tras la cena, se retomaba la música y el canto; hombres y
mujeres llamados para la ocasión mostraban sus proezas de ha­
bilidad girando unos y otros de la mano, lanzando y recogien-

203. Acróbatas, fig. I. Uno de los cuatro sosteniendo las recompensas. BeniHasan.

204. Mujeres haciendo acrobacias y realizando exhibiciones de agilidad. Beni Hasan.

200
do una pelota o echándose a rodar hacia atrás, con la cabeza
sobre los talones, como si fueran una rueda. Normalmente esto
era representado por mujeres. También se apoyaban sobre la
espalda del otro y daban una voltereta en esa posición. Como
premio se entregaba una gargantilla o algún otro regalo al vol­
teador más hábil.
Los juegos más usuales de interior eran pares y nones, la
mora y las damas. Para jugar al primero (llamado luciere par
et impar) usaban huesos, nueces, habas, almendras o conchas,
y entre las dos manos tenían un número indefinido.
El juego de la mora común en la Italia antigua y moderna se
jugaba entre dos personas, que simultáneamente enseñaban los
dedos de una mano, mientras un grupo adivinaba la suma de am­
bos. En latín se llamaba micare digitis y este juego, tan común
entre las clases más bajas de italianos, existía en Egipto, hace
unos cuatro mil años, durante el reinado de los Osirtasens60.

205. fig. 1. Jugando a la mora. Tebas.


2. A pares y nones.

206. Juego de las damas y la mora. Beni Hasan.

60 Como el mismo autor sugiere (Ip. 307) puede ser Usertsen o Senuseret.
(N. del revisor.)

201
La misma o incluso más antigua, se puede atribuir al jue­
go de las damas o, como se le ha llamado erróneamente, el aje­
drez (el llamado senet. Nota del encargado de la revisión).
Porque en los dos, los jugadores se sentaban en el suelo o en
sillas y las fichas u hombres se ordenaban por rango a los ex­
tremos de la mesa y se movían por un tablero de cuadros, como
en nuestros propios juegos de ajedrez y damas.
Las figuras eran todas del mismo tamaño y forma, aunque
variaban algo de un tablero a otro: algunas eran pequeñas, otras
grandes acabando en formas redondeadas, otras estaban coro­
nadas con cabezas humanas y otras eran de formas más ligeras
y más simples, como pequeños bolos. Esta era probablemente
la forma preferida, ya que así eran las que se usaban en el pala­
cio del rey Ramsés. Estas últimas parece que medían alrededor
de 4 cm y se asentaban sobre una base circular de 1,2 cm de diá­
metro, aunque otras sólo miden 3 cm de diámetro y poco me-

207. Figuras de damas.


fig. 1. De las esculturas de Ramsés III.
2. De madera, y 4, 5, de marfil, en mi posesión.
3. De cerámica vidriada, de Tebas.

202
nos de 1,2 cm de ancho en la parte inferior. Se han encontrado
otras de marfil, que miden 1,5 cm de alto y 1,1 cm de diámetro,
con una pequeña bolita en la parte superior, exactamente como
las representadas en Beni Hasan y en las tumbas cercanas a las
Pirámides (fig. 4).
Todas las que pertenecían al mismo .tablero eran aproxima­
damente iguales en tamaño, un juego de figuras era blanco y
rojo y el otro negro o uno tenía cabezas redondas y el otro pla­
nas, que se colocaban unas frente a otras61. Cada jugador, co­
giendo la ficha con el índice y el pulgar, la movía hacia las de
su adversario; pero como somos incapaces de decir si las fichas
se movían en línea recta o diagonal, no hay razón para creer
que no pudieran moverlas hacia atrás, como en el juego de da­
mas polaco, donde las figuras se mezclan todas en el tablero62.

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1

Era un entretenimiento típico de todas las clases sociales


de Egipto y se jugaba tanto en las casas de las clases más ba­
jas, como en las mansiones de los ricos. El mismo rey Ramsés
está representado en las paredes del templo de Tebas jugando
a las damas con las mujeres de su casa.
Los modernos egipcios tiene un juego de damas que ellos
llaman dameh, cuyas figuras son muy similares a las de sus an­
tecesores y se juega de manera bastante parecida a la nuestra.

61 Grabados 206,fig. 1 y 208,fig. 1.


62 Como en el grabado 208, fig. 1.

203
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Había un juego parecido al de pares y nones, en el que dos


de los jugadores tenían un número de conchas o dados en los
puños, que apoyaban sobre una tercera persona que permane­
cía arrodillada entre ellos, mirando hacia el suelo y que esta­
ba obligada a adivinar el número que salía antes de que pudiera
abandonar dicha posición.
Otro juego consistía en tratar de quitarse uno a otro un aro
pequeño, usando unas varillas en forma de gancho en los ex­
tremos, probablemente de metal. Al parecer un jugador ga­
naba cuando lograba soltar su varilla de la del adversario y
luego le arrebataba el aro antes de que el otro pudiera dete­
nerle.
Había otros dos juegos cuyos tableros y figuras están en
posesión del Dr. Abott. Uno de los tableros mide 27,5 cm de
largo por 8 cm de ancho y tiene diez espacios o cuadrados co­
locados en tres líneas; los otros doce cuadros, están dibujados
en la parte superior (cuatro cuadros dispuestos en tres líneas)
y por debajo hay una línea larga vertical de ocho cuadros, que
se aproximan a la parte superior, como en la preparación de las
tácticas alemanas. Las figuras del cajón del tablero son de dos
formas y un grupo tiene diez mientras que el otro tiene sólo
otro nueve.

204
209a. fig. 1. Ramsés III, jugando a las damas.
2. Sentado en una silla, parecida a nuestras sillas de campo. Tebas.

205
212. Tableros de madera. En la colección del Dr. Abbott.

206
Las pinturas representan otros juegos, pero de una forma
que les hace indescifrables y muchos, que sin duda eran co­
munes en Egipto, se han omitido tanto en las tumbas como en
los escritos de los autores antiguos.
Los dos descubiertos en Tebas y otros lugares, pueden no
ser de un periodo faraónico, pero por la simplicidad de sus for­
mas podemos suponer que son similares a los de la más tem­
prana edad, en los que probablemente se habría adoptado el
número convencional de seis lados. Estaban marcados con pe­
queños círculos, que representaban unidades, generalmente
con un punto en el centro, y eran de hueso o marfil, con lige­
ras variaciones en cuanto al tamaño.

213. Dados encontrados en Egipto. Museo de Berlín.

Plutarco muestra que los dados fueron una invención muy


temprana en Egipto y los egipcios mismos dan fe de ello, al
haberlos introducido en una de las más antiguas fábulas mito­
lógicas. En ella se representa a Mercurio jugando a los dados
con la Luna antes del nacimiento de Osiris y fue entonces cuan­
do le ganó los cinco días de la epacta, que fueron añadidos para
así completar los 365 días del año.
Es probable que varios juegos de azar fueran conocidos entre
los egipcios, además de los dados y la mora y que, así como los
romanos, muchas mentes dudosas buscaran alivio en la promesa
de éxito, recurriendo a combinaciones fortuitas de varias clases;
la costumbre de lanzar o echar a suertes era común al menos en
un periodo tan antiguo como el del Exodo de los hebreos.
Los juegos y entretenimientos de los niños tendían a pro­
mover la salud mediante el ejercicio del cuerpo y a distraer la
mente con pasatiempos divertidos. Les estimulaban a juegos

207
214 . Muñecas de madera.

como tirar y coger la pelota, correr, saltar y hazañas similares,


tan pronto como su edad se lo permitía. Un niño pequeño se en­
tretenía con muñecas pintadas, cuyas manos y piernas, sujetas
con tomillos, podían adoptai· diversas posiciones. Algunas eran
de formas poco trabajadas, sin piernas o con una imperfecta re­
presentación de un solo brazo a un lado. Algunas tenían nume­
rosas sartas, imitando pelo, que colgaban del lugar donde se su­
pone debía estar la cabeza; otras mostraban una forma muy

215. Juguetes de niños. Museo de Leyden.

208
similar a la de un hombre y algunas, hechas con considerable
atención en cuanto a las proporciones, eran pequeños modelos
de la figura humana. Estaban pintadas según la moda; las que
tenían formas más imperfectas, tenían a menudo el aspecto más
llamativo para atraer la atención del niño. Algunas veces repre­
sentaban a hombres que lavaban o amasaban pasta y se movían
tirando de una cuerda. Los niños también se entretenían con las
muecas de un monstruo tifón o un cocodrilo. Tenemos suficiente
evidencia de que la noción que tenían de este animal «que no
mueve la mandíbula inferior y es la única criatura que acerca la
superior a la inferior», es errónea. Como otros animales, sólo
mueve la inferior; pero cuando captura a sus presas echa la ca­
beza hacia arriba, lo que da la apariencia de movimiento de la
mandíbula superior y es lo que ha conducido a este error.

209
Jugar a la pelota se hacía generalmente al aire libre. No era
sólo un juego de niños, ni tampoco de un solo sexo, aunque el
mero entretenimiento de lanzarla y atraparla parecía ser típico
de las mujeres. Teman diferentes modos de jugar. Algunas ve­
ces una persona que fallaba al atrapar la pelota estaba obligada

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210
a cargar a otra a la espalda y ésta continuaba disfrutando de esta
posición hasta que perdía. La pelota era lanzada en esta ocasión
por una oponente, montada de la misma forma y colocada a cier­
ta distancia según el espacio que se hubiera acordado anterior­
mente. Por la labor de «burro de carga» que desempeñaba la per­
sona que había fallado, se le aplicaba a ella el mismo nombre
que en los juegos griegos, «en los que se les llamaba onoi (bu­
rros) y estaban obligados a obedecer las órdenes del vencedor».
Algunas veces capturaban tres o más pelotas seguidas, con
las manos normalmente cruzadas por delante del pecho; tam­
bién la tiraban hacia arriba a gran altura y la cogían, como en un
juego griego similar al sky ball inglés. El juego que jugaron Halio
y Laodamante en presencia de Alcínoo, que nos relata Homero,
también era conocido por los egipcios. En este una parte lanza­
ba la pelota tan alto como podía y la otra, saltando, la cogía al
caer, antes de que sus pies volvieran a tocar el suelo.
Cuando las mujeres egipcias se montaban a la espalda de
la parte perdedora, se sentaban de lado. Sus vestimentas con­
sistían en unas enaguas, sin cuerpo, y en estas ocasiones, se
echaban a un lado el vestido suelto que llevaban por encima,
que estaba sujeto a la cintura mediante un cinturón y que a su
vez se sujetaba por una cinta que se pasaban por el hombro.
Era casi igual al traje que llevaban las plañideras durante el la­
mento fúnebre en la muerte de un amigo.
Las pelotas eran de piel o cuero, cosidas con cuerdas, cru­
zadas, de igual forma que las nuestras y rellenas de salvado o
cascabillos de cereal. Las que se han encontrado en Tebas mi­
den 7,5 cm de diámetro. Otras estaban hechas de cuerda o de
cañas de juncos trenzadas hasta darles una forma circular y
luego se cubrían, como las anteriores, de cuero. También pa­
rece que tuvieron una clase de pelota muy pequeña, proba­
blemente de los mismos materiales y cubierta, como muchas
de las nuestras, con pedazos de cuero de forma romboidal, co­
sidas longitudinalmente y unidas en un punto común a ambos
lados; cada pedazo de cuero era de un color diferente, pero
estas sólo se han visto representadas en cerámica.

211
219. fig. 1. Pelotas de cuero, de 7,5 cm de diámetro.
2. De barro pintado. D e la Colección Salt.

En una de sus exhibiciones de fuerza y destreza, dos hom­


bres se colocaban juntos de lado, estirando un brazo por de­
lante y otro por detrás mientras cogían las manos de dos mu­
jeres que se inclinaban hacia atrás, en direcciones opuestas,

220. Hombres columpiando a mujeres alrededor de los brazos. Beni Hasan.

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™ /VW, lig) -

221. Levantándose del suelo. Beni Hasan.


apoyando todo su peso contra los pies de la otra y en esta po­
sición las daban vueltas. A veces los hombres que las sostení­
an se cruzaban las manos para garantizar la estabilidad del cen­
tro sobre el que giraban.
Otras veces, dos hombres sentados en el suelo, de espaldas,
probaban a ver quién se levantaría antes desde esa posición, sin
tocar el suelo con la mano. De igual modo seguramente tam­
bién intentarían ver quién podría sentarse primero en el suelo.
Otro juego consistía en lanzar un cuchillo o un arma afila­
da contra una tabla de madera, en la que cada jugador intenta­
ba derrotar a su adversario o más probablemente clavar la suya
en el centro o en la circunferencia del círculo pintado sobre la
madera; el ganador sería el que más veces fuera capaz de cla­
var su arma en el círculo o el que más se aproximara a la línea.

223. Prestidigitadores. De la obra del D octor Rosellini.

Es probable que también conocieran los juegos de manos,


al menos el juego del dedal o el juego de las tazas, bajo las que
se escondía una bolita mientas el oponente adivinaba bajo cuál
de las cuatro estaba oculta.
Los grandes de Egipto a menudo admitían enanos y per­
sonas deformes en sus casas. Originariamente, quizás, por un
motivo humanitario o debido a alguna superstición sobre hom­
bres que tenían un parecido exterior con uno de sus principa-

214
2 1
224. Enanos y personas deformes al servicio de los grandes señores egipcios.
La piedra está rota en el lugar donde deberían estar las manos. Beni Hasan

les dioses, Sokaris-Osiris, la deidad deforme de Menfis. Pero


dejando aparte el origen de esta costumbre, hace unos cuatro
mil años, en la época de Osirtasen las personas de la clase alta
tuvieron el hábito de incluir a estas personas en su séquito,
igual que hicieron en Roma e incluso en la Europa moderna
hasta una época bastante reciente.
Los juegos de las clases más bajas y de los que querían re-
vitalizar su cuerpo por medio de ejercicios activos, consis­
tían en proezas de agilidad y fuerza. La lucha era uno de los en­
tretenimientos favoritos y las pinturas de Beni Hasan presentan
toda la gama de posturas y formas de ataque y defensa que
podían utilizarse. Para permitir al espectador percibir más fá­
cilmente la posición de los miembros en cada combate, el ar­
tista utilizó un color claro y otro oscuro, e incluso a veces se
aventuró a introducir una figura negra y otra roja. Este tema
cubre una pared entera, pero la selección de unos cuantos gru­
pos sería suficiente para damos una idea de las principales po­
siciones de los combatientes. (Grabado 225.)

215
216
225. Algunas de las posiciones de los luchadores. Beni Hasan.
fig. 1. Hombre sujetando su cinturón. 3 y 4. Avanzando el ataque.
2. Otro atándose el cinturón. 13, 14. Continuando el ataque en el suelo.
Es probable que, como los griegos, se ungieran el cuerpo
con aceite cuando se preparaban para estos ejercicios y que es­
tuvieran totalmente desnudos, con la excepción de un cintu­
rón, aparentemente de cuero.
Los dos combatientes se acercaban uno a otro, con sus bra­
zos inclinados por delante de su cuerpo e intentaban agarrar a
su contrincante de la forma más adecuada a su modo de ata­
que. Se les permitía agarrarse de cualquier parte del cuerpo, la
cabeza, el cuello o las piernas, y la lucha normalmente conti­
nuaba en el suelo, cuando uno o ambos habían caído. Esta es
una modalidad de lucha también común entre los griegos.
También luchaban con un palo, con la mano aparentemen­
te protegida por una rejilla o guardia que se prolongaba hasta
los nudillos, y en la mano izquierda llevaban un palo de ma­
dera con unas tiras, que servía como escudo para protegerse
contra los golpes de su adversario. Sin embargo, parece que no
usaron el cestus, ni tampoco parecen haber conocido el boxeo;
aunque en un grupo de Beni Hasan, los combatientes aparecen
golpeándose uno a otro. Tampoco figura en ninguna de estas
competiciones el signo griego de reconocimiento de la derro-

226. El palo sencillo. D el trabajo del profesor Rosellini.

217
ta, que consistía en levantar un dedo en señal de sumisión.
Probablemente los egipcios lo representaran por medio de una
palabra. Es también dudoso si el lanzamiento del disco o del
aro fue un juego egipcio, aunque puede que una representación
que hay en una tumba de un rey de la dinastía xix sea un ejem­
plo de ésta.
Una de sus hazañas de fuerza o destreza era el levanta­
miento de pesas. Levantaban sacos llenos de arena con un
brazo estirado por encima de sus cabezas y los mantenían en
esa posición.

227. Levantando pesos. D el trabajo del profesor Rosellini.

Los simulacros de combate eran también un entretenimiento,


particularmente entre las clases militares, que estaban entre­
nadas en los quehaceres de la guerra. Un grupo atacaba un fuer­
te provisional y subía el ariete, cubierto por la testudo. Otro
defendía las murallas y trataba de expulsar al enemigo. Otros,
en dos grupos de igual número, estaban equipados con un palo
sencillo o el más usual nebut, una pértiga que empuñaban con
las dos manos. En las escenas representadas por los artistas se
alude con frecuencia al espíritu de lucha de este pueblo.

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d. Uno ha sido arrojado al agua por su oponente.


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219
El uso del nebut parece haber sido algo común entre los
egipcios antiguos y modernos y las peleas entre los pueblos
a menudo se resolvían o se empeoraban, como sucede hoy
día, mediante esta efectiva arma. También se representan do­
taciones de navios atacándose unos a otros con la misma se­
riedad que en la verdadera batalla. Algunos que están muy
heridos tras haber sido derribados por oponentes más dies­
tros son arrojados de cabeza al agua, y la verdad de la afirma­
ción de Heródoto, que dice que los egipcios tenían la cabeza
más dura que otros pueblos, parece estar enteramente justi­
ficada por las escenas descritas por los dibujantes. Es una
suerte que sus sucesores hayan heredado esta peculiaridad,
para poder así resistir la violencia de los turcos y de sus pro­
pios combates.
Autores antiguos mencionan muchos combates singulares
utilizando las pértigas, entre los que se puede citar uno en
Papremis, la ciudad del dios Marte, descrita por Heródoto.
Cuando los devotos de la deidad se presentaron ante la puerta
del templo, su entrada fue impedida por un grupo contrario.
Armados con palos, comenzaron un duro combate, que termi­
nó, no solamente con el resultado de unos pocos heridos gra­
ves, sino, como afirma el historiador, con la muerte de muchas
personas en ambos bandos.

2 3 4
229. Una pelea de toros. Tebcis.

220
Las peleas de toros eran otra de sus diversiones; a veces te­
nían lugar en el dromos o avenida que conducía hasta los tem­
plos, como en Menfis ante el templo de Vulcano y al victorio­
so luchador se le premiaba con un regalo. Se les entrenaba con
gran esmero para tal fin y, según dice Estrabón, se ponía tan­
to empeño en su cuidado como en el de los caballos. Incluso
a veces los pastores permitían o animaban, un combate oca­
sional por amor a este excitante y popular entretenimiento.

Sin embargo, no condenaban a los culpables o a los prisio­


neros de guerra, a luchar con bestias salvajes para el entreteni­
miento de un público despiadado; ni tampoco obligaban a los
gladiadores a matarse uno a otro, ni gratificaban un depravado
gusto por exhibiciones que resultaban repugnantes para la hu­
manidad. Preferían los espectáculos de carácter alegre, como la
música, la danza, los bufones y hazañas de agilidad. Quienes
destacaban por los ejercicios de gimnasia eran recompensados
con premios de varios tipos, que en las ciudades consistían, en­
tre otras cosas, en ganado, vestidos y pieles, como en los juegos
que se celebraron en Cemmis.
Los alegres entretenimientos de los egipcios muestran que
no tenían el carácter triste que se les ha atribuido, y es una sa­
tisfacción tener estas evidencias con las que juzgarles, a falta de

221
su fisonomía, tan indecorosamente alterada por la muerte, el be­
tún y las vendas. Sin embargo, la capacidad intelectual de los
individuos puede ser sometida a la decisión de los frenólogos;
y si han escapado a las pruebas de la supuesta rotación espon­
tánea de un péndulo bajo una campana de cristal, su escritura
todavía está abierta a la crítica de los sabios, que descubren a
través de ella los detalles más mínimos de su personalidad: al­
gunos de los antiguos escribas pueden incluso hoy ser someti­
dos a este tipo de escrutinio. Pero afortunadamente están fuera
del alcance de la sorpresa que algunos exhiben en los tiempos
modernos, a exacta semejanza de ellos mismos, al creer que pue­
den descubrirlos a través de su escritura por unas cuantas ge­
neralidades ingeniosas, olvidando que el enfermo, en cada
enfermedad que lee en un libro de medicina, descubre su pro­
pio síntoma y cree que corresponde a su caso particular. Porque
aunque cierta destreza, precisión, descuido o cualquier otro
hábito se puede descubrir a través de la escritura, describir a
través de ella hasta los mínimos detalles del carácter es sólo
alimentar el amor por la fantasía, tan en auge en estos días, en
los que una reacción de credulidad da esperanzas de que nada
es demasiado extravagante para nuestro moderno papamoscas.

231. Peleas de toros. Tebas.

222
F. Vista de las ruinas y proximidades de Filé.

CAPÍTULO IV
La caza. Los animales salvajes. Los perros. Los pájaros.
La pesca. La caza del hipopótamo. El cocodrilo. Sus huevos.
El reyezuelo. Lista de los animales de Egipto. Pájaros. Plantas.
Emblemas. Ofrendas. Ceremonias.

Entre los distintos pasatiempos de los egipcios ninguno fue


más popular que la caza y la clase adinerada no dejaba pasar
ni un detalle que pudiera promover su pasatiempo favorito.
Cazaban los numerosos animales salvajes en el desierto; los
atrapaban con redes y algunos cazadores muy aficionados ha­
cían largos viajes en busca de algún lugar donde hubiera caza
abundante.
Esta afición, en la medida en que se lo podían permitir, era
general en todas las clases. Los campesinos cazaban las bes­
tias salvajes que vivían en los límites del desierto y que inva­
dían los rebaños y los campos por la noche, con la misma pres-

223
teza con la que los grandes de la clase sacerdotal y militar ca­
zaban en sus reservas. Algunos les disparaban con flechas, otros
colocaban trampas donde caerían sus presas en días posterio­
res y se diseñaban varias estrategias para atrapar a los enemi­
gos de la granja. Siempre había vigilantes y perros en alerta
contra los lobos y chacales, cazadores furtivos de sus rebaños
y aves de corral, y cuando los campesinos oían los aullidos me­
lancólicos y los gañidos de grandes manadas de chacales, que
se podían oír siempre la tarde anterior a una incursión entre los
gansos, esperaban en un extremo del desierto su conocido paso
por un barranco, en un extremo del desierto o esperaban a que
algunos, a pesar de Anubis, cayeran en las trampas.
La hiena, enemiga del rebaño y el ganado, devoradora de la
carne del útil burro de los campesinos o en su defecto gran des­
tructora de los campos, era especialmente odiada; el corazón
del campesino se alegraba cuando una hiena, capturada en una
trampa, era traída a casa abozalada. Para los niños de la villa
era un espectáculo inofensivo y para los vecinos un triunfo.

232. Hiena capturada en una trampa. Tebas.

Cuando tema lugar una gran cacería en el dominio de algún


gran dignatario o en las vastas extensiones del desierto, un sé­
quito de cazadores, ojeadores y otros a sus servicios le ayudaban
a conducir los sabuesos, llevar los cestos y los palos de caza, ex­
tender las redes y hacer todos los demás preparativos necesarios
para un buen día de caza. Algunos llevaban un nuevo juego de

224
flechas, un arco de repuesto y varios instrumentos para realizar
curas en caso de accidente. Otros eran meramente ojeadores, o
tenían que ayudar a atar a los grandes animales atrapados por el
lazo. Otros tenían que marcar o dar la vuelta a la caza y algunos
llevaban las provisiones para el cazador y sus amigos. Éstas nor­
malmente eran transportadas con el usual yugo de madera apo­
yado en los hombros y consistían en agua y jarras de buen vino
colocadas en cestos de mimbre, con pan, came y otros comesti­
bles. La piel que se usaba para llevar el agua era precisamente
igual que la que se usa hoy en día; era de cabra o de gacela, se­
parada del cuerpo mediante un corte longitudinal que empezaba
en la garganta. Las patas servían de mangos y a ellas se ataban
cuerdas para poder colgarlas; un tubo de piel, cosido a la garganta
con cierta inclinación, en el lugar de la cabeza, formaba la boca
del odre de la piel del agua, que se cerraba atando una cinta al­
rededor.
Algunas veces se cercaba con redes una zona de desierto,
de considerable extensión, hacia donde los ojeadores conducían
a los animales. Los lugares elegidos estaban, en la medida de
lo posible, en estrechos valles, en lechos de torrentes o entre
colinas rocosas. Aquí, un cazador, a caballo o en carro, podía
acecharlos o alcanzarlos con el arco, porque muchos animales,
particularmente las gacelas, cuando se ven perseguidas muy de
cerca por los perros, temen subir por un camino pendiente y son
fáciles de alcanzar o disparar cuando se dan la vuelta.
Los lugares así cercados estaban normalmente en las pro­
ximidades de riachuelos donde los animales tenían el hábito
de ir por la mañana y por la tarde: y habiendo esperado el tiem­
po en el que venían a beber y habiéndoles descubierto por las
huellas recientes que se encontraban en el camino que solían
tomar, los cazadores colocaban las redes, ocupaban las co­
rrespondientes posiciones para observarlos sin ser vistos y, gra­
dualmente, se iban a cercando a ellos. Así son las escenas que
se representan en las pinturas egipcias, donde aparecen largas
redes que rodean el espacio donde cazan. También se muestran
hienas, chacales y varias bestias salvajes ajenas al deporte, que

225
habían sido cercadas accidentalmente, dentro de la misma red
que los antílopes y otros animales.
De la misma forma Eneas y Dido partieron hacia el bosque
al amanecer, cuando sus ayudantes habían cercado el lugar con
una verja temporal, para encerrar la caza.
La larga red estaba hecha con varias cuerdas que se sujeta­
ban sobre postes ahorquillados de longitud variable, para salvar
las irregularidades del terreno y así lograban cercar cualquier es­
pacio, cruzando colinas, valles o regueros y rodeando bosques o
lo que hiciera falta. También se usaron redes más pequeñas para
tapar agujeros, y una trampa circular para cazar ciervos, fijada
con clavos de madera o de metal y atada con una cuerda a un pos­
te de madera, parecida a la que todavía hoy emplean los árabes.
El atuendo de los ayudantes y de los cazadores era gene­
ralmente de colores neutros, para que no pudieran ser vistos
a distancia por los animales, ajustados y de una longitud que
alcanzaba más o menos la mitad del muslo. Los caballos y los
carros estaban recubiertos de plumas y vistosos adornos, usa­
dos en otras ocasiones.

233. Llevando animales jóvenes. Tumba cerca de las Pirámides.

Además de las zonas de desierto y de valle cercados para


la caza, los parques y terrenos de sus propios dominios en el
valle del Nilo (aunque de dimensiones limitadas en su com­
paración) ofrecían amplios espacios y oportunidad para prac-

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ticar este deporte; allí se mantenía cierta cantidad de caza, prin­


cipalmente la cabra salvaje, el oryx y la gacela.
También tenían estanques para pescar y espaciosas granjas
de aves separadas para mantener a los gansos y otras aves sal­
vajes, a las que cebaban para ser consumidas.

228
Los monteros o guardas de caza tenían la obligación de vi­
gilar las reservas; en periodos adecuados del año se obtenían
cervatos salvajes para aumentar los rebaños de gacelas y otros
animales, que siempre formaban parte de los efectivos de un
egipcio acaudalado.
Se alimentaban en pastos cercados por verjas y no estaban
marcados de ninguna forma en particular, a diferencia del ga­
nado vacuno, que se dejaba suelto en prados abiertos y fre­
cuentemente se mezclaba con el ganado del vecino. A sí pues,
tenía que identificarse de alguna manera para que lo pudie­
ran reconocer. Este último era marcado en la paletilla con un
hierro caliente, en el que estaba grabado el nombre del pro­
pietario. Las pinturas de Tebas representan al ganado tendido
en el suelo con las patas atadas, mientras una persona calien­
ta una plancha de hierro y otra lo acerca a la paletilla del ani­
mal postrado (Grabado 235).
Los egipcios solían cazar con perros en las llanuras abiertas;
el cazador normalmente iba en su carro y los monteros a pie.
Algunas veces sólo conducía el carro hasta la reserva y, habién­
dose apeado, tomaba parte en la tarea de buscar la caza mientras
sus ayudantes mantenían a los perros sujetos por correas, prepa­
rados para salir cuando apareciera algún animal. La costumbre
más usual cuando los perros se despistaban en una llanura de gran
extensión era que el cazador permaneciera en su cairo y arreara
a los caballos a toda velocidad, con la esperanza de interceptar
algún animal que corriera en dirección contraria y cazarlo dis­
parando una flecha bien dirigida cuando estaba a su alcance.
Los perros eran llevados al campo por personas expresamente
empleadas para este propósito y para llevar a cabo todas las ta­
reas relacionadas con las necesidades de la jauría. Se les solta­
ba uno por uno o en parejas y por los anchos valles o las abier­
tas llanuras: cuando iban a pie, el cazador y sus ayudantes,
conocedores de la dirección y sinuosidades de los hechos del to­
rrente, acortaban los caminos atravesando las colinas y busca­
ban una oportunidad favorable para usar el arco, o disfrutaban
del camino trazado por el llano espacio que se aparecía ante ellos.

229
236. Cazador llevando a casa la caza, con sus dos perros. Tebas.

237. Trayendo a casa la caza: una gacela, puerco espines y una liebre. Beni Hasan.

Así, a pie y una vez habían llegado al lugar donde los pe­
rros habían capturado a su presa, los cazadores, si estaban so­
los, cogían la caza, la ataban las patas y se la cargaban sobre
los hombros, llevando a casa a los perros atados en parejas,
precisamente como lo hacen hoy en día los árabes. Pero este
era generalmente el oficio de las personas que llevaban las jau­
las y los cestos en los usuales yugos de madera y que se en­
cargaban de la caza tan pronto como era capturada. El surtido
de estos, que son el equivalente a nuestros carros de caza, iba

230
en proporción al tipo de caza que se proponían atrapar y al
número de cabezas que esperaban matar. Algunas veces un
íbice, una gacela o un buey salvaje, viéndose perseguido de
cerca por los sabuesos, se daba la vuelta y les mantenían a raya
con sus formidables cuernos, y la lanza del cazador, cuando
llegaba, era la que decidía el éxito de la caza.
Sucedía que, cuando el cazador tenía muchos monteros y
el distrito de caza era muy extenso, estos se dividían en dos
partes, cada uno cogía un perro o más y lo soltaba tras cual­
quier animal que apareciera. Algunas veces iban sin sabuesos,
llevando simplemente un perro para buscar en los arbustos o
se quedaban aguardando la llegada de animales más grandes a
los que atacaban con la lanza.

El lazo era también empleado para cazar al buey salvaje,


al antílope y a otros animales; para ello preparan una embos­
cada en la que caía el animal mientras que los cazadores per-

231
manecían escondidos. Esta forma de caza se adoptaba princi­
palmente cuando deseaban cazar vivo al animal.
Además del arco, los sabuesos y el lazo, cazaban con leo­
nes, que eran entrenados expresamente para cazar, como la che-
eta o el leopardo cazador de la India, que se domestican des­
de que son cachorros. Muchos monarcas egipcios iban a la
batalla acompañados de su león favorito: pero no hay ningún
ejemplo en el que llevaran un halcón.

232
El arco que se usaba para la caza era muy parecido al que se
empleaba en la guerra y las flechas eran generalmente iguales,
con cabezas de metal, aunque algunas sólo llevaban piedra. El

233
234
ttiodo de sujetar el arco también era similar. Si los cazadores a
veces tiraban de la cuerda sólo hasta el pecho, el método más
usual era elevarlo y acercarse la flecha hasta la oreja; ocasional­
mente sostenían en la mano una o más flechas de sobra, para lan­
zarlas con más presteza contra los antílopes y bueyes salvajes.
Los animales que principalmente cazaban eran las gacelas,
la cabra salvaje o íbice, la gacela, el buey salvaje, el venado, el
kebsh U oveja salvaje, la liebre y el puercoespín: la carne de to­
dos ellos era muy estimada entre las exquisiteces de la mesa. El
zorro, el chacal, el lobo, la hiena, el leopardo y otros se cazaban
como entretenimiento, por sus pieles o porque eran enemigos
de las granjas. Aunque la hiena era comparada a veces con el
íbice y la gacela, y esto podría justificar el hecho de que fuera
tan estimada, no hay ningún ejemplo donde se vea que era sa­
crificada para la mesa. El avestruz era una gran tentación para
el cazador por el valor de sus plumas, que entre los egipcios te­
nían una gran demanda para fines ornamentales. También eran
el sagrado símbolo de la verdad y por eso los miembros de la
corte en las grandes ocasiones se colocaban plumas de avestruz.
El trabajo empleado en la caza de este pájaro tan rápido era am­
pliamente recompensado; incluso sus huevos se utilizaban para
fines decorativos o religiosos (como entre los modernos coptos)
y, con las plumas, formaban parte del tributo, impuesto por los
egipcios a los países conquistados donde abundaban. La caza
del león era otro de los entretenimientos favoritos de los reyes
y siempre se podía practicar en los desiertos de Etiopía, ya que
allí estos animales son muy abundantes. Su éxito en aquellas
ocasiones era recordado a menudo; Amenofis III presumía de
haber derribado de una sola batida no menos de ciento dos ca­
bezas, con el arco o con la lanza. Para la caza del elefante iban
incluso más al sur y, en tiempos posteriores, los Ptolomeos tu­
vieron palacios en Abisinia, que utilizaron cuando iban de caza.
Muchos otros animales son introducidos en las esculturas,
además de los que ya se han mencionado; algunos de ellos bien
se merecen la heráldica y como ejemplos podemos citar los
cuadrúpedos alados con cabezas de halcones o de serpientes,

235
243. Una caza en e] desierto de Tebaida. Tebas.
A la izquierda estaba el cazador en su carro, disparando con el arco, ahora borrado.
figs. 1,9,15,18. Gacelas; 2,11. Liebres. 3. Hienas hembras con sus crías. 4, 13. Zorros.
5. Puerco espín. 6. Hiena que ha llegado a lo alto de una colina y está mirando al ca­
zador. 7. Ibice. 8 y 14. Sabuesos. 12. Avestruces. 16. Gacela. 19. Bueyes salvajes.

236
un cocodrilo con cabeza de halcón y otros igualmente fantás­
ticos; de no ser por su gran antigüedad (en tiempos de la di­
nastía XII), se p odría suponer que eran originarios de Asia.
La esfinge egipcia era normalmente una figura emblemáti­
ca representativa del rey y se puede considerar, cuando tenía ca­
beza de hombre y cuerpo de león, como la unión de la fuerza in­
telectual y física. Así pues, apenas es necesario apuntar que no
es una figura femenina, como la de los griegos. Además de la
esfinge normal, compuesta de hombre y león, había una que te­

nía cabeza de carnero, otra con cabeza de halcón y cuerpo de


león, otra con cabeza de áspid y otra con cabeza de halcón y alas.
Los animales salvajes más notables en Egipto ahora, ya
sea en el valle del Nilo o en el desierto, son: gacelas, íbices,
kebsh, liebres, zorros, chacales, lobos, hienas, jerboa, erizo e
icneumón.

237
La gacela1es nativa de Etiopía, como lo es la hiena de man­
chas o marafein, que está representada en las esculturas egip­
cias. La gacela tiene largos cuernos, que terminan en una pun­
ta afilada y son casi rectos, con una ligera curva o inclinación
hacia atrás. Aparece con frecuencia en las esculturas y es uno
de los animales domesticados por los egipcios y lo mantenían
en gran número las reservas.
La beisa es muy similar a la gacela excepto en las manchas
negras que tiene en la cara y en algunos puntos más; el addax,
otro antílope que habita en la Alta Etiopía, se diferencia de la
gacela principalmente en los cuernos, que tienen una forma
ondulada o espiral. Este aparece representado en las escultu­
ras de Beni Hasan2.
El buey salvaje, que también pertenece al género antílope,
(la defassa de los zoólogos modernos), aunque no es nativo de
Egipto se encuentra en el desierto africano y parece ser que
también en el este de Etiopía; es de color arena rojiza o gris,
con un mechón negro en la punta de la cola y mide 1,20 m de
la cruz al suelo. En Beni Hasan3 está pintado de tal manera que
se parece mucho a un buey común, pero en las esculturas4 de
Tebas está representado con mayor propiedad.
El venado de cuernos ramificados5, representado en Beni
Hasan, es también desconocido en el valle del Nilo, pero aún se
puede ver en los alrededores de los lagos Natrón y también cer­
ca de Túnez, aunque no en el desierto entre el río y el mar Rojo.
El íbice6, que es común en el desierto del Este, es muy si­
milar a la cabra montés de los Alpes y en árabe se llama bed-
dan o taytal. La primera denominación se aplica exclusiva­
mente a los machos, que se distinguen fácilmente por la barba

1 G rabado 24 2 , fig . 2. ·
2 G rabado 2 4 2 , fig . 7.
3 Grabado 2 4 1 , fig s. 4 y 5.
4 Grabado 243, fig . 19.
5 G rabado 2 4 2 , fig . 9.
6 G rabados 2 4 2 , fig . 1, y 2 4 3 ,fig . 7.

238
y grandes cuernos con nudos curvados hacia atrás, y que se
extienden paralelos al cuerpo; la hembra tiene los cuernos rec­
tos, un poco más largos que los de la gacela y de una estruc­
tura mucho más pequeña y ligera.
El kebsh u oveja salvaje se encuentra en el desierto del Este,
principalmente en las cadenas de montañas primitivas que co­
mienzan en la latitud 28°40’ en la parte de atrás de las colinas
de piedra caliza del valle del Nilo, extendiéndose hacia Etiopía
y Abisinia. La hembra kebsh mide de 60 a 90 cm desde la cruz
al suelo y su longitud total desde el final de la cola hasta la
punta del hocico es algo mayor de 1,20 m; pero el macho es
más largo y tiene fuertes cuernos, que miden unos 75 cm de
diámetro en la raíz y se curvan hacia atrás a cada lado del cue­
llo. El cuerno entero lo tienen cubierto de pelo, como muchas
de las ovejas etíopes y de la garganta y muslos de las patas de­
lanteras cuelga una larga crin. Esta peculiaridad está reflejada
en las esculturas y es un rasgo característico que sirve para di­
ferenciar a los kebsh dondequiera que se represente su figura.
(Grabado 242, fig. 10.)
El puercoespín ya no es nativo de Egipto, ni tampoco el
leopardo que se encuentra en la parte alta de Etiopía. Los osos
son completamente desconocidos y, si aparecen dos veces en
las pinturas de las tumbas de Tebas, es porque fueron introdu­
cidos por extranjeros junto con los productos de su país, y a
los egipcios les parecieron curiosos y raros.
El lobo es común y, como dice Herodoto, apenas poco ma­
yor que un zorro', las tumbas de las montañas sobre Lykópolis,
la actual Asyut, contienen momias de lobos, que eran los ani­
males sagrados del lugar.
La liebre egipcia es nativa del valle del Nilo y de los dos
desiertos. Es notoria por la longitud de sus orejas, que los egip­
cios han plasmado en sus esculturas y es una especie más pe­
queña que las de Europa. Según una cita de Denon, en la que
se compara el tamaño de los animales que existen tanto en
Egipto como en Europa, los egipcios parecen ser siempre más
pequeños que los europeos.

239
El wabber o hyrax, aunque nativo del desierto del este de
Egipto, no está representado en las esculturas. Probablemente
se deba a sus hábitos y a que principalmente se cazaba en los
valles de montañas secundarias; el wabber sólo salía a poca
distancia de su guarida por la tarde y vivía en las cadenas
primitivas donde crece el sealeh o acacia. Probablemente sea
el shafan de la Biblia, como indicó Bruce, y este viajero tie­
ne toda la razón al clasificarlo entre los animales rumiantes.
El erizo fue siempre común, como lo es hoy en día, en el va­
lle del Nilo.
El león es ahora desconocido en el norte de la Etiopía Alta:
en el valle del Nilo, sin embargo, es común, así como el leo­
pardo y otros animales carnívoros. La abundancia de ovejas en
estos distritos les proporciona suficiente alimento y tiene la
tendencia de ser menos peligroso para el hombre. En tiempos
antiguos el león habitaba los desiertos de Egipto y Ateneo men­
ciona cómo el emperador Adriano mató a uno mientras estaba
de caza cerca de Alejandría. Incluso se dice que en tiempos an­
tiguos se encontraba en Siria y en Grecia.
Entre los animales confinados al valle del Nilo y su in­
mediata vecindad, se puede mencionar el icneumón, que vive
principalmente en el Bajo Egipto, y el Fayum que, por su ene­
mistad con las serpientes, gozaba de gran respeto entre los egip­
cios. Su destreza al atacar a la serpientes es verdaderamente
sorprendente. Atrapa al enemigo por la parte de atrás del cue­
llo tan pronto como ve que se levanta para atacar y un solo
mordisco firme le basta para destruirlo. Cuando era herido por
los colmillos de su oponente, los árabes decían que recurría a
unas hierbas que contrarrestaban el efecto del veneno mortal.
El icneumón es fácilmente domesticable y se ve algunas
veces en las casas de El Cairo, ya que por su hostilidad a las
ratas desempeña las mismas funciones del gato, pero por
su afición indiscriminada por los huevos de las aves y otras
muchas cosas de la cocina, generalmente se le considera pro­
blemático y yo mismo he tenido a menudo ocasiones para que­
jarme de los míos.

240
Los huevos son su alimento favorito y se dice que era alta­
mente venerado por los que aborrecían a los cocodrilos, porque
destruían los huevos de ese odioso animal: pero ahora es raro
encontrarle en lugares donde abunda el cocodrilo, y en todo mo­
mento resultaba principalmente útil por su hostilidad hacia las
serpientes. Se puede ver con frecuencia en las pinturas, donde
sus hábitos son distintivamente plasmados por los artistas egip­
cios, que lo representan en busca de huevos, entre los arbustos
y las reservas habituales de los animales con plumas.
El gato salvaje, el felis chaus de Linneo, es común en las
proximidades de las pirámides y Heliópolis, pero no se men­
ciona nunca entre los animales del antiguo Egipto. Tampoco
aparece el jerboa, tan abundante en la parte alta y baja del país.
La jirafa no era nativa de Egipto, sino de Etiopía, y sólo
aparece en temas relacionados con este país, donde está re-

245. Varias ciases de perros, de las esculturas,

241
presentada junto a áspides, liebres, maderas exóticas y otros
productos nativos, como parte del tributo pagado anualmente
a los faraones.
Los egipcios tenían varias razas de perros; algunos eran usa­
dos únicamente para la caza, otros eran utilizados como perros
de compañía en las casas y en los paseos; otros, como en el mo­
mento actual, eran elegidos por su peculiar fealdad. Las clases
más comunes eran una clase de perro-zorro y un sabueso.
También tenían un perro de patas cortas, no muy diferente a
nuestro turnspit, que era uno de los grandes favoritos, es­
pecialmente durante el reinado de Osirtasens; y, como en
tiempos posteriores, la elección de un rey o de un personaje in­
fluyente, ponía de moda una raza particular.
Las momias del perro-zorro son comunes en el Alto Egipto,
y este fue sin duda el origen del moderno perro rojo salvaje de
Egipto, tan común en El Cairo y en otras partes del sur del país.
Los cerdos, aunque eran una abominación para los egip­
cios, formaban parte de los efectivos de un granjero, que aten­
tos a los hábitos de los animales, les permitían salir y comer al
aire libre bajo el cuidado de un pastor, porque sabían que la
limpieza es tan beneficiosa para la naturaleza de un cerdo, como
el confinamiento en una pocilga contrario a ésta.
Su ganado vacuno era de diferentes clases; las más comu­
nes eran las variedades de cuernos largos y cortos y el buey in­
dio o jorobado. Estas dos últimas, aunque ya no son varieda­
des nativas de Egipto, son comunes enAbisinia y en la Etiopía
Alta: el búfalo, que abunda enAbisinia y en el moderno Egipto,
nunca fue representado en los monumentos.
Los caballos y los asnos fueron abundantes y los últimos
fueron empleados como bestias de carga para trillar el cereal
(particularmente en el Bajo Egipto) y para muchos otros pro­
pósitos. Como los de hoy en día, eran pequeños, activos y ca­
paces de soportar mucho trabajo. Como estos animales eran
muy baratos de mantener, existían en gran número en los dis­
tritos agrícolas y un individuo llegó a tener setecientos sesen­
ta confinados en diferentes paites de su propiedad.

242
246. Algunos de los pájaros de Egiplo. Beni Hasan v las limitas cerca de las Pirámides.
figs. 18, 19, 20. Murciélagos. 21. Langosta. De Tebas.

243
A a1

16 17
247. Algunos de los pájaros de Egipto. Beni Hasan.

244
Los caballos egipcios eran muy apreciados; eran incluso
exportados a los países vecinos y se dice que Salomón com­
pró el suyo por ciento cincuenta siclos de plata a los mercade­
res con los que comerciaba en Egipto, cerca del desierto de
Siria.
Cabe destacar que, aunque el camello se conoció en Egipto
desde al menos los tiempos de Abraham (fue uno de los rega­
los dados por el faraón al patriarca), nunca fue representado ni
en las más tardías pinturas jeroglíficas. Sin embargo, esto no
prueba que fuera raro en el país, ya que lo mismo podría de­
cirse de aves y palomas que no aparecen ni una sola vez entre
los animales de granja representados en los monumentos. Los
gallos y las gallinas, sin embargo, así como los caballos, pa­
rece que vinieron originariamente de África.
Los pájaros de Egipto eran muy numerosos, especialmen­
te las aves salvajes, que abundaban en los lagos y marismas
del Delta; también abundaban en las grandes extensiones de
agua de las fincas de los grandes terratenientes por todas par­
tes del país.
Las grandes bandadas de codornices proporcionaban una
práctica excelente para el deporte de la caza en determinadas
estaciones del año, y la avutarda y otros pájaros eran muy apre­
ciados en la mesa.
Muchas aves son representadas por los escultores egipcios;
algunas eran sagradas, otras servían de alimento. En las tum­
bas de Tebas en Beni Hasan, los egipcios no han olvidado a los
murciélagos, e incluso algunos de los insectos que abundaban
en el valle del Nilo, como la famosa langosta, la mariposa y el
escarabajo, que son también introducidos en las escenas de
pesca y temas sagrados. (Grabados 246, 249, 250, 251.)
La caza de aves era uno de los grandes entretenimientos de
todas las clases sociales. Los que practicaban este deporte para
su manutención usaban redes y trampas, pero el deportista afi­
cionado perseguía a las aves por los matorrales y las derribaba
con el bumerán, jactándose de su destreza en el manejo de este
instrumento. No empleaban el arco para este fin, ni tampoco la

245
248. Deportista usando el bumerán. Tebas.
figs. 2 y 3. Su hermana y su hija. 4. Señuelo. 5. Pájaros atacados con el palo.

honda, excepto los jardineros y campesinos, para ahuyentar a


los pájaros de sus granjas y viñedos. El bumerán era de made­
ra pesada, y plano para ofrecer poca resistencia al lanzarlo al
aire. La distancia a la que su brazo experto podía lanzarlo era
considerable, aunque siempre intentaban aproximarse al pája­
ro lo más posible, camuflándose tras los arbustos y los juncos.
Medía de 45 a 60 cm de longitud y su anchura era de 7,5 cm,
ligeramente curvo en la parte superior; pero en ningún ejemplo
vemos que tuviera la forma redondeada y la capacidad de vue­
lo del bumerán australiano.

246
Cuando salían a cazar aves, normalmente iban con un gru­
po de amigos y ayudantes, y algunas veces acompañados por
miembros de la familia, e incluso por sus hijos pequeños. Se di­
rigían a las junglas y espesuras de las marismas o a los lagos de
sus propias tierras que, especialmente durante la inundación, es-
•taban llenos de aves salvajes y, sentados sobre bateas hechas de
papiro, se deslizaban, sin molestar a los pájaros, por los abun­
dantes juncos que crecían en el agua y tras los cuales se oculta­
ban. Este tipo de barco era de remos o iba impulsado por una
pértiga o propulsado por pedales. Los egipcios pensaban que
quienes los usaban estaban a salvo del ataque de los cocodrilos.
Los ayudantes recogían la caza en cuanto caía y uno de ellos
estaba ya preparado para entregar un nuevo bumerán al cazador,
tan pronto como éste lo había lanzado. A menudo llevaban con
ellos un señuelo y para que no se moviera de su sitio, colocaban
también en el barco una hembra con su nido y sus huevos.

249. Deportista usando el bumerán. Museo Británico,


fig. 2. Mantiene el barco estable apoyándose en los tallos del loto. 4. Un gato está
guardando la caza en los arbustos. 5. Señuelo.

247
248
A veces su gato favorito les ayudaba en estas ocasiones y
realizaba la labor del perdiguero, entre los matorrales de la la­
dera. (Grabado 249, fig. 4.)
La pesca era también uno de los pasatiempos favoritos de
ios caballeros egipcios; pescaban tanto en el Nilo como en los
espaciosos canales o estanques para p esca 7 construidos en sus
tierras, donde se alimentaba a los peces para luego comerlos y
donde el caballero se divertía pescando con caña8 y manejan­
do con destreza la horquilla9. Estas ocupaciones no sólo esta­
ban reservadas a los jóvenes, ni tampoco se consideraban in­
dignas de hombres de costumbres serias. Es frecuente ver
representado en las esculturas a un egipcio de rango y de cier­
ta edad pescando en un canal o lago, con el sedal o con el ar­
pón cuando los peces se deslizaban por la ladera. Algunas ve­
ces el pescador se colocaba en un lugar umbroso junto a la
orilla del agua y, habiendo ordenado a sus criados que exten-

251. Caballero egipcio pescando. Tebas.

7 Is 19:10.
8 Is 19:8.
9 Grabado 2 50, fig . 11.

249
dieran una esterilla en el suelo, se sentaba sobre ella mientras
lanzaba el sedal. Otros más cómodos usaban una silla; aún hoy
en día se pueden ver a fornidos caballeros pescando en bate­
as, en alejadas partes del Támesis.
La caña era corta y parece que de una sola pieza, el sedal
normalmente sencillo, aunque hay ejemplos de sedal doble,
cada uno con su propio anzuelo, que era de bronce. En cual­
quier caso, cogían el cebo del suelo, como es aún costumbre en
Egipto, sin ningún corcho; y aunque en las pinturas se repre­
sentan varios insectos alados, flotando sobre la superficie del
agua, parece que nunca los utilizaron como cebo. Aún parece
menos probable que hubieran desarrollado un método similar
de mosquitos artificiales para pescar, que es aún tan descono­
cido tanto para los egipcios modernos como para sus peces.
Pescar con la horquilla era la forma más varonil de prac­
ticar este deporte. Al lanzarlo a veces permanecían en las
orillas, pero normalmente usaban la batea de papiro, que se
deslizaba suavemente por la superficie del agua sin molestai- a
los peces que permanecían bajo las grandes hojas de loto. Los
que eran muy aficionados a este deporte organizaban incluso
expediciones a las tierras bajas del Delta, al igual que lo hací­
an otras veces para cazar, a las tierras altas del desierto.
La horquilla era una lanza con dos puntas armadas con len­
güetas, que se clavaba sobre los peces cuando pasaban al lado
con una mano o las dos, o que era arrojada cuando los peces
estaban a corta distancia. Tenía una cuerda larga atada para que
no se perdiera y para que se pudiera recuperar junto con el pez
que había sido alcanzado. A veces estaba adornada con plu­
mas como una flecha y otras veces, para este propósito, se uti­
lizaba una lanza comente; pero en la mayoría de los casos te­
nía una cuerda, cuyo extremo se sujetaba con la mano izquierda
o se ataba a un junco. Esta modalidad de pesca se usa aún en
muchos países. Los arpones de pesca de los isleños del mar
del Sur tienen dos, tres y hasta cuatro puntas y se utilizan de
forma casi idéntica a como lo hacían los antiguos egipcios. Sus
ayudantes o sus hijos les ayudaban a sujetar los peces para ex­

250
traerles las lengüetas de la punta de la lanza y luego se les
sujetaba a un junco que se les introducía por las agallas (Graba­
do 250, fig. 13).
La caza del hipopótamo era otro pasatiempo favorito entre
los egipcios. Frecuentaban el bajo Nilo, aunque ahora están
confinados a la Etiopía Alta. Al igual que el cocodrilo, éste es­
taba considerado como un enemigo por los estragos que cau­
saba en los campos por la noche. También era cazado por su
piel, de la que hacían escudos, látigos,
jabalinas y cascos.
Los látigos, llamados corbag, son to­
davía muy usados en Egipto y Etiopía
para montar en dromedario o para casti­
gar a un campesino delincuente. Los an­
tiguos egipcios también lo usaban para
los mismos propósitos; a menudo se ve
en las esculturas a un sirviente que va de­
trás del encargado de una propiedad que
lleva este objeto de castigo en la mano.
252. Sirviente llevando un
El modo de atacar y atrapar a un hi­
corbag. Tebas.
popótamo, por lo que muestran las pin­
turas de Tebas, parece haber sido muy similar al adoptado en
Sennar; donde, como los antiguos egipcios, prefieren cazarlo en
el río a atacarlo abiertamente en la orilla: los etíopes modernos
se contentan con ahuyentarlo de los campos de cereal, asustán­
dolo con el sonido de tambores y otros ruidosos instrumentos.
Se le atrapaba con un nudo corredizo hecho al extremo de
una larga cuerda atada a un carrete, al mismo tiempo que era atra­
vesado por un arpón. Esta arma consistía en una hoja plana y an­
cha, con un profundo diente o púa a un lado. Tenía un sedal de
longitud considerable en su extremo superior, que se deslizaba
por una muesca realizada en la punta de una saeta de madera, que
a su vez estaba insertada en la cabeza u hoja, como una jabalina
común. Se lanzaba de la misma forma, pero al clavarse, caía la
saeta y sólo la cabeza de hierro permanecía en el cuerpo del ani­
mal, que al ser herido se sumergía en aguas profundas, a la vez

251
que se iba soltando el sedal. Cuando ya estaba fatigado por el es-
ñierzo, el hipopótamo era arrastrado hacia el barco, desde don­
de se volvía a sumergir y así se iba repitiendo el proceso, hasta
que se quedaba totalmente exhausto. Normalmente se le lanza­
ba más de un lazo y se le clavaba más de un arpón, que los ayu­
dantes tenían preparados, cuando se le arrastraba hasta darle al­
cance.

El sedal que estaba unido a la hoja tam­


bién estaba atado a un carrete, generalmente
portado por alguno de los ayudantes. Era
de construcción muy simple, consistía en
medio aro de metal que hacía de mango y
una barra que daba vueltas sobre éste, en
el que estaba enrollado el sedal.
Ni el hipopótamo ni el cocodrilo fue­
ron usados como alimento por los antiguos
254. Carrete sosteni­
egipcios; pero el pueblo de Apollinópolis do por un sirviente.
comía cocodrilo en ciertas ocasiones para Beni Hasan.

252
mostrar su aberración hacia Tifón, el genio maligno, cuyo em­
blema era precisamente el cocodrilo. «También llevaban a cabo
una caza solemne de este animal en un día particular, fijado
para tal propósito, en el que mataban a tantos como podían y
luego arrojaban sus cueipos ante el templo de su dios; la razón
para tal práctica era la de que, como Tifón tenía la forma de un
cocodrilo, así se evitaba la persecución de Horus.»
En algunas partes de Egipto era sagrado, «mientras que en
otros lugares hacían la guerra contra él, como aquellos que vi­
vían cerca de Tebas y en el lago Moeris (en el nomo de Arsinoe),
quienes le profesaban gran veneración».
Allí era tratado con el mayor respeto y se gastaba mucho di­
nero en su mantenimiento; era alimentado y atendido con el más
escrupuloso cuidado: le preparaban especialmente para él gan­
sos, pescado y varias clases de came; le adornaban la cabeza con
pendientes, los pies con brazaletes y el cuello con collares de oro
y piedras de bisutería; se le hacía totalmente manso dándole un
trato amable; y tras la muerte se embalsamaba su cuerpo de la
forma más suntuosa, sobre todo en los nomos de Tebas, Ombos
y Arsinoe. En un lugar ahora llamado Maabdeh, frente a la mo­
derna ciudad de Manfallut, hay unas grandes grutas, en las gran­
des montañas calizas, donde se han encontrado numerosas mo­
mias de cocodrilo perfectamente conservadas y evidentemente
embalsamadas con el mismo cuidado.
Los habitantes de Apollinópolis, Dendera, Herakleópolis y
otros lugares, al contrario que los anteriores, aborrecían al co­
codrilo y no perdían ninguna oportunidad para destruirlo. Los
de Dendera eran grandes expertos, por una larga tradición, en
cazar e incluso vencer a este animal en el agua. Se sabe que lo
seguían por el Nilo y lo traían por la fuerza a la orilla. Plinio y
otros mencionan las fantásticas hazañas que llevaron a cabo, no
sólo en su propio país, sino en presencia del pueblo romano:
Estrabón dice que con ocasión de una exhibición de cocodrilos
en Roma, los de Dendera, que estaban presentes, confirmaron
por completo la veracidad de los rumores existentes sobre los
poderes que tenían sobre estos animales, porque, habién­

253
dolos puesto en un espacioso estanque de agua, con un banco
construido artificialmente en uno de los bordes, los hombres
entraron al agua con valentía y lo capturaron con una red, lo
arrastraron hasta la orilla y lo devolvieron al agua, hecho que
fue presenciado por muchos espectadores.
El cocodrilo es realmente un animal tímido, que huye al acer­
carse un hombre y poco peligroso para éste, excepto si incauta­
mente se queda junto a un banco de arena cerca del río, hacia don­
de el cocodrilo puede acercarse sin ser visto. En Egipto hay dos
variedades autóctonas, que se distinguen por el número y posi­
ción de las escamas del cuello y porque uno es negro y ota) más
verdoso. No miden más de 6 a 9 m, aunque hay viajeros que han
mencionado tamaños terribles. La historia del reyezuelo que se in­
troduce en la boca del cocodrilo mientras éste duerme en los ban­
cos de arena, para aliviarle de las sanguijuelas que se le quedan
atrapadas en la garganta, serían muy interesantes, si fuera verdad
que hay sanguijuelas en el Nilo; pero los amables trabajos de este
mondadientes alado pueden haber tenido su origen en el peque­
ño running bird, una especie de charadrius o dottrel, tan común
allí. Este pájaro emite un agudo chillido cuando se acerca algún
hombre y de esta forma avisa al cocodrilo (sin querer) del peli­
gro. Y si muchas veces aparece junto al cocodrilo es porque va en
busca de moscas e insectos atraídos por la bestia durmiente.

255. El trochilus, o Charadrius melonacephalus, Limieo.

Los huevos del cocodrilo son especialmente pequeños; sólo


miden 7,5 cm de largo, por 5 cm de ancho (o diámetro). Son más
pequeños que los de ganso y de igual grosor. Los pone en la are­
na y son incubados por el calor solar; en su interior permanece
el pequeño cocodrilo enroscado desde la cola hasta el hocico,

254
aguardando a que la cáscara se rompa. Y si el trochilus es útil
para los cocodrilos, el icneumón es mucho más peligroso para
sus huevos; y precisamente por destruir los huevos de los em­
briones tenía gran veneración en los lugares donde el cocodrilo
no era considerado animal sagrado.
Había varios modos de cazarlo: uno consistía en atar una pieza
de cerdo a un anzuelo y arrojarlo a la mitad del río, como cebo;
luego, los cazadores se quedaban cerca del borde del agua y gol­
peaban a un cerdo joven; el cocodrilo se dirigía al lugar de donde
provenían los gritos, encontraba el cebo en su camino y lo tragaba,
tragándose a su vez el anzuelo. Luego le arrastraban hasta la costa
y le cubrían los ojos con barro, para poder derribarle fácilmente.
Es un hecho singular que el jabalí nunca fuera representado
entre los animales de Egipto, aunque es nativo del país y aún fre­
cuente en el-Fayum y el Delta. Incluso hoy en día lo comen, a pe­
sar de los prejuicios religiosos de los musulmanes, algunos pue­
blos de los alrededores de Damietta. Aunque nunca habitara en el
Alto Egipto, debería figurar entre algunas de las escenas de caza
de aves, que están relacionadas con las marismas; la fabulosa caza
del jabalí llevada a cabo por Tifón muestra que fue conocido en
Egipto en los tiempos más remotos. Tampoco se encuentra ni ras­
tro del asno salvaje en las pinturas del Alto Egipto ni del Bajo,
aunque es común en el desierto de la Tebaida; también se echan
en falta otros animales en las esculturas. Así pues, el hecho de que
falten otros animales en los monumentos, que sabemos con toda
probabilidad que existieron en el país, nos tranquiliza.
Puede que no esté de más ofrecer una lista de diferentes
animales, pájaros, reptiles, peces y plantas, como la siguiente:
destacando, al mismo tiempo, los que eran sagrados y añadien­
do una serie de emblemas relacionados con la religión.

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256 y 257. El nombre de Egipto.

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De la segunda división del reino animal, los moluscos, que contiene los animales de concha, no se conoce nada que los relacione
con la reKgión de Egipto: y de la tercera o la articulata, la única que parece ser consagrada o emblemática de una deidad, es el es ­
corpión, en la tercera clase o A R A C N ID O S.

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Muchas de estas eran notorias en las ofrendas hechas a los dioses.


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270
Los emblemas más notables de los tipos de las deidades,
eran los signos de: 1, vida; 2, 3, bondad; 4, poder (o de pure­
za); 5, majestad y dominio (el flagelo y báculo de Osiris); 6,
autoridad; 7, 8 ,9,10, realeza; 11, estabilidad, que estaban prin­
cipalmente relacionados con los dioses y los reyes.

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258. Emblemas de vida, bondad, pureza, realeza y estabilidad.

Muchos otros pertenecían a ceremonias religiosas; una lar­


ga lista de estas se puede ver en la cámara de Osiris en Filé y
en la ceremonia de la coronación en Medinet Habu.
Los dioses sostienen el signo de vida (tau o crux ansata)
en una mano y el cetro del poder (o pureza) general­
mente en la otra. El loto fue siempre uno de los sím­
bolos favoritos; la rama de palmera era el signo del
año y una rana tras la cual asoma una joven hoja de
palmera, naciendo de una semilla de dátil, represen­
taba el embrión del hombre. El ojo de Osiris era al- 259
gunas veces una representación de Egipto (ver pági­
na 255) y se colocaba en la proa de los barcos. Se pueden ver
muchos otros emblemas en los temas sagrados representados
en los monumentos. Entre las flores hay dos que se repiten
con frecuencia, la cabeza de papiro y otra planta acuática,
que eran los emblemas del Alto Egipto y Bajo respectiva­
mente.
Las flores se representaban de diferentes formas; bien suel­
tas, atadas por los tallos 10 o formando cuidadosos ramos, sin
ningún otro adorno. Algunas veces ciertos tipos de flores de

10 Grabado 260.

271
260. Varias flores de las esculturas. Tebas.
En la fig. 8 es un intento en perspectiva. La parte superior (a) parece ser el papiro;
b es el loto; y c probablemente el meliloto. De la fig. la. parecería que una flor bien
formada es un colvólvulo; aunque Ib, 4, 6, 7 y 9, puede ser el papiro; y los fustes de
columnas con esos capitales indican la forma triangular de su tallo. 3. el loto. 2, 11,
12, 13. Diferentes ramos. 10. Flor de una cox'nisa ornamental. 5. Quizás la misma
que 4. Ver flores en el capitulo vi.

272
algún tipo en particular se ofrecían solas; las más estimadas
eran el loto, el papiro, el convólvulo y otras producciones fa­
voritas del jardín: ocasionalmente se ofrecía un solo ramo de
forma peculiar11 o dos más pequeños que el donante llevaba
en ambas manos12.
Las guirnaldas y coronas de flores también se colocaban
en los altares y se ofrecían a las deidades, cuyas estatuas esta­
ban frecuentemente coronadas con ellas. A la hora de selec­
cionar las hierbas o raíces, se elegían como más aceptables para
los dioses aquellas que eran más bonitas o útiles para el hom­
bre; y era probablemente más la utilidad que el aroma, lo que
les inducía a mostrar una preferencia marcada por la cebolla,
el rábanus y las plantas cucurbitáceas, que tan generalmente
encontraron su lugar entre las ofrendas.
Entre las frutas, el sicomoro, el higo y las uvas eran las
más estimadas para el servicio del altar. Se presentaban en
cestos o bandejas, frecuentemente cubiertas con hojas para
que se mantuvieran frescas. Algunas veces las frutas se pre­
sentaban en cestos descubiertos, dispuestas de tal forma que
representaban el símbolo que en escri­
tura jeroglífica significa esposa l3.
Los aceites a menudo formaban parte
de una gran donación y siempre formaban
parte de la lista de cosas que constituían
un conjunto completo de ofrendas. Se pre­
sentaba ante los dioses en jarrones de ala­
bastro o algún otro material sobre el que
normalmente se grababa el nombre del dios 261 .
al que dedicaban la ofrenda. Algunas ve­
ces el sacerdote o rey tomaba una pequeña cantidad para untar la
estatua de la deidad, lo cual se hacía con el dedo meñique de la
mano derecha.

11 Grabado 260, fig. 12.


12 Grabado 260, fig. 13.
13 Grabado 284, figs. 1,2, 3,4.
El ungüento se presentaba de diferentes formas, de acuer­
do con la ceremonia representada en honor de los dioses, y las
diferentes clases de pomadas perfumadas usadas por los egip­
cios eran ofrecidas en abundancia en cada sepulcro. Según
Clemente, los psagdae de Egipto estaban entre los más famo­
sos. Plinio y Ateneo nos dan testimonio de la variedad de acei­
tes egipcios, así como de la importancia que se les concedía,
lo cual queda confirmado por las esculturas e incluso por los
jarrones descubiertos en las tumbas.
Ricos vestidos, collares, brazaletes, joyería de varias cla­
ses y otros adornos, jarrones de oro, plata o porcelana, bolsas
de oro y numerosos regalos de los más costosos, eran también
presentados ante los dioses. Constituían las riquezas de los te­
soros de los templos y los botines que cogían de las naciones
conquistadas eran depositados allí por un monarca victorioso,
como regalo votivo por el éxito de sus ejércitos o como mues­
tra de gratitud por las gracias ya conseguidas. Entre las ofren­
das se encontraban mesas de metales preciosos y maderas
exóticas; en las paredes del templo se grababa un detallado ca­
tálogo de los regalos votivos, para conmemorar la piedad del
donante y la riqueza del santuario. Sin embargo, estas no se
pueden denominar propiamente ofrendas a los dioses, sino más
bien dedicatorias a sus templos; y con la oca­
sión de estas dedicatorias, se organizaban
grandes procesiones.
Pero no sólo era costumbre depositar las
gargantillas y otros regalos preciosos colec­
tivamente en el templo. Los reyes frecuente­
mente dejaban sus ofrendas por separado a
i Ha cada uno de los dioses, para decorar sus es­
tatuas con ellos y colocarlos en sus altares.
262. Da la Verdad
(o Justicia) a su padre.
También presentaban numerosos emble­
mas relacionados con los votos que habían
realizado, los favores que deseaban o las gracias que devol­
vían a los dioses: entre estos el más usual era una pequeña figu­
ra de la Verdad, el símbolo de los congregados (fig. 1), la vaca

274
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263. Ofrendas de emblemas.

de Hathor (2), la gargantilla con cabeza de halcón de Sokaris


(3), cinocéfalo (4), ¿partes de un vestido? (5), pomada (6), oro
y plata en bolsas o aros de plata (7 a y b), tres plumas o

275
264. Ofrendas ante el altar. Museo Británico.
1, 2, 3. Jarritas de ungüentos, en soportes rematados con flores de loto.
4. Ramos de loto y otras flores presentados por el hijo del fallecido.
5. Mesa de ofrendas; los más notorios son los pasteles, uvas, higos, la par­
te anterior y la cabeza de la víctima, dos corazones, un ganso, flores de
loto y pepinos o calabacines.
6. Cuatro jarritas sobre soportes, con las bocas tapadas con espigas de ce­
reales; sobre ellos hay coronas de hojas.
7. La persona de la tumba sentada.

276
juncos (emblema de un campo) (8), la tabla de un escriba y
tintero (9 a y b), guirnalda o corona (10), y emblema de forma
piramidal, quizá una clase particular de pan blanco (11).
La acción de gracias por el nacimiento de un niño, por es­
capar de un peligro u otras manifestaciones de favor divino,
era ofrecidas por los individuos por medio de los sacerdotes.
Lo mismo ocurría también en privado; los
votos secretos y privados se hacían con la
esperanza de conseguir favores futuros.
La calidad de estas oblaciones dependía
del dios al que se le presentaran o del ofi­
cio del donante; un pastor traería alguna
cabeza de su rebaño, un labrador un pro­
ducto de sus campos y así, según sus me­
dios, siempre que sus ofrendas no estu­
vieran prohibidas por los ritos de esa
deidad.
Aunque los egipcios consideraban que 265. Soportes para
ciertas oblaciones eran apropiadas para dei- ofrendas,
dades particulares, que otras eran inadmisibles para sus templos
y que algunas eran particularmente adecuadas para determinados
periodos del año, invocaban a la mayor parte de sus deidades con
las misma ofrendas. Las más usuales eran la fruta, flores, verdu­
ras, pomadas, incienso, grano, vino, leche, cerveza, aceite, pas­
teles y sacrificios de animales y aves. Estas últimas se ofrecían
enteras con las plumas o desplumadas y espetadas y, cuando se
presentaban solas, normalmente se colocaban sobre un pedestal
portátil equipado con clavos sobre el que se colocaba el ave.
Los instrumentos de bronce con clavos largos y curvados
encontrados en las tumbas etruscas probablemente tenían el
mismo propósito, aunque una vez se pensó que habían servi­
do para torturar a los mártires cristianos.
Incluso los bueyes y otros animales se ofrecían a veces en­
teros, aunque generalmente una vez que se les había cortado
la cabeza. No parece que esto estuviera relacionado con ningu­
na ceremonia en particular.

277
Al matar a una víctima los egipcios dejaban que la sangre
corriera por el suelo o sobre el altar, donde el animal estaba co­
locado. El modo en que lo mataban parece ser el mismo em­
pleado al matar a un animal para la mesa. Primero le cortaban

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266. Diferentes cuartos colocados sobre los altares o las mesas. Tebas.

la cabeza y una vez que le habían quitado la piel, le amputaban


la pata delantera derecha y la espalda y luego sucesivamente las
demás patas y las otras partes del cueipo. Cuando los animales
eran sacrificados con fines alimenticios, las partes se iban colo­
cando sobre bandejas que eran llevadas a la cocina; si se sacri­
ficaba a los animales como ofrenda religiosa, eran depositados
ante el altar, junto con frutas, pasteles y otras ofrendas.
Los cuartos y partes que más veces aparecen en las esculturas
son la cabeza y la pata delantera (fig. 1) con el hombro, (que era
llamado setep, la parte elegida), la parte superior de la pata tra­
sera (2), los riñones (4), las costillas (5 y 8), el corazón (3) y la ca­
dera (6). Las que se veían con más frecuencia en los altares eran
la cabeza, la pata y las costillas. Cuando los egipcios ofrecían un
holocausto, comenzaban con una libación de vino, una ceremo­
nia preliminar que, según Heródoto, era común a todos sus sacri­
ficios y cuando había sido derramado ante el altar, se mataba a la
víctima. Primero le cortaban la cabeza y quitaban la piel (una afir­
mación que, según ya he demostrado, queda perfectamente clara
por las esculturas); luego le sacaban el estómago y sólo le deja­
ban las tripas y la grasa; después iban cortando sucesivamente los
muslos, la parte superior de las patas, la espalda y el cuello. Luego
rellenaban el cuerpo con harina pura, miel, uvas pasas, higos, in-

278
denso, mirra y otras sustancias aromáticas y lo quemaban al fue­
go, rociándolo con una cantidad considerable de aceite. Los trozos
que no se consumían eran entregados a los oferentes, que estaban
presentes en la ocasión, sin perderse ni una sola parte de la ofren­
da, y era durante la ceremonia de la quema del sacrificio en la fies­
ta de Isis, cuando se azotaban en honor a Oris.
Los temas comunes en el interior de los templos represen­
tan al rey haciendo ofrendas a las deidades adoradas en ellos.
Los más notorios son los que ya hemos mencionado, incien­
so, libación y varias figuras emblemáticas u objetos relacio­
nados con la región. A veces se hacía una ofrenda apropiada a
la deidad central del santuario y a cada uno de los dioses si­
tuados a ambos lados, como, según Diodoro, hizo Osimandias;
el recuerdo de este acto de piedad está representado en las es­
culturas de su tumba.
A todos los dioses se les ofrecía incienso, que se introducía
en toda gran ocasión en la que se hacía una oblación comple­
ta. A veces ofrecían simplemente una libación de vino, aceite
y otros líquidos o un único regalo, como una gargantilla, un

267. Ofrenda de incienso.

ramo de flores o lo que hubieran prometido. El incienso tam­


bién se presentaba solo, aunque más normalmente acompaña­
do por una libación de vino. Consistía en va­
rios ingredientes según las circunstancias; en
las ofrendas al Sol, según dice Plutarco, las
sustancias entre las que se encontraban la re­
sina, la mirra y una mezcla de dieciséis ingre­
dientes, llamada kufi, se iban cambiando para 268. ofrenda de in­
adaptadas a las diferentes partes del día. cienso y libación.

279
Al ofrecer el incienso, el rey sostenía el incensario con una ma­
no y con la otra arrojaba bolas o pastillas de incienso a la llama.
Luego, colocándose ante la estatua del dios, se dirigía a él
con una oración adecuada, para invocar su ayuda y su favor y
le rogaba que aceptara el incienso que le presentaba: a cambio
de esto, la deidad le concedía una vida larga, pura y feliz, jun­
to con otros favores otorgados por los dioses a los hombres.
Además del incienso se ofrecía normalmente una libación de
vino o dos incensarios de incienso, con varios bueyes, aves y re­
galos consagrados. Queda demostrado que era habitual presentar
varios de la misma clase por la fórmula habitual de presentación
que dice: «te doy mil (es decir muchos) pasteles, mil cántaros de
vino, mil cabezas de buey, mil gansos, mil vestidos, mil incensa­
rios, mil libaciones, mil cajas de ungüento». Los panes eran de
varias clases: muchos eran redondos, ovales o triangulares; otros
tenían los bordes plegados, como los fatireh de la actualidad; a
veces también se les daba la forma de hojas, animales o cabeza
de cocodrilo, o de otras muchas formas caprichosas; y era usual
rociarlas con semillas (en particular los redondos y los ovales).

269. Vino irp ofrecido 270. Jarras usadas para las libaciones.
en dos tazas.

El vino se presentaba en dos copas.


En este caso no se trataba de una li­
bación, sino de una simple ofrenda de
vino. Y como el derramamiento de vino
271. Ofrenda de leche. sobre el altar era una ceremonia preli­
minar (como apunta Heródoto) común

280
a todos los sacrificios, encontramos que a menudo se represen­
ta al rey haciendo una libación sobre un altar cubierto de ofren­
das de panes, flores y los cuartos de un animal sacrificado para
la ocasión.
Dos clases de jarras eran empleadas para las libaciones; pero
la que se usaba en las grandes ocasiones y la que llevaba el profe­
ta o el rey en las procesiones era de forma alargada y tenía el usual
pitorro (fig. 1).
Varias clases de vino estaban indicadas por los nombres
asociados a estos. Los más famosos eran los vinos tintos y blan­
cos, del Alto Egipto y Bajo, el zumo de uva o el vino del vi­
ñedo (una de las más deliciosas bebidas del clima cálido, como
uno que se hace normalmente en España y en otros lugares en
la actualidad).
La cerveza y la leche, así como aceites de diversas clases por
las que Egipto era famoso, también figuraban entre las ofrendas.

271a. Relicario o arca. Tebas.

281
Ningún pueblo era más amante de las ceremonias y pom­
pa religiosa que los egipcios; constantemente tenían lugar
grandes procesiones para celebrar alguna legendaria historia
relacionada con alguna superstición. Esta tendencia de la mente
egipcia no fue descuidada por el orden sacerdotal, cuya influen­
cia se veía incrementada enormemente por la importancia del
puesto que ocuparan en aquellas ocasiones: no había ceremo­
nia en la que no participaran, e incluso las reglas militares es­
taban bajo su influencia.
Una de las ceremonias más importantes era la de la proce­
sión de los sepulcros, que se menciona en la piedra Rosetta y que
está representada con frecuencia en las paredes de los templos.
Los sepulcros eran de dos clases: uno era una clase de dosel y
otro un arca o caja sagrada, que puede llamarse el gran sepulcro.
Lo llevaban con gran pompa los sacerdotes, que eran selecciona­
dos especialmente para ese deber, apoyado sobre los hombros en
unas andas; estaba sujeto con unas anillas de metal situadas al lado
de los mazos sobre los que estaba colocado. Era así conducido al
interior del templo y allí se colocaba sobre un pedestal o mesa, para
que las ceremonias prescritas se pudieran celebrar ante él.
El pedestal también era llevado en procesión por otro gru­
po de sacerdotes, detrás del sepulcro, sobre unas andas simi­
lares, método normalmente adoptado para transportar grandes
estatuas y emblemas sagrados, demasiado pesados o demasia­
do importantes para ser llevados por una sola persona. Se afir­
ma que los judíos también tenían la misma costumbre en sus
procesiones religiosas, cuando llevaron el arca a su lugar, en
el santuario de la casa, el lugar más sagrado, cuando el tem­
plo fue construido por Salomón.
El número de capillas en estas procesiones y el esplendor
de la ceremonia llevada a cabo en la ocasión dependían del fes­
tival particular que quisieran conmemorar. En muchos casos la
capilla de la deidad del templo se llevaba sola, algunas veces
las capillas de otras deidades les acompañaban y otras veces se
añadía también la del rey; un privilegio concedido como una
señal peculiar de estima, por algún gran beneficio concedido a

282
él o a su pueblo o por su piedad al haber embellecido los tem­
plos de los dioses. Este es precisamente el motivo mencionado
en la descripción de la piedra Rosetta, que tras enumerar los be­
neficios concedidos al país por los Ptolomeos, decreta, como
agradecimiento a ellos, que: «una estatua de Ptolomeo ha de ser
erigida en cada templo, en el lugar más visible; que se ha de lla­
mar la estatua de Ptolomeo, el defensor de Egipto; y que junto a
ella se ha de colocar la deidad presidencial, en actitud de presen­
tarle el escudo de la victoria. Y más aún, los sacerdotes deben aten­
der las estatuas tres veces al día, prepararlas para la sagrada in­
vestidura y llevar a cabo todas las ceremonias acostumbradas,
como las que se celebran en honor de otros dioses en fiestas y
festivales. Que se erigirá una imagen y capilla de oro del rey
Ptolomeo en el más honorable de los templos, para que sea co­
locado en el santuario entre las demás capillas; y que en los gran­
des festivales, cuando tenga lugar la procesión de las capillas, será
acompañado por el dios Epífanes; diez coronas reales de oro se
depositarán sobre el sepulcro, con un áspid sobre cada uno; y la
doble corona (pshent), que llevaba en su coronación, será colo­
cada en el medio» (Verpshent, en grabado 258, fig. 10).
Era también costumbre llevar esta estatua de la deidad princi­
pal, en honor a quien se celebraba la procesión, junto con la del rey
y las figuras de sus antecesores, que se llevaban de igual forma a
hombros, como los dioses de Babilonia que menciona Jeremías.
Diodoro habla de un festival etíope en honor a Júpiter, en
el que su estatua se llevaba en procesión, probablemente para
conmemorar el supuesto refugio de los dioses en ese país, que
puede ser en memoria de la huida de los egipcios con sus dio­
ses en tiempos de la invasión de los Pastores, mencionada por
Josefo con la autoridad de Manetón. Diodoro también dice:
«Homero derivó de Egipto su historia de los besos de Júpiter
y Juno y su viaje a Etiopía, porque los egipcios cada año lle­
van la capilla a Júpiter a través del río, al interior de Africa, y
unos días más tarde lo traen de vuelta, como si los dioses hu­
bieran vuelto de Etiopía. La ficción de sus nupcias fue sacada
del acto de solemnizar estos festivales en los que ambas capi-

283
lias, adornadas con todas clases de flores, son llevadas por los
sacerdotes a la cima de una montaña.»
El número normal de sacerdotes que hacían la labor de por­
tadores era generalmente doce o dieciséis para cada capilla.
Iban acompañados por otro de grado superior, que se distin­
guía por llevar un mechón de pelo colgando a un lado de su
cabeza y que iba vestido con una piel de leopardo, el peculiar
distintivo de su rango, que caminaba cerca de ellos y les iba
dando direcciones con respecto a la procesión, su posición en
el templo y todo lo que hiciera falta durante la ceremonia. Esto
concuerda con la afirmación de Heródoto de que: «cada dei­
dad tenía muchos sacerdotes y un sumo sacerdote». Algunas
veces dos sacerdotes del mismo rango ayudaban, tanto durante
la procesión, como tras haber depositado la capilla en el tem­
plo. Estos eran los pontífices o el más alto orden de sacerdo­
tes: tenían el título de sem y disfrutaban de los privilegios de
ofrecer los sacrificios en las grandes ocasiones.
Cuando la capilla llegaba al templo, era recibida con todas
muestras de respeto por el sacerdote oficiante, que era llama­
do para decir el servicio el día del festival. Si el rey estaba allí,

272. Una de las arcas o barcos sagrados, con dos figuras que parecen querubines,
a y b representan al rey; el primero bajo la forma de una esfinge.

284
era su privilegio llevar a cabo las ceremonias previstas, que
consistían en sacrificios y oraciones. La capilla estaba ador­
nada con flores frescas y ricas guirnaldas. Un sinfín de ofren­
das eran colocadas ante ella, en varios altares separados, y el
rey (frecuentemente acompañado por la reina que sostenía el
sistro con una mano y con la otra un ramo de flores, en una
forma especial para estas ceremonias religiosas) presentaba
el incienso y la libación. Una vez finalizada esta parte de la ce­
remonia, el rey se dirigía ante el dios (representado por su es ­
tatua) de quien se suponía recibía una bendición, tipificada por
el sagrado tau, el signo de la vida. Algunas veces la deidad
contemplativa, usualmente el segundo miembro de la triada del
lugar, estaba también presente; y es probable que la estatua es­
tuviera situada cerca de la capilla, posición a la que se alude
en la inscripción de la piedra Rosétta.
Algunas de las arcas o barcas sagradas contenían los em­
blemas de la vida y la estabilidad, que se podían ver parcial­
mente cuando se descorría el velo; otras contenían la figura del
Espíritu Divino, nef o nu; y otras presentaban el sagrado es­
carabajo del Sol, cobijado bajo las alas de las dos figuras de
las diosas Tmei o Verdad, que recuerdan a los querubines de
los judíos. (Grabado 272.)

273. Dedicatoria de un pilono del templo a Amón por Ramsés III, que lleva a un
lado la corona del Alto Egipto, y en la otra la del Bajo Egipto. Tebas.

285
La dedicación de toda o parte del templo era, como se pue­
de suponer, una de las solemnidades más notables que presi­
día el rey. Y aunque la celebración actual de los ritos practica­
dos en esta ocasión, como la colocación de la piedra angular
u otras ceremonias relacionadas con esta, no están representa­
das en los monumentos, la importancia que tenía queda de­
mostrada por la forma conspicua en la que se recuerda en las
esculturas, la ostentación con la que se anuncian las inscrip­
ciones de la dedicatoria de los monumentos mismos y la res­
puesta dada por el dios en cuyo honor se erigió.
Otra sorprendente ceremonia era el transporte de las ofren­
das hechas por los reyes a los dioses, que eran llevadas con gran
pompa a sus respectivos templos. El rey y todos los sacerdotes
asistían a la procesión, vestidos con sus ropas de ceremonia; y
las astas de las banderas, unidas a las grandes torres de la fa­
chada, estaban adornadas, como en otros grandes festivales, con
estandartes.
La coronación del rey era una ceremonia particularmente
imponente. Era uno de los principales temas representados en
los muros de los templos; y de aquí nos podemos hacer una
idea de la pompa que se desplegaba para la ocasión, incluso
dada la limitada escala en que los monumentos son capaces de
describirla. Así es representada en Medinet Habu.
Primero viene el rey, bajo su palio o dosel y sentado en un
trono, adornado con las figuras de un león y una esfinge, que
va precedida de un halcón. Tras él hay dos figuras, la de la
Verdad y la de la Justicia, con las alas desplegadas. Doce prín­
cipes egipcios, sus hijos, llevan el palio; los oficiales ondean
el flabelo alrededor del monarca, y otros, del orden sacerdo­
tal, ayudan a cada lado, llevando sus armas e insignia. Luego
siguen otros cuatro; luego seis de los hijos del rey, tras los cua­
les van dos escribas y ocho ayudantes de la clase militar, que
llevan taburetes y las escaleras del trono.
En otra línea van los miembros del orden sacerdotal, otros
cuatro de los hijos del rey, los portadores de abanicos y escri­
bas militares; un guardia de soldados cierra la procesión. Ante

286
el patio, en una fila, marchan seis oficiales que llevan cetros y
otras insignias; en otra un escriba lee en alto los contenidos de
un rollo que mantiene desplegado en la mano, precedido por
dos de los hijos del rey y dos personas distinguidas del rango
militar y sacerdotal. La parte de atrás de estas filas va ocupada
por un pontífice, que, dándose la vuelta hacia el palio, quema
incienso ante el monarca; finalmente va una banda de música,
compuesta por trompeta, tambor, chirimía doble y otros ins­
trumentos y coristas, que forman la banda de la procesión.
El rey, descendiendo de su trono, oficia como sacerdote
ante la estatua de Amón-Hem o Amón-Ra generador y aún con
su casco puesto, ofrece libaciones e incienso ante el altar, que
está cargado de flores y otras ofrendas apropiadas. La estatua
del dios, acompañada por oficiales que llevan el flabelo, es lle­
vada en un palanquín, cubierto de ricas vestimentas, por vein­
tidós sacerdotes. Tras él siguen otros, que traen la mesa y el
altar de la deidad. Ante la estatua está el toro sagrado y tras él
avanza el rey a pie, llevando el gorro de la Tierra Baja. Aparte
de la procesión está la reina, como espectadora de la ceremo­
nia. Ante ella un escriba lee un rollo que ha desplegado. Un sa­
cerdote se da la vuelta para ofrecer incienso al toro blanco y
otro, aplaudiendo, dirige la parte de atrás de la procesión de
los hierafori, en la que van hombres, que llevan estandartes,
imágenes y otros emblemas sagrados, y el que marcha delan­
te lleva la estatua de los antecesores del rey.
Esta parte de la imagen se refiere a la coronación del rey,
que según dicen los jeroglíficos, se pone la corona de la Tierra
Alta y Baja, hecho que luego los pájaros van a anunciar a los
dioses del sur, norte, este y oeste, volando a las cuatro partes
del mundo.
En el próximo registro, el presidente de la asamblea lee
una larga invocación, cuyos contenidos están recogidos en la
inscripción jeroglífica que está sobre la imagen; y las seis es­
pigas de trigo, que el rey, una vez más llevando su casco, ha
cortado con su hoz de oro, son entregadas por un sacerdote a
la deidad. El toro blanco y las imágenes de los antecesores del

287
rey son depositados en su templo, en presencia de Amón-Hem;
la reina sigue siendo testigo de la ceremonia, que concluye
con una ofrenda de incienso y libación, hecha por Ramsés a
la estatua del dios.
Clemente nos hace un relato de una procesión egipcia, que,
como arroja algo de luz sobre ceremonias parecidas y es de in­
terés por tener algunos puntos de semejanza con el que aca­
bamos de describir, voy a exponer a continuación.
«En las solemnes pompas de Egipto el cantante general­
mente va delante, llevando uno de los símbolos de la música.
Dicen que es su deber llevar dos de los libros de Hermes, uno
de los cuales contiene himnos a los dioses y otro que relata pre­
ceptos de la vida del rey. El cantante es seguido por el horos­
copus, que lleva en sus manos la medida del tiempo (cristal de
la hora) y la palmera (rama), los símbolos de astrologia (astro­
nomía) cuyo deber es estar versado (o recitar) los cuatro libros
de Hermes, que tratan de esa ciencia. De estos, uno describe la
posición de las estrellas fijas, otro las conjunciones (eclipses)
y las iluminaciones de la Luna y el Sol y los demás su salida.
Luego viene el hierogramático (o escriba sagrado), que lleva
plumas en la cabeza y en sus manos un libro (papyrus), con una
regla (paletta) en la que hay tinta y una caña para escribir. Es
su deber entender los que se llaman jeroglíficos, la descripción
del mundo, la geografía, el curso del Sol, de la Luna y los pla­
netas, la condición de la tierra de Egipto y del Nilo, la natura­
leza de los instrumentos u ornamentos sagrados y los lugares
adecuados para ellos, así como las pesas, medidas y elementos
usados en los sagrados ritos. Luego sigue el Stolistes o encar­
gado del vestuario, que lleva el codo de la justicia y la copa de
libación. Es conocedor de todos los temas relacionados con la
educación y la elección de terneros para el sacrificio, que están
contenidos en diez libros. Estos tratan de los honores debidos
a los dioses y de la religión egipcia, incluyendo sacrificios, pri­
meros frutos, himnos, oraciones, procesiones, vacaciones y co­
sas similares. El último que llega es el profeta, que lleva en su
regazo una jarra de agua, seguido por personas con hogazas de

288
pan. Aquel preside todos los temas sagrados y tiene la obliga­
ción de conocer el contenido de los diez libros que se llaman
sacerdotales y que están relacionados con los dioses, las leyes
y toda la disciplina de los sacerdotes.»
Una de las principales solemnidades relacionadas con la
coronación era la unción del rey y la recepción de los emble­
mas de majestad de los dioses. Las esculturas representan las
mismas deidades oficiando en esta como en otras ocasiones si­
milares, para hacer llegar al pueblo egipcio, que contemplaba
estos ritos, una noción más exaltada de los favores especiales
otorgados al monarca.
Nosotros, sin embargo, que en este distante periodo esta­
mos menos interesados en la relación directa entre los farao­
nes y los dioses, podemos contentamos con una explicación
más sencilla de tales temas y concluir que era el sacerdote el
que llevaba a cabo la celebración y otorgaba al príncipe el tí­
tulo de ungido por los dioses.
Entre los egipcios, como entre los judíos, la investidura de
cualquier oficio sagrado, como el de rey o sacerdote, era con­
firmada por un signo externo; y mientras el legislador judío
menciona la ceremonia de derramar aceite sobre la cabeza del
sumo sacerdote después de que se había puesto todas sus ro­
pas, incluida la mitra y la corona, los egipcios representan el
ungimiento de su sacerdotes y reyes, tras haberse puesto todas
sus vestimentas, con el gorro y la corona en la cabeza. Algunas
de las esculturas representan un sacerdote derramando aceite
sobre el monarca, en presencia de Tot, Hathor, Set y Nilo, que
puede considerarse una representación de la ceremonia, ante
las estatuas de esos dioses. El funcionario que oficiaba era el
sumo sacerdote o profeta, vestido con una piel de leopardo.
Era el mismo que ayudaba en todas las ocasiones en que era
requerido o asumía las funciones del monarca en el templo.
También existía la ceremonia de ungir a las estatuas de los
dioses, lo cual se llevaba a cabo con el dedo meñique de la
mano derecha; y otra era la de derramar dos vasos sobre el rey,
que contenían emblemas de vida y pureza, en señal de purifi-

289
catión antes de presentarse ante el dios del templo. Esta cere­
monia era llevada a cabo con Tot a un lado y el Hathor con ca­
beza de halcón al otro; algunas veces con Hathor y Set o con
las dos deidades con cabeza de halcón o por una de estas y el
dios Nilo. Las deidades Set y Horus están representadas colo­
cando las coronas de los dos países sobre la cabeza del rey, di­
ciendo: «Pon este gorro sobre tu cabeza como tu padre Amón-
Ra.» Las dos hojas de palmera que sostiene en las manos aluden
a la larga serie de años que se le concedían para que goberna­
ra su país. Los emblemas de dominio y majestad, el cayado y
el flagelo de Osiris, también le eran entregados y sobre su ca­
beza se colocaba una diadema en forma de áspid.
Otra forma de investir al soberano con la diadema está re­
presentada en la cumbre de algún obelisco y en otros monu­
mentos; en esta ocasión se representa al dios, en cuyo honor
se levantaban, colocando la corona sobre la cabeza del sobe­
rano mientras este permanece arrodillado
ante él, pronunciando al mismo tiempo la
palabras: «yo te concedo dominio sobre el
mundo entero». Las diosas, de igual mane­
ra, colocaban sobre la cabeza de las reinas
la insignia peculiar que llevaban, que con­
sistía en dos largas plumas, con el mundo y
274. Cetro de una ¡os cuernos de Hathor, al tiempo que les en-
rema. , ,.
tregaban su peculiar cetro.
La costumbre de la unción no estaba sólo reservada al nom­
bramiento de sacerdotes y dioses para los sagrados oficios que
desempeñaban; era la señal usual de bienvenida a los invitados a
una fiesta en casa de un amigo; y en Egipto, no menos que en
Judea, la expresión metafórica ungido con el aceite de la alegría
se entendía fácilmente y se aplicaba a los sucesos diarios de la
vida. No estaba sólo reservada para los vivos; también se hacía
participar en ella a los muertos, como si fueran sensibles a las
muestras de estima que se les otorgaba. Un agradecido supervi­
viente, al dar una muestra de gratitud a un amigo fallecido, no
descuidaba esta última unción de sus restos mortales. Incluso la

290
cabeza vendada de la momia y la caja que la contema eran ungi­
das con aceites y con los más preciados ungüentos.
Otra ceremonia representada en los templos era la bendi­
ción concedida por los dioses al rey en el momento en que
este asumía las riendas del gobierno. Colocaban sus manos
sobre él y, presentándole el símbolo de la vida, le prometían
que su reinado sería largo y glorioso y que disfrutaría de tran­
quilidad y de ciertas victorias sobre sus enemigos. Si estaba
a punto de emprender una expedición contra naciones ex­
tranjeras, le daban la hoz de la victoria, para asegurarle esta
sobre las gentes del país que estaba a punto de invadir, di­
ciendo: «Toma esta arma y golpéala contra las cabezas de los
impuros gentiles.»
Para mostrar el especial favor del
cielo de que disfrutaba, se representaba
incluso a los dioses admitiéndole en su
compañía y comulgando con él; y algu­
nas veces Tot, con otras deidades, co­
giéndole de la mano, le llevaban ante la
gran Tríada o ante la divinidad princi­
pal del templo y allí le era dada la bien­
venida con adecuadas expresiones de
aprobación. En esta y otras ocasiones se
le presentaba la sagrada tan o signo de 275· Tau o signo de la
la vida, símbolo que, junto con el cetro Vlda'
de la pureza, era normalmente colocado en manos de los dio­
ses. Estos dos símbolos eran considerados como los mayores
regalos que podía hacer una deidad a un hombre.
El origen de la tau no puede precisarse con exactitud, pero
hay un hecho curioso relacionado con él en tiempos posterio­
res (que los primeros cristianos de Egipto adoptaron en lugar
de la cruz y luego fue sustituido por esta, prefijándolo a las ins­
cripciones de la misma forma que la cruz en tiempos poste­
riores). Hay muchas inscripciones encabezadas por la tau que
se conservan hoy en día en los antiguos sepulcros cristianos
del Gran Osiris.

291
El triunfo del rey era una gran solemnidad, un halago para
el orgullo nacional de los egipcios, que despertaba los senti­
mientos de entusiasmo que la celebración de la victoria despierta
por naturaleza y les llevaba a conmemorarla con la mayor pom­
pa. Cuando el monarca victorioso, de regreso a Egipto tras una
gloriosa campaña, se acercaba a las ciudades que estaban en su
camino, desde los confines del país a la capital los habitantes se
lanzaban en masa a recibirlo y con aclamaciones de bienvenida
saludaban su llegada y el éxito de sus ejércitos. Los sacerdotes
y principales de cada lugar avanzaban con guirnaldas y ramos
de flores; la persona principal allí presente, le dirigía un apro­
piado discurso. Mientras las tropas desfilaban por las calles o
pasaban fuera de las murallas, la gente les seguía con aclama­
ciones, dando gracias a los dioses, los protectores de Egipto, y
rogándoles para que siempre continuaran mostrando las mismas
señales de favor a su monarca y a su nación.
Una vez en la capital iban inmediatamente al templo, donde
daban gracias a los dioses y llevaban a cabo los sacrificios ha­
bituales en estas importantes ocasiones. El ejército entero asis­
tía y el orden de la marcha continuaba igual que al entrar en la
ciudad. Un cuerpo de egipcios, formados por carros e infante­
ría, conducía la vanguardia que avanzaba en columnas cenadas,
seguidos de los aliados de las diferentes naciones que habían
compartido los peligros del campo y el honor de la victoria. En
el centro marchaban los guardaespaldas, los hijos del rey, los es­
cribas militares, los portadores de las armas reales y el estado
mayor, entre los que iba el monarca mismo, montado en un es­
pléndido carro, acompañado por sus portadores de abanicos, que
iban a pie y que llevaba sobre él el flabelo del estado. Luego
seguían otros regimientos de infantería, con sus respectivos
estandartes. Al final desfilaba un cuerpo de carros. Los prisio­
neros, atados todos juntos con cuerdas, iban conducidos por al­
gunos de los hijos del rey o por ios principales oficiales del ejér­
cito, al lado del carro real. El rey misino, sostenía frecuentemente
la cuerda con la que estaban atados, mientras avanzaba lentamente
en la procesión. Algunas veces llevaban a dos o más jefes sus­

292
pendidos bajo el eje de su carro, lo cual contradecía todos los
principios humanos que normalmente eran respetados en Egipto;
los egipcios parecen haberse abstenido de practicar una cruel­
dad innecesaria con los cautivos. Hasta tal punto era así, que
podían llegar a rescatar, incluso en el calor de la batalla, a un
enemigo indefenso atrapado en una tumba de agua.
Habiendo alcanzado los recintos del templo, los guardias y
servidores reales seleccionados para representar al ejército en­
tero, entraban en el templo, mientras que el resto de las tropas,
demasiado numerosas como para poder entrar al interior, espe­
raban en la puerta. El rey se bajaba del carro y se preparaba para
conducir a los cautivos hasta la capilla del dios. Las bandas mi­
litares tocaban los ritmos favoritos del país y los numerosos es­
tandartes de los diferentes regimientos, las banderas ondeando
al viento, el brillo de las armas, la inmensa concurrencia de gen­
te y la grandeza de las inmensas torres del templo, adornadas
con sus banderines de vivos colores que se agitaban en las cor­
nisas, presentaban una escena imponente. Pero la característica
más sorprendente de toda esa pomposa ceremonia era el bri­
llante cortejo del monarca, que era traído en su silla gestatoria
por los principales oficiales del estado, bajo palio o que cami­
naba a pie, bajo la sombra de un rico flabelo y abanicos de on­
deantes plumas. Cuando se iba acercando al pasillo interior, una
larga procesión de sacerdotes avanzaba a su encuentro vestidos
con sus trajes de oficio. Incensarios repletos de incienso eran
quemados ante él y un escriba sagrado leía las gloriosas haza­
ñas del victorioso monarca y las señales que había recibido del
favor divino, que estaban escritas en un rollo de pergamino.
Luego le acompañaban ante la presencia de la principal deidad
del templo; y el monarca, habiendo realizado sacrificios y ha­
biendo cumplido la acción de gracias, dedicaba el botín del ejér­
cito conquistado y expresaba su gratitud al colocar a los pies
del dios, el otorgador de la victoria, a aquellos prisioneros que
había traído hasta el vestíbulo de la morada divina.
Mientras tanto las tropas que permanecían fuera de los sa­
grados recintos eran llamadas con el sonido de trompetas a

293
ayudar en el sacrificio preparado para los dioses, en nombre
de todo el ejército, por los beneficios que habían recibido de
los dioses, el éxito de sus ejércitos y su propia salvación a la
hora del peligro. Cada regimiento marchaba por tumo hacia el
altar, temporalmente elevado para la ocasión, al son de los tam­
bores. Los soldados llevaban en la mano una ramita de olivo,
con las armas de sus respectivos cuerpos. El soldado que lle­
vaba armas pesadas dejaba a un lado su escudo en esta oca­
sión, como para mostrar la seguridad que disfrutaba en pre­
sencia de la deidad. Luego se mataba un buey y se presentaban
al dios las ofrendas habituales de vino, incienso, pasteles, fru­
tas, verduras, cuartos de carne y aves. Cada soldado deposita­
ba en el altar la rama de olivo que llevaba y al son de la trom­
peta, cada regimiento se retiraba y cedía el lugar a otro. Una
vez terminada la ceremonia, el rey volvía al palacio, acompa­
ñado por las tropas; y habiendo distribuido recompensas entre
ellos y elogiado su conducta en el campo, daba órdenes a los
jefes de cada cuerpo, que se retiraban a sus acantonamientos
o se disponían a llevar a cabo los deberes que se les había en­
comendado.
De todos los festivales habituales, uno de los más noto­
rios era la celebración de las grandes asambleas o panegíri­
cos, que se celebraban en los grandes salones de los princi­
pales templos y que el rey presidía en
persona. Su frecuente representación en
las esculturas prueba que tenían la má­
xima importancia. El puesto de presi­
dente de la asamblea era el más alto ho­
nor que se podía recibir, porque el
soberano era el único hombre que lo po­
día sustentar y porque en estas leyendas
sólo le estaba concedido a la deidad mis­
ma: Pro. (faraón), señor de los panegí­
ricos, como Ra o como su padre Ptah:
2’6· que tan frecuentemente aparece en los
276 . monumentos de Tebas y Menfis.

294
Su celebración se realizaba siempre en determinadas fe­
chas del año: entre estas podemos citar los festivales de la luna
nueva y aquellos recogidos en los grandes calendarios, repre­
sentados en las esculturas del muro suroeste de Medinet Habu,
que tenía lugar en varios días sucesivos de cada mes y se re­
petían incluso en honor de las diferentes deidades cada día du­
rante algunos meses. A ellos asistía el rey mismo.
Otra importante ceremonia religiosa a la que se alude con fre­
cuencia en las escrituras parece estar relacionada con las asam­
bleas que acabamos de mencionar. En estas el rey es representa­
do corriendo, con un jarrón o algún emblema en la mano y el
flagelo de Osiris, signo de majestad, en la otra, como apresurán­
dose para entrar en el templo donde se celebraban los panegíri­
cos. Dos figuras de este dios son normalmente introducidas, una
coronada con el gorro del Alto Egipto y la otra con el del Bajo
Egipto y ambas están colocadas bajo un dosel indicativo del sa­
lón donde se celebraba. Las mismas deidades, que presiden nor­
malmente la unción del rey, le presentan a su vez la señal de la
vida y traen ante él la rama de palmera, en la que se anotan los
años de las asambleas. Ante él está la diosa Milt, llevando en la
cabeza las plantas acuáticas, su emblema; y alrededor hay nu­
merosos emblemas apropiados a este tema. El monarca a veces
corre ante la presencia del dios llevando dos jarras, que parecen
ser el principio de esta ceremonia o estar relacionadas con ella;
y todo puede ser el aniversario de la fundación del templo o del
reinado del soberano. Un buey (o vaca) es en algunos casos re­
presentado corriendo con el rey, en la misma ocasión.
Los cumpleaños de los reyes se celebraban con gran es­
plendor. Eran considerados como algo sagrado, no se hacía ne­
gocio con ellos, y todas las clases sociales se divertían con las
festividades apropiadas a la ocasión. Cada egipcio daba mu­
cha importancia al día e incluso a la hora de su nacimiento. Es
probable que, como en Persia, el individuo celebrara su cum­
pleaños con gran alegría, dando la bienvenida a sus amigos con
todos los entretenimientos sociales y una profusión de las ex­
quisiteces de la mesa mayor que de costumbre.

295
Había otras muchas fiestas, en la que la corte del rey y to­
dos los oficios públicos cerraban. Esto se debía a veces a una
creencia supersticiosa de considerar ciertos días como des­
afortunados. Tal era el prejuicio contra «el tercer día de la
epacta, día del nacimiento de Tifón, que el soberano no hacía
ningún negocio, ni siquiera se aventuraba a tomar nada antes
de la noche». Otros ayunos también eran observados por el rey
y los sacerdotes, por respeto a ciertas solemnes purificaciones
que estimaban como su obligación en servicio a la religión.
Entre los ritos comunes el más notorio, por ser el más
frecuente, era el sacrificio diario ofrecido en el templo por el
soberano pontífice. Era costumbre para él acudir allí temprano
cada mañana, tras haber revisado y respondido a toda la
correspondencia epistolar relativa a los asuntos de estado.
El servicio comenzaba con una plegaria que hacía el sumo
sacerdote por el bienestar del monarca, en presencia del pueblo.
De sus festivales anuales uno de los más señalados era el
del Nilo o la invocación de las bendiciones de la inundación,
ofrecida a la deidad tutelar del Nilo. Según Heliodoro, era una
de las principales festividades de los egipcios. Tenía lugar por
el solsticio de verano, cuando el río comenzaba a crecer y la
ansiedad con la que anhelaban una inundación plena les indu­
cía a celebrarlo con más honor de lo que era habitual. Libanio
afirma que estos ritos eran considerados tan importantes por
los egipcios que, a menos que fueran llevados a cabo en la
estación apropiada y en forma parecida por las personas en­
cargadas de este deber, estaban persuadidos de que el Nilo se
negaría a crecer e inundar la tierra. Su plena creencia en la efi­
cacia de la ceremonia aseguraba su crecimiento anual a gran
escala. Hombres y mujeres acudían de todas partes del país a
las ciudades de sus respectivos nomos, se proclamaban gran­
des festividades y todos los placeres de la mesa se reunían con
la solemnidad de un festival sagrado. La música, la danza y los
himnos apropiados, marcaban el respeto que sentían por la dei­
dad; los sacerdotes llevaban en procesión una estatua de ma­
dera el dios del río por todos los pueblos en santa procesión,

296
para que todo pudiera ser honrado con su presencia, mientras
invocaban las bendiciones que estaba a punto de conceder.
Otro festival, particularmente bienvenido por los campesi­
nos egipcios y considerado como un día de gran regocijo, era
(si se pueden llamar así) la cosecha de casa, o el cierre de las
labores del año, y la preparación de la tierra para sus futuros
cultivos por la inundación. Era entonces cuando, como nos dice
Diodoro, los campesinos se entregaban a diversiones de todas
clases y mostraban su gratitud por los beneficios que la deidad
les había conferido gracias a las bendiciones de la inundación.
De este y otros festivales de los campesinos trataré al hablar
de la agricultura en Egipto l4.
También se celebraban juegos en honor de ciertos dioses,
en los que se practicaba la lucha y otros ejercicios de gim­
nasia.
La investidura de un jefe era de considerable importancia,
cuando el puesto conferido estaba relacionado con alguna alta
dignidad cercana a la persona del monarca, del ejército o del
orden sacerdotal. Tenía lugar en presencia del soberano senta­
do en su trono. Luego dos sacerdotes, habiendo vestido al can­
didato con una túnica suelta, le colocaban collares alrededor
del cuello. Una de estas ceremonias aparece con frecuencia en
los monumentos y era llevada a cabo inmediatamente después
de una victoria; en tal caso podemos concluir que el honor se
concedía a cambio de servicios distinguidos en el campo de
batalla, y como el individuo representado en todas las ocasio­
nes sostiene el flabelo, báculo y otras insignias del oficio de
portador del abanico, bien parece haber sido la celebración del
nombramiento para ese puesto o para algún grado más alto en
el ejército.
Un modo similar de investidura parece haber sido adopta­
do en todos los nombramientos de altos cargos del estado, de
la clase militar y civil. En esta representación, como en mu­

14 En el cap. vi.

297
chas costumbres detalladas en las esculturas, encontramos una
interesante ilustración de una ceremonia mencionada en la
Biblia, que describe al faraón quitándose un anillo de su mano y
poniéndolo en la mano de José, al tiempo que se le viste con ro­
pas de lino y se le coloca una cadena de oro alrededor del cuello.
En una tumba abierta en Tebas por Hoskins, aparece otro
ejemplo de esta investidura para el puesto de portador del aba­
nico; en esta, dos ayudantes o sacerdotes inferiores, están ocu­
pados vistiéndole con las ropas de su nuevo oficio. Uno le pone
el collar, otro le coloca los vestidos, tiene una cinta atada al­
rededor de la cabeza y parece llevar unos guantes en las ma­
nos. En la siguiente parte del mismo dibujo (porque, como su­
cede a menudo, presenta dos acciones y dos periodos de tiempo)
el individuo, que sostiene la insignia de portador del abanico,
seguido por dos sacerdotes, se presenta ante el rey, que extiende
su mano para tocarle o quizás para besarle.
El oficio de portador del abanico del rey era un puesto muy
honorable, que a nadie más que al príncipe real o a los hijos
de la nobleza, se les permitía tener. Estos constituían una par­
te muy importante de su séquito y en el campo de batalla o ayu­
daban al monarca de quien recibían órdenes o eran despacha­
dos para tomar el mando de una división, algunos con el rango
de generales de caballería, otros de infantería pesada o arque­
ros, de acuerdo con el rango al que pertenecían. Tenían el pri­
vilegio de presentar los prisioneros al rey, tras haber obtenido
una victoria, anunciando al mismo tiempo el número de ene­
migos muertos y el botín que habían obtenido. Aquellos que
tenían el deber de ayudar a la figura del rey tan pronto como
el enemigo había sido derrotado, dimitían de su cargo que era
asumido por alguien de un rango inferior y volvían a su pues­
to de portadores del abanico. Estos oficios estaban divididos
en dos grados, el que servía a la derecha y el que servía a la iz­
quierda del rey; el puesto más honorable era dado a los de más
alto rango o a aquellos más estimados por sus servicios. Un
cierto número estaba siempre de servicio y se les requería para
asistir a las grandes solemnidades del templo o siempre que el

298
monarca estaba fuera por asuntos de estado o cuando despa­
chaba asuntos públicos en casa.
En Medinet Habu hay un ejemplo notable en el que se ve
la ceremonia de llevar la barca sagrada de Ptah-Sokaris-Osiris,
que puede representar el funeral de Osiris. Se introduce fre­
cuentemente en las esculturas; en una de las tumbas de Tebas,
aparece también esta solemnidad y aunque a más pequeña es­
cala que en las paredes de Medinet Habu, ofrece algunas pe­
culiaridades interesantes. Primero viene la barca, llevada,
como de costumbre, por varios sacerdotes, todo bajo la di­
rección del pontífice, vestido con piel de leopardo, tras el cual
venían dos hierafori{o portadores de emblemas santos), lle­
vando un largo cayado coronado por un halcón; luego viene
un hombre tocando la pandereta, tras el cual hay una flor cuyo
tallo está recubierto de hiedra (o la periploca, que tanto se le
parece). Estos van seguidos de dos hierafori, llevando cada
uno un traje con un chacal en la parte de arriba y otro que lle­
va una flor; detrás de estos va un sacerdote que va dando vuel­
tas para ofrecer incienso al emblema de Nefer-Atmu. Este úl­
timo va colocado horizontalmente sobre seis columnas, entre
las que se introduce una figura humana, con los brazos ele­
vados, bien en acto de adoración o ayudando a sostener el
sagrado emblema; tras él está el rey arrodillado. Todo el con­
junto es transportado sobre las andas usuales que los sacer­
dotes cargan en sus hombros, ayudados por un pontífice ves­
tido con la habitual piel de leopardo. En esta ceremonia, como
en algunas de las narraciones de Osiris, podemos rastrear las
analogías que condujeron a los griegos a sugerir el parecido
entre esa deidad y su Baco: la pandereta, la flor con la hie­
dra o tirso, y la piel de leopardo, que recuerda el leopardo
que conducía su carro. La piel a manchas de los nebris o cer­
vatos puede también encontrarse colgada cerca de Osiris en
la región de Amenti.
En Medinet Habu la procesión tiene mucho más esplendor:
dieciséis sacerdotes, acompañados por dos pontífices, uno de
ellos vestido con la tradicional piel de leopardo, traen el arca

299
de Sokaris, y es el mismo Ramsés quien se encarga de oficiar
en esta ocasión. El rey también lleva a cabo la singular cere­
monia de sostener por el centro una cuerda, cuyos lados están
sujetos por cuatro sacerdotes, ocho de sus hijos y otros cuatro
jefes, ante los cuales dos sacerdotes se dan la vuelta para ofre­
cerles incienso, mientras un escriba sagrado lee el contenido
del papiro que sujeta con las manos. Estos van precedidos por
un hieraforus que lleva el halcón sobre un soporte adornado
con banderas (el estandarte del rey o de Horus) y por el em­
blema de Nefer-Atmu, llevado por dieciocho sacerdotes. Éste
está colocado sobre unas columnas coronadas por cabezas de
halcones entre las que se encuentran figuras de reyes.
En la misma ceremonia en Medinet Habu, parece que el
rey, al sujetar la cuerda, sostiene el codo en la mano y cuando
va detrás del arca, lleva la copa de libación, lo que nos hace
pensar en el oficio de los stolistes mencionado por Clemente,
«que tiene en la mano el codo de la justicia y la copa de liba­
ción», y él, de igual manera, va precedido del escriba sagrado.
El modo de llevar las arcas sagradas sobre andas trans­
portadas por sacerdotes o por los nobles del lugar se hizo ex­
tensivo a las estatuas de los dioses y otros sagrados objetos
del templo. Los primeros, como dice Macrobio, eran colo­
cados frecuentemente en una caja o dosel; y el mismo autor
tiene razón al decir que los principales personajes del nomo
ayudaban en este servicio, e incluso los hijos del rey esta­
ban orgullosos de llevar a cabo un oficio tan honorable.
Cuando dice después que «los llevaban por la inspiración di­
vina que los dioses les trasmitían y no por su propio deseo»
no puede sino aludir a un supuesto dictado de una influen­
cia secreta, bajo la cual los portadores del muerto, en las pro­
cesiones funerarias del moderno Egipto, pretender actuar.
Hasta tal extremo llevan esta supersticiosa creencia de sus
antepasados, que yo les he visto detener de repente su mar­
cha solemne y luego correr desaforados por las calles, con
riesgo de hacer caer el féretro de las andas, bajo la excusa
de que se vieron obligados, bajo el deseo del fallecido, a vi­

300
sitar cierta mezquita o recibir la bendición de un determina­
do santo.
Otras pocas procesiones de importancia están representa­
das en las esculturas; tampoco se puede esperar que los mo­
numentos den más que un pequeño recuento de los numerosos
festivales o ceremonias que tenían lugar en este país.
Muchos de los festivales religiosos eran indicativos de al­
gún peculiar atributo o supuesta propiedad de la deidad en cuyo
honor se celebraban. Uno mencionado por Heródoto era em­
blemático del principio generativo y es lo mismo a lo que pa­
rece aludir Plutarco con el nombre de Paamylia, que según él
tiene un gran parecido con una de las ceremonias griegas. Sin
embargo, la afirmación de estos autores de que tales figuras
pertenecían a Osiris es contradictoria con lo que dicen las es­
culturas, que muestran que eran emblemáticas del dios Hem o
Pan. Esto viene confirmado por otra observación de este últi­
mo autor, que dice que la hoja de higuera representaba a la dei­
dad del festival, así como a la tierra de Egipto. El árbol, efec­
tivamente, representa a Egipto y siempre está presente en el
altar de Hem; pero no está relacionado con Osiris de ninguna
manera y las estatuas mencionadas por Plutarco evidentemen­
te se refieren al Pan egipcio.
Según Heródoto, las únicas dos festividades en las que se
podían sacrificar cerdos eran la de la Luna y la de Baco (u
Osiris): atribuye la razón de esta restricción a una razón sa­
grada que no considera correcto mencionar. «Al sacrificar un
cerdo para la Luna, lo mataban; y cuando habían reunido el fi­
nal del rabo, el bazo y el omento y lo habían cubierto todo con
grasa del interior del animal, lo quemaban. El resto de la víc­
tima era comido el mismo día de la luna llena, que era el día
en que se ofrecía el sacrificio; porque ningún otro día tenían
permitido comer carne de cerdo. La gente pobre que apenas
tenía medios de subsistencia hacía una figura de barro, la hor­
neaba y la ofrecía como sacrificio.» Este mismo tipo de sacri­
ficio era ofrecido en otras ocasiones por aquellos que no po­
dían permitirse comprarlos: algunas figuras de animales de

301
cerámica y de arcilla que se han encontrado en las tumbas ha­
brían sido usadas, probablemente, para este propósito. «En la
fiesta de Baco, cada persona inmolaba un cerdo ante la puerta
de su casa, a la hora de cenar; luego se lo devolvía a la perso­
na a quien se lo había comprado. Los egipcios, añade el histo­
riador, celebran el resto de la fiesta, casi de la misma forma
que los griegos, a excepción del sacrificio del cerdo.»
En esta ocasión, la procesión está encabezada, como de cos­
tumbre, por la música: un flautista, según Herodoto, conducía
la retaguardia; el primer emblema sagrado que llevaban era una
hidria o cántaro de agua. También se celebraba una festividad
en honor a Osiris el día 17 de azyr y durante los tres días su­
cesivos, durante los que exponían un buey dorado, el emble­
ma de esa deidad, y conmemoraban lo que llamaban la pérdi­
da de Osiris. Seis meses más tarde se celebraba otra fiesta en
honor de la misma deidad, es decir el día 179, el 19 de pashons,
en la que marchaban en procesión hasta la orilla del mar, ha­
cia donde, de igual forma, los sacerdotes y otros oficiales ade­
cuados llevaban el cofre sagrado, que contenía un pequeño
barco o navio de oro, sobre el que derramaban agua fresca y
luego todos los presentes aclamaban en alta voz: «se ha en­
contrado a Osiris». Terminada esta ceremonia, arrojaban al
agua una masa hecha con un poco de tierra fresca, junto con
ricos aromas y especias, que tenía la forma de una media luna.
La imagen era después vestida y adornada con un hábito ade­
cuado y toda la ceremonia pretendía simbolizar que conside­
raban a estos dioses como la esencia y poder de la tierra y el
agua.
Otro festival en honor a Osiris que se celebraba en la luna
nueva del mes de parimhotep, que caía a comienzos de la p ri­
mavera, llamaba la entrada de Osiris a la Luna·, y el 11 de
tube, a comienzos de enero, se celebraba la fiesta de la vuelta
de Isis de Fenicia, en la que se ofrecían en su honor panes con
la forma de un hipopótamo atado, para conmemorar su victo­
ria sobre Tifón. Un cierto rito se celebraba en relación con la fa­
bulosa historia de Osiris. Éste consistía en arrojar un cordel en

302
medio de la asamblea y luego cortarle en pedazos. El supues­
to propósito era recordar la deserción de Taweret, la concubi­
na de Tifón, y su liberación de la serpiente, que encontró la
muerte a manos de los soldados armados con sus espadas, cuan­
do la iba persiguiendo en su huida para unirse con el ejército
de Horas.
Entre las ceremonias relacionadas con Osiris, la fiesta de
Apis ocupa un lugar sobresaliente.
Osiris era también adorado bajo la forma de Apis, el toro sa­
grado de Menfis o como figura humana con cabeza de toro, acom­
pañado del nombre Apis-Osiris. Según Plutarco, Apis era una
bella y hermosa imagen del alma de Osiiis, y el mismo autor nos
cuenta que «Mnevis, el buey sagrado de Heliópolis, también es­
taba dedicado a Osiris y era honrado por los egipcios con una re­
verencia similar a la que daban a Apis, que, según algunos, era su
padre.» Esto concuerda con la afirmación de Diodoro, que dice
que Apis y Mnevis eran sagrados para Osiris y venerados como
dioses por todo Egipto. Plutarco sugiere que, de estas bien cono­
cidas representaciones de Osiris, los pueblos de Elis y Argos ex­
trajeron la idea de Baco con cabeza de buey; Baco tenía la repu­
tación de ser el mismo que Osiris. Heródoto, al describirlo, dice:
«Apis, también llamado Epafo, es un toro joven, cuya madre no
puede tener más crías y que, según dicen los egipcios, concebió
por un rayo enviado desde el cielo, para así crear al dios Apis. Se
le reconoce por ciertas marcas: tiene el pelo negro, una mancha
triangular blanca en la frente, un águila en la espalda, un escara­
bajo bajo la lengua y el pelo de la cola doble.» Ovidio lo presen­
ta de varios colores. Estrabón dice que tiene la frente y algunas
partes de su cuerpo blancas y el resto negro: «según estas señales
eligen a uno nuevo que le sucede, cuando muere». Plutarco pien­
sa que, «a cuenta del gran parecido que imaginan entre Osiris y
la Luna, que tiene las paites más brillantes ensombrecidas y os­
curecidas por otras de tono algo más oscuro, llaman a Apis la viva
imagen de Osiris y suponen que fue engendrado por un rayo de
luz que salió de la Luna y que fue a caer sobre su madre cuando
ella estaba en el momento propicio».

303
Plinio dice de Apis que «tenía una mancha blanca en for­
ma de media luna en el lado derecho y un bulto bajo la len­
gua en forma de escarabajo». Amiano Marcelino dice que la
imagen de luna creciente que tenía en su lado derecho era el
signo principal y Elio menciona veintinueve marcas por las
que se le podía reconocer, cada una con un significado místi­
co. Pero él dice que los egipcios no admitían las marcas da­
das por Heródoto y Aristágoras. Algunos suponen que era com­
pletamente negro y otros afirman que ciertas marcas, como la
de ser de color predominantemente negro y el escarabajo de
la lengua, muestran que estaba consagrado al Sol, así como el
cuarto creciente muestra que estaba consagrado a la Luna.
Amiano y otros dicen que «Apis estaba consagrado a la Luna
y Mnevis al Sol», y la mayoría de los autores describen a este
último como de color negro.
Es difícil saber si Heródoto tiene razón con respecto a las
peculiares marcas de Apis. Sin embargo, hay evidencias, por
las estatuas de bronce encontradas en Egipto, de que el buitre
(no el águila), que tenía en la espalda, es una de sus caracte­
rísticas, proporcionada sin duda, como muchas otras, por los
sacerdotes, que probablemente se encontraron con muchos in­

277. En posesión de las Rogers.


1. Figura de un Apis de bronce. 2. Las marcas de la espalda.

304
convenientes y tuvieron que hacer muchos esfuerzos para ha­
cer coincidir las marcas y el pelo con la descripción.
Pertenecían a Apis todos los bueyes blancos elegidos para el
sacrificio; el requisito necesario era, según Heródoto, que debían
estar totalmente libres de manchas negras o incluso un solo pelo
negro, aunque, como tendré ocasión de comentar al hablar de los
sacrificios, esta afirmación del historiador dista mucho de la ver­
dad. También es dudoso que el nombre Epafo, con el que según
él le llamaban lo griegos en su lengua, fuera de origen griego.
En las leyendas jeroglíficas se le llama Hapi, y el toro, el
signo demostrativo y figurativo que sigue a su nombre, va acom­
pañado de la crux ansata o emblema de vida. Apenas lleva nin­

278. Nombre jeroglífico de Apis.

gún adorno en la cabeza, pero la figura de Apis (o Hapi) Osiris


generalmente lleva en la cabeza la esfera del Sol y el áspid, sím­
bolo de la majestad divina, que también se coloca sobre las fi­
guras de bronce de este toro.
Menfis era el lugar donde se guardaba a Apis y el lugar
principal donde se le rendía culto. No se le consideraba mera­
mente como un emblema, sino que, como dicen Plinio y
Cicerón, era juzgado como «un dios por los egipcios». Estrabón
dice que «Apis es igual que Osiris». Psamético allí erigió un
gran patio (adornado con figuras en vez de columnas de doce
codos de altura, formando un peristilo interior), en cuyo cen­
tro se le colocaba cuando era exhibido en público. Junto a él
había dos establos (delubra o thalami), mencionados por Plinio,
y Estrabón dice: «delante del lugar en el que se guarda a Apis,
hay un vestíbulo en el que también se da de comer a la madre
del toro sagrado; y en este vestíbulo se coloca Apis para mos­
trárselo a los extranjeros. Después de haberlo exhibido duran-

305
te un corto periodo de tiempo, se vuelve a retirar. Otras veces
sólo se muestra por una ventana. El templo de Apis está cerca
del de Vulcano, que es notorio por la belleza de su arquitectu­
ra, su extensión y la riqueza de su decoración.»
El festival en honor a Apis duraba siete días y para la oca­
sión una gran masa de gente se reunía en Menfis. Luego los sa­
cerdotes conducían al toro sagrado en procesión solemne y toda
la gente salía de su casa para darle la bienvenida a su paso; Plinio
y Solino afirman que se pensaba que los niños que olían su alien­
to eran agraciados con el poder de adivinar sucesos futuros.
Diodoro deriva la adoración a Apis de la creencia de que
«el alma de Osiris había emigrado hacia el interior de este ani­
mal, que así se suponía que se manifestaba al hombre a través
de sucesivas generaciones; aunque algunos dicen que los miem­
bros de Osiris, cuando fue asesinado por Tifón, habían sido en­
vueltos en ropas de biso y depositados en un buey de madera,
al que se le había dado el nombre de Busiris y se había esta­
blecido allí su adoración».
Cuando Apis moría, ciertos sacerdotes, elegidos para este
deber iban en busca de otro, que era reconocido por los signos
mencionados en los sagrados libros. Tan pronto como le en­
contraban, le llevaban a la ciudad del Nilo, paso preparatorio
para su traslado a Menfis, donde se le tenía durante cuarenta
días. En este periodo sólo a las mujeres se les permitía verle.
Una vez pasados estos cuarenta días, se le colocaba en un bar­
co, con una cabina de oro preparada para alojarlo y era lleva­
do ceremoniosamente por el Nilo hasta Menfis.
Sin embargo, Plinio y Amiano, declaran que el toro Apis
era conducido a la fuente de los sacerdotes y allí le ahogaban
con gran ceremonial, tan pronto como el tiempo prescrito en
los libros sagrados era completado. Este periodo, según Plutarco,
era sólo de veinticinco años (el cuadrado de cinco y el mismo
número que las letras del alfabeto egipcio) y alcanzada esta
edad estaba prohibido que viviera. Cuando le habían dado muer­
te, buscaban a otro para sucederle. Su cuerpo era embalsama­
do y una gran procesión funeraria tenía lugar en Menfis. Era

306
entonces cuando su féretro, colocado sobre unos trineos era
seguido por los sacerdotes, vestidos con las pieles a manchas
de los cervatos (leopardos), con el tiro en las manos y emi­
tiendo los mismos gritos y haciendo los mismos gestos que los
devotos de Baco, durante las ceremonias en honor a ese dios.
Cuando Apis moría de muerte natural, sus exequias eran ce­
lebradas por todo lo alto, llegando a tal extravagancia, que aque­
llos que estaban encargados de todos los preparativos a menu­
do se arruinaban por los enormes costes a los que tenían que
hacer frente. En una ocasión, durante el reinado de Ptolomeo I,
se tomaron prestados más de cincuenta talentos para sufragar
los costes necesarios para su funeral «y en nuestros tiempos»,
dice Diodoro, «los cuidadores de otros animales sagrados han
gastado cien talentos en su entierro».
En cuanto era enterrado, se daba a los sacerdotes permiso
para entrar en el templo de Sarapis, que antes les había estado
prohibido durante todo el festival.
El lugar donde se enterraba a los toros Apis ha sido des­
cubierto recientemente por M. Mariette, cerca de Menfis.
Consiste en una galería con arcos excavados en la piedra, de
unos 6,6 m de ancho y alto y unos 667 m de longitud (junto a
una galería lateral). A cada lado hay una serie de habitacio­
nes o nichos, que pueden llamarse establos sepulcrales. Cada
una contiene un gran sarcófago de granito, de 5 por 2,7 m, en
el que se depositaba el cuerpo del toro sagrado; y cuando Harris
lo visitó (en marzo de 1852) ya se habían encontrado treinta
sarcófagos. Sólo uno tenía una inscripción, junto con el óva­
lo en blanco de un rey, pero en la pared había varias tablillas
y fragmentos de otras por el suelo, con dedicatorias a Apis,
en nombre de alguna persona fallecida; había una con el nom­
bre de Amasis y otra de la época ptolomaica. También se hace
mención del nacimiento, muerte y entierro de los toros. La
mayoría vivían de diecisiete a veinte años (veinticinco era el
límite prescrito para su vida), así que treinta nos pondrían al
principio de la dinastía xxvi. Muchas más, pues, faltan por
descubrir.

307
Antes de estas salas hay un camino pavimentado con leo­
nes alineados a cada lado, de unos 2,7 m de alto, que forma la
entrada; y aún antes de esta entrada hay un templo, que se su­
pone es el Serapeum, con una especie de vestíbulo. En la puer­
ta de entrada, entre estos dos y a cada lado, hay un león tum­
bado y una tablilla; en una de ellas se representa al rey
Nectanebo, seguido de un sacerdote de Apis-Osiris (¿Serapis?),
haciendo una ofrenda; y en el registro superior hay ocho dei­
dades con un altar ante ellos (Amón-Ra, Mut, Honsu, Horus,
Hathor, Mandu -M ontu-, Mem y Osiris). En el vestíbulo hay
estatuas de las once divinidades, de formas griegas (uno de los
cuales es Júpiter), sentados en semicírculo. Estos son de épo­
ca griega o romana; pero junto a este lugar se han encontrado
los nombres de Amirteo y algunos reyes egipcios tardíos y des­
conocidos. El de Ramsés II está en la superficie del suelo por
encima de estas cuevas.
Cualquiera que fuera la causa de la muerte de Apis, la gen­
te representaba un lamento público, como si Osiris mismo hu­
biera muerto: y este lamento duraba hasta que el otro Apis, su
sucesor, hubiera sido encontrado. Luego comenzaban las ce­
lebraciones, que eran llevadas a cabo en medio de un entu­
siasmo comparable a la aflicción mostrada la mañana anterior.
Del descubrimiento de un nuevo Apis, Elio da el siguiente
relato: «Tan pronto como comienza a circular el rumor de que
el dios egipcio se ha manifestado, algunos de los sagrados es­
cribas, bien versados en las señales místicas que han llegado
hasta ellos por tradición, se aproximan al lugar donde la vaca
divina ha depositado su ternero y entonces (siguiendo la anti­
gua ordenanza de Hermes), la alimentan con leche durante cua­
tro meses, en una casa de cara al sol naciente. Cuando este pe­
riodo ha transcurrido, los sagrados escribas y profetas vuelven
a la morada de Apis una noche que hay luna nueva y, colo­
cándole en un barco preparado para este propósito, le llevan a
Menfis, donde tiene una morada agradable y conveniente, con
placenteros campos y amplio espacio para hacer toda clase de
ejercicio. Se le proporcionan también compañeras hembras de

308
su especie, las más bellas que se pueden encontrar, que son
alojadas en establos a los que tiene acceso cuando desea. Bebe
de un pozo o fuente de agua clara, porque se cree que no está
bien darle de beber agua del Nilo, que se considera que en­
gorda demasiado.
»Sería aburrido relatar las pomposas procesiones y cere­
monias sagradas que los egipcios llevan a cabo, en la cele­
bración de la crecida del Nilo, en la fiesta de la Teofamía, en
honor de este dios o las danzas, festividades y gozosas reu­
niones que se celebraban para la ocasión, en las ciudades y en
el campo.» Luego dice, «el hombre de cuyo rebaño ha salido
la bestia divina es el hombre más feliz de los mortales y es mi­
rado con admiración por todo el mundo», lo que refuta su afir­
mación previa con respecto a la vaca divina: las afirmaciones
de otros escritores, y su probabilidad muestran que no era la
madre la que era seleccionada para producir un ternero con
marcas particulares, sino que era Apis el que era seleccionado
porque las tenía. El honor que se atribuía a la vaca que lo pa­
ría era, pues, retrospectivo y sólo una vez que el Apis con sus
debidas marcas había sido encontrado por los sacerdotes; el
mismo respeto le era mostrado al dueño del rebaño favoreci­
do, entre el que se había encontrado al toro sagrado. «Apis»
continúa el naturalista, «es una excelente interpretación de fu-
turidad. No usa vírgenes, ni mujeres ancianas, sentadas en trí­
podes, como otros dioses, ni requiere que se intoxiquen con
pociones sagradas, sino que inspira a los muchachos que jue­
guen alrededor de su establo, por impulso divino, capacitán­
doles para pronunciar predicciones con un ritmo perfecto».
Los egipcios no sólo dieron honores divinos al toro Apis,
sino que, considerándolo la viva imagen y representante de
Osiris, le consultaban como a un oráculo y deducían de sus ac­
ciones buenos o malos presagios. Tenían la costumbre de ofre­
cerle cualquier tipo de comida con la mano: si la cogía, la res­
puesta era favorable; si la rechazaba, se consideraba como un
presagio siniestro. Plinio y Amiano observan que rechazó lo
que el desafortunado Germánico le presentó y la muerte de ese

309
príncipe, que le sobrevino al poco tiempo, fue considerada
como la confirmación más inequívoca de la verdad de los pre­
sagios, Los egipcios también extraían presagios relativos a la
riqueza de su país según el establo en el que estuviera. A dos
establos tenía libre acceso y, cuando espontáneamente entra­
ba en uno, presagiaba beneficios para Egipto y el otro lo con­
trario. Muchos otros presagios se derivaban de circunstancias
accidentales relacionadas con este animal sagrado.
Pausanias dice que los que querían consultar a Apis pri­
mero quemaban incienso en el altar, luego llenaban con acei­
te las lámparas que estaban allí encendidas y depositaban
una moneda en el altar, a la derecha de la estatua del dios.
Luego, para consultarle, le hacían cualquier tipo de pregun­
ta al oído. Hecho esto, se retiraban cubriéndose los dos oí­
dos hasta que estaban fuera de los precintos sagrados del
templo; allí escuchaban la primera expresión que cualquie­
ra pronunciaba y de lo que oyeran deducían la respuesta a lo
que deseaban saber.
Según Plinio y Solino, los niños que asistían en gran nú­
mero a las procesiones en honor del toro divino «recibían el
don de predecir acontecimientos futuros», y estos mismos au­
tores mencionan una supersticiosa creencia en Menfis rela­
cionada con la influencia de Apis sobre los cocodrilos, duran­
te los siete días en los que se celebraba su nacimiento. En esta
ocasión, una parte de oro y plata se arrojaba al Nilo, en un lu­
gar llamado la botella por su forma; y mientras se celebraba
este festival, nadie estaba en peligro de ser atacado por los co­
codrilos, aunque se bañara descuidadamente en el río. Pero
sólo lo podía hacer impunemente hasta la hora sexta del día
octavo. Entonces se observaba que la hostilidad del animal ha­
cia el hombre reaparecía invariablemente, como si la deidad le
permitiera reanudar sus hábitos.
Apis estaba normalmente en uno de los dos establos. Rara
vez salía, excepto a la habitación situada al lado, adonde acu­
dían los extranjeros para visitarlo. Pero en ciertas ocasiones
era conducido por toda la ciudad con gran ceremoniosidad.

310
Entonces iba escoltado por numerosos guardias que se abrían
paso entre la multitud y prevenían el acercamiento de los pro­
fanos; un coro de niños cantando himnos en su honor, presidía
la procesión.
A la salud de Apis se le prestaba gran atención; se ocupaban
de conseguir siempre para él la comida más rica y disfrutaban
si podían alargar su vida hasta el límite prescrito por la ley.
Plutarco también señala que tenía prohibido beber agua del Nilo,
porque tema la peculiar propiedad de engordar mucho. «Porque»,
añade, «trataban de prevenir la gordura, en Apis y en ellos mis­
mos; siempre preocupados de que sus cuerpos fueran un asien­
to lo más ligero posible para el alma, para que la parte mortal
no pudiera oprimir a la parte más divina e inmortal».
A lo largo de las estaciones del año se celebraban muchas
fiestas. Como dice Heródoto, lejos de contentarse con una sola
festividad, los egipcios celebraban muchas a lo largo del año:
de todas ellas la de Diana (Pasht), que estaba en la ciudad de
Bubastis, era la de mayor rango y se celebraba con la mayor
pompa. Le sigue la de Isis, en Busilis, ciudad situada en me­
dio del Delta, con un templo muy grande, consagrado a esa
diosa, la Ceres de los griegos. La tercera en importancia era la
fiesta de Minerva (Neit), que se celebraba en Sais; la cuarta, la
del Sol, en Heliópolis; la quinta, la de Latona, en la ciudad de
Buto; y la sexta es la que se llevaba a cabo en Papremis, en ho­
nor a Marte.
Al acudir a Bubastis para celebrar la festividad de Diana
era costumbre ir hasta allí por agua; grupos de hombres y mu­
jeres se aglomeraban en aquella ocasión en numerosos barcos,
sin distinción de sexo, ni edad. Durante todo el viaje, las mu­
jeres tocaban los crótalos (castañuelas) y algunos hombres la
flauta. Otros les acompañaban cantando o tocando las palmas,
como era usual en las fiestas musicales en Egipto. Cada vez
que llegaban a una ciudad, los barcos se aproximaban a ella y
mientras continuaban con sus cantos, algunas mujeres, de for­
ma más impertinente, se burlaban de los que estaban en la ori­
lla cuando pasaban.

311
Al llegar a Bubatis, llevaban a cabo los ritos del festival, sa­
crificando un gran número de víctimas. La cantidad de vino que
se consumía en esta ocasión era mayor de la que se consumía
en el resto del año. El número de personas presentes, según los
habitantes del lugar, era de unas setecientas mil, sin incluir a
los niños; y es probable que el aspecto que ofrecía este grupo,
las escenas que tenían lugar y el pintoresco grupo que forma­
ban no fueran muy diferentes de las que se presencian hoy en
día en las modernas fiestas de Tanta y Desuk en el Delta, en
honor del sayd el Beddawi y Sheik Ibrahim e ’Dessuki.
El número que señala el historiador está fuera de toda pro­
babilidad, teniendo en cuenta la población del antiguo Egipto;
la cifra no puede dejar de recordarnos los setenta mil peregri­
nos exactos presentes cada año en La Meca, según los musul­
manes. La explicación que dan de cómo se las arreglaban para
mantener el número justo, es muy curiosa: cada falta era cu­
bierta por un misterioso complemento de ángeles, que atenta­
mente se presentaban a sí mismos para este propósito; es po­
sible que alguna explicación de este tipo se les haya sugerido
a los antiguos egipcios en el festival de Bubastis.
La fiesta de Isis se celebraba con gran magnificencia. Los
devotos de la diosa se preparaban de antemano con ayuno y
oración, tras lo cual procedían a sacrificar a un toro. Cuando
estaba muerto, le cortaban los muslos y partes superiores de
las patas, la espalda y el cuello, le rellenaban el cuerpo con pa­
nes de harina pura, miel, uvas pasas, higos, incienso, mirra y
otras sustancias aromáticas. Luego se le quemaba y durante el
proceso se echaba por encima una gran cantidad de aceite.
Mientras tanto, los allí presentes se azotaban en honor de Osiris,
pronunciando lamentos alrededor de la ofrenda ardiente.
Concluida esta parte de la ceremonia, se repartían los restos
del sacrificio.
Esta festividad se celebraba en Busiris, para conmemorar
la muerte de Osiris, que se decía estaba enterrado allí y cuya
tumba dio nombre a la ciudad, pero también se celebraba en
otros lugares. Fue probablemente en esta ocasión en la que los

312
sacerdotes de Isis llevaron la rama de absintio, mencionada por
Plinio. La procesión, que iba encabezada por perros, se cele­
braba para conmemorar la recuperación de su cuerpo.
Otro festival de Isis se celebraba en el tiempo de la cose­
cha, cuando los egipcios por todo el país ofrecían los prime­
ros frutos de la tierra y con tristes lamentaciones los presenta­
ban ante el altar. En esta ocasión parece corresponderse con la
Ceres de los griegos, como ha observado Herodoto; la multi­
tud de nombres que tenía pueden responder a las diferentes vir­
tudes por las que se la alababa y eliminar así la dificultad que
la introducción de cualquier cambio en la esposa y hermana
de Osiris parece presentar. Hay una similitud observable entre
esta última y la fiesta celebrada en Busiris, en la que los de­
votos presentaban sus ofrendas vestidos de plañideras. Los pri­
meros frutos ofrecidos hacían probablemente referencia directa
a Osiris y estaban relacionados con una de esas alegorías que
la representaban como la propiedad benefactora del Nilo.
La fiesta de Minerva en Sais se celebraba en una noche
particular, en la que cada persona que pensaba estar presente
en la ceremonia encendía un número de lámparas al aire libre
alrededor de su casa. Eran pequeños jarrones llenos de sal y
aceite, sobre el que flotaba una mecha, que una vez encendi­
da, continuaba ardiendo toda la noche. Lo llamaban el festi­
val de las Lámparas Ardientes. No sólo se hacía en Sais: el
egipcio que no podía asistir personalmente, estaba obligado a
observar la ceremonia de las lámparas en cualquier parte del
país en la que se encontrara; y se consideraba de enorme im­
portancia rendir honor a la deidad, por medio de la adecuada
observación de este rito.
En el lago sagrado de Sais representaban, probablemente
en la misma ocasión, la historia alegórica de Osiris, que los
egipcios juzgaban como el misterio más solemne de su reli­
gión y que Herodoto siempre menciona con gran cuidado.
El lago de Sais todavía existe, cerca de la moderna ciudad
de Sa-el-Hagar, y las murallas y ruinas de la ciudad se levan­
tan por encima de la llanura.

313
Los que iban a Heliopolis y a Buto ofrecían simplemente sa­
crificios. En Papremis los ritos eran muy parecidos a los de otros
lugares; pero cuando el sol se ponía, un grupo de sacerdotes ha­
cía gestos sobre la estatua de Marte, mientras otros, en gran nú­
mero, armados con palos, tomaban posiciones a la entrada del
templo. Una muchedumbre de personas, cuyo número aumen­
taba hasta mil hombres, armados con palos, se presentaba lue­
go para llevar a cabo sus votos; y nada más que los sacerdotes
habían procedido a sacar la estatua colocada sobre una peque­
ña capilla de madera dorada y sobre un carro de ruedas, los que
estaban fuera, en el vestíbulo, tomaban posiciones para impedir
que volviera a ser introducida en el templo. Los dos grupos lu­
chaban con palos; cuando se producía una reyerta, según
Heródoto, y a pesar de todas las afirmaciones de los egipcios en
sentido contrario, debía terminar frecuentemente con serias con­
secuencias, e incluso con pérdidas de vidas humanas.
Otro festival, mencionado por Heródoto y cuya celebración
él presenció, se dice que tenía sus orígenes en una misteriosa
historia de Rampsinito.
En esa ocasión, el sacerdote eligió a uno de los suyos, a quien
vistieron con un traje peculiar, hecho expresamente para la ce­
remonia de este día, y luego le llevaron con los ojos vendados a
un camino que llegaba al templo de Ceres. Habiéndole dejado
allí, todos se retiraron; y se dice que dos lobos dirigieron sus pa­
sos al templo, a una distancia de veinte estadios (unos 3 km),
y que luego le volvieron a reconducir al mismo lugar donde le
habían dejado.
El día 19 del mes se celebraba la fiesta de Tot, de donde el
mes tomó su nombre. Era costumbre que los asistentes co­
mieran miel y huevos, mientras se decían unos a otros: ¡qué
cosa tan dulce es la verdad! Una costumbre alegórica pareci­
da se observaba en mesoré, el último mes del año egipcio, cuan­
do, al ofrecer los primeros frutos de sus len tejas, exclamaban
“¡la lengua es fortuna, la lengua es Dios!
La mayoría de sus fiestas parecen celebrarse en la luna nue­
va o llena. Los israelitas eligieron la luna también para este

314
propósito; este hecho, así como un mes que aparece represen­
tado en jeroglíficos por una luna, pude servir para demostrar
que los meses de Egipto eran originariamente lunares; como
lo siguen siendo en muchos países hasta el momento actual.
El historiador de Halicarnaso habla de una ceremonia anual,
que según le informaron los egipcios, se llevaba a cabo en Sais
y en memoria de la hija de Mikerino. Esto estaba evidente­
mente relacionado con los ritos de Osiris; y si Herodoto tiene-
razón al afirmar que era una novilla (y no un buey), puede ha­
ber sido el emblema de Hathor, representando la influencia que
ella mantenía en las regiones de los muertos. Los honores que
se le muestran en tal ocasión no podían ser ofrecidos sólo a
una princesa cuyo cuerpo estaba depositado en el interior. Eran
evidentemente propios de una deidad a quien ella representa­
ba. La introducción de Hathor, junto con los ritos misteriosos
de Osiris, se puede explicar por el hecho de que éste asumía
frecuentemente el carácter de Isis.
Plutarco, que parece haber visto la misma ceremonia, dice
que el animal expuesto ante el público en esta ocasión era un
buey, en conmemoración de las desgracias que se decía le ha­
bían ocurrido a Osiris. «En este tiempo (el mes de azyr, cuan­
do los vientos etesios han cesado y el Nilo ha vuelto a su cau­
ce y ha dejado el campo por todas partes desnudo y baldío), a
consecuencia de la mayor duración de las noches, el poder de
la oscuridad parece ganar, mientras que el de la luz disminu­
ye y es derrotado. Los sacerdotes, pues, practican ciertos ritos
de lamento, uno de ellos es exponer públicamente, como una
representación del presente dolor de la diosa (Isis), un buey cu­
bierto con un paño del más fino lino negro y a este animal se
le considera como la viva imagen de Osiris. La ceremonia se
celebra cuatro días seguidos, comenzando el 17 del mes arri­
ba mencionado. Representan allí cuatro cosas por las que se
lamentan: 1. La disminución del Nilo y su retiro a su cauce;
2. El cese de los vientos del norte, que ahora quedan bastante
suprimidos por la mayor fuerza de los del sur; 3. La mayor du­
ración de las noches y el acortamiento de los días; 4. La des­

315
tituida constitución que muestra ahora la tierra, desnuda, de­
solada, con los árboles desposeídos de sus hojas. A sí conme­
moran lo que llaman “la pérdida de Osiris”; y el día 19 del mes
(¿paxon?) otro festival representa “el hallazgo de Osiris”.»
Algunas veces en las tumbas hay unas pequeñas tablillas
que representan un toro negro, que lleva el cadáver de un hom­
bre hasta la morada final de las regiones de los muertos. El
nombre de este toro, según muestran las esculturas del Oasis,
es Apis, la representación de Osiris. No es descabellado supo­
ner que, de alguna manera, estaba relacionado con la fábula.
Había varios festivales en honor a Ra o el Sol. Plutarco afir­
ma que se le ofrecía un sacrificio el cuarto día de cada mes,
como se relata en los libros de la genealogía de Horus, por
quien se dice que se instituyó esa costumbre y tan grande era
la veneración que se daba al Sol, que quemaban incienso en su
honor tres veces al día “resina cuando salía, mirto cuando es­
taba en el meridiano y una mezcla llamada kufi, a la hora de la
puesta”. La principal alabanza al Sol se hacía en Heliópolis,
donde era la deidad principal; y cada ciudad tenía ciertos días
santos particularmente consagrados a su patrón, además de los
que eran comunes en todo el país.
Otro festival en honor al Sol se celebraba el día 30 de epifi,
llamado el cumpleaños de los ojos de Horus, cuando el Sol y
la Luna estaban en línea con la Tierra; y «el día 22 de faofi,
tras el equinocio de otoño, había otro similar al que, según
Plutarco, le daban el nombre de “la natividad de los peldaños
del Sol: apuntando a que el Sol era entonces retirado de la
Tierra; y a que como su luz se hacía cada vez más pálida, ne­
cesitaba unas andas para sostenerse. En referencia a esta ca­
rencia”, añade, “cerca del solsticio de invierno, llevaban a la
vaca sagrada siete veces en procesión alrededor del templo,
llamando a esta ceremonia la búsqueda de Osiris, en la esta­
ción del año en la que más se echa de menos el calor del Sol”».
Clemente menciona la costumbre de llevar cuatro figuras
de oro al festival de los dioses. Eran dos perros, un halcón y
un ibis, que, como el número cuatro, tenía un significado mis­

316
terioso. Los peiTos representaban los hemisferios, el halcón el
Sol, y el ibis la Luna; pero no dice si esto era común en todos
los festivales o si estaba reservado a deidades particulares.
En sus solemnidades religiosas se consideraba que la mú­
sica era aceptable para los dioses, e incluso era necesaria, ex­
cepto si creemos a Estrabón, en el templo de Osiris en Abydos.
Probablemente difería mucho de la música de ocasiones fes­
tivas corrientes y, según Apuleyo, tenía un carácter lúgubre.
Pero esto ya lo he mencionado al tratar de la música de los
egipcios l5.

15 C apítulo ii, p. 140.

317
G. La pirámide durante la inundación, cerca de la bifurcación del Delta.

CAPÍTULO V
Origen de los egipcios. Población de Egipto y del mundo anti­
guo. Historia. El rey. Los príncipes. Los sacerdotes. Su siste­
ma. Religión. Dioses. Tríadas. Vestidos y modo de vida de los
sacerdotes. Soldados. Ejércitos. Carros. Barcos y navios.
Enemigos de Egipto. Conquistas.

Habiendo mencionado las costumbres particularmente re­


lacionadas con la vida privada de los egipcios, voy a proceder
a comentar ahora su historia temprana, su gobierno e institu­
ciones, así como las ocupaciones de las diferentes clases so­
ciales de la comunidad.
El origen de los egipcios está envuelto en la misma oscu­
ridad que el de la mayoría de los pueblos, pero sin duda pro­
cedían de Asia, como lo demuestra la forma de la calavera, que
es de raza caucásica y también sus rasgos, pelo y otras evi­

319
dencias. Todo el valle del Nilo en toda Etiopía, Abisinia y la
costa del sur, estaba poblado por pueblos provenientes de in­
migraciones asiáticas; los kafirs no son de raza negra. Plinio,
pues, tiene razón al decir que los pueblos situados en los ban­
cos del Nilo, al sur de Syene, eran árabes (o de raza semítica)
y los mismos que fundaron Heliópolis.
En el periodo de la colonización de Egipto, la población
aborigen era sin duda pequeña y el cambio que se produjo en
las particularidades de los recién llegados fue proporcional­
mente ligera: poca variación se observó con respecto a la for­
ma de la calavera de los caucásicos originales. Sin embargo,
cuando tiene lugar una mezcla de razas debe producirse, en
mayor o menor grado, una modificación y conformación en
cuanto a las costumbres.
Incluso puedo aventurarme a sugerir que todas las razas
presentes en Europa tienen origen asiático y que estas tribus
invasoras deben haber encontrado en el periodo de su emigra­
ción, una población indígena que, aunque pequeña, tuvo su in­
fluencia sobre ellos. Esta conclusión queda confirmada por el
hecho de que mientras en América del Norte, los pueblos que
se han convertido en sus nuevos habitantes son (como siem­
pre lo serán) esencialmente europeos, los europeos decidida­
mente no son asiáticos y difieren enteramente de ellos en ca­
racteres, hábitos y aspecto. La diferencia entre los europeos y
los asiáticos es tan palpable como la identidad de la nueva raza
americana y sus antecesores europeos. Esto puede explicarse
fácilmente porque las tribus asiáticas que poblaron Europa se
mezclaron con las razas indígenas de nuestro continente, mien­
tras que los europeos que colonizaron América mantuvieron
sus costumbres, que eran distintas de las de los aborígenes. No
hay que buscar el origen de los primitivos europeos, como al­
gunos han pensado, en los vascos, ni en ningún otro pueblo,
pues después de tantos años es bastante probable que todos hu­
bieran sido absorbidos.
Los egipcios probablemente vinieron al valle del Nilo como
conquistadores y avanzaron por el Bajo Egipto hacia el sur. La

320
extraordinaria teoría que dice que descendieron y derivaron su
civilización de Etiopía, ha perdido credibilidad desde hace mu­
cho tiempo. Igualmente obsoleta es la idea de que el Delta ocu­
pa una extensión de tierra una vez cubierta por el mar, incluso
después de que Egipto estuviera habitada; este argumento, que
se deriva del hecho de que la «Isla de Paros» de Homero esta­
ba a un día de navegación de Egipto, no es sostenible debido
a que Egipto es aquí el nombre que él atribuye al Nilo, no a la
costa de Egipto, que siendo rocosa por esa parte, está exacta­
mente a la misma distancia de Paros tanto ahora como ante­
riormente, aunque el canal intermedio ha sido rellenado por un
arrecife que lo une a la orilla. Las ciudades más antiguas, tam­
bién de la costa del Delta, ocupan los mismos lugares cerca del
mar que en tiempos antiguos. Si ha habido alguna acumula­
ción de tierra, ésta está contrarrestada por un hundimiento del
terreno, de origen subterráneo, que se ha producido a lo largo
de toda la costa norte de Egipto.
Este país que jugó un papel tan distinguido en la tempra­
na historia del mundo tenía una extensión muy limitada. Egipto
consistía meramente en una banda estrecha de tierra entre el
Mediterráneo y la primera catarata, a unos siete grados y me­
dio de latitud. A excepción de la parte del norte, cerca del
Delta, la anchura media del valle del Nilo, entre las colinas
del este y el oeste, es sólo de unos 13 Km, y la tierra culti­
vable escasamente algo más de 9 Km, teniendo la parte más
ancha 21 Km y la más estrecha 3,5 Km, incluyendo el río. La
porción comprendida entre Edfú y Asuán, en la primera ca­
tarata, es aún más estrecha, apenas dejando espacio a la tie­
rra, de forma que esos 114 Km no se incluyen en la media
general.
La extensión en kilómetros cuadrados de los distritos más
al norte, entre las Pirámides y el mar, es considerable; sólo la
del Delta puede estimarse en 4.117,840 Km2, porque aunque es
muy estrecha en su ápice, en la unión de la Rosetta moderna y
los afluentes de Damietta, se ensancha gradualmente al acer­
carse a la costa, donde la base de este triángulo algo irregular

321
es de 154 Km. Una gran extension de tierra irrigada se extien­
de a ambos lados al este y oeste de los dos afluentes, el distri­
to del norte, con el Delta incluido, medirá unos 5.840 K m 2o el
doble de toda la tierra cultivable de Egipto, que pueden ser unos
2.900 km2, excluyendo el Fayum, una pequeña provincia que
mide unos 440 km2.
El número de ciudades y pueblos que existían en esta ex­
tensión de tierra y en la parte superior de valle del Nilo pare­
ce increíble. Heródoto afirma que en Egipto existían veinte mil
ciudades durante el reinado de Amasis. Diodoro calcula unas
dieciocho mil ciudades y pueblos grandes y afirma que en el
reinado de Ptolomeo Lagos, aumentaron a treinta mil, cifra que
permaneció invariable incluso hasta el periodo en el que él es­
cribió, es decir el año 44 a.C. Pero la población era ya en sus
tiempos muy inferior y de los siete millones que una vez ha­
bitaron Egipto, sólo quedaban tres; así que Josefo debe sobre-
valorarlo cuando, en el reino de Vespasiano, aún habla de siete
millones y medio de habitantes en el valle del Nilo, además de
la población de Alejandría, que ascendía a más de trescientas
mil almas. Hasta tal punto ha disminuido la población egipcia,
que ahora apenas es de dos millones, pero este descenso no es
sólo particular de Egipto. Países que una vez fueron notables
por su abundante población han sufrido un cambio similar,
mientras que otros, entonces escasamente poblados, ahora están
rebosando de habitantes. En verdad, esto sugiere la cuestión
de si el mundo, al menos en tiempos históricos, no ha tenido
siempre la misma cantidad de habitantes que en el día de hoy.
Por mucho que haya aumentado la población de ciertas partes
del globo, el total no sobrepasaría la de tiempos antiguos y
cuando comparamos la cantidad de habitantes de Asiría y los
países vecinos de Persia, India, Asia menor, Siria y Escitia, que
hasta tiempos tártaros extendían sus fronteras por distantes
países, llegamos a la conclusión de que los habitantes del
pequeño continente de Europa y la creciente población de
América, no exceden los números que abarrotaban el mundo
antiguo. Esta, sin embargo, es sólo una cuestión que yo plan­

322
teo (con gran deferencia) para que la resuelvan aquellos más
competentes en el tema.
Además de los habitantes del país entre la primera catara­
ta y el mar, Egipto incluía los de distintos distritos vecinos bajo
su dominio, que incrementaron en gran medida su poder. En
sus días florecientes los etíopes, libios y otros, se unieron a este
y formaron parte de sus dominios permanentes.
El producto de la tierra era sin duda mucho mayor en los
tempranos años de la historia que hoy en día, debido también a
la mayor dedicación de la gente y al superior sistema de go­
bierno, y era suficiente para la manutención de su densa pobla­
ción. Sin embargo, Egipto, si fuera bien cultivado, podría man­
tener ahora muchos más habitantes que en un antiguo periodo,
debido al aumento de la tierra irrigada: si los antiguos egipcios
incluían las proporciones del borde inundado del desierto que
eran capaces de cultivar, hoy podría recurrirse a lo mismo. Esta
mayor proporción de terreno ahora inundada por el creciente
Nilo ofrece ventajas adicionales. Que la parte irrigada del valle
era mucho menos extensa que en tiempos actuales, al menos por
la llanura que se extiende a cierta distancia al este y oeste o a la
derecha e izquierda del río, es evidente por el depósito aluvial
que avanza constantemente en dirección horizontal sobre el gra­
dual descenso hacia el desierto. Siempre ha sido perceptible la
elevación del lecho del río, así como de la tierra de Egipto. Así
pues, no es necesario buscar argumentos para probar que una
elevación perpendicular del agua debe provocar la inundación
de una mayor extensión tanto al este como al oeste.
Así la llanura de Tebas, en tiempos de Amenofis III o unos
mil cuatrocientos años antes de nuestra era, no medía más de
dos tercios de su anchura actual; y las estatuas de ese monar­
ca, alrededor de las que se ha acumulado barro y aluvión has­
ta una altura de casi 2,1 m, están colocadas sobre la arena que
una vez se extendía a cierta distancia ante ellas. Esto explica
de una vez por todas por qué los antiguos egipcios se veían
obligados continuamente a levantar montículos alrededor de
la ciudades antiguas, para prevenir que fueran inundadas por

323
el Nilo: el aumento de su altura, que tuvo lugar unos años des­
pués, sucedió a la par que la elevación del lecho del río. ¡Qué
erróneo es, pues, suponer que los progresivos bancos de arena
del desierto amenazan el bienestar de este país o han contri­
buido a su caída de alguna manera! Y cuánto más razonable es
culpar de la degradada condición a la que se ha visto reducido
Egipto, a causas de una naturaleza mucho más funesta: des­
potismo extranjero, inseguridad de la propiedad y la decaden­
cia propia de la edad, que es la suerte que ha de sufrir cada país
y cada individuo. Porque aunque la arena haya ganado terre­
no en unos pocos lugares por el oeste, desde el desierto de
Libia, el avance general está totalmente a favor de los depósi­
tos de aluviones del Nilo.
Además de las numerosas ciudades y pueblos de la llanu­
ra, muchas fueron asentadas prudentemente por los antiguos
egipcios en el desclive del desierto, a una pequeña distancia de
la tierra irrigada, para no ocupar más de lo necesario de un te­
rreno tan valioso para sus producciones. Frecuentemente lo hi­
cieron con vistas a promover algún grado de cultivo en la lla­
nura del desierto que, aunque fuera del alcance de la inundación,
podría irrigarse con conductos artificiales o por agua extraí­
da de pozos interiores. Los asentamientos de aquellos pueblos
en diferentes partes de Egipto, aún están marcados por montí­
culos y muros en ruinas; algunos de los escasos restos de tem­
plos magníficos o la autoridad de escritores antiguos, dan fe
de la existencia de grandes ciudades en estas condiciones. Así
Abydos, Atribis, Dendera, partes de Menfis y Oxirrinco se le­
vantaban en los límites del desierto y la ciudad que una vez
ocupó las proximidades de Kasr Kharun, en la extremidad oc­
cidental de el-Fayum, fue trasladada a un lugar muy alejado
de aquí por la influencia fertilizante de la inundación. Esta pro­
vincia, anteriormente en el nomo de Cocodrilópolis, o Arsinoe,
debía enteramente su fertilidad a la irrigación artificial. A esta
ciudad se hacía llegar una cantidad de agua por un canal des­
de el Nilo y aquí se almacenaba todo el año en un inmenso de­
pósito construido por el rey Moeris.

324
Los egipcios parece que tenían al principio una forma de
gobierno jerárquica que no duró mucho tiempo, hasta que
Menes fue elegido rey, probablemente entre el año 2000 y 3000
de nuestra era. Menes era de Tis, en el Alto Egipto; a su muer­
te o la de su hijo, el país fue dividido en dos reinos, el del nor­
te y el del sur, donde gobernaron a la vez la dinastía tinita y
menfita. También aparecieron otros reinos independientes o
principados, que reinaron contemporáneamente en diferentes
partes de Egipto. Los reyes menfitas de la III y IV Dinastías,
que construyeron las Pirámides y Osirtasen I, el líder de la di­
nastía XII o II Dinastía Tebana, fueron los más sobresalientes.
Este último fue el original Sesostris, pero sus hazañas, eclip­
sadas muchas generaciones después por la del gran Ramsés
el Grande, fueron transferidas después junto con el nombre
de Sesostris al posterior y glorioso conquistador; así que
Ramsés II se convirtió en el Sesostris tradicional de la histo­
ria egipcia. Osirtasen, que parece haber gobernado todo Egipto
como señor supremo, subió al trono en el año 2080 a. C. Los
reinos contemporáneos continuaron hasta que surgió uno que
subyugó a todo el país y expulsó a los príncipes nativos del
Bajo Egipto y el Alto, aparentemente durante cierto tiempo.
Fue entonces cuando se vieron obligados a refugiarse en
Etiopía. El dominio de los reyes Pastores duró más de medio
siglo. Al fin, hacia 1530 a. C., Amosis, el líder de la Dinastía
XVIII, habiendo unido en sus manos el poder anteriormente di­
vidido del reino, expulsó a los Pastores del país y Egipto fue
gobernado por un solo rey, que llevaba el título de «señor de
la Tierra Alta y Baja». Hacia el final de esta dinastía, algunos
«reyes extranjeros» obtuvieron el cetro, probablemente por
derecho de matrimonio con la familia real egipcia (una cir­
cunstancia con la que algunos príncipes etíopes y de otros
países obtuvieron la corona en determinados momentos) y Egipto
de nuevo cayó bajo el dominio de un odioso tirano. Llegaron
incluso a introducir cambios herejes en la religión, expulsa­
ron al dios favorito Amón del panteón, e introdujeron la ado­
ración al Sol, desconocida en Egipto. Su reinado no fue de

325
muy larga duración y una vez expulsados se destruyeron a pro­
pósito todos sus monumentos, así como todo recuerdo que hu­
bieran dejado.
Los reyes de la Dinastía xvm extendieron el dominio de
Egipto hasta el interior de Asia y la parte inferior de África,
como muestran las esculturas de Tutmosis, Amenofis y otras;
pero Seti y su hijo Ramsés II, de la Dinastía xix, que remaron
del 1370 a 1270 a.C., avanzaron aún más lejos. Las conquis­
tas de los egipcios se extendieron hasta Mesopotamia durante
el reinado de Tutmosis III, hacia el 1445 a. C. La sólida forta­
leza de Karkemish permaneció en sus manos casi todo el tiem­
po hasta el reinado de Nekao; y siempre que los egipcios se
jactaban, en tiempos posteriores, del poder de su país, se refe­
rían a la era gloriosa de las Dinastías xviii y xix. Ramsés III,
de la dinastía xx, también llevó sus ejércitos victoriosos a Asia
y África un siglo después de su tocayo, aumentando los tribu­
tos de muchos países que formaban parte del Imperio Asirio,
previamente impuestos por Tutmosis III y sus sucesores. Los
reyes que le siguieron no hicieron mucho hasta que llegamos
a los tiempos de Sheshonq (Shishaq), que entró a saco en el
templo de Jerusalén, e impuso tributo a Judea en el 971 a.C. El
poder de los faraones estaba en declive y Asiría, que se había
convertido en el reino dominante, amenazaba con arrebatar a
Egipto todas las posesiones que había obtenido durante su lar­
ga carrera de conquistas. Taharqa (Terak), que con los Shabaka
formó la Dinastía xxv, detuvo el avance de los asióos y, for­
zando a Senaquerib a retirarse de Judea, restauró la influencia
de Egipto en Judea. Los reyes Saitas de la Dinastía xxvi con­
tinuaron manteniéndola, aunque con dudoso éxito, hasta el rei­
nado de Nekao, en la que se perdió completamente, porque
poco después de que Nekao hubiera derrotado y matado a Josías,
rey de Judea, el «rey de Babilonia» «derrotó» a su ejército «en
Karkemish» 1y arrebató a los egipcios «todo lo que pertene­

1 Jr 46:2; 2 C ron 35:20.

326
cía al rey de Egipto» desde el torrente fronterizo2 de los con­
fines de Siria «hasta el río Eufrates»3.
Por tanto, el rey egipcio no consiguió conquistas perma­
nentes de ninguna extensión «fuera de su tierra» y aunque Apries
envió una expedición contra Chipre, derrotó a los sirios en el
mar, sitió y tomó Gaza y Sidón y recobró mucha de la influen­
cia sobre Siria que le había sido arrebatada a Egipto por
Nabucodonosor, estos fueron sólo éxitos temporales. El presti­
gio de Egipto se había desvanecido, habían tenido que recurrir
a emplear griegos mercenarios en el ejército y durante el rei­
nado de Amasis, un poder aún mayor que Asiría o Babilonia,
se levantó para amenazar y completar la caída de Egipto. En el
reinado de su hijo Psammético, en el 525 a.C., Cambises inva­
dió el país y Egipto sucumbió ante el ejército persa.
Egipto hizo varios intentos para recobrar su libertad perdi­
da; al fin, habiendo derrotado a las guarniciones persas y ha­
biendo vencido a las tropas enviadas para reconquistar el país,
los reyes nativos se establecieron una vez más (414 a.C.). Estos
formaron las Dinastías x x v i i i , xxix y xxx; pero el último de
los faraones, Nectanebo II, fue derrotado por Oco o Artajerjes
II, en el 340 a.C. y Egipto cayó de nuevo bajo el yugo de Persia.
Ocho años más tarde, Alejandro Magno lo liberó de los persas
y Ptolomeo y sus sucesores una vez más lo erigieron en reino
independiente, aunque gobernado por una dinastía extranjera
que duró hasta que se convirtió en provincia del Imperio
Romano.
Aunque mucho más satisfechos bajo el dominio de los re­
yes macedonios que de los persas, los egipcios nunca estuvie­
ron contentos con el hecho de estar sometidos a extranjeros,
cuyas maneras y costumbres eran tan diferentes a las suyas, y
por mucho que los Ptolomeos halagaron su buena voluntad,
respetaron sus prejuicios y alabaron su orden sacerdotal, estos

2 Nahal, riachuelo.
3 2R 24:7.

327
nunca dejaron de estar descontentos y de vez en cuando ma­
nifestaron su impaciencia con repentinos y malintencionados
ataques. A los romanos les causaron los mismos problemas,
pero para entonces habían ya dejado de ser los egipcios de tiem­
pos pasados: la opresión de los persas y la pérdida de su inde­
pendencia les había cambiado el carácter e introducido entre
ellos las malas cualidades de la astucia, el engaño, la perver­
sidad y la insubordinación, a la que los pueblos perspicaces y
vanos habían recurrido a menudo, como armas ofensiva y de­
fensiva contra un señor que no era bienvenido.
Orgullosos de la anterior grandeza de su nación, nunca pu­
dieron recobrarse de su condición caída. Tan fuerte era su pre­
dilección por sus propias instituciones y antiguas formas de go­
bierno, que ningún rey extranjero (cuyos hábitos eran diferentes
a los suyos) pudo hacerles doblegarse a su gobierno. Ningún
otro pueblo estaba más ligado a su propio país, a sus propias ins­
tituciones y a su propia reputación como nación y nunca per­
dieron una oportunidad para mostrar los sentimientos de apego
que sus antecesores habían sentido siempre por sus reyes, que
se manifestaron en los repetidos y casi inútiles esfuerzos que hi­
cieron por expulsar a los persas, así como por el placer que ma­
nifestaban cuando se restablecía una dinastía nativa.
El rey era entonces el representante de la deidad; su nom­
bre Prah (faraón), que significa «el Sol», le confiere el emble­
ma de dios de la luz y su autoridad real derivaba directamen­
te de los dioses. Era la cabeza de la religión y del estado; era
juez y legislador y también mandaba el ejército y lo dirigía a
la guerra. Tenía el derecho y el deber de presidir los sacrificios
y de derramar libaciones a los dioses y, cuando estaba presen­
te, tenía el privilegio de ser el sumo sacerdote oficiante.
El cetro era hereditario, pero en caso de que no hubiera un
heredero directo, los derechos de sucesión estaban determinados
por la proximidad de parentesco o por derecho de matrimonio.
El rey era siempre de la clase militai· o de la sacerdotal y los prín­
cipes también pertenecían a una de las dos. El ejército o el orden
sacerdotal eran las dos profesiones elegidas por los hombres de

328
rango. La marina no era un servicio exclusivo y los grandes bar­
cos de Sesostris y otros reyes, estaban bajo las órdenes de gene­
rales y oficiales de la armada, como fue la costumbre también
entre los turcos y algunos otros países en la Europa moderna, has­
ta tiempos bien recientes. La ley estaba también en manos de los
sacerdotes, así que sólo había dos profesiones. La mayoría de los
reyes, como cabía esperar, eran de la clase militar y durante los
gloriosos días de la historia de Egipto, los príncipes más jóvenes
generalmente optaban por esta profesión. Muchos ocupaban un
puesto en la casa real y entre estos puestos los más honorables
eran los portadores de abanicos, que se colocaban a la derecha
de su padre, los escribas reales, los superintendentes de los gra­
neros o de la tierra y los tesoreros del rey. También podían ser
generales de caballería, de los cuerpos de arqueros u otros cuer­
pos o almirantes de la flota.

279. Príncipes y niños. Tebas.


figs. 1. Estilo de peinado de un príncipe. 2 y 3. Mechón de pelo que lleva un niño.
4. Estilo de peinado de un hijo de Ramsés III.
5. Estilo de peinado de un príncipe, Ramsés.

329
Los príncipes se conocían por un distintivo que llevaban col­
gando a un lado de la cabeza, a imitación del emblemático me­
chón de pelo que llevaba el joven dios «Horus, el hijo de Osiris»,
que era tomado como modelo y como ejemplo de virtud real por
todos los príncipes. Los egipcios se afeitaban la cabeza y lleva­
ban pelucas u otros cubrimientos de la misma, pero a los niños se
les permitía llevar ciertos mechones de pelo y si los hijos de los
reyes, mucho antes de llegar a la edad adulta, ya habían abando­
nado esta costumbre de juventud, se sujetaban el distintivo a lo
que llevaran sobre la cabeza, como marca de su rango de prínci­
pes y para mostrar que no habían llegado al estado de rey, porque
su padre aún vivía. Es el mismo principio por el que a un prínci­
pe español, de cualquier edad, se le sigue llamando «infante».
Cuando el soberano era militar era su deber, así como su pri­
vilegio, ser instruido en los misterios de la religión y en los di­
versos oficios del pontífice al ascender al trono. Aprendía todo
lo relacionado con los dioses, los servicios del templo, las leyes
del país y las obligaciones de un rey, y para prevenir cualquier
contacto con personas indignas que podrían interferir en su ca­
beza con ideas impropias de un príncipe, se prohibía que cual­
quier esclavo o sirviente desarrollara oficio alguno alrededor de
su persona y que sólo a los hijos de las principales familias, que
hubieran llegado al estado de hombres y fueran conocidos por
su habilidad y piedad, se les permitiera atenderle, pues estaban
convencidos de que ningún monarca cede a pasiones malignas,
a menos que las encuentre a su alrededor, preparadas para ser­
virle como instrumentos de sus caprichos e incitarle a cometer
excesos. Su conducta y modo de vida estaban reguladas por re­
glas prescritas y se ponía especial atención en proteger a la co­
munidad de los caprichos de un monarca absoluto. Las leyes se
recogían en los libros sagrados por el orden y naturaleza de aque­
llo a lo que hacían mención. Se le prohibía cometer excesos, e
incluso la calidad y la cualidad de su comida se fijaban con pre­
cisión, y constantemente se le recordaban sus deberes, tanto en
público como en privado. Al amanecer comenzaba a atender los
asuntos públicos: se examinaba y despachaba toda la corres­

330
pondencia epistolar; luego se llevaban a cabo las abluciones para
las oraciones y el monarca con su vestimenta de ceremonia, asis­
tido por oficiales con la insignia de la realeza, se dirigía al tem­
plo para supervisarlos sacrificios usuales ofrecidos a los dioses
del santuario. Se traían las víctimas ante el altar y el sumo sa­
cerdote se solía colocar cerca del rey, mientras que toda la con­
gregación presente en la ocasión, permanecía alrededor a corta
distancia de ellos y ofrecía plegarias por el monarca, rogando a
los dioses que le concedieran «salud, victoria, poder y otras ben­
diciones» y que «estableciera el reino sobre él y sus hijos eter­
namente». Luego se enumeraban sus cualidades por separado
y el sumo sacerdote señalaba sobre todo su piedad hacia los dio­
ses y su conducta hacia los hombres. Alababa su autodominio,
su justicia, su magnanimidad, su amor a la verdad, su munifi­
cencia y, sobre todo, su entera liberación de la envidia y la co­
dicia. Exaltaba su moderación al imponer el más leve castigo
a los que habían transgredido la ley y su benevolencia al re­
compensar con liberalidad sin límites a aquellos que habían me­
recido sus favores. Habiendo pronunciado todos estos encomios
sobre el carácter del monarca, el sacerdote procedía a revisar la
conducta general de los reyes y a señalar los defectos que eran
resultado de la ignorancia y una confianza mal depositada. Es
curioso el hecho de que este pueblo antiguo ya hubiera adopta­
do el principio de que el rey «no podía hacer el mal»: y mien­
tras se le exoneraba de toda culpa, la responsabilidad de toda
maldición y mal era atribuida a sus ministros y a los consejeros
que le habían dado un consejo injurioso. La idea de que «el rey
nunca moría» estaba contenida en su fórmula común de que «la
vida le había sido concedida para siempre».
El objeto de esta oración, según Diodoro, era exhortar al
soberano a vivir en el temor a la deidad y a perseguir esa línea
recta de conducta que los dioses juzgaban agradable; espera­
ban que evitando la amargura del reproche y celebrando alaban­
zas de la virtud, podrían estimular a los soberanos a ejercitar
los deberes que se esperaba que cumpliera. Luego, el rey pro­
cedía a examinar las tripas de la víctima y a llevar a cabo las

331
ceremonias usuales del sacrificio: el hierogramático o escriba
sagrado, leía extractos de las sagradas escrituras, que hacían
referencia a las hazañas y dichos de los hombres más célebres.
Estos reglamentos habían sido instituidos por un pueblo
cauto, cuando tuvo lugar el cambio que introdujo la forma de
gobierno monárquica. La ley podía ser revocada si era nece­
sario, para proteger al país de la conducta arbitraria de un rey;
tenían así los medios de desafiar su poder y además disponían
de otro modo de reparar su dignidad, porque la voz del pueblo
podía castigar al tirano a la hora de su muerte prohibiendo el
entierro de su cuerpo en su propia tumba. Sin embargo, estas
leyes se fijaban más bien como precaución y rara vez se apli­
caban; en realidad la indulgencia de los egipcios para con sus
reyes rara vez les daba excusa para la tiranía o la injusticia.
Tampoco sus rígidas reglas con respecto a su vida privada eran
impuestas con vejación; y aunque hasta la cualidad del vino
que se le permitía beber y otras numerosas observaciones pun­
tillosas estaban establecidas en algún viejo estatuto, no se es­
peraba que las siguiera al pie de la letra si su conducta gene­
ral era un buen ejemplo para la sociedad. No era una tarea difícil
para un rey ser popular, pues los egipcios estaban dispuestos a
mirarle con veneración y respeto. Si no había hecho nada para
que obtuviera la reprobación del pueblo mientras era príncipe,
en el momento en que ascendía al trono podía estar seguro de
que el pueblo le miraría con buenos ojos.
Tampoco requería un gran esfuerzo por su parte adaptar­
se a las reglas generales establecidas para regular su conducta
y, considerando el bienestar del país, fácilmente conseguía
de sus súbditos la buena voluntad que le debían a un padre
sus hijos; toda la nación estaba tan ansiosa por el bienestar
del rey como por el de sus propias esposas e hijos o lo que
fuera más querido para ellos. A este hecho adscribe Diodoro
la larga duración del estado egipcio, que no sólo se extendió
mucho tiempo, sino que disfrutó de la mayor prosperidad tan­
to en casa, como en las guerras con naciones distantes, y le
permitió atesorar sus inmensas riquezas, resultado de1 co­

332
mercio y conquistas extranjeras, para mostrar una magnifi­
cencia en sus provincias y ciudades sin par en ningún otro
país.
No sólo se mostraba amor y respeto al soberano durante
su vida, sino que también lo llevaban en la memoria tras su
muerte. El modo en que se celebraban las exequias del fune­
ral venía a demostrar que, aunque su benefactor ya no existía,
ellos mantenían un grato recuerdo de su bondad y admiración
por sus virtudes. Como nos dice el historiador, ¿qué puede lle­
var un mayor testimonio de sinceridad, libre de todo color de
disimulo, que el cordial reconocimiento y beneficio cuando la
persona a la que se le confería no vive más para ser testigo del
honor concedido a su memoria?
A la muerte de cada rey egipcio se instituía por todo el país
un periodo de luto general durante setenta días 4. Se cantaban

280. Gente arrojándose polvo sobre la cabeza, en señal de dolor. Tebas.

himnos que conmemoraban sus virtudes, se cerraban los tem­


plos, ya no se ofrecían más sacrificios y no se celebraban
banquetes ni fiestas durante todo ese periodo. La gente se

4 Gn 50:3, «Los egipcios lloraron la muerte de Jacob durante setenta


días», porque, «así había que hacer con los que son embalsamados».

333
rasgaba sus vestidos y se cubría la cabeza con polvo y barro y unas
doscientas o trescientas personas de ambos sexos se reunían dos
veces al día para cantar en procesión al féretro funerario. También
se observaba un ayuno general y no podían comer carne ni pan
blanco y, más aún, se abstenían del vino y todo tipo de lujo.
Mientras tanto se preparaba el funeral y en el último día el
cuerpo se colocaba dentro del vestíbulo de la tumba, rodeado de
gran majestad, y se hacía un relato sobre la vida y conducta del
fallecido.
Se dice que los egipcios estaban divididos en castas simi­
lares a las de la India; pero aunque se mantenía una marcada
línea de distinción entre los diferentes rangos de la sociedad,
parece que eran más bien clases que castas y un hombre no
necesariamente debía seguir la misma ocupación que sus pa­
dres. Es verdad que los hijos normalmente se dedicaban a la
misma profesión u oficio que sus padres y el rango de cada uno
dependía de su ocupación; pero los hijos de un sacerdote fre­
cuentemente elegían el ejército como profesión, y los de los
militares podían entrar a formar parte del orden sacerdotal.
Los sacerdotes y los militares ocupaban las posiciones más
importantes del país tras la familia real y entre ellos se elegían
los ministros y consejeros confidenciales, «los consejeros sabios
del faraón»5 y todos los principales oficiales del estado.
Los sacerdotes tenían varios grados, sumos sacerdotes o
pontífices, los profetas, los jueces, los escribas sagrados, los
sfragistae, que examinaban a la víctimas para el sacrificio, los sto­
lis tae, roperos o mantenedores de las vestimentas sagradas, los
portadores de las capillas, estandartes y otros sagrados emble­
mas, los escultores sagrados, los dibujantes y albañiles, los em-
balsamadores, los cuidadores de los animales sagrados y varios
oficiales empleados en las procesiones y otras ceremonias re­
ligiosas. Por debajo de estos estaban los bedeles y funcionarios
inferiores del templo. También estaban los propios sacerdotes

5 Is 19:11; D iodor. 1:73.

334
del rey y los escribas reales, que eran elegidos entre los miem­
bros del orden sacerdotal o militar.
Las mujeres no estaban excluidas de ciertos oficios en el tem­
plo; eran sacerdotisas de los dioses, de los reyes y de las reinas y
tenían muchos empleos relacionados con la religión. Incluso ayu­
daban en algunas procesiones religiosas, así como en los funera-

281. El rey haciendo una ofrenda y la reina sosteniendo dos emblemas. Tebas.

les de un pariente fallecido. Había una clase inferior de mujeres


que actuaban como plañideras alquiladas para estas ocasiones.
Las reinas y otras mujeres de alto rango tenían un puesto muy im­
portante en los servicios ofrecidos a los dioses, por ejemplo el tí­
tulo de «escanciadora de las libaciones» que sólo se le concedía
a los sacerdotes del altar, se aplicó una vez a una reina. Normal­
mente acompañaban a sus maridos mientras estos presentaban
ofrendas en el templo y sostenían dos sistros u otros emblemas
ante la estatua de la deidad. Este era el oficio de «las santas mu­
jeres», cuyos deberes en el templo de Júpiter Tebano condujeron
al extraño error respecto al «Pellices Jovis» o Pallacides de Amón.
Pero su dignidad e importancia queda demostrada suficiente­
mente porque esta función era desempeñada por mujeres de las

335
336
r' !
primeras familias del país y por las esposas e hijas de los reyes.
Tenían diversos grados: el más alto lo ocupaban las reinas, prin­
cesas y esposas e hijas de los sumos sacerdotes, que sostenían
el sistro; otras alababan a la deidad con varios instrumentos y
por el nombre de «juglares» de dios que recibieron, su oficio
parece haber estado particularmente relacionado con la músi­
ca sacra del templo. Esta institución puede haber sido una cla­
se de colegio o convento, pero las mujeres casadas e incluso los
niños pequeños podían pertenecer a ella y no estaban encerra­
das dentro de los recintos de ningún lugar parecido a los con­
ventos de monjas modernos. Estaban obligadas a hacer ciertos
votos y a ayudar en los deberes relacionados con su honorable
oficio, pero nada las apartaba de aparecer en todo tipo de actos
públicos y sociales. No estaba prohibido que las extranjeras na­
turalizadas egipcias pertenecieran a esta institución. Podemos
encontrar un ejemplo en el papiro de una «mujer extranjera»
que desempeña la misma santa función en el servicio de Amón.
Los sacerdotes disfrutaban de grandes privilegios. Estaban
exentos de pagar impuestos, no consumían ninguna parte de
sus propios ingresos en sus gastos y poseían una de las tres par­
tes en las que estaba dividida la tierra de Egipto, libre de toda
obligación. Todo se lo proporcionaban las arcas públicas, de
las que recibían una cantidad de cereal establecida y las otras
necesidades que surgieran. Vemos que cuando el faraón, si­
guiendo el consejo de José, tomó toda la tierra de los egipcios
en vez del cereal, los sacerdotes no se vieron obligados a en­
tregarle la propriedad de su tierra, ni se les obligó a pagar un
impuesto que consistía en una quinta parte de lo producido,
como al resto de la gente.
En la clase sacerdotal, como en otras clases, existía una
gran diferencia entre los distintos grados; los órdenes de los
sacerdotes variaban dependiendo de sus oficios particulares.
Los sumos sacerdotes ocupaban el estatus más alto y honora­
ble y el que tenía la máxima categoría era el que ofrecía la liba­
ción en el templo; parece que se le llamó «el profeta» y su tí­
tulo en escritura jeroglíficas es «Sem». Supervisaba el sacrificio

337
338
de las víctimas, las procesiones de los sagrados barcos o arcas,
la presentación de las ofertas en el altar y en los funerales y la
unción del rey. El soberano llevaba a cabo el mismo oficio
cuando presentaba el incienso y la libación a los dioses. Se
le distinguía por un traje particular, que consistía en una piel
de leopardo colocada sobre los vestidos de lino, y el rey en
ocasiones similares iba ataviado de la misma forma.
Era deber del profeta el estar totalmente versado en mate­
rias de religión, leyes, alabanza a los dioses y disciplina de todo
el orden sacerdotal. Presidía el templo y los ritos sagrados, y
dirigía la administración de los ingresos de los sacerdotes. En
las procesiones portaba la santa hidria o jarrón, que también
llevaba el rey en ocasiones similares, y cuando alguna regla
nueva se introducía en cuestiones de religión, los profetas jun­
to con los sumos sacerdotes, presidían el cónclave.
Era un gran privilegio para los sacerdotes ser iniciados en
los misterios, aunque no todos eran admitidos indiscrimina­
damente a ese honor. «Los egipcios nunca confiaban a todos
los secretos de materias divinas, ni las degradaban revelándo­
selas a los profanos; su conocimiento estaba reservado sólo a
los herederos al trono o a los sacerdotes, que sobresalían por
su virtud y sabiduría.» Los misterios también se dividían en
mayores y menores; estos eran preparatorios para una com­
pleta revelación de los secretos. Esto y el superior conocimiento
que poseían, daba a los sacerdotes una gran ascendencia sobre
el resto del pueblo. Aunque todos podían disfrutar de las ven­
tajas de la educación, algunas ramas del saber les estaban re­
servadas a ciertas personas.
Diodoro dice que «a los hijos de los sacerdotes se les ense­
ñan los dos tipos de escritura, una que se llama la sagrada y la
otra que es más general; también prestan gran atención a la ge­
ometría y aritmética, porque el río, que cambia el aspecto del
país de manera muy notoria cada año, provoca muchas y va­
riadas discusiones entre los propietarios de tierras colindantes
sobre la extensión de sus tierras; y sería difícil aclarar esas que­
jas sin una prueba geométrica, fundada en la observación.

339
»También necesitan con frecuencia la aritmética, tanto para
su economía doméstica, como para la aplicación de los teore­
mas geométricos, además de ser muy útil en el progreso de los
estudios astronómicos. Los egipcios observaban los órdenes y
movimientos de las estrellas tan industriosamente como cual­
quier otro pueblo y mantenían un registro de los movimientos
de cada uno, durante un increíble número de años; esta ciencia
había sido objeto de estudio desde los tiempos más remotos.
Observaron también de la forma más puntual los movimien­
tos, periodos y estaciones de los planetas, así como los poderes
que estos tienen con respecto al nacimiento de los animales y
la influencia maligna o benigna que ejercen; igualmente fue­
ron capaces de predecir lo que iba a suceder a un hombre en
su vida y no era raro que predijeran una mala o abundante co­
secha o la aparición de enfermedades epidémicas entre los
hombres o los animales, así mismo predecían los terremotos,
la aparición de los cometas y una variedad de cosas, que pare­
cían imposibles para la multitud.
»Pero la generalidad del pueblo llano aprende de sus pa­
dres y parientes lo necesario para el ejercicio de sus ocupa­
ciones; sólo unos pocos aprenden algo de literatura y estos, ge­
neralmente, son las mejores clases de artesanos.»
Si los sacerdotes querían a toda costa demostrar su sabidu­
ría y piedad, no lo esperaban menos de sobresalir en cuanto a
su conducta en público, para fijar un ejemplo apropiado de hu­
mildad y autodominio. Aunque en sus casas no sobresalían por
la simplicidad y la abstinencia, sí lo hacían en su modo de vida.
No cometían excesos ni en la comida, ni en la bebida; su co­
mida era sencilla y en determinada cantidad y usaban el vino
con la más estricta moderación. Tanto temían que «su alma no
pudiera asentarse» en un cuerpo ligero y que el exceso hi­
ciera incrementar «el hombre corpóreo», que prestaban una
escrupulosa atención a los más insignificantes particulares de
la dieta. Precauciones similares se extendían incluso a los ani­
males deificados: Apis tenía prohibido beber agua del Nilo, ya
que se pensaba que su consumo engordaba mucho.

340
No sólo eran escrupulosos en cuanto a la cantidad de su co­
mida, sino también en cuanto a la calidad y sólo ciertas carnes
podían aparecer en su mesa. De entre todas las carnes, la de
cerdo era considerada particularmente odiosa; y el pescado,
tanto de mar como del Nilo lo tenían prohibido, aunque gene­
ralmente el resto de los egipcios lo comían. El día 9 del mes
tot se celebraba una ceremonia religiosa que obligaba a todo
el pueblo a comer pescado frito ante la puerta de su casa, pero
no se esperaba que los sacerdotes actuaran según la costumbre
general y se contentaban simplemente con la ceremonia de fre­
ír el suyo en el momento previsto. Las alubias estaban entre
los alimentos profundamente aborrecidos; Heródoto afirma que
«las alubias nunca se plantaban en el país y salían espontáne­
amente, pero no se utilizaban para comer y ni siquiera cocina­
das eran consumidas por los egipcios». Sin embargo, esta ver­
sión, que tenía su origen en una supuesta regla sanitaria y que
luego fue tan escrupulosamente adoptada por Pitágoras, no de­
tuvo su cultivo. La gente no tenía la obligación de abstenerse
de ellas y se les permitía consumirlas junto con otras legum­
bres y verduras que abundaban en Egipto. Los sacerdotes no
sólo tenían prohibido el consumo de alubias, sino que tampo­
co podían comer bajo ningún pretexto lentejas, guisantes, ajo,
puerros o cebollas. La prohibición de estos alimentos, sin em­
bargo, estaba confinada al orden sacerdotal, el resto de la po­
blación podía comerlos libremente e incluso podía consumir
cerdo, si podemos creer a Plutarco cuando dice: «porque los

284. fig. 1. Un cesto de higos de sicómoro.


2 ,3 ,4 . Jeroglífico que significa esposa, aparentemente tomado de aquel.
5, 6. Cucurbita lagenaria, o karra-towil.
7. Ajo. 8. Raphanus sativus db edulis, o figl. 9. Cebollas.

341
que sacrificaban una cerda a Tifón una vez al año, durante la
luna llena, después comían su carne».
Es un hecho notorio que las cebollas, así como los primeros
frutos de sus lentejas, fueran admitidas entre la ofrendas coloca­
das ante los altares de los dioses, junto con los calabacines, hi­
gos, ajos raphanus (o figl), pasteles, carne de vaca, ganso o aves
salvajes, uvas, vino y la cabeza del animal sacrificado. Las ce­
bollas normalmente se presentaban atadas en un manojo y rara
vez se presentaban por separado; algunas veces se colocaban en
forma circular sobre el altar o mesa, alrededor de todos los obje-

285. M odo de atar las cebollas para ciertas ofrendas. Tebas.

tos que se presentaban ante él. Este tipo de presentación parece


haber sido un privilegio disfrutado generalmente por la clase de
sacerdotes que llevaban trajes de piel de leopardo.
En general, «los sacerdotes se abstenían de la mayoría de
las clases de legumbres y de la carne de cerdo; y en sus más
solemnes purificaciones incluso excluían la sal de sus comi­
das»; algunas verduras eran consideradas adecuadas por su sa­
ludable naturaleza, y muchas de las leguminosas y frutos egip­
cios representados ante los sacerdotes en las mesas como parte
de las inferiae u ofrendas a los muertos, debían ser considera­
dos aceptables para ellos en vida.

342
En sus abluciones, como en su dieta, eran igualmente es­
trictos y llevaban a rajatabla numerosas costumbres religiosas.
Se bañaban dos veces al día y dos veces durante la noche, y al­
gunos que pretendían un control más rígido de los deberes re­
ligiosos, se lavaban con agua que había sido probada por los
ibis y, por tanto, con una supuesta incuestionable pureza. Se
afeitaban la cabeza y todo el cuerpo cada tres días y se toma­
ban todas las molestias para promover la limpieza de sus cuer­
pos sin complacerse en el baño, como si esto fuera un lujo. Una
gran ceremonia de purificación tenía lugar, previamente a sus
ayunos, muchos de los cuales duraban entre siete y cuarenta y
dos días y algunas veces, incluso periodos más largos: duran­
te este tiempo se abstenían enteramente de la comida animal,
de hierbas y verduras y de toda indulgencia extraordinaria.
Estas «numerosas observancias religiosas», así como la de­
pendencia de ellas por parte de todas las clases y la posesión de
los secretos que sólo ellos conocían, les dieron la influencia que
tanto tiempo poseyeron; pero habían obtenido un poder que, mien­
tras elevaba su clase, sólo podía degradar al resto del pueblo que,
sustituyendo la superstición por la religión y la credulidad por la
creencia, aprendieron a alabar las figuras de seres imaginarios,
mientras se les excluía de un conocimiento real de la deidad y de
aquellas verdades que constituían «la sabiduría de los egipcios».
Fue para liberar a la humanidad de la oscura superstición, en la
que el criterio egoísta de los sacerdotes había mantenido al mun­
do, por lo que Moisés recibió su gran e importante misión. Él en­
señó a los hombres a dirigir sus rezos directamente a la deidad,
sin la necesidad de depender de un mortal, como ellos, que pre­
tendía ser intercesor con el Uno, que era igualmente accesible
para todos. Aprendieron que el cielo no se podía comprar con el
dinero que se pagaba a una clase privilegiada, cuyo derecho de
pronunciar contra un hombre su exclusión de la felicidad futura
era una injustificable asunción de autoridad divina y un intento
de hacer un juicio en este mundo, que sólo pertenecía a la deidad.
Los sacerdotes ciertamente disfrutaron de privilegio y po­
der, incluso pudiendo llegar a influir sobre el destino de un hom­

343
bre tras su muerte, rechazando su pasaporte a la felicidad eter­
na y pudiendo forzar a su familia a pagar por las oraciones a su
familiar fallecido. No podrían haber trazado un plan mejor para
reforzar la obediencia a su voluntad. Se debe, sin embargo, re­
conocer que merecieron reconocimiento por el buen ejemplo
que dieron por su conducta moral y su abstinencia. Mostraron
sabiduría al no dar ocasión para los escándalos y el desconten­
to y su condición superior en el mundo no les afectó en abso­
luto en cuanto a la observancia de las ataduras sociales. Así,
mientras llevaban a cabo los afectuosos deberes como padres y
maridos, aún mantenían su influencia sobre la sociedad y go­
bernaban un país floreciente, sin reducir sus recursos o revi­
sando la industria de los habitantes y aunque podemos censu­
rarles por utilizar las artimañas sacerdotales, debemos recordar
que se establecieron mucho antes de que la humanidad disfru­
tara de las ventajas de una profunda revelación.
La larga duración de su sistema y el sentimiento con el que
eran considerados por la gente, también puede servir de disculpa.
Mientras la función como jueces y la administración de las leyes
les daba un poder inusual, tenían un aparente derecho para ejer­
cer tal poder por haber sido los creadores de los códigos de mo­
ralidad y de las leyes que supervisaban. En lugar de colocarse
sobre el rey y hacerle sucumbir a su poder, como los pontífices
etíopes sin principios, ellos le reconocían como la cabeza de la
religión y del estado; y tampoco estaban por encima de la ley;
ninguno de ellos, ni siquiera el mismo rey, podría gobernar a su
propio arbitrio. Su conducta era rigurosamente examinada a la
hora de su muerte y la gente podría acusarle allí de mal gobier­
no y prevenir su entierro en su tumba el día del funeral.
Pero aunque las reglas del sacerdocio podrían ser adecuadas
para los egipcios de tiempos muy antiguos, con instituciones que
se adaptaron a los hombres de clases particulares de la sociedad,
se equivocaron al hacer creer a las gentes en leyendas que ellos sa­
bían que eran falsas, en vez de purificar y elevar las consideracio­
nes religiosas del pueblo, y cometieron el error de considérai' su
sistema perfecto y adecuado para todos los tiempos. Entonces co­

344
menzaron los abusos; la credulidad, ya vergonzosamente promo­
vida, aumentó hasta tal punto que esclavizaba la mente y parali­
zaba el pensamiento racional del hombre, con el resultado de que
los egipcios se dieron a las mayores supersticiones, que con el paso
del tiempo provocaron el ridículo y el desprecio universal.
La religión de los egipcios es un tema demasiado extenso
como para ser tratado en profundidad en un trabajo de limita­
das dimensiones: puede darse de ella poco más que una des­
cripción general.
La doctrina fundamental era la unidad de la deidad; pero esta
unidad no estaba representada y Él era conocido por una frase
o una idea, la de que era, en palabras de Jámblico, «alabado en
silencio». Los atributos de su ser estaban representados bajo
formas positivas; y de aquí que surgieran una infinidad de dio­
ses que engendraron idolatría y dieron lugar a una concepción
totalmente errónea de la naturaleza real de la deidad en las
mentes de todos aquellos a los que no se les revelaba el cono­
cimiento de la verdad a través de los misterios. La división de
Dios en sus diversos atributos era de esta manera. En cuanto
se pensaba que tenía alguna referencia con sus trabajos o con
el hombre, dejaba de ser inactivo; se convertía en un agente y
ya no era el Uno, sino distinguible y divisible, de acuerdo con
su supuesto carácter, sus acciones y su influencia sobre el mun­
do. Era, pues, el Creador, la bondad divina (o la idea abstrac­
ta del bien), la sabiduría, el poder y cosas similares; y como ha­
blamos de Él como del Todopoderoso, el Piadoso, el Eterno,
así los egipcios dieron a cada uno de sus atributos un nombre
particular. Pero hicieron algo más: los separaron, y para los no
iniciados se convirtieron en dioses distintos. Uno de estos era
Amón, probablemente, la mente divina en marcha, que trae a
la luz los secretos de su deseo oculto y tenía forma completa­
mente humana, porque el hombre era el animal intelectual y el
principal diseño del deseo divino en la creación. El «Espíritu
de Dios» que se movía en la superficie de las aguas estaba re­
presentado por la deidad Nef, Nu o Nun, sobre quien el áspid,
el emblema de la realeza o del buen genio, se extendía como

345
un palio, mientras estaba en su barco. El Creador era Ptah y en
esta representación estaba acompañado por la figura de la Verdad,
la combinación con el poder creativo que recuerda la frase de
la epístola de Santiago: «De su propio deseo engendró en nos­
otros la palabra de la verdad.» El principio de generación era
Hem, llamado «el padre de su propio padre» (la idea abstrac­
ta de padre; la diosa Mut era la idea abstracta de madre), que
consecuentemente «procedía de ella misma»; y así otros atri­
butos, caracteres y oficios de la deidad tenían un rango de acuer­
do con su parentesco más o menos cercano a su esencia y ope­
raciones.
Para especificar y comunicar una idea de estas nociones
abstractas ante los ojos de los hombres, se pensó que era pre­
ciso distinguirles mediante alguna forma determinada de re­
presentación; las figuras de Ptah, Osiris, Amón, Mut, Neit y
otros dioses o diosas, fueron inventadas como signos de los
buenos atributos de la deidad. Pero no se detuvieron aquí y
como sutileza de especulación filosófica, introdujeron en la
simple teoría original numerosas subdivisiones de la natura­
leza divina. Al final nada que pareciera estar relacionado con
el tema se admitía como parte de adoración. De aquí surgie­
ron los varios grados de deidades, conocidos como dioses de
primer, segundo y tercer orden. Pero Heródoto tiene mucha
razón al decir que los egipcios no dieron honores divinos a los
héroes.
Las figuras egipcias de los dioses eran sólo formas vicarias
y no se pretendía que se las mirara como personajes reales; no
se esperaba que nadie creyera que existían formas con cabeza
de animal y cuerpo de hombre, pero la credulidad siempre des­
empeña su parte y las personas incultas no lograron captar la
misma idea que ellos, como parte iniciada de la comunidad, por
lo que los meros emblemas pronto asumieron la importancia
de los personajes divinos a los que pertenecían. Estos abusos
fueron la consecuencia natural de tales representaciones; por
experiencia se sabe que la mente está dispuesta a pasar de la
alabanza más espiritual a la veneración supersticiosa de las

346
imágenes, ya se hubieran ideado al principio como una mera
forma de fijar la atención o para representar algún cuento le­
gendario o idea abstracta. La religión de los egipcios era un
panteísmo más que un politeísmo y el hecho de admitir al Sol
y la Luna a la divina veneración, más bien se adscribe a una
mezcla de sabaísmo. Se pensaba que el Sol poseía mucha de
la influencia divina con su poder vivificante y sus diversos
efectos. Y no era sólo uno de los más espléndidos trabajos de
la deidad, sino uno de sus agentes directos. La Luna tenía una
capacidad similar y como regulador del tiempo y mensajero
del cielo estaba el Tot con cabeza de Ibis, el dios de las letras
y la deidad que registraba las acciones de los hombres y los
acontecimientos de su vida.
No sólo atribuían al Sol y a la Luna y a otros supuestos agen­
tes una participación en la esencia divina, sino que incluso se
pensaba que las flores y las plantas tenían alguna parte de esto.
A menudo descubrían en los hábitos o aspecto de los animales
ciertas peculiaridades a las que se adscribía un carácter divino.
Incluso se representó alguna vez a un rey haciendo ofrendas
ante su propia figura en el templo, para transmitir la idea de que
un humano podía rendir homenaje a su naturaleza divina.
También representaban a la misma deidad bajo diferentes
nombres y caracteres; a Isis, por el número de sus títulos se la
llamó Myrionymus o «con diez mil nombres». También se ala­
baba a un dios o diosa que residía en algún lugar particular o
que estaba dotado de alguna cualidad especial, como Minerva
Polias y varias Minervas, las numerosas Venus, los Júpiter y
otros, al igual que la costumbre moderna ha creado una infi­
nidad de Madonas de una sola Virgen.
Entre otras teorías notables de los egipcios estaba la de la
unión de ciertos atributos en triadas, donde el tercer miembro
siempre procedía de los otros dos; y la triada de cada ciudad
era una de estas combinaciones. Los primeros miembros no
eran siempre de los primeros órdenes de dioses, ni era nece­
sario que lo fueran. Un atributo de la deidad se podía combi­
nar con alguna idea abstracta para dar lugar a otro resultado.

347
Esta noción había sido mantenida por ellos en los tiempos
más remotos de la monarquía egipcia; así pues, es un anacro­
nismo buscar los orígenes de esta y otras doctrinas egipcias en
la península de la India, lugar en el que los hindúes no se es­
tablecieron hasta mucho después de la Dinastía x v i i i , cuando
gradualmente desposeyeron y confinaron a ciertos distritos, a
esas poblaciones originales, que se supone son de origen esci­
ta. Y si hay alguna conexión entre las dos religiones de Egipto
y de la India, debe adscribirse al periodo anterior en el que las
dos razas salieron de Asia central.
Ciertas innovaciones fueron introducidas en tiempos remo­
tos en la religión de Egipto, pero fueron parciales y como cabía
esperar fruto del progreso de la superstición. Si hay ejemplos
de cambios repentinos y positivos, hay razón para creer que fue­
ron introducidos por extranjeros: como el destierro de Amón
del panteón durante un corto período de tiempo por la usurpa­
ción de reyes extranjeros hacia el final de la Dinastía x v i i i .
La expulsión de Set o el mal, también parece haber sido re­
sultado de la influencia extranjera. Los hijos de Seb y Netpe
(Saturno y Rea) eran Osiris, Set, Aroeris, Isis y Neftis. Osiris
y Set (o Tifón) eran hermanos; el primero representaba el
«bien» y el segundo el «mal». En tiempos remotos ambos eran
adorados como dioses en el Alto Egipto y Bajo y eran consi­
derados parte del sistema divino, porque el mal no había sido
aún confundido con el pecado o la perversidad. Este último era
representado como Apop (Apofis) «el gigante», que, en forma
de la «gran serpiente», la enemiga de los dioses y de la huma­
nidad, fue atravesado por la lanza de Horus, Atmu y otras dei­
dades. Osiris y Set eran colocados como sinónimos en los nom­
bres de algunos reyes durante el mismo periodo y en el mismo
monumento. El último era representado instruyendo al mo­
narca en el uso del arco, causa del mal. Set aparece vertiendo
una jarra junto a Horus, los emblemas de la vida y del poder
sobre el rey recientemente coronado, como símbolos de que el
bien y el mal afectaban al mundo por igual, como una condi­
ción necesaria de la existencia humana.

348
Tan pronto como se produjo el cambio, el nombre y la fi­
gura de Set, el de las orejas cuadradas, fue por todas partes des­
truido; fue calificado como el enemigo de Osiris, no meramente
opuesto como una consecuencia necesaria, sino como si lo fue­
ra por sus propios medios, como Arimán a Ormuz o como el
Satán maniqueo a Dios. El periodo exacto en el que fue «ex­
pulsado de Egipto» es incierto. Pudo haber sido durante la Di­
nastía x x i i ; y si Sheshonq (Shishaq) y los otros reyes de esa di­
nastía eran asirios como supone el señor Birch, la razón se
puede explicar fácilmente.
El conflicto del mal y el bien, no era una teoría nueva en­
tre los egipcios, como lo muestran las más antiguas represen­
taciones de la serpiente gigante Apofis, símbolo del pecado.
Tampoco el oficio particular de Osiris fue una introducción tar­
día, después de que Set (o Tifón) hubiera sido desterrado del
Panteón. La invención poco filosófica era que Set se había con­
vertido del mal en pecado y en el enemigo, en vez del compa­
ñero antagonista necesario del bien.
El carácter peculiar de Osiris era haber venido a la Tierra
por el bien de la Humanidad, con los títulos de «manifestante
del bien y la verdad» y haber recibido la muerte por la maldad
del maligno. Su entierro y resurrección y el hecho de que se
convirtiera en juez de los muertos son las características más
interesantes de la religión egipcia. Este era el gran misterio y su
mito y alabanza se remontan a los tiempos más remotos y uni­
versales de Egipto. Era el gran juez de los muertos para cada
egipcio y es evidente que Moisés se abstuvo de hacer cualquier
alusión al futuro estado del hombre, porque habría recordado
al conocido juez de los muertos y todas las ceremonias funera­
rias de Egipto, volviendo a los pensamientos de «la multitud
mezclada» y de todos cuyas mentes no estaban totalmente in­
contaminadas con los hábitos egipcios, a las mismas supers­
ticiones de las que quería purificar. Osiris era para todos los egip­
cios la gran deidad de un estado futuro y aunque los diferentes
dioses disfrutaban de honores particulares en sus ciudades res­
pectivas, la importancia de Osiris fue admitida en todo el país.

349
Había ciertas ciudades y distritos que eran apropiados a
ciertos dioses, donde estos eran las deidades principales del lu­
gar. Mientras Amón, por ejemplo, tenía su templo principal en
Tebas, Menfis era la gran ciudad de Ptah, como Heliópolis de
Ra o del Sol y otras ciudades de otras divinidades. No se da­
ban al mismo dios dos ciudades vecinas o dos lugares impor­
tantes. Pero aunque Amón era el gran dios de Tebas, como Ptah
lo era de Menfis, no se supone que sus dos cultos separados se
originaran en dos partes separadas de Egipto o que las religio­
nes del Alto Egipto y Bajo hubieran sido en un momento in­
dependientes, para luego unirse en una sola. Eran miembros
del mismo panteón.
«Una balanza de poder», como de honor, era así estableci­
da entre los principales dioses. Las deidades menores se con­
formaban con ciudades de menor importancia. Otras divinida­
des compartían los honores del santuario y podía haber diferentes
tríadas o dioses individuales en varios templos de Egipto: así
Ptah tenía una posición adecuada en Tebas; Amón y N ef o las
tríadas de Tebas y de las Cataratas, de las que eran las prime­
ras personas respectivamente, figuraban en los templos de
Menfis, y no se excluía a ninguna, siempre que se les pudiera
encontrar un espacio, excepto las meras deidades locales. Los
dioses de ciudades vecinas eran colocados con frecuencia en­
tre los dioses acompañantes; al menos era un cumplido hacia
el vecino y era casi tan conveniente para los sacerdotes como
para los dioses. Muchos seres divinos menores, cuya adora­
ción se ordenaba para alguna alabanza particular y ciertos em­
blemas o animales sagrados, eran admitidos en unos lugares y
excluidos en otros. A sí la reverencia al cocodrilo, promovida
en algunas ciudades del interior, para que los canales se man­
tuvieran con propiedad, parecía innecesaria en los lugares ri­
bereños, donde probablemente era aborrecido; y el mismo ani­
mal, que era tan altamente estimado en un distrito, era símbolo
del mal en otro.
De cualquier forma todo era parte del mismo sistema, y por
mucho que cambiara y se corrompiera después, se convirtió en

350
la composición original de las fechas del panteón desde los
más remotos periodos de la historia egipcia. Las pocas inno­
vaciones introducidas en tiempos remotos no causaron altera­
ciones reales en el principio de la religión en sí. Los cambios
ciertamente se produjeron tanto en las especulaciones de los
egipcios, como en su modo de representarlos, y algunas dei­
dades extranjeras fueron admitidas en su panteón. Sin embar­
go, el progreso original de sus ideas puede seguirse desde un
dios a la deidad en acción bajo varios caracteres, así como las
numerosas ideas abstractas en diferentes dioses. De estos últi­
mos, hay dos que merecen particular atención, por ser comu­
nes a otras muchas religiones que han recibido distinto trato
según sus particulares visiones: son los dioses de la naturale­
za, algunas veces representados como el Sol y la Tierra por
pueblos con una inclinación al tratamiento de este tema más
bien físico que ideal. Pero los especulativos egipcios lo consi­
deraron como el principio generativo o vivificante, la idea abs­
tracta de «padre» y el principio productor de la naturaleza o
«madre», ambos consecuencia de la acción creativa. De estas,
la última era originariamente (como una de las grandes deida­
des) sólo la idea abstracta de «madre», Mut, cuyo emblema era
un buitre; y si otra, Isis (algunas veces identificada con Hathor,
la Venus egipcia), sosteniendo al niño Horus (su retoño), era
una directa representación de la función maternal, puede con­
siderarse como un producto del mito. Otras dos diosas perte­
necían a este mito, la del parto (Lucina) y la de la gestación.
La primera se relacionaba con la idea maternal por tener al
buitre como emblema, la última hacía relación a Isis como «la
madre del hijo», y así las analogías y relaciones de varias dei­
dades eran mantenidas por un lado, mientras por el otro las
subdivisiones y diminutas sombras de diferencia aumentaban
el número y compilación de estos seres ideales. Así, puede
también reconocerse la relación de deidades en muchas mi­
tologías, representando, como así sucede, la misma idea ori­
ginal. La Alitta o Mylitta (es decir, «la diosa con el niño») de
los árabes y asirios, las Anaitis de Persia, la Astarté de Siria y

351
la Venus-Urania, Cibeles, y «la reina de los cielos», la «madre
del niño» encontrada en Asia occidental, Egipto, India, la an­
tigua Italia e incluso Méjico, la prolífica Diana de Efeso y otras,
son varios caracteres de la diosa de la naturaleza.

286. Vestidos de sacerdotes. Tebas.


8, 9. Hierogramático o escriba sagrado.

El vestido de los sacerdotes era simple; pero los trajes de


ceremonia eran grandiosos e imponentes. Además de la piel
de leopardo del profeta había otros trajes, que marcaban sus
respectivos grados. También se ponían collares, brazaletes, gar­
gantillas y otros adornos durante la ceremonia religiosa en el
templo. El material de sus trajes era el lino, pero algunas ve­
ces llevaban ropas de algodón y era lícito llevar una pieza de
lana por encima a modo de capa, aunque no les estaba permi­
tido entrar en el templo con ella, ni llevar ropas de lana en con­
tacto con la piel. Tampoco podía enterrarse ningún cuerpo en­
vuelto en vendas hechas de este material.

352
Los trajes de los sacerdotes consistían en un vestido inte­
rior, como el faldellín habitual que llevaban los egipcios y un
vestido suelto por encima, con mangas anchas, atado con un
cinturón alrededor de las ijadas; o del faldellín y una camisa
con mangas cortas y ajustadas, sobre el que se colocaba un ves­
tido suelto, dejando al descubierto el brazo derecho. Algunas
veces el sacerdote, cuando oficiaba en el templo, prescindía de
este traje y se contentaba con llevar una amplia túnica atada a
la cintura, que colgaba sobre el faldellín hasta los tobillos (que
coincide con el vestido de los stolistae mencionado por Clemente
«cubriendo sólo la parte inferior del cuerpo»). Algunas veces
se ponían un vestido largo completo, desde debajo de los bra­
zos hasta los pies, sujeto por el cuello con unas tiras6. Otros,
en las sagradas procesiones, iban totalmente cubiertos con un
traje de este tipo, que les llegaba hasta la garganta y les ocul­
taba incluso las manos y los brazos7.
El traje del hierogramático o escriba sagrado8, consistía en
una falda con pliegues o faldellín, bien atada por delante o en
la parte inferior del cuerpo. El traje suelto que les cubría la par­
te de arriba con mangas largas, era en todos los casos del más
fino lino. A veces llevaba una o dos plumas en la cabeza, se­
gún describen Clemente y Diodoro9. Los que llevaban el em­
blema sagrado llevaban una casaca larga hasta los tobillos, ata­
da en la parte de delante con largas bandas, y se pasaban una
banda, también de lino, para sujetarla10. Algunas veces, el sa­
cerdote, que ofrecía incienso, iba vestido con este faldellín lar­
go y el vestido largo con mangas o sólo con el primero. Los
trajes de un mismo sacerdote variaban según las diferentes oca­
siones. Llevaban sandalias de papiro u hoja de palmera y la
simplicidad de sus hábitos se extendía hasta la cama en la que

6 fig. 4.
7 fig. 5.
8 fig. 8.
9 Grabado 286,fig. 9.
10 fig. 6.

353
287 . Reposacabezas de alabastro. Museo Alnwick.

dormían, que era algunas veces una pieza extendida en el sue­


lo o una clase de mimbre cubierta de ramas de palmera11 y por
encima una esterilla o trozo de piel. La cabeza la apoyaban en
un pilar de madera cóncavo.
Esta misma forma de apoyar la cabeza era extensible a to­
dos los egipcios y un número considerable de estos taburetes12
se han encontrado en las tumbas de Tebas: generalmente son
de sicomoro, acacia o tamarisco; también de alabastro, con ele­
gantes formas y frecuentemente adornados con jeroglíficos de
colores. En Abisinia y en partes de la Etiopía Alta, aún siguen
adoptando el mismo soporte para la cabeza y están hechos de
madera, piedra o barro común. No son sólo únicos del valle
del Nilo y Abisinia: la misma costumbre prevalece en países
lejanos y la podemos encontrar en Japón, China y Ashanti, e
incluso en la isla de Otaheite (Tahiti), donde también son de
madera, pero más largos y menos cóncavos que los de Africa.
Los militares ocupaban el segundo rango, tras los sacer­
dotes. A ellos se les había asignado una de la tres partes en
las que estaba dividida la tierra de Egipto por uñ edicto de
Sesostris, para que, según Diodoro, «aquellos que estaban
más expuestos a los peligros en el campo, pusieran más in-

11 Grabado 84,fig. 1.
12 Grabados 287 y 82, 83.

354
terés en las hazañas de la guerra, al sentir que luchaban por
una tierra que les pertenecía, porque sería absurdo poner la
seguridad en manos de una comunidad que no poseía nada
que mereciera la pena conservar». Cada soldado, ya estu­
viera o no en activo, poseía doce aruras de tierra (un poco
más de ocho acres ingleses) libres de todo cargo; y otro pri­
vilegio importante era que ningún soldado podía ser encar­
celado por sus deudas. Boccoris, el creador de esta ley, con­
sideraba que sería peligroso otorgar al poder civil el derecho
de encarcelar a aquellos que constituían la principal defen­
sa del estado. Se les instruía desde su juventud en los debe­
res y obligaciones de los soldados y se les entrenaba en to­
dos los ejercicios adecuados para el desarrollo de su carrera;
parece que un tipo de escuela militar se estableció para tal
propósito.
Cada uno tenía la obligación de conseguir las armas ofen­
sivas y defensivas necesarias y todos los demás elementos pre­
cisos para la campaña. Se esperaba que estuviesen siempre pre­
parados para acudir al campo cuando fuera necesario o para
cumplir los deberes típicos de las tropas de guarnición. Las prin­
cipales guarniciones estaban situadas en las ciudades fortifica­
das de Pelusio, Marea, Eileityias, Hierakónpolis, Syene,
Elefantina y otros lugares intermedios. Frecuentemente los mo­
narcas guerreros llamaban a filas a una gran parte del ejército
para invadir un país extranjero o para suprimir aquellas rebe­
liones que, ocasionalmente, estallaban en las provincias con­
quistadas.
Toda la fuerza militar que consistía en cuatrocientos diez
mil hombres estaba dividida en dos cuerpos, los calasirios y
los hermotibios. También anualmente seleccionaban mil hom­
bres que formaban el cuerpo de guardias reales; a cada sol­
dado se le concedían adicionalmente, durante su periodo de
servicio, raciones diarias consistentes en «cinco minae de pan,
dos de carne de vacuno y cuatro arusters de vino».
Los calasirios (Klashr) eran los más numerosos; su cifra
ascendió a doscientos cincuenta mil hombres, en los tiempos

355
en que la población de Egipto alcanzó sus cotas máximas.
Habitaban las comarcas de Tebas, Bubastis, Atfin, Tanis,
Mendes, Sebenito, Atribis, Farbeto, Tmuis, Onufis, Anysis y
la isla de Miecforis, que estaba en frente de Bubastis; y los her-
motibios, que vivían en las comarcas de Busilis, Sais, Kemis,
Papremis, la isla de Prosopítide y la mitad de Nato, formaban
los restantes ciento sesenta mil. Era aquí donde residían cuan­
do se retiraban del servicio militar y en esta comarca estaban
situadas su granjas o extensiones de tierra, en las que tendían
a promocional· hábitos de laboriosidad y a mantenerse ocupa­
dos en diversas actividades.
Además de los nativos había tropas mercenarias, bien de las
naciones aliadas con los egipcios o de las naciones que habían
sido conquistadas por ellos. Estaban divididos en regimientos
y algunas veces formados con la misma disciplina que los egip­
cios y, aunque se les permitía mantener sus armas y su traje, no
recibían el mismo trato que las tropas nativas; no poseían tie­
rras, pero recibían una paga como otros soldados contratados.
Estrabón se reñere a ellos como mercenarios y entre el millón
de hombres que menciona deben estar incluidos estos auxilia­
res extranjeros. Cuando estaban enrolados en el ejército eran
considerados como pai te de él e incluso acompañaban a las le­
giones victoriosas a su vuelta de las tierras extranjeras con­
quistadas. Algunas veces ayudaban a llevar a cabo los deberes
de las tropas de guarnición, en lugar de las tropas egipcias que
se quedaban de guardia en las provincias conquistadas.
El grueso del ejército estaba formado por arqueros, cuya
habilidad tenía una importancia vital en el éxito de los egip­
cios, como ocurría en nuestros propios ejércitos de la antigüe­
dad. Su importancia queda reflejada en la forma que los egip­
cios utilizaron para representar a los soldados: un arquero
arrodillado a menudo precedido de la palabra «Klashr», con­
vertida por Heródoto en «Calasiria». Luchaban a pie o en ca­
rros y así se pueden clasificar en dos grupos, los cuerpos mon­
tados y los cuerpos de a pie, que constituían una gran parte de
ambas alas. Varios cuerpos de infantería pesada, divididos en

356
fig. ΐ· fig. 2. fig . 3· f i g · 4·
288 . Aliados de los egipcios. Tebas.

regimientos, cada uno con sus armas peculiares, formaban el


centro y la caballería (que según la descripción de las escritu­
ras era numerosa) cubría y apoyaba a los que iban a pie.
Aunque los caballos egipcios aparecen muy rara vez en los
monumentos, las frecuentes y positivas alusiones que apare­
cen hacia ellos en la historia sagrada y profana, nos hacen cues­
tionar su empleo; y un hacha de batalla antigua tiene un sol­
dado montado representado en su hojal3.
En el funeral de Jacob se dice que un gran número de ca­
rros y hombres a caballo acompañaron a José 14; los jinetes y
los carros persiguieron a los israelitas cuando estos huyeron de
Egiptol5; el canto de Moisés menciona en el ejército del faraón
«el caballo y su jinete»l6. Heródoto también representa a Amasis
«a caballo» en su entrevista con el mensajero de Apries, y
Diodoro habla de veinticuatro mil caballos en el ejército de

13 Grabado 355.
14 Gn 50:9.
15 Ex 14:28; 2 R 18:24; Is 36:9.
16 Ex 15:21.

357
358
289. Disciplinadas tropas de los tiempos de la Dinastía xvm. Tebas.
Sesostris, además de veintisiete mil carros de guerra. Shishaq,
el Sheshonq egipcio, iba acompañado por sesenta mil hombres
a caballo cuando fue a luchar contra Jerusalén17. La caballería
egipcia es mencionada en otras partes de la historia sagrada y
profana, así como en los jeroglíficos, que muestran que «el man­
do de la caballería» era un puesto honorable e importante y ge­
neralmente ocupado por el más distinguido de los hijos del rey.
La infantería egipcia estaba dividida en regimientos muy
similares, según observa Plutarco, a los regimientos griegos;
estaban formados y se distinguían según las armas que lleva­
ban. Consistían en arqueros, lanceros, soldados con espada,
soldados con palos y otros cuerpos disciplinados según las re­
glas de las tácticas regulares 1S. Los regimientos estaban divi­
didos en batallones y compañías. Cada oficial tenía su rango
peculiar y su orden, como los jiliarcos, hecatontarcos, decar-
cos y otros de los griegos o los capitanes de mil, cien, cincuenta
y diez hombres entre los judíos 19. Cuando estaban formados
para la batalla, la infantería pesada armada con lanzas y escu­
dos y una hoz u otra arma, se extendía formando una falange
inexpugnable2i}; los arqueros así como la infantería ligera ac­
tuaban en línea o adoptaban movimientos más abiertos, de­
pendiendo del estado del terreno o de la táctica del enemigo.
Sin embargo la falange una vez formada era fija e inamovible
y a los diez mil egipcios del ejército de Creso no se les podía
inducir a oponer un frente mayor al enemigo, ya que estaban
acostumbrados a formar siempre un cuerpo compacto, con
cien hombres a cada lado. Tal era la fuerza de esta masa que
ningún esfuerzo de los persas podía dar resultado contra ella.
Ciro, incapaz de romper esta formación, después de haber de­
rrotado al resto del ejército de Creso, se rindió ante los egip­
cios y le concedió las ciudades de Larisa y Cilene, cerca de

17 2 Cron 12:3.
18 Dt 1:15.
19 Ver grabados 289, 290.
20 Ver grabado de la página siguiente.

359
Falange de infantería pesada. Tebas.
Cuma y el mar, para que habitaran allí, donde aún seguían vi­
viendo sus descendientes en tiempos de Jenofonte. En esta
batalla la falange había adoptado los enormes escudos que
cubrían hasta los pies de los soldados y les protegían comple­
tamente de los misiles del enemigo. La infantería egipcia tam­
bién ha sido representada de esta forma en el periodo de la
Dinastía VI2'.
Cada batallón y cada compañía tenía un estandarte particular
que representaba un tema sagrado (el nombre de un rey, un bar­
co sagrado, un animal o algún objeto emblemático). Los solda-

291. Estandartes egipcios. Tebas.

Ver grabado 300.

361
dos iban delante o detrás de él según el oficio que desempeñaban
o según las circunstancias. Los objetos elegidos para colocar en
los estandartes eran aquellos que despertaban en las tropas un sen­
timiento supersticioso de respeto22. Al ir colocado, según dice
Diodoro, en una lanza (o asta) que llevaba uno de los oficiales,
servía como punto de referencia a los hombres en sus respectivos
regimientos, les daba fuerzas en la ofensiva y les ofrecía un pun­
to sobresaliente durante la confusión de la batalla.

i 2 3
292. Oficiales de la casa. Tebas.

El puesto de portaestandarte era de una gran importancia;


era un oficial y hombre de probado valor y en el ejército egip­
cio se le distinguía algunas veces por una peculiar placa que
llevaba colgada al cuello, que contenía dos leones, los emble­
mas del valor y otros adornos.
Además de los estandartes ordinarios de los regimientos es­
taban los estandartes reales, que eran llevados junto al rey por las
personas principales de su casa. El oficio de llevar estos estan­
dartes y los flabella le estaba reservado al príncipe real o a los hi­

22 Salomón en su Cantar dice: «Terrible como un ejército con estandar­


tes», 6:4. Fueron usados por los judíos, S 20:5,60:4; Is 13:2. (Grabado 291.)

362
jos de los nobles. Tenían el rango de generales y se les encargaba
de tomar bajo su mando un ala o una división del rey, y durante
la coronación de éste u otras grandes ceremonias estaban siempre
junto a la persona del rey. Unos sujetaban los abanicos de estado
tras el trono o transportaban la silla en que el rey era llevado has­
ta el templo; otros sostenían el cetro y hacían ondear el flabelo
ante él; el privilegio de servir a su mano derecha o izquierda, de­
pendía del grado que tenían. El ala recibió el nombre de cuerno,
al igual que entre los griegos y los romanos.
Las tropas eran llamadas a formar al toque de trompeta23, un
instrumento que, al igual que el tambor, fue usado por los egip­
cios en sus más remotos tiempos24. En las escenas de batallas de
Tebas, a los trompetas se les representa quietos y llamando a las
tropas a formar o en acto de conducir a estas a la carga.
Las armas ofensivas de los egipcios eran el arco, la lanza, dos
especies de jabalinas, una honda, una espada corta y recta, una daga,
un cuchillo, una foz o ensisfalcatus, un hacha o hacheta, un hacha

293. Escudos. Tebas.

23 Grabado 289.
24 Ver grabados 112, 113 y 114.

363
de batalla, un hacha de vara, una maza o garrote y el lissán, un palo
curvo similar al que todavía usan los modernos etíopes. Sus armas
defensivas consistían en un casco de metal o una especie de capu­
chón acolchado, un escudo o cota de malla hecha de placas de me-

294. Tebas.

tal o acolchada con bandas de metal y un escudo amplio. Sin em­


bargo, no utilizaron los petos y sólo se cubrían los brazos con una

295. Correas en el interior del escudo. Tebas.

parte de la cota de malla que formaba una manga corta que se ex­
tendía hasta medio brazo, más o menos hasta el codo.
La principal defensa del soldado era su escudo, que tenía
una longitud igual a la mitad de su estatura y una anchura do-

364
296. Escudo cóncavo. Tebas. 297. Modo de llevar el escudo. Tebas.

298. Tebas.

ble a la suya. Normalmente estaba recubierto de piel de toro


con el pelo hacia fuera y algunas veces estaba reforzado por
uno o más bordes de metal y tachonado con clavos o puntas de
metal; la parte interior era un marco de madera. Por eso los es­
cudos de los egipcios caídos en la batalla entre Artajerjes y el
joven Ciro fueron recogidos por los griegos para utilizarlos
como leña para el fuego, junto con sus flechas, carros y otros
objetos hechos de madera.
El escudo egipcio tenía una forma parecida a las lápidas fu­
nerarias encontradas en las tumbas, que son circulares en la cima

365
i a a 4

10 11

299. Escudos de formas inusuales. Beni Hasan.

y cuadradas en la base, frecuentemente con un ligero ensancha­


miento desde la base hasta la parte superior. Cerca de la parte
superior de la superficie exterior había una cavidad circular cuyo
uso no es fácil explicar. En el interior del escudo se fijaba una
cuerda con la que éste se podía colgar del hombro, según des­
cribe Jenofonte; tenemos un ejemplo de un escudo colgado de
esta manera en la que se ve que era cóncavo en el interior, como
el que se usaba en Asiría25. El mango parecía estar hecho de tal
forma que los soldados pudieran pasárselo por el brazo al tiem­
po que sujetaban una lanza, pero puede que esta sea solamente
una forma de representar el escudo colgado a la espalda. El man­
go se colocaba algunas veces en posición horizontal y otras en po­
sición vertical, pero esta última era la posición más usual26.
En Beni Hasan hay representados unos escudos más lige­
ros, armados con una barra de madera colocada en la parte su-

25 Grabado 296. Layard, N. y Bab. p. 457.


26 Grabados 295 y 298.

366
perior en dilección horizontal, que se sostenían con la mano;
pero estos parecen haber pertenecido más bien a soldados ex­
tranjeros que a los egipcios.
Algunos de los escudos egipcios eran de extraordinarias di­
mensiones y presentaban formas diferentes a las que usaban ha­
bitualmente, con la parte superior en forma de punta. Eran de
época muy antigua, habían sido usados antes de la invasión de
los Pastores y eran los mismos que llevaban la falange egipcia
en la batalla de Creso y también en la de Artajerjes, que men­
ciona Jenofonte. Pero las tropas egipcias generalmente no los
adoptaron, porque estimaban que el escudo que se usaba habi­
tualmente era lo suficientemente grande y más conveniente.
El arco egipcio no era muy distinto al usado en tiempos
posteriores por los arqueros europeos. La cuerda iba fijada a
una pieza de asta que sobresalía o estaba insertada en una ra­
nura o muesca hecha a cada lado de la madera, difiriendo en
este aspecto del de los kufa y algunos otros pueblos asiáticos,
que ataban la cuerda pasándola por unas pequeñas protube­
rancias circulares colocadas a cada extremo del arco.

300. Gran escudo de una época temprana. O'sioot.

367
Los etíopes y los libios, famosos por sus habilidades con el
arco, adoptaron el mismo método de sujeción de la cuerda que
los egipcios y su arco era similar en forma y tamaño al de sus

vecinos. El arco egipcio era una pieza de madera cilindrica, de


1,5 m a 1,75 m de largo, casi recto y terminado en una forma
puntiaguda a ambos extremos. Arcos de este tipo aparecen re­
presentados en las esculturas, e incluso se han encontrado en
Tebas; había otros que se curvaban hacia adentro por el medio
cuando no estaban tensados con una cuerda, como los repre­
sentados en las pinturas de las tumbas de los reyes. Por último
otros tenían una pieza de madera o de piel unida o incrustada en
el arco, por encima y por debajo del centro.
fe· *· 1

302. fig. 3. Arcos egipcios. Tebas.

Para colocar la cuerda, los egipcios apoyaban el extremo in­


ferior sobre el suelo y, de pie o sentados, sujetando con las rodi­
llas la parte interior del arco, lo doblaban con una mano, mientras
que con la otra pasaban la cuerda por la ranura del extremo supe­
rior. Existe otro ejemplo en el que un hombre está colocando la
cuerda en el arco que tiene apoyado sobre el hombro. Los arque­

368
303. Modo usual de tensar el arco. 304. Tensando un arco.
Tebas y Beni Hasan. Betii Hasan.

ros frecuentemente llevaban una protección en la mano izquier­


da, para evitar que la cuerda les causara posibles heridas al dis­
parar. Dicha protección iba colocada alrededor de la muñeca y
asegurada por una cuerda atada al codo. Algunas veces se colo­
caban una placa de metal sobre el nudillo anterior donde se apo­
yaba y por donde pasaba la flecha al ser disparada; el cazador,
cuyo arco parece que era menos poderoso que el que se usaba para
la guerra, normalmente sujetaba las flechas de sobra con la mano
derecha mientras tensaba la cuerda. (Grabado 306.)

305. Con una guarda en la muñeca. Tebas.

369
Para disparar usaban el dedo índice y el pulgar o el índice
y el corazón. Para cazar normalmente sólo tensaban la cuerda
con la flecha hasta el pecho (forma de disparar usada en América
para la caza del búfalo); sin embargo, en la guerra, al igual que
los arqueros ingleses, llevaban el extremo posterior de la fle­
cha hasta la oreja, casi a la altura del ojo.
La cuerda del arco egipcio era generalmente de tripa de
gato y tenían tanta confianza en la fuerza de ésta y del arco,
que desde su carro un arquero algunas veces lo usaba para en­
frentarse a un oponente armado con una espada.
La longitud de sus flechas variaba de 27,5 cm a 35 cm;
algunas eran de madera, otras de junco27; frecuentemente te­
nían una punta de metal e iban adornadas con tres plumas28
pegadas longitudinalmente, guardando la misma distancia de
unas a otras, al otro extremo del astil, como nuestras propias
flechas. Algunas veces, en lugar de la cabeza de metal, se in­
sertaba en el junco una pieza de madera dura que terminaba en
una punta larga29; pero estas eran demasiado ligeras y tenían
poca fuerza para los menesteres de la guerra por lo que sólo se
usaban para la caza. En otras, se colocaba una pequeña pieza
de sílex o de alguna otra piedra afilada, sujeta por una firme
pasta negra30, y aunque se usaban ocasionalmente en las bata­
llas, por las esculturas parece que eran más usadas entre los
cazadores. Las flechas de los arqueros son generalmente re­
presentadas con cabezas de bronce31 de diversas formas: unas
barbadas, otras triangulares y otras con tres o cuatro hojas
colocadas en ángulo recto, todas coincidentes en un punto co­
mún. Las flechas que tenían piedra en la punta no quedan con­
finadas a la era antigua ni fueron exclusivas de los egipcios,
también los persas y otros pueblos del este las usaron fre-

27 Grabados 307 y 308.


28 Grabado 306.
29 Grabado 308,fig. 1.
30 Grabado 308,fig. 2.
31 Grabados 309 y 348.

370
■tí
S
!
s
306. Llevando flechas de más en la mano. Tebas.

Flecha de junco, con piedra en la punta, de 27,5 cm de longitud.


8a
a
Q-i

00

371
cuentemente incluso en la guerra. Recientes descubrimientos
han confirmado que fueron usadas por los mismos griegos, ya
que se han encontrado varias en los lugares donde no llegaron
■las tropas persas, así como en la llanura de Maratón y otros
campos de batalla donde lucharon.

309. Cabezas de metal de flechas. M uselo Almurick y Tebas


fig. 4. Tenía la caña (a) encajada en la parte hueca del astil, y la proyección
colocada sobre b actuaba como freno.

Cada arquero iba equipado con una aljaba grande de unos


10 cm de diámetro y, por consiguiente, con su surtido completo
de flechas que llevaban colgada del hombro por una tira cruzada
en el pecho. Los griegos y otros pueblos asiáticos, sin embargo,
tenían la costumbre de llevarla colgada a la espalda verticalmente,
casi paralela al codo o al muslo. La costumbre usual del soldado
egipcio era colocarla casi en posición horizontal e ir extrayendo
las flechas por debajo del brazo32. Hay varios ejemplos en las
esculturas de cómo se colocaban la aljaba a la espalda sobre­
saliendo por encima del hombro, aunque parece que esta posi­
ción sólo se adoptaba durante la marcha o cuando no se hacía
necesario el uso de las flechas33. Iba cerrada por una tapadera
o cubierta con mucha decoración, al igual que la aljaba, y cuan­
do pertenecía a un jefe iba coronada por la cabeza de un león
o algún otro adorno. Esta cubierta iba unida al cuerpo de la al­

32 G rabado 348.
33 Grabado 325, fig. 2.

372
jaba por una tira de piel. También tenían una caja para el arco,
que sería para protegerlo de la humedad y del sol y para con­
servar su elasticidad. Esta caja tenían también una tapa de piel
flexible cosida a su extremo superior. Todos los carros de gue­
rra llevaban una y cruzada sobre esta, inclinada en dirección
opuesta, se colocaba otra caja grande que contenía dos lanzas
y un surtido extra de flechas34. Además de la aljaba que lleva­
ba, el guerrero tenía normalmente otras tres de repuesto en su
carro.
Los arqueros de infantería iban equipados con una pequeña
funda para el arco35, que cubría solamente el centro, dejando los
extremos al descubierto, y como era de un material plegable,
probablemente cuero, se cree que la colocaban alrededor del arco
mientras lo llevaban en la mano durante la marcha. Además
del arco (su principal arma ofensiva), los arqueros de infantería,
al igual que los arqueros montados que luchaban en carros, iban
armados con una hoz, una daga, un garrote, una maza o un ha­
cha de guerra para el combate cuerpo a cuerpo cuando se les
agotaban las flechas. Sus armas defensivas eran el casco o una
pieza acolchada que llevaban en la cabeza y un peto de los mis­
mos materiales; pero no llevaban escudo que resultaba ser un
estorbo para el manejo del arco.
La lanza o pica era de madera36 y tenía una longitud de 2,5
a 3 m, con una cabeza de metal en la que se insertaba el astil y
se fijaba con clavos. Esta cabeza era de bronce o de hierro, a
menudo muy grande y con un doble filo. La lanza no parece ha­
ber estado provista de una punta de metal en el otro extremo,
llamada sauroter por Homero, y sirve para clavarlas en el sue­
lo y es aún hoy común en Turquía, el moderno Egipto y otros
lugares. Como la lanza de Saúl permanecía clavada en el sue­
lo cerca de su cabeza mientras él «seguía durmiendo dentro de

34 Grabados 326, 327, 331.


35 Grabado 289, parte 1.
36 Grabados 289, 290,297, 310a.

373
1.

fiy· 2.

a.

310 Jabalina y cabezas de lanzas. Tebas.

310a. M useo de Berlín.

la trinchera»37. Este tipo de lanzas puede denominarse jabali­


na, ya que esa parte adicional de metal podía servir como con­
trapeso, además de cumplir el ya mencionado propósito. Pero
esta pieza adicional no era un requisito necesario en las lanzas
de la infantería pesada, ni tampoco era conveniente.

311. Cabezas de jabalinas pequeñas. Museo Alnwick y Tebas.

La jabalina, más ligera y corta que la lanza, era también de


madera y montada de una forma similar con una cabeza de me-

37 1 3 m 2 6 :7 . Cf. Virg. E neas, 12, 130.

374
tal de dos filos en forma de rombo alargado o de hoja, plana o
más gruesa en el centro y a veces terminando en una punta muy
larga38. La parte superior del astil terminaba en un saliente de
bronce, rematado por una bola de la que colgaban dos cuerdas
o borlas, que servían para contrarrestar el peso de la punta. Se
arrojaba igual que la lanza y se sostenía con una o con las dos
manos. A veces, cuando el adversario estaba a corta distancia,
se lanzaba pero quedaba retenida aún en poder del guerrero:
porque el astil se iba deslizando por la mano del atacante has­
ta que se detenía por el golpe contra el adversario o porque el
guerrero de repente cerraba los dedos y sujetaba la lanza por
la banda de metal colocada al final. Esta costumbre es aún co­
mún entre los actuales nubios y los ababde. Tenían otra jabali­
na aparentemente de madera, en cuyo extremo había una punta
afilada, pero que estaba desprovista de la usual cabeza de me­
tal 39. Y aún tenían otra más ligera, armada con una punta de
metal pequeña40 que tenía normalmente cuatro lados, tres ho­
ja s41 o una sola hoja ancha y casi plana42. La parte superior
del astil estaba desposeída de cualquier contrapeso de metal43
y en esto se parece a los dardos que usa hoy en día el pueblo
de Dar-Fur y otras tribus africanas que, carentes de cualquier
conocimiento científico sobre los proyectiles o sobre la curva
de una parábola, golpean a su enemigo con destreza.
Otra clase inferior de jabalina estaba hecha de junco con
cabeza de metal, pero esta casi no se puede considerar como
arma militai· y tampoco ocuparía un alto rango entre las armas
empleadas por los cazadores egipcios, muchas de las cuales
eran excelentes piezas de artesanía.

38
Grabado 355,fig. 9.
39
Grabado 310, fig. 3.
40
Grabado 310,fig. 1;
41
Grabado 311, fig. 2.
42
fig- 3.
43
Grabado 311 ,fig. 4.

375
La honda era una tira de piel o cuerda trenzada44; era an­
cha en el centro y en un extremo tenía un lazo que servía para
sujetarla firmemente a la mano. En la otra punta había una tra­
lla que se soltaba de los dedos cuando se arrojaba la piedra:
cuando se usaba, se giraba la honda alrededor de la cabeza dos
o tres veces, para estabilizarla y aumentar el ímpetu45.
fig-1.

312. Hondas. Beni Hasan y Tebas.

Era un arma despreciada por muchos de los griegos, pero


cuando se expusieron a los misiles de los persas, los «diez mil»
se vieron en la necesidad de usarla y los misiles de plomo lan­
zados por las hondas rodias probaron por su gran alcance su
superioridad sobre las grandes piedras arrojadas por el enemi­
go. Otros griegos fueron también hábiles en el manejo de la
honda, como los aqueos o acamamos, pero los más famosos
por su destreza en el uso de este instrumento fueron los nativos
de las islas Baleares. Tal importancia tenía para ellos, que con­
sideraban como el piincipal deber de un padre el instruir a un
muchacho en su uso; hasta tal extremo habían llegado que el

44 Como la que aún se usa en Egipto para ahuyentar a los pájaros de


los campos.
45 Grabados 49 y 355, figs. 4 y 5.

376
muchacho debía procurarse su propio desayuno de esta forma.
Esta desagradable alternativa pareció ser impuesta a los hijos
más afortunados de la familia egipcia, ni tampoco la honra era
comparable con el arco u otras armas.
La mayoría de los griegos que usaban la honda usaban ba­
lines de plomo de una forma esférica o alargada, o más bien,
como una aceituna abultada en sus extremos, lo que demues­
tra que el principio de «la bola puntiaguda» no les era desco­
nocido. Todos los muchachos sabían que una piedra ovalada
alcanza una distancia muy superior a otra redondeada. A al­
gunas hondas se las representa con un rayo colocado encima
de ellas y otras llevan el nombre de la persona a la que perte­
necían o una palabra que significa, «toma esa».

313. Dagas con sus fundas, con mangos taraceados. .Tebas.

Los aqueos, como los egipcios, cargaban sus hondas con


una piedra redonda y llevaban una bolsa llena de piedras ata­
da a una cinta que llevaban colgada del hombro46.
La espada egipcia era recta y corta, medía de 7,5 cm a 9 cm,
tenía generalmente doble filo y terminaba en una punta afi­
lada. Era usada para clavarla o arrojarla al enemigo. También
tenían dagas, cuyos mangos, que eran huecos en el centro e
iban aumentando gradualmente en grosor en sus extremos,
llevaban incrustaciones de piedras valiosas, maderas precio­
sas o metales; el pomo de la que llevaba el rey tenía una o
dos cabezas de halcones, el símbolo de Pe-Ra o el Sol, títu-

46 Grabado 312, fig. 1.

377
314. Apuñalando a un enemigo. Tebas.

lo dado a los monarcas del Nilo. Era mucho más pequeña que
la espada: su hoja medía de 20,5 cm a 17,5 cm de longitud,
disminuyendo progresivamente hasta llegar a una anchura de
3,7 cm a 3,2 cm hacia la punta. La longitud total, incluyendo
el mango, sólo alcanzaba 30 o 40 cm. La hoja era de bronce,

315. Modo de llevar la daga. Tebas.

378
más gruesa en el medio que en los bordes y ligeramente aca­
nalada en esta parte. El metal estaba trabajado tan exquisita­
mente, que aún hoy, tras un periodo de varios miles de años,

Parte posterior de la funda.


316. Dagas con su fundda Museo de Berlín.

conserva su flexibilidad y casi parece de acero por su elasti­


cidad. A sí es la daga de la colección de Berlín, que fue des­
cubierta en una tumba de Tebas, junto con su vaina de piel.
La empuñadura está parcialmente cubierta de metal y ador­
nada con numerosos clavos y tachuelas de oro, que se dejan
ver a través de aperturas colocadas para tal fin en la parte
frontal de la vaina. Pero el extremo superior es solamente de
cuerno y no está adornado ni cubierto con ningún estuche
de metal. También se han encontrado otros ejemplos de es­
tas, como una daga de la colección Salt, ahora en el Museo

í¡

317. Daga egipcia, de 11 pulgadas y media. Museo Británico.

Británico, que mide unos 30 cm de longitud y tiene un man­


go similar.
Yo tengo la hoja de una daga más pequeña, también de bron­
ce, que llevaba Amenofis II; mide unos 14 cm de largo y fue en-

379
contada en Tebas. En las pinturas de Tebas se representa un cu­
chillo, aparentemente de acero, con un filo sencillo.
También existía una hoz, a la que llamaban shopsh o hopsh,
parecida en su forma y nombre al de la kopis de los habitantes
de Argos, que se consideraba una colonia egipcia. Se usó con
más frecuencia que la espada y la llevaban las tropas de in­
fantería ligera y pesada. Es evidente que era un amia más efec­
tiva que la espada, tanto por el tamaño, como por la forma de
su hoja y por su peso. La paite de atrás de ésta hoja de hierro
o bronce estaba algunas veces recubierta de latón47.
Los oficiales, así como las personas de a pie, llevaban la hoz.
Cuando el rey combatía cuerpo a cuerpo con el enemigo iba fre­
cuentemente armado con esta hoz, el machete, el hacha de bata­
lla, el hacha de mango largo o la maza.
Los garrotes simples se ven con más
frecuencia representados en manos de
oficiales al mando de cuerpos de in­
fantería; pero también éstos usaban otras
armas y, al dirigir sus tropas a la carga,
iban armados de la misma forma que el
rey en los combates cuerpo a cuerpo.
El hacha o machete era pequeño
y simple, y a menudo medía de 60 cm
a 62 cm de longitud. Tenía una sola
hoja y no se ha encontrado ni un ejem­
plo de un hacha de doble filo pareci­
do al bipennis de los romanos. Era de
la misma forma que usan hoy en día
los carpinteros egipcios y se usaba en
el combate cuerpo a cuerpo, así como
para derribar las puertas de una ciu­
dad o cortar árboles para construir ar-
318. Hachas y machetes. Tebas mas durante un asalto. Independien-
VColección Salt, temente de los clavos de bronce que

Grabado 297, fig. 1.

380
sujetaban la hoja, la manecilla estaba reforzada en esa parte
con trozos de piel para que la madera, en la que se había he­
cho una ranura para encajar el metal, no se partiera por la mi­
tad cuando se asestaba un golpe.
El hacha estaba menos adornada que otras armas: algunas lle­
vaban la figura de un animal o un barco o algún otro adorno gra­
bado sobre la hoja. El mango, que frecuentemente adoptaba en
su extremo la forma de un pie de gacela, estaba marcado con lí­
neas circulares y diagonales, representando bandas, como en los
toros salientes de un templo egipcio, o como la ligadura de los
fasces romanos48. El soldado, cuando iba de marcha, la llevaba
en la mano o se la colgaba en la espalda con la hoja hacia abajo.
Pero no parece por las representaciones de las esculturas que fue­
ra cubierta por ninguna funda, ni aparece ninguna otra forma de
llevar la espada excepto con una daga sujeta en el cinturón con
la punta saliendo hacia la izquierda49.
La hoja de un hacha de batalla era de forma parecida a la
del escudo parto: un segmento de un círculo dividido en la par-
1
3
Museo Británico.

JE·— — ------ ------ — ^ I 8

319. 3, 4, 5, 6. Hachas de guerra de Jas esculturas. Tebas y Beni Hasan.

48 G rabados 318 y 3 55, fig . 3.


49 C om o en e l grabado 315.

381
te interior en dos segmentos más pequeños, cuyas tres puntas
estaban unidas al mango con clavos de metal. Era de bronce y
algunas veces (como el color de las representadas en las pin­
turas) de acero. El mango medía el doble que la hoja o inclu­
so más. En el Museo Británico hay un resto de una de estas
armas50: tiene una hoja de bronce de 34 cm de largo y 6 cm de
ancho y va insertada en un tubo de plata, asegurada con pun­
tas de este mismo metal. El mango de madera que una vez es­
tuvo fijado en el tubo, ahora se ha perdido, pero a juzgar por
las representadas en Tebas era considerablemente más largo
que el tubo, e incluso sobresalía un poco del extremo de la
hoja, que estaba a veces adornado con una cabeza de león o
algún otro diseño ligeramente inclinado51 hacia el interior para
no interferir a la hora de asestar un golpe. La longitud total de
las hachas de guerra puede haber sido de 1 m a 1,3 m y algu­
nas veces eran más cortas52 y la forma de las hojas variaba li­
geramente 53.
Las hachas de vara medían 90 cm de longitud, pero apa­
rentemente eran más difíciles de blandir debido al gran peso

50 Grabado 319, fig. 1.


51 Como en la fig. 3.
52 Como la fig. 6, que proviene de las esculturas.
53 figs- 3 y 6.

382
de la bola de metal a la que iba fijada la hoja, y al igual que la
maza requería un brazo potente y diestro. El mango medía ge­
neralmente unos 60 cm de longitud y algunas veces mucho
más; la bola medía 10 cm de diámetro y la hoja variaba entre
25 cm y 35 cm de largo por 5 o 7,5 cm de ancho.
El mazo era muy similar al hacha de vara, pero sin filo. Era
de madera unida con bronce de unos 75 cm de longitud y ador­
nado con una pieza angular de metal que sobresalía del man-

321. Mazas. Tebas.

go, que podía tener la finalidad de protección, aunque en mu­


chos casos se representaba la mano colocada sobre ella mientras
se asestaba el golpe54.
Tenían otro mazo55 similar en muchos aspectos a este, sin
la bola, y a juzgar por su aparición frecuente en las esculturas,
usado más generalmente y evidentemente mucho más mane­
jable; pero el anterior era el arma más potente contra la arma­
dura (como la que usaron con los mismos fines los memlooks
y el moderno pueblo de Cutch). Ningún escudo, casco o cora­
za podría haber sido una protección suficiente contra el golpe
asestado por un brazo potente. Ninguna de estas armas era úni­
ca de los jefes: todos los soldados en algunos regimientos de
infantería iban armados con ellas; un conductor de carros nor­
malmente iba equipado con una o más y las llevaba en una caja

54 Grabado 3 21, ,% 2.
55 Grabado 321, fig s. 3 y 4.

383
sujeta a un lado de su carro56junto a la aljaba. También se ha
encontrado un garrote que está ahora en el Museo Británico,
con dientes de madera, parecidos a los de las islas del mar del
Sur. Pero pertenecía probablemente a algún rudo pueblo ex­
tranjero, ya que no aparece representado en los monumentos.
En tiempos antiguos, cuando el destino de una batalla se
decidía por el valor personal, la destreza en el manejo de las
armas era muy importante; y una banda de veteranos resolu­
tos, encabezados por un jefe galante, infundía aflicción entre
las filas del enemigo.
Tenían otra clase de mazo, algunas veces de grosor unifor­
me a lo largo de toda su hoja o algo más ancho en la parte su­
perior57, sin ninguna bola o guardia: muchos de los aliados lle­
vaban una porra pesada y ruda58, pero ningún cuerpo de tropas
nativas llevó nunca este arma, así que no se le puede conside­
rar un arma egipcia.
El palo curvado o porra (ahora llamado lissán «lengua»)
fue usado por la infantería ligera y pesada, así como por los
arqueros. Aunque no parece ser un arma muy potente, la ex­
periencia de los tiempos modernos nos da un amplio testi­
monio de su eficacia en el combate cuerpo a cuerpo. Entre
los bisharien ocupa el lugar de la espada y los ababdeh, ar­
mados con él, la lanza y el escudo, no temen enfrentarse a

ve

322. Palos curvos o porras. Tebas.

56 Carro e g ip cio , en e l grabado 3 31.


57 Grabado 3 2 2 , fig s. 1 y 2.
58 G rabado 2 8 8 ,fig . 3.

384
otras tribus armadas con el arcabuz de mecha y el yatagán.
Tiene una longitud de 75 cm y está hecho de madera de aca­
cia dura.
El casco que llevaban iba normalmente acolchado y aun­
que se dice que los egipcios usaron el casco de bronce, gene­
ralmente usaron el acolchado, que era grueso y almohadillado
y servía como una excelente protección para la cabeza, sin los
inconvenientes que puede causar el metal en un clima tan cá­
lido. Algunos de estos cascos llegaban hasta los hombros59,
otros solamente a una corta distancia por debajo del nivel de
la oreja60; en la parte de arriba terminaban en un punto obtu­
so, adornado con dos borlas61, que normalmente eran de color
verde, rojo o negro. También tenían otro más largo, menos ajus­
tado en la parte de atrás de la cabeza y con el extremo más largo
rematado por un ancho borde62 y en algunos casos consistía
en dos partes, una superior y otra inferior63. Otro casco que
llevaban los lanceros y muchos cuerpos de infantería y carros,
era ajustado en la parte de arriba de la cabeza y se ensancha­
ba hacia la base; la parte delantera, que cubría la frente, esta­
ba hecha de una pieza separada, unida a la otra64.
No hay ninguna representación de un casco egipcio con
cresta, pero el de los shairetana, una vez enemigos y luego alia­
dos de los faraones, sí lo llevaban ya mucho antes de la guerra
de Troya.
La superficie exterior de la cota de malla consistía en unas
once filas horizontales de placas de metal, bien aseguradas con
clavos de bronce. En el hueco de la garganta había una estre­
cha fila de placas sobre las que se colocaban dos más para com­
pletar la cobertura del cuello. La anchura de cada placa o es-

59 Grabado 3 2 3 , fig s . 1 ,2 , 3, 4.
60 fig s. 5, 6 y 7.
61 fig s . 3, 4, 5, 6, 7.
62 fig . 3.
63 fig- 4.
64 fig . 2.

385
V .:" t i l ' ^
323. Cascos o gorros. Tebas.

cama era de poco más de una pulgada y once o doce de ellas


eran suficientes para cubrir todo el cuerpo. Las mangas, que
algunas veces eran cortas, sólo llegaban a cubrir la mitad de la
distancia entre el hombro y el codo, y consistían en dos filas
de placas similares. Muchas, en realidad la mayoría, de las co­
tas de malla no tenían cuellos. En algunas las mangas eran bas­
tante más largas y llegaban casi hasta el codo y tanto los ar­
queros como la infantería pesada las llevaban. Los petos
comunes parecen haber medido menos de 60 cm de largo;
algunas veces cubrían los muslos casi hasta la rodilla y otros,
para evitar demasiado peso sobre los hombros, los ataban con
un cinturón a la altura de la cintura. Pero los muslos y la par­
te del cuerpo, que quedaba por debajo del cinturón, iban nor­
malmente cubiertos por una falda con plieges o algún otro ves­
tido separado del peto. La mayoría de la infantería ligera y
pesada llevaba un traje acolchado de la misma forma que la
cota de malla, que se usaba como sustituto de esta. Algunos
llevaban petos que cubrían sólo desde la cintura a la parte su­
perior del pecho, sujetos por tiras que pasaban sobre los hom­
bros; estos petos iban cubiertos de placas de bronce65. En la
colección del Dr. Abott hay una parte de uno de estos petos y

65 G rabado 3 2 5 , fig s. 1 0 ,1 1 y 12.

386
— IX

ι:Λ * ί| Ι ' ί ι , .
·■■ * h ' ÿ '

está hecho de placas de bronce (con


la forma de los escudos egipcios) so­
brepuestas una sobre otra y cosidas so­
bre un jubón de piel. Dos de estas pla­
cas contienen el hombre de Sheshonq
(Shishaq), de lo que se deduce que per­
tenecieron a este rey o a algún alto ofi­
cial de su corte.
Entre las armas pintadas en la tum­
324a. Placas de armadura de
ba de Ramsés III, en Tebas, hay un
escama, f i g . 1. Con el peto hecho de ricos materiales sobre
nombre de Sheshonq. los que hay grabados figuras de leo-
nes y otros animales, y está adornado con un fino borde rema­
tado con una franja; evidentemente es un corpiño «adornado con
bordados de animales» del mismo tipo al que envió Amasis como
regalo a Minerva en Lindos. (Grabado 324, fig. 1.)
La infantería pesada iba equipada con un escudo y una lan­
za, otra con un escudo y un mazo y otra, aunque no era muy
usual, con un hacha de batalla o un hacha de vara y un escu­
do. También llevaban una espada, una hoz, un garrote curvo o
lissán y un mazo sencillo o hacheta, que se pueden considerar
como sus armas auxiliares66.
La infantería ligera llevaba casi las mismas armas, pero
su armadura defensiva era más ligera y los honderos, ar­
queros y otros luchaban sin escudo.
Los cuerpos de carros constituían una gran y efectiva por­
ción del ejército egipcio. Cada carro transportaba dos perso­
nas, como los difros de los griegos. En algunas ocasiones lle­
vaba tres, el auriga y dos jefes, pero este caso era poco frecuente,
excepto en las procesiones triunfales, en las que dos prínci­
pes acompañaban al rey en su carro, llevando el cetro real o
el flabelo, y además iba una tercera persona que llevaba las
riendas67.
En el campo de batalla, cada uno tenía su propio carro con
un auriga y llevaba detrás de él las insignias de su cargo a tra­
vés de una ancha banda68, para que de este modo pudiera tener
las manos libres para el uso del arco y demás armas. El auri­
ga iba generalmente al lado derecho para que nada le impidiera
manejar libremente el látigo que llevaba en la mano derecha.
De este modo molestaba también menos a quien usaba el arco,
que si hubiera estado colocado a la izquierda de éste como era
la costumbre en Grecia. Al final, esta costumbre fue adoptada
en Grecia porque se consideró más conveniente a la hora de arro­
jar la lanza. Cuando iban en una excursión de placer o a visitar

66 Grabado 325.
67 Grabado 326,fig. 1.
68 Grabado 327.

388
D-
'54>
b
«5
o
•3
2'o
00

389
390
a un amigo, los egipcios montaban solos y conducían el carro
ellos mismos. Delante y detrás del carro iban sus sirvientes co­
rriendo a p ie 69; algunas veces un arquero tenía que conducir
su carro y hacer de arquero y auriga al mismo tiempo70.
En las escenas de batalla representadas en los templos
egipcios, el rey aparece solo en su carro sin ningún auriga a
su servicio71, con las riendas atadas alrededor del cuerpo,
mientras él está ocupado en tensar su arco para disparar con­
tra el enemigo. Aunque también es posible que se omitiera el
auriga para no interferir con la figura principal. El rey siem­
pre tenía preparado un «segundo carro», en caso de que tu­
viera algún accidente, como se dice que tuvo Josías cuando
fue derrotado por Nekao72. Y lo mismo sucedía en ocasiones
oficiales73.

327. El hijo del rey Ramsés con su auriga. Tebas.

69 Grabado 85.
70 Grabado 329.
71 C o m o lo s d io se s y lo s h é r o es de H om ero; Ilía d a , 9:1 1 6 ; 2 0 :513;
7 0 :3 5 2 , y siguientes.
72 2 Cron 35:24.
73 G n 41 :4 3 , « el segun do carro».

391
Todos los carros de guerra llevaban cada uno dos guerre­
ros de igual rango; el auriga que acompañaba a un jefe era
una persona de confianza, como vemos por la manera fami­
liar en la que se le representa conversando con un hijo del
gran Ram sés74. (Grabado 327.)
Para arrear a los caballos los egipcios usaban un látigo,
como los héroes y aurigas de Homero; el mismo látigo o un
palo corto se utilizaba incluso para arrear a las bestias de car­
ga y los bueyes de los arados, en lugar de la aguijada. El láti-

328. Látigos. Tebas.

go consistía en un mango redondo de madera suave y una co­


rrea sencilla o doble: algunas veces tenía una tralla de piel, de
60 cm de largo, retorcida o trenzada y tenía un lazo en el ex­
tremo inferior, para que el arquero pudiera colgárselo de la mu­
ñeca mientras disparaba su arco75.
Cuando un héroe se encontraba con un enemigo hostil,
algunas veces desmontaba de su carro y sustituyendo la lan­
za, el hacha de batalla o la hoz por su arco y aljaba, lucha-

74 C f. Horn. II., q. 120, y 1 .5 1 8 .


75 G rabado 329.

392
329. Látigo colgando de la muñeca del arquero. Tebas.

ba con él cuerpo a cuerpo como los griegos y los troyanos que


describe Homero: el cuerpo sin vida del enemigo quedaba ten­
dido sobre el campo y era despojado de sus armas por sus com­
pañeros. Algunas veces un adversario herido incapaz de ofre­
cer más resistencia, habiendo clamado y obtenido merced del
vencedor, era sacado del campo en su carro. Los cautivos co­
munes que deponían sus armas y se rendían a los egipcios eran
tratados como prisioneros de guerra e iban atados a la reta­
guardia de la tropa, bajo escolta. A sí eran conducidos ante el
monarca para engrandecer su triunfo tras el fin del conflicto.
Luego se contaban ante él las manos de los esclavos y se ha­
cía un recuento del número de enemigos muertos, para con­
memorar su éxito y las glorias de su reino.
Los carros egipcios no tenían asiento, pero la parte inferior
consistía en un marco entretejido con correas o cuerda, for­
mando una especie de red, para que por su elasticidad facili­
tara el movimiento de un carro sin ballestas: esto también se
conseguía colocando las ruedas lo más atrás posible y apo-

393
yando la mayor parte del peso del cuerpo sobre los caballos,
donde se apoyaba la vara.
Está claro por las esculturas, que el carro era de madera por­
que en muchas partes se ven trabajadores empleados en estos me­
nesteres; y el hecho de que hace más de tres mil años hubieran
ya usado con regularidad un tipo de vara, sólo introducida en
nuestros países hace cuarenta o cincuenta años76, es un ejemplo

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cd
E

76 Grabado 330, fig. 3 d.

394
de la máxima salomónica «no hay nada nuevo bajo el sol» y mues­
tra la habilidad de sus trabajadores en aquellos remotos tiempos.
La estructura del carro era muy ligera y consistía en un mal­
eo de madera pintado, reforzado y adornado con metal y unido
con cuero, como muchos de los mencionados por Homero: la
parte de abajo se apoyaba sobre un eje y la parte inferior de la
vara, que a su vez estaba insertada en otro eje. Algunos carros
representados en los monumentos tenían «incrustaciones de pla­
ta y oro, y otros estaban simplemente pintados»; estos últimos,
como podría esperarse, son los más numerosos; de estos se men­
cionan sesenta y uno mientras que de los otros sólo se mencio­
nan nueve. El borde superior de la parte frontal estaba unido a
la vara por un par de correas o cuerdas que le daban estabilidad,
como las cuerdas colocadas en la parte de atrás de nuestros mo­
dernos carros y carruajes. Cuando se desataban los caballos, el
eje se apoyaba sobre una muleta o sobre una figura de madera
de un hombre que representaba a un cautivo o un enemigo, que
se consideraba adecuado para este degradante oficio.
La mayor parte de los laterales y la totalidad de la parte de
atrás iban abiertos; esta última estaba totalmente descubierta,
sin ningún borde o marco por encima. La parte inferior del
marco lateral comenzaba casi a la misma altura que el centro
de la rueda e iba subiendo perpendicularmente o ligeramente
inclinado hacia atrás, desde la base del carro hacia la parte de­
lantera describiendo una curva. Alcanzaba una altura de unos
75 cm y servía como salvaguarda para el conductor y como so­
porte de sus aljabas y de la caja de su arco. Para reforzarlo, se
sujetaban a cada lado tres correas de piel y una plancha de ma­
dera recta lo conectaba con la base de la parte frontal, inme­
diatamente por encima de la vara, donde se ataban las cuerdas
anteriormente mencionadas.
La caja del arco, que frecuentemente estaba muy adorna­
da con la figura de un león y otros diseños, estaba inclinada
hacia afuera, con su borde superior justo por debajo de la cu­
bierta flexible de cuero, que generalmente estaba a nivel con
la cima del marco del carro. De este modo, cuando se sacaba

395
331. Un carro de guerra, con estuches de arcos y equipamiento completo. Tebas.

332. Carro de los rechenu. Tebas.

396
el arco de la caja, la cubierta de cuero caía hacia abajo y la
parte superior no sobresalía. En la batalla esto no era por su­
puesto de gran importancia, pero en la ciudad, donde la caja
del arco era considerada una parte importante de los adornos
de un carro y nunca se prescindía de ella, se prestaba espe­
cial atención a la posición y caída de la cubierta una vez que
se había sacado el arco, que no estaba permitido en la ciu­
dad. Porque, como he observado, el civilizado estado de la
sociedad egipcia requería la ausencia de todas las armas ex­
cepto cuando se estaba de servicio. Las aljabas y las cajas de
las lanzas iban colocadas en dirección contraria apuntando
hacia adentro; algunas veces se colocaba junto a la caja del
arco una aljaba adicional cerrada, que contenía mazas y otras
armas, y todos los carros de guerra que llevaban dos hombres
iban equipados con un doble número de arcos.
Hay muchas representaciones de los procesos de construc­
ción de la vara, las ruedas y otras partes del carro, e incluso el
modo de doblar la madera con este propósito77. Para hacer las
tiras ornamentales, las piezas colgantes y las uniones del mar­
co y las cajas, se usaba principalmente cuero teñido de varios

1 2 3
333. Cortando el cuero y montando un carro. Tebas.

77 Grabado 334.

397
398
Doblando y preparando la parte de madera de un carro. Tebas.
tonos y luego se adornaban con bordes de metal y tachuelas.
Las ruedas, reforzadas en sus uniones con bronce o bandas de
latón, iban sujetas con un aro de metal78. Los egipcios mismos
no han dejado de señalar qué tareas eran propias del carpinte­
ro y cuáles las del curtidor. El cuerpo y el marco del carro, la
vara, el yugo y las ruedas, eran trabajo del primero; las cajas
de los arcos y otras armas, la silla y arreos, las ataduras del
marco del carro y las fundas de la estructura, eran terminadas
por el curtidor. En la representación de estas tareas el artista
ha introducido una piel entera y las suelas de un par de zapa­
tos 79 o sandalias, colgadas en el taller del artesano para seña­
lar la naturaleza de las sustancias que empleaban, por si en el
dibujo no quedara suficientemente claro que estaban ocupados
en cortar y doblar el cuero para este propósito; además hemos
encontrado un cuchillo semicircular80 usado por los egipcios
para cortar el cuero precisamente similar a los nuestros, que
data de la remota era del rey Amenofis II, que vivió catorce si­
glos antes de nuestra era.
En los carros de guerra, las ruedas tenían seis radios, gene­
ralmente redondos; en muchos carrocines o carros particula­
res, empleados en las ciudades, sólo cuatro; la rueda iba fija­
da al eje por un pequeño pivote, coronado algunas veces por
una cabeza ornamental y asegurado por una correa que pasa­
ba por el extremo inferior.
Los arreos de los carrocines y de los carros de guerra eran
casi iguales; la vara de cualquiera de los dos se apoyaba sobre
un yugo curvo fijado en su extremo por un fuerte pivote y ata­
do con tiras o correas de piel. El yugo, que se apoyaba sobre una
silla acolchada, estaba firmemente fijado en una ranura de me­
tal y la silla, colocada sobre la cruz de los caballos y equipada
con cinchas y bandas colocadas sobre el pecho, estaba remata-

78 Cf. Homero. II. 5:724.


79 Grabado 333,1 y g.
80 Aparece frecuentemente. Ver grabado 333, c.

399
335. Carros en perspectiva, de una comparación de diferentes esculturas.

da por un mango ornamental, en frente del cual había un pe­


queño gancho donde se aseguraban las riendas de la dirección.
Las otras riendas pasaban a través de una tira o argolla si­
tuada a un lado de la silla y desde allí pasaban al extremo sa­
liente del yugo. La misma correa servía para atar las cinchas,
e incluso parece que en algunos casos estaba unida a estas. En
los carros de guerra una gran bola colocada sobe un fuste, so­

400
bresalía por encima y o bien servía para dar mayor poder al
conductor, permitiéndole tirar de las riendas por una ranura si­
tuada en su centro, o se añadía únicamente con propósitos or­
namentales, como los sombreros que llevaban los caballos en
la cabeza y que se fijaban al yugo inmediatamente por encima
del centro de la silla81 o más bien a la cabeza de un pivote que
conectaba el yugo a la vara82.
Los tirantes eran sencillos, sólo uno en la parte interior de
cada caballo, atado a la parte inferior de la vara, que desde allí se
extendía hasta la silla; no se pensó que fuera necesario ningún ti­
rante exterior ni en atarlo al carro. En realidad el yugo era sufi­
ciente para satisfacer todos los propósitos de tiro así como para
el apoyo del carro. Al estar fijado a la silla se podía mantener a
los caballos a la misma distancia en una posición relativa y se
evitaba que salieran fuera de la línea de tiro. Para hacer esto más
inteligible, introducimos un dibujo de un par de caballos enyu­
gados a un carro según las reglas europeas, derivado de una com­
paración de numerosas representaciones que vi en las esculturas,
omitiendo sólo sus cubiertas y ornamentos de la cabeza, que pue­
den haber quedado entendidos por los dibujos. También he se­
guido la moda egipcia de poner juntos un caballo castaño y otro
gris, que se pensaba era bastante correcto en el antiguo Egipto,
como también lo es ahora en Inglaterra.
En las grandes ocasiones los caballos egipcios iban adorna­
dos con numerosos ornamentos: una cobertura a rayas o a cua­
dros rematada por un ancho borde y grandes borlas colgantes, les
cubría todo el cuerpo; y dos o más plumas, insertadas en cabezas
de leones o algún otro adorno de oro, formaban una cresta sobre
el adorno de la cabeza. Pero toda esta parafernalia estaba confi­
nada sólo a los carros del monarca o de los jefes militares, y se
pensaba que adornar las bribas con escarapelas era suficiente en
las guarniciones de otros carros y en los carrocines de la ciudad.

81 Grabado 335, flg. 2.


82 Grabado 3 3 5 ,fig. 1.

401
Estas escarapelas se parecen a las que se usan en Inglaterra en
nuestros días83.
No tenían anteojeras para los ojos, pero la cabeza y la par­
te superior del cuello estaban frecuentemente rodeadas con una

83 Grabados 85 y 326.

402
336. En la colección del Dr. Abbott.
fig. 1. Rueda; de 1,25 m de diámetro.
fig. 2. Varas; 3,6 m de longitud en total.

rica cobertura similar a la del cuerpo y rematada con un bor­


de de cuero. La brida consistía en dos piezas con cuadros, una
tira que pasaba por el cuello y otra por la cabeza, y las tiras de
la frente y el hocico.
No hay ningún ejemplo de carros egipcios con más de dos
caballos, ni tampoco en ninguna representación se ven carros

403
de varas tirados por un caballo, pero se han encontrado un
par de ejes con una rueda de construcción curiosa, que tiene
un tiro de madera unido al camón y un círculo interior pro­
bablemente de metal que atravesaba y conectaba sus radios
a una corta distancia de la nave (AA). El diámetro de la rue-

337. Ejemplo particular de un carro de cuatro ruedas, en las vendas de una momia
que pertenece a S. d’Athanasi.

da era de unos 1,3 m. El camón tenía seis piezas, cuyos fi­


nales se superponían. El tiro estaba atado a él por bandas de
cuero que pasaban por los largos agujeros huecos que se ha­
cían para albergarlos (BB). No es seguro si el carro al que
pertenecían tenía tres o cuatro ruedas, porque aunque hay un
ejemplo de un carro egipcio de cuatro ruedas es singular y
sólo se usaba para propósitos religiosos, como el menciona­
do por Heródoto84.
El carro de viaje tirado por dos bueyes era muy similar
al carro corriente, pero los lados parecen haber estado ce­
rrados. También tenía un par de ruedas con seis radios y el
mismo tipo de vara o arreo. Sobre él se fijaba una sombrilla
cuando la usaban mujeres de rango, o también sobre el ca-

84 Heródoto 2:63.

404
I 2 3
338. Princesa etíope viajando en un plaustrum o carro tirado por bueyes. Sobre
ella hay una clase de parasol; 3. Sirviente; 4. El auriga o conductor. Tebas.

339. Carro y arco, en la colección de Florencia (del gran trabajo del Profesor
Rosellini).

405
rro del rey en algunas ocasiones85; la caja que contiene el
arco que aparece en el grabado 337 muestra que para hacer
un largo viaje desde Etiopía se requerían armas. La mujer
que va dentro estaba de camino para hacer una visita al rey
de Egipto, tiene un largo séquito tras ella y lleva muchos re­
galos: este hecho nos recuerda la visita de la reina de Saba
a Salomón.
Los carros usados por las naciones del Este, con las que los
egipcios estaban en guerra, no eran muy diferentes en su traza­
do general o en el modo de enyugar los caballos (incluso si di­
ferían en el número de las personas que contenían, que era nor­
malmente tres, en lugar de las dos que llevaban los carros egipcios
y griegos). Como se puede ver en uno que está siendo llevado,
con sus dos caballos enyugados, como presente al monarca egip­
cio por el pueblo conquistado de RechenuS6, y en otro encon­
trado en Egipto, que está ahora en el museo de Florencia. Este
último parece haber sido tomado en la guerra de los escitas;
pero parece más bien ser uno de los traídos a Egipto con el res­
to de un tributo, como muestra de sumisión, siendo demasiado
ligero para su uso.
En tiempos de Salomón los carros y los caballos eran ex­
portados desde Egipto y proveían a Judea, así como a «los re­
yes de los hititas» y de Siria87. Pero en época más antigua pa­
rece que no se usaban en Egipto no se han encontrado en los
monumentos anteriores a la dinastía x v i i i . Porque aunque el
.nombre egipcio del caballo era heter, a la yegua se la llamaba,
como en hebreo, sus (pl. susim), lo que concuerda con su ori­
gen semítico. Faras, «la yegua», es todavía el nombre genérico
de caballo en árabe, y si su introducción se debió realmente a
la invasión de los Pastores, estos beneficiaron a Egipto tanto,

85 Grabado 86.
86 Grabado 339.
87 IR 10:29; 2 Cron 1:16, 17.

406
que incluso consiguieron la unión de la nación entera bajo un
solo rey.
Algunas veces los egipcios usaron un par de muías en vez
de caballos para conducir los carros usados en las ciudades o
en el campo; un ejemplo aparece en una pintura pertenecien­
te ahora al Museo Británico.
Tanto los cuerpos de los carros egipcios, como la infante­
ría, estaban divididos en tropas ligeras y pesadas, ambas arma­
das con arcos: las primeras, creadas principalmente para mo­
lestar al enemigo con proyectiles y en evoluciones que requerían
rapidez de movimientos; las últimas llamadas para abrir brecha
en las filas de infantería del ejército oponente, tras haber sido
mortificados durante su avance con una lluvia pesada de fle­
chas. Y para «permitirles cargar con mayor seguridad, estaban
equipados con un escudo, que no se requería para otros arque­
ros montados, y una larga lanza que era sustituida en estos ca­
sos por los proyectiles que habían utilizado anteriormente. El
cuerpo de carros de armas ligeras era también equipado con ar­
mas adaptadas al combate cuerpo a cuerpo, como la espada, la
daga y la jabalina; pero no tenían lanza ni escudo. La infante­
ría pesada y las tropas ligeras empleadas en el asalto de ciuda­
des fortificadas, estaban equipadas con escudos y cubiertas con
ellos se acercaban hasta los lugares que pretendían asaltar. De
tal forma estaba ligada la idea del asalto con el ejército88, que
a veces se introduce en las esculturas la figura de un rey como
representante del ejército entero avanzando con el escudo ante
él, para demostrar que el lugar era tomado por asalto.
Para atacar una ciudad fortificada, avanzaban bajo la cu­
bierta de flechas de los arqueros o bien instantáneamente apli­
caban las escaleras colgantes por los terraplenes o llevaban a
cabo un asedio regular: en este caso, habiendo avanzado has­
ta los muros, se protegían bajo las testudos y movían y dislo-

88 2 Reyes 19:32. «Ni vienen ante ella (la ciudad) con escudo, ni le­
vantan una empalizada contra ella». Isaías 37:33.

407
408
340. Uso de la testudo. Beni Hasan.
409
caban las piedras del parapeto con una especie de ariete89, di­
rigido e impulsado por un cuerpo de hombres expresamente
elegidos para este servicio: pero cuando el lugar permanecía
inmune tras estos ataques y ni un coup de main, ni la escale­
ra, ni el ariete tenían éxito, usaban la testudo para ocultar y
proteger a los zapadores mientras minaban el lugar; y cierta­
mente, de todos los pueblos, los egipcios eran los que con más
probábilidad podían haber recurrido a esta estratagema de gue­
rra, por la gran práctica que tenían en las excavaciones subte­
rráneas y en clavar barras en rocas sólidas.
La testudo era un marco algunas veces apoyado por pérti­
gas que tenían una forma de tenedor, es decir por pértigas que
estaban bifurcadas en la cima y cubiertas, con toda probabili­
dad, con pieles. Era lo suficientemente larga como para con­
tener a varios hombres, situados de tal manera que las tropas
ligeras podían subir por encima y así llegar a un lugar más ele­
vado, desde donde podían colocar las escaleras con mayor pre­
cisión, u obtener alguna ventaja importante. Cada parte estaba
dirigida por un oficial formado en estas artes y frecuentemen­
te por aquellos del primer rango90.
También dirigían sus esfuerzos a forzar las puertas de la
ciudad o echarlas abajo con sus hachas. Cuando el fuerte es­
taba construido en una roca, escalaban el precipicio mediante
el testudo o mediante lanzas de metal, que introducían en las
crestas de la piedra91 y entonces colocaban las escaleras por
las que ascendían los terraplenes.
Tenían otras invenciones para los lugares que no están re­
presentados en las esculturas. Los baluartes usados por los ju­
díos 92 en su marcha a la tierra prometida, fueron sin duda co­

89 Ver grabado 340.


90 Grabado 3 41. Cuatro de lo s hijos d el rey dirigen las cuatro testu d o s,
a, b, c y d.
91 Ver grabado 3 4 1 , fíg. 5.
92 D t 20:20.

410
piados de los egipcios y aquí vivieron hasta que se convirtie­
ron en una nación. Los baluartes o torres móviles eran de ma­
dera y se construían sobre la marcha durante el asedio, usan­
do para ello los árboles de los campos vecinos que eran cortados
para este propósito. Pero los judíos tenían prohibido cortar ár­
boles frutales para la construcción de máquinas de guerra o
cualquier otra cosa, excepto los que crecían salvajes o en lu­
gares no cultivados93.
Las tribus del norte y del este, contra quienes luchaban los
egipcios, estaban armadas en muchos casos con las mismas ar­
mas que las tropas disciplinadas de los faraones, con arcos y
lanzas. Tenían además largas espadas, garrotes enormes y cu­
chillos, y sus cotas de malla, cascos y escudos variaban de for­
ma según la costumbre de cada nación. Ellos también arroja­
ban piedras con la mano para defender las murallas de una
ciudad sitiada; pero parece que ni los egipcios ni sus enemi­
gos arrojaban piedras de ninguna otra forma, salvo la honda.
Las peculiaridades más distinguidas de algunas de las na­
ciones en guerra con los egipcios eran las formas de los ador­
nos que llevaban en la cabeza y los escudos. Unos de estos pue­
blos, los shairetanas, que habitaban en un país de Asia, cerca
de un río, lago o el mar, llevaban un casco adornado con cuer­
nos que salían de su cumbre circular y que frecuentemente iba
coronado con una cimera, consistente en una bola que salía de
una pequeña varilla. Este es el ejemplo más antiguo de cime­
ra que existe y muestra que realmente tuvo un origen asiático.
Los shairetana también se distinguían por un escudo cir­
cular y el uso de lanzas largas y jabalinas, junto con una es­
pada muy afilada en la punta. Iban vestidos con un traje corto
y frecuentemente con una cota de malla, más bien una cora­
za, compuesta de anchas placas de metal que se sobreponían
unas sobre otras y se adaptaban a la forma del cuerpo y que

93 «Porque e l árbol d el cam po e s la v id a d el hom b re.» D 20:19.

411
412
342. Algunos de los pueblos con los que Egipto estuvo en guerra. Tebas.
se aseguraban en la cintura con un cinturón. Algunos se de­
jaban crecer la barba, y generalmente adoptaban una cos­
tumbre común a la mayoría de las naciones: la de llevar
grandes pendientes94. Layard supone que estos eran los shai-
retana (cerca de la moderna
Antioquía) mencionados en­
tre las conquistas del rey asi-
rio en Nimrud.
Generalmente tenían rasgos
marcados, con nariz promi­
nente y aguileña. Su comple­
xión y color de pelo era mucho
más claro que el de los egip­
§ cios. En un tiempo fueron los
3 enemigos y en otros los alia­
dos 95 de los faraones: y ayu­
O daron a Ramsés II contra los
I*
khita.
Los tokkari llevaban un
casco, de formas y apariencia
muy similares a los represen­
tados en las esculturas de
Persépolis. Parecen hechos
de una clase de tela de rayas
de colores96. El borde estaba
O
adornado con una fila de gran­
des abalorios y otros objetos
decorativos e iban atados con
una cinta o tira sujeta por de­
bajo de la barbilla. También
tenían un escudo circular, un

94 Grabado 342,figs. 1, a y b.
93 Grabado 341, figs. 5 y 6.
96 Grabado 342, fig. 2, a y b.

413
vestido corto y frecuentemente una cota de malla similar a la
de los shairetana. Sus armas ofensivas consistían principal­
mente en una lanza y un cuchillo afilado o una espada recta.
Algunos, aunque rara vez, llevaban barba, lo cual era toda­
vía más usual entre los jefes: sus rasgos eran armónicos, la
nariz ligeramente aguileña, y cada vez que los artistas egip­
cios les han representado a gran escala, su cara presenta un
diseño más agradable que la generalidad de los pueblos asiá­
ticos. Luchaban, como los egipcios, en carros. Tenían carros
con ruedas sólidas conducidos por un par de bueyes que pa­
rece que iban en la retaguardia, como en los ejércitos de los
escitas y los tártaros, y eran usados para llevar a los ancia­
nos, mujeres y niños, cuando eran derrotados. Una vez tam­
bién fueron aliados de los faraones y les ayudaron en sus largas
guerras contra Rebo.
Otro pueblo, cuyo nombre se ha perdido97, se distinguía por
una costumbre de carácter muy occidental que consistía en lle­
var un gran gorro de piel, no muy distinto a los que llevaban los
antiguos persas y al de los modernos tártaros. Llevaban vesti­
dos ajustados con el cinturón usual y una falda corta, común en
muchas naciones asiáticas, que aparentemente estaba dividida
y doblada por delante, e iba atada a la parte de atrás con cuer­
das. Alrededor del cuello y sobre su pecho, llevaban un gran
amuleto98, similar a las ágatas que llevan los derviches del Este,
y en esto se parecían a los cautivos asirios de Taharqa, repre­
sentados en los muros de Medinet Habu". Sus rasgos eran no­
tables; y aunque su apariencia en las esculturas varía, porque
iban con o sin barba, el fuertemente definido contorno de su
cara y el alto puente de su nariz prominente les distingue sufi­
cientemente de otros pueblos, y muestra que el artista ha in­
tentado plasmar la noción de estas peculiares características.

97 E m p ieza por s h a ... G rabados 2 88, fig . 2 y 3 4 2 , fig . 3.


98 Grabado 3 4 2 , fig . 3a.
99 Grabado 3 4 4 , fig . 1.

414
Sus armas consistían en dos jabalinas, un garrote, una hoz
y un escudo como el de los egipcios, redondeado en su cima.
Se mantenían en términos amistosos con Ramsés III y le ayu­
daron en sus guerras contra Rebo. Aunque aparecen entre los
extranjeros que habían sido conquistados por los ejércitos de
Egipto, no existía hacia ellos el mismo sentimiento de ene­
mistad que aflora tras una sucesión de conflictos repetidos, que
sí existía hacia muchas otras tribus asiáticas. La misma afir­
mación se puede aplicar a otro pueblo representado en Medinet
Habu 10°, aliado de los egipcios, cuyo nombre desafortunada­
mente se ha perdido: iban vestidos con un vestido corto y ajus­
tado, llevaban un escudo, como el anterior, con un arco y un
pesado garrote; pero de sus rasgos no tenemos conocimiento
debido al mal estado en que se encuentran las esculturas.
Entre los enemigos asiáticos más formidables que encon­
traron los egipcios, estaban los rebo 101, con quienes tuvieron
frecuentes y graves peleas.
Uno de los principales eventos militares en el glorioso rei­
nado del gran Ramsés fue su éxito contra ellos; en tiempos de
este rey, obtuvieron tres victorias sucesivas contra los rebo, que
fueron recordadas como grandes triunfos para los egipcios un
siglo más tarde.
Por el estilo de sus trajes y su tez clara es evidente que vi­
vían en un país asiático del norte, muy distante de Egipto, con
un clima mucho más templado. Su vestimenta consistía en un
traje interior con la falda usual con pliegues y un traje largo
por encima, de muchos colores y frecuentemente adornado con
distintos dibujos o con un amplio borde, que llegaba hasta los
tobillos. Iba atado al cuello con un gran lazo o sujeto con un
tirante que pasaba por encima del hombro, y la parte delante­
ra iba abierta. Debajo de este llevaban un cinturón con ricos
adornos, que caía por la parte delantera y terminaba en una

100 Ver aliad os en grabado 2 8 8 ,fig . 3.


101 G rabado 3 42, fig . 4.

415
gran borla. Tan aficionados eran a llevar adornos de todo tipo,
que además de pendientes, gargantillas y baratijas como otros
pueblos y tribus asiáticos, los jefes se adornaban la cabeza
con plumas y algunos se pintaban y tatuaban los brazos y las
piernas.
Evidentemente era un pueblo seleccionado como el típico
de Asia o de las naciones del Este en las tumbas de los reyes de
Tebas.
El estilo de sus peinados no era menos singular que el de
sus vestidos: lo llevaban dividido en dos partes, una de las cua­
les caía en tirabuzones sobre la frente y la otra en la parte de
atrás de la cabeza; un gran mechón de pelo trenzado pasaba
casi cerca de la oreja y descendía hasta el pecho, terminando
en una punta rizada. En cuanto a los rasgos, eran tan peculia­
res como sus vestidos; los egipcios no han dejado de indicar
sus más sorprendentes peculiaridades: ojos azules, nariz agui­
leña y pequeña barba roja. Sus armas eran principalmente el
arco y una espada recta y larga, con una punta extraordinaria­
mente afilada. Es probable que a su habilidad en el uso de la
espada, podamos atribuir su efectiva resistencia a las repetidas
invasiones de los egipcios.
Otra nación del Este con la que los egipcios estuvieron en
guerra en la remota era de Amenemhat II, en el año 200 antes
de nuestra era Punt102, tributario de Egipto en el reinado de
Tutmosis ΠΙ.
Sus rasgos eran menos marcados que los de muchos pue­
blos orientales representados en las esculturas: se afeitaban
la barba y llevaban el pelo envuelto en un gran gorro atado
con una cinta, como muchas de las tribus del interior y de los
sitios fronterizos con Egipto. Su traje estaba formado por una
falda corta con pliegues, atada con el habitual cinturón. Parece
que habitaron una región que se extiende al sur de Rechenu
o el Kufa, y donde también eran tributarios en el mismo pe-

102 Grabado 3 4 2 , 5 .

416
riodo de Tutmosis III. Probablemente vivieron en la frontera
de Arabia y algunos hasta han llegado a suponer que existí­
an dos tribus con este mismo nombre, una en África y otra
en Asia. Entre los regalos que trajeron ante el monarca egip­
cio había oro, plata, un íbice, un leopardo, un mandril, un ás­
pid, huevos de avestruz y pieles, frutos secos y cuero, cestos
llenos de una sustancia marrón llamada ana (?), con dos obe­
liscos hechos de esta misma sustancia y un mineral rojo (?),
llamado min (aparentemente minium, «plomo rojo» o ber­
mellón); y los arbustos exóticos, junto con el ébano y el mar­
fil, parecen probar que vivían en un país civilizado y con un
clima templado.
Los shari eran otro pueblo asiático contra quienes los egip­
cios libraron una guerra en la que resultaron vencedores, prin­
cipalmente en los reinos de Usir (o Seti) y su hijo, el gran
Ramsés. Yo me inclino a pensar que era una tribu del norte de
Arabia o Shur. Su nombre parece coincidir con el del golfo de
Arabia, llamado por los egipcios «el mar de Shari». Sus ras-

i 2

344. Prisioneros de Taharqa. Tebas.

417
gos eran marcados, una prominente nariz aguileña y los pómu­
los pronunciados: una gran barba y los gorros que llevaban en la
cabeza iban atados como los del Punt, con una cinta o un cas­
quete que estaba suelto, pero iba sujeto con una tira y terminaba
al final en una borla o pompón103 que colgaba por detrás. Su tra­
je estaba formado por un vestido suelto que les llegaba hasta los
tobillos y que iba sujeto con un cinturón; a la parte superior iban
unidas unas amplias mangas. El cinturón estaba algunas veces
muy adornado: los hombres y las mujeres llevaban pendientes y
frecuentemente una pequeña cruz colgada de su gargantilla o
prendida en el vestido. El uso de esta cruz no era peculiar de este
pueblo, ya que también ha aparecido en los trajes de los reche-
nu. También se han encontrado restos de esta entre los adornos
de los rebo, mostrando que este simple adorno ya lo habían adop­
tado los pueblos en una fecha tan lejana como el siglo x v antes
de nuestra era.
Algunos llevaban un tipo de doble cinturón que se cruzaba
por delante del pecho y pasaba por encima de cada hombro; esto,
junto .pon el gorro terminado en punta, es similar al vestido de
los cautivos104 de Taharqa. Sus armas principales eran el arco, la
lanza, dos jabalinas y un cuchillo o daga; su país estaba defendi­
do por varias ciudades fuertemente fortificadas.
Los rechenu103 eran una nación contra la que los egipcios
libraron una larga guerra, que comenzó al menos en una épo­
ca tan temprana como el reinado de Tutmosis III o quizá antes.
Su blanca tez, sus vestidos ajustados y sus grandes guantes106,
revelan que eran países de un clima mucho más frío que Egipto
o el sur de Siria. Los productos de sus tierras, que traían como
tributo al victorioso faraón, delatan que vivían en el Este. Los

103 Grabado 342,flg. 6c.


104 Grabado 344.
105 Grabado 342, fig. 7.
106 Hay ejemplos de guantes en las esculturas egipcias, pero son muy
escasos: El término zapato, en Ruth 4:7, se interpreta en el Targum «guan­
te de la mano derecha».

418
tributos consistían en caballos, e incluso carros, con cuatro
radios en las ruedas107 (muy similares al carrocín egipcio), ma­
deras exóticas, marfil, elefantes y osos, una profusión de ele­
gantes jarrones de oro y plata, con anillos de estos mismos
metales preciosos, porcelana y jarras llenas de gomas y resi­
nas usadas para hacer incienso, así como betún, llamado zift,
común en árabe y hebreo por «brea». Es curioso el hecho de
que una jarra de esta clase, que se encuentra ahora en el Museo
Británico, contenga la palabra tributo. Su país estaba en la fron­
tera de Mesopotamia, o al menos parte de ella, y estaba divi­
dido en provincia alta y baja. En el registro de los tributos pa­
gados a Tutmosis III en Karnak, los rechenu son mencionados
junto aNaharina (Mesopotamia), Nenu (Níneve), Shinar (Singar),
Babel y otros lugares.
Sus rasgos eran regulares y carecían de la gran y prominente
nariz característica de los pueblos del Este representados en las
esculturas; tenían un color muy claro, pelo castaño o pelirrojo
y ojos azules. Sus largos vestidos, que usualmente tenían man­
gas ajustadas e iban abrochados con tiras alrededor del cuello,
iban cerrados o cruzados por delante y algunas veces asegura­
dos por un cinturón. Encima del vestido exterior llevaban una
falda con pliegues; se ponían por encima de todo el traje108una
amplia capa, seguramente de lana, como el moderno heram o
manta, de la costa bereber. Llevaban la cabeza cubierta con un
gorro ajustado, o uno entero, atado con una cinta.
Las mujeres llevaban un vestido largo sujeto por un cintu­
rón y rematado en la parte inferior por tres filas de volantes.
Las mangas eran algunas veces largas y abiertas y otras veces
ajustadas alrededor de la muñeca. El pelo lo llevaban o bien
cubierto con un gorro al que cosían una larga borla o descen­
diendo en rizos sujetos por una simple cinta109.

107 G rabado 332.


108 G rabados 353 y 3 42, fig . Id.
109 G rabados 353 y 3 42, fig . 7e.

419
Los toersha uo, un pueblo que vivió cerca de un río o del
mar, también aparecen mencionados entre los enemigos de
Egipto. Su gorro ajustado terminaba en una punta, por la que
salía un penacho de pelo que caía colgando por la parte de
atrás del cuello; esto les distingue inmediatamente de otras
tribus del Este. Sus rasgos no ofrecen ninguna peculiaridad
especial; sólo sabemos que existieron por aparecer mencio­
nados entre las tribus conquistadas por Ramsés III. Lo mismo
se puede decir de los mashoash111, otra nación asiática que se
parece a la anterior por sus rasgos generales y la forma de sus
barbas. Pero el gorro que llevaban es aplastado y más bien
como el de los cautivos de Taharqa112; cayendo en dos puntas
a los lados del cuello y por la parte de atrás de la cabeza, y
está atado con una banda.

345. Otros enemigos de ios egipcios. Tebas.

El pueblo de los kufa era también una raza asiática. Su pelo


largo, sus ricas vestimentas y sus sandalias de las más varia­
das formas y colores, les hace distinguirse entre todas las na­
ciones representadas en las esculturas egipcias. De tez son mu­
cho más oscuros que los rechenu, pero mucho más claros que
los egipcios y a juzgar por el tributo que traían a los faraones
era un pueblo rico y, también como los rechenu, muy avanza­
dos en las vida y costumbres de los pueblos civilizados. Este

110 G rabado 3 45, fig . 1.


111 G rabado 3 4 5 , fig . 2.
112 G rabado 3 44.

420
tributo que se dice que pagaron a los egipcios en los tempra­
nos tiempos del reinado de Tutmosis III consistía casi entera­
mente en oro y plata, aros y barras así como jarrones de estos
metales. Muchos de estos últimos eran de plata, con incrusta­
ciones de oro, adornados con muy buen gusto, con formas ele­
gantes y similares a los usados entre los egipcios. Debido a la
casi exclusiva introducción de los metales preciosos y a la au­
sencia de animales, maderas y otros productos que fueron tra­
ídos a Egipto también por otros pueblos, podemos suponer que
el artista intentaba transmitir la noción de las grandes riquezas
de minerales de su país, donde la plata parece haber sido más
abundante que el oro.
Ocasionalmente se les representa llevando cuchillos o
dagas, abalorios, una pequeña cantidad de marfil, botellas de
cuero y unas pocas tazas de porcelana y bronce. Su traje era una
simple falda con pliegues, ricamente trabajada y de varios co­
lores que se ataba por delante, con un gran cinturón. Las san­
dalias que llevaban, que se ataban como botas, difieren entera­
mente de las de los egipcios y parecen ser de tela o cuero, muy
adornadas y cubriendo todo el tobillo. Llevaban el pelo trenza­
do y tan largo que les cubría casi hasta la mitad de la espalda y
desde la parte de arriba de la cabeza se proyectaban tres o cua­
tro rizos de pelo natural o artificial. (Grabado 347, fig. 1.)
Los hita o sheta eran un pueblo guerrero de Asia, que ha­
bía hecho considerables progresos en las tácticas militares, en
lo que respecta a maniobras en el campo y en lo relativo a las
fortificaciones de las ciudades. Algunas estaban rodeadas de
un doble foso, sobre el que se construían puentes. Pero no po­
demos confirmar si estos puentes iban apoyados sobre arcos o
simplemente sobre alfardas de madera, apoyadas a su vez so­
bre pilares también de madera, ya que la vista que tenemos está
tomada desde arriba y queda, pues, limitada a la superficie ex­
terior 113. Sus tropas eran disciplinadas y la cercana disposición

113 Grabado 346, fig s. 2 y 3.

421
346. Falange de los sheta, colocados como un cuerpo de reserva, con la ciudad
fortificada rodeada por dobles fosas, sobre las que hay puentes (figs. 2 y 3).
Tebas.

422
de sus falanges de infantería, el estilo de sus carros y las armas
que usaban indican una gran superioridad en cuanto a tácti­
cas militares, en comparación con otras naciones del Este de
la época. Las guerras libradas contra los hita por los egip­
cios y las victorias logradas sobre ellos por el gran Ramsés,
están plasmadas en las paredes de su palacio en Tebas114 y de
nuevo se alude a ellas en las esculturas de Ramsés ΙΠ, en Medinet
Habu, donde este pueblo aparece en las listas de naciones con­
quistadas por los faraones. Sus armas eran el arco, la espada y
la lanza; su principal defensa era un escudo de mimbre rectan­
gular o cóncavo en los lados y convexo en cada extremo, que te­
nía una forma muy similar al escudo tebano.
Su traje consistía en un largo vestido que llegaba hasta los to­
billos, con mangas cortas, abierto o doblado en la parte delante­
ra y asegurado por un cinturón alrededor de la cintura. Aunque
frecuentemente estaban hechos de un material muy grueso y qui­
zá incluso acolchado, no era de ninguna manera un sustituto de
la armadura ni podía resistir las lanzas o las flechas de metal.
Llevaban un gorro ajustado o completo; se adornaban a veces los
brazos con brazaletes, así como los vestidos, con brillantes co­
lores. Sus canos iban tirados por dos caballos, al igual que los
egipcios, pero cada uno contenía tres hombres y algunos tenían
ruedas con cuatro radios en lugar de seis. En ambos aspectos di­
ferían de los de sus oponentes. Tenían caballería, pero grandes
masas de infantería con un formidable cuerpo de carros, consti­
tuían la principal fuerza de su numeroso y bien armado ejército.
Por la forma en la que colocaban sus cuerpos de reserva pode­
mos deducir que era un pueblo bien formado en la guerra y por
el número de soldados, que componían una división, nos pode­
mos hacer una idea de sus habilidades en la guerra. Una división
estaba compuesta de veinticuatro mil hombres 115 divididos en
tres falanges constituidas cada una por ocho mil hombres.

114 N orm alm ente llam adas e l M em noniu m .


115 E n e l M em noniun.

423
424
r 'fy
El pueblo de los hita parece haber estado compuesto de dos
tribus distintas m , ambas con el mismo nombre. Diferían en
cuanto a su aspecto general y el de sus trajes; unos llevaban un
gorro grande y el traje suelto y largo, con las mangas abiertas
o con capas que les cubrían los hombros (otros pueblos asiá­
ticos que ya hemos mencionado llevaban también estas capas),
un escudo cuadrado u ovalado y a veces, una larga barba. Los
otros llevaban el traje y el escudo antes descritos y no llevaban
barba. Ambos luchaban en carros, usaban las mismas armas y
vivían juntos o se guarnecían en las mismas ciudades.
Habitaban las proximidades de Mesopotamia o «Naharina»
y el fuerte de Atesh o Kadesh117 les pertenecía. Se supone que
eran los hititas.
En los monumentos se muestran también otras muchas na­
ciones y tribus que habitaban otras partes de Asia y que habían
sido pueblos invadidos y reducidos por los ejércitos de los fa­
raones; los nombres de algunos de ellos son como ciudades o dis­
tritos de Siria, como Asmaori (¿Samaría?), Lemanon, Kanana o
Canaán y Ascalón. Los habitantes de los dos primeros están re­
presentados con un gorro entero en la cabeza, sujeto con una ban­
da, y los de Canaán se distinguen porque llevan una cota de ma­
lla y un casco y usan lanzas, jabalinas y un hacha de guerra similar
a la que había en Egipto "8. (Grabado 347, figs. 6, 7 y 8.)
El país de Lemanon es representado como un país monta­
ñoso, inaccesible para los carros y con abundantes y espesos
árboles, que los asustados montañeses se dedican a talar para
impedir el avance del ejército invasor. Habiendo tomado por
asalto las ciudades fortificadas de la frontera, el monarca egip­
cio avanza con su infantería ligera en persecución de los fugi­
tivos que habían escapado y se habían refugiado en los bos­
ques; y enviando un heraldo para exponer los términos de su

116 G rabado 3 4 7 ,fig s . 2, 3, 4 y 5.


117 G rabado 3 4 6 , fig . 1.
118 Grabado 3 4 7 ,fig . 8.

425
rendición, a los jefes se les induce a creer en su clemencia y res­
tablecer su alianza. Así ocurre con los de Canaán, cuyos fuer­
tes ceden de igual forma a los ejércitos del conquistador.
Estos dos últimos nombres parecen apuntar a los habitan­
tes del monte Líbano y Canaán, ya que se dice que la campa­
ña tuvo lugar en el primer año o poco después de la ascensión
de Usir o Seti, el padre del gran Ramsés. Los acontecimientos
que previamente ocurrieron en Egipto durante el reinado de los
reyes extranjeros, pueden haber dado una oportunidad a estos
pueblos para rebelarse y conseguir su independencia, a pesar
de su proximidad con Egipto.
Muchos pueblos de color fueron también conquistados por
los primeros monarcas de las Dinastías xvm y xix, como los
toreses, los tareao, los kush119, los etíopes y otros.
Los negrós, como los etíopes, llevaban petos de piel de toro
o pieles de bestias salvajes, frecuentemente dibujadas por los
artistas egipcios con una cola colgando del cinturón, lo cual
aumentaba su grotesca apariencia: los jefes, decorados con plu­
mas de avestruz y otros animales, llevaban también grandes
pendientes en forma de aro, collares y brazaletes. Muchos de
los grandes señores de Etiopía iban vestidos con ropas de lino
fino, con cinturones de cuero ricamente adornados; a veces lle­
vaban una piel de leopardo por encima de los hombros 12°. Las
principales armas de los etíopes y los negros eran el arco, la
espada y el garrote: luchaban principalmente a pie y las tácti­
cas de un ejército disciplinado parecen haberles sido desco­
nocidas.
El tributo etíope estaba formado por oro, en su mayoría en
polvo, un poco de plata, shishm ("quizás «antimonio»), plumas
de avestruz, cuero, ébano, marfil, monos, bueyes de largos euer-

119 Es el nombre bíblico, así como el nombre de los jeroglíficos. Grabado


347,fig. 13, a, b, c y d.
120 Grabado 347, flg. 13, c y d.

426
nos de una raza que aún puede verse en Abisinia, leones, antí­
lopes, leopardos, jirafas y sabuesos, y estaban obligados a abas­
tecer a los vencedores de esclavos, que algunas veces los egip­
cios exigieron a los países conquistados por Asia.
Cuando se resolvía una expedición contra una nación ex­
tranjera, cada provincia entregaba su cuota de hombres. Las
tropas estaban generalmente al mando del rey en persona, pero
en algunos casos un general era nombrado para este puesto
cuya única misión era la de formar a las tropas para la guerra.
Se fijaba un lugar de encuentro, generalmente Menfis o Tebas
o Pelusio en los más remotos tiempos, y las tropas, habiendo
sido reunidas en las proximidades, permanecían acampadas
allí, aguardando al líder de la expedición. Tan pronto como lle­
gaba se organizaba los preparativos necesarios; se llevaba a
cabo un sacrificio a los dioses, cuya ayuda era invocada para
el conflicto inminente. Luego, habiendo dado órdenes para po­
nerse en marcha, se daba una señal al sonido de una trompe­
ta; las tropas se postraban y con una profunda reverencia cada
soldado de las filas saludaba al general nombrado por el rey y

348. Cuerpo de arqueros. Tebas.

427
se preparaban para seguirle al campo. Entonces comenzaba la
marcha al sonido del tambor, según nos informan Clemente y
las esculturas. Los carros iban a la vanguardia y el rey monta­
do en su carro de guerra y atendido por sus principales oficia­
les, que llevaban el flabelo, tomaba su puesto en el centro pre­
cedido y seguido por tropas de infantería armada con arcos,
lanzas u otras armas según el cuerpo al que pertenecían.
El ataque en campo abierto comenzaba tras un toque de
trompeta. Los arqueros se disponían en la primera línea para
descargar una lluvia de flechas contra el frente del enemigo y
una considerable masa de carros avanzaba a la carga. La in­
fantería pesada, armada con lanzas o garrotes y cubierta con
sus escudos, se movía hacia delante al mismo tiempo, apoya­
da por los carros y la caballería. Se acercaban por el centro y
alas al enemigo, mientras que los arqueros seguían disparan­
do sus flechas contra las columnas hostiles, intentando crear
el desorden en sus filas.
Este modo de entender la guerra no era como al principio
de los tiempos ni se creaba un estado de barbarie. Es eviden­
te, por el número de prisioneros que hacían, que perdonaban a
los que se postraban para pedir cuartel: las representaciones de
personas asesinadas por los egipcios, que les han derrotado,
intentan mostrar lo que pasaba en el calor de la acción y no una
crueldad innecesaria por parte de los vencedores. En las luchas
navales de Ramsés III, tanto en los barcos como en la costa, se
ha representado a los egipcios rescatando a los enemigos, cu­
yas galeras han sido hundidas, de una tumba de agua; y así se
subraya la humanidad de ese pueblo, una virtud que los artis­
tas consideran merecedora de ser recordada entre las acciones
gloriosas de sus paisanos.
A los que rogaban merced y deponían sus armas se les per­
donaba la vida y eran sacados del campo de batalla atados. Las
manos de los muertos se cortaban y se colocaban en montones
ante el rey; inmediatamente después de la acción, eran contadas
por los secretarios militares en su presencia, que así le informa­
ban de la cantidad de enemigos muertos. Algunas veces eran sus

428
lenguas y ocasionalmente otros miembros, los que se colocaban
ante él de la misma forma. En todos los casos eran auténticas
muestras del número de pérdidas del enemigo, por lo que todos
los soldados del ejército recibían una recompensa proporcional:
la captura de los prisioneros probablemente merecía un premio
mayor, exclusivamente disfrutado por el captor.
Las armas, caballos, carros y botín, requisados en el cam­
po o campamento, eran también recogidos y los mismos ofi­
ciales escribían un recuento de estos y lo presentaban al mo­
narca. El botín era a veces colocado en un espacio abierto,
rodeado por un muro temporal, indicado en las esculturas por
la representación de escudos colocados rectos, uno a conti­
nuación de otro, con una puerta de mimbre. Fuera y dentro
de esta puerta había un guardia apostado y los centinelas ca­
minaban de arriba a abajo con las espadas desenvainadas. A los
soldados espartanos, les estaba prohibido mientras estuvie­
ran de guardia, llevar su escudo, para que viéndose privados
de esta defensa tuvieran más cautela y no se quedaran dor­
midos. La misma costumbre parece haber existido entre los
1. 2.

349. Guardia a las puertas de un campamento.Tebas.

429
egipcios, ya que los guardianes que estaban de servicio en
las puertas de los campamentos están sólo armados con es­
padas y mazas, aunque los que pertenecen a los cuerpos de
infantería pesada, en otras ocasiones, tenían el hábito de lle­
var un escudo.
Las esculturas del Memnonium en Tebas muestran su modo
de acampar, cuando habían sido victoriosos y ya no temían un
ataque, pero el asentamiento permanente o campamento regu­
lar, estaba construido prestando mayor atención a los princi­
pios de defensa y rodeado con fosas y un fuerte y eficiente bas­
tión.
Un sistema de fortificación regular fue adoptado ya en los
tiempos más antiguos . La forma de la fortaleza era cuadran-
gular; las paredes de ladrillo de 5 m de grosor y a menudo 17 m
de alto, con torres cuadradas a intervalos a lo largo de cada
lado. Estas eran generalmente de la misma altura que las pa­
redes y cuando sólo llegaban a la mitad se les llamaba con­
trafuertes. Algunas veces construían un muro entero con una
doble pared, dejando un espacio entre las dos, ocupado aquí y
allá con contrafuertes, que lo reforzaban y unían, evitando que
uno pudiera pasar libremente por el muro interno cuando se
rompía el muro externo. Las torres, como el resto de los mu­
ros, consistían en un bastión y un parapeto coronado por al­
menas redondeadas, a imitación de los escudos egipcios, como
las de sus paredes de piedra. Pero hay una presentación sin­
gular en cuanto a la posición de las torres y las esquinas, que
están colocadas no sobre, sino a cada lado del mismo ángulo,
que quedaba hueco y era ligeramente redondeado. Cuando era
posible, la fortaleza se hacía cuadrada, con una u ocasional­
mente dos entradas, generalmente una, y una paterna o puerta
fluvial si estaba cerca del río: cuando estaba construido sobre
una altura de forma irregular, la forma de las obras se adapta­
ba a la del terreno.
Un gran principio en las grandes fortalezas era tener un lar­
go muro, en el lado más expuesto al ataque, que medía entre
23 a 31 m, en ángulo recto desde el muro principal y de la mis-

430
ma altura que este, por donde los sitiados eran capaces de es­
capar y barrer las caras o cortinas, por lo que podríamos llamar
un fuego de flanco. Pero el gran objetivo era, por supuesto,
mantener al enemigo tan lejos del muro principal como fuera
posible, lo que se conseguía levantando una ancha terraza o
base o colocando un circuito exterior o muro bajo de circun­
valación, paralelo al muro principal y distante de este entre
trece y veinte pies a cada lado. A ambos lados de la entrada,
construida en una esquina de la cara menos expuesta, se le­
vantaba una torre. Este muro bajo respondía al propósito de un
segundo terraplén y fosa; servía para mantener las torres mó­
viles y los arietes de los asediadores a una distancia del muro
principal. Los enemigos tenían que pasar el circuito exterior
antes de poder intentar romper o asaltar el cuerpo de la forta­
leza y mientras intentaban conseguir su objetivo, desde la parte
más baja del circuito exterior, estaban expuestos a los proyec­
tiles de los asediados.
Otra defensa más efectiva, adoptada en fortificaciones más
grandes, era una fosa con una contraescarpa y en el centro de
la fosa un muro de piedra continuo, paralelo a la cara de la cor­
tina y ala contraescarpa (un tipo de ravellín o una tenaza) y a
continuación estaba la escarpa de la plataforma en la que se le­
vantaba la fortaleza. Sobre la fosa había un puente de madera,
que se quitaba durante el asedio.
Algunas veces, como en Semna, había una explanada de
piedra, descendiendo desde la contraescarpa del foso hacia el
suelo llano; así que en aquellos tiempos ya se pueden apreciar
algunas de las peculiaridades de las obras modernas, las ex­
planadas, las escarpas y contraescarpas y un tipo de ravellín (o
una tenaza) en el foso. Pero aunque algunas se mantuvieron
hasta la ascensión al poder de la Dinastía xviii, la práctica de
fortificar ciudades parece haberse interrumpido y las fortale­
zas de ciudades amuralladas no se usaban ya entonces, excep­
to en los límites del desierto y en las zonas fronterizas donde
se requerían grandes guarniciones. Para sustituir su función,
los templos fueron provistos de grandes torres piramidales de

431
piedra que, sobresaliendo por encima de las murallas, permi­
tían a los sitiados controlarlas y vigilarlas, mientras que el pa­
rapeto construido sobre el portón de entrada protegía a los sol­
dados que la defendían. Todo el muro exterior de circunvalación
estaba construido de ladrillo crudo de los témenos y en su in­
terior se levantaba el templo. Cada templo era una fortaleza
aislada y se pensaba que era una protección tan buena para el
templo mismo y para la ciudad como lo podía ser una mura­
lla continua, que requería una gran guarnición para defenderla;
ni Tebas, ni Menfis, las dos capitales, fueron ciudades amu­
ralladas.
El terreno así limitado era cuadrado o tenía la forma de un
paralelogramo con una entrada principal en uno de los dos la­
dos. Cerca del centro estaban la tienda del general y de los prin­
cipales oficiales. La tienda del general estaba a veces rodeada
de un doble terraplén o fosa, englobando dos áreas distintas; la
exterior contenía tres tiendas, que probablemente pertenecían a
los del rango siguiente o a las de los oficiales; los guardias dor­
mían o vigilaban al aire libre: otras tiendas estaban montadas
fuera de estas extensiones cercadas. Próximo al circuito exterior
había un espacio reservado para que pastaran los caballos y los
animales de carga y otro para colocar los carros y los equipajes.
Cerca de la tienda del general y dentro de esta misma área, se
colocaban los altares de los dioses o cualquier otra cosa rela­
cionada con asuntos religiosos, los estandartes y las arcas mili­
tares. Los sagrados emblemas se colocaban bajo el dosel, den­
tro de un lugar cercado parecido al de la tienda del general.
A juzgar por el modo de traer a los prisioneros podríamos
suponer que los trataron con una rudeza innecesaria, e inclu­
so con crueldad, en el momento de su captura y durante su
marcha con el ejército. Les ataban las manos a la espalda o
por encima de la cabeza, lo más estiradas que podían y con
una cuerda, que les pasaban por el cuello, se las ataban una a
otra. Algunos tenían las manos sujetas con un grillete de ma­
dera ovalada, hecho de dos segmentos opuestos y clavados en
los extremos, iguales a los que se usan hoy en día en Egipto

432
para atar a los prisioneros. Cuando
obtenían el dominio sobre una ciu­
dad a algunos les azotaban con pa­
los para hacerles revelar el lugar
secreto donde se había escondido
el botín. Muchos eran obligados a
trabajar para los vencedores, otros
eran insultados por los perversos
soldados que les tiraban de las bar­
bas y se burlaban de su aspecto.
Pero si recordamos la frecuencia
con la que, incluso los pueblos ci-
350. Un cautivo atado con esposas, vilizados europeos, han tratado
Tebas. , -, , ,
con rudeza a los pueblos conquis­
tados, incluso en una época mu­
cho más ilustrada, como el siglo xiv de nuestra era, bien po­
demos perdonar la ocasional insolencia de un soldado egipcio.
Las desfavorables impresiones transmitidas por tales escenas
son más que contrarrestadas por las pruebas de humanidad
egipcia, como en la lucha naval anteriormente mencionada.
También debemos hacer una concesión a la licencia de los es­
cultores que, según observa Gibbon, «en todas las épocas han
sentido la verdad de un sistema, que deriva lo sublime del prin­
cipio del terror».
En realidad, cuando comparamos a los asidos y otros con­
quistadores asiáticos con los egipcios, estos últimos ocupan
una alta posición entre las naciones de la Antigüedad por su
conducta hacia los prisioneros; la cruel costumbre de despe­
llejarlos vivos y las torturas representadas en Níneve, mues­
tran que los asirios eran culpables de barbaridades en un perio­
do en el que ya los egipcios llevaban mucho tiempo disfrutando
de los refinamientos típicos de las comunidades civilizadas.
Los cautivos, representados en las fachadas de sus templos
atados al pie del rey, que los está agarrando por el cabello y
que con un brazo levantado parece dispuesto a inmolarlos en
presencia de la deidad, son meramente un recuerdo emblemá­

433
tico de sus éxitos sobre los enemigos de Egipto m . Como lo
muestra el mismo tema representado en los monumentos le­
vantados por los ptolomeos y los césares m .
Los marineros de los «barcos del rey» o la marina real, eran
parte de la clase militar; una sección de estos estaba especial­
mente entrenada para las faenas del mar, aunque todos los sol­
dados eran capaces de manejar galeras por su constante práctica
con el remo en el Nilo. Las tropas egipcias fueron empleadas a
bordo de los barcos por Jerjes, en su guerra contra Grecia, «y
eran», como dice Heródoto «todos marinos». Como los barcos
de guerra dependían de la habilidad de su tripulación en el uso
del remo, el empleo de soldados egipcios en una pelea naval no
es algo tan extraordinario. Muchos de los barcos del Nilo eran
construidos específicamente para la guerra y se usaban en las
expediciones de los faraones a Etiopía. Los oficiales que los di­
rigían aparecen con frecuencia en los monumentos, siendo tí­
tulos comunes los de jefe o capitán de los barcos del rey.
Heródoto y Diodoro mencionan las flotas de grandes em­
barcaciones o barcos de guerra colocados en el golfo Arábigo
por Sesostris. Eran cuatrocientos en número, y hay sufi­
cientes evidencias como para creer que el comercio, prote­
gido por los barcos de guerra, existía allí ya en los tempra­
nos tiempos de la Dinastía xn, unos dos mil años antes de
nuestra era.
Las galeras o barcos de guerra, que usaban en sus enfren­
tamientos fuera de Egipto, diferían de las del Nilo. Eran me­
nos elevadas en la proa y la popa, y a cada lado a todo lo lar­
go de la embarcación, había un bastión de madera que se
elevaba a una considerable altura sobre la borda, protegiendo
así a los remeros que iban sentados detrás de él, de los pro-

121 H erod oto, co n razón, cu lp a a lo s g riegos de su ign oran cia d el ca ­


rácter de lo s e g ip cio s, por tom ar literalm ente lo s cu en tos a leg ó rico s sobre
lo s sacrificios hum ahos, 2:45.
122 E n E ’Dayr, cerca d e E sn é, en D endera y otros lugares.

434
351. Galeón de guerra; subiendo la vela durante la acción. Tebas.
a. Castillo de proa elevado donde se apostaban los arqueros,
c. Otro puesto para los arqueros y el piloto, d.
e. Baluarte para proteger a los remeros.
f. Honderos en la parte de arriba.

yectiles del enemigo. Los mangos de los remos pasaban por


una apertura que había más abajo.
Los barcos que tomaron parte en la lucha naval represen­
tada en Tebas confirman plenamente la afirmación de Heródoto,
quien dijo que a bordo de los barcos iban soldados egipcios,
porque sus trajes y armas son exactamente iguales a las que
llevaban los arqueros y la infantería pesada del ejército. Los
cascos acolchados de los remeros muestran que ellos también
formaban parte de este cuerpo. Además de los arqueros que
van en la parte de popa y en el castillo de proa, un cuerpo de
honderos iba apostado en las cofas, desde donde podían ma­
nejar su arma con mayor facilidad y emplearla de forma más
efectiva contra el enemigo.
Al avanzar para alcanzar una flota hostil, usaban la vela has­
ta que llegaban a cierta distancia de ellos y luego cuando se daba
la señal de ataque la arriaban mediante cuerdas que giraban en
poleas o gazas, sobre la verga. Los cabos de estos cordeles, que
eran normalmente cuatro y dividían la vela como en cinco plie-
gues, se sujetaban en la parte baja del mástil, de forma similar
a si se dejaran preparados para arriar las velas en seguida cuan­
do se diera la orden, bien para aprovechar una ráfaga de vien­
to o con algún otro motivo. A este respecto y por la ausencia de
la verga inferior, la vela de la galera de guerra difería mucho de
la de los otros barcos del Nilo. Cuando estaban listos para el
ataque, los remeros, que hasta entonces habían reservado sus
fuerzas, manejaban vigorosamente sus remos, se dirigían hacia
la embarcación del enemigo y arrojaban cortinas de proyecti­
les desde el castillo de proa y cofas mientras avanzaban. Era
muy importante atacar al oponente por el lateral. Cuando el ti­
monel, mediante una hábil maniobra, lograba esto, la sorpresa
era tan grande que hundían al enemigo u obtenían una ventaja
considerable sobre él inutilizando sus remos.
Las pequeñas galeras egipcias no parecen haber estado equi­
padas con espolón, como las de los romanos, que terminaban en
una punta de bronce afilado que, a veces, bajo la superficie del
agua, hundía una embarcación a la primera. En su lugar colo­
caban en la proa la cabeza de un león, que probablemente estu­
viera recubierta de metal y era capaz de causar grandes estragos
entre el enemigo cuando la galera iba impulsada por la fuerza
de dieciséis o veinte remos. La cabeza era de diversas formas y
seguramente servía para indicar el rango del capitán, el nombre
del barco o la deidad bajo cuya protección navegaban, a menos
que el león fuera el animal elegido invariablemente para sus ga­
leras de guerra y el camero, el oryx y otros fueran reservados a
los barcos relacionados con los servicios religiosos.
Algunas de las galeras de guerra del Nilo estaban dota­
das de cuarenta y cuatro remos, veintidós en cada lado, por
lo que teniendo en cuenta el espacio para el contrapunto y
la proa, alcanzarían probablemente una longitud total de 40 m.
Estaban equipadas, como todas las demás, con una gran vela
cuadrada, pero el mástil en lugar de ser sencillo, estaba for­
mado por dos limbos de la misma longitud, suficientemente
abiertos en la parte de arriba como para admitir entre ellos la
verga y sujetos por varios tirantes resistentes, de los cuales unos

436
352. Gran barco con vela, aparentemente hecha de papiro, doble mástil y muchos
remeros. En una tumba en Kom Ahmar, más arriba de Minieh.

se extendían a la proa y otros hasta el contrapunto del barco.


Por encima del mástil se pasaba una cuerda ligera, probable­
mente para enrollar la vela, que por las formas horizontales re­
presentadas sobre ella, parece haber sido similar a la de los chi­
nos. Hay un ejemplo curioso de una vela, que aparentemente
está hecha de papiro.
Este doble mástil era típico en los tiempos antiguos durante
la Dinastía IV y anteriores, pero luego dio paso al mástil sen­
cillo, con barras o rodillos en la parte superior, que servían para
las poleas, sobre las que pasaban las cuerdas; algunas veces se
colocaban sobre ellos aros por donde pasaban las drizas.
En este, como en otros barcos egipcios, las brazas estaban
sujetas al final de la verga. Las sujetaba un hombre que iba en
el contrafuerte o en la cabina y servían para girar la vela a dere­
cha o izquierda. Todos los barcos las tenían y en la parte de aba­
jo de la vela (que en estos barcos no tenía verga) estaban la es­
cotas, que iban sujetas con la regala. El modo de gobernar la
embarcación es diferente a como se describe en las pinturas egip­
cias. En lugar de tener un timón en el centro de popa o a cada

437
lado, está equipada con tres en el mismo lado: una peculiari­
dad que, como el doble mástil y la vela plegable, fue luego
abandonada por engorrosa e imperfecta. Este barco muestra de
forma satisfactoria su modo de colocar los remos mientras no
eran necesarios cuando el viento era favorable: eran sacados
por el aro o banda en la que giraban y probablemente se les
mantenía en esa posición mediante un tirante o una banda que
pasaba por el mango. Los barcos corrientes del Nilo eran de
construcción diferente; los mencionaremos al describir los ar­
madores de barqueros, uno de los miembros de la cuarta cla­
se de la comunidad egipcia.
Al volver de la guerra, las tropas marchaban de acuerdo
con el puesto asignado a cada regimiento, observando el mis­
mo orden y regularidad que durante el avance por el país ene­
migo. Los aliados que venían con ellos ocupaban una posición
hacia la retaguardia del ejército y eran seguidos por grandes
cuerpos de egipcios. Entre los soldados se distribuían recom­
pensas y la procesión triunfante de los vencedores era honra­
da por la presencia de los cautivos, que eran conducidos con
grilletes detrás de su carro.
Al atravesar países que eran tributarios de ellos o aliados de
Egipto, el monarca recibía el homenaje de los amables habitan­
tes, que, recibiéndole a su llegada con aclamaciones de júbilo y
ricos regalos, le adulaban por la victoria que había obtenido. El
ejército a su paso por Egipto era recibido en cada gran ciudad
por la que pasaban por una concurrencia de gente que, encabe­
zada por el sacerdote y los principales del lugar, les traían ramos
de flores, lazos verdes y ramas de palmera, recibiéndoles con
bulliciosas aclamaciones y dándoles la bienvenida en su retor­
no. Luego, dirigiéndose al rey mismo, los sacerdotes celebraban
su rezos y enumerando los muchos beneficios que había conce­
dido a Egipto por la conquista de las naciones extranjeras, los
enemigos de su país, afirmaban que este poder brillaba en el
mundo «como el Sol» en los cielos y que su beneficencia sólo
era comparable a la de las mismas deidades.

438
Habiendo llegado a la capital, comenzaban las preparaciones
para celebrar una acción de gracias general en el templo princi­
pal: se hacían apropiadas ofrendas al dios principal, al guardián
de la ciudad, por cuyo favor especial e intercesión se suponía que
se había obtenido la victoria. Se presentaban los prisioneros ante
él, así como el botín arrebatado a los enemigos, y el monarca re­
conocía el poder manifiesto de su mano protectora y su propia
gratitud por tan distinguida prueba de favor celestial hacia él y ha­
cia toda la nación. Estos temas representados en los muros de los
templos no sólo servían para recordar la victoria, sino que tendían
a impresionar a la gente por la veneración religiosa de la deidad,
hacia quien su soberano fijaba así un ejemplo de respeto. Las tro­
pas también habían de estar presentes durante la celebración de
las ceremonias prescritas y para dar gracias por las victorias que
habían obtenido, así como por la salvación de su vida. Un sacer­
dote ofrecía incienso, ofrendas de carne y übaciones delante de
ellosl23.

1 2 3 4 5 6 7 8 9
353. Mujeres de los rechenu enviadas a Egipto. Tebas.

123 Ver pág. 292.

439
Los cautivos eran traídos a Egipto, y se ponían al servicio del
monarca y eran empleados para construir templos, cavar canales,
levantar diques y embarcaderos y otras obras públicas. Otros que
eran comprados por los grandes señores se empleaban para hacer
los mismos trabajos que los menlooks del momento actual. Las mu­
jeres esclavas también eran empleadas al servicio de las familias,
como las griegas y las circasianas del moderno Egipto y otras par­
tes del Imperio Turco. Como les hemos encontrado en las esculturas
de Tebas, acompañando a hombres de su propia nación, que llevan
tributo al monarca de Egipto, podemos concluir que cada año se
enviaba a Egipto un número de ellos de las provincias conquista­
das del norte y del este, así como de Etiopía. Es evidente que tanto
los esclavos blancos como los negros eran empleados como sir­
vientes: atendían a los invitados cuando venían a la casa de su amo.
Por encontrarles en las casas de los sacerdotes así como en las de
los jefes militares, podemos deducir que se les compraba con di­
nero y que el derecho de poseer esclavos no estaba reservado a aque­
llos que los habían conseguido en la guerra. El tráfico de esclavos
estaba permitido en Egipto y sin duda había muchos que se dedi­
caban, al igual que en la actualidad, a llevarlos a Egipto para su ven­
ta pública, independientemente de aquellos que eran enviados como
parte del tributo. Así, los ismaelitas124 que compraron a José a sus

124 Gn 37:28. Ver también Gn 44:9.

440
hermanos, le vendieron a Puti far al llegar a Egipto. Era una cos­
tumbre común en aquellos días: los judíos compraban a sus hom­
bres encadenados mediante dinero125. Los fenicios, que comercia­
ban con esclavos, vendían a «los hijos de Judá y Jemsalén» a los
griegos m ; y los pueblos del Cáucaso enviaban a sus hijos e hijas
a Persia121, como hacen los modernos circasianos, quienes los en­
vían a este país y a Türquía.
Diodoro, al mencionar los castigos militares de los egipcios,
dice que no eran movidos por ningún espíritu de venganza, sino
sólo por la esperanza de reformar un ofensor y para prevenir que
se volviera a cometer un crimen similar en el futuro. No estaban
dispuestos a convertir el hecho de desertar y la insubordinación
en ofensas capitales: el soldado era degradado y condenado pú­
blicamente a llevar alguna marca visible de ignominia, que hacía
de él un objeto de reproche ante sus camaradas. No se fijaba nin­
gún tiempo para su liberación, estaba condenado a llevarlo hasta
que su buena conducta hubiera subsanado su falta y obtenido para
él el perdón de sus superiores. El historiador dice que «por con­
siderar el estigma una desgracia más odiosa que la muerte misma,
el legislador pretendió convertirla en el más severo de los casti­
gos; al mismo tiempo tenía una gran ventaja, porque no privaba
al estado de los servicios del ofensor. Consideraban que era natu­
ral que todos aquellos que habían sido degr adados de su puesto
desearan volver a recuperar el carácter y estado que habían per­
dido y acariciaban la esperanza de que podrían algún día refor­
marse y convertirse en miembros valerosos de la sociedad a la que
pertenecían». Por ofensas menores castigaban a los transgresores
con el bastinado, que era usado corrientemente para castigar a los
campesinos y a otros pueblos. El soldado que mantenía traicio­
neramente comunicación con el enemigo estaba condenado a la
extirpación de su lengua, siguiendo la antigua costumbre de cas­
tigar al miembro ofensor.

125 Lv. 25:44 y siguientes.


126 Am 3:6.
127 Herod. 3:97.

441
355. Armas egipcias. Colecciones de S. D ’Athanasi y Sait y de Tebas.
fig. 1. Hacha pequeña, de 47 cm de longitud.
4. y 5. Hondas de las esculturas.
6. Daga, 37,5 cm de longitud.
fig. 2. 7. Daga, 28 cm de longitud.
8. Cabeza de dardo, 8 cm.
9. Cabeza de jabalina, 35 cm de longitud.

Este breve recuento de las prácticas militares de Egipto bas­


ta para mostrar que los monumentos contienen abundantes me­
morias de aquellos antiguos días; y aunque muchos otros se
han perdido desde entonces, los pertenecientes a los más glo­
riosos periodos afortunadamente se han conservado. Las es­
culturas de Tutmosis III, Amenofis, Seti, Ramsés TTy TTTy otros
reyes, confirman el testimonio de los historiadores respecto al
poder del antiguo Egipto.

442
ÍNDICE

A Á cidos, em pleo de, ii. 100, 101


A arón, lin o fin o con bordados de Acuñación, antigua, ii. 1 6 9 ,1 7 2
Egipto, ii. 97 Adaptabilidad, Ver Gusto, i. 31; ii. 321
Abbott, colección de Dr., i. 204, 386, Administrador, o mayoral de tierras, i.
403 43; ii. 12
Abisinia. Ver M onos Admiraban el artesonado y los ador­
A bisinio, brazo del N ilo, ii. 29 nos de las habitaciones, i. 156
llamado «N ilo azul», propiamente Adorno G uilloche, i. 30; ii. 323
«R ío N egro», i. 21 Adornos con oro, ii. 97
A b isin ios no com en ganso ni pato, i. Adornos de los egipcios, hebreos, ba­
176 bilonios y rom anos, ii. 97
A' Souán, o Syene, inscripciones cúfi­ Adornos que se llevan en las celebra­
cas en, ii. 163 ciones, i. 91
canteras en, ii. 343, 345 Afeitaban su barba, los sacerdotes, ii.
A ’zrek significa «negro» y «azul», ii. 361
29 cabeza de los niños, ii. 362
Abatanadores, ii. 124
todo su cueipo, ii. 361
Abejas y colm ejas, i. 47
Africanas lo hacen actualmente, i. 151
llev a d a s del N ilo en b otes, i. 4 7
asesinato de, ofensa capital, ii. 235
Abrek, Berek, «genuflexión», ii. 230
Agatodem on, el áspid, i. 56
ideas abstractas, i. 3 45, 346, 347
A gesilao se lle v ó guirnaldas de papi­
A bydos, Templo de Osiris, i. 3 1 6 ,3 2 3
ros a Esparta, i. 67, 91
algunos preferían ser enterrados en,
entretenido por Taco, i. 91.
ii. 415
Agilidad. Ver Fiestas de.
arco de im itación, ii. 335
Agricultura, ii. 11-67
A cacia, o m im osa, varios tipos de,
Agricultura, Ver tierras, plantas, cose­
i. 67; ii. 39, 5 0 ,5 1 . VferSont.
chas
sealeh (seal), zona este del desierto,
ii. 52, 124 fijación las estacion es del año, ii.
sensible, en Etiopía, ii. 39 2 80-282
A canto, o sont, vainas de, ii. 39, 51, n u m erosos in ven tos, ii. 2 7 7 -2 8 0
129 y manufacturas de E gipto, ii. 285
A cción de gracias, i. 274 Ver gracias A grupación de lo s M em looks, i. 383
después de la victoria, i. 292, 439 A gua del N ilo, Ver N ilo.
A ceite de ricino, y el árbol de castor- hydria o cánaro, i. 302
berry, ii. 33, 34, 40 p ieles, i. 46, 224
m odo de extracción, ii. 33, 34 rueda, hélice hidráulica y máquina
A ceites, ii. 33, 34, 38, 40, 41, 44 de funcionam iento con el
A cero. Ver Hierro. pie, i 45

443
Agujas de fabricación de redes, ii. 108- Alm ohadones, o cabeceros, de m ade­
112 ra y otros materiales, i. 73, 81, 353,
A gujas, ii. 380, 381 354
Agvveh, mantenimiento de fechas, i. 65 Altares, ii. 398
Alabastro em pleado en vasos y bote­ jarrón llam ad o alabastro, i. 3 6 9
llas, i. 166, 167; ii. 86, 377 Altramuz, ii. 31. Ver Doqáq
muros, azulejos barnizados, ii. 321, A m asis, sabiduría de, ii. 256
325 extranjeros vieron una parte de
A lbañiles. Ver Ladrillos Egipto hasta después del reina­
con capataces com o aparece en la do, ii. 260
B iblia, ii. 222 p ob lación de E gip to bajo, i. 321
A lcalina, planta llamada borit, ii. 124 A m enofis, i. 324, 325
A leación en bronce, i. 158 A m enofis III, viñetas C.E., i. 83, 151,
Alejandría, población de, i. 322 323-324
número de personas que venden capital del A lto E gipto, ii. 257, 258
vegetales en, i. 179 cuatro genios de, ii. 4 19, 420, 429,
se debe obtener m ucho vino en, i. 430, 436, 440
64 i. 323-324, 349-350, 430
plano de, i. 3 2 3 -3 2 4 A m enti, o
Alejandro, conquista de Egipto, i. 327
Hades, i. 299; ii. 394, 395
A lfabeto, 25 letras se dice que forman
tumbas de los reyes en, i. 415
el egipcio, i. 306
y M enfis no tenía muros alrededor,
Alfarería, em pleada p aia escribir so ­
i. 431-432
bre, ii. 116-117
Am érica e Inglaterra, ii. 269
la del moderno Egipto ha superado
Americanos, Norte, com o europeos, i.
a las del antiguo, ii. 125
320
la egipcia es de calidad menor que
A m es o A m osis, i. 119, 324
la griega, ii. 127
Amón (dios de Tebas), i. 3 4 5 ,3 4 6 ,3 4 9 ,
nombres coptos para distintas cla­
350
ses de, ii. 125
A m ón, expulsado del Panteón, i. 325
Alfareros, ii. 125, 126
mujeres de, i. 143
A lfileres, ii. 380-381
Amphorae, o jarras de vino, i. 57, 58
Alfom bras, i. 78; ii. 109-110
cóm o se sostenían, i. 58, 59
A litta o M ylitla, i. 351 cóm o se tapaban y sellaban, i. 58,
A lm a, transmigración de, ii. 417 59
inmortal, por primera vez enseñado resina o sedimento resinoso en, i. 58
por los egip cios, ii. 417 Am uletos, ii. 387
Alm endra de Egipto, ii. 38 o bulas, que llevaban los niños, ii.
aceite, ii. 34, 38 364
«A m es», un m úsico que tocaba el har­ Amunoph III, Ver Leones.
pa llam ado, i. (grabado en madera) A nálisis de los depósitos fluviales, ii.
122 28

444
A ncianos, respeto por, ii, 254 festejar a, i. 302, 306
A n illo, tercero de la m ano izquierda, festejar a, con una duración de seis
ii. 372 días, i. 306
A n illos, ii. 373, 374, 376 festejos de celebración al encontrar
A n im ales de E gipto, lista de, i. 256, un nuevo, i. 308, 309
268 gastos del funeral de, i 307
a veces localizados en altares, i. 183. generalmente vivían de 17 a 20 años,
278 i. 307
de Egipto, más sobresalientes, i. 238 llam ado Epafo, i. 303, 305
en cría, ii. 194 llam ad o H api, i. 305. Ver ii. 4 3 0 ,
unción del rey, i. 289 nota
fabu losos, o fantásticos, i. 237; ii, mostrado a extranjeros, i. 305
no representados, i. 235 m urió y se e lig ió a otro, i. 306
las estatuas de lo s d io se s, i. 289 niños profetas que olían el aliento
más cazados, i. 235 de y atendían las procesio­
una cerem onia habitual, i. 87, 289 nes en hon or de, i. 306, 3 Î 0
A nim ales jóvenes para alm acén m ien­ que se encuentra en M enfis, i. 305
to, i. 226, 227 se dice que fue ahogado después de
A nim ales salvajes para la m esa, i. 226 vivir 25 años, i. 306
an im ales, i. 2 3 7 , 2 4 2 , 2 5 0 -2 6 0 y M nevis, i. 302, 303
burro y jabalí no se representaban, A pis consultó a un oráculo, y los au­
i. 255 gurios que se le pronosticaban, i.
Antila, vino de, i. 59 309
Antílopes, varios, i. 238, 258 cuidado con la com ida y agua que
A n u b is, ii. 3 95, 4 1 6 , 4 1 9 , 4 2 0 , 4 3 6 se daba a, i. 308, 310, 340
ritos de, i. 138 in flu en cia en c o co d rilo s, i. 3 1 0
A nzuelo y garfio, i. 239; ii. 212 ia viva imagen de Osiris, i. 303,309,
A ñil em pleado por los egipcios, ii. 94, 315
95 m odo de consulta, i. 310
A ño, división del, ii. 272-276 A plausos, i. 102. Ver M anos.
de 365 y 365 días y un cuarto, ii. A p ofis, Apop, e l «gigante», la «gran
273-276 serpiente», el em blem a del pecado,
intercalados, ii. 276, 277 i. 349
A pis, el alma de Osiris, i. 302 A pollinopolis. Ver cocodrilo
bueyes lim pios pertenecientes a, i. A p ries tom ó G aza y Sid ón, i. 327
305 Arado, ii. 21-25
colores y marcas de, i. 303 b u ey e s y v acas atados al, ii. 2 4
descubrim iento del lugar del ente­ quizá calzado con metal, ii. 24, 26
rramiento de, i. 307 surcos hechos por el, ii. 23
em balsam ado y enterrado con gran Arar la tierra, ii. 21, 23
pompa, i. 306 con un buey y un burro, no en
establos de, i. 305, 310 Egipto, ii. 25

445
árbol representado, i, 46 ladrillos y piedras al principio loca­
el Rhodon (rosa) que da su nombre lizad as form ando un, ii. 3 3 7
a Rodas, ii. 39 principio del, no dependiendo del
Árboles de Egipto, i. 46, 47, 67 material ni de la piedra cen­
representados en m onum entos, ii. tral, ii. 333
49-51 sustitutos de, y origen de, ii. 335,
sagrados, i. 269-270 337
Árboles frutales, i. 47, 65, 67 verdadero y falso, ii. 335, 336
Arbustos que crecían por entre el ba­ Arenas, errar en los que se refiere a la
ñ o , ii. 19 gran usurpación de, i. 324
Arcas. Ver M ausoleos. Arenisca, normalmente empleada des­
A rcilla utilizada en alfarería, ii. 125 pués de la D in a stía X II, ii. 3 4 0
amasada con el pie, ii. 125 Armada, cantidad de, i. 356, 357
A rco del Kufa, i. 237 disciplina de, j. 356, 357, 359
caja, i. 372 estándares de, i. 362, 364
cubierta em pleada por la infantería, regim ientos de, i. 357, 359
i. 372 Ver soldados
vuelta de, Ver Guerra
cuerda empleada para atar a un ene­
m igo, i. 369 Armas de bronce inglesas, quizá fen i­
cias, ii. 157
de Egipto, i. 367, 368
A rm as de sold ad os e g ip c io s, i. 3 63,
estiram iento de una cuerda, i. 369
388
flechas para la cacería, i. 232
Armas de sus aliados, i. 357
m odo de armar el, i. 268
de tropas armadas ligeras y pesadas,
m odo de dibujar el, i. 233
i. 388
guardar en la cintura, al usai’ el, i.
Armazón de cama, i. 82
369
A m eses, Ver Carros.
suspendido al lado de un carro, i.
Aro, juego con un, i. 206, 207
397
Arom a, o Arara, m edida de tierra, ii.
A rco, los ladrillos llevaron a la inven­
286
ción del, i. 18; ii. 337
Arouras, 12 dadas a cada soldado, i.
apuntado, m u y tem prano, ii. 337
355; ii. 256
apuntado, muy temprano en Arpa de la colección de París, i. 123,
Tusculum, Italia (grabado), 124
ii. 292 cabeza de un, de Tebas, i. 120
de ladrillo, ii. 333, 336 desconocido por los griegos, i. 121
de piedra, ii. 333, 334, 336 A rpas, las m ás antiguas, i. 95, 121
el techo contenido del predecesor acortar las cuerdas de, i. 123
del, ii. 336 cuerdas de tripas de animales. Ver
en E gipto m uy antiguos, i. 28, 41; Cuerdas con tripas de ani-
ii. 333 con un soporte, i. 97, 121,
en Grecia, ii. 335 122

446
de caparazón de tortuga, i. 97, 123 de producción y arte del diseño, ii.
de color de cuero, i. 9 8 ,9 9 ,1 0 0 ,1 2 3 328
de madera cubierta con piel de toro, e inventos m ás antiguos de lo que
i. 9 7 ,1 2 3 suponem os, ii. 72
de varios tamaños, i. 12 0 ,1 2 1 Aryandes acuñaba dinero en Egipto, ii.
em pleado en lo s servicios religio­ 172
sos, i. 1 2 3 ,1 3 8 ,1 3 9 A sam bleas, las grandes, i. 294
en las m anos de las deidades, i 123 A scalon y A sm aor (Samaría?) i. 425
m ales A sesinados, m anos de los, i. 393
n o tien en p ed ales n i p olo, i. 123 A sesinato de un niño por su padre, ii.
Arpistas de Bruce, i. 118 ,1 1 9 236
Arquear la rodilla, abrek, bérek, ii. 230 de un esclavo, castigo con la muer­
Arqueros de Egipto, i. 356 te, ii. 235 -2 3 6
ataque de, i. 428 de un padre por un hijo, ii. 236
de la infantería, i. 372 A sesores, ii. 4 0 6 ,4 1 4 ,4 1 9
A rquitectura de E gipto, derivada de 42, ii. 414, 4 2 0
form as y elem en to s naturales, ii. Ashur de diez cuerdas, un instrumen­
313, 322 to judío, i. 1 3 5 ,1 3 9
al p rin cip io m uy sim ple, ii. 330 A sie n to s para silla s y fajinas, i. 7 4
algunas partes de madera, ii. 313 Asiría, i. 325
bizantino, y romano, lombardo, sa­ A sirio, crueldad de, i. 1 3 ,4 3 3
jón, normando, sarraceno, A sn os, nu m erosos en E gipto, i. 2 4 2
destacados, ii. 339 salvajes, no representados, i. 255
construida tomando prensado e l pi­ A sp, o A gatodem o, guardando un al­
lar de la cantera, pero los m acén, i. 56
tem plos de piedra y las tum­ santificado a N eph (U m o Num), i.
bas empleaban otros ele­ 266
m entos para su construcción, Astarte, i. 351
ii. 314 Ataúd, ii. 406
progreso y m odificación de estilos Ataúdes, ii. 138, 4 0 6 ,4 1 3 , 438
de, ii. 339. Ver Sarraceno de madera extranjera, i. 30
una creación de la m ente, ii. 303 A tesh , o K adesh, fuerte de, i. 4 2 5
Arquitectura sarracena, progreso de, ii. A tribis (o C rocod rilóp olis), i. 3 2 4
339 Aum ento de riqueza, lleva a deudas, ii.
n os d io el arco apuntado, ii. 3 3 9 247
Arsinoe nom e, i. 253, ii 39 Auriga, i. 387, 390, 391
Arte asirio imitado, y el estilo arcaico, a m enudo una persona de c o n se ­
todavía no encontrado, ii. 294. Ver cuencia, i. 392
E sculturas N im roud y cilindros. A ves de corral, Ver G allos y gallinas,
Arte damasquinado ii. 183, 184, 185 Azada, ii, 19, 22, 25, 26, 27
Arte veterinario en Egipto, ii. 199, 200 em pleada con y sin el arado, ii. 20,
Arte, ii. 310-313 Ver Gusto 27

447
llamado Tóré, y em pleado para la Baldosas vidriadas en Egipto, ii. 320,
tetra M , ii. 26 325.
no tenía cuchilla de m etal al princi­ B alón abombado, e l principio de, c o ­
pio, ii. 26 nocido por los griegos, i. 377
Bálsam o, ii. 38
Banquetes, i. 78
B Banquetes, organizador de, i. 92
B aalbek, grandes piedras de, ii. 333 Baños, ii. 384
m odo de m over grandes piedras de Barba, falsa, ii. 363
la cantera, ii. 350 de dioses, reyes y de individuos par­
Babel (Babilonia), tributo desde, i. 418 ticulares, ii. 363
Babilonia, túnel en forma de arco bajo Barcos de guerra, i. 43 4 -4 3 6 ; ii. 150
el Eufrates, ii. 336 aparejos de, i. 4 3 5 , 43 7 ; ii. 150
estatuas doradas en, ii. 272 de barcos de guardia, ii. 69
manera de llevar a los dioses de, i. de gran tamaño, ii. 1 5 1 ,1 5 2
283 de Sesostris en el go lfo A rábigo, i.
ropajes bordados babilonios y ropas 434; ii. 154
de diferentes colores del N ilo, de la tercera clase, ii. 69
Babilonios, polos, reloj de sol y divi­ originalm ente eran sólo balsas, ii.
sión del día, para los, ii. 353 152
B aco, fiesta de, i. 302 Barqueros de una tripulación, o navio,
parecido de, a O siris, i. 300 Ver Marineros
Bailarines, i. 106 los tim oneles, un oficial de alta ca­
B aile no enseñado a las clases altas, i. tegoría entre, ii. 69
145 Barriles no queridos en Egipto, ii. 190
de H ipodides, i. 145 Barro, después de la inundación, plan­
de los griegos y romano, i. 145, 148 tas que nacen sobre el, ii. 19
enseñado a esclavos, i. 148 del N ilo, Ver N ilo y D ep ósito alu­
m ujeres, v estid a s para e l, i. 148 vial,
pirueta en, i. 148 Bastones, ii. 382, 383
postura, en, i. 148 Bastrago, castigo de, i. 441; ii. 12,237,
sagrados, i. 150 238, 224
B aile, 1 4 3 ,1 5 0 de grandes hom bres, ii. 239
de las clases bajas, i. 149 de mujeres, ii. 238
figuras, i. 1 4 7 ,1 5 0 de trabajadores, ii. 239
gestos en el, i. 143-145, 148 de un c op to en e l C airo, ii. 2 4 0
pasos en el, i. 149 Batallas que se decidían con una lucha
B a ile , ap lau sos m ientras e l, i. 145 cuerpo a cuerpo, i. 384
en el templo, i. 150 Bebiendo de cada uno, i. 92
Bai's, ramas de palma, i. 81 excesos en la bebida, i. 62, 63
B alan ce, ii. 170, 174. Ver E scalas B ecerro de oro reducido a p olvo, ii.
Balanitas. Ver E gleeg 157

448
jarra y vasija, i. 86, 87 B otella sostenida con el pulgar, i. 175
manera de adorar con danzas, i. 150 Botellas chinas, ii. 83, 84, 86
m osaicos, Ver M osaicos, fecha probable de, ii. 86
Becerro dorado, i. 150 B o te lla s, i. 165, 167, 168, 174, 175
Benha-el-Assal, o «Benha de m iel», el y recipientes adornados con hojas,
pueblo de, i. 48 i. 175
Beni Hasan, extraños escudos en, i. 367 B otes, gallardetes de, ii. 147
enanos y personas deform es en, i. aparejos de, ii. 150
215 camarotes de burthen, ii. 149
luchadores en, i. 215, 216 con o sin camarote, ii. 143-145,147,
Benno, pájaro sagrado de Osiris (apa­ 149
rentemente un A ve Fénix), i. 263, con velas adornadas y con muchos
264 co lo res, ii, 151, lám ina 183
Berek. Ver Abrek. construidos con un costillar y poco
Berenice, en el mar Rojo, ii. 264-266 o nada de quilla, ii. 146
B erkel, pirám ides de G ebel, ii. 335, elevados en lugares en la cabeza y
338 popa de, i. 436, ii. 148
Berraco, salvaje, en E gipto, i. 255 hechos de sont, o madera de acacia,
salvaje, c om id o por alguna gente ii. 149
cerca de Damietta, i. 255 lim p io s y b ien lavad os, ii. 149
Bersheh. Ver C oloso motones, raramente si se empleaban
B etún llam ad o sift, o zift, «brea», i. en, ii. 150, 151
418; ii. 289. Ver Rot-'n-n pintados, ii. 147
Biot, reino de Tutmosis fijado por, ii. velas de, com o se arrían y se reco
285 gen, i. 435; ii, 1 4 6 ,1 5 0
B izantino y otros estilos de arquitec­ velero con verga en lo m ás alto y en
tura, ii. 339 la parte de abajo, ii. 146, 148
Bloques, Ver Piedras v e le ro s, tenían una verga en los
Bocchoris el Sabio, un gran legislador, primeros tiem pos, ii. 146
ii. 244 Botín del enem igo, i. 429
B odegas, i. 56-58 Bouquet de vino M areotis, i. 59
Bolsas conteniendo polvo de oro, i. 158 Bouquets en las fiestas, i. 67
Bom ba, ii. 352 entre las ofrendas a los dioses, i. 271,
B o sq u e c illo de T em en os, Ver 272
E xplicación de Frontispicio. Lista B óveda, abovedado, Ver Arcos
de grabados, vol. I. Brazo y hombro, llamadas las «partes
Tem enos, i. 431 elegidas», i. 278
Bote rem olcado en un lago en los te­ B ron ce, dorado, ii. 168, 169, 182
rritorios de una villa, i. 36 armas en Inglaterra. Ver Inglés
con velas hechas de papiro, i. 436, de excelente calidad, i. 158
437 empleado al m enos 2.000 años a.C.,
de lo s m uertos, o B aris, ii. 390 ii. 155

449
escoplo encontrado en Tebas, ii. 181 llamado Sus, com o en hebreo, i. 406
filos elásticos, i. 158, ii. 183 originalm ente desd e A sia , i. 245
herramientas, cóm o templar, ii. 179 C ab eza de las m om ias v ista en el
herramientas para cortar piedra, ii. Cabeza de m edusa com o aquella del
179, 181 monstruo Tifón en Egipto, i. 163, ii.
patina sobre, i i . 182. Ver M etales y 294
M etalurgia Cabeza de un anim al dando a un p o­
B ron ce, o tazas de latón, i. 92, 191 bre hombre, i. 182
em pleo de, ii. 174-178 cortada primero, i. 181, 277
la p ie za m ás antigua, ii. 184, 185 herodoto dice que no se com ía, i.
permitido en, i. 158
183
Bubastis, Tel Basta. Ver Fiestas
im precaciones en, y en la cabeza de
adorado m ás que en ningún otro
turco, probablemente no ex­
pueblo, com o una protección
tendida a cada uno, i. 182
contra las inundaciones, ii.
Ver Enem igos,
17, 236
situada en altares y llevada a la c o ­
B u en o, bondad, i. 345; ii. 395. Ver
cina, i. 183
Osiris
Cabeza de un gallo, ver Thyton.
B ueyes para el sacrifico no necesaria­
Cabeza de vaca en una pilastra, ii. 319
mente libres de manchas negras, i.
C abezas de e g ip c io s, duras, ii. 362
305
Cabezas, de hombre y mujer llevando
lim pios, pertenecientes a Epafo, o
cargas en sus, i. 188
A pis, i. 305
C affass o ram as de palm era, i. 81
B u e y e s y v acas atadas al yu go para
arar, ii. 16 Cairo, M ulkufs en las casas de, foto A ,

B ufones, i. 110, 113 i. 11

B ufones, la afición egipcia por, i. 83, Caja, curioso m od o de cerrar la tapa


110 , 221 de, i. 173, 174
Burocracia en Egipto, ii. 202 Cajas de madera de varias formas de
B u ssy s es lin o , no algodón , ii. 89 adorno, y para la m esa de cuarto de
Buto, fiesta de Latona en, i. 311, 313 baño, i.
Byblus. Ver Papiro. Cajas y m uebles, ii. 1 1 9 ,1 2 0 ,1 2 7 -1 2 9
Byrsa, la ciudadela de Cartago, ii. 110 con asa en form a de zorro, i. 171
un nombre encontrado en el este, ii. con tapa apuntada, i. 164, ii. 134,
110 135
c cubiertas con capas de distintas ma­
Caballería de Egipto, i. 357, 359 deras, i. 173, ii. 135
Caballos exportados desde Egipto, i. de marfil, i. 168
406 de, marfil y ébano, ii. 137
abundante, i. 242 en forma de pavo, i. 171
adornos de, i. 401 m anera de abrirlas, ii. 134, 137
estim ados en Egipto, i. 245 tapas de, ii. 135-137

450
Calasiria, vestid o con franjas que se Cantidad de, en los tiem pos antiguos,
llam a, ii. 108, 355 ii. 276-277
Calasiries (Celasiria), soldados, i. 356, Ver Oro, Riqueza,
357 Carácter alegre de los egipcios, i. 12,
Cálculo decim al y duodecim al, ii. 203 221
Camarote. Ver Botes Carácter de los egipcios, i. 1 2 ,1 3 ,2 2 2 ;
Cambios hechos en la religión egipcia, ii. 2 3 7 ,2 5 5 Ver conquista
i. 346-348 m odos de decir el, i. 221, 222
Cam bises invadió Egipto, i. 327 Carcaj, m odo de llevar el, i. 332
Cam ello no representado, i. 245 Caricaturas de m ujeres, i. 62; ii. 308
Campesinos, m odo frugal de vivir del, Carne hervida a m enudo com ida por
i. 178; ii. 11 los héroes de Homero, i. 184
habilidades agrícolas de los, ii. 11 Carne que se com e sin ser guardada, i.
fiestas de, durante el alto Nilo, ii. 66 1 7 5 ,1 8 4
Ver Festivales gran cantidad de, servida, i. 176
Carniceros afilando cuchillos con ace­
se les arrendaba la tierra del rey y
otras, ii. 12 ro, i. 180, 181
Caronte, origen de, ii. 4 1 3 ,4 1 5
se les permitía cultivar los que ellos
Caipinteros y fabricantes de armarios,
eligieran, ii. 11
ii. 1 2 7 ,1 2 9 -1 3 8
Campo, i. 4 2 9 ,4 3 0
herramientas de, ii. 19-133
Canaán, i. 425
trabajo de, ii. 19-138
Canales llevando el agua a través de
Carreteros, ii. 137
las tierras, ii. 13, 16, 19
Carro con tod o el m obiliario, i. 2 9 6
lados del, con un dique para mante­
algunas v eces sosteniendo tres, i.
ner el agua, ii. 19
388, 390
Canción de Mañeros, i. 107
arco y flechas, y carcaj que colgaba
Canción del Linus, i. 107
del, i. 397
Canción, un solo, i. 102
con muías, i. 4 0 4 ,4 0 5
de los nadadores, ii. 56
del Rot-'n-n, i. 396
de M añeros o Linus, i. 107
dibujo de, en perspectiva, i. 4 0 0 ,4 0 2
Canciones y música después de la cena, el conductor estaba en el asiento de
i. 199 fuera del, i. 391
en el trabajo, ii. 342 el rey solo en su, i. 391
un solo, i. 102 e l rey tenía un «segun do», i. 391
Ver M úsica y canciones, en parte hecho por carpinteros, par­
C an cion es, o cantos fúnebres, a la te por curtidores, i. 397
muerte de personas, i. 107, ii. 408, era de madera, i. 393
410 fabricantes, ii. 137
Cantera, m anera de em pezar una, ii. manera de cen ar y arreos para la
335, 340 guerra, i. 399, 401
Canteras de Siena, ii. 343, 345 no tenía asiento, i. 393

451
para viajar (o plaustrum), i. 4 0 4 ,4 0 5 Castas. Vea C lases.
partes del, i. 395 C astigo de un m iem bro ofen d id o, ii
p olo doblado del, i. 394 241, 244
p ro ceso de hacer un, i. 3 97, 398 de los grandes hom bres ahora en
ruedas del, i. 399 Egipto, ii. 238-239
sosteniendo dos personas, i. 388, de pesadores públicos, notarios, ten­
390 deros y otros por fraude, ii.
tenía sólo dos caballos, i. 401 241, 244
o coche en e l M useo de Florencia, con el látigo y la paliza, i. 2 5 1 ,4 4 1
i. 4 0 5 ,4 0 6 conm utación de, ii. 236
Carro de jugu ete, sustituto de, i. 229 militar, i. 441, ii. 237
Carro de la muerte, ii. 4 06, 411, 413 por adulterio, ii. 237. Ver Asesinato,
Carros de plata y oro, otros pintados, castigos, palos
i. 395
Ver Prevención de un crimen
de los nobles en los pueblos, i. 391
Cathamus, ii. 3 2 ,4 6
de príncipes, i. 390
Cautivos, ver Prisioneros, Ver Enem i­
invitados llegaban en, i. 83, 84, 86
gos
Carruaje con cuatro ruedas, i. 4 0 4
representados asesinados por el rey
para viajar (o plaustrum), i. 404 ,4 0 5
en los muros de los tem plos,
Carruaje con ruedas, cuatro, i. 4 0 4
alegóricos y encontrados en
Carruaje de los Tokkari, i. 413
los m onum entos de lo s pto-
Carruaje, Ver Carroza
lem e o s y lo s césares, i. 4 3 4
C asa en e l M useo Británico, m odelo
representados llevando m esas y si­
de una, i. 2 4 ,2 5
llas, y con sandalias, i. 78,
Casas, planos de, i. 21, 23
79; ii. 320, 366
buscaban el fresco en sus, i. 1 5 ,1 6
Caza, i. 2 2 3 ,2 2 5 , 229, 232, 235
de ladrillo sin pulir, i. 16
de sacerd otes, lujosas, i. 17, 340 en los cam pos de los nobles, y con
dormían en verano en los tejados de, que limitaban un espacio
i. 17 para la, i. 224
en Kamak, i. 25 pasatiem po favorito, i. 223
grandes, i. 30, 35, 3 7 ,4 0 C aza, m o d o de la, i. 2 2 9 , 2 3 2 , 235
irregulares en la planta, i. 21, 39 Cazadores, i. 224, 226, 229
pequeñas, i. 24 de la tercera clase, Ver Tercera cla­
pintadas, en Grecia, ii. 311 se
planos y núm ero de pisos de, i. 18 Cebada, ii. 31. Ver T rigo y C erveza
restos de, i. 21 Cebollas, i. 178-180
tumbas y tem plos pintados, ii. 323- error con las, i. 178
325 historias con, i. 179
C asco, i. 384, 385, 386 ofrecid as y com id as, i. 3 4 1 -3 4 3
con cresta, de A sia, i. 386 un m odo particular de presentar, i.
Casitidas, ii. 155, 157 342-343; ii. 394

452
Celebración del cum pleaños del rey, i. Cerveza, los hom bres se emborracha­
295 ban con, i. 64
Celebración del cum pleaños del rey, y llam ada vin o de cebada, y zythos
de Tifón, i. 295 (zythus), i. 63-65
C eltas no encontrados en E gipto, ii. ofrecida, i. 280
188 Cestas para fruta cuando se recolecta­
Cena, m odo de, i. 177 ba, i, 53
Cena, se sientan alrededor de una m esa Cetro hereditario, i. 328
redonda a la, i. 1 7 7 ,1 9 2 ,1 9 3 de las reinas, i. 290
al atardecer, i. 8 3 ,1 8 4 , 190 Cetros de O siris, i. 271, 2 80; ii. 420
núm ero de platos a la, i. 177, 191 C ilindros m uy antiguos en Egipto, y
ocupación de los invitados antes, i. no adaptados de los asirios, ii. 376
86 Cím balo, i. 109-110
preparación de, i. 175
Cim itarra, sh opsh, o khopsh, i. 380
Cerbero, ii. 4 1 5 ,4 1 6
C in c e le s, ii. 132, 133. Ver Bronce.
C erdo sacrificad o a la luna, i. 301
Cinco clases de egipcios, no castas, i.
a Tifón, i. 341
334; ii. 10
carne de cerdo aborrecida por los
siguiendo a Herodoto, Diodoro,
sacerdotes, i. 340, 342
Estrabón y Platón, ii. 9, 10
com ido algunas v eces por los egip­
C lases militares, i. 354-355
cios, i. 341
bandas de m úsica, i. 114
en los cam pos, ii. 2 7 ,2 8
castigos, i. 441
figura en pasta de, ofrendada por
m úsica, i. 114-116
gente pobre, i. 410
Cobre, em pleo de, o Bronce, ii. 175,
m uy raramente encontrados en las
181
esculturas y nunca antes de
minas de Egipto, ii. 178. Ver bron­
la X V III dinastía (ilustra­
ción), ii. 27 ce.
tratamiento de, no mantenido en po­ Cocina, i. 185, 186
cilga, i . 339 Cocinero, Ver Panadero.
Cerem onia de matrimonio y contratos Cocineros, i. 1 8 0 ,1 8 4 ,1 8 9 Fabricantes
no encontrados, ii. 251 de vinos, ii. 137
con hermanas, ii. 252 Cocodrilo, m odo de cazar, i. 2 5 2 ,2 5 3 ,
Ceremonias de Egipto, i. 281-303,311- 255
316 aborrecidos en A pollinópolis,
lo s e g ip c io s le s gustaban, i. 281 Dendera, y Herakleópolis, i.
otras, i. 294, 300, 302 253
Ceres e Isis, i. 312 atacado por lo s Tentyrites, i. 253
lobos condujeron a un sacerdote al c o m id o s en A p o llin ó p o lis, i. 252
tem plo de, i. 314 huevos del, i. 254
C erveza p elu sian m uy fam osa, i. 64 juguete, 209
lentejas, i. 177 m odo de atacar del, i. 254

453
m ovim iento de la mandíbula infe­ palmera y otras, ii. 316
rior, i. 208 variedad de, en la misma habitación,
tamaño, i. 254 ii. 329, 330
un animal tímido, i. 253 Collares, ii. 374-375, 276
venerado en algunos lugares y odia y joyería com o ofrenda en e l tem ­
do en otros, i. 253, 350 plo, i. 274
y e l troquilo, i. 254 Nectanebo, i. 327
C oco d riló p o lis, Ver A rsin oc. Ver Comerciantes no se les permitía terciar
Athribis. en política, ni tener más de una pro­
C odo, ii. 286-289 fesión, ii. 72
de la m ism a m edida en épocas dis­ Com ercio de Egipto, ii. 1 5 6 ,2 6 2 ,2 6 3 ,
tintas, ii. 287 266
del nilóm etro, ii. 287-289 de un padre generalm ente conti­
Codornices, numerosas, i. 245 nuado por el hijo, ii. 72
C oles que se com ían para animarles a C om id a cocinad a, i. 184, 185, 190
beber, i. 63 Comida, i. 176-178
Color de lo s tem plos, ii. 3 1 4 ,3 2 3 ,3 2 4 de los aldeanos, i. 177; ii. 11
de estatuas, ii. 312 de lo s pobres, sen cilla y barata, i.
C oloreado y tejas barnizadas, ii. 321, 190; ii. 247, 339
325 de lo s pobres y pastores, ii. 2 0 0
C olores, naturaleza de sus, ii. 300 C om ités nunca responsables, ii. 328
aplicado a la madera en una capa de Con capas de maderas exóticas, i. 29-
estuco, ii. 129 30; ii. 1 3 3 ,1 3 4
gusto en la organización de, ii. 326 C o n fesió n de lo s m uertos, ii. 228
Coloso en una almádana, en el Bersheh, Confiteros, i. 184, 187
ii. 3 4 1 ,3 4 2 Ver Frontispicio en vol. Conmutación. Ver C astigos
ii. Conquista de un país no cam bia el ca­
C olosos. Ver Estatuas. rácter de la gen te, i. 36; ii. 255
Colum na derribada por uno de los in­ Conquistas de los egipcios, i. 3 2 6 ,4 1 1 -
vitados a una fiesta, i. 156 439
sosteniendo una estatua, no de buen Constructores de botes de dos tipos, ii.
gusto, i. 32 138
Colum nas, ocho órdenes de Egipto, ii. Convento, o colegio de mujeres, i. 339
3 1 8 ,3 1 9 Conversación considerada el encanto
cariátide de la Osiride, ii 319 de la sociedad, i. 156
cuadrada, o pilares, las más antiguas, Copto, negándose a pagar im puestos,
ii. 314 historia de, ii. 240
de nuestras casas actuales, i. 31 Coptos, alfarería de, ii. 125
delgada, alcanzando lo alto de una Corbag, látigos, i. 251
casa, i. 31, 32; ii. 319 Cordero no se com ía en Tebas, i. 176
en forma de polígono, ii. 315-317 no lo com ían los sacerdotes, i. 342
m edio tímpano de, ii. 317 Coristas, i. 102

454
a m enudo ciegos, i. 1 0 4 ,1 0 5 fa lsa s esm eraldas de. ii. 78, 79
Coro de muchas personas, i. 102 falsificacion es de piedras precio­
Corona del alto y bajo Egipto (llam a­ sas, ii. 75, 78. Ver Piedras
do Pshent), i. 2 7 1 ,2 8 3 , ii, 4 0 2 ,3 5 9 preciosas,
puesta en la cabeza del rey por los los egipcios son fam osos por dis­
dioses, i. 290 tintos tipos de, ii. 75
puesta por el rey, i. 287 m osaicos de pinturas en Venecia, ii.
Coronación. Ver Rey. 76, 78
Corredores, i. 86 mostraban un avance en el lujo, ii
Corridas de toros, i. 2 2 0 , 3 15, 316 80
Cortesía antes de las com idas, i. 197 porcelana coloreada, ii. 81-87. Ver
C o selete de lin o de A m asis, ii. 9 6 Vitrificado
C oselete, o abrigo, i. 386, 387 lámparas, ii. 87-88
bronce, escalas de, con e l nombre C rótalo, o palm eros. Ver Palm eros.
de Sheshonk (Shishak), i. 388 Crótalos, o badajos, i. 109, 110, 138,
de A m asis, con hilos de oro, ii. 97, 139, 145, 311
98 em pleados en danzas, i. 145
de colores, i. 386, 387 Crueldad de lo s asiáticos, i. 13
Credulidad, reacción de, i. 222 actos ocasionales de, i. 433
injurias producidas por, i. 343, 346 no se practicaba normalmente por
Crianza de aves, gran entretenimiento, lo s e g ip c io s, i. 13, 4 29, 4 3 3
i. 245 Cruz, signo de la vida, i. 291
Criminales. Ver Castigos. Ver Bastonazo Cuarta clase, miem bros de, ii. 10, 71
cuando no son transportados, ii. 242 Cucharas, i. 1 9 4 ,1 9 6
Cristal, em pleado en botellas, y alfa­ Cuchillo semicircular, para cortar piel,
rería, ii. 76 ii. 121
abalorios, ii. 79-80. Ver Abalorios, C uchillos de piedra. Ver Piedra y m e­
abalorios con el nombre de Am un- tal
m-het, ii. 74 Cuentas, ii. 79, 80, 374, 375
botellas, ii. 76, 85 Cuerda, instrumentos de una, i. 134-
b o tella s de varios colores, ii. 78 135
botellas guardadas en fundas, ii. 82- Cuerdas de tripa de animal de una lira
83 y otros instrum entos, i. 128, 131,
coloreadas, ii. 7 5 ,7 8 , 8 0 ,8 1 ,8 2 , 87 132, 134
coloreadas imitando los cristales de Cuerdas de tripas de gato, i. 21, 128,
murrano, ii. 87 1 3 0 -1 3 1 ,1 3 4
cortada por el diamante, ii. 82 limitadas a tres, muestra una m ejo­
cortada y casta, ii. 82 ra en la m úsica, i. 94
de m uchos colores que se intenta m odo de acortarlas, con un cuello,
ron lograr en V enecia, ii. 76 i. 94
descubrimiento o invención de, ii. no de alambre, i. 134-135
75 C uernos para instrum entos, i. 115

455
Cuero, curtido, ii. 110 Deidad, división de, por sus atributos,
cortadores de Tebas, ii. 110 i. 345, 347
corte circular de, ii. 110, 111 unidad de, i. 345
cuchillo semicircular para cortar, ii. ’D elta, p u eb los del, com o islo tes du­
121 rante la inundación, ii. 16
curtir el, ii. 119-120 el agua y la tierra aumentan m enos
del tiem po de Shishak, ii. 119-120 en el, ii. 16, 18
doblado y unido, ii. 121 Dentistas, ii. 385
em pleado com o papel de escribir, ii. Descubrim ientos e inventos a menudo
116-117 con secu en cia de la casualidad, ii.
gran uso de, ii. 123 101
objetos hechos de, ii. 119-120 D esierto, lím ite del, cultivado, ii. 29
p ie le s cuidadas para, ii. 119-120 Deudas, ley e s de, ii. 2 4 5 ,2 4 6
Cuerpo del ejército con carro, i. 387, aumento de lujos y afición por la
3 9 1 ,4 0 6 im itación, ii. 2 4 6 ,2 4 7
Cuerpo, razón para preservar el, ii. 418 dio la tumba de un padre com o pago
Cultivos, varios, ii. 29, 31, 36, 52, 63, por, ii. 2 4 6 ,4 1 4
56. Ver Plantas. no arresto por, ii. 245
Curtidores y zapateros, ii. 19-123 D iablo, ii. 4 1 0
Cush o Etiopía, i. 4 2 4 ,4 2 6 Diana, Ver Pasht
Cutch, agrupación de gente de, i. 383 D ías del Epact, los cin co días que se
Cyperus, varias clases de, ii. 113 añaden a los 360, i. 281, ii. 2 8 2 ,2 8 4
Chacal, i. 238, 257 y noche dividida en 12 horas, ii. 353
C hevron, adorno de E gipto, ii 323 Dibujo, estudiado en Francia, ii. 307
Chico. Ver N iño y escultura precedida por la escri­
tura, ii. 302
Dibujos hechos en trozos de piedra, pi­
D zarra, ii. 116-117, 308-309
D ados, i. 207, 208 D id o y e l escondite del toro, ii. 110.
Damietta, jabalí com ido por gente cer­ Ver Byrsa.
ca de, i. 255 Dinastía tebana, i. 324-325
Darabooka, i. 1 0 3 ,1 0 8 D in astía tebana, i. 3 2 5 . Ver Saite.
D arics, m onedas de oro, ii. 172, 173 siglo xviii, i. 326
Darío introdujo las leyes en Egipto, ii. D in astías y reyes de M en fis, i. 3 2 4
257 D inero, ovejas y b u ey es valorados
D avid bailó, i. 150 com o, ii. 137
oro y plata almacenado por, ii. 272 antes tom ados por el peso, ii. 170
D e un solo palo, i. 217, 218 en añillos, ii. 171
Decoración llevada por las mujeres, ii. la acuñación más antigua, ii. 172
371-381 Ver Oro, Ver plata,
D edos del pie, una tira sujeta entre los, persas, la primera moneda en Egipto,
ii. 122 ii. 172

456
D iosas con varios nombres, en distin­ Educación de los sacerdotes y otras cla­
tos países, siendo las mismas, i. 351 ses, i. 339, 340
D ioses de Egipto, i. 3 4 5 ,3 4 6 ,3 4 8 ,3 4 9 de la ju ven tu d , estricto, ii. 2 5 4
adorados en Egipto, i. 349 E g ip cio , Ver Bordado. Ver Q uím ica,
de diferentes ciudades, i. 349, 350 arquitectura, ii. 313-338
figuras de los i 346 arquitectura pintada, ii. 323
naturaleza, i. 350, 351 arte, ii. 293
D ioses naturales, i. 350-351 colores, ii. 325, 326
diosa, i. 351 dibujos en panel, ii. 310
los principios vivificadores de, i. esculturas de un nuevo estilo de
350-351 Ram sés III, ii. 305
D ioses, d ivisión de, en varios atribu­ esculturas e n bajorrelieve, ii. 3 0 4
tos, i. 345 escultura, renacim iento de, ii. 2 9 8
espíritu de, era N ef, Un Núm o Nub, escribas con una pluma tras la ore
i. 345 ja, ii. 307
o diosas, con varios nombres, i. 347 e scrito s y b o ceto s, ii. 309, 3 1 0
D iques, ii. 1 3 ,1 5 ,1 8 estatuas, ii. 304
castigos por dañar los, ii. 15 figuras a m enudo espíritus, ii. 3 0 0
v ig ila d o s por guardianes, ii. 15 figuras dibujadas en cuadrados, ii.
D iseño decorativo, ii. 321 298, 299
trabajos de artistas fam osos, ii. 313 hilo, ii. 101
D ivanes, i. 68 ley es, santidad de los ancianos, ii.
D iv e rsio n es de lo s e g ip cio s, i. 221 255
Doctores, ii. 385-387 lo s que crean la ley, ii. 254
tom ando el pulso, ii. 387 pintores y escribas, ii. 307, 3 0 8
D om , o palm era de Tebas, i. 66, 67 templos, elem entos escultóricos en,
fruto de la, com o nuestro pan de jen­ ii. 328, 329
gibre, i. 66 Vfer Arquitectura.
nuez fruto de la planta del, i. 66; ii. Egipcios, carácter de los modernos, i.
3 9 ,1 3 2 12; ii. 237, 255
D oora, pan de, i. 190; ii. 11, 32, 36 aficionados a la variedad, i. 6/; ii.
arrancado de raíz y cortando la ca­ 330
b eza con un instrum ento cor­ aficionados a las cerem onias y a la
tante, ii. 64, 65 pompa religiosa, i. 281
Doqáq, para lavarse, en lugar de jabón, a ficion ad os a las flo res, i. 30, 67
i. 197 aficionados al vino, i. 63
Dorado, ii. 166-169 daban estu co a los m uros, ii. 3 2 4
Doura. Ver Dora deficientes en gusto, ii. 296, 301,
304
dibujaban animales mejor que hom ­
E bres, ii, 300
E dificios, Vfer Arquitectura. e l primero que enseñó que el alma
los m ás antiguos hechos de piedra de un hombre era inmortal,
caliza, ii. 339 ii. 417

457
empleaban el dorado, ii. 326 inocentes de una crueldad enorme,
evitaban la uniformidad y estudia­ Ver Crueldad, Ver H um anidad,
ban la variedad en su arqui­ gobierno originario, jerarquía, i. 325
tectura, ii. 329, 330, 331 se pensaba que era una gente m e­
gratitud de los, ii. 255 lancólica, i. 12
habilidad de, en dibujar líneas, ii. una raza caucásica, i. 320
307 vinieron a E gipto com o conquista­
tenían só lo una mujer, i. 15; ii. 252 dores, i. 321
lápices y p inceles, ii. 308 Egipto, antigüedad de, i. 1 3 ,1 4
le s gustaba m ucho su país, ii. 255 algunos pueblos localizados en los
mantenían sus viejas costumbres, i. bordes del desierto, i. 323,
237 324
no alteraban su estilo de pintura, y Alejandro conquista, i 327
estaban som etidos a reglas A m es (o A m osis) se convirtió en rey
fijas, ii. 295, 298 absoluto de, i. 21, 324
no les gustaba la novedad en obje­ cristal. Ver Etruscans
conquistado por C am bises, i. 327
tos sagrados, ii. 295, 297
de extensión limitada, i. 321
no se reclinaban en las com idas, i
d in astías de lo s reyes de, i. 3 2 4
68
divisiones de, en distintas épocas,
«sabiduría de lo s» , i. 3 43. ii 2 2 9
ii. 257, 258, 259
se sentaban en sillas, i. 68
duró com o nación dominante y
tenían colum nas de distintos estilos
asentó el gusto por el arte, ii.
en el m ism o lugar, ii. 329,
286
330
emblemas y coronas del A lto y Bajo,
tenían el guilloche, chevrón y otros
i. 271, 283, ü. 357, 359
m odelos desde m uy tempra
extranjeros confinados en ciertas
no, ii. 323
partes de, ii. 259
tenían vasijas m uy elegantes, pero
fam oso por las plantas m edicinales
generalm ente deficientes en
y las drogas, i. 60, ii, 386
gusto y m uy inferiores a los historia de, i. 324, 327
griegos, ii. 127 llam ado «el m undo», ii. 255
«tod os igu al de n o b les» , ii. 394 los pastores invadieron, y fueron ex
victorias y poder de, Ver Conquistas, pulsados de, i. 324, 326
Egipcios, origen de, i. 320, 321 maderas extranjeras importadas en,
asentaron varios pueblos al borde ii. 131
d el desierto, i. 3 2 3 , 3 24, 325 M en es, e l prim er rey de, i. 3 2 4
carácter de, i. 1 2 ,1 3 , 221 nom os o provincias y lím ites de, ii.
hábitos sociales de los, i. 1 2 ,1 4 ,1 5 , 257
154 pérdida de todas las conquistas en
intranquilos bajo gobernantes e x ­ A sia, i. 327
tranjeros, i. 328 plantas y árboles de, i. 67

458
pueblos del antiguo Egipto, i. 321 E gleeg, o Balanites, árbol, ii. 39, 50,
población de, i. 322 51, 127
producción, ii. 10, 11 E glon, rey de M oab, i. 22
producción mayor en los viejos «Egyptian», flores artificiales llam a­
tiem pos, pero capaz de pro­ das, i. 67
ducir m ás ahora, i. 322 Eje de un carruaje, encontrado, i. 4 0 6
produjo poca madera para adornos, Ejes, ii. 102, 105
ii. 127 E l que sosten ía e l abanico del rey, i.
recuperado por reyes egipcios, i. 327 2 9 7 ,2 9 8
romanos en, i. 328 investidu ra de un oficia l, i. 2 9 7
se convirtió en zona com ercial Elasticidad del bronce, i. 164, 379; ii.
después de la caída de Tiro 182
y la construcción de
Electrum, m onedas de, ii. 172
Alejandría,ii. 154
Em balsam ad ores, ii. 138, 4 12, 4 2 6
sin grandes usurpaciones de tierra
Em blem as ofrecidos, i. 274
en, i. 323
sagrados y otros, i. 271
tolom itas en, i. 327
Em igración no siempre acaba con los
tenía etíopes, libaneses y otros bajo
habitantes originarios, y nunca con ­
su poder, i . 322
quista, i. 12; ii. 255
tiene más terreno cultivable ahora
Enanos y personas deform es al servi­
que antes, i. 323
cio de los nobles, i. 214, 215
tratamiento de las mujeres en, i. 14;
Encaustum, los colores quemados en,
ii. 251
ii. 85
una v ez dividido en distintos reinos
E nem igos africanos de Egipto, i. 4 26,
independientes, i. 324
427
Egipto, botes, Ver Botes,
E n em igos asiáticos de Egipto. Ver
bajo los romanos, ii. 261
E nem igos
conocido en el extranjero por sus
manufacturas, ii. 277. Ver Enem igos de Egipto, asiáticos, i. 411,
agricultura, 4 1 2 ,4 3 0
exportación de, ii. 2 61, 2 6 2 , 286 africanos, i. 424, 425, 426
inform ación griega en lo que se re­ cabeza de representados en venta­
fiere a, imperfecta, ii. 259, nas, i. 78, ii. 320
428 heridos, i. 393
o ficios en, en distintas épocas, ii. E nem igos heridos, i. 393
259 Entremeses para abrir el apetito, i. 184
riqueza de, ii. 267, 268, 271 Ver tri­ Entretenimientos dramáticos griegos,
buto i. 110
vinos de, ii. 267, 268, 269 Envoltura de las m om ias, ii. 436, 437
Egipto, influencia de, en Grecia, i. 11 E pact, lo s c in c o días de, Ver D ía s
influencia de, en civilizaciones tem­ tercer día del, cumpleaños de Tifón,
pranas, i. 13 i. 296

459
Epafo, buey perteneciente a, i, 251. Ver u sado co m o paraguas, i. 83, 85
A pis. Escudos de los egipcios empleados por
Erizo, i. 2 3 8 ,2 4 0 ,2 5 6 los griegos para encender fuego, i.
Escalas para medir, ii. 157 365
ora, ii. 173, 174 hecho con piel de hipopótamo y c o ­
Escarabajo, i. 268 codrilo, i. 240
Escarabajos, ii. 3 7 6 ,4 3 5 ,4 3 7 Esfinge, i. 2 3 7 ,2 5 9
Esclavo negro portando un plato, i. 151 E sfinges, ii. 323, 349, 358
Esclavo, una mujer negra, sostenien­ Esm altado en oro, ii. 85
do un plato de la manera en la que Esmeraldas, falsas, en cristal, ii. 78-79
las m ujeres africanas lo hacen ac­ grandes estatuas de, ii. 78
tualmente, i. 151 Espadas y dagas, i. 3 7 7 ,4 4 2
E sc la v o s b lan cos y negros, Ver de Putiphar, ii. 251
E sclavos se decía que dirigía la casa, ii. 251
pudín hecho en Egipto, i. 181 Espejos de metal, ii. 381, 382
Esclavos, blancos y negros, i. 4 39,440; Esposa, los sacerdotes y otros egipcios
ii. 253 tenían sólo una, i. 5, ii. 252
caucásicos, com o los modernos cir­ Esposa, significado en el jeroglífico, i.
casianos, i. 441 341-342
lo s ju d ío s tam bién tenían, i. 4 4 0 «Esposa» y tejido, ii. 101
niños de, ii. 253 Establos, i. 41
tráfico de, costumbre en aquellos Estándar de los eg ip cio s, i. 361, 362
días, i. 440 E staño, pronto em plead o en, ii. 154,
tratamiento a, i. 440 155
Escorpión, i. 267 buscado en Inglaterra por los feni­
Escritura para mostrar el carácter, i. cios, ii. 155, 156
222 encontrado en España incluso aho­
Escritura, todo hecho por escrito, ii 194 ra, ii. 156
Escrituras, m od o de realizar, ii. 247 llevado a la isla de W ight com o un
forma de, para la venta de una pe­ depósito, ii. 156
queña propiedad, ii. 2 4 8 -2 5 0 llamado kassiteros en griego, y kas-
número de testigos para, ii. 2 4 7 ,2 5 0 tira en sánscrito, ii. 154
E scudo de los egipcios, i. 365 Estatua en una colum na, no de buen
alm ena en form a de, i. 34, 4 3 0 gusto, un ejem plo de inadaptabili-
cubierto de piel, i. 365 dad, i. 32
forma y asa de, i. 365, 366 en una almádana en El Bersheh, ii.
forma cóncava de, i. 366 341, 342
honda en la parte de atrás, i. 366 Estatúas de griegos, algunas tan gran­
je fe de, i. 367-368 des com o las de Egipto, ii. 333-334
un m odelo grande, i. 365 de gran tamaño, no de buen gusto,
un m odelo ligero, quizás extranje­ i. 32
ro, i. 367 en Tebas, ii. 343, 347

460
grandes, ii. 343, 344, 3 4 8 , 349 de Korayn, llamado Amaree, ii. .50
pintadas, ii. 3 1 2 ,3 1 3 mantener las, i. 192
tempranas, ii. 302, 303 F enicios com erciaban con esclavos, i.
Ver Estatuas griegas, Ver H érm ae 440
E stilo perpendicular que abandonó la cambiaban manufacturas por esta­
variedad de la original arquitectura ño, ii. 157
apuntada, ii. 330 comerciaban con estaño, ii. 154. Ver
Estimulantes para beber, i. 63 estaño
Estrato nitroso, en la tierra, ii. 20 comercio de, ii. 154-157. Ver España
E stropajos o abatanadores, ii. 124 y Oro
Etíopes, tributo de, i. 426 competencia comercial por el, ii. 154
E tiop ía, Júpiter entrando en, i. 283 doblaron e l Cabo de Buena
d ioses refugiándose en, i. 283 Esperanza, ii. 153
una princesa de, yendo con un rey fueron a Inglaterra para buscar e s­
egipcio, i. 4 0 4 ,4 0 5 taño, ii. 154-156
E truscos, griegos y asirios tenían al­ los grandes navegantes de antiguo,
gunas botellas y vasos de Egipto, ii. ii. 152
7 7 ,7 8 F énix, ave, aparentemente el Benno, i.
Europa tenía una población indígena, 265
i. 320 F estiv a les, i. 2 8 0 -2 8 7 . Ver F iestas
Europeos distintos de los asiáticos, i. Sagradas
320 de la recolección, i. 297
E x ceso s con la bebida en hom bres y relacionadas con la agricultura, ii.
mujeres, i. 62, 63 66, 67, 68
com iendo y bebiendo, i. 183, Fiesta de Diana en Bubastis, i. 311,312
Exhortación de Trimalquio en su fe s­ de Isis en Busiris, i. 311, 312
tividad, i. 198 de lámparas ardientes, ii. 87
Extrem os del mundo donde están los de Latona en Buto, y de Marte en
m ayores tesoros, ii. 269 Papremis, i. 311, 313
E xvotos, ii. 389 de Minerva, o Neith, en Sais, i. 311,
F 313
Fabricantes de ataúdes, ii. 137-138 del sol de H eliópolis, i. 311, 313,
Fabricantes de vinos, ii. 137 316
ocupación de, ii. 189 de Thoth, i. 314
Faraón, Ver Phrah. en honor de la hija de Mikerino, i.
Fauteuil del dueño de la casa, i. 155 314
algu n os anim ales de com pañía Fiesta, Ver Invitados,
atados a la pata de un, i. 155 Fiestas de fuerza y destreza, i. 212,216,
Fauteuils, i. 70, 71, 72 218
F auteuils, m uy decorados, i. 70, 71 de agilidad, i. 1 9 9 ,2 0 0
Fecha del vino, i. 66 F iestas, num erosas en todo el año, i.
Fechas, i. 65 311

461
c o n la luna lle n a y nueva, i, 314 cultivadas en Egipto, i. 67
de los aldeanos del alto N ilo, ii. 66. del tipo em pleado para coronas y
Ver Festivales guirnaldas i. 67
otras, i. 316. Ver Sagradas en las pinturas, ii. 49
F ig l (o R aphanus), i. 177, 2 7 3 , 341 estantes para, i. 89
Figura humana, Ver Figura. guirnaldas, i. 67, 89
Figura, proporciones y m odo egip cio «inmortelles» localizadas en las tum­
de dibujar lo s humanos, ii. 2 9 8 ,2 9 9 bas, ii 412
F igura, Ver P ie s, e l estándar por la llevadas com o parte de un tributo
F iguras en m adera de O siris en una extranjero, i. 67, 4 1 6 .
m esa, i. 1 9 7 ,1 9 8 m esas decoradas con, i. 67
Firmán, u orden social, costumbre de muy em pleadas, i. 30, 67
besar, ii. 230 presentadas a los invitados, i. 88-91,
F ísic o , origen d el dich o, «un lo c o o 151
uno, buscando a 40», ii. 387 presentadas com o ofrendas, i. 271-
Flauta, aversión de M inerva por la, i. 273
136-137 y plantas de Egipto, de Plinio, ii. 38-
Flauta, longitud de la egipcia, i. 136- 44, Ver plantas
137 Fortificación, sistem a tradicional de, i.
antigüedad de la, i. 135, 136-137 430
de hueso, madera o marfil, i. 136- Franjas en vestidos (a veces cosidas),
137 ii. 108, 356. Ver V estidos con fran­
no permitida en los ritos de Osiris y jas
Anubis, i. 139 Frutas en cestas, i. 53
Flechas, longitud de, i. 370 recolección, i. 50, 51, 53, 54
Arsinoë, en el mar Rojo, ii. 263,264. Frutas en los altares, i. 273
con cabezas de piedra, empleadas Fuelles que funcionaban con los pies,
también por los griegos y i. 188
otros, i. 370, 373 Funerales de reyes, ii. 403
de cafia, i. 371. 372; ii. 41 algunos grandes, ii. 403-411
disponible, i. 369, 371 Funerales, ii. 403
terminadas en metal, o con piedra, Fyoom o nom e deArsinoite, i. 59. 240,
i. 233, 370 258, 321
o Crocodrilópolis, i. 324 extremidad de, artificialidad, i. 324
Flor ofrecida para los bouquets del res­ quedan viñedos en los lindes oestes
to de la gente, i. 156 de, i. 59; ii. 29
de loto, i. 49 jab alíes encontrados en, i. 258
jardín, i. 48, 67
Flores artificiales, i. 67
Flores, com o em blem a, i. 271 G
afición por las flores, i. 30, 67 Gacela, i. 2 2 5 ,2 2 7 , 230, 231, 234-236,
artificiales, llamadas «Egyptian», i. 238, 258
67 Gaita doble, i. 138, 139

462
em pleada en m úsica sagrada, i. 139 aritm ética y astronom ía, ii. 353
Gaita, los eg ip cio s, m uy antiguos, i. creada en Egipto, ii. 278, 281
136-137 Gladiadores no em pleados en Egipto,
de caña y paja, i. 13 6 -1 3 7 ,1 3 8 -1 3 9 i. 221
doble, i. 138 Granada, i. 4 6 ,6 4 , 6 7 ,2 6 9
doble, estaba entre los instrumentos Grandes bloques de piedra, Ver piedra
sagrados, i. 138-139 Graneros, i. 24, 4 1 , 42, 43; ii. 56, 59
doble, del m oderno Egipto, o con techos abovedados, i. 4 1 ,4 2 ,4 3
Zummara, i. 138 G ranito, d ificu ltad de cortar, ii. 180
inventada por O siris, i. 136-137 im itación de, ii. 325
Gaitas de Abruzzi, i. 139 muros con, ii. 325
Gaitas y flautas al principio m uy rudi­ no se corta y se puede trabajar cuan­
mentarias, i. 94
do es m enos duro, ii. 180
G allos y gallinas, no represenados, i.
pintado, ii. 324
384
uso temprano del escuadrado, ii. 320
originarios de A sia, i. 245
Grano, abundancia de, ii. 11
G anado de distintas c la ses, i. 2 4 2
de «seis años d e abundancia», m os­
a cuenta, entregado a un pastor, ii.
trando la abundancia de, ii.
2 0 4 . Ver pastores. Ver vigilan tes
11
alimentado en un establo, i. 38; ii.
exportado y perteneciente a los al­
63
m acen es d e l gobiern o, ii. 11
marcado con acero caliente, i. 229,
Grano, cerdos y otros anim ales, ii. 19,
230
Ganso y vaca, alimento m uy em plea­
20 , 21
do, i. 76 Grasa em pleada para m over grandes

em blem a del dios Seb, i. 264 piedras, ii. 343


Ver A bisinios Gratitud de los egip cios, ii. 255
y dios del Sol, de Egipto, encontra G recia tom ó de E gipto, ii. 2 9 5 , 316
do en recipientes griegos. influencia de Egipto en i. 1 1 ,1 4 , ii.
Ver Recipientes. 294
Gastos de los egipcios, lo necesario, ii. Grecia, pinturas de, ii. 311, 312
246. Ver Comida en sus orígenes, cuando Egipto era
Gato em plead o com o d evolu ción , i. una nación líder, ii. 294
247, 249 G riegos reclam ando descubrimientos
sagrado, i. 257 de otros, ii. 127
salvaje, o chaus, i. 241, 257 conocían el arco pero no lo em ple­
G avilla agrupada, ii. 61 aban en lo s e d ific io s, ii. 336
Gente, distintas obligaciones que de­ consideraban la m úsica un acompa­
bían hacer, i. 13 ñam iento n ecesario, i. 103
Geografía, en los libros de Hermes, i. copiaban de los bárbaros que eran
288 más bellos y los hacían su­
Geometría, i. 339 yos, ii. 322

463
debían a A sia los instrumentos con­ Hacha de batalla, i. 381, 382
cuerda, i. 121 con aleación de bronce y funda de
no copiaban objetos naturales com o plata para la em puñadura, i. 383
ornamento, ii. 321 Hacha o m achete em pleado en guerra,
tenían el pelo largo, ii. 361 i. 380, 381, 444
vasijas, mucho mejores en gusto que con la cuchilla de metal, em pleado
las de los egip cios, ii. 127 sólo por los cam pesinos, ii.
Guantes, i. 283 27
traídos por el Rot-'n-n. i. 418 Hacha, i. 380, 381, 442; ii. 133
Guardias a las puertas de un cam pa­ Halconería, no hay ejem plos de, i. 232
mento, i. 429 H alfeh o Poa, hierba, i. 67
no tenían protección, i. 428 Harpocrates, con e l dedo en su boca,
Guardias reales, i. 356 no en silencio, ii. 208 .
Guerras de lo s e g ip c io s, i. 4 11, 439 ii. 67. Ver Horas.
Guerrra, preparación para, i. 426-427 o reproducción en disolución, ii. 413
m od o de ataque en, i. 4 2 7 -4 2 8 Hathor, vaca o vaquilla em blem a de, i.
vuelta de la armada de la, i, 292,438, 274, 2 7 7 ,3 1 4
439 el Persea, el árbol sagrado de, ii. 422
G uirnaldas de flores, i. 6 8 , 89, 90
Venus de Egipto^ i. 351
G uirnaldas o coron as, i. 67, 89-91
H eliópolis, vino no llevado al templo
Guirnaldas, i. 47 -4 9
en, i. 61
Guirnaldas, num erosas, i. 67
M n evis, e l toro sagrado de, i. 303
de belladona en Egipto, ii. 45
Ra, el sol, era el dios de, i. 3 1 1 ,3 1 3 ,
Guitarra de ties cuerdas, i. 9 4 ,9 6 ,1 3 2 ,
315, 349; ii. 346
133
se dice que fue fundada por árabes
chitarra, kithára, i. 133, 138
o una raza sem ítica, i. 319
conocim iento que se requería para
Henneh, ii. 380
la creación de una, i. 94
H eracleópolis, i. 254
un instrumento encontrado en Tebas,
Hermae de Grecia no el origen de e s­
i. 134
tatuas, ii. 303
Gusla de M ontenegro, con una cuerda,
Hermes, libros de, i. 288; ii. 281. Ver
i. 134
M edicina.
Gusto, ii. 3 2 1 ,3 2 2 . Ver Inaplicabilidad,
o M ercurio, ii. 256. Ver Thoth
desarrollo de, ii. 326-328
Herm otibies, soldados, i. 356
Héroes, no honores divinos pagados a,
H i. 346
Habitaciones isabelinas, i. 68 H erram ientas de m etas de E gip to y
H ábitos prim itivos que se habían fija­ Europa de distin to tipo, ii. 187
do antes de que la gente su hubiera piedras empleadas antes en lugar de
asentado, i. 15 brazos y herramientas, ii.
m ontañas en e l desierto, i. 239 186
Hacha de armas, i. 382 Hiena, i. 224, 2 3 5 ,2 3 8 , 257

464
aparentemente no se com ía, i. 235 H istoria del hom bre y su mujer y las
cazada, i. 224, 235 jarras de oro, i. 34, 35
con manchas, i. 238, 257 Hojas de herramientas y armas, mane­
H ieraphori, lo s que llevaban lo s e s ­ ra de afilarlas, ii. 1 3 2 ,1 8 8
tandartes, imágenes, i. 2 8 7 ,2 9 9 ,3 0 0 Hombres y mujeres sentados juntos en
Hierba m ora em pleada en Egipto para una fiesta, i. 154
las guirnaldas, ii. 45 Honda, i. 3 7 6 ,4 4 2
H ierro, e m p leo de, m uy antiguo, ii. considerada con desdén por algunos
175-177 griegos, i. 376
conocida por los egipcios, ii. 176- empleada por algunos griegos, i. 377
177 la población de las islas Baleares era
espadas afiladas en acero, ii. 177 fam osa por su destreza con
fácilm ente descom puesto y proba­ la, i. 377
blem ente no encontrado, ii. Honda, los griegos empleaban una bola
177-178 de plom o puntiaguda para sus, i. 377
«ferrum» voz latina para espada, ii. las balas de los egipcios eran guija­
177 rros redondos, i. 377
m encion adas en H om ero, ii. 175 Horus, u Orus, i. 253, 289, 303, 315,
uso de, en Egipto, ii. 177-178 330, 348
H igos, i. 64 el niño, o Harpocrates, i. 269, 330,
en una cesta, el jeroglífico que sig­ 351
nifica «mujer», i. 341 H uevos del cocodrilo destruidos por la
sicom oro, i. 53, 67, 192, 273 m angosta, i. 2 4 0
y uvas, afición por, i. 192 Humanidad de los egipcios plasmada
y uvas en altares, i. 276 por sus escultores, i. 4 2 8-429. Ver
Higuera y viñedos, i. 51, 67 Crueldad
silvestres, ii. 42 I
H ijos que seguían la profesión de sus Ibex, i. 238, 358
padres, pero no siempre, i. 334, ii. Ibis, d os c la ses de, sagrado, i. 263
72 hombro de un, roto y fijado, ii. 198
Hilado, trabajo de mujeres, ii. 101,102 Impuestos muy altos en Egipto, ii. 262
H ilo, alambre, primeramente trazado, Incesto, i. 279
ofrecim iento, i. 342
ii. 98, 99
o frecim ien to a la m uerte, ii. 395
Hipopótamo, em pleo de la piel, i. 251
traído de A sia, ii. 438
casa del, i. 250-252
Incubar huevos artificialmente, ii. 196
consagrados a Marte, i. 257
en m oderno horno para, ii. 196-198
cuchilla para curtir la, i. 252 India, parecido de las relig io n es de
em blem a de Tifón, i. 303 Egipto y, i. 347
tartas con, i. 303 aborígenes de origen escita en, i. 347
Historia de Egipto, i. 324-327 com ercio con, ii. 155,262, 263 ,2 4 6

465
com ercio de Salom ón con, ii. 263 mejorado artificialm ente cuando
com ercio de tirios con, ii. 263 baja, ii. 15
llegada de los hindúes, i. 347 observaciones en la, ii. 278, 280,
Infantería, pesada y ligera, i. 4 0 6 ,4 0 7 285
Insectos de Egipto, i. 269 qahora asciende sobre la base de an­
fabulosos, i. 269 tiguos m onum entos, ii. 17
Instrum ento que tintinea, i. 99, 102, ver Bubastis.
103 Ver ilustración al principio del ca­
Instrumentos, Ver M usical, pítulo v i n
con los que bailaban, i 143 Inundación, agua de, retenida en di­
con tres cuerdas, i. 94 ques, ii. 19
con un cuello para las cuerdas, i. 94 alejado de ciertos c u ltiv o s, ii. 19
de m úsica sagrada, i. 138 causado por lluvia de A bisinia, ii.

de sonido com o una campanilla, i. 13


com ienzo de, ii. 13
99, 102, 103, 129
el N ilo rojo y verde, y rojo de nue­
de una cuerda, i. 134
v o en la, ii. 13
desconocido, i. 143
la tierra se seca rápidamente des­
encontrados en Tebas no com o la
pués de, ii. 19
guitarra, i. 134
m antenim iento de, ii. 19
nombres de Grecia, i. 135
Invasores árabes de Egipto, i. 12
pareciendo liras, i. 128, 132
Inventos, m ucho m ás antiguos de lo
so sten id o s en e l hom bro, i 130
que pensam os, ii. 72
triangulares, i. 128, 129, 135
Inventos, p ocas representaciones, ii.
Intestinos de los muertos, ahora ente­
354
rrados, ii. 4 27, 429, 430
de los egip cios, ii. 349-353
Inundación descrita por V irgilio
Investidura de un oficial, i. 289, 296,
(Georg. IV. 2 89) ii. 13
297
altura de, ii. 16, 17 Invitados recepción de, y llegada de, i.
azada y arado em pleados después 83
de, ii. 19 Invitados tenían flores y vino que se
fiestas de cam pesinos durante la, ii. les daban a la llegad a, i. 91, 151
64 admirados por el m obiliario y ador­
ganado rescatado de la, ii. 14, 15 nos, i. 86, 156
hace que los pueblos del delta pa­ coron ados c o n flores, i. 88, 89
rezcan islas, com o antigua­ distraídos con m úsica y baile, i. 151
mente, ii. 15 en la cena se sentaban en e l suelo o
llevaron a la creación de canales, ni- en sillas, i. 192, 193
lóm etros, nivel, geometría, recibían bouquets de flores y lazos,
ii. 279 i. 88, 89
m ism a altura que antiguamente, ii. ungidos al llegar, i. 88
16, 17 Irrigación, i. 32-34, ii. 12, 13, 19

466
prolongada, ii. 15, 19 Judíos, rasgos de, ii. 224
Isaac, com idas llevadas a, i. 184 albañiles en Tebas, no, ii. 221, 224
Isis «con 10 .0 0 0 nom b res», i. 347 embalsamando a los muertos, ii. 426
la madre de un hijo, i. 351 incluidos entre los sirios por los
festival de, i. 311, 312 egip cios, ii. 224
y Athor (Venus), i. 315 investidura de oficiales entre los, i.
y e l C eres de lo s grieg o s, i. 3 1 2 289
Isis y N eftis, el com ienzo y el final, ii. pompas fúnebres y canciones en los
419 funerales, i. 108
Isla, Ver Isla de W ight rasgos de los del este no com o los
Israelitas, les disgustaba el pescado de del oeste, ii. 224-226
Egipto, las cebollas y otros vegeta­
tenían tenedores, no en la m esa, i.
les, i. 177, 179
193
Israelitas, Ver Judíos
traídos en e l arca, i. 282
ungiendo al rey, i. 289
venta com o esclavos por los feni­
J cios, i. 440
Jabalí, i. 235, 258 Ver Damietta
Jueces recibían salario del gobierno, ii.
B uey y vaca, especies de antílope,
231
(el an tílop e D e fa ssa ), i. 2 38, 258
ii. 257, 260
Jabalina más ligera que la lanza, i. 373
banco de, ii. 42, 230
de junco, de un tipo inferior, i. 376
e l archi-juez je fe de, ii. 2 30, 233
Jabón, i. 197
figuras de, sin manos, ii. 233
planta, ii. 124
Juego de damas, i. 2 0 0 ,2 0 1 ,2 0 2 ,2 0 3 ,
tierras, esteatita,etc., empleadas para,
204
i. 192
Jardines, i. 36, 43, 46-47. Juego de m anos que se realizaba con
Jaffas de vino, cubas o ánforas, i. 57- dos taburetes, i. 214
58 Juego de mora, i. 199, 200, 201
prensado, i. 55-57 Juegos en honor de los dioses, i. 296
sustancia resinosa colocada dentro más com unes, i. 199, 200
de i. 57-58 de pelota, i. 209-211
Jerbo, i. 238, 241, 257 Juegos, preservarse para, i. 47
Jeringa, ii. 352 parques y zonas cubiertas para, i.
Jeroglíficos esculpidos a gran profun­ 226
didad en granito, ii. 179 Juegos, varios, i. 203-218
Jerusalén, templo de, i. 325, 359 de un solo palo, i. 217-218
Jirafa, i. 242-258 tablero de, encontrado por Dr.
Joyas de oro y plata, i. 156; ii. 169, 370- A bbott, i. 2 0 6 , 2 07. Ver M ora y
376 Dam as.
Judías y otras verduras com estib les, Juez, el rey era, ii. 229
pero no para los sacerdotes, i. 341 de los muertos, Ver Osiris.

467
Jugadores agrupándose para el juego, L
i. 247 La cien cia en E gipto avanzó por lo s
Juguetes para niños, i. 207-209 efectos del N ilo, ii. 278-280
Juicio de los dioses, i. 347-350 ya avanzada en tiem pos de M enes,
Juicio de los muertos, i. 343; ii. 4 14,417 ii. 281, 320
Juicio, e l futuro, i. 3 49. Ver O siris La historia cristiana ofrece interesan­
escenas, ii. 4 1 8 ,4 1 9
tes objetos de arte, ii. 327
m odo de pasar, ii. 234
La vida privada da una visión del ca­
Júpiter yendo a Etiopía, i. 283
rácter, i. 15, 221
Júpiter, varios, i. 347
Ladrillos que llevaron a la invención
Justicia dada gratuitam ente, ii. 231
del arco, i. 18, ii 338
Justicia, diosa de, sin cabeza, ii. 420-
casas de acabado sin refinar, i. 16,
421
28; ii, f
figura de, i, 286. Ver Verdad.
casas de acabado sin refinar, estu­
Juzgando un caso, m odo de, ii. 233,
cado, i. 16
234
cocidos, en tiempos de los romanos,
ii. 221
derivados de barro y arcilla utiliza­
K
dos en un principio en los
Kaar-Kliaróon (en e l F yoom ), i. 325
edificios, ii. 314
Karkemish, derrota de N echo en, i. 327
en líneas horizontales o curvas, ii.
Kamak, templo de, i. 418
y nuestras iglesias, ii. 336
221
gran em pleo de, ii. 221-222
Kebsh, carnero, i. 238, 258
Khem, el dios, la idea abstracta del pa­ hechos con y sin paja, ii. 221
dre, i. 287, 345, 350 hechos por judíos, pero no repre­
o Am un-K hem , o A m un-Re gene­ sentados en lo s m onum en­
rator, i. 287 tos, ii. 222, 224
o Pan, i. 201 llam ados Tobi, com o en árabe, ii.
Khita, o Sheta, i. 421, 423 224
fuerte de, llamado A íesh o Kadesh, m onopolio del gobierno, ii. 2 2 1 ,2 2 2
i. 422 pegados, ii. 222
puentes sobre un río y dique del, i. preservados hasta ahora, ii. 221
421, 422 realizados por prisioneros y por
su pu estam ente son hititas, i. 425 egip cios, ii. 222
K honfud, o m áquina desterronadora, Ladrones con un jefe, a quien entrega­
ii. 9, 23 ban todo lo que e llo s habían roba­
Kisirka, o lira nubia, i. 127 do, y a quien la persona que había
Kneph, con una cabeza de camero, Ver sufrido e l robo se dirigía, ii. 2 4 4
Un. Ladrones, jefe de los, un hombre de in­
K oofa (Kufa), i. 416, 421 tegridad, com o sus moderno Shekh,
K orayn, A ’m aree, fech as de, ii. 50 ii. 243

468
L ago de lo s m uertos en cada ciudad Libación, ellos com enzaban primero
grande, ii. 407 con una, i. 278
Lagos Natron, nome de Nitriotis, i. 176; de vino, i. 279
ii. 257 vasos em pleados en, i. 280
Laguna Estigia, los muertos permane­ Liebre, i. 238, 239, 257
cen en el lado erróneo de la, ii. 415 Línea horizontal en arquitectura, i. 31
Lámparas, festival del fuego, i. 303, ii. Línea vertical en arquitectura, i. 32; ii.
87 336
Lana, Ver O veja Líneas horizontales de albañilería, gran
L angosta en las esculturas, i. 2 4 5 antigüedad de, ii. 320
Lanza de dos puntas, i. 248-250 Lino fino de Egipto, exportado, ii. 88,
Lanza, con la punta de m etal, i. 374 89, 96
no tinene nada en la parte más baja b e lle z a de la textura de, ii. 91, 92
para fijarla al su elo, i. 374 diferente calidad del, ii. 96. Ver
y cabezas de venablo, i. 374, 375 B yssus,
Lasso, em pleo del, i. 224, 231 experim entos con, ii. 89
Látigo, i. 392 hebras dobles, ii. 92
hebras de color antes trabajadas en,
colgando de la cintura, i. 393
ii. 95
Lavanderas, ii. 109
la palabra, «sincero» tomada del
L avarse antes de la cen a, i. 86, 87
fino, ii. 96
después de la cena, i. 196
orillos de, teñido de añil, com o los
Lázaro, cubierto con vendas, ii. 4 2 6
m odernos N u bians, ii. 93-95
L ech e ofrecid a a lo s d io se s, i. 2 8 0
particularidad en la manufactura de,
Lemanon, i. 425
en el número de hebras, ii.
Lentejas, alim ento m uy consum ido, i.
92, 93, 96
177, 1 8 7 ,1 9 2
singularidad de una fina pieza de, ii.
Estrabón supuso que se habían in­
9 1 ,9 6
crustado en la roca en las
telas con franjas, ii. 93, 108, 354,
pirámides, i. 177
355 Ver Calasiris.
de Pelusium , fam osas, i. 177 vendas de las m om ias, ii. 8 9 ,9 0 ,9 3
sopa de, i. 187 vestidos que llevaban los devotos de
León, i. 235, 240, 257 Isis en Italia, ii. 90
caza, i. 235, ii. 376 Lino, proceso de cultivo y preparación
prim ero en Siria y Grecia, i. 2 4 0 de la tela, ii. 104, 105, 106
Leones entrenados para la caza, i. 232 em p lead o para cuerdas, ii. 110
m atados por A m en o fis III, i. 235 m ucho en Egipto, ii. 63
Lepidotus, pez, ii. 218 peinado para preparar, ii. 107, 108
L eyes de Egipto, ii. 229, 245 redes de cuerda hechas de, ii. 112
carácter primitivo de algunas, ii. 241 Lira de Grecia, con tres cuerdas, i. 133
respeto por las, ii. 234 con m uchas cuerdas debió ser in­
santidad de las viejas, ii. 255 ventada tiem p o atrás, i. 94

469
construcción de la, i. 1 2 5 ,1 2 7 L owbgeh, o viñedo, i. 65
de dieciocho cuerdas, i. 125 Lucha del mar, i. 4 2 9 ,4 3 3 , 434
de lo s m useos de Berlín y Leyden, Lucha libre, i. 215-217
i. 126, 127 Luna, fiestas en la luna nueva y llena,
de pie, i. 129, 130 i. 302, 314
de tres cuerdas realmente una gui­ era el dios Thoth, i. 346. VferThoth.
tarra, i. 96, 132 erróneamente se relacionaban con
m odo de afinar la, i. 127 Osiris, i. 303
o Kisarka, de Nubia, i. 127 Llegada de invitados a una fiesta, i. 83-
otros instrumentos parecidos a la, i. 86* 151
1 2 8 ,1 2 9 L luvia, m uy poca, en Egipto, i. 7; ii.
Lira, fabuloso invento de, i. 124, 125 280
adornada con cabezas de animales, cae ocasionalm ente, y los signos de
i, 124
fuerte lluvia están en las
de los griegos, i. 1 2 5 ,1 2 7
tumbas de los R eyes en
em pleada en m úsica sagrada, i. 139
Tebas, ii. 280
núm ero de cuerdas de la, i, 125
Liturgias, Ver Servicios.
«Lo más nuevo» recomendado en lu­
gar de «lo m ejor», ii. 322
M
M aabdeh, m om ias de cocodrilo de, i.
Lobo, i. 238, 239, 256
253
m om ias de lobo en O ’Sioót. Ver
M adera de cedro y de abeto, de Siria,
O ’Sioót
ii. 51
Los árabes tenían unos pergaminos
M adera traída de Siria y otros países,
m uy finos, ii. 117
i. 28-29; ii. 121
emplearon al principio las pieles de
escasa en Egipto, ii. 119
ovejas para escribir
L os hermanos de José se sentaban por pintada sobre una capa de estuco, ii.
edad, i. 6 8 ,1 9 0 121-122
L os que hacían arm arios. Ver M adera, enchapada. Ver Enchapar
Carpinteros. em pleado en Egipto, ii. 43
Los que imparten la ley, ii. 234, 235- Madre, diosa, i. 350, 351-352
236, 256 del niño encontrado en Asia, Egipto,
Loto, i. 45, 47, 67, ii. 41 Ver Nenúfar, India, Italia, M éxico, la dio­
com ido, i. 178, ii. 11 sa Naturaleza, i. 351-352
o Lotos, de Cirene (un árbol con es Ver Maut.
pinas, una acacia), ii. 140 M agia, por un niño, ii. 387, 388
o nelumbium , no representada ex­ M agnetismo animal, em pleo de, ii. 388
cep to por lo s rom anos, i. 67 M agnetismo, animal, efecto en los ner­
presentado a invitados, i. 89 vios, ii. 387
un sím bolo, i. 271 M aíz, seis orejas de, ofrecidas por el
una flor favorita, i. 67 rey, i. 287. Ver trigo

470
M aldición de Tnephachthus de M enes, M edeenet Haboo, i. 8 3 ,2 8 6 ,2 9 9 ,3 0 0 ,
i. 183 415, 423
Mandara, o sala de recepciones, i. 20 M edicina, seis libros de, ii. 390
M angosta, i. 238, 2 4 0 ,2 5 7 M edicinas, ii. 386, 387
destruye serpientes y huevos de c o ­ M edida de tierra, o longitud, (estadio)
codrilo, i. 240, 254 ii. 286 Ver C odo, Peso
M anos cortadas, com o devolución del M ed id as de capacidad, ii. 290-291
enem igo muexto, i. 393 de líquidos, ii. 292
aplaudir, i. 9 9 ,1 0 0 , 1 0 2 ,1 0 5 ,1 1 1 , del grano, hecho de madera, ii. 191
138, 1 4 5 ,1 4 9 , 301 M ek aukes, gobernador copto de
Manufacturas de Egipto, ii. 276-277, Egipto, i. 47
285
M em n onium , p alacio tem p lo de
M áquina de pie, i. 44-45
Ramsés Π, normalmente llamado el,
M áquina gofradora, ii. 109
i. 4 2 3 ,4 3 0
M áquina para triturar, Ver Khonfud.
M enes, el primer rey de Egipto, i. 324,-
Maratón y otros lugares, puntas de fle­
325
cha de piedra encontradas en, i. 372
A m ón de la época de P tolom eo ha­
M archa de la armada, i. 361, 4 2 6
bría sido reconocido, por, ii.
de la armada de vuelta a casa des­
295
pués de la guerra, i. 438
cam bió el curso del N ilo, ii. 279,
M areotis perteneció a Egipto, ii. 257
281, 320
M arineros de Egipto, i. 434
ciencia antes del tiempo de, ii. 281,
de la tripulación, o «barcos reales»
320
alineados con los soldados,
trajo el lujo, i. 183
i. 434, ii. 68-69
Marte, Ver Papremis. M en fis, i. 2 20, 3 0 5 , 310, 324, 349
Masara, canteras de El, ii. 340 capital del bajo Egipto, ii. 257, 258
M ashoash, gente asiática, i. 419 «M enofr», ii. 113
Mástil de antiguos barcos egipcios, eran Pthah, el dios de, i. 349
dobles, i. 436 M enofres, el nombre egip cio de, no es
M atrimonios de la fam ilia real egipcia seguro, ii. 285
con extranjeros, i. 326 M ercenarios, Ver Soldados
Maut, la idea abstracta de madre, i. 351, Mercurio, el inventor de la lira y de la
Ver Madre m úsica, i. 94, 128, 132
«sigue sus dictám enes» o los de su M esa para cenar, i. 177, 190, 193
madre, i. 345 m odo de sentarse a la, i. 190
M azas, armas con cabeza de metal, i. no cubierta con lino, i. 190
383 M esas, i. 79, 80, 177, 190, 193, 201
M azos, ii. 189, 190 puesta y quitada con los platos, i.
empleaban morteros de piedra, ii. 191, 192
189, 190 M esas, ofrendas en las tumbas co lo ­
M ecca, Ver M ekkeh. cadas en pequeñas, ii. 399

471
M eses originalmente lunares, i. 314, ii. M obiliarios de las habitaciones egip­
282 cias, i. 68-82
y estacion es d el año, ii. 2 8 2 , 283 M oeris, rey, i. 324
M esopotamia, i. 326, 4 1 8 ,4 2 5 ganancias del pescado del lago, ii.
conquistas egipcias en, i. 326 219
tributo de, i. 418 M oisés acábó con las supersticiones de
M esoré, ofrendas en el m es de, i. 314 Egipto, i. 343
M etales soldados, Ver M etales no m encionó el ju ic io futuro, razón
M etales, habilidad en la com posición por la cual, i. 349
de, i. 158; ii. 182 M om ias, en los ataúdes y vendadas, ii.
incrustación de, Ver Adam ascar. 1 3 7 ,1 3 0
M etales, ii. 168. Ver B ronce y m eta­ clasificación de, ii. 4 3 1 ,4 3 4
lurgia de gente pobre, ii. 4 0 2
los samianos son fam osos por la diferente calidad de, ii. 4 3 1 -4 3 7
embalsamadas, ii. 4 2 2 ,4 2 6
fundición, ii. 183
esparcidas en el su elo por excava­
soldadura, ii. 185
dores cristianos, ii. 401
M etalurgia, habilidad en, ii. 1 5 3 ,1 5 4 ,
ofrendas y servicios a, ii. 395, 397,
157, 179, 181, 182
399
llevado a la p erfección en Egipto y
M oneda de A tenas, de un estilo anti­
en Sidón, ii. 142
guo, conocida en com ercio, ii. 173
M ezcla de carnes, i. 180 ,1 8 1
M onedas atenienses para el comercio:
cocida y asada, i. 184
tenían un d iseñ o antiguo, ii. 173
de una forma peculiar, i. 181
M onedas de Electrum , Lidia, ii. 172
en el altar, i. 278
las de oro eran de D arío, ii. 172
M ilita o Alitta, i. 351
plata vieja, 169, 172 Ver Oro.
M im osa, Ver Acacia.
M ono u otro animal dom éstico, atado
Mina, hombre o mna, peso, ii. 2 8 9 ,2 9 0
a la pata de una silla, i. 156
Minerva, fiesta de, en Sais, i. 311, 313 M on ocord io de una cuerda, i. 134
reputada inventora de la trompeta, M on olito de Sais y de B uto, ii. 3 4 4
i. 114 Ver Sais.
Ver Neith. M onos ayudando a recoger fruta, i. 54
Minerva, varias, i. 347 en A bisinia sostenían antorchas, i.
M inistros y consejeros del rey, i. 334, 54
ii. 229 M onstruo tifón, i. 162, 163
M inos, E aco y Radam atos, nom bres cabeza de, parecida a la de Medusa,
egipcios, ii. 420 i.163; ii. 294
M isterios, grandes y menores, i. 339 M osaicos, dorados, ii. 339
de Osiris, i. 313, 349 en techos y bóvedas, ii. 339
M nevis, el toro negro, i. 304 M ovim ientos jónicos, i. 148
el toro sagrado de H eliópolis, i. 303 Muerte de los individuos, canciones a
M obiliario de un dormitorio, i. 80, 81 la, i. 107

472
Muerte, alma después de, ii. 3 6 3 ,3 9 9 4 M uros pintados y pan eles, i. 30-32
Muerte, no se cortaban para la, ii. 412 casas y tem plos, ii. 3 23, 324, 325
cuerpo, si se encontraba, se embaí M úsica judía, i. 1 0 4 ,1 0 5
samaba a cargo del dinero instrumentos y m úsica, i 104, 106,
del m unicipio, ii. 427 108, 115, 130, 139, 140, 150
in testin os de la, ii. 4 2 7 , 4 2 8 , 4 3 0 num erosos m úsicos, i. 106
ju icio de la, ii. 4 1 3 ,4 1 5 ,4 1 6 trompetas, i. 1 0 6 ,1 1 4 ,1 1 5
lago de la, ii. 415 M ú sica sagrada, instrum entos de, i.
no degradación ofrecida a la, ii. 417 1 1 8 ,1 1 9 ,1 3 9 ,1 4 3
num erosas cerem onias de, ii. 138, anim ales, i. 256-269
3 9 4 -4 0 0 , 4 0 2 -4 1 3 , 4 2 2 -4 2 9 árboles y vegetales, i. 269
ob jetos enterrados con la, ii. 353 bailes, i. 150
M ujeres, tratamiento e influencia de,
em blem as, i. 271
en Egipto, ascendían al trono, i. 14,
escribas, v e stid o s de lo s, i. 352
ii. 250-251
fiestas, o festivales, i. 2 8 6 ,3 0 1 ,3 0 2 ,
asistían a lo s fe stiv a le s, ii. 2 5 2
3 1 1 ,3 1 6
culpables de penas capitales, casti­
ritos, Ver R eligión.
gos, ii. 228-230
M úsica, i. 92-143
de A m ón, i. 143, Ver Palacios
al principio métrica, i. 93
del harén, ii. 245
antes de la cena, i. 92
d erech os y o b lig a cin es de, i. 14
después de la cena, i. 199
en Grecia aislaban, i. 154-155; ii.
estilo de, i. 93
252
estudiado por los sacerdotes, i. 93
hablaban sobre sus pendientes, i. 156
habilidad de lo s egipcios en, i. 93,
llevaban carga sobre su cabeza, al­
94, 96
gunas veces sobre sus hom ­
los egip cios aficionados a, i. 93-94
bros, i. 187-188
no se aislaban en Roma, i. 154-155 parte de la ed u cación , i. 93 -1 0 4
presidían oficios relacionados con un entretenim iento griego, i. 93
la religión, i. 335, 336 M úsica, un talento griego, i. 104
sagradas, o divinizadas, i. 334-337 de los judíos, i. 104, 1 0 5 ,1 0 6
se sentaban con el hombre, i. 154- de tipo funerario, i. 316
155 militar, i. 114, 115
ocupadas en hilar y otras activida­ no en el tem p lo de O siris, i. 316
des interiores, ii. 242-243 permitida en ceremonias religiosas,
una clase de colegio o convento de, i. 316
i. 337 M úsicos 600, juntos, i. 101
vestidos de, ii. 361 contratados, i. 106
M ulkuf de las casas, i. 16 gran número de judíos, i. 106
M undo con la m ism a población ahora M úsicos que tocaban el arpa de pie, i.
que antes, i. 322-323 96, 97, 98, 99, 100, 118, 119, 121,
M u rciélagos representados, i. 245 122

473
de la tumba de R am sés ΙΠ, llamado mencionadas por P linio y Estrabón,
Bruce, i. 118-120 en las cataratas, ii. 138, 140
M ú sicos que tocaban e l arpa, i. 118- ojo que se situaba en los botes fu­
122 nerarios, ii. 1 4 7 ,4 0 4
M ycerinus, fiestas en honor de la hija ojo en un m altés e in d io, ii. 147
del rey, i. 314 varios tipos de, en Egipto, ii. 143,
M yos Hormos, puerto en el mar Rojo, 150
ii. 264-266 velas parecidas a las chinas, pero ge­
neralmente hechas en seda,
ii. 142
N yendo arriba y abajo del N ilo, ii.
Nabl, o viola de los judíos, i. 13 1 ,1 3 5 -
1 4 1 ,1 4 2
136
N avios incluidos en la armada, i. 329
Nabucodonosor hizo que Egipto no tu­
N eboot, o palo largo, ju ego con el, i.
viera in flu en cia s en Siria, i. 327
218-220
N a c io n e s destacadas por ciertos as­
Nebris y el vestido de piel de leopar­
pectos, i. 13
do de lo s sacerd otes en E gipto, i.
N ahrayn, i. 4 1 8 , Ver M esopotam ia.
306
N a v e g a ció n , origen de, ii. 152-153
Nebris, o cervato de B aco, encontrado
debidos a lo s fen icio s, ii. 152-153
en la piel de leopardo con manchas
N avios de Egipto, i. 437; ii, 138-151
al lado de Osiris, i. 300
Ver Barcos
N ectanebo, i. 327
con batea o canoas de papiro, ii. 138,
N ech esia y el L eucos Portus, ii. 263,
139, 142
266
con doble m ástil en los primeros
tiem pos, i. 4 3 6 ,4 3 7 N e f o Num, Ver Ny.
construcción de, ii. 150 N egocios, tiem po en concluir, ii. 122
de burthen, ii. 140, 141 N eith, i. 311, 313, 346, Ver M inerva.
de gran tamaño em pleadas sólo en N ekao perdió todas las conquistas de
la parte alta del N ilo , ii. 144 E gipto en A sia, i. 327
de los armenios cubiertos con pie N elu m b iu m n o se representaba cre­
les, ii. 140 ciendo en Egipto, i. 67
decoración en cabeza y popa, ii, 148 sólo representado por los romanos,
del papiro salvado de los cocodri­ i. 67
los, ii. 139 Nepenthes probablemente el H ashéesh
del papiro que no se envió a India, (o ¿opio?) ii. 48
com o P linio pretendía, ii. N etp e, i. 192, 2 69; ii. 4 3 6 , 437 Ver
141 Sicom oro
del Egipto que no tenía espolones, N ilo, valle del, tiene más terreno cul­
ii. 148 tivable que antes, i. 323-324
hechas de papiro, ii. 138, 142 agua roja y verde al principio de la
lugar pintado en, ii. 147 inundación, ii. 5

474
blanco y azul, pero lo correcto es severidad en sus ob ligacion es, ii.
negro, ii. 28, 29 253
deposita lo m ism o durante su curso N iños mirando las uvas, i. 43
desde Abisinia, ii. 28 Ver N isroch, la cabeza de un pájaro en un
aluvial recipiente com o el de un dios, i. 162
haciendo fértiles las propiedades del, Nitriotis Ver L agos Natron
ii. 29 N iveles de la tierra, Ver Tierra.
O siris, e l propietario del, i. 313 N o aplicación y adaptabilidad, i. 21 ; ii.
N ilo a , fe stiv a l d el N ilo , i. 2 9 6 -2 9 7 321
N ilom eters hizo, ii. 279 Nofre (o Nofr) Atm oo, i. 2 7 0 ,2 9 9 ,3 0 0 .
aum ento diario de acuerdo con el, Ver Nutar.
ii. 60,257 Nom arcas, ii. 2 5 8 ,2 5 9
N ilóm etro de Elefantina, ii. 287 N o m e s de E gip to, proporcionando
N ilus, el dios, de un color rojo y azul, soldados, i. 356
ii. 13 36, después 53, ii. 257
llam ado «Hapi», Ver Lista de ilu s­ N óreg, probablemente em pleado des­
traciones, 278 de antiguo, contestando al hebreo
Nimroud o Nineveh, esculturas, i. 162; m oreg, ii. 61
ii. 294, Ver Nineveth co m o e l rom ano tribulum , ii. 62
pesos traídos por Mr. Layard desde, N otación m usical, i. 106
ii. 291 instrumentos al principio muy rudi­
N in e v e h (N in ie e ), tributo del, i 4 1 8 mentarios, i. 94
esculturas, crueldad de los asirios instrumentos con cuerdas de tripas
que se muestra por la, i. 13, de anim ales, i. 1 2 8 ,1 3 1 ,1 3 2 ,
433 134
mármol no tan antiguo com o algu­ instrumentos, com binación de mu­
n os habían su pu esto, ii. 2 9 4 chos, i. 96, 9 9 ,1 0 1 , 102
ornamentos, i. 162, 163 instrumentos de sonido campani­
ornamentos comparados con los de form e, i. 99, 102, 103, 129
Egipto, ii. 323 instrumentos, los más antiguos eran
Niño, m echón de pelo indicativo de un, todos de percusión, i. 93
i. 329, 392 Notarios públicos, ii. 189
acompañando a sus padres cuando o escribas públicos penalizados por
cazan y pescan, i. 2 46, 248 fraude, ii. 241-244
N iños de sacerdotes, educación de, i. Nufar, nom bre del loto, quizás rela­
339 cionado con Nofr, «bueno», i. 269
educación de, ii. 254 N úm eros localizados sobre el ganado,
de la gente normal, i. 340 ovejas, ii. 203, 204
de los esclavos, ii. 253
no llevaban pañales, y m odo de
crianza, ii. 373 O
pelo, ii. 362 O ’S io ó t o O ’sioú t (antes L ycopolis)
respeto a los padres, ii. 253 m om ias de lobos en, i. 39

475
O asis, i 6 5 ,2 9 1 ; ii. 2 1 7 ,2 5 7 169, 2 7 0 (fig. C, ilustración
Obelisco, objeto de, para contrastar con 408)
la línea horizontal, ii. 345 an illo s d e, com o m on ed a, ii. 171
añadidos bárbaros al punto de, ii. crueldad con la gente condenada a
345 las m inas, ii. 1 6 6 ,1 6 7
en una cantera, ii. 345 darics de Persia, ií. 172
O belisco, transportados desde las can­ de A u stralia y C alifornia, ii. 164
teras de Siena, ii. 343 em pleado para aplastar m ateriales
efecto de, i. 32 m aleables, ii. 169
los más grandes, ii. 337, 346 en envases, m om ias, ii 114
O beliscos, llevados a Europa, ii. 345 fusión, ii. 160
Ofensores juveniles, ii. 242 golpeado, mejoras en, ii. 168
Ofrendas de varios tipos, i. 341 gran uso de ornamentos, ii. 159,161,
a distintos dioses en distintos pe­ 162
riodos d el año, i. 277 gran u so para ornam entos, ii. 169
de flores, frutas, pomadas, i. 270- hilo, ii. 98
275 jeroglíficos, significado, ii. 171 (lá
de em blem as, joyas, i. 274 m inas figs. a,b.)
las más com unes, i. 277 lavado, ii. 160
para los muertos, ii. 399 m inas de E gipto y E tiopía, en e l
Og, rey de Bashan, cabecera de la cama desierto de Bisharee, y lo
de hierro de, i. 82 que contó Mr. B onom i de
Ojo de Osiris, i. 271 ellas, ii. 162
en botes, ii. 147 Ver Barcos, minas descritas por Diodoro, ii. 164,
significando «Egipto», i. 255, 271 165-166
Ojos pintados o ennegrecidos con koln, recipientes de, ii. 161, 162
ii. 378 staters, las m onedas m ás antiguas,
O liva, i. 67; ii. 34, 39 ii. 172
soldados portando una rama de, en trabajadores, ii. 1 5 8 ,1 5 9
e l sa c r ificio de a cció n de una cantidad en b olsas ya contabi­
gracias por la victoria, i. 293 lizada, ii. 171
Om bos (nom e om bite), i. 253 Oro, g rilletes de, en E tiopía, ii. 178
Origen de «loco o un físico de cuaren­ antes y después del descubrimiento
ta», ii. 387 de Am érica, ii. 284
Ornan, instrum entos de, ii. 59, 60 cantidad de, en antiguas ciudades,
Oro en Egipto y en Inglaterra, y vetas ii. 272
de cuarzo que aparecen, ii. 162 de D avid y Salom ón, ii. 272
al principio m uy puro, ii 167 de Colchis, ii. 269
alambre, ii. 99 de España, ii. 269, 271
em pleado antes que la plata, m ues­ de plata, ii. 267-277
tra de ello es que ésta recibe dientes que se fijaban con, ii. 385
e l nombre de oro blanco, ii. estatuas de, ii 272

476
en R om a, ii. 273, 274 y e l N ilo, i. 313-314. Ver N ilo
pérdida por llevarlo y otras causas, Osiris, pérdida de, Osiris encontrado,
ii. 274 i. 302, 315
Ver M etales preciosos, riqueza y jo ­ adorado bajo la forma de Apis, i.
yería, ii. 272-273 303-306
y plata, valor relativo de, en distin­ carácter y m isterios de, i. 313, 349
tas épocas, ii. 271 fiestas en honor de, i. 301-303, 315
Oscurecim iento de m ieles,: vainas de historia alegórica de, i. 313
acacia (sont); corteza de séáleh y ju ez de la muerte, i. 349-350; ii. 415
junco, para, i. 166; Tapices (tapeta) ofrendas a, ii. 395
alfombras, ii. 109 V er B en n o, pájaro sagrado de.
Osirei, rey, Ver Sethi. Osirtasen I, i. 215, 325
Osiris, historia de, el gran misterio, i. el original Sesostris, i. 325
313 Osirtasens, perros fabulosos en los rei­
alegorías conectadas con la tierra de nos de, i. 242
E gip to, y, i. 3 1 5 -3 Í7 ; ii. 67 O so, i. 239, 256
almas de hombres buenos volvían
O tom anos, i. 68, 77
a, ii. 363, 394
Ovejas, miedo de reducir el número de,
antes de la 18 Dinastía sólo los re­
i. 176
yes eran llam ados después
grandes rebaños de, i. 176, ii. 198
de la muerte, ii. 363
valiosas por su lana, i. 176
carácter peculiar y notorio de, i. 349
Oxirriuco, ciudad de, i. 324-325
cetros de, i. 2 71, 280; ii. 4 1 9 -4 2 0
pez, i. 267, ii. 217
después de este tiem po todos los
hom bres buenos eran lla­
mados, ii. 363
el Grande, deidad del estado futuro,
p
Paamylia, i. 301
i. 349
Pabellón y palacio del rey, i. 33
figura de madera de, llevada a la
Pabellones, i. 33
mesa, i. 196, 198
Padre, idea abstracta de, i. 345, 3 5 0
habitación de, en Filé, i. 271
inventor de la gaita, i. 136-137 asesinato de un, ii. 236
la idea abstracta de bondad, o P ago, ev a sió n de, ii. 2 2 7 , 238, 2 4 0
bueno, i. 348, ii. 393 País del maíz, i. 183
m om ias en form a de, ii. 4 2 2 , 4 2 4 Paja para forraje, ii. 62
ritos de, i. 139, 314, 316 para fabricar ladrillos, ii. 220
se golpean en honor a, i. 278 Pájaros de Egipto, i. 243-245, 261-264
o B aco, i. 301. Ver Bacchus algunas veces encontrados en un al­
ojo de, i. 2 5 5,271; ii. 1 4 7 ,4 0 4 ,4 2 5 , tar, i. 184, 278
430 capturados en redes y trampas, ii.
pequeñas figuras de los muertos, en 206-211
la forma de, ii. 4 0 5 ,4 4 1 condim entados y secos, i. 184, ii.
y N ubis, ritos de, i. 139. Ver Flauta 210,211

477
im aginarios y alegóricos, i. 264, ii. pasteles de, en forma de hojas, ca­
436 beza de un cocodrilo, i. 188,
servidos sin las patas ni las alas, i. 280
184 Pan de trigo, i. 191 ,Ver Pan
Palacio, Ver Pabellón Panadero y cocinero eran la misma pro­
Palanquins, i. 83, 85; ii. 138 fesión, i. 188
Palim psesto, ii. 116 Pandereta, i. 1 0 8 ,1 3 9
Palmera, i. 49, 65-67 de varios tipos, i. 139
al principio se decía que era una empleada en m úsica sagrada, i. 139
planta estéril en el Bajo tocado por diosas, i. 139
Egipto, ii. 49 Panegyries, o asam bleas, i. 294
e l D om o Theban, i 66, 67 Ver Paneles, casas con paneles pintados, i.
Em pleado para varios usos, partes 30-32
de, i. 66 muros con, i. 39-40
m al llam ado «del desierto», i. 65, Panteísm o, i. 346
178-179 Panteísta en lugar de politeísta, i. 346
requiere agua para que crezca, i. no tenía m ezcla de la creencia del
178-179 sabaísm o, i. 346
tipo de rama de un afio, i. 270 sujetos conectados con, i. 2 7 1 ,3 1 6 ,
D om . 3 3 1 ,3 5 3 . Ver Sagrada.
un gran regalo para la gente, i. 178- Pantomima, italiana, i. 111
179 Pañuelo traído para lim piarse la boca
Palmera, o dátil, partida, y em pleada después de beber, i. 154
para techar, i. 28 Papel para escribir, cuero em pleado en
P alo de formas rudas, i. 383 lugar de, ii. 108-109 Ver Papel y pa­
em pleado por extranjeros (imagen), piro
i. 357, 384 Papel, antiguos sustitutos del, ii. 117
(lissán) o palo curvado, i. 384 cuando se hacían de trozos de lino,
Palo del tambor, i. 117 ii. 118
Palo lanzado, i. 246, 248 cuando se em pleo por primera vez
no basado en e l bumerán de en Inglaterra, ii. 118
Australia, i. 246 de algodón y seda, ii. 118
P alos, luchas con, i. 2 1 7 , 2 2 0 , 313 en árabe llam ado «hoja», ii. 117
P allaces, pallacides, p ellices Jovis, i. hojas usadas para, ii. 117
106, 143, 337 m uy antiguo en China, ii. 118
Pan con sem illas, i. 1 8 8 ,1 9 0 Papiro o planta byblus, ii. 3 7 ,4 0 ,1 1 2 ,
error de H erodoto en lo que se re­ 113
fiere al pan de trigo, i. 191 bateas, i. 247; ii. 13
forma de roUitos de, i. 186,18 8 ,1 9 0 , bateas com o seguridad contra c o ­
280 codrilos, i. 247
hecho de m aíz, o cebada o dora, i. com estible, i. 178; ii. 11
190. Ver Doora. de distintos tipos, ii. 113

478
em pleado para hacer cestas, bateas, con sem illa s, i. 188, 280; ii, 43
un tipo más com ún de, ii. Pasteles/pasta, i. 184-187
112, 113 Pastores odiados en Egipto, ii. 193,194
guirnaldas, i. 67, 91 caricaturizados en las pinturas, ii.
o libro, i. 288 194, 200
utilizado desde m uy temprano, ii. cuidado de la cría de las ovejas por
115 los, ii. 199
y otra planta de agua, emblemas del daban cuenta del número a los es­
A lto y Bajo Egipto, i. 271 cribas, ii. 201
Papiros, no ahora en Egipto, ii. 114, elegidos por un mayoral, ii. 201 ,2 0 2
117 varios tipos de, ii. 200
aliento de hojas de, ii. 115 Pastores, invasión de los, i. 120, 325
crece sólo en S icilia y Siria, ii. 114, in vasión y ex p u lsió n , i. 325, 3 2 6
117 m úsica que aparece antes de, i. 120-
continuó en uso hasta tiempo de 121
Carlomagno, ii. 115 Patos, cajas en form a de, i. 171
de calidad m uy fina, ii. 113 alim ento, i. 226. Ver Pato,
diferente calidad de, ii. 115 cocido, ii. 211
su nombre se mantiene en «papel», Peaquerías, b e n e fic io s de, ii. 2 1 9
ii. 117 del lago M oréis, ii. 219
m odo de hacer, ii. 113-115 Pegam ento, ii. 133, 135
m onopolio de, revendido, el escrito Peines, ii. 377, 378
original se borró, ii. 116 P elo de mujer, ii. 369
o papel, cuando es m uy quebradizo, de criados, ii. 368
ii. 113 de hombre afeitado, i. 330, ii. 361
pap el m oderno h ech o del, ii. 114 de niñ os, i. 330; ii. 3 62. Ver niño
P linio estaba equivocado en supo­ P elota, o bala, e l señalado, i. 3 7 7
ner que no se había em plea­ juegos de, i. 209-211
do antes de la época de montaban uno encim a de la espalda
Alejandro, ii. 115 del otro mientras jugaban a
profecía que se cumplió sobre el, ii. la, i. 209, 211
117 Pelucas, ii. 359, 360, 363
sustituye a, de cerámica, tablas, ii. Pelusium , i. 426
115-117 Pendientes, mujeres hablando de, i. 155
Paprem is, o M arte, fiesta de, i. 220, m odelos de, ii. 370, 373, 380
313 P eregrinos M ek keh, e l núm ero de,
Parques y zonas cubiertas, i. 47, 276 Pergam ino, creación de, ii. 115-116
Pasht, Bubastis, Diana, i. 311 el árabe es excelente, ii. 117
Pasta amasada con las manos y los pies, Período Sotico, ii. 285
i. 184-187 y año solar, ii. 283-285
Pasteles de distintas formas en ofreci­ Periploca secam one, o ghulga, i. 260,
m ientos, i. 280 ii. 49, 51

479
em pleada para curtir las pieles, ii. Pescadores, ii. 207, 2 1 2
121 Peso, shekel, significado, ii. 170
Perro, i. 242 dinero obtenido por, ii. 170
Perros de m oda en épocas diferentes, objetos vendidos al, ii. 189 Ver
i. 242 Escalas
a m enudo parece que se preferían P esos, ju ego de subir, i. 218
por su fealdad, i . 242 y m edidas, ii. 289-292
caza con, i. 230 talento, m ina y otros, ii. 2 8 9 , 2 9 0
cruce, i. 230, 231 P ez eléctrico, llam ado en árabe Raad
razas de, i. 241, 242 «rayo», ii. 218
Perros, m om ias de, i. 242 P halanx de infantería, e g ip cio , i. 13
Persea, árbol, ii. 40. Ver E gleeg egip cio, en la armada de C reso, i.
sacrificado a Ahor, i. 270 359
Persona que h ace e l lin o, gran gusto Pharos nunca tuvo un día de navega­
por, ii. 322 ción de la costa, i. 320
Persona que hacía las alfombras, ii. 103 Philae, vista de (viñeta F ), i. 223
alfombras, i. 78 P hiloteras,Puerto en e l mar R ojo, ii.
Pesadores/tasadores públicos, ii. 189 263, 264
públicos, confianza en, y castigo de, Phrah, «el sol», convertido en faraón,
ii. 241, 244 i. 331. Ver R ey
P esca una diversión para lo s nobles, i Pie, regar con el, i. 44-45
249 estándar o unidad para la figura hu­
con un anzuelo desconocido, i. 250 mana, ii. 298
redes de, ii. 213-215 Piedra caliza empleada en los antiguos
se sentaban en una alfombrilla o en edificios egipcios, ii. 339
una silla mientras pescaban, Piedra numulita de las pirámides, i. 177
i. 249 Piedra, grandes bloques de, utilizados
Pesca voladora. Ver Pesca. en otros países además de en Egipto,
Pesca, ii. 207, 212-219 ii. 332
Pescado que no com ían los sacerdotes, cuchillos de los primeros tiem pos,
i. 340 y m antenidos durante largo
cóm o se traía a la m esa, i. 183 tiempo, ii. 186-188
del N ilo de sabores suaves, ii. 219 en una almádana, extraído de la can­
gran consum o de, ii. 215, 219 tera, ii. 340
los m ás preciados de Egipto, ii. 217 m odo de hacer divisiones cuadra­
sagrado, i. 267; ii, 217, 218 das, ii. 346, 349
y com ida para la cena, i. 177 Piedras de gran tamaño extraídas de la
Pescado seco, ii. 207, 215, 216 tierra, ii. 341, 343
de Egipto, que los israelitas lam en­ Piedras en almádanas, ii. 340
taban, ii. 217 hombres condenados a cortar, ii. 341
del mar, no apreciado, ii. 219 m odo de hacer una escuadra, ii. 346,
eléctrico, Ver Eléctrico. 349

480
transporte de grandes, ii. 341 Pirámides, i. 324-325
transportadas para e l templo de Isis, dim ensiones de las, ii. 286
ii. 341 durante la crecida (ilustración G), i.
Piedras preciosas im itadas en cristal, 319
ii. 75, 78 superioridad del ladrillo sobre la pie­
cortadas con el diamante, ii. 81-82 dra, ii. 338
m etales antes em p lead os ii. 2 7 4 tumbas cerca de. Ver Tumbas
P iel de leopardo con manchas suspen­ Pirouette, se bailaba hace 4.000 años,
dida en un báculo al lado de Osiris, i. 148
i. 300 Plantas abatanadoras, em pleadas por
P ie le s im portadas a E gipto y parte los abatanadores, ii. 124
com o un tributo, ii. 1 2 3 ,1 2 4 Plantas de E gipto, i. 67, 177-179; ii.
Curtidas y envejecidas, ii. 1 2 0 ,1 2 4 2 9 -3 2 ,3 6 , 37
Pieles. Ver Pieles de leopardo; Ver P ie­ ahora crece antes y después de la
les aguadas, Ver Precios crecida, ii. 31, 32, 36
Piernas cruzadas, la gente pobre se sen­ cultivado en e l antiguo Egipto, ii. 37
taba con, i. 68 de P linio, ii. 33, 34, 38, 48
normalmente no se sentaban, i. 68 número de, en Egipto cerca de
Pies, arcilla amasada con, ii. 125 1.300, ü. 37
pasta amasada con, i. 188 produce aceite. Ver A ceites,
Pintores y escultores en piedra, distin­ sagrado, i. 280
tos de los escultores, ii. 71 silvestres e indígenas, del desierto,
Pintura roja de lo s muros, censurada poco introducidas en Egipto,
por Vitruvio, i. 30
ii. 37
mar, puertos en el, ii. 263-266
traído com o parte de un tributo ex­
Pinturas antes de la escultura, ii. 314
tranjero, i. 6 7 ,4 1 5
escultura, origen de, ii. 3 0 2 , 303
Plantas m edicinales en Egipto, i. 60;
Ver G riegos
ii. 286
Pinturas, la más antiguas en Egipto y
Plañideros, ii. 104
Grecia, ii. 310, 311
jefe, o tipo de plañidero, ii. 409,411
en fresco, no en E gipto, ii. 311
Plata, jeroglífico significando, ii. 171
en paneles en Egipto, ii. 309
(ilustración fig. c)
Piramidal, línea, y en los tem plos de
piedra, ii. 331 em pleado por dinero, ii. 169
Pirámide, de revestim iento de granito hilo y alambre, ii. 98
en el Tercero, ii. 325 pronto siguió al oro, ii. 170
construcción con techo sobre el pa­ Plata, pocas p iezas en Grecia y Roma,
sillo de la Gran, ii. 337 ii. 169
Pirámides, arcos de ladrillo tosco, ii. Plata, uso de, por dinero en el tiempo
335-337 de Abraham, ii. 170, 269
de G ebel Berkel en Etiopía, ii. 335- llam ado «oro blanco», ii. 169, 242
338 Ver Oro

481
Plataforma con clavos para la ofrenda de m uchos co lo r es, am arillo se
de pájaros, i. 276 añadió después, y otras par­
instrumentos claveteados, Ver Doora tes también, ii. 81
Plataforma para flores, i. 89 Porquerizos en E gipto y en India m e­
P latos de varios tip o s, i. 177, 191 nospreciados, ii. 10
Plaustrum, o vehículo para viajar, lle­ muy innoble, ii. 194
vado por dos b u ey es, i. 4 0 4 , 405 Portales, i. 19, 25-28, 37
P lum as de avestruz y h u evos, i, 235 Porte, el Sublim e o «gran Puerta», ii.
cazadas por sus plumas y huevos, ii. 229
68 Pórticos, i. 19
Población de Egipto en los tiempos an­ Posada, esta vida es só lo una, i. 198;
tiguos, i. 321, 322 ii. 393
de Alejandría, i. 322 Postración delante de gente importan­
del m undo igual antes que ahora, i. te, i. 68, ii. 230
322 Pount, gente asiática de, i. 417
P oder de E gipto, i. 326, 4 41, ii. 294 P recios por e jer cic io s gim n á stico s,
P oleas conocidas en Egipto, pero pue­ ganado, vestidos y p ieles, i. 221, ii.
de que no hubieran sido empleadas 66
en barcos, ii. 1 5 0 ,1 5 1
Preserva o cubre, i. 47, 226
P olo y cubo, o shadóof, i. 43, 45, 82
Prevención d el crimen en la juventud,
Ver S hadóof
sugerencia moderna, ii. 242
P olvo de oro en bolsas, i. 158,274,275;
Primera y segunda clases, soldados y
ii. 171
sacerdotes, i. 334; ii. 10
P ollos, tratamiento de, ii. 210
Primeras frutas, ofrendas de, i. 2 88,
Pomadas, de varios tipos, i. 273, ii. 33,
314
34, 38, 44
Príncipes, vestidos de lo s, i. 329
en la cabeza de invitados, i. 88, 89
en carrozas, i. 390
encontrado enjarras en las tumbas,
mandaban sobre partes de la arma­
i. 89
ofrendas de, i. 273, 274 da, i. 362

para ungir la estatua de un dios, i. mechón de pelo, emblema de, i. 330,


273 ii. 356
recipientes de distintos materiales oficio de, i. 329, 362, 363
para m antenerlo, i. 165, 167 portaban flabela, i. 362, 363
sagd as o p sagdae, i. 2 73, ii. 377 Principios de la naturaleza, los viv ifi­
Pompas funebres (empresarios), ii .138, cadores y productivos, i. 350, 351
426 P risioneros de guerra, i. 3 92, 4 3 9
Pom peii, paneles rojos, y «juncos para em pleo de, i. 439
las colum nas» pintadas en, i. 29-32 tratamiento de, i 4 2 8 , 433
Porcelana, o porcelana de cristal, ii. 81, P rocesión del arca de Sokari, i. 299,
86, 87 300

482
de la coronación del rey, i. 2 8 6 ,2 9 0 P uerco espín, i. 2 27, 2 3 6 , 2 39, 257
Procesiones, orden de, desde Clemens, Puertas, i. 24, 25-28, 39
i. 288 cerrojos y llaves, i. 26, 27
P roceso em balsam ador, ii. 4 21, 4 2 6 de una y dos partes, que se abren ha­
cuando se abandona, ii. 4 3 9 , 4 4 0 cia dentro, i. 28
razón para, ii. 418 de los alm acenes para e l grano, i.
Productos indios que llegaron a Egipto, 2 4 ,4 3
ii. 155, 263, 266 sentencias escritas sobre las, i. 16
Productos naturales para decorar, un Puñales, i. 377
error e l copiar, ii. 321 con adornos en las empuñaduras, i
objetos, los griegos preferían tomar 379
el sentim iento de, ii. 321 de bronce, i. 379, 380
objetos no siempre imitados por los manera de llevar y usar, i. 378
egip cios, ii. 323
P ro fesio n es, só lo dos, i. 3 29, ii. 9
Profeta vestido con p iel de leopardo,
Q
era llamado «Sem», i. 292-293,297, Querubín com o las figuras aladas de
307, 345, 347, 350 la verdad en las arcas, i. 285
Profeta, obligación del, i. 337 Q u ím ica y m etales ó x id o s, co n o ci­
Proporción entendida por los egipcios, m iento de. ii. 82
pero en particular por los griegos, y y teñido de telas, ii. 82
ahora por los italianos, ii. 326
P sagdae, un güento, i. 273; ii. 377
Psam ético, o Psamatik, corte de A pis R
de, i. 305 Rahab, un instrumento de una cuerda,

«Pshent», doble corona llamada, i. 283; i. 134


Ram psinito probablem ente el m ism o
ii. 357 Ver Corona
que Rem sés ΠΙ. i. 166
Pthah, el poder creativo, i. 345
fuerza de la trampa situada en, ii.
acompañado por la figura de la
206
Verdad, i. 345
historia de su hija, i. 314
M enfis, la ciudad de, i. 349
tesoro de, i. 25, 166
Pthah, Sokari-Osiris, i. 215
Raphanus, o fig l, i. 177; ii. 33, 41
barco, de, i. 299-300 da un aceite, ii. 3 3 ,4 1
Ptolom itas, títulos de algunos de los, entre las ofrendas, i. 273
en un escrito, ii. 248 R ebo, una gente asiática, i. 4 1 4 -4 1 6
corrupción bajo los últim os, ii. 260 elegida com o el tipo característico
tiranía de los, ii. 257 de Asia, i. 415
p u eb lo fortificad o de, i. 326, 327 R ecip ien te co m o un caldero, i. 164
Pueblos que se construyen tras una cre­ a m enudo de una forma tan errónea
cida o inundación, ii. 17-18 com o nuestros tiestos, i. 163

483
con la cabeza de un pájaro y de un de cuerdas de lino, ii. 112
m onstruo tifón , i. 162, 163 de m uy fina textura, ii. 96
con la cabeza humana com o tapa, i. para pájaros, ii. 204-211
165 para pescar, Ver R edes para pescar
con platos de metal, ii. 185 Reinas, báculos de, i. 290
de A sia, i. 162, 163 mantenían oficiales sacerdotales, i.
de bronce, cristal y otros materiales, 335
i. 158 R eligión de Egipto, sistem a de, i. 344,
de bronce, con una tapa elástica, i. 345
1 6 4 ,1 6 8 abusos que aparecieron en la, i. 344
de cristal y porcelana, i. 88, 92 cam bios en la, i. 3 4 7 , 3 4 8 , 3 5 0
de formas elegantes en Egipto, al doctrinas de la, i. 345
gunas veces superpuestas R em o de barcos, ii. 146
de la m ism a forma que al Remsés Π o el Grande, i. 3 2 6 ,4 1 3 ,4 1 7 ,
gunas griegas, pero más an­ 4 2 3 ,4 2 5 ,4 4 1
tiguas, i. 157 nombre de Sesostris que procede de
de lo s griegos, con el «ganso y el un antiguo rey, i. 325
sol» de E gipto (notificado en R em sés ΙΠ, lucha naval en el reinado
de oro, co n lo s m od elos de, i. 428, 433
griegos, i. 157 ju gan d o a las dam as, i. 2 0 2 -2 0 5
de oro y plata, y otros materiales, i. R em sés III, pabellón de, i. 83 (ilustra­
9 2 ,1 5 8 ción C, 401)
primer lugar por Mr. Stuart P oole), tesoro de, i. 166
ii. 294 conquistas de, i. 3 2 6 ,4 1 5 ,4 1 9 -4 2 0 ,
de porcelana, o de esm alte en oro, 4 2 5 ,4 4 1
i. 162 probablemente el m ism o que
em pleado en e l templo en la cocina, Ram psinito de H erodoto, i.
i. 164-165, 166 166
y botellas en una caja, i. 90 cam bio en las esculturas en e l rei­
y botellas, cerradas con hojas, i. 152, nado de, ii. 305
1 7 5 ,2 7 6 R eposacabezas de madera, i. 73, 81,
con piedras preciosas, i. 158 353, 354
con distintos adornos de animales, Reptiles de Egipto, i. 265, 266
i. 1 6 2 ,1 6 3 fabulosos, i. 265
R ecipiente de A m asis, dorado, i. 197 Resina llamada «zift» o «sift», i. 418,
Reclinarse, no una costumbre egipcia, ii. 139, 289
i. 68 R evestim iento vitrificado de figuras y
R ech a zo d el se p e lio , i. 344; ii. 4 1 4 sarcófagos de piedra, ii. 79, 80, 86
rechazaban a un rey si era m alo, i. R ey llam ado Phrah, «el Sol» (faraón)
3 3 2 ,4 0 0 i. 294, 328
R edes de distinto tipo, i. 225 consejeros o m inistros de, i. 332, ii.
cercando parte del desierto, i. 225 210

484
coronación de, i. 286, 287 R o d illa , doblar la, Ver R od illa, Ver
d ioses tienden sus manos sobre el, Abrek
i. 290 R om ana de la ép oca romana, ii. 174
duelo por la muerte de, y funeral por, R om anos, estado de E gipto bajo los,
i. 333, ii. 403, 416 ii. 261
e l rey no podía hacer nada malo, y Ropas de lana, nadie era enterrado con,
nunca moría, i. 331 i. 370; ii. 73
era juez, ii. 210 ropas que llevaba la gente normal,
la gente podía prevenir al rey, sien­ i. 351-352
do enterrados en su tumba, vestidos de mayor calidad que lle­
i. 344, ii. 416 vaban lo s sacerd otes, ii. 73
lleva un casco o peluca en la bata­ Rosa, o rhodon, V er Granada
lla, ii. 358 Rot-'n-n, una gente de Asia, i. 163,416,
R eyes etíopes de Egipto, i. 325 418
N orthum bria y e l coron el F élix mujeres de, i. 4 1 8 ,4 1 9 ,4 3 9
pasando por pueblos en su vuelta de m encionado con Nahrayn, o
la victoria, i. 292 M esopotam ia, i. 418 Ver
p od ía perdonar castigos, ii. 2 3 6 Guantes,
reglas para la conducta de, i. 330- trajeron betún a Egipto, llamado zift,
332 i. 418
respeto por, ii. 54 tributo de los, i. 418
santificado diariamente en el tem­ vasos d é lo s , i. 163
plo, i. 295, 331 Rueda de alfareros, ii. 125
sentim iento hacia el, i. 328 Rueda y eje de un carruaje encontrado
título hereditario de, i. 328 por Dr. Abbott, i. 403
o del sacerdocio o de la clase m ili­ Ruedas de carros, i. 3 9 4 ,3 9 6 ,4 0 0 ,4 0 4
tar, i. 329 tenía cuatro o seis radios, i. 394,399,
obligaciones de, i. 330 404
oraciones por los, y honores de, por
el sacerdote, i. 331
ungir, i. 289 s
R e y es extranjeros, i. 3 26, 3 48, 4 2 5 Sabaco, i. 326
Rhyton, o taza para beber, i. 1 6 3 ,1 6 4 adorado en los pueblos, especial­
con la form a de una cabeza de ga­ mente en Bubastis, para pro­
llo, i. 163 tegerles de las crecidas, ii.
Riqueza de los antiguos pobladores, ii. 17
272, 273, 274 Sabaísm o no era parte de la religión
de los individuos de Roma, ii. 273, egipcia, i. 346
274 «Sabiduría de los egipcios», i. 343; ii.
R obo, ii. 243-244 229
m odo de descubrirlo, por m edio de Sacerdocio mantenía su influencia por
la ad ivin ación , ii. 3 8 8 -3 8 9 la pom pa y las cerem onias, i. 281

485
Sacerdote, cada, tenía una mujer, i. 15; no pagaban im puestos, pero tenían
ii. 252 el perm iso público sobre la
Sacerdotes no com ían cerdo, pescado, com ida, i. 337
judías, i. 340, 342, 343 jefe, y los profetas le llamaban
abluciones de, i. 342 «sem », i. 284, 337 Ver
aficion ad os a la lim p ieza, ii. 361 Profeta
dejaban a la gente con la ignoran­ tenían gran ascendencia sobre la
cia, i. 343 gente, i. 339, 343, 344
elevaban su propia clase y degrada­ vestido del, i. 352, 353
ban a la gente, i. 343 vestido con p ieles de ciervo o de le
eran morales y un buen ejem plo, i. opardo, i. 306
340, 343 y la clase m ilitar tenía el rango más
es sistema de, no se ajustaba a todas alto, i. 334
las épocas, i. 344 Sacerdotisa, i. 334, 335. Ver M ujeres,
gobernaban b ien la ciudad, i. 344 sagradas
dormían con un reposacabezas de Sacrificio para la m esa, i. 180
madera, i. 353, 354 Sacrificio, i. 278 Ver Ofrendas
llevados a los altares, i. 283 después de una victoria, i. 2 9 3 ,4 3 9
llevaban la m esa, i. 282 diarios en el tem plo, oficiados por
llevab an un v e stid o con p iel de el rey, i. 295
leopardo en sus altares, i. 283 Sacrificios, hum anos, no en Egipto, i.
no asumían poder sobre el rey como 434
los pontífices etíopes ha­ Sagdas, Ver Psagdae
cían, i. 344 Sagrados, sujetos en pinturas que ha­
reconocían los lazos con la socie­ bían establecido reglas, ii. 2 9 5 ,2 9 7
dad, llevaban a cabo las obli­ Sais, ciudad de, i. 311, 313, 314
gaciones de padres y ma­ lago de, i. 313
ridos, i. 344 m onolito, ii. 69, 343, 344
se abstenían de la sal en ciertas oca­ nom e de, i. 356
siones, i. 342 Saite, dinastía, reyes, i. 327
Sacerdotes, posesion es mundanas de, Sajón, normando y lombardo, estilos,
i. 17 ii. 339
abstin en cia de i. 340, 3 42, 343 Sal, a veces excluida de la m esa de los
educación de los hijos de los, i. 339 sacerdotes, i. 342
de varios grados, i. 334, 337 Salm o de D avid, algunos escritos des­
del rey, i. 334 pués de su captura, ii. 281
disfrutaban de grandes privilegios, Salón, i. 21
i. 337, 339, 343 Salvador, retrato de El, ii. 225
in icia d o s en lo s m isterios, i. 339 Sandalias de lo s sacerd otes, i. 353
que llevaba los vestidos de p iel de de m ujeres y otras, ii. 3 6 5 -3 6 6
leopardo. Ver Profeta Sangre em pleada para cocinar, i. 181
la le y estaba en m anos de, i. 329 Sapt, «la parte elegida», i. 278

486
Sarapeum de M enfis descubierto, i. 307 la idea abstracta de Dem onio, i. 348,
Sarcófago, ii. 406, 412 349
Sarcófagos, ii. 437, 438 y Horas dejando caer emblemas so­
Satán, el M aniqueo, i. 348 bre el rey, i. 289, 348
Seáleh, o acacia séál, i. 239; ii. 5 1 ,1 2 4 Sethi, o Sethos, u Osirei I, i. 3 2 6 ,4 1 7 ,
Seb y N epte, los hijos de, i 348 4 25, 441
Seb, ganso, em blem a de, i. 263 Shadóof, o polo y cubo, i. 43-45, ii. 12,
Sellos en puertas, i. 25, 26 13, 32, 37
en tumbas, ii. 401, 402 ilustración, i. 82
Sembrar la tierra, ii. 19, 20 Sharetana, un pueblo asiático, i. 411-
tiem po, ii. 52 413
Sem en, fortaleza de, i. 430-431 tenían un casco con cuernos, i. 411
Sennacherib, i. 327 Shart, un pueblo en el norte de Arabia,
Sentado sobre sus talones, i. 68 i. 417
Señor y señora de la casa se sentaban nombre del mar R ojo, i. 417
Sheshonk (Shishak) tomó Jerusalén, i.
en una silla, i. 155
326-359
Señuelo, i. 247
i. 326, 349, 359
«Sepulcro del rey P tolom eo», i. 2 8 2
Shinar (Shingar, Sinjar), tributo de, i.
Sepulcros, o arcas, o barcos sagrados
419
procesión de, i. 282, 284
Shishak, saqueado templo de Jerusalén,
dorado, i. 282
i. 325, 359 Ver Sheshonk
Serapis. Ver Zarpáis
S iclo, significa p eso, ii. 170
Serpientes de Egipto, i. 266
Sicómoro, i. 54, 67 ,2 7 3 ; ii. 3 8 ,5 0 ,1 2 8
con cuernos, i. 266
árbol sagrado a N epe, i. 247; ii. 422
sagradas, i. 68, 266 Ver Asp.
higo, fruta del cielo, i. 192
Serrar, m odo de, ii. 1 3 3 ,1 3 6
h igos, si se com ían se suponía que
S ervicios o liturgias llevadas a cabo
se aseguraba algo en devo­
para los m uertos, ii. 394-399, 411
lución a Egipto, ii. 128
Sesostris, barcos de, i. 329, 434. Ver Siega, i. 296
barcos Sierra, ii. 132, 133, 136
dio tierras a los sold ad os, i· 354 Sifones, i. 184, 185; ii. 3 5 1 ,3 5 2
D ivisión del país por, ii. 258 Sift, Ver Zift.
nombre que se adjudicó a Ram sés Silen cio, m odo egip cio de indicar, ii.
II, i. 325 208
Setenta días, tiempo del proceso de em ­ dios de, Ver Harpocrates.
balsam ar, ii. 4 1 2 , 4 2 2 , 4 2 3 , 4 2 6 S ilsilis , grandes canteras en, ii. 340
Seth, i. 289, 348, 349 Silla de campo, i. 73
con el sombrero hor, i. 289 Silla, un m ono atado a la pata de una,
el hermano de Osiris, desaparecido i. 155
del Panteón, i. 348 Sillas, i. 68-75
el m ism o que Tifón, i. 348 canguro, i. 74, 75

487
doble y sencilla, i. 72 Sombrilla sobre un carro, i. 8 3 ,8 5 , 86,
lo s e g ip c io s se sentaban en, i 68 4 0 4 ,4 0 5
Sim etría rechazada, ii. 329 Ver escudo em pleado por un, i. 83, 85
Variedad, JSont, m im osa, o acacia nilótica, ii. 39,
Simpula, o ladles, i, 1 9 5 ,1 9 6 50, 51, 1 2 4 ,1 2 8 ,1 4 9
con una bisagra, i. 1 9 5 ,1 9 6 bosques de, ii. 39, 50, 129
Sim sim , o sésam o, da un aceite, ii. 33, vainas de la, em pleadas para curtir,
3 7 ,4 3 ii. 124 '
«Sincero», ii. 96 S ooez (Suez), ii. 265, 264
Sinfonía, la triple, i. 96 Sothis, alzam iento de, en el reino de
Sistema de pasaporte en Egipto, ii. 227, Tutmosis III, ii. 284-285
228 Spoonbill, i. 263
Sistrum, i. 1 4 1 ,1 4 3 Staters, las monedas m ás antiguas, ii.
ha sid o encontrado, i. 142, 143 172
sostenido por mujeres, i. 143 Suez, Ver S ooez
S itio s de los p u eb los fortificad os, i. Superintendentes del castillo, un alto
407-411 puesto, ii. 202-204
Sofás, i. 78, 79
Sokari, Ver Pthah-Sokari-Osiris
arca de, i. 299, 300 T
collar de, i. 274-275 Tablones, manera de unir dos, ii. 130,
Sol, culto al, i. 346, 347, 358 131
adorado en H eliópolis, i. 349 Ver Tabret o pandereta a (la Taph de los ju­
H elipolis, Ver Phrah. díos), i. 1 3 9 ,1 4 0 , 150
culto introducido por los reyes ex Taburetes para la cabeza. Ver
tranjeros, i. 326 Alm ohadas
distinto del Sabaísm o, i. 346 Taburetes, i. 68, 71, 75, 77
el toro M nevis se decía que había Talento, ii. 288-291
sido sacrificado al, i. 304 Tamarisco, ii. 50
festividades en honor del, i. 311, árbol, sacrificad o a O siris, i. 269
3 1 3 ,3 1 5 ,3 1 6 madera, u so de, ii. 128
Sold ados, Ver Armada; Ver Segunda Tambor, i. 108, 114, 115, 116, 117
clase Tambor, Ver Darabooka Tambor
de distintas corporaciones, i. 389 Ver Tambores de colum nas, ii. 317
O livo; Ver Frontispicio, en Tamiz de cuerda, ii. 112
volum en ii Tamizadores o coladores de bronce, i.
mercenarios, auxiliares y aliados, i. 196
356, 357 Tasar alukkis de oro y plata, ii. 170
pagos y relaciones de los, i. 354-356 Taza de plata, i. 92
para ciertos nom os o provincias de Tazas de latón o bronce, i. 92
Egipto, i. 356 Tazas de latón, i. 82, 180
Soltána Validh, influencia de la, i. 14 dinero de latón, ii. 172

488
Tazas, i. 180. Ver Recipientes. estatuas y bajorrelieves coloreados,
Tebas, pabellón de Ram sés ΙΠ; dos c o ­ ii. 312, 324
losos o e l plano anterior del templo liras. Ver Liras
de A m enofis ΙΠ, viñetas C.E., i. 83, mercenarios de Egipto, i. 327
151, 323-324 nom bre de instrum entos, i. 146
Techos abovedados, i. 28; ii. 3 3 5 ,3 3 6 , nombre de la flauta, i. 135
337 pinturas en tem plos y galerías, ii.
Tejado de las casas de famas de palma 312
y barro, i. 17; ii. 313, 314 pinturas llev a d a s a R om a, ii. 312
dormían en el verano sobre el, i. 17 pinturas m onocromas más antiguas,
y los suelos de varas de árbol de pal­ ii. 312
ma, i. 28 colores, ii. 324
pueblos que querían edificios altos,
Tejas, ii. 321, 325
Tela de algodón, ii. 90 i. 32
y tem plos egip cios de distinto tipo.
em pleada por los sacerdotes, ii. 90
ii. 331
no B yssus, ii. 89
Tem plos, sujetos representados en el,
Tela, manufactura de, ii. 1 0 1 ,1 0 2 ,1 0 3 ,
i. 278-279
106
coloreados, ii. 323
clasificación, ii. 1 0 8 ,1 0 9
esculturas de, ii. 328
Teladio, i. 66; ii. 111, 130-132
no derivados de m onumentos exca­
Telar, horizontal y de pie, ii. 1 0 2 ,1 0 3 ,
vados, ii. 331
104
o sanitarios, al principio pequeños,
tosco, pero el trabajo es fino, ii. 91
ii. 332
Tem enos. Ver Bosque
Tempo dedicado, i. 285, 286
Temperanza, exhortaciones a la, i, 63,
Tenedores no em pleados en la com i­
198
da, i. 192
Templo, dedicación de un, i. 271, 285, conocidos por los judíos y etruscos,
286 pero no em pleados en la
todo un, Ver F ron tisip icio, vo l. I. m esa, i. 193
Tem plos griegos trazados de edificios de madera, em pleados por los cam ­
en madera, i. 15 pesinos, ii. 55, 58
arquitectura sim ple al principio, ii. em pleados en una cocina egipcia, i.
326 184-185
arquitectura y bajo relieves c o lo ­ Tentyris (ahora Dendera), i. 253, 324
reados, ii. 324 Tentyrites vencieron a los cocodrilos,
artistas pintando en paneles, no en i. 253
muros, ii, 311, 313 Tercera clase, cazadores, jardineros,
capitales jónicas y corintias, ii. 330 marineros, aldeanos, ii. 68, 69
gusto, color, forma y proporción, ii. Terreno aluvial depositado en el Valle
326 del N ilo, i. 323-324; ii. 16-17
estatuas pintadas, ii. 312, 313 calidad y análisis del, ii. 27

489
crecim iento de, y proporción de, ii. elevación de la, ii. 16, 17
16, 17. Ver N ilo. Tierra, variedades en distintas partes,
Tesoro, historia de, encontrado, i. 39, ii. 16, 17
35 la parte más baja cerca del límite del
Tesoro, Ver R am ses III desierto m ás que en los ban­
Testigo de un asesinato o cualquier tipo cos del N ilo , ii. 1 5 ,1 8
de violen cia, sin dar inform ación, T ifón, o Seth, i. 115, 2 5 2 , 253, 255,
era participar en e l delito, ii. 235- 261, 303, 341, 348
236 T ifón, o Seth, i. 115, 252, 2 5 3 , 255,
T estigos, número de, necesarios para 261, 303, 341, 348
un juicio, ii. 201, 202 caza de un verraco por, i. 255
Testudo y ariete, i. 407-410 e l tercer día del Epact el cumplea­
Thales, historia increíble de, enseñan­ ños de, i. 296
do a sus m aestros, ii. 127, 353 hipopótam o y cocodrilo, em blem as
T his, la din astía Tinita, i. 3 2 4 -3 2 5 de, i. 252, 303
Thom son, Mr. con ropajes de m om ia sa c r ificio de una cerda a, i. 341
y de lino, ii. 89, 93, 95, 96 Tim oneros de alto rango, ii. 69
Thoth, e l M ercurio o H erm es de T im ones de barcos, ii. 144-145, 149
Egipto, i. 288, 289 Tipos de m om ias, antiguas, revendi­
festividad de, i. 314 das, ii. 4 0 0
la inteligencia de, i. 132-133 ropas, de lin o, ii 9 1 -9 4 V er Lino.
la Luna y el D ios de las letras, con Tirhaka, i. 326
una cabeza de Ibis, i. 346 cau tivos de, i. 4 1 4 , 4 1 6 , 4 1 9 -4 2 0
libros de Hermes, o i. 288 Toersha, un p u eb lo de A sia , i. 4 2 0
m es de, i. 314 Tokkari, un p u eb lo asiático, i. 413
respond e a T iem p o, ii. 4 1 9 -4 2 0 carros de los, i. 413
Thummim. Ver verdad. Tomtom tambor, i. 113-116
Thyrsus conducido por los sacerdotes, Topografía, tierra o m edición, ii. 278
i. 306 Toros, sagrados, i. 259, 303, 304, Ver
Tienda turca en la casa, i. 15 Apis.
Tiendas, ii. 121 Torres, m ovibles, em pleadas en el si­
nombre y ocupación del dueño, ii. tio de alguna ciudad, i. 411
123 Trabajo, división del, ii. 211
Tierra arrendada a los reyes y a otros, Trama hacia arriba y abajo, ii. 94-95
ii. 12 Trampas para los pájaros, ii. 206, 208
cultivada con poco trabajo, ii. 23 Ver prim avera, m uy calurosa, ii. 208
siembra y grano, Transmigración del alma, ii. 417
depósito aluvial en el, ii. 19 en India, ii. 418
se seca pronto después de la inun­ Trébol, seco, llam ado en árabe Drees,
dación, ii. 19 ii. 3 1 ,6 2 ,6 3
supervisai' los, Ver Mayoral Tributo pagado a E gipto, i. 417; 418,
Tierra, niveles de, diferentes, ii. 1 8 ,1 9 421, 426, 440; ii. 2 6 1 ,2 7 0

490
de A sia y África, i. 244 algunos no se les permitía ser ente­
de Etiopía, i. 426 rrados solos, i. 332, 343; ii.
jarra de, i. 418-419 4 1 4 ,4 1 7
vasijas traídas com o parte de un, i. Tumbas de gran tamaño, ii. 402
162, 1 6 3 ,4 1 8 ,4 2 1 en la base de las montañas de Tebas,
Triclinium no em pleado por los egip­ ii. 410
cios, i. 68 en las pirámides, i. 119; ii. 3 2 0 ,4 0 2
Trigo, ii. 31 jardines en las, ii. 402
bueyes sin bozal cuando se trillaba, nunca circulares en Egipto, ii. 402
ii. 59 Tumbas y ritos funerarios, ii. 393-441
cortado ahora cerca del suelo, ii. 62 de la gente pobre, ii. 402
cortado por debajo de la oreja, ii. 52, de los reyes, i. 415
62 sellos de las, ii. 401
encontrado en tumbas, se dice que todos terminados excepto el nom­
bre del dueño, y preparados
se había cultivado en
para ser vendidos, ii. 400
Inglaterra, ii. 52
visita de las mujeres a (com o aho­
llevado a la era, ii. 52
ra) i. 1-3; ii. 401
sembrado, cultivado, recolectado,
Tutm osis, los reyes, i. 326
trillado, y almacenado, ii. 53,
alzam iento de Sothis en el reinado
54, 57, 59
de, y la fecha de, ii. 285
trilla, con bueyes, ii. 54, 59
ΠΙ, i. 163, 326, 416, 418, 421, 441
todo aristado, calidad de, ii. 52
y cebada, bien cortadas lo mejor, ii
52
Trilladores, canción de los, ii. 58
u'
U n, N um , N ov, N ef, N eph, o Kneph
Trillar. Ver Trigo.
(Chnuphis) el dios, i. 285, 345, 350
Triunfo del rey después de una victo­
el espíritu, i. 345 Ver A sp o
ria, i. 291 Ver A c ció n de gracias. Agathodaem on.
Trompeta, i. 114,115 U nir a la co la de un m ilan o, ii. 129
de los israelitas, griegos y romanos,Usura condenada, ii. 244
i. 115. Ver Instrumentos judíos
U vas, recolección de, i. 50-53
trom pas llam adas por la, i. 363 observadas por lo s niñ os, i. 53
Tropas armadas ligeras, i. 388, 4 0 6
Tropas armadas, i. 388
Tropas armadas, pesadas y ligeras, i. V
357, 359, 388 Vaca y ganso, comidas favoritas de los
Troquilo, historia del, i. 254 egip cios, i. 76
Tumba de la momia. Ver Ilustración ii. no saludable, i. 76
441 Vaca, Ver Athor
hondonadas, ii. 4 0 0 ,4 0 1 Vacaciones, i. 295
Tumba de Ram sés ΙΠ, i. 87-88 de los cam pesinos, ii. 66

491
Variedad, los egip cios aficionados a, i. V ersos fe sce n n in e de Italia, i. 111
68; ii. 329-330 Versos italianos pantom im e y fescen ­
Vasija Canopus, ii. 431 nine, i. 111
Vasos de Egipto, Ver Etruscos. Vestido de Salom ón, ii. 263-264
Vasos de murrano, se duda de qué pie­ riqueza, ii. 272
dra, ii. 86-87 Vestidos de lino y fibras de datilero, y
falsos, probablemente un cristal con de cuero retorcido, ii. 110
porcelana, ii. 86-87 Vestidos de m ujeres bailando, i. 148
Vasos sin asas, i. 1 6 3 ,1 6 4 cabeza de hombre, ii. 359
Vectis, Ver Isla de W ight cabeza de mujer, ii. 370
V egetales prohibidos para lo s sacer­ con bordados y colores, ii. 97-1 0 0
dotes, algunos, Ver Judías. con franjas, i. 333, ii 108, 354, 355
Vegetales, com ida de las clases bajas, de cazadores, i, 226
i. 177 Ver Comida, de gente pobre, ii. 354
gran número de gente en Egipto ven­ de las mujeres, i. 336-353
día, i. 185 de las reinas, i. 336
sagrados, i. 278 de los hombres, ii. 354-356
Vegetales, gran cantidad de, en la cena,
de los niños, ii. 363, 364
i. 176
de lo s reyes, i. 3 1 7 , ii 3 5 6 -3 5 9
Velas de algunos barcos, de papiro, pa­
de sacerdotes, i. 319, 339, 351-353
recid os a lo s ch in os, i. 4 3 6 , 437
de soldados, i. 384, 385
a m edia hasta en el buque de gue­
de tropas mercenarias, i. 356
rra, i. 435
en una fiesta, i. 91
V elas de velero s m odernos y barcos
no totalmente descrita en m onu­
etíopes, ii. 138. Vfer Barcos
m entos, ii. 354
Venado, i. 238, 259
sencilla, com o la de un dios de un
Vendedores de aves, ii. 210, 211
río, ii. 354
Venta de José, i. 440
y armas de extranjeros enem igos de
V entanas de las casas, i. 2 4 , 31, 33
con cubiertas con colgan tes, i. 33 Egipto, i. 411-426
entre colum nas, i. 31 V estidos de p iel de leopardo, i. 306,
Verdad, i. 2 8 5 , llam ada T hm ei. Ver 337 ver Profeta, ver Nebris
Pthah. Vestidos sencillos de los egipcios, como
las dos figuras de Thumei o, res­ un dios del río, ii. 354
puesta a Thummim, ii. 232, V estidos, de piel de leopardo, para los
420-421 sacerdotes, i. 337. Ver piel de leo
y justicia, i. 286; ii. 232 pardo, vestidos,
Verdad, la figura de, i. 274, 285, 286, de un rey y una reina, i. 336
345 Vetas de cuarzo abiertas para oro, ii.
Verdad, o justicia, la gran virtud, ii. 234 162
diosa de, con los ojos cerrados, ii. Víctim a, manera de asesinar y despe­
232 dazar a, i. 277, 278

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Victoria, vuelta de un rey tras, i. 291, también importado de F enicia y
438 Grecia, i. 62-63
día de acción de gracias tras, i. 291, traído por un sirviente de rango su
439 perior, i. 151
Vid, i. 50-55; ii. 4 0 ,4 9 Vino M areotis, i. 59
Vida entregada al rey, i. 291 V inos de una selección só lo para los
m odo de, testim onio dado ante los ricos, i. 64
m agistrados de, ii. 2 2 6 -2 2 8 m edicinal o fingido, i. 60
señal de, tomada por los cristianos Viñedo, i. 49, 51-53
com o una cruz, i. 291 Vitruvio censura la cantidad de pintu­
o Crux ansata, i. 271 ra roja en muros y «juncos en las co­
Vides, i. 39, 51 lum nas», i. 2 9 -3 0 ,3 2 Sombrilla so­
creciendo al borde del desierto, i. bre un carro, i. 83, 85, 8 6 ,4 0 4 ,4 0 5
59; ii. 29 V iveros, i. 47
niños después de la vendimia, i. 55 Volutas de Egipto, ii. 330
Villa, organización de una gran, i. 38-
V otos, p ú b licos y privados, i. 275
39
bote en el lago en los terrenos de
una, i. 39
w
V illas, i. 35-39
W abber o hyrax (una c la se de mar­
de planta irregular, i. 39
m otte), i. 239, 259
entradas a, i. 36
W ight, isla de, llevaba a cabo el alma­
V ino de palma, i. 65
cén de estaño, y el puerto de los mer­
del o a sis llam ado L ow b geh , i. 65
caderes desde el continente, ii. 156
usado en el proceso de embalsamar,
ii. 422, 424
Vino de varias clases, i. 59-61,280-281
antes de la cena, i. 92
Y
del alto y bajo Egipto, i. 280 Yugo para llevar jarras de agua y otras
empleado com o m edicamento, i. 60 cosas, i. 43-44
en la bodega, i. 59 de un arado, ii. 16
de la viña. Ver Viña de un can o, i. 399-402
llam ado Erp, i. 57-58, 280
no era de m ala educación rechazar,
i. 154-155 z
no estaba prohibido a las mujeres, Zapateros y curtidores, ii. 121
i. 6 1 ,6 2 Zarpáis, templo de, i 307
ofrecido con un pequeño discurso, Z ift o betún, traído com o tributo
i. 154-155 desde A sia, i. 397, ii. 131-132. Ver
ofrecido a los dioses, i. 61, Ver Rot-'n-n
H eliópolis Zorro, i. 238, 256
para los invitados, i. 91, 151 Zummára, o gaita doble del Egipto m o­
se ofrecía en dos copas a los dioses, derno, i. 137-138
i. 280 Z ythus, o S ito s, cerveza, i. 63-65

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