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La honestidad y la autenticidad pueden ser una cualidad o fortaleza muy necesaria a la hora
de mantener relaciones sociales de cualquier tipo, ya sean de pareja, familia, amistosa e
incluso laboral.
Sin embargo, la realidad nos lleva por otros caminos, indicando que si estamos ocultando
algo a alguien, en ese mismo momento, ya le estamos perjudicando o haciendo daño, ya
que el hacer creer a otra persona una realidad que no se ajusta a lo que es, en su forma más
auténtica posible, muchas veces es una elección que no ha tomado la persona engañada y no
se le ha dado esa posibilidad de elegir.
Por lo que si la verdad es descubierta, las consecuencias pueden ser peores de las que
estimábamos habiendo dicho la verdad de nuestra opinión, pensamiento o hecho, y
repercutiendo en las emociones, pensamientos y conductas de las personas implicadas.
Además de esto, y girando la mirada cada uno para sí mismo, siendo honestos y más
auténticos conllevará, además de estar más a gusto con los demás, estar más a gusto con uno
mismo.
Este hecho amplía el conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos y nuestras emociones
y sentimientos, y al tener este mayor conocimiento sobre nosotros mismos sin el muro de la
mentira y el autoengaño, propiciará que encontremos un modo mejor de definir y conseguir
las propias metas propuestas.
Para poder gozar de los beneficios de la autenticidad con uno mismo y con los demás, es
necesario ser asertivo y en muchos momentos, objetivo, para poder expresar nuestra opinión
sin perjudicar a los seres queridos u otras personas que nos rodean.
A continuación, se muestran algunas claves para poder conseguirlo:
En términos neurológicos esto supone que, ante las tentaciones, la actividad cerebral de los
individuos honestos no se incrementa, mientras que la de las personas deshonestas sí lo hace.
Estos hallazgos han sido posibles gracias a las nuevas tecnologías en el ámbito de la
neuroimagen.