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EL LÍDER Y LA LITERATURA

El "puritanismo literario" que hoy ha pasado de moda, nos ha dejado varios de sus
efectos. Son pocos los líderes que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que
deben dar a la palabra escrita, y eso entraña un grave peligro. «Los cristianos enseñamos
a leer a la gente, pero es el "mundo" quien les da los libros» ...

Escribo suponiendo que en el pasado ha quedado aquella posición que se oponía a la


lectura de todo material que no fuera la Biblia. En tiempos ?ya lejanos? de nuestra
infancia era posible encontrar algunos escritos devocionales que insistían en que un
verdadero cristiano sólo debía leer la Palabra de Dios, y que todo lo demás "apartaba" al
lector del mensaje divino. Por supuesto, tal criterio tenía que ver con cierto
antiintelectualismo entonces en boga, pero que, solapadamente, todavía subsiste en
muchos círculos evangélicos. ¿No ocurre, con frecuencia, que muchos tienen sospechas
sobre las personas que se han ganado un título académico, o sobre aquellos que hacen
notar que sus afirmaciones públicas ?por ejemplo, en la predicación? son fruto del estudio
y del conocimiento de diversos autores? ¿No abundan, acaso, los que machaconamente
dicen que tal o cual cosa es lo que afirma la Biblia, desconociendo lo que opinan los
eruditos sobre el texto?

De todos modos, ese "puritanismo literario" ha pasado de moda, aunque no sus efectos.
Son pocos los ministros religiosos que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que
deben dar, en su trabajo, a la palabra escrita, y eso entraña un grave peligro.

DESAFÍO DE NUESTRA HORA

En algunos países, el creciente aumento de personas alfabetizadas presenta un llamado de


atención. Cuando hace muchos años en la Argentina se hizo una fuerte campaña oficial
para enseñar a leer a los adultos, apareció un serio problema: no había qué dar a los que
aprendían. Por eso, las autoridades aceptaron con entusiasmo lo que producía en ese
campo la Sociedad Bíblica, sin preocuparse por aspectos doctrinales. Poco tiempo
después, aparecieron editados oficialmente los discursos del presidente de entonces, que
compitieron con el material bíblico. Esto no es tan grave, si lo comparamos con la
realidad de algunos otros países, donde no hay otra cosa que lectura de extrema izquierda.
Frank Laubach, aquel gran cristiano creador de un sistema de enseñanza con el que han
aprendido a leer cientos de millones, dio cierta vez: "Los cristianos enseñamos a leer a la
gente, y los comunistas les dan qué leer".

Pero eso es sólo una parte de la situación. Se calcula que en la actualidad se publican
siete mil millones de volúmenes (libros) por año, a los que habría que sumar los diarios,
revistas, panfletos, periódicos, etc. Un verdadero alud literario cae sobre las cabezas del
mundo entero. Hay razones lógicas para que la mayoría de lo producido no se trate de
material con trasfondo cristiano: no lo son sus productores. Tiene más acceso al mercado
lo que no lo es. Es más fácil escribir superficialmente? o los cristianos no comprenden su
responsabilidad.
Lo notable es que, por el contrario, otras doctrinas sí lo están haciendo. Sectas como los
Testigos de Jehová, los mormones, los "hijos de Dios" y tantas otras comienzan dando
algo para leer. Las dictaduras llenan las librerías. Aún hoy circula el que fue el libro más
vendido en su tiempo: Mi lucha, de Adolfo Hitler. Moscú es, quizá, el centro productor
más grande del mundo (al menos, en más idiomas).

Las técnicas han avanzado también en este campo que seguimos considerando sólo una
rama del arte. Es evidente que una enorme proporción de lo que se publica no es arte sino
comercio. Sólo importa que se venda. Por eso, la calidad literaria es bajísima, así como lo
es también el nivel moral. Una de las pruebas del pecado original está en lo proclive que
es todo ser humano a leer historias horrendas, hojarasca seudoromántica o noveluchas de
tramas mil veces repetidas. No sólo se lee sin esfuerzo, sino que también se puede
comprar sin él. No es necesario ir hasta una librería, sino que está en todos los quioscos y
a muy bajo precio.

Finalmente, en este aspecto, enfrentamos el gran desafío de los otros métodos de


comunicación. Se ha exagerado mucho en cuanto a que el cine, la radio y la televisión
desplazarían a la lectura. Ha ocurrido todo lo contrario, pero, sin embargo, cierto es que
han coadyuvado al auge de la literatura barata, que no es más que una continuación de
aquellos medios. Si bien comparten la fuerza de un mensaje de penetración más directo,
la presencia cristiana en ellos ?por digna de alabanza que sea? no es sustituto del valor de
permanencia que tienen la palabra impresa, comparado con la fugacidad (y por lo tanto,
cierta superficialidad) de la palabra hablada.

Y NOSOTROS ¿QUÉ LEEMOS?

Sería absurdo detenernos a decir a pastores y obreros cristianos que tienen que leer la
Biblia. Inclusive hasta sería ofensivo.

Supongamos que también sea innecesario decir que hay que leer sobre la Biblia.
Lógicamente, hablamos de los comentarios y demás libros de estudio, dejando de lado,
por el momento, la pregunta de por qué hoy se producen proporcionalmente menos o de
menor nivel que hace medio siglo. Agreguemos también los libros de doctrina,
continuando con los de ética, inspiración y reflexión.

En aquellos recordados años de nuestra infancia, leímos todo lo que había. Eso era
posible, ya que había realmente poco. Ahora, aunque parezca una contradicción con lo
que hemos dicho antes, también hay un aluvión de libros cristianos, en el sentido de que
hay mucho más de lo que podemos absorber. Quizá eso no sea tan grave, ya que mucho
de lo que se publica no merece demasiado nuestra atención. Hay que reaprender a leer.
Quiero decir: a leer de prisa (o, sencillamente, interrumpiendo en las primeras páginas) lo
que es superfluo, y leer masticando y reflexionando lo que merece que así sea. Los
clásicos han perdurado, precisamente, porque se leen así; sea como fuere que estén
escritos, queremos volver a ellos una y otra vez.
Quizá debemos aprender a leer aquello que no sea de nuestra propia tradición. Las
distintas denominaciones presentan distintos énfasis doctrinales y eso puede ayudarnos a
corregir y ubicar nuestros puntos de vista. Como es casi inaccesible, tiene poco valor
decir que debemos conocer lo que aportan otras culturas, ya que casi todo lo que
consumimos es anglosajón (y predominantemente norteamericano). Eso no quiere decir,
por supuesto, que sea malo, pero nos agradaría ver en nuestro idioma más libros
alemanes, franceses, rusos, escandinavos, orientales, etc. Es posible que aparezcan cosas
que nos sorprendan y hasta nos escandalicen, lo que será una buena oportunidad para
preguntarnos por qué.

Pero eso no basta. No se puede ministrar en el vacío. Aún leyendo los buenos libros de
actualidad, no estaremos al tanto de lo que ocurre "aquí y ahora", o sea en estos días en
nuestra sociedad; dicho de otra manera qué sucede en medio de la gente que nos escucha.
Si nos preguntan algo sobre el divorcio, en vez de reaccionar simplemente con un pasaje
bíblico, debemos comenzar por saber qué quiere decir esa persona cuando habla de
divorcio y qué se entiende por divorcio en nuestro país, lo cual por cierto es sólo un
ejemplo. Ningún pastor debe desconocer lo que publican los diarios.

Ocurre, además, que nuestra gente también lee. De repente, algún libro o periodista se
pone de moda y, por lo tanto, comienza a influir en la mentalidad de quienes nos rodean.
¿Se puede pensar que un pastor alemán de la época nazi no supiera qué decía: "Mi
lucha"? El ejemplo es extremo, pero sirve para recordarnos que hoy las fuerzas del mal
utilizan caminos mucho más sutiles y, por lo tanto, más peligrosos. Puede parecer una
grave pérdida de tiempo el usarlo para leer algo de la basura que consume nuestra gente,
pero ¿hay otra forma de saber por qué ellos piensan de una u otra manera?

ANTE LOS DEMÁS

Naturalmente, si creemos que la lectura es algo bueno para nosotros, debemos presuponer
que también lo es para los demás. Y si es algo bueno, debemos promoverlo, como
promovemos no sólo la lectura de la Biblia, sino también la asistencia a un congreso, la
participación en una entidad de bien público, la limpieza del templo y mil otras cosas.

Suele ser muy frecuente (o al menos, no muy raro) que alguien pregunte a su pastor qué
leer, o qué leer sobre tal cosa, o qué piensa de tal o cual libro. Por supuesto, eso lleva a la
necesidad de estar enterado para dar una respuesta sabia. Llega un límite en el que bastará
saber, por ejemplo, quién es el autor o la editorial, para estar orientado, aunque nada
suple el conocimiento directo. Pero no basta pensar que, porque yo soy de la
denominación Z, los libros escritos o publicados por lo que diga Z, han de ser buenos.
Por ejemplo, pueden ser pobres o demasiado eruditos. Sobre algunos temas, los hermanos
de K o L, han producido algo mejor (aunque los de nuestra editorial nos presionen). Tal
vez el boletín o un pequeño lugar de venta sean caminos para promover y divulgar esto.

Pero hay más. El libro ocupa en la formación cristiana, un lugar irremplazable. No es


posible tratar todo sobre el púlpito, especialmente los temas morales o de la vida cristiana
en general. Hasta diríamos que no debemos hablar allí de situaciones particulares, lo que
sí deberíamos enfrentar dando algo para que la persona en cuestión lea, y apoyar así
nuestro consejo pastoral. Por ejemplo, los consejos sobre la crianza de los hijos interesan
a un mínimo de la congregación, pero en una etapa de la vida todos necesitamos tener a
mano algo para consultar. Ello exige un gran cuidado, porque debemos estar seguros de
que la posición del autor coincide con la propia (o la mejora) y que no tiene elementos
que distorsionen su aplicación.

Esto es más fácil de decir que de hacer, pero si creemos que es parte de nuestro
ministerio, debemos dedicarle tiempo, así como lo dedicamos al estudio y la
investigación para preparar nuestras clases bíblicas. Hay ciertos problemas, uno es el
hecho de que, pese a la actual abundancia, hay temas no cubiertos o lo están en forma
deficiente. En ningún caso, un libro contestará exactamente a tal situación? ni un sermón
tampoco; confiemos en el Espíritu Santo. Además, debemos enfrentar la pereza de
quienes prefieren por más cómodo escuchar (o no escuchar) un sermón a leer seriamente
un libro.

Al mismo tiempo, tiene también sus ventajas como método de enseñanza. Lo escrito está
escrito, o sea que sus palabras son definidas y precisas, se puede leer y releer. No se las
puede entender mal con tanta facilidad como lo que se oye. Se las puede distorsionar
sacándolas del contexto, pero no se las puede citar mal. Se puede volver a ellas en
muchas oportunidades y se puede recurrir al mismo texto para varias personas. El que ha
recibido bien de un libro o artículo puede pasarlo a otro, mientras que el que lo ha
recibido de un sermón apenas si puede comentarlo con relativa exactitud.

Lo dicho nos muestra a lo menos cuatro campos en que el pastor puede hacer uso de la
palabra impresa:

Para enfrentar casos específicos en su congregación, como hemos explicado.


Para situaciones especiales, como el duelo, la soledad o las crisis, cuando la palabra
hablada tiene valor pero no puede llegar a fondo.
Para la edificación de los creyentes, especialmente en ciertos temas doctrinales, como la
seguridad de la salvación, la acción del Espíritu Santo, la guía para el estudio bíblico, etc.
Para la evangelización, sea por medio de la difusión amplia de lo que llamamos tratados o
folletos, sea por la entrega selectiva de una revista o un libro aplicable al caso, lo que en
algunas personas o medios es la única forma de llegar.
PERO NO TERMINAMOS EN ESO

Si creemos que hay un ministerio de la palabra escrita, hemos de preguntarnos qué parte
nos corresponde en su producción. Siempre nos hemos ocupado de llamar a jóvenes para
el ministerio, así como de desarrollar los dones en cuanto a la predicación, la enseñanza,
la obra personal, el canto, etc. ¿Y qué de la escritura? El pastor debe estar con los ojos
abiertos para descubrir valores o intenciones, y para animarlos a que comiencen. Si
estamos en condiciones, leamos lo que producen y opinemos positivamente. Quizá
podamos sugerir que lo hagan leer por alguno más entendido, a fin de mejorar ese escrito
y a desarrollar ese futuro "ministro de la pluma".
Por otra parte, debemos proveer canales para que esas vocaciones se exterioricen. Uno
muy simple es la producción de boletines o revistas internas, que suelen alcanzar niveles
de calidad insospechados. En algunos casos, se puede pedir al autor (o a otro) que lea su
producción como parte del culto; quizá su pequeño poema no parezca de Lope de Vega,
pero hablará a nuestra gente más que si lo fuera. Por supuesto, si consideramos que hay
un verdadero valor, debemos ocuparnos de poner en contacto al escritor en potencia con
alguna revista o editorial cristiana, que son entidades de servicio y no empresas
comerciales, como en el mundo secular.

Y finalmente, hemos de preguntarnos honradamente si no somos llamados a escribir.


Cada vez es más necesario que lo hagamos para boletines, información para la prensa,
estudios bíblicos, etc. Necesitamos capacitarnos para eso. Por supuesto, es de suponer
que el tiempo falta. Pero en el ministerio siempre falta el tiempo. Todo depende de la
prioridad que demos a cada cosa. Si hay un boletín, el pastor tiene que ser colaborador
regular? y se ha de esperar que se entienda lo que ha escrito.

Digamos que, por lo general, un buen predicador no es un buen escritor, porque los
recursos a utilizar son muy distintos. Pero también podemos decir que un buen predicador
tiene ciertos elementos que le permiten llegar a ser también un buen escritor. Se supone
que tiene ideas propias o sabe encontrarlas en otros. Se supone también que sabe ponerlas
por orden y comunicarles cierta vida y vigencia. Además está en contacto directo con la
gente, con sus problemas y ansias, mucho más que un profesor de teología, de quien sí
esperamos que escriba libros sobre su área (y aquí deberíamos preguntarnos por qué
escriben tan poco nuestros profesores). Por sobre todo, un predicador tiene una buena
base bíblica y doctrinaria que cimentará lo que escriba.

Cambiaría mucho el mundo cristiano si todos los obreros tuviesen el anhelo de Job:
"¡Quién me diese que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un
libro, que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo
sé que mi Redentor vive" (Job 19.23-25).

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