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Las experiencias vividas.

Trayectorias individuales y desigualdades


sociales

Cristina García Sainz


Universidad Autónoma de Madrid
Cristina.garcia@uam.es

1. Introducción

El objetivo de este trabajo es explorar las implicaciones temporales existentes en


algunas de las desigualdades sociales que se manifiestan actualmente. Más
concretamente, se trata de mostrar cómo las desigualdades socioeconómicas,
estructuradas, que afectan a buena parte de la población mayor tienen su origen en
tiempos pasados, en vivencias personales y experiencias compartidas en relación con la
dedicación al trabajo.

Su explicación precisa de la recurrencia al pasado, lo mismo que a la exploración del


presente; requiere examinar las propiedades temporales de los procesos sociales, la
necesaria ordenación del tiempo al que se someten las actividades y ocupaciones, la
asignación de duraciones y sus significados sociales. Mas que ahondar en la sociología
del tiempo lo que en este escrito se pretende es estudiar la temporalización de las
estructuras sociales1; en concreto, las características temporales de las actividades
laborales y domésticas y las consecuencias que de ellas se derivan para distintos grupos
sociales.

La aproximación al estudio de la desigualdad estructurada de la gente mayor se realiza


desde la consideración y el análisis de las particularidades de una estructura social
temporizada en relación con el trabajo y el empleo2. Se parte de la hipótesis de que la
desigualdad social que afecta a la población mayor está vinculada a la dedicación al
trabajo que mantuvo en el pasado, según normas laborales y sociales existentes, en
relación con la edad y el género. En este sentido, se trata de conocer la situación de
1
R. Ramos ha señalado la necesidad de distinguir entre la sociología del tiempo propiamente dicha y la
temporalización de lo social, de la que daría cuenta la sociología temporalizada (Ramos, 1987:98; Ramos,
1990:78; Ramos, 1992:XI).
2
Se distingue entre trabajo y empleo como dos ámbitos de actividad que pueden condicionar la vida
cotidiana de los individuos según la dedicación que se haya tenido a uno y otro a lo largo de la vida;
mientras algunos trabajos, como el doméstico o el voluntario, no generan prestaciones, sí lo hace el
empleo regulado, que actúa, de esta forma como mecanismo de redistribución económica.

1
desigualdad sobrevenida de un amplio sector de la cohorte poblacional cuya edad
laboral transcurrió en la postguerra y que actualmente es objeto de prestaciones sociales
de distinto signo, de acuerdo con la trayectoria personal y colectiva y las experiencias
de trabajo vividas en la reciente historia española.

El texto que se presenta se desarrolla sobre la perspectiva de la bidimensionalidad


temporal; se plantea, en primer lugar, la referencia a la memoria colectiva en un tiempo
histórico, abstracto, común a las generaciones consideradas y, en segundo lugar, el
estudio de las condiciones presentes, con presupuestos y prácticas temporales inconexas
y con desajustes socioeconómicos que refuerzan las desigualdades sociales. El tiempo
histórico que aquí se refiere abarca una etapa sociopolítica compartida por la cohorte,
marco de un orden social y temporal impuesto por las instituciones de poder
sociolaborales mediante normas sociales coactivas que exigen participar en actividades
laborales o domésticas según asignaciones de género 3; que ordenan los tiempos de
trabajo en las largas jornadas laborales y, prácticamente, a lo largo de la vida. El tiempo
presente se observa en base a las desigualdades estructuradas que afectan a la cohorte,
así como en el interior de la misma, por razones económicas, sociolaborales, de edad y
de género.

2. Bidimensionalidad de los tiempos sociales

Si bien, autores como N. Elias (1989) han argumentado a favor de un tiempo único, en
el que se integran el tiempo físico, y el tiempo social, otros como J. T. Frazer (1987) lo
han hecho en favor de una pluralidad de tiempos4 y los más (Jaques, 1984; Bunge, 1987;
Beriáin, 1997; Halbwachs, 2004; y Valencia, 2007, entre otros) han optado por destacar
la bidimensionalidad del tiempo. Esta perspectiva deriva, por un lado, de la posición
aristotélica, según la cual, el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el
después (Aristóteles, 1995:286), de la que cabe deducir sus propiedades ordinales,
topológicas y métricas (Ramos, 1989) y, por otro lado, de la posición agustiniana, que
atiende a las cualidades del tiempo, a la continuidad y a las aporías del devenir y la
3
M. V. L. Badgett y N. Folbre (1999) han estudiado las implicaciones de las normas sociales de género
en la realización de trabajos diferenciados entre mujeres y hombres y la tradicional asignación de trabajos
asistenciales y de cuidados a las mujeres.
4
Frazer incluye entre estos tiempos el propio de los humanos y el de los seres vivos, los concernientes a
los ciclos de la naturaleza, el del universo y hasta la atemporalidad (Frazer, 1987:17-18).

2
eternidad5. Estas dos orientaciones se reproducen asimismo en la distinción entre la
realidad “objetiva” susceptible de ser medida mediante el reloj, a la que básicamente
pertenece el mundo físico, y el mundo de lo “subjetivo” del fluir del tiempo, el campo
de las intenciones y de los significados. En definitiva, se trata de la distinción entre el
tiempo de cronos y el tiempo de kairós de los griegos, que E. Jaques (1984) estudió y
que otros autores han desarrollado con posterioridad6.

La paradoja enunciada por J. M. McTaggart7, a comienzos del pasado siglo, sobre la


inexistencia del tiempo, ha servido de referencia a distintos autores para argumentar en
favor de su bidimensionalidad. Las dos series a las que McTaggart remite se distinguen
porque, la primera, atiende a la ordenación topológica de pasado, presente y futuro,
referida a un tiempo cambiante, en continuo flujo, guiada por la dirección de las
intenciones (serie A); es la que se correspondería con el tiempo de kairos, mientras que
la segunda (serie B), es la que describe el tiempo del antes y el después, de lo anterior,
lo posterior y lo simultáneo; es la que permite fijar el tiempo, generalizarlo, medirlo y,
con ello, atribuirle un carácter objetivo. Su perfil es unidireccional y estático; lo que la
identificaría con el tiempo de cronos. Aunque Jaques considera que el primero se
adecua al tiempo psicológico y el segundo al tiempo físico, ambos pueden ser
considerados tiempos sociales y su interpretación se ve mejorada cuando ambas
dimensiones se toman de manera complementaria8. Por un lado, la serie A refleja el
cambio y permite mostrar el sentido de los hechos que acontecen en la vida cotidiana y,
por otro, mediante la serie B el tiempo puede acotarse, medirse y acordar su duración
para ordenar los acontecimientos e interpretarlos.

5
En sus Confesiones, Libro XI, se pregunta: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pide, lo sé; si
quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé. No obstante, con seguridad digo que si nada pasara no
habría tiempo pasado, y si nada acaeciera no habría tiempo futuro, y si nada hubiese no habría tiempo
presente” (p. 336).
6
J. Callejo (2005) ha vinculado los tiempos de cronos y kairós con las estrategias y las tácticas que las
personas despliegan para resolver sus conflictos, dependiendo de la posición social que ocupan.
7
Véase Jaques (1984:43-44) y Ramos (1992:XII-XIV). También Valencia (2007:63-65) se apoya en la
formulación de McTaggart para explicar su postulado de la bidimensionalidad del tiempo constituida por
cronos y kairós.
8
Como expresa Beriáin (1997:103) el tiempo métrico y el cualitativo se complementan, de manera que el
tiempo cualitativo, de los significados, no se entendería, no sería nada, sin el tiempo métrico que los
ordena de acuerdo con la sociedad en la que tienen lugar. Asimismo, Elias (1989:101) afirma que el
tiempo es único y, por lo tanto, el tiempo físico y el tiempo social no pueden entenderse por separado.

3
De manera magistral encontramos expresada la bidimensionalidad temporal, que
distintos autores han diferenciado como tiempo métrico y tiempo cualitativo (Beriáin,
1997:102-103), tiempo abstracto y tiempo real (Halbwachs, 2004:102), etc., en la obra
de A. Machado, cuando manifiesta, en palabras del profesor Juan de Mairena, el
enunciado: “Ni Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzará nunca a la tortuga, ni una hora
bien contada se acabaría nunca de contar”9. La primera parte de esta sentencia remite
a la celeridad y la consecución de las metas y la segunda, la que aquí interesa, a las
dos dimensiones del tiempo, al tiempo medido y al tiempo contado, a las cuentas y a
los cuentos, al tiempo calculado y a los relatos, a los números y a las palabras.

3. La memoria colectiva y la referencia histórica

La memoria es el presente de las cosas pasadas, dice Jaques (1984:27). No se trata aquí
de buscar la evocación al pasado para el deleite particular o colectivo de quienes lo
compartieron, sino de recurrir a la memoria de los hechos acontecidos, cargados de
sentido y significaciones sociales, para analizar las consecuencias de un modelo de
organización social, cimentado en la historia reciente, basado en el reparto del trabajo y
del tiempo diferenciado en razón de género, edad y clase social10.

3.1. Los significados de la memoria

La vida diaria de los individuos se desenvuelve en continua relación con el pasado. El


presente, el día a día, ofrece nuevas oportunidades, nuevas vivencias que están
enraizadas en tiempos pasados. El recuerdo trae a la memoria los acontecimientos
pasados para mantenerlos vivos. La mirada atrás enlaza presente y pasado, de manera
que las experiencias se suceden dando continuidad a la vida cotidiana.

Se recurre al tiempo pasado para interpretar lo que acontece en el presente. Así, los
hechos que tuvieron lugar en el pasado ilustran las situaciones que caracterizan el

9
A. Machado: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, en
Manuel y Antonio Machado, Obras completas, p. 1154.
10
El sentido que aquí se da al concepto clase social debe entenderse en tanto que estratificación social,
basada principalmente en razones socioeconómicas, vinculada a la posición de las personas con el
empleo, categoría laboral, ingresos y capacidad de decidir sobre sus condiciones de trabajo.

4
presente y sugieren perspectivas de futuro11. El análisis social apela en este sentido al
tiempo histórico que sigue la huella dejada por los hechos vividos que, en palabras de
Ricoeur (1987), apuntalan el presente. A su vez, es posible mostrar que existe una
continuidad en los hechos sociales y en las experiencias colectivas que se acumulan e
impactan de manera inesperada y recurrente, revelando los vínculos entre lo acaecido,
las circunstancias actuales y las oportunidades futuras.

La memoria individual, autobiográfica, no es un ente aislado sino que se recrea en


vivencias y experiencias compartidas en tiempos y espacios comunes. La memoria
colectiva es la memoria del grupo cuyo relato tiene sentido en la medida que el grupo lo
comparte. Cada grupo social es portador de una memoria colectiva y, por lo tanto, habrá
tantas memorias como grupos (Halbwachs, 2004:85)12.

3.2. La referencia histórica

Las narraciones históricas resultan de la confluencia de distintas memorias colectivas.


Se construyen sobre los hechos que afectan a los grupos, pero sólo cuando la identidad y
los significados que les pertenecen se desechan, se pierden, pueden representar a todos;
cuando la memoria colectiva se despersonaliza, deviene abstracta y esta es la condición
para que la historia se desarrolle. En palabras de Halbwachs, una vez que las
percepciones individuales se vacían de contenido pueden adaptarse a muchos seres
distintos. La memoria de los individuos, la memoria colectiva y la historia se funden en
las experiencias vividas, de manera que si bien a partir de las duraciones individuales se
configura el tiempo colectivo, en el que aquellas tienen cabida, también cabe afirmar
que las duraciones individuales resultan de ese tiempo colectivo en el que tienen lugar
(Halbwachs, 2004:99)13.
11
Previsiblemente, muchas de las características del pasado serán reiteradas en el futuro. Como afirma
Bazo (2001:25) muchas de las jóvenes de hoy pueden estar forjando una vejez parecida a la de las
ancianas de ahora si su participación en el empleo y sus condiciones laborales no cambian
significativamente.
12
La memoria colectiva no rompe con el pasado. El presente y el pasado, dice Halbwachs (2004:84),
conviven como historias vecinas.
13
Si bien, la historia permite colocar los acontecimientos en el tiempo de los calendarios, las
clasificaciones convencionales que los historiadores establecen están basadas en pensamientos
individuales (Halbwachs, 2004:93) que se condensan y articulan en regularidades, en simultaneidades,
forzosamente discontinuas, que permiten representar múltiples, colectivas y abstractas expresiones del
tiempo.

5
Recurrir al pasado desde la historia significa dotar de significado común a las
experiencias colectivas, proporcionar un conocimiento compartido del pasado para
entender el presente y proyectar el futuro (Rosa, 2006:42). Es la manera de
constituir un marco repleto de acontecimientos, de hitos ordenados, de fechas que
afectan a todos. La historia segmenta los recuerdos, los racionaliza, para ordenar
los recuerdos de todos; surge de la memoria, de los individuos y de los grupos, que
llena ese tiempo de percepciones y duraciones diferentes, de significados.

4. La representación de los tiempos vividos: tiempo-espiral

La representación del tiempo vivido por el grupo de población mayor española que se
toma como objeto de estudio abarcaría a las generaciones nacidas en las décadas que
comprende el segundo cuarto del siglo XX, que alcanzarían la edad de trabajar en la
postguerra, con apenas 14 o 15 años, y llegarían a la edad de jubilación a partir de los
años noventa del pasado siglo. Bastantes de estas personas habrían empezado a trabajar
antes de dicha edad, haciendo labores domésticas, desempeñando tareas agrícolas, en el
servicio doméstico, en la industria, etc. Sus trayectorias personales y sociales han
quedado grabadas en la memoria colectiva, y en numerosos textos, por las condiciones
sociopolíticas y las vivencias familiares que estuvieron plagadas de múltiples carencias:
escasez económica y de recursos, reducidas oportunidades formativas y ocupacionales 14,
posibilidades restringidas de participación social y política, etc.

La trayectoria seguida por este grupo poblacional se representaría mediante una


espiral15. La espiral permite comprobar que los hechos presentes tienen raíces y
conexiones con el pasado, con el propio y con el tiempo histórico que enmarca las
experiencias comunes. Una proyección en espiral porque, como diría Halbwachs
(2004:101), los recuerdos no se agarran bien en una superficie lisa, aquella que sólo
mostraría la unidimensionalidad del tiempo abstracto, ni en un círculo, que expresaría
un tiempo recurrente, cerrado, sin dejar espacio para imaginar o planear el futuro.

14
Tres de cada cuatro personas mayores de 65 años cuentan, en España, con nivel de estudios primarios o
inferiores. El 98 % recibe algún tipo de prestación social; el 62 % tiene alguna enfermedad y el 65%
ingresa menos de 20.000 euros al año (INE: Encuesta de Condiciones de Vida, 2008).
15
La idea de la representación del tiempo espiral procede de Adam (2004).

6
Para observar el periodo histórico bastaría el calendario y los hechos acontecidos a lo
largo del periodo considerado. Y para conocer los recuerdos y las experiencias vividas
por los individuos se podría aludir a una representación cíclica del tiempo, de acuerdo
con la trayectoria vital. Sin embargo, se trata de fijar la mirada en el pasado para
enraizarlo en el presente pero también mantener líneas de futuro, un futuro
condicionado, pero no absolutamente decidido, abierto e indeterminado.

El tiempo espiral permite situar un origen a partir del cual constituir al grupo social en
objeto de análisis y desde ahí seguir la trayectoria del colectivo, sus experiencias
vividas, su entorno y su continuidad o diversificación en la situación actual. El presente
no es un tiempo cerrado sino cambiante, abierto hacia el futuro, por corto que ese
tiempo sea, y que podrá variar en función del contexto social, económico, político,
territorial, de género y de salud o dependencia que afecta al grupo.

En el tiempo social representado en una espiral confluyen las experiencias vividas por la
cohorte poblacional así como el contexto histórico en el que tienen lugar. El recorrido
temporal abarcaría desde el momento en el que los individuos inician el trabajo o la vida
laboral, hasta la actualidad, por un lado, y, por otro, desde un tiempo abstracto
compartido, un periodo histórico que comenzaría en los años cuarenta, en la posguerra y
que se vería atravesado por severas restricciones económicas y políticas y, sobre todo,
por limitaciones normativas basadas en una mentalidad, en unos valores sociales y en
una ideología tradicionales que asignarán trayectorias diferenciadas según posiciones de
clase y de género.

Las trayectorias seguidas por el grupo no son homogéneas, sino que se distribuyen por
vías distintas, como las que dibujan la doble escalera de caracol de los Museos de
Vaticano16, o la triple escalera helicoidal ubicada en el monasterio de Santo Domingo

16
Esta escalera fue construida por Giuseppe Momo en 1932, consta de dos espirales o direcciones que
cumplen distinta función; se emplean, una para acceder y otra para descender y salir del Museo. Otra
escalera de caracol en los mismos Museos es la construida por Donato Bramante, hacia 1505, con una
única rampa.

7
del Bonaval de Santiago de Compostela17; en ésta, las tres rampas que completan la obra
conducen a lugares distintos18. La representación queda figuradamente abierta al futuro;
conocemos el pasado, el camino recorrido, que nos habla del presente, pero el futuro
está por completar; los peldaños deberán forjarse, aunque su construcción ya esté
iniciada. En sentido ascendente, las escaleras simbolizan el saber y el conocimiento, la
elevación; es decir, el ingenio y la capacidad de construir, en este caso, la sociedad
futura.

Junto al tiempo social del tiempo real, individual y grupal, de las experiencias vividas,
se encuentra otra dimensión del mismo, un tiempo abstracto, histórico, que es
complementario, que ordena hechos y acontecimientos, que pone orden en los recuerdos
y en los procesos. Bajo esta ordenación la sociedad se homogeniza y las generaciones
sitúan sus experiencias en un tiempo común.

5. Normas sociales e instituciones temporales coactivas

Toda sociedad ejerce control sobre el tiempo social, lo normativiza, lo jerarquiza 19 en


función de prioridades sociales y promueve la coordinación de actividades para
garantizar la homogeneidad social (Gurvitch, 1963:174-175; Nowotny, 1992:141-142;
Sue, 1995:85). El orden social impuesto se construye sobre una legitimada organización
del tiempo y una pactada dedicación de las personas al trabajo según normas
socioeconómicas del modelo dominante, que si bien consigue integrar y cohesionar a
muchos individuos se erige sobre diferencias sociales. A menudo, las desigualdades
proceden de comportamientos inducidos por valores y normas sociales de tiempos
pasados cuyos efectos se viven en el presente. Así, por ejemplo, las personas que
participaron en trabajos y ocupaciones no formalizados quedan más expuestas al riesgo
de pobreza o de exclusión social. El tiempo dedicado al trabajo (empleo) actúa como
una institución social (Elias, 1989:21-23) que coacciona externamente a los individuos a
17
El autor de esta obra del siglo XVIII es el arquitecto gallego Domingo de Andrade. Actualmente el
Monasterio de santo Domingo alberga el Museo Etnológico del pueblo gallego y el panteón de ilustres
poetas, como Rosalía de Castro y A. Manuel R. Castelao.
18
Las tres rampas pueden simular los caminos por los que se dirigen los grupos de la cohorte seleccionada
según su campo de actividad: quienes mantienen un empleo formal de manera continuada a lo largo de su
vida laboral; quienes sólo cuentan con empleos intermitentes e inestables y quienes no tuvieron vida
laboral, en sentido estricto, y se benefician sólo de pensiones asistenciales.
19
Sobre las jerarquías de los tiempos sociales ver Lewis y Weigert (1992).

8
la hora de fijar sus comportamientos, de proyectar sus expectativas, así como a la hora
de comunicarse, de desenvolverse en la vida cotidiana, de establecer y desarrollar sus
relaciones sociales. Con carácter general, el periodo de tiempo que los trabajadores
dedican al empleo formal computa a efectos de protección de derechos económicos y
sociales de manera más favorable que cuando no ha existido ninguna relación laboral.

Proyectadas en el presente, las estructuras laborales y temporales forjadas algunas


décadas atrás platean desajustes, desconexiones, especialmente entre los sectores que
quedaron al margen del modelo de protección social a través del empleo, causando la
sensación de le temps perdú. En ocasiones las experiencias pesan, tienen peso y causan
pesar; otras veces se percibe su ausencia, faltan, fueron oportunidades perdidas, que no
tuvieron lugar o, por el contrario, se contempla tras ellas la irreversibilidad de
decisiones que se tomaron en la juventud y en la primera madurez y cuyas
consecuencias empiezan a aparecer en la segunda madurez 20 y se confirman en la
vejez21.

Con frecuencia, la continuidad entre pasado y presente se percibe temporalmente


desconectada, rota, para la cohorte de los mayores; es entre estas personas así como
entre aquellas perjudicadas por carencias de recursos, o separadas del empleo formal,
donde en mayor medida emerge un arrepentimiento decisional 22, en el cual se
interiorizan como problemas individuales lo que más bien serían fracasos sociales. La
desconexión entre experiencias pasadas y la realidad presente se manifiesta igualmente
entre población joven sin perspectiva laboral de futuro. La incertidumbre produce
desconcierto y descontento con el propio pasado entre jóvenes que se encuentran sin
empleo en el momento actual de crisis económica. Su desánimo les lleva a indagar, a
buscar causas y explicaciones en decisiones personales tomadas con anterioridad:
20
Una clasificación estándar se recoge en Durán (2010b) de acuerdo con la cual se pueden contemplar
tres etapas en el ciclo vital a partir de los diez años; la primera, Infancia y juventud (menores de 25 años),
donde la infancia comprendería de los 10 a los 15 años y la juventud de los 16 a los 24 años; una segunda,
Madurez (de los 25 a los 64 años), con un primera época, de los 25 a los 44 años y una segunda, de los 45
a los 64 años; y, una tercera etapa que agruparía a los Mayores de 65 años.
21
Así se percibe en una de las citas que recoge J. Callejo (2009:188), en relación con los significados del
trabajo: “… Cuando volví a Madrid, mi hermana me convenció para que no volviera a trabajar y una vez
más me pesó hacer caso a mi hermana, porque al menos habría aprendido un oficio”.
22
R. Ramos (2008:115) menciona el arrepentimiento decisional para referirse a las expresiones de queja
que manifiestan algunos profesionales ante la insatisfacción laboral que viven en el presente y el
sentimiento de incertidumbre que sus decisiones pueden depararles para el futuro.

9
“Te sientes culpable por no estar haciendo nada. Culpable porque no
aportas. Y entonces vuelves la vista atrás, a cuando eras más joven. Piensas
que igual no tenías que haber… No sé. Te replanteas toda tu vida”23.

Como Beck (1998:97) ha señalado, con el proceso de individualización los problemas


del sistema se transforman y se trasladan políticamente hacia el fracaso personal, a pesar
de que la extensión y generalización de aquellos ponga de manifiesto que se trata de
desajustes sociales provocados también por causas sociales (derivadas del modelo
productivo, de la organización del trabajo, de pautas de consumo y nuevos estilos de
vida adquiridos, etc.). En este sentido, las desregulaciones normativas laborales, las
flexibilidades de las relaciones de empleo y la progresiva individualización negociadora
de las condiciones de trabajo provocan, de manera progresiva, el declive de lo colectivo
y debilitan la capacidad de acción de los sujetos peor situados en el mercado laboral,
que son ahora los más castigados por los efectos de la crisis económica. Los
desequilibrios sociales y económicos terminan por impactar en los sujetos sociales más
frágiles, de manera que éstos acaban interiorizando los efectos de aquellos como
propios, como fracasos personales y asuntos privados.

La ruptura que se observa entre expectativas del pasado y realidades presentes permiten
augurar para el futuro la misma improbabilidad evolutiva24, que caracteriza a la
sociedad actual. Sin embargo, la incertidumbre juega a favor de quienes prescriben
normas y dictan pautas de esfuerzo colectivo para la población trabajadora con la
promesa de establecer condiciones mejoradas para el futuro; sus artífices futurizan el
presente (Ramos, 2008:112), apropiándose de lo incierto, actuando coactivamente
mediante renovadas disciplinas laborales y justificando medidas (políticas) y acciones
que constriñen la participación laboral y social como mero ejercicio de poder y de
control social (Nowotny, 1992:148) sobre la ciudadanía.

23
Recogido de las entrevistas realizadas por G. Abril para el artículo “Generación noqueada”, El País
Semanal, 14 de marzo de 2010.
24
Luhmann advierte de la desconexión y discontinuidad entre el pasado y el futuro, de manera que
“improbabilidad evolutiva” sería una característica de los tiempos sociales actuales (Citado en Beriáin,
1997:111).

10
5.1. Coacción social y desajustes temporales

Distintos autores (Prieto, Ramos y Callejo, 2008:XXIV; Facchini y Rampaza,


2009:354) han puesto de manifiesto el desencuentro que experimentan algunos grupos
sociales, como el que aquí se contempla de las personas mayores, al confrontar sus
experiencias vividas en un pasado en el que se socializaron (un contexto tradicional
propio de la primera modernidad, reflejado en pautas laborales y de desempeño del
trabajo estrictamente distribuidas por género) frente a las vivencias actuales, con normas
laborales y sociales flexibles, de proyección individualizada en las metas personales, de
diversificación de opciones y de desinstitucionalización, propios de la segunda
modernidad25. El tiempo entorno26 se percibe desconectado entre dos etapas, dos
periodos históricos que, si bien son consecutivos, aparecen divididos, enfrentados por
exigencias dispares habidas en el mundo de juventud y primera madurez y en el de la
vejez.

En España, la percepción de un tiempo entorno desconectado confronta dos etapas


históricas, la del franquismo, con normas laborales y sociales muy constrictivas, frente a
la actual, donde las pautas de comportamiento en lo laboral y en las relaciones
personales y familiares son más elásticas y las instrucciones y controles institucionales
son más imperceptibles. Las personas mayores viven el contraste entre una etapa
histórica en la que las normas sociales estuvieron firmemente impuestas, tanto en el
ámbito de las ideas, como de los valores, y de las conductas, cuyas desviaciones se
veían penalizadas por el control social y por la propia ley, con la etapa presente de
cambio de siglo, caracterizada por la laxitud de comportamientos, más visible entre la
gente joven, en variados aspectos de la vida diaria. En el pasado franquista, los
preceptos dictados en relación con el mundo laboral se extendían más allá del mismo
para convertirse en estrictas normas de actuación27. Las siguientes citas, extraídas de la

25
U. Beck (1998) ha marcado la distancia entre la primera modernización que puso fin a la sociedad
agraria y la segunda que surge en paralelo con el declive de la sociedad industrial.
26
R. Ramos (2007:188; 2008:110) se sirve de la metáfora del tiempo como entorno para señalar el
contexto, el marco o el escenario social en el que se sitúan los individuos y al que deben adaptarse.
27
La regulación por parte de las instituciones políticas alcanzaba desde la organización laboral (los
sindicatos eran “verticales”), la definición del papel del mujer, en torno a “sus funciones femeninas” (Ver,
por ejemplo, G. M. Scanlon, 1976:323), hasta los usos amorosos, convenientemente instruidos por medio
de los consejos difundidos a través de consultorios sentimentales (Ver al respecto: C. Martín Gaite, 1987).

11
principal norma laboral de ese tiempo, el Fuero del Trabajo, y de los principios de la
Sección Femenina, lo confirman:

“El derecho de trabajar es consecuencia del deber impuesto al hombre por Dios,
para el cumplimiento de sus fines individuales y la prosperidad y grandeza de la
Patria”. (Fuero del Trabajo, 1938; apartado I, punto 3).

“El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defensa del
trabajador, su vida y su trabajo. Limitará convenientemente la duración de la
jornada para que no sea excesiva y otorgará al trabajo toda suerte de garantías de
orden defensivo y humanitario. En especial prohibirá el trabajo nocturno de las
mujeres y niños, regulará el trabajo a domicilio y libertará a la mujer casada del
taller y de la fábrica”. (Fuero del Trabajo, 1938; apartado II, punto 1).

“La base principal de los estados es la familia, y por lo tanto el fin natural de las
mujeres es el matrimonio. Por eso la Sección Femenina tiene que prepararlas
para que cuando llegue ese día para ellas sepan decorosamente dirigir su casa y
educar a sus hijos conforme a las normas de la Falange, para que así,
transmitidas por ellas de una en otra generación, llegue hasta el final de los
tiempos”. (Misión y organización de la Sección Femenina…, en Domingo,
2007:108).

La organización del tiempo que se refleja en la normativa del trabajo traspasa la vida
laboral para dictar pautas de comportamiento, encauzar valores y establecer mores
sociales. El tiempo entorno cuenta entonces con un I Año Triunfal, tal y como se
rebautiza el año 1938, en el que se promulga el Fuero del Trabajo (aprobado por
Decreto de 9 de marzo). Además, en el apartado II de esta misma ley se detallan los
tiempos de trabajo y de descanso, se regula la dedicación al empleo y se señalan las
fiestas que deben ser “santificadas”. La organización temporal se concreta en que:

 La duración de la jornada, el trabajo nocturno y el trabajo a domicilio son objeto


de regulación (Punto 1).
 Las vacaciones anuales son un derecho retribuido (Punto 5).

12
 El descanso dominical es “condición sagrada en la prestación del trabajo”
(Punto 2).
 Se somete a las leyes el respeto a las festividades religiosas que imponen las
tradiciones (Punto 3).
 El día 18 de julio se instaura como fiesta nacional, además de ser una “Fiesta de
Exaltación del Trabajo” (Punto 4).
 Se crean instituciones para la ocupación del tiempo libre y los recreos dirigidos a
“disfrutar de todos los bienes de la cultura, la alegría, la Milicia, la salud y el
deporte” (Punto 6).

Los veinticinco años de paz, tal y como era designado por el régimen franquista el
periodo transcurrido desde el final de la Guerra Civil hasta mediados de los años
sesenta, terminaron siendo cuarenta, largos e intensos, de dictadura en los que se
cimentó un modelo de sociedad en la que las normas sociales y, en especial, en relación
con la distribución del trabajo, mantuvieron estrechamente unidos los dogmas religiosos
con las leyes civiles y fuertemente diferenciados los roles y las obligaciones femeninas
de las masculinas. El llamado modelo breadwinner/homemaker (cabeza de familia/ama
de casa) se asienta con firmeza a lo largo de la primera etapa franquista y se mantiene
hasta hoy, siendo una característica que distingue a España de los países del centro y
norte de Europa. Algunos de los cambios experimentados en este campo se pueden
resumir en las siguientes cifras: si en 1965 la tasa de actividad femenina era del 24,6% y
la masculina del 84,6%, en 2005, cuarenta años después, esas tasas han evolucionado
hasta situarse en un 46,4% y un 68,8% respectivamente. La participación femenina en el
mercado laboral ha crecido significativamente pero se sigue manteniendo una distancia
considerable entre ambas tasas28, lo que coloca a España entre los países con la brecha
de participación laboral por género más alta de la Unión Europea.

Los itinerarios seguidos por la población que finaliza sus estudios obligatorios con 14
años o menos y comienza a trabajar con esa edad 29 en la etapa de postguerra, contienen
aspectos comunes pero no son homogéneos. La mayor parte de la población que reside
28
A comienzos del 2010 las diferencias entre ambas tasas se situaban en algo más de diez puntos
porcentuales.
29
En 1980, el Estatuto de los Trabajadores, en su artículo 6, recoge la prohibición de trabajar a los
menores de 16 años.

13
en el ámbito rural, así como las clases obreras de las ciudades, no siguen el modelo
burgués, que el franquismo había diseñado para las mujeres “liberándolas del taller y de
la fábrica”, pero tal modelo permanecerá vigente en el imaginario colectivo y entre las
capas sociales más acomodadas. A partir de los años sesenta la tímida apertura
económica produce algunos cambios en la consideración del trabajo femenino, se
admite entonces la conveniencia del empleo para las mujeres a la luz del desarrollo
industrial, a la vez que en instancias políticas se introduce la discusión sobre los
“derechos políticos, profesionales y laborales de la mujer” (Scanlon, 1976:342) 30.

Desde 1965 la participación de las mujeres en el mercado laboral ha sido creciente, con
muy pequeñas oscilaciones; sin embargo, este proceso no se ha acompañado de cambios
en las prácticas masculinas en relación con el trabajo doméstico; se lleva a cabo
manteniendo el modelo tradicional de reparto de responsabilidades domésticas y bajo un
prisma sociopolítico que mantiene y refuerza tanto las desigualdades económicas, de
clase, como las de género. La participación femenina en el mercado de trabajo fue
creciendo, sobre todo por la vía del desempleo, en la economía sumergida y en puestos
de trabajo segregados, tanto vertical como horizontalmente. El modelo breadwinner se
perpetúa para los varones mientras que para las mujeres su actividad se desdobla en un
modelo mixto (home-labour), que suma lo laboral a lo doméstico. Las comparaciones
en relación con otros países muestran el retraso histórico que sufren especialmente las
españolas, ya que prácticamente la mitad de ellas en edad laboral permanece fuera del
mercado de trabajo. La situación de las que se encuentran próximas a la edad de
jubilación (entre los 55 y los 59 años) es peor: tres de cada cuatro se encuentran fuera
del empleo y tampoco cuentan con prestación económicas de jubilación. La categoría
“Resto” que recoge el Cuadro 1, muestra la distancia que presenta el grupo de mujeres
españolas en esa edad en relación con las de otros países europeos.

Cuadro 1.
SITUACIÓN DE LAS PERSONAS DE 55 A 59 AÑOS EN RELACIÓN CON EL
EMPLEO. VARIOS PAÍSES (% horizontales)
30
Durante el primer franquismo las leyes laborales fijaban la obligación de las mujeres en relación con el
hogar a la vez que las apartaban de los puestos de trabajo; en 1961 se aprueba una norma que plantea la
igualdad jurídica entre hombres y mujeres. Teresa Torns (2005, 2007) ha estudiado la pervivencia de este
modelo tradicional de reparto del trabajo por género en España y los obstáculos para avanzar hacia un
reparto igualitario.

14
País Mujeres Hombres
Empleada Jubilada Resto Empleado Jubilado Resto
Alemania 45,9 7,6 46,5 70,2 8,7 21,1
Francia 50,0 10,7 39,3 51,5 21,9 26,7
Dinamarca 66,0 9,6 24,4 69,8 9,8 20,4
Suecia 72,6 12,8 14,7 73,9 13,7 12,5
Italia 24,0 16,2 59,9 46,2 50,6 3,2
Grecia 24,1 24,0 52,0 66,2 28,3 5,6
España 26,3 2,6 71,1 72,8 12,4 14,8
Fuente: SHARE, 2005, en Pérez-Díaz y Rodríguez, 2007.

Los cambios que se producen a escala macrosocial en el contexto de la sociedad global


postindustrial se reflejan a nivel mico en la vida cotidiana de los hogares, en la
movilidad, en las relaciones intergeneracionales y en las expectativas de futuro. Si
contemplamos este proceso en el ámbito familiar 31 supone dejar atrás el escenario
simbólico de estabilidad y protección familiar y afrontar la incertidumbre del presente y
del futuro. En relación con la provisión de cuidados a las personas mayores, la Encuesta
CSIC (2010a) sobre Los usos del tiempo en España e Iberoamérica. Los tiempos del
cuidado32, pone de manifiesto que las preferencias de las personas con respecto al hecho
de cuidar y ser cuidado varían con la edad; mientras que las que son jóvenes expresan,
principalmente, el deseo de cuidar a sus progenitores de manera compartida (junto con
una persona remunerada a partes iguales), las personas de más de 65 años manifiestan
con mayor rotundidad la preferencia de cuidar ellas mismas, lo que interpretado a la luz
de la edad puede significar un mensaje de implicación personal en el cuidado, es decir,
un deseo de reciprocidad que se proyecta en querer ser atendidas por sus hijas/os. Entre
las personas mayores la opción de cuidar (y el deseo latente de ser cuidado) por
familiares directos prevalece frente al recurso a la externalización (bien con personal
remunerado o bien mediante el acceso a centros residenciales o asistenciales) que se
expresa, en mayor medida, por quienes son más jóvenes.

Cuadro 2.
SITUACIÓN MÁS DESEABLE SI SU PADRE/MADRE NECESITARAN AYUDA
PARA ACTIVIDADES BÁSICAS

31
G. Meil (1999) ha explicado los cambios demográficos y culturales en función de lo que denomina
postmodernización de la familia.
32
Esta encuesta forma parte del proyecto I+D+i dirigido por M. A. Durán (2010a) con el mismo título, de
cuyo equipo esta autora forma parte, subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación en su
convocatoria de 2008. Los datos que aquí se presentan corresponden a un primer avance de resultados.

15
Cuidaran
Atendido en Cuidara Ud. y Cuidara/n
una principalme persona Cuidara/n entre otros
residencia o nte una remunerada Cuidara principalme familiares y
centro de persona a partes principalme nte otro/s Ud. a partes Otra
Edad día remunerada iguales nte Ud. familiar/es. iguales posibilidad
18 a 29
años 12,5 15,3 25,1 18,0 8,6 15,7 4,7
30 a 49
años 12,4 16,8 22,3 25,5 7,4 12,4 3,2
50 a 64
años 12,6 12,1 25,2 30,8 7,5 10,7 ,9
65 y más
años 9,2 8,7 16,2 43,7 8,3 12,2 1,7
Total 11,8 13,9 22,2 28,6 7,8 12,8 2,9
Fuente: Durán (dir). CSIC, 2010a.

El sentimiento de obligación en relación con el cuidado, que reconoce el 64% de la


población entrevistada, adquiere matices diferentes según la edad, lo que pone de
relieve el cambio intergeneracional en relación con opiniones, actitudes y expectativas
proyectadas hacia la vejez. Según la encuesta citada (Durán, CSIC, 2010a), mientras
que entre los mayores de 65 años se asume que las tareas derivadas de las demandas de
cuidado les corresponden a ellos/as mismos/as (38%) y, en menor proporción (36%),
que deberían compartirse, entre quienes se hallan en la etapa de madurez, especialmente
entre quienes se encuentran entre los 30 y los 50 años, el sentido de obligación hacia sus
progenitores se entiende principalmente como una responsabilidad compartida, sea con
otras personas o con instituciones encargadas de servicios asistenciales (46%) y, en
menor medida (25%), se asume que el trabajo de proveer de cuidados a los progenitores
debe ser desempeñado en exclusiva.

5.2. Normas sociolaborales y desigualdad en España

Las causas que explican la desigualdad social en la población mayor van más allá de la
edad, porque la vejez, en sí misma, no comporta desigualdad social. Entre las teorías
que explican el envejecimiento, las de la dependencia estructurada señalan que, más que
vincularse al ciclo vital, la vejez es un fenómeno social (Bazo, 2001:21) 33 tras el que

33
La teoría de la dependencia estructurada señala que la experiencia de envejecimiento y la desigualdad,
más que por razón de la edad, están condicionadas por la estructura económica (Bazo, 2001:21).

16
opera un tratamiento diferenciado hacia las personas mayores en base, principalmente a
su separación del ámbito laboral. En las sociedades industriales y posindustriales, el
hecho de pasar, en el mercado de trabajo, de la situación de “actividad” a la de
“inactividad” supone descender algunos peldaños en los niveles de estratificación
social; próxima la edad de jubilación, la cobertura de demandas está más en función de
las instituciones, estados o mercados, que de las capacidades y posibilidades resolutivas
individuales. La imagen construida sobre la vejez ha contribuido a separar y acentuar
diferencias entre jóvenes y mayores, productivos e improductivos, independientes y
dependientes, en base a premisas culturales y económicas atribuidas a la edad (Young y
Schuller 1991; Guillemard, 1993). En España, como en otros países desarrollados o
emergentes34, las políticas públicas destinadas a la vejez, si bien están teniendo un
efecto bastante positivo de integración económica de los más desfavorecidos, siguen sin
responder a las demandas asistenciales y sociosanitarias de las personas dependientes, lo
que limita su integración social.

Con independencia de la edad, la trayectoria ocupacional y de trabajo, por un lado, y el


contexto social, por otro, ubican a los individuos y a los grupos sociales en posiciones
socioeconómicas diferenciadas. La relación de la vejez con la pobreza viene dada por el
bajo estatus socioeconómico que tenía el grupo con anterioridad a la edad extralaboral y
el bajo nivel de las prestaciones estatales35; su dependencia de los poderes públicos está
condicionada por su pasado vínculo con el mercado de trabajo y, en el caso de las
mujeres, también por el de sus maridos. Sus ingresos son más dependientes, que los de
los varones, de prestaciones asistenciales (Bazo, 2001:24-25).

Si bien la dedicación al trabajo, a la producción de riqueza y bienestar, no ha sido muy


diferente entre quienes fueron activos y ocupados y quienes se dedicaron a trabajos
domésticos principalmente (catalogados como inactivos en las estadísticas oficiales de
fuerza de trabajo), tal distinción no queda sólo en cuestiones terminológicas sino que, a
pesar de cargas de trabajo similares (o mayores para quienes se ocuparon a lo largo de

34
J. I. Antón Pérez (2009) ha estudiado los efectos redistributivos de los diferentes sistemas de pensiones
en España y en los países latinoamericanos de México y Chile. Su análisis refleja el impacto positivo que
los sistemas públicos de pensiones han tenido sobre el conjunto de población mayor más expuesta al
riesgo de pobreza.
35
Walter, 1991 en Bazo, 2001:24.

17
su vida en trabajos no remunerados) los beneficios obtenidos no revierten en quienes
desempeñaron su trabajo fuera de la economía formal. La encuestas sobre mercado de
trabajo (INE: EPA, 2006) y las estadísticas laborales confirman esa distinción36.

Entre los beneficiarios de pensiones contributivas, mayores de 65 años, son sobre todo
varones (64%) quienes cobran pensiones de jubilación mientras que son casi la totalidad
mujeres (94%) las/os beneficiarios de pensión de viudedad. La pensión media, en 2008,
supera ligeramente los 700 euros mensuales, siendo la de jubilación de 814 euros y la de
viudedad de 529 euros. La mayor parte de los pensionistas (el 65%) cobra por debajo de
la pensión mínima y algo menos de trescientos mil personas cobran pensiones no
contributivas, de los cuales más del 80% son mujeres37. La distribución de las cuantías
por tipo de prestación y grupos de edad, para los mayores de 65 años, se recoge en el
Cuadro 3.

Cuadro 3.
IMPORTE MEDIO MENSUAL (EUROS) DE LAS PENSIONES CONTRIBUTIVAS
DEL SISTEMA DE SEGURIDAD SOCIAL POR CLASE DE PENSIÓN, SEXO Y
GRUPOS DE EDAD. 2008
Grupos Jubilación Viudedad Total pensiones contributivas
de edad Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Total
65-69 1058 626 453 586 1045 611 860
70-74 944 573 403 561 930 567 762
75-79 887 554 375 540 869 544 701
80-84 817 517 350 512 791 511 624
85 y 728 464 313 459 688 459 528
más
Total 950 565 416 537 897 550 719
Fuente: Elaboración propia sobre IMSERSO, 2008.

El modelo familiarista español se fue gestando, como se ha dicho, durante la etapa


franquista, asentándose bajo una marcada división sexual del trabajo que orientaba a los
varones al empleo, erigiéndoles como sustentadores principales, mientras que dejaba a
las mujeres en situación de dependencia económica, primero del esposo (trabajador
36
El Ministerio de Trabajo emite periódicamente un documento de carácter personal, trascendente: la
vida laboral, que recoge los años cotizados y habilita para el acceso a prestaciones según la legislación
vigente.
37
Las pensiones no contributivas suponen una ayuda económica, asistencia médica y farmacéutica y
servicios sociales complementarios para aquellas personas que no cotizaron a la Seguridad Social y
carecen de recursos económicos; su cuantía alcanza los 328 euros mensuales (IMSERSO, 2008).

18
ocupado) y después de la prestación resultante de la cotización del esposo y de las
políticas del Estado. Sólo el 36,1% de las pensiones de jubilación están destinadas a
mujeres y la cuantía de la prestación es prácticamente la mitad de la que cobran los
varones (565 euros frente a 950, respectivamente). Por el contrario, las pensiones de
viudedad38 son más favorables para sus beneficiarias, debido, como es obvio, a la mejor
situación laboral del cónyuge causante de la misma. Las diferencias entre las y los
viudos son menores (los varones cobran 416 euros mensuales, como media, mientras
que las mujeres perciben 537 euros); pero sólo un 6% de los beneficiarios de este tipo
de prestación, mayores de 65 años, son varones39.

La desigual dedicación y presencia de mujeres y hombres en el mercado laboral


explican, en buena parte, las diferencias existentes en la percepción de pensiones y su
cuantía. La segregación ocupacional (empleos feminizados, ocupaciones poco valoradas
a las que se atribuye baja cualificación), la discriminación salarial por género (entre un
25 y un 30% desfavorable para las mujeres) y la corta vida laboral40 serían los aspectos
más destacados en la producción de la desigualdad económica entre hombres y mujeres.
Según la Encuesta de Población Activa (INE, módulo especial, 2006), un 48,8% de los
varones habían alcanzado una vida laboral superior a los 35 años, mientras que esa
dedicación era un hecho sólo para el 17,3% de las mujeres. Ese déficit de cotización
permitiría entender el hecho de que, en España, a diferencia de otros países, las
trabajadoras se jubilen más tarde que los trabajadores; en 2007, las ocupadas se
jubilaron con 62,4 años mientras que los ocupados varones lo hicieron con 61,8 años.
Tanto en los países de la Europa occidental (de los 15) como en el conjunto de la Unión
Europea-27 (donde las mujeres se jubilaron con 60,5 años y los varones con 61,9 años)
se produce lo contrario. Si bien existe una cierta coincidencia en las pautas de jubilación
38
La pensión de viudedad se calcula sobre salario del cónyuge; equivale al 52% de la base reguladora del
salario.
39
En un 9,4% de los casos se produce una situación de compatibilidad en el cobro de pensiones públicas;
los casos más frecuentes son los de mujeres que complementan la pensión de jubilación con la de
viudedad; la cuantía de la pensión máxima es de 2385 euros.
40
Como señalan Prieto y Ramos (1999:464) es preciso considerar distintas dimensiones en relación con
el tiempo de trabajo, las cuales vienen dadas a partir de normas (formas de contratación) y prácticas
laborales (jornadas y horarios) hasta aquellas que resultan de la biografía laboral de las personas; por lo
tanto, según la propuesta que estos autores, es preciso tener en cuenta la duración de la relación laboral a
partir, tanto la jornada laboral como de la vida laboral de los individuos, la continuidad en la relación
laboral y otros aspectos coyunturales referidos a la ordenación temporal del empleo. En esta línea se sitúa
el estudio de De Castro (2008) que analiza esa diversidad en relación con las estrategias y expectativas
laborales.

19
masculinas, no ocurre lo mismo con las femeninas, que difieren notablemente. Las
mujeres españolas ocupadas alargan la edad de jubilación dos años más que la media de
las mujeres europeas.

La población mayor constituye actualmente en España el grupo cuya tasa de riesgo de


pobreza es más alta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (2008) la
población que supera los 65 años presenta una tasa de pobreza del 27,5%, siendo la
correspondiente al conjunto de la población de un 19,6%41. En el entorno europeo, la
situación de riesgo de pobreza de los mayores españoles sólo es superada por Reino
Unido, así como por Chipre y algunos países de la Europa del Este.

Cuadro 4.
TASA DE RIESGO DE POBREZA POR SITUACIÓN Y GRUPOS DE EDAD.
PAÍSES SELECCIONADOS DE LA UE. 2008
País De 0 a 17 De 65 y más Población Total
años años ocupada población
Alemania 15 15 7 15
Francia 17 11 7 13
Dinamarca 9 18 5 12
Suecia 13 16 7 12
Reino Unido (p) 23 30 9 19
Italia 25 21 9 19
Grecia 23 22 14 20
España 24 28 11 20
(p): Cifras provisionales.
Fuente: EUROSTAT, 2010

Si la dedicación al trabajo remunerado genera estratificación social en base a la


cotización realizada, la escasez de prestaciones económicas es el rasgo común para
quienes la participación en el empleo, a lo largo de la edad laboral, fue escasa o nula 42.

41
La tasa de pobreza relativa mide el volumen de población cuyos ingresos se encuentran por debajo del
60% de la mediana. Los datos provisionales para 2009 muestran una cifra similar de pobres para el total
nacional (19,5%) y un descenso en la tasa correspondiente a la población mayor (25,7%). Cuando se
computa el efecto del valor de uso de la vivienda, cuando su tenencia es en propiedad o en alquiler por
debajo del valor del mercado (con alquiler imputado), el grupo de edad con mayor tasa de pobreza pasa a
ser el de los jóvenes.
42
El colectivo considerado de población mayor también presenta diferencias al interior de la cohorte por
los vínculos y experiencias pasadas en relación con el trabajo y también por aspectos extraocupacionales
que se relacionan con redes familiares de apoyo, régimen de tenencia de la vivienda, estado de salud y
grado de dependencia, además de prestaciones asistenciales y recursos públicos disponibles.

20
Las pensiones no contributivas y las pensiones de viudedad tratan de cubrir las
carencias de prestaciones a los sectores menos protegidos. No es de extrañar que entre
los pobres españoles las personas mayores sean las más afectadas y, entre ellas, las
mujeres mal consideradas “inactivas” y las viudas. Esta característica constituye un
punto originario de desigualdad social como resultado de la dedicación diferente a uno u
otro tipo de actividad (doméstica y remunerada), de la inestabilidad e inseguridad
laborales y de la aplicación de un sistema de protección social no redistributivo. Para
quienes se incorporaron al empleo en la primera juventud (desde los 14 años) buena
parte de su renta43 deriva de su participación en el empleo y del tiempo de cotización a
la Seguridad Social; de manera que, a mayor tiempo de cotización y mayor cuantía,
mayor será la prestación económica de jubilación y la contingente de viudedad. El
periodo de cotización mínimo requerido para acceder a una pensión de jubilación en
España son 15 años y, por otra parte, son necesarios 30 años cotizados para tener
derecho a la máxima pensión, un requisito cada vez más difícil de cumplir 44, tal y como
se expresa en la siguiente cita:

“Yo estoy jubilado, aunque siga en activo. Creo que si con 65 años me hubiesen
permitido una jornada flexible a tiempo parcial compatible con la jubilación,
habría continuado trabajando. Lo malo es que a los 52 años –nací en 1942- cerró
la empresa donde trabajaba y me vi en la calle. Creo que para muchos
trabajadores este es el verdadero drama. A una cierta edad te quedas sin contrato
de trabajo y, si encima, alargan la edad de jubilación, también te quedas sin
pensión ya que, puesto que no has cotizado en los años previos a la jubilación, te
aplican la base mínima y por cada año sin cotizar pierdes una media de un cinco
por ciento anual de prestación”45.

43
Además de los ingresos derivados del empleo, en este caso mediante la jubilación, los ingresos que se
computan, según la Encuesta de Condiciones de Vida, son prestaciones sociales, rentas de capital y de la
propiedad, transferencias entre los hogares y resultados de la declaración del IRPF de Hacienda.
44
En el debate actual en torno a la viabilidad de las pensiones del futuro aparece a menudo la propuesta
de economistas neoliberales de ampliar por encima de los 15 años hasta toda la vida laboral el periodo
computable para calcular la cuantía de la pensión. Tal propuesta no hace sino penalizar a los grupos
sociales cuyo vínculo con el empleo ha sido de menor tiempo y a quienes cotizaron menos por su
categoría laboral, es decir, los que participan en el mercado laboral secundario, con empleos inestables,
menor cualificación y menores salarios. Las propuestas en este sentido contienen fuertes implicaciones en
tanto que ahondan en desigualdades previas de género y clase social.
45
Declaraciones de Pablo Navarro, presidente de la Unión de Pensionistas, Jubilados y Prejubilados de
UGT a N&G, gestión residencial, n. 73, marzo, 2010.

21
Desigualdad social, usos del tiempo y experiencias vividas

La revisión cronográfica de la dedicación al trabajo, según el tipo de actividad


desempeñada y las características del empleo, presentan un relato de la historia reciente
que posibilita la conexión del pasado con la estructura actual de desigualdad social. Las
experiencias laborales continuadas, frente a las de otros trabajos no remunerados e
informales, aportan una condición para la integración social, sobre todo en un país como
España donde las prestaciones económicas y sociales por parte de los poderes públicos
son bastante limitadas.

Por una parte, la observación del ciclo vital de las personas, desde una perspectiva
longitudinal de los acontecimientos y las experiencias vividas, informa sobre los
orígenes y las causas de la desigualdad de la cohorte de personas mayores, construida en
base a asignaciones temporales en relación con el empleo. Por otra parte, la mirada
sobre los presupuestos temporales que adopta la población en la actualidad, la duración
asignada a distintas actividades, da cuenta de las oportunidades y de las posibilidades de
acción en base a la distribución y los usos del tiempo y, especialmente, de los tiempos
de trabajo46.

6.1. Dedicación al trabajo y usos del tiempo

El análisis de la distribución del tiempo de trabajo a partir de las encuestas de usos del
tiempo siguen mostrando diferencias considerables entre grupos sociales, en función de
la edad, el género, el nivel de estudios, etc. El análisis de la utilización del tiempo por
parte de la población aporta valiosa información sobre la estructura social actual. En
este sentido, la dedicación a los distintos trabajos, por parte de mujeres y hombres,
siguen mostrando diferencias entre ambos así como en relación con otros países
europeos, siendo el reparto de la carga global del trabajo, entre géneros en España, más

46
Un análisis de la distribución del tiempo en relación con el trabajo y el empleo a partir de la Encuesta
de Empleo del Tiempo 2002-2003 se encuentra en Callejo, Prieto y Ramos (2008) y la relación entre
tiempo de vida y tiempo de trabajo, en base a distintas encuestas sobre usos del tiempo y encuestas de
actividades puede verse en Durán (2010b).

22
parecida a la que presentan los países del Este de Europa que a los de la Europa
Occidental.

Gráfico 1.
CARGA GLOBAL DE TRABAJO POR GÉNERO Y POR PAÍSES

60
50
40
30
20
10
0

Mujeres
Hombres

Fuente: Elaboración propia sobre datos de EUROSTAT, 2003.

6.2. Experiencias vividas y cambio social

La relación entre las experiencias vividas y la desigualdad social se ha tratado desde dos
orientaciones principales; por un lado, se considera que aquellas tienen una dimensión
estática, y se destaca el peso de las tradiciones y su carácter inamovible, y, por otro
lado, se señala su vertiente dinámica y se afirma su potencial de cambio. Desde el
primer enfoque se ha tratado de mostrar la ascendencia y la fuerza que las normas
tradicionales de género tienen en los itinerarios vitales y en la situación de
discriminación que viven las mujeres (S. de Beauvoir, 1998); y, desde el segundo, se ha
otorgado a las experiencias vividas un papel principal como parte de los elementos que
definen la adscripción a una determinada clase social, incluyendo con ello su potencial
capacidad de transformación social (E. O. Wright, 1993). Si la filósofa francesa alude a
“La experiencia vivida”, que da nombre al segundo volumen de El segundo sexo (1949),
para mostrar el peso de la tradición en el proceso de afirmación de las mujeres como
sujetos, el sociólogo americano Wright, por el contrario, considera que las experiencias
vividas influyen positivamente en la conciencia, constituyéndose en una pieza
fundamental para impulsar la acción y el cambio social.

23
Para S. de Beauvoir las experiencias de las mujeres condicionan sus vidas; la libertad
femenina está limitada por su capacidad de acción, por su ser para otros. En su obra
más conocida, El segundo sexo, que ha inspirado el desarrollo de la segunda ola del
feminismo occidental desde la segunda mitad del siglo XX, desgrana distintas
situaciones en las que las trayectorias vitales de las mujeres aparecen atrapadas por el
pasado, determinadas por la tradición, la rutina y los valores androcéntricos y misóginos
dominantes en la primera mitad del siglo XX. Tras el relato de experiencias sexuales, a
menudo iniciadas con violencia, la monotonía del matrimonio y del hogar, el corsé de
las convenciones sociales, etc., reitera esta autora “la desgracia ser mujer” de la que
apenas se libran las profesionales o aquellas que disfrutan de independencia económica:

“la mayoría de las mujeres que trabajan no se evaden del mundo femenino
tradicional; no reciben de la sociedad ni de sus maridos la ayuda que les
resultaría necesaria para convertirse concretamente en iguales de los hombres…;
sin embargo, privadas de descanso, herederas de una tradición de sumisión, es
normal que las mujeres apenas empiecen a desarrollar un sentido político y
social. Es normal que, al no recibir a cambio de su trabajo los beneficios morales
y sociales que tenían derecho a esperar, sufran sin entusiasmo sus limitaciones”
(Beauvoir, 1998:494).

Tras aquel diagnóstico, medio siglo más tarde es posible advertir que el paso del tiempo
y la acción colectiva han empujado el cambio hacia una mayor igualdad real entre
mujeres y hombres, especialmente en cuanto a participación laboral, política y social.
Sin embargo, también cabe señalar que la tradición y las experiencias vividas siguen
mostrando la fuerza del modelo tradicional en una sociedad desigual por razón de
género, que se manifiesta, principalmente, en la violencia ejercida contra las mujeres,
así como en el reparto desigual del trabajo y la segregación laboral.

La perspectiva de Wright se inscribe en la línea teórica contemporánea (neomarxista) de


las clases sociales. Para este autor las experiencias vividas forman parte de la nueva
definición de clase que propone ampliar el horizonte de su definición clásica más allá

24
del proceso de trabajo y las relaciones de producción. No sólo cuentan los intereses
materiales, que se vinculan a la satisfacción de las necesidades reales y la búsqueda del
bienestar, en donde se produce el intercambio entre empleo y salario, sino que alude
también a las experiencias vividas para contemplar las elecciones que hacen los sujetos,
sus preferencias. Las relaciones laborales, dice Wright, imponen prácticas comunes que
acercan a las personas que las comparten; entre tales prácticas destacan: la obligación de
vender la fuerza de trabajo y de encontrase en situación de disponibilidad para el
empleo; la experiencia del desempeño del trabajo bajo el sentimiento de dominación y
de explotación; y la percepción de ajeneidad o de extrañamiento con respecto a la
capacidad de decisión y a la apropiación del producto realizado (Wright, 1993:43-45)47.

Si bien Beauvoir no contempló la perspectiva dinámica de la realidad social, ni incidió


suficientemente en sus posibilidades de cambio, la posición de Wright sigue
mereciendo, desde el enfoque de género, la misma crítica que pudo hacerse a la teoría
clásica de las clases sociales, especialmente por su androcentrismo, al derivar de
categorías ocupacionales, ciegas al género, las adscripciones de clase. La consideración
del empleo regulado como el modo hegemónico de participación en la producción
socioeconómica, en el bienestar y en la riqueza, refleja las limitaciones de la tradicional
conceptualización del trabajo, al invisibilizar la actividad económica de la población
que desempeña diversos trabajos a lo largo de su vida, en los márgenes del mercado o,
fuera del mismo, en actividades no mercantiles.

Las experiencias vividas, según biografías diferenciadas por género y por clase,
encierran un potencial emancipador cuando se expresan en el espacio público y orientan
la acción colectiva para impulsar el cambio social en un horizonte de igualdad.

Bibliografía

ADAM, B. (1999): “Cuando el tiempo es dinero”, Sociología del trabajo, 37.


ADAM, B. (2004): Time, Polity Press, Cambridge.
47
Junto a los intereses materiales y las experiencias vividas sitúa Wright la capacidad para la acción
colectiva. La capacidad de llevar a cabo acciones colectivas viene dada por las oportunidades de
participar en la vida social, no sólo a través del empleo extradoméstico sino también a través de la vida
asociativa y la participación política. Los individuos y grupos sociales apartados del empleo verían
aminorada su influencia social y su capacidad de modificar sus condiciones de vida.

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