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c.c:1036949557
Introducción
Concepto de ciudadanía
El concepto de ciudadano surge en nuestras sociedades entre los siglos XVIII y XIX
a través de las ideas de la ilustración que inspirarán las revoluciones democrático liberales
en Europa y en América. Es decir, la idea de ciudadanía, como la de democracia es una idea
relativamente reciente, surge en un proceso de transformación del Antiguo Régimen
monárquico-feudal, en uno nuevo democrático-capitalista. Sin embargo, no se puede pensar
que surge de manera espontánea, pues “sin las bases coactivas que aportaban las Naciones-
Estado predemocráticas hubiera sido imposible desarrollar las infraestructuras económicas,
administrativas y técnico-científicas que caracterizan a los Estados de Derecho modernos”
(Zamora, 2005, p. 142).
Ahora bien, esa ciudadanía liberal, es una ciudadanía circunscrita a los límites
jurídico-territoriales del Estado Nación, pues solo pueden ser nombrados como ciudadanos
de una nación aquellos que han nacido en un espacio geográfico delimitado y solo son ellos
quienes tienen posibilidad de acceder a los derechos y deberes sociales, económicos,
culturales y políticos que establece el marco normativo de un país.
Cabe aclarar, siguiendo a Juárez (2014), que esta ciudadanía se puede ejercer desde
dos perspectivas: una es una ciudadanía que el mencionado autor denomina como
instrumental, que solo espera de la política la solución de los problemas sociales y
especialmente los relacionados con las necesidades de carácter económico y la otra es una
ciudadanía política o activa, que es aquella en la que los ciudadanos no hacen un llamado
directo a las instituciones sino a sus conciudadanos para el ejercicio de la política y buscar a
la solución de las problemáticas sociales de manera colectiva sin esperar la ayuda de entes
gubernamentales.
Hecha esta breve aclaración de carácter conceptual, hablaremos ahora del problema
de las migraciones (especialmente desde África y Medio Oriente) y su impacto en las
concepciones de ciudadanía que tenemos en las sociedades occidentales y en el espectro
político en general, no solo en términos de las políticas estatales para la atención a los
inmigrantes, sino en las relaciones que establecemos en el día a día, en eso que desde mi
perspectiva podríamos llamar “política cotidiana”.
Uno de estos problemas que son de carácter global, que no deben ser afrontados solo
por el país receptor (debido a que involucran en ocasiones casi que continentes enteros, como
en el caso europeo) y que plantea la necesidad de repensar la ciudadanía es sin duda el de las
migraciones, en este caso específicamente desde África y Medio Oriente. Las causas de este
fenómeno pueden ser múltiples; las guerras, las hambrunas o el deseo de una vida mejor
podrían ser algunas de ellas, pero ese no es el objetivo del presente texto.
Lo cierto es que, sin duda, este fenómeno lleva a reconstruir nuestras concepciones
acerca de lo que es la ciudadanía, debido a que si se sigue pensando “al Estado como la
comunidad en la que conviven los individuos y dentro de la cual tendría que reconocerse la
ciudadanía”, se estaría ignorando una problemática que afecta gran parte de Europa y los
EEUU y por ende negando los derechos de seres humanos que en cierto sentido son
despojados incluso de su condición humana porque
si bien intuitivamente percibimos al inmigrante como ser humano, persona como no-
sotros, existen un conjunto de categorías (“extracomunitario”, “clandestino”,
“irregular”) que lo despojan de esa condición y lo estigmatizan negativamente como
no ciudadano, como no europeo, como no nativo, etc. (Zamora, 2005, p. 147).
Es necesario mencionar que quien ha debido salir de su territorio por razones ajenas
a su voluntad es un sujeto que llega a otro territorio es situación de total vulneración de
derechos, ha perdido todos aquellos elementos que nos permiten decir que se tiene una vida
digna. La dificultad para el restablecimiento de esos derechos aumenta cuando percibimos
que, cuando en el mejor de los casos no son víctimas de la xenofobia, si lo son de la
explotación laboral mediante el acceso a empleos informales e incluso ilegales (prostitución)
o a empleos formales mal remunerados y en los que no se les garantizan los derechos que se
les deberían garantizar a los “trabajadores nacionales”.
Esto sin duda debe llevar a replantear los fundamentos de la ciudadanía y, en general,
de las sociedades democrático liberales, debido a que “la conexión entre nacimiento,
territorio y Estado, que constituye la base de la soberanía moderna desde la declaración de
los Derechos del Hombre de 1789, es cuestionada permanentemente por la presencia de los
inmigrantes” (Zamora, 2005, p. 146). Esa concepción estatal del ciudadano no resulta
pertinente para atender a las necesidades del mundo, aún si ignoramos el problema de las
migraciones, por el solo hecho de vivir en una sociedad globalizada. Pero en lo referido a los
inmigrantes, es necesario pensar la ciudadanía más allá de las fronteras del Estado Nación
del siglo XIX.
Conclusión
Para lograr esto, se hace necesario pensar en la posibilidad de plantear una ciudadanía
planetaria, o cosmopolita, el pensarnos como habitantes del mundo, una “ciudadanía que no
se corresponda con límites espaciales claros, sino que se defina de acuerdo a intereses y
lealtades de muy distinto tipo” (Juárez, 2014, p. 74). Para esto, según Juárez (2014), se
necesita: entender la ciudadanía más allá de los límites estatales, más allá de los límites
culturales y lingüísticos, al tiempo que se reconocen las características comunes de grupos
humanos separados por las fronteras nacionales o invisibilizados por la globalización y
atendiendo a las complejas vinculaciones que se han establecido como consecuencia del
proceso de globalización (a través de internet, por ejemplo).