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El movimiento litúrgico comenzó a mediados del siglo XIX y llegó a su culmen con la
promulgación de la constitución Sacrosanctum concilium del Concilio Vaticano II sobre
la liturgia (4 de diciembre de 1963). Este documento condensa en gran parte los
objetivos de este movimiento; a partir de esa fecha el Movimiento litúrgico se convierte
en un «hecho» eclesial.
El abad Guéranguer sentó las bases para un renacimiento auténtico del canto romano
que originan la publicación, a fines de siglo, del nuevo Gradual (1883) y del Antifonario
(1891) debidos al impulso de don Jausions y don Pothiers,
En Francia se crea el Centro de Pastoral Litúrgica de París como heredero del espíritu
de Beauduin y los monjes de Moret-Cesar llamados Capelle y Botte siguieron sus pasos.
En España e consideran como precursores de este movimiento los monasterios ya
citados de Silos y Montserrat, especialmente a partir del Congreso Litúrgico de
Montserrat del año 1915. Ya más recientemente, en 1956, se fundó la Junta Nacional de
Apostolado Litúrgico que fue sustituida en 1961 por la Comisión Episcopal de Liturgia,
Pastoral y Arte Sacro.
Una última figura a destacar es el historiador L. Duchesne que publica allá por el año
1889 “Los orígenes del culto cristiano” en el cual el Movimiento Litúrgico comienza a
hacer historia al pretender conocer el pasado a través de los libros litúrgicos.
Los Papas apoyaron este movimiento, desde Pío X con su motu propio "Tra le
sollecitudine" (1903) hasta Pío XII. Pío X realizó una reforma parcial del oficio divino
y del Calendario, favoreciendo la comunión frecuente.
Importante fue en esta nueva etapa la acción de Pío XII que crea en 1948 la Comisión
para la Reforma Litúrgica General. Sus encíclicas Mediator Dei (1947) y Musicae
Sacrae disciplina (1955) contribuyen decisivamente a ello. De igual forma llevó a cabo
la restauración de la Semana Santa, autorizó el uso de lenguas vernáculas en la Misa y
en los sacramentos y en el año 1956 dirigió un importante discurso al Congreso
Internacional de Liturgia de Asís. Se modifica el Ritual del orden, las misas vespertinas,
el Salterio para el Breviario, el rito de la semana Santa, la nueva ley sobre Ayuno
Eucarístico, etc.
Entre las cuestiones que planteaba el movimiento litúrgico y que ahora la Iglesia acoge
se encuentran entre otras cosas; la comunión bajo las dos especies, la concelebración, el
redescubrimiento de la asamblea celebrante, la recuperación de la homilía y la oración
universal, así como la admisión de las lenguas vernáculas para el uso litúrgico.
Junto con estas adecuaciones de carácter externo hay un elemento mucho más valioso y
es la recuperación del carácter teológico de la liturgia. La liturgia recupera su estatuto
teológico y se supera una comprensión de tipo jurídica o estética de la misma.