Sunteți pe pagina 1din 2

La mampara

Por LAURA CAMPMANY


SI ese individuo, «Txapote», no perteneciese a la banda terrorista ETA, si no fuera un
asesino de «responsabilidad limitada» -no diré que con licencia para matar, pero sí con
respaldo suficiente como para creerse con derecho a no dar cuenta de sus crímenes ni
ante la sociedad ni ante la Ley-, si fuera un energúmeno cualquiera, es decir, uno de
esos renglones de Dios que un mal día se tuercen por arrebato, rencor, codicia, oficio o
despecho, no creo que se hubiera tomado la libertad, en el momento mismo en que toda
ella dependía del juicio de un magistrado, de llamarle payaso. Tampoco me lo imagino,
sin la soberbia que da la impunidad, liándose a coces contra una mampara.
Aparte del rostro del individuo, con esa mueca aterradora que transmite la mezcla más
perfecta que yo haya visto en mi vida de odio, desprecio y locura, lo chocante de esta
historia es la mampara. No he estudiado Derecho Procesal, e ignoro por tanto qué
razones pueden llevar a un juez a tomar la decisión de aislar a un encausado. No sé si lo
hará para protegerle de alguna posible agresión, o para impedirle la fuga. No sé, en este
cuento de urnas, cuál es la rosa vulnerable: si la seguridad del presunto culpable o la
integridad de los testigos. Si la estabilidad del supuesto agresor o la serenidad de la
víctima cierta. O la propia Justicia. Tan frágil, se diría, que precisa blindarse de
mamparas.
Admiro al hombre que ha tenido que juzgar a este individuo y soportar sus desplantes,
desacatos e insultos. No hay sueldo que pague tanta exposición a la ira, o la creciente
impotencia con que las judicaturas de los estados democráticos se enfrentan a cierta
clase de delincuentes. Admiro, ya digo, su valor; pero intuyo que tiene un fondo inútil.
Porque la sensación que a uno se le queda en las tripas, después de ver las imágenes y
leer las declaraciones del insurrecto, es la de una inmensa, descorazonadora derrota. Un
sujeto claramente destinado a pasarse muchos años en prisión, un tipo verdaderamente
atrapado no tiene ni la desfachatez, ni el gesto de satisfacción, ni la pupila desafiante de
ese individuo. Que, por cierto, no llegó a romper la mampara.
Quizás ese individuo ya sepa que de un modo u otro le será perdonada su deuda. Quizá
ya supiera, cuando disparó contra una nuca o una espalda inocentes, que nunca le
quemaría la garganta el amargo trago de sangre que él daba a beber a otros. Supondría,
me imagino, que en el peor de los casos, si le detenían, tendría que acostumbrarse a la
estrechez, o menos, de una celda selecta. Seguro que más ancha que un «zulo». Sin
duda, más confortable y luminosa. Sin relojes que contaran sus días. Sin patios
comunes. Sin enemigos de quienes defenderse. Sin vejaciones de las que lamentarse.
Sin miedo. Con su mampara y todo.
Si ese individuo hubiera dado cauce a su inclemencia en un duelo cuerpo a cuerpo,
habría temido morir tanto como se ha atrevido a matar. Si ese individuo hubiera tenido
que enfrentarse alguna vez a la persecución de un sicario, o al «sin perdón» de una
viuda con el alma cortada, o a la repulsa activa de su propio horizonte; si hubiera
siquiera sospechado, como muy bien sabían los corsarios, que los que enarbolan
bandera negra no pueden permitirse el lujo de dejarse apresar; si hubiera tenido que
convivir en la cárcel con lobos más humanos, pero igualmente fieros, quizás nos miraría
-desde esa foto insolente que no consigo olvidar- con el mismo aborrecimiento, pero no
con la misma sonrisa. Si hubiera podido percibir en su carne el hartazgo, y la
indignación, y el profundo asco de todos los que hemos asistido a su miserable
espectáculo, se habría inmolado como un demente, o habría callado como un cobarde. Y
es que aquí lo que sobra es la mampara.

S-ar putea să vă placă și