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Los centros educativos tienen como finalidad desarrollar en los niños y las niñas
habilidades y destrezas básicas e indispensables que les permitan integrarse de manera
satisfactoria a la sociedad. Dicha labor les corresponde a los profesores, quienes enfrentan
el compromiso de persuadir a sus estudiantes sobre el papel que juegan en la sociedad, y
con ello, la capacidad que poseen para transformar el medio que les rodea.
Es indispensable que dichos conocimientos se desarrollen bajo una dinámica agradable para
que los estudiantes asistan con gusto y sea un lugar importante para convivir, caso contrario
sería el último lugar donde quisieran estar (Fullan y Stiegelbauer, 1997).
Para Freire (1997) la acción de educar es equivalente a concienciar al ser humano, consiste
en despertar su conciencia. El hecho de que el individuo se percate de lo que hay más allá
de su consciencia de clase y conozca el conflicto que el materialismo histórico devela en
toda conformación social es parte importante de su concienciación. Obviamente, la
discusión de todo lo anterior resulta problemático para el orden que caracteriza a las
sociedades no-auténticas, donde la "educación" parece contraponerse muchas veces a la
idea por la que Freire (2004) tanto abogaba: el hombre fue creado para comunicarse con
otros hombres.
Dimensión epistemológica
La educación formal que los profesores imparten en las escuelas modernas todavía sigue
caracterizándose, en muchos casos, por ser monologal, por desatender el entorno y, de
manera muy notoria en los primeros niveles (y con mayor sutileza en el nivel superior), por
intentar manipular al educando, para buscar su "domesticación".
Ninguna tarea educativa, según Freire (1997), debería asemejarse al acto mecánico de
"depositar" contenidos en receptáculos más o menos vacíos, de ahí que su crítica se dirija a
la política imperante en muchos sistemas educativos que, al concebir al educando como un
objeto, favorece que los educadores busquen su manipulación y "cosificación" en función
de las estructuras de dominación que la sociedad presenta.
Lo descrito hasta aquí representa la denuncia que Freire (1997) hizo alrededor de los años
setenta sobre lo que él llamó educación bancaria: práctica educativa que concibe el saber
como un depósito que el educador, como sujeto activo, dona al educando para que éste,
pasivamente, acepte el saber que se le brinda y lo archive; de acuerdo a esta lógica, entre
más lleno se encuentre el educando-recipiente más fácilmente se adaptará a la estructura de
su sociedad (Caldeiro, 2005).
Como alternativa, el mismo autor propuso la educación problematizadora, que al ser parte
de la crítica que se hacía en tiempos de la posguerra y la guerra fría contra el capitalismo,
pretendía establecer una situación de diálogo entre el educador y el educando, donde al no
haber ya argumentos de autoridad o alguien que pudiera "apropiarse del conocimiento",
ambas partes podrían educarse en comunión. La construcción del conocimiento estaría en
función de la reflexión del que se educa, quien al permanecer ligado al mundo que lo
circunscribe, tendría la posibilidad de entrar en acción y transformar su realidad (Caldeiro,
2005).
Desde otra óptica, se ha argumentado que la forma de enseñar de los profesores está basada
en la experiencia de sus antecesores. De Zubiría (2006) destaca, como principio
epistemológico, que el conocimiento no es una copia fiel de la realidad, sino una
construcción que el ser humano realiza a través de esquemas mentales. Tales cuestiones
tienen dos implicaciones importantes para la práctica que los profesores ejercen: primera,
que ésta se encuentra vinculada a los esquemas mentales y consciencia de clase de quienes
los precedieron; y segunda, que lo anterior explica por qué los profesores tienden a generar
y perpetuar en sus estudiantes una falsa conciencia.
Sobre este último término, cabe señalar que si la consciencia se refiere a darse cuenta de las
cosas, ¿qué es la falsa conciencia? No es inconsciencia, ni tampoco una conciencia
equivocada, sino una especificación de la conciencia por error (García, 1999). Una
alternativa para lo que suele ocurrir en las escuelas es que la práctica de los profesores
ayude a los estudiantes a reconocer su falsa consciencia, para que éstos puedan conocer
críticamente la realidad en la que están inmersos y reconocerse como “sujetos de su historia
y de la historia” (Freire, 1997, p. 14).
Dimensión ética
Illich (2003) junto con Braunstein, Pasternac, Benedito y Saal (1990) coinciden en que la
escuela no es la única institución moderna que tiene a su cargo moldear la visión de la
realidad en el hombre, pero coinciden también en que, después de la familia, la escuela
ocupa un lugar importante como espacio ideológico para reproducir en los educandos las
estructuras sociales que contribuirán, tarde o temprano, a que adquieran una falsa
consciencia.
Illich (2003, p. 153) comenta que a la escuela: “(…) se le acredita la función principal de
formar el juicio crítico y, paradójicamente, trata de hacerlo haciendo que el aprender sobre
sí mismo, sobre los demás y sobre la naturaleza, dependa de un proceso preempacado”,
refiriéndose con esto último a que la institución escolar es parte de una maquinaria
mercantilista que promueve, legítimamente, la alienación de los educandos.
Una posición menos radical es la de Braunstein et al. (1990) que, desde una perspectiva que
conjuga al psicoanálisis con el materialismo histórico, describen, cómo con la enseñanza de
los profesores se capacita al educando para el proceso de producción. El educando va a la
escuela para aprender y adquirir conocimientos y actitudes, utilizando recursos ideológicos
transmitidos por los profesores.
Fullan y Stiegelbauer (1997) señalan que el cambio educativo depende en mayor medida de
lo que los maestros hacen o piensan, de tal suerte que si se tienen docentes con alto nivel de
compromiso y de competencias, se desarrollan aprendizajes que sensibilizan a los
estudiantes a generar una conciencia más fina que atienda la necesidades contextuales
donde están inmersos. Por lo anterior, se hace necesario insistir en una educación
democrática como lo resalta Darling-Hammond (2002) que enseñe a los jóvenes a pensar
de manera correcta e independiente, a usar los aprendizajes para producir un trabajo de
calidad, a tomar iniciativas y a trabajar juntos de manera efectiva.
Dimensión política
El educador tradicional es el que educa, el que disciplina, el que habla, el que prescribe y el
que sabe, mientras que el educando tradicional es el educado, el disciplinado, el que
escucha, el que sigue la prescripción y el que no sabe. El primero tiene el conocimiento que
el segundo no tiene. El educador, por ser el poseedor del conocimiento, se erige en una
posición superior con respecto al educando, pues éste solamente podrá hacerse del saber
por la asistencia de aquél. El educador tiene poder sobre el educando, porque sólo el
primero puede erradicar la ignorancia que aqueja al segundo.
Conclusión
Si la escuela es un lugar donde se reproducen y se forman las estructuras sociales, que dan
la pauta para que los sujetos adquieran una falsa conciencia, entonces a los profesores como
agentes de cambio les corresponde fomentar el aprendizaje activo de acuerdo con Darling-
Hammond (2002) para adaptar la enseñanza a las necesidades de los alumnos, con el
propósito de que sepan resolver problemas de su contexto para que alcancen niveles
aceptables de autonomía y felicidad, pero no se puede lograr tan fácilmente en virtud de
que, los docentes mismos están alienados con el neoliberalismo, motivo que contribuye a la
formación de estructuras sociales encaminas a crear una falsa conciencia, para ello, el
compromiso de los docentes es tener una formación permanente a través de sesiones de
consejería, cursos y diplomados que logren este propósito de liberación social, económico y
cultural, resaltando que la educación no es solamente la transmisión de conocimientos, debe
tomarse en cuenta el ideal del ser humano como lo menciona Suárez (2010), para que este
impacte en las comunidades y la sociedad universal. Fullan y Stiegelbauer (1997) señalan
que, de ellos depende la transformación en las escuelas para una formación de conciencia
en los estudiantes. Por tal motivo, los profesores tienen la posibilidad de crear una
plataforma de aprendizaje basado en los valores universales con un enfoque humanista para
que se pueda evitar la conformación de una falsa conciencia.