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Salud y desarrollo

Jonatan Rapaport
La salud de la población y de los individuos está intrínsecamente unida a su desarrollo. El
desarrollo, en el sentido amplio del término, implica cambios e incluso importantes
alteraciones de la salud y del entorno de las personas. Pero, del mismo modo, el estado de
salud de la población es un factor que condiciona el desarrollo.
Una salud precaria disminuye la capacidad laboral y la productividad de las personas, algo
que afecta sobre todo a los pobres, por cuanto son ellos los que realizan los trabajos que
exigen un mayor esfuerzo físico. Igualmente, una mala salud afecta al desarrollo físico de los
niños, así como a su escolarización y aprendizaje. Como consecuencia, si ampliamos estas
circunstancias al conjunto de la población, se puede constatar el fuerte freno que las
enfermedades imponen al crecimiento económico y al desarrollo en general. A la inversa,
diferentes estudios, como los analizados por Strauss (1993:149-163), prueban la relación que
existe entre la mejora nutricional y de la salud con el incremento de la productividad
(especialmente cuando se parte de niveles bajos de consumo y en actividades intensivas en
mano de obra), así como en la asistencia y el rendimiento escolar.
Por su parte, el desarrollo puede romper el clásico círculo de retroalimentación existente entre
la pobreza y la mala salud. El desarrollo económico posibilita disponer de mayores recursos
con los que financiar la mejora de la salud medioambiental, la realización de campañas de
salud pública, y, sobre todo, el establecimiento de un sistema sanitario cuyos servicios de
salud cubran también a los sectores más vulnerables, por ejemplo mediante la extensión de
la atención primaria de la salud. Además, los programas de desarrollo social, como los de
educación y alfabetización, han contribuido decisivamente a elevar el nivel de salud al
facilitar las mejoras en la alimentación, la higiene y la salud reproductiva. El desarrollo
socioeconómico, particularmente si alcanza equitativamente a la población (aunque
generalmente no sea éste el caso), también permite mejoras en las condiciones de vivienda y
de otros servicios básicos.
Las inversiones en salud se justifican no sólo porque ésta es un elemento básico del bienestar,
sino también por argumentos meramente económicos. La buena salud contribuye al
crecimiento económico de cuatro maneras: reduce las pérdidas de producción por
enfermedad de los trabajadores; permite utilizar recursos naturales que, debido a las
enfermedades, pueden quedar total o parcialmente inaccesibles e inexplotados; aumenta la
escolarización de los niños y les permite un buen aprendizaje, y libera para diferentes usos
aquellos recursos que de otro modo sería necesario destinar al tratamiento de enfermedades.
En términos relativos, las ventajas económicas de una buena salud son mayores para la
población pobre, que por lo general es la más afectada por las discapacidades que provoca
una salud precaria y están en situación de beneficiarse al máximo de la explotación de los
recursos naturales infrautilizados.

Esperanza de vida al nacer frente al PIB real per cápita


Fuente: PNUD (1998) y WHO (1991).
No obstante, es muy difícil generalizar sobre la vinculación entre el desarrollo económico y
las condiciones de salud de la población. En este sentido, son diversas las experiencias que
demuestran que el desarrollo económico y el incremento de la infraestructura e
intensificación agrícolas no siempre contribuyen a un mejor bienestar de la población. Existe,
de hecho, la constancia de que los cambios macroeconómicos no siempre se traducen en
beneficios para todos los sectores sociales. Así, algunas políticas, quizás muy convincentes
desde el punto de vista macroeconómico, en particular los Programas de Ajuste Estructural,
pueden tener devastadores efectos sobre la población, incrementando la pobreza y
favoreciendo la mala distribución de los recursos. En estas circunstancias, el sistema sanitario
se ve debilitado e incapacitado para responder al deterioro de la salud y el bienestar.
Phillips y Verhasselt (1994) recogen una serie de cuestiones que consideran cruciales en la
discusión sobre la relación entre la salud y el desarrollo:
a) El impacto de las políticas de desarrollo sobre la salud
Es importante reconocer que muchas políticas de desarrollo diseñadas para mejorar la calidad
de vida y las condiciones económicas de las comunidades pueden tener efectos inesperados
sobre la salud. Aunque actualmente los proyectos de desarrollo prestan una mayor atención
a su impacto sobre la salud (por ejemplo, en base a los objetivos del desarrollo humano y del
desarrollo sostenible), otros proyectos y políticas continúan amenazando la salud. La
urbanización descontrolada y la industrialización exponen a la población a nuevos riesgos:
accidentes laborales; exposición a sustancias tóxicas; ríos contaminados; radiación;
contaminación del aire por el transporte y por la industria; ruido industrial, etc. Programas
agrícolas que a nivel macro pueden ayudar a los países a alimentarse, localmente pueden
tener efectos nocivos para la salud de los trabajadores y los residentes en la zona, como
pueden ser los derivados de la contaminación química de fertilizantes y pesticidas (ver
revolución verde). Igualmente, pueden incrementar la exposición a enfermedades como el
paludismo o la esquistosomiasis, que a veces se ven favorecidas por prácticas de irrigación
poco controladas. En definitiva, estos fenómenos que suelen formar parte de los procesos de
desarrollo pueden dar lugar a cambios de los perfiles epidemiológicos, es decir, en los tipos
de enfermedades que sufre la población.
b) El impacto de las políticas de ajuste estructural sobre la salud
Una característica típica de casi todas las economías de los países del Sur a lo largo de las
últimas dos décadas han sido las restricciones de las prestaciones y recursos del sector
público. Estas limitaciones de medios afectaron de lleno al sector sanitario público, al tiempo
que la recesión económica tampoco ha permitido que el sector privado ocupe ese vacío. La
tendencia predominante desde los años 80 han sido las políticas desarrollistas de tinte
neoliberal, materializadas en los programas de ajuste estructural de la economía, que se han
orientado a la reducción del papel del Estado, y con ello la reducción de los presupuestos
para salud, educación y bienestar social. Este recorte de los servicios básicos ha implicado,
necesariamente, el deterioro del nivel de vida y de salud de buena parte de la población, en
particular de los sectores vulnerables, como los niños, los ancianos y las mujeres (ver mujeres
y políticas de ajuste).
c) Los cambios medioambientales y la salud
El desarrollo trae consigo diversas transformaciones y amenazas para el medio ambiente
(como la contaminación, la degradación de la tierra, el calentamiento de la atmósfera o la
proliferación de desechos y productos tóxicos), que tienen consecuencias graves para la salud
humana, los medios de vida y la seguridad humana. Aunque son los países ricos los que más
contribuyen a esos impactos, son los países pobres los que más los sufren en forma de
pérdidas humanas, riesgos para la salud y amenaza para los sistemas de sustento. A esto
último contribuyen singularmente procesos como la degradación de los suelos, la
deforestación y la pérdida de la diversidad biológica.
d) Los grupos vulnerables y la espiral de la pobreza
Los efectos adversos de una salud precaria son más graves en los pobres, principalmente
porque enferman con mayor frecuencia, pero en parte también porque sus ingresos dependen
por completo del trabajo físico, de modo que la enfermedad les priva de sus fuentes de
ingresos, y porque apenas tienen ahorros para amortiguar el golpe. En consecuencia, la
enfermedad seguramente implica una progresiva descapitalización de sus bienes y una
erosión de sus sistemas de sustento, lo que aumenta su nivel de vulnerabilidad. Entre los
grupos sanitariamente más vulnerables en los países en desarrollo caben destacarse los
siguientes:
– Los niños, pues en el Tercer Mundo las tasas de mortalidad infantil por malnutrición y por
enfermedades infecciosas, muchas de ellas prevenibles, son todavía muy altas.
– Las mujeres, que presentan una particular vulnerabilidad en la relación entre salud y
desarrollo, por razones tanto fisiológicas (riesgos asociados al parto, riesgo de contracción
de enfermedades de transmisión sexual y sida, etc.) como socioeconómicas (discriminación
en la asignación intrafamiliar de recursos, feminización de la pobreza, etc.). Además, en
muchos casos, se ha constatado que las niñas en particular se ven discriminadas en el acceso
al alimento, los servicios sanitarios y la educación respecto al resto de la familia.
– Los ancianos, para los cuales diferentes cambios asociados al desarrollo (urbanización,
transformación de la estructura familiar y en las actitudes de los jóvenes, difusión de nuevas
relaciones laborales) han supuesto un debilitamiento de sus roles y su peso en la sociedad y
la familia, que en el pasado les proporcionaban acceso a los recursos materiales, cuidado
sanitario, apoyo emocional y un respetado status social. La consecuencia de este proceso es
el deterioro generalizado de sus condiciones de vida, nutrición y salud.
e) Los efectos de la guerra y de la violencia política
Los conflictos armados (ver conflicto civil) cercenan tanto el desarrollo como los progresos
en materia de salud. La interrupción de los servicios de salud, de la educación sanitaria y de
otros servicios esenciales provocada por las guerras puede ser tan nociva como los propios
efectos destructivos de la violencia. En áreas de conflicto, resulta habitualmente imposible
mantener los programas de erradicación de enfermedades como el paludismo, o los de
prevención, caso de las campañas de vacunación. Esta disminución de la cobertura sanitaria,
combinada con una mayor susceptibilidad a la contracción de enfermedades, debido a los
desplazamientos de una población debilitada por la hambruna y a su hacinamiento en
condiciones de insalubridad en determinados lugares, da lugar a la propagación de epidemias
y crisis sanitarias. Las guerras, además, incrementan las necesidades de servicios curativos
y de rehabilitación fisioterapéutica, absorbiendo recursos que serían necesarios en otras áreas
de la salud.
f) La transición demográfica
En muchos países del Tercer Mundo se está iniciando ya una transición demográfica (ver
demografía), gracias a la reducción tanto de la mortalidad por enfermedades infecciosas
como de la fertilidad, lo cual está haciendo que parte de esas sociedades estén comenzando
ya a envejecer. Así, aunque todavía sufren la carga de la malnutrición y de las enfermedades
infecciosas (como el cólera, el paludismo o el sida), muchos países del Sur están empezando
a sufrir al mismo tiempo un incremento de las enfermedades crónicas, como las
enfermedades cardíacas, el cáncer, los transtornos neuro-vasculares, etc. Tales países
afrontan estos nuevos problemas con recursos muy reducidos y la perspectiva de tener que
afrontar gastos médicos cada vez más altos. El personal médico, generalmente formado y
experimentado en la lucha contra las infecciones clásicas, con frecuencia no está preparado
para la batalla contra las nuevas enfermedades emergentes.
g) Las enfermedades infecciosas
Son numerosas las enfermedades infecciosas que frenan el desarrollo, como la tuberculosis,
el cólera, las infecciones respiratorias, las enfermedades diarreicas, y, de forma destacada, el
paludismo y el sida. El paludismo amenaza a más del 40% de la población mundial (WHO,
1999) y aflora en contextos de pobreza, degradación medioambiental y débil protección
sanitaria. Su impacto se traduce en el aumento de la mortalidad, el deterioro de las
condiciones de vida y el freno al desarrollo de los sectores pobres. Por su parte, el SIDA
constituye un obstáculo para el desarrollo socioeconómico no sólo por el coste sanitario que
acarrea, sino también porque ataca especialmente al sector de edad (20-45 años) laboralmente
más activo, así como a las regiones más pobres, deteriorando su capacidad de crecimiento.
h) Los movimientos de población
Los desplazamientos poblacionales que acompañan a los procesos de desarrollo también
generan nuevos riesgos sanitarios. Así, la emigración de población rural hacia las ciudades
(ver desarrollo urbano) o de trabajadores implicados en la construcción de grandes proyectos
de infraestructuras, dan lugar con frecuencia a su hacinamiento en lugares carentes de
salubridad y de servicios sanitarios mínimos. Además, los movimientos de población
facilitan la propagación de epidemias (los trabajadores migrantes son propagadores del SIDA
en África) y exponen a las personas a enfermedades nuevas. Lo mismo es aplicable a los
desplazamientos masivos en situaciones de guerra o desastre, donde los refugiados[Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados,ver ACNUR, Refugiado:
definición y protección, Refugiados, Campo de, Refugiados: impacto medioambiental,
Refugiados medioambientales, Refugiados: problemática y asistencia, Reintegración de
refugiadosy desplazados, ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados), Salud de los refugiados] y desplazados internos constituyen un colectivo con
alto riesgo sanitario y difusor de epidemias, al tiempo que contribuyen a sobrecargar los
servicios de salud de los lugares a los que llegan.
i) Los medicamentos
La disponibilidad y el uso de los medicamentos están ligados al desarrollo. Si bien la industria
farmacéutica tiene un papel clave en su desarrollo y comercialización a precios accesibles, al
guiarse por el ánimo de lucro no suelen ver como prioritaria la creación de medicamentos
para afrontar enfermedades prevalentes sólo en los países pobres, como es el paludismo. El
desarrollo socioeconómico también influye en el mal uso de los medicamentos, puesto que,
en lugares donde la educación de la población y el control médico presentan niveles bajos,
puede darse un uso de medicamentos caducados o prohibidos en los países ricos.
j) El enfoque tradicional y el enfoque occidental de la salud.
No existe un sistema de salud o un concepto de salud que pueda ser aceptado de manera
universal. El modelo occidental, concebido sobre un modelo científico centrado en la
enfermedad, casi no reconoce variantes culturales y socioeconómicas. Actualmente, en los
diferentes sistemas de salud nacionales se hace un uso escaso de la medicina tradicional, en
cuanto al empleo tanto de los curanderos como de los remedios tradicionales. Sin embargo,
dado que no parece haber posibilidades de que en los próximos años la medicina occidental
moderna vaya a poder dar cobertura, ni siquiera de atención primaria, a la mayoría de la
población rural de los países pobres, es esencial utilizar los recursos tradicionales allí donde
han demostrado su utilidad, integrando al personal sanitario tradicional en los sistemas
oficiales de salud. J. R.
Bibliografía
 Phillips, D. R. e Y. Verhasselt (1994), Health and Development, Routledge, Londres.
 PNUD (1998), Informe sobre el desarrollo humano. 1998, Fondo de Naciones Unidas
para el Desarrollo, Nueva York.
 Strauss, J. (1993), "The Impact of Improved Nutrition on Labor Productivity and
Human-Resource Development: An Economic Perspective", en Pinstrup-Andersen,
P. (ed.), The Political Economy of Food and Nutrition Policies, International Food
Policy Research Institute, The Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres,
pp. 149-170.
 WHO (1999), The World Health Report 1999, World Health Organization, Ginebra.
http://www.dicc.hegoa.ehu.es/listar/mostrar/197

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