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Los crímenes

que estremecieron
a Chile
Las Memorias de La Nación para no olvidar

Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Los crímenes que estremecieron a Chile
©Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Ceibo Ediciones
contacto@ceiboproducciones,cl
www.ceiboproducciones.cl

Diagramación : Gloria Barros Olave


Correción de prueba : Juan Álvarez de Araya
Diseño de portada : Alfonso Gálvez Caroca
Inscripción ISBN : 978-956-9071-43-0

Impreso por Productora Gráfica Andros


Santiago de Chile, septiembre de 2013
Operación Cóndor: la Transnacional del crimen

Operación Cóndor fue el nombre que recibió el plan de inteligencia


y coordinación entre servicios de inteligencia de las dictaduras de Argen-
tina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, para perseguir a oposi-
tores fuera del territorio nacional en las décadas de los 70 y 80. El plan
contó con la anuencia de los Estados Unidos y la ayuda de terroristas
internacionales que fueron contactados por Manuel Contreras, gestor de
esta red transnacional del crimen.
Entre las décadas de los 70 y 80 América Latina vivió el período más
extenso de dictaduras militares. Ellas sembraron el continente de tortura,
muerte, desaparición y exilio. En un intento de eliminar de cuajo a sus
opositores llevaron la maquinaria de exterminio más allá de las fronteras,
creando para ello una coordinación del terrorismo de Estado conocida
como “Operación Cóndor”, que realizó atentados terroristas, secuestros
y desapariciones a cientos de personas que se encontraban exiliadas y al-
gunas protegidas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados, ACNUR1.
Esto que parecía una ficción conspirativa, tomó cuerpo el 22 de diciem-
bre de 1992, cuando el juez paraguayo José Agustín Fernández, que investi-
gaba el caso de secuestro y torturas interpuesta por el jurista Martín Alma-
da, descubrió el archivo que develaba las claves de la “Operación Cóndor”.
Los papeles se encontraban arrumados en una oficina de la Sección Po-
1 Entre las décadas de los 70 y 80 América Latina vivió el período más extenso de dictaduras militares. Ellas
sembraron el continente de tortura, muerte, desaparición y exilio. En un intento de eliminar de cuajo a
sus opositores llevaron la maquinaria de exterminio más allá de las fronteras, creando para ello una coor-
dinación del terrorismo de Estado conocida como “Operación Cóndor”, que realizó atentados terroristas,
secuestros y desapariciones a cientos de personas que se encontraban exiliadas y algunas protegidas por el
Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR1.

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lítica y Afines de la Policía de Investigaciones de Asunción y contenían do-
cumentos relacionados con casos de detenidos desparecidos de Paraguay,
Argentina, Uruguay y Chile.
En las fichas había fotos, nombres, huellas y datos de los detenidos.
Ellos habían sido buscados por sus familiares y negados por sus gobiernos,
pero ahí estaba la prueba indeleble de su paso por Paraguay. También esta-
ban las solicitudes de información a sus gobiernos y al FBI, algunas notas
de gobiernos europeos que pedían la liberación de detenidos, como es el
caso de Amilcar Santucho.
Lo más sorprendente fue encontrar, entre esos miles de papeles enveje-
cidos por el paso de los años y la humedad tropical de Asunción, la docu-
mentación que deja al descubierto el rol que ocupó Manuel Contreras en
la conformación de la Operación Cóndor.
Si bien la colaboración entre servicios de inteligencia operaba antes de
consolidarse la Operación Cóndor, prueba de ello son los documentos en-
contrados al agente de la Dina Enrique Arancibia Clavel que mencionan
la colaboración del teniente coronel del Ejército argentino Jorge Osvaldo
Rivera Rawson en el seguimiento y torturas a chilenos exiliados en Argen-
tina; la relevancia judicial de estos documentos fue de enorme importancia
para la justicia de Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile.
Estos eran la prueba que se requería para sindicar a Manuel Contreras
como gestor de esta organización criminal y determinar las relaciones de cola-
boración que existieron. También, permitieron conocer las claves de la deten-
ción en Paraguay y posterior traslado a Chile de Jorge Isaac Fuentes Alarcón,
dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, conocido como
“Trosko Fuentes”, quien permaneció detenido en el centro secreto de deten-
ción y tortura Villa Grimaldi hasta la primera quincena de enero de 1976.

Agradecimientos de Manuel Contreras

El 25 de septiembre de 1975, a sólo dos días que el sociólogo chile-


no Jorge Isaac Fuentes Alarcón fuera entregado a la DINA en Paraguay,
Manuel Contreras escribe una carta de agradecimiento al Jefe de Investi-
gaciones de Paraguay, Pastor Coronel, “por la cooperación prestada para
facilitar las gestiones relativas a la misión que debió cumplir mi personal
en la hermana República del Paraguay”.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

En la misma carta Contreras afirma su interés en “que esta mutua co-


operación continuará en forma siempre creciente para el logro de los obje-
tivos comunes coincidentes de ambos servicios”.
La entrega del detenido Jorge Isaac Fuentes Alarcón, quien formaba par-
te del equipo exterior del MIR que estaba a cargo de Edgardo Enríquez y
de la Junta Coordinadora Revolucionaria, fue la primera relación de cola-
boración entre la DINA y los servicios represivos de la dictadura de Alfredo
Stroessner. Si bien, a esa fecha había una fluida colaboración con la Triple
A2 y algunos militares en Argentina, Contreras estaba ávido de articular
relaciones formales con sus pares y crear las bases de lo que sería una trans-
nacional del terror, que se llamaría en la jerga militar “Operación Cóndor”.
Con vistas a ese objetivo, envía una invitación al Director de Inteli-
gencia Nacional del Paraguay, General de División Francisco Brites, a una
Reunión de Trabajo de Inteligencia Nacional que estaba programada para
la semana del 25 de noviembre al 1 de diciembre de 1975, en Santiago
de Chile. La invitación adjuntaba un temario y se indicaba su carácter de
absoluto secreto.
En las once páginas del temario se encontraban los fundamentos que
daban origen a la propuesta de Contreras para crear un organismo conti-
nental contra la subversión.
En su inicio decía: “La subversión desde algunos años, se encuentra
presente en nuestro Continente, amparada por concepciones políticas–
económicas que son fundamentalmente contrarias a la Historia, a la Filo-
sofía, a la Religión y a las costumbres propias de nuestro hemisferio”.
Luego resaltaba el enorme poder del enemigo, señalando que “no reco-
noce Fronteras ni Países” y “penetra todos los niveles de la vida nacional”.
Para justificar su tesis del peligro que acechaba a la sociedad occidental,
se refería a una supuesta coordinación continental, regional y subregional
que tendrían las organizaciones políticas de izquierda, que las define gené-
ricamente como subversión, destacando a la Junta Coordinadora Revolu-
cionaria que reunía a las organizaciones Políticas, Partido Revolucionario
de los Trabajadores de Argentina –PRT–, Tupamaros de Uruguay, Ejército
2 Según Rodolfo Walsh, periodista, escritor y traductor argentino, desaparecido en marzo de 1977, la
“Triple A” era la alianza de las tres ramas de las Fuerzas Armadas que funcionaban como escuadrón de la
muerte, cuyo mentor fue José López Rega, mano derecha y mentor de Isabel Perón, que estaba a cargo del
Ministerio de Bienestar Social.

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de Liberación Nacional –ELN– de Bolivia y al Movimiento de Izquierda
Revolucionaria de Chile –MIR–. En su conclusión apelaba a la organiza-
ción de una coordinación “eficaz que permita un intercambio oportuno
de informaciones y experiencias además con cierto grado de conocimiento
personal entre los jefes responsables de la Seguridad” para contrarrestar lo
que él llama “Guerra Psicopolítica”.
A esas alturas, la megalomanía de Contreras superaba todo lo imagina-
ble. Townley así lo describe: “Contreras se veía a sí mismo como un punto
focal o líder de los movimientos y grupos antimarxistas en todos los países
europeos y los Estados Unidos”.3
Su tesis de un mundo que se encontraba inmerso en una guerra impues-
ta por la subversión, avalada por la Doctrina de la Seguridad Nacional que
se enseñaba en las academias de guerra en toda América Latina y Estados
Unidos, comenzaba a tomar fuerza entre los servicios de inteligencia de las
dictaduras locales.
Para detener a la amenaza subversiva, Contreras estaba dispuesto a crear
un ejército transnacional, que realizara acciones selectivas en cualquier par-
te del mundo contra ese poderoso enemigo y en eso no iba a cejar. Durante
el segundo semestre del año 1975, más precisamente en agosto de ese año,
se entrevista en Washington D.C. con el director adjunto de la CIA, Ver-
non Walters, a quien le comenta sus inquietudes sobre la seguridad conti-
nental y los enemigos externos repartidos por el mundo, buscando apoyo
para la implementación del Plan Cóndor.

Departamento Exterior

La Dirección de Información Nacional, DINA, creó el Departamento


Exterior entre abril y mayo de 1974, después que Contreras convenciera
a Pinochet de neutralizar a los exiliados chilenos para evitar las campañas
contra la Junta Militar que realizaban en el exterior.
La primera tarea se centró en las embajadas. Desde ahí realizarían el
trabajo de inteligencia y contrainteligencia, las campañas de contra–pro-
paganda y acciones contra los “malos chilenos” en el exterior.
A este trabajo destinaron oficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Ma-
rina, a los que se sumaron civiles provenientes de grupos ultranacionalistas
3 Declaración por exhorto de Michael Townley al Juez Giovanni Salvi, pág. 35.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

de extrema derecha. Para mantener las tareas en completo secreto, el jefe


sería conocido sólo por la chapa de “Luis Gutiérrez”.
Este plan contó con la colaboración de funcionarios que ocupaban pues-
tos clave en instituciones chilenas en el exterior, como LAN Chile y el Banco
del Estado. Además de funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores,
Policía Internacional y funcionarios diplomáticos de diferentes legaciones.
Las investigaciones del Caso Letelier permitieron conocer lazos de cola-
boración entre algunos civiles de estas instituciones y la DINA. Entre ellos,
algunos pilotos de LAN Chile que permitieron el traslado de productos
químicos de alta peligrosidad para realizar los atentados terroristas fuera de
las fronteras nacionales, violando todas las normas de seguridad que tiene
la aeronáutica civil para el traslado de pasajeros.
Para sustentar los cuantiosos gastos que significaba la nómina de agen-
tes en el exterior y pago a mercenarios, el Departamento Exterior de la
DINA contó con fondos de gastos reservados, y la DINA fue creando
ingresos propios. Para eso desarrolló una compleja trama de operaciones
comerciales en Chile y en el extranjero, asociándose con empresas o desa-
rrollando negocios propios.
Una historia de colaboración represiva

Contreras estableció lazos de amistad y colaboración con organizacio-


nes franquistas, fascistas italianas, ultranacionalistas croatas, cubanos en el
exilio, grupos nazis en Alemania y toda clase de mercenarios de ultrade-
recha. Entre los que se encuentra Albert Spaggiari, un mercenario argeli-
no–francés conocido por el asalto al Banco Société Générale de Niza, que
realizó negocios con la DINA en el marco de la Operación Cóndor.
También extendieron lazos de amistad con gobernantes afines de otras
latitudes, entre ellos Mohammad Reza Pahlevi4, el entonces todo poderoso
Sha de Irán, tristemente famoso por su policía política, la SAVAK, especia-
lizada en torturas, tratos crueles y crímenes a opositores.
El año 1975, Contreras viajó a Teherán a ofrecerle al Sha los servicios
de la DINA para matar a Ilich Ramírez Sánchez, conocido como “Carlos
el Chacal”5. El viaje lo hizo acompañado del agente de la DINA Alejandro
4 Fue derrocado por la Revolución Islamista del Ayatola Jomeini en 1979.
5 El apodo de Chacal provenía de su gusto por la novela de Frederick Forsyth, “El Día del Chacal”, donde
el asesino tenía ese apodo.

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Burgos de Beer, junto al traficante de armas y ex oficial de la Waffen–SS
nazis, Gerhard Mertins. Estaba convencido de tener la vía para llegar hasta
el terrorista de la OLP más buscado por los servicios de seguridad del mun-
do, puesto que la policía de Paraguay había encontrado entre las pertenen-
cias de Amilcar Santucho la dirección de un “Carlos” en París y esperaba
que Jorge Fuentes le entregara más detalles para llegar a él.
Contreras creía tener el negocio del siglo y esperaba obtener un buen
ingreso para financiar operaciones en el exterior, pero la Policía francesa se
cruzó en el camino y “Carlos” escapó.
Una de las relaciones más fructífera para la DINA fue con la organiza-
ción terrorista Avanguardia Nazionale, liderada por Stefano delle Chiaie,
un criminal buscado por una serie de atentados en Italia.
Stefano delle Chiaie había conocido a Pinochet en el funeral de Franco,
así lo asegura Michael Townley: “Alfredo [delle Chiaie] mismo me dijo que
se había reunido con Contreras y Pinochet en España”6. En esa ocasión
coincidieron con el general en su odio al marxismo. Conversaron sobre los
difíciles días que se avizoraban para España con la muerte del “Caudillo”.
Finalmente, Pinochet le ofreció refugio, casa, documentos y trabajo en
Chile. Era el miembro más prominente de la internacional fascista y el
gobierno franquista le había dado refugio para eludir el cerco policial, por
lo que agradeció a Pinochet la hospitalidad.
Para moverse en este mundo de conspiraciones, intrigas y muerte, tenía
una serie de chapas o alias, entre ellos “ALFA” y “Alfredo di Stefano”, en
honor al célebre jugador de fútbol argentino-español. Se movía con facili-
dad entre grupos de extrema derecha europea y tenía gran habilidad para
vivir en la clandestinidad.
Otro personaje clave en la Operación Cóndor es el norteamericano
Michael Vernon Townley Welsch. Él había llegado a Chile con su familia
en 1957, cuando su padre fue trasladado para trabajar en la Ford Motor
Company. Los primeros datos que se conocen sobre sus actividades se
remontan al año 1960, cuando ingresa a Peace Corps y participa activa-
mente en la reconstrucción del terremoto de Valdivia. En esos años había
serias dudas sobre el papel que desarrollaba el Cuerpo de Paz en Améri-
6. Declaración de Michael Townley por exhorto a juez Giovanni Salvi, Caso de atentado terrorista contra
Bernardo Leighton y Anita Fresno, pág. 52.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

ca Latina, incluso fueron acusados de ser un cuerpo de espías dirigidos


a impedir la expansión de las ideas antiimperialistas que comenzaban a
dominar el continente con el triunfo de la Revolución Cubana. Incluso,
fueron expulsados de Bolivia, acusados de realizar esterilizaciones masivas
a mujeres de comunidades indígenas.
El año 1961 se casa con Mariana Callejas y se van a vivir a Miami,
ciudad que había acogido a la diáspora cubana, que conspiraba con la CIA
para terminar con la Revolución cubana. Allí se especializa en conocimien-
tos de electrónica, que posteriormente va a utilizar en la fabricación de ra-
dio transmisores, dispositivos para interferir comunicaciones y dispositivos
para accionar explosivos.
A fines de los ’60 llega a Chile junto a Mariana Callejas y sus hijos.
Rápidamente establecen contacto con Patria y Libertad y con la embaja-
da norteamericana. Si bien hasta ahora la CIA ha negado toda relación
con Townley, lo cierto es que se movía muy bien en los ambientes que
ellos frecuentaban.
Con la elección de Salvador Allende a la presidencia participa activa-
mente en acciones de sabotaje y actividades violentas para desestabilizar la
democracia. Junto a Mariana Callejas recorre la comuna de Providencia
en un Fiat 600, transmitiendo propaganda sediciosa contra el gobierno y
azuzando a los militares. En marzo de 1973 asesina al obrero José Tomás
Henríquez en una operación destinada a desactivar un dispositivo que el
gobierno había instalado para interferir las transmisiones del Canal 5 de
Concepción, de propiedad de la Pontificia Universidad Católica.
Identificado por la policía como miembro del grupo terrorista de Pa-
tria y Libertad y responsable del asesinato, escapa a Miami. Ahí se encuen-
tra el día 11 de septiembre y decide regresar a ofrecer sus servicios a las
nuevas autoridades.
La fecha exacta de su ingreso como agente a la DINA no está claro,
pero sus pistas aparecen en 1974. Townley, como Mariana Callejas, fue-
ron personas de confianza del coronel Manuel Contreras. Estuvieron en
todos los atentados terroristas contra opositores en el extranjero, en el de
Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires, de Bernardo
Leighton y su esposa Anita Fresno en Roma, y el de Orlando Letelier y
Ronnie Moffitt en Washington.

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Atentado a Bernardo Leighton y Anita Fresno

Bernardo Leighton Guzmán era conocido por su pasión para defender


las ideas propias y el derecho de los otros a pensar distinto. Como demó-
crata cabal, había rechazado el golpe de Estado desde las primeras horas
del día 11 de septiembre de 1973. Su carácter firme lo habían llevado a
cuestionar los comportamientos de algunos camaradas democratacristia-
nos ante la negativa para resolver la crisis por la vía del diálogo, facilitando
el desenlace por la vía de la fuerza.
Llevado por su apego a los valores republicanos comenzó a buscar fir-
mantes para una carta que condenaba el grave atentado a la democracia y
los encontró en un grupo de camaradas que aceptaron el riesgo de ponerse
en la mira de los golpistas. La carta fue enviada el 13 de septiembre y estaba
firmada por 18 conspicuos hombres de trayectoria intachable en la política.
En febrero de 1974 salió a Europa con su esposa a dictar algunas charlas.
Meses más tarde la Junta Militar le impidió el ingreso, dejándolo como apá-
trida. Gracias a la solidaridad y a la Iglesia Católica logró instalarse en un
departamento modesto de Roma. A él llegaban muchos exiliados buscando
consejos para organizar un frente único de oposición a la dictadura militar.
Sin saberlo, Pinochet y Contreras espiaban sus pasos, al igual que los de
muchos chilenos que vivían forzosamente fuera de Chile. La enfermiza men-
te de Contreras había concluido que este hombre, que sólo había usado las
ideas en la política, era un peligro para la dictadura militar. Pinochet sin más
decidió su muerte, encomendándole la tarea a su brazo armado, la DINA.
El encargado de la misión fue Raúl Iturriaga Neumann, así lo afirmó
ante la justicia italiana el agente y coautor del crimen, Michael Townley:
“En esa fecha fue… creo que todavía era Mayor, Teniente Coronel… no
estoy seguro… ‘Giglio’, Eduardo [Raúl] Iturriaga Neumann”.
“Iturriaga desempeñaba la función de Luis Gutiérrez, y digo la ‘función’,
en el sentido de que cualquier persona que fuera el jefe de la inteligencia
externa dentro de la DINA usaba el nombre de Luis Gutiérrez 7.”
Ocurrió el 6 de octubre de 1975, cerca de las 8:20 de la noche. Anita
y Bernardo Leighton llegaban al edificio en Vía Aurelia, donde vivían, sin
sospechar que los estaban esperando. La calle de doble tránsito, adoquina-

7 Ibid, pág. 30.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

da, tenía bastante tráfico de vehículos, por lo que Anita se sorprendió que
un hombre cruzara en diagonal. Sintió los taconeos del asesino y al tiempo
los disparos a quemarropa. A pesar de la columna rota que la hizo irse de
bruces al pavimento, no perdió la conciencia y pudo ver cómo la sangre
rápidamente escurría hasta apozarse. Con valentía comenzó a pedir ayuda,
al tiempo que la gente se juntaba alrededor. El portero del edificio llegó
y luego una ambulancia. Ella pidió que se llevaran a Bernardo primero y
luego volvieron por ella.
La Dina había enviado a Townley para que supervisara el atentado y
esperaba ansioso en el hotel la confirmación de la muerte de Bernardo
Leighton. “Yo estaba en el hotel cuando me llamaron. No recuerdo si fue
Alfredo u otra persona quien me llamó, y fui al departamento, y en ese
momento ellos pensaban que Bernardo Leighton había sido asesinado, y
fue entonces cuando oí que habían disparado contra su mujer.
Tengo el recuerdo de una persona más bien alta, corpulenta, rubia, muy
gruesa, bigote tupido, la que… y esta es mi impresión… fue quien hizo el
disparo por el giro que tomó. Él estaba como en una pieza diferente, y se
fue muy pronto después que yo llegara.”8
Si bien Bernardo Leighton y su esposa sobrevivieron al atentado, ambos
quedaron con graves secuelas que los afectaron hasta el fin de sus días. Sus
vidas fueron el claro reflejo de una época donde las convicciones superaban
a las ambiciones, así lo dejaron plasmado en su forma austera de vivir y la
entrega sin límites a los ideales cristianos.
En 1996 la justicia italiana condenó en ausencia a 20 años de cárcel a
Manuel Contreras como autor de homicidio frustrado y a 18 años a Raúl
Iturriaga Neumann.

Formalización de la Operación Cóndor

El 24 de marzo de 1976 Argentina amaneció con las tropas en la calle y


una proclama de la Junta golpista que hablaba de la “reorganizar la Nación
dada la anarquía y la disolución que se vivía”9, a partir de la “vigencia de la
seguridad nacional, erradicando la subversión y las causas que favorecen su

8 Declaración de Michael Townley por exhorto a juez Giovanni Salvi, pág. 29.
9 Proclama de la Junta Militar argentina transmitida por radio, televisión y reproducida en los medios
escritos.

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existencia”. La presidenta María Estela Martínez de Perón fue reemplazada
por el general de Ejército Jorge Rafael Videla, el brigadier de Aeronáutica
Orlando Ramón Agosti y el almirante Emilio Massera.
Este golpe de Estado completó el tablero de dictaduras en el Cono Sur
y abrió el espacio para institucionalizar las operaciones Cóndor. Ya nada
detendría a Contreras en su afán de terminar con sus enemigos, así se lo
confiaría a un agente de la CIA: “Iremos hasta Australia, si fuera necesario,
para agarrar a nuestros enemigos”.10
Operación Cóndor uniría de manera indeleble a las dictaduras de Ar-
gentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. A ellas se suma-
rían a modo de colaboración oficiosa algunos servicios de inteligencia de
Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.
La primera luz sobre su existencia y accionar aparece mencionada en los
documentos desclasificados estadounidenses el año 1976; a pesar de que el
Departamento de Estado y otras agencias norteamericanas conocían cómo
estaba funcionando la represión coordinada entre Chile, Argentina, Brasil
y Bolivia, nada hicieron. Prueba de ello es el documento que envía el jefe
de la oficina del FBI en Buenos Aires, Robert Scherrer, preguntando por
unas direcciones encontradas en los documentos incautados en la deten-
ción a Jorge Fuentes en Paraguay, al Director de la Policía de Investigacio-
nes de Chile, general Ernesto Baeza.

“El Trosko Fuentes” en Paraguay

Jorge Isaac Fuentes Alarcón era conocido como el “Trosko Fuentes” al


interior del MIR. Si bien su apodo había surgido a modo de broma por su
carácter inflexible y seriedad extrema, se fue quedando con él y lo sumó a
su vida política, al punto que pocos conocían su nombre verdadero.
Luego del golpe de Estado fue enviado por su partido a trabajar en el
frente exterior, a cargo de Edgardo Enríquez. El año 1975 Edgardo Enrí-
quez había partido a Europa para realizar contactos políticos, dejando a
Fuentes a cargo del trabajo político en Argentina.
El 17 de mayo la policía de migraciones de Paraguay detiene a Jorge
Fuentes y Amilcar Santucho, hermano del dirigente de Partido Revo-

10 Informe del Senado Norteamericano sobre servicios de inteligencias, pág. 15.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

lucionario de los Trabajadores –PRT–, en momentos que ingresaban al


país por Enramada. Fuentes portaba un pasaporte con el nombre de Ariel
Monarde Ledezma.
Ambos fueron conducidos a la Policía de la Capital para ser interroga-
dos y quedaron detenidos hasta mediados de septiembre de 1975. En esa
fecha viajan agentes de la DINA que trasladan a Jorge Fuentes en forma
clandestina a Chile. A su llegada es llevado al centro clandestino de deten-
ción Cuatro Álamos y luego a Villa Grimaldi, donde es visto por última vez
la segunda semana de enero de 1976.
Su paso por Villa Grimaldi está consignado en una veintena de de-
claraciones de prisioneros que lo vieron en malas condiciones sanitarias,
afectado de infecciones a la piel, pero con buen ánimo. Lo mantenían en
un cajón sin ventana frente a la salida del baño y los agentes lo apodaban
el “Bicho”. Varios detenidos pudieron conversar con él y enterarse de su
detención en Paraguay y traslado a Chile. El 12 de enero fue sacado junto
a otros detenidos y permanece como detenido desaparecido.

Enrique Arancibia Clavel: de Schneider a Cóndor

Uno de los hombres que pudo abrir un forado a esta férrea muralla que
protege a los agentes de la Operación Cóndor fue el agente de la DINA
destacado en Buenos Aires, Enrique Arancibia Clavel, cuyo nombre en la
nomenclatura de la Brigada Exterior era Luis Felipe Alemparte.
En abril del 2011 fue asesinado con 15 puñaladas en su departamento
de Buenos Aires, llevándose a la tumba los secretos de la época más terrible
del siglo XX en el Cono Sur.
Se dice que su muerte era una crónica anunciada, puesto que acostum-
braba a llevar a su casa a desconocidos y toda clase de personajes sórdidos
que atraía con dinero.
Su cuerpo fue descubierto varios días después de su muerte por un jo-
ven que era su pareja. Estaba boca arriba (de cúbito dorsal), con los intesti-
nos en sus manos, cortes en el cuello y en varias partes del cuerpo.
A muchos les recordó la muerte de Eugenio Berríos en Montevideo.
Ambos tenían mucho en común: fueron activos militantes de Patria y Li-
bertad, habían sido importantes hombres de la DINA, sabían más de la
cuenta y frecuentaban ambientes sórdidos. Pero había una gran diferencia,

221
Arancibia Clavel provenía de una familia de militares ideológicamente in-
volucrados con el golpe militar, razón que lo mantuvo en silencio hasta
el último momento. Incluso se negó sistemáticamente a dar entrevistas y
declaró su “Desprecio a todos los periodistas. Me han transformado en un
demonio y nadie ha indagado la verdad…”.11
Las reacciones ante su muerte fueron de sorpresa y todos se plegaron a
la solicitud de esclarecimiento de las causas.
Para los familiares de detenidos desaparecidos su muerte cerraba una
posibilidad de esclarecer la suerte de los chilenos desaparecidos por Ope-
ración Cóndor en Argentina. Sus familiares no dieron declaraciones. El
gobierno, a través del ministro Rodrigo Hinzpeter, se mostró consternado
y declaró “fue condenado por participar en un crimen estremecedor y do-
loroso para el país, pero naturalmente, el asesinato del que fue víctima en
Argentina nos conmueve por ser un crimen de esa naturaleza”12.
Arancibia Clavel dejó tras él una estela de muerte. Desde fines de los ’60
se integró a la organización terrorista Patria y Libertad y participó activa-
mente en los planes de la CIA para impedir que Salvador Allende llegara a
La Moneda. Fue parte del comando que atentó contra el general René Sch-
neider y se dedicó a realizar atentados dinamiteros para causar caos, terror
y presionar a las Fuerzas Armadas a dar un golpe de Estado. Hizo detonar
bombas en el Canal 9 de la Universidad de Chile, en el Banco Central y en
la sede de Derecho de la Universidad de Chile, y para completar su traba-
jo, lanzaba panfletos de una inexistente organización de izquierda llamada
Brigada Obrera Campesina, con el fin de provocar reacciones contrarias
a la izquierda. El 8 de octubre de 1970 fue allanado su departamento,
encontrándose importante material explosivo, a pesar de ello, la justicia lo
dejó en libertad, escapando por el paso de Tromen a Argentina.
Con ese currículo se presentó ante Manuel Contreras tras el golpe de
Estado. Según sus propias declaraciones a la justicia argentina, a los dos
meses del golpe de Estado fue a saludar a Contreras y ofrecerse para llevar
cualquier información o encargo a Argentina. El flamante director de la
aún Comisión DINA, lo envió a una entrevista con Raúl Iturriaga Neu-
mann, que estaba encargado de la Brigada Exterior en formación. “Me dio
11 Lilian Olivares, diario La Segunda.
12 Declaración aparecida en varios medios de comunicación.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

instrucciones de cómo debía hacer llegar la información a través del canal


que considerara más idóneo, explicándome que no debía utilizar mi verda-
dero nombre ni tampoco divulgar mi condición de miembro del Servicio
Exterior de la DINA”.13
Usando el nombre de Luis Felipe Alemparte realizó los contactos con
militares golpistas argentinos, civiles del movimiento ultranacionalista Ta-
cuara y toda clase de personajes oscuros del otro lado de la cordillera. Su
fachada era un supuesto cargo en la oficina del Banco del Estado en Bue-
nos Aires. El fallo de la justicia argentina dio por “acreditado que Enrique
Lautaro Arancibia Clavel tomó parte (de la DINA) a partir de marzo de
1974 y hasta el 24 de noviembre de 1978”.14
Su misión inicial era saber sobre la colonia de chilenos exiliados en Bue-
nos Aires. Debía buscar informantes, saber quiénes lideraban las diferen-
tes organizaciones políticas en el exterior y sus conexiones con el interior,
espiar los pasos de personajes importantes, como el general Carlos Prats
y Ramón Huidobro, embajador en la legación chilena hasta el 11 de sep-
tiembre de 1973. También realiza tareas de contrainteligencia y espionaje a
personeros cercanos a la dictadura militar, envió información reservada de
la represión en Argentina, como el listado del Batallón 601 de Inteligencia
del Ejército que consigna 22 mil muertos entre 1975 y julio de 1978.

“[E]n estas listas van tanto los muertos “oficialistas” como los “no oficia-
listas”. Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del
Ejército sito en Callao y Viamonte de esta capital, que depende de la Jefatura
II Inteligencia Ejército del Comando General del Ejército y del Estado mayor
General del Ejército… Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles
de identificar, casi en un 100 por ciento corresponden a elementos extremistas
eliminados “por izquierdas”15 [ver nota], por las fuerzas de seguridad. Se tienen
computados 22,000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha.
Luis Felipe Alemparte Díaz”

13 Declaración entregada a la justicia argentina el 28 de abril de 1978.


14 Causa Nº 259, “Arancibia Clavel Lautaro Enrique s/ homicidio calificado y asociación ilícita y otros”.
15 “Por izquierdas” significaba actividad ilegal en el argot de los servicios de inteligencia de la época.

223
La huella de lo que fueron esos años, quedó plasmada en los documen-
tos encontrados en su casa por la policía argentina el año 1978, cuando
Chile y Argentina se encontraban al borde de una guerra por el conflicto
limítrofe del Beagle. Años más tarde la periodista Mónica González los
encontraría arrumados en la Corte Federal Argentina.
El año 2000 las Cortes argentinas lo condenaron a cadena perpetua por
su participación en el caso del atentado terrorista contra el general Carlos
Prats y su esposa Sofía Cuthbert, ocurrido en septiembre de 1974. Sin em-
bargo, una interpretación judicial lo benefició con la libertad condicional
al cumplir once años de prisión.
Su relación con la Operación Cóndor estaba siendo investigada en el pro-
ceso por secuestro y torturas de las ciudadanas chilenas Laura Elgueta Díaz y
Sonia Magdalena Díaz Ureta, ocurridos en Buenos Aires el año 1977.
Laura Elgueta tenía sólo 18 años la noche que fue sacada de la casa de
sus padres junto a su cuñada Sonia Magdalena, por un grupo de hom-
bres de civil rumbo a los subterráneos del Club Atlético. Años después
descubriría en la foto de Arancibia Clavel al hombre que esa noche vestía
gabardina blanca, que hacía de chofer y las torturó sin compasión hasta
la madrugada. Rápidamente se comunicó con su cuñada a México y le
pidió que mirara la fotografía y verificara si era el mismo hombre que las
torturó en los subterráneos del Club Atlético. Fue un dolor profundo, no
podía olvidar lo que ese hombre le había contado sobre lo ocurrido con
su hermano Luis Elgueta, detenido desaparecido en Buenos Aires el 27 de
julio de 1976, junto a su esposa, Clara Fernández, y su cuñada, Cecilia
Fernández, ambas de nacionalidad argentina.
El testimonio puesto a disposición de la familia del general Prats, se pre-
sentó en el juicio como prueba de la participación de Arancibia en torturas
y dio paso a un juicio sobre Operación Cóndor en Argentina.
El 16 de agosto de 2002 el Tribunal Oral Nº6 de Buenos Aires inculpó a
Arancibia Clavel de haber “participado de una asociación ilícita integrada por
varias personas”, en el caso del secuestro de Laura Elgueta y Sonia Díaz Ureta.
Sin embargo, su muerte cierra muchas posibilidades de seguir investi-
gando la suerte de los chilenos desaparecidos al otro lado de la cordillera.

224
Los crímenes que estremecieron a Chile

Edgardo Enríquez murió en Argentina

A pocos días del golpe de Estado en Argentina fue asesinado Edgardo


Enríquez Espinoza, hermano mayor del dirigente máximo del MIR, Mi-
guel Enríquez, que permaneció como detenido desaparecido por más de
treinta años, hasta que el Grupo de Antropología Forense de Argentina en-
contró en los archivos policiales unas carpetas que esclarecieron el destino
de varios chilenos muertos en la última dictadura militar transandina, a los
que tuvo acceso el diario La Nación para investigar lo ocurrido.
Edgardo era el tercer hombre del MIR. Había salido clandestino de
Chile en febrero de 1974 por el paso de Cristo Redentor con destino a
Buenos Aires.
Desde el golpe de Estado su nombre y el de su hermano Miguel apare-
cieron en las listas nacionales de los personajes más buscados por la nuevas
autoridades militares y se ofrecía recompensa a quienes dieran información
sobre su paradero. El mismo 11 de septiembre, su padre, Edgardo Enrí-
quez Frödden, ministro de Educación del gobierno de Salvador Allende,
fue detenido en su oficina y trasladado a isla Dawson junto a los principa-
les personeros de la Unidad Popular. Su hermano mayor, Marco Antonio,
profesor de historia en la Escuela de Sociología de la Universidad de Con-
cepción, pasó por el Estadio Regional, la Cárcel Pública, la isla Quiriquina
y Chacabuco. En este último lugar se le informó que la causa de su deten-
ción era “por razones obvias”.
Los meses que vinieron no fueron mejores. Con el fin de evitar riesgos,
la esposa de Edgardo, Grete Weinmann, se presentó como madre soltera
en el hospital que dio luz a Ernesto Simón y lo inscribió como hijo natural
de un amigo de la familia. En febrero de 1974, una nueva desgracia golpeó
al matrimonio. Edgardo Manuel, el otro hijo que antecedía a Ernesto, fa-
lleció producto de una repentina meningitis.
Afectado por la muerte de su hijo, Edgardo Enríquez es obligado por la
dirección del MIR a salir de Chile en marzo de 1974. Cruzó clandestina-
mente el paso Los Libertadores con dirección a Buenos Aires.
La DINA lo buscaba afanosamente desde la detención de Jorge Fuentes
en Paraguay. Varios memorándum enviados por el agente Enrique Aran-
cibia Clavel demuestran el seguimiento y la coordinación con los servicios

225
de inteligencia argentinos para dar con el paradero de Enríquez. En uno
de ellos se señala que “en último procedimiento cayó un correo de la JCR
(Junta Coordinadora Revolucionaria), francés, aparentemente de apellido
Claudet. Dentro de sus pertenencias se encontraron 97 microfilms, con
las últimas instrucciones desde París. Después del interrogatorio del men-
cionado Claudet, se logró determinar sólo que era correo de la JCR. Se le
tomaron solamente fotografías. Claudet ya no existe”.
Otro cable de Arancibia a la DINA del 17 de noviembre de 1975 indica
que habían obtenido información sobre su llegada a Buenos Aires: “Pollo
Enríquez ubicado en Baires. Se esperan novedades luego”.
El 28 de marzo de 1976, a pocos días del golpe de Estado de Jorge Ra-
fael Videla en Argentina, mientras participaba en una reunión de la comi-
sión política del Partido Revolucionario de Trabajadores en la localidad de
Moreno de la provincia de Buenos Aires, una patrulla policial llegó hasta
la quinta donde se encontraban reunidos los hombres más buscados de
Argentina, entre los que se encontraba Edgardo Enríquez.
En esa ocasión estuvo desaparecido varios días, hasta que logró eludir
el cerco y llegar a Buenos Aires. “Llegó a mi casa agitado, lastimado pero
contento, muy contento porque decía que era su ‘Ñancahuazú’ (guerrilla
de Ernesto Guevara en Bolivia), era como si hubiese sido su bautizo de
fuego. Estaba contento porque había salvado con vida y lo había pasado
muy feo. Nosotros tuvimos unas bajas ahí, pero el grueso salvó”, dice
Mattini con nostalgia.
Desafortunadamente, la información sobre su desaparición había lle-
gado a Francia, donde René Valenzuela inicia una campaña acusando
a la dictadura argentina de tener secuestrado al líder del MIR Edgardo
Enríquez. Esto enciende las alertas en la DINA, duplicando sus tareas en
Buenos Aires.
El 10 de abril se pierde su rastro. Ese día debió llegar a una reunión
con Regina Marcondes, pero ninguno de los dos apareció. Se dijo que
habría pasado por varios centros de tortura antes de ser traído a Chile por
la DINA, que habría permanecido cautivo en Villa Grimaldi y Colonia
Dignidad, de donde desaparece.
Tres décadas más tarde sus hijos, José Miguel y Ernesto, se han acercado
a la verdad. Su padre, tercer hombre del MIR, nunca retornó a nuestro

226
Los crímenes que estremecieron a Chile

país. El atardecer del 10 de abril de 1976, su cuerpo ingresó al Hospital


Pirovano de Buenos Aires y sus huellas quedaron estampadas en un legajo
judicial como prueba de su muerte.
El Grupo de Antropología Forense de Argentina despejó casualmen-
te las dudas. Hurgueteando en los archivos policiales catalogados como
NN, encontraron carpetas que esclarecen el destino de varios chilenos
muertos en la última dictadura militar trasandina, entre ellas estaba la de
Edgardo Enríquez.
El documento judicial dice que la noche del sábado 10 de abril, a las
21:15 horas, desde un vehículo que corría a toda velocidad, se habría dis-
parado a un hombre que se encontraba parado frente al Nº 683 de la calle
Conesa al llegar a la avenida Federico Lacroze. El ciudadano paraguayo
Ganciano Zaracho Benítez también resultó herido producto del enfren-
tamiento. Los vecinos del sector alertaron sobre el incidente y una ambu-
lancia trasladó a las dos personas hasta el Hospital Pirovano, donde el NN
falleció a las 22:10 horas por heridas causadas por dos disparos. Se adjun-
tan huellas y fotografías. Para constatar esta abreviada historia policial, La
Nación Domingo recorrió la calle Conesa y preguntó a los vecinos por un
tiroteo ocurrido en el lugar semanas después del golpe de Estado. No hubo
respuestas que confirmaran el enfrentamiento. Los vecinos que vivían en
esa calle en 1976 aseguraron que jamás había existido un enfrentamiento
en su barrio y que de haber sido así, lo recordarían.
Si bien la carpeta acredita la muerte de Enríquez, su familia duda de la
veracidad de las circunstancias narradas en el documento.
“Se supone que fue enterrado en un nicho, que luego fue sacado de él
y llevado a una fosa común donde hay miles de restos de muchas épocas.
Ahora el Programa de Derechos Humanos está trabajando para que el Re-
gistro Civil emita el certificado de defunción de mi padre, lo último que
nos falta, porque encontrar el cuerpo es muy difícil y tampoco nos quita el
sueño”, dice José Miguel.
El ingeniero Jean Ives Claudet fue detenido el 1º de noviembre de 1975
en el hotel Liberty de Buenos Aires. 35 años más tarde, el Tribunal en lo
Criminal de París condenó en ausencia al general Manuel Contreras Sepúl-
veda y al oficial de Ejército argentino José Osvaldo Riveiro junto a Enrique
Arancibia Clavel.

227
Manuel Contreras fue condenado a cadena perpetua y Osvaldo Riveiro
como Enrique Arancibia a 25 años.

Operación Cóndor en la justicia chilena

Desde el año 1998 está abierta en la justicia chilena la Causa 2.182–98,


por Operación Cóndor. Ese año fue detenido Augusto Pinochet en Lon-
dres y la justicia recibió una avalancha de procesos por desapariciones,
ejecuciones y torturas ocurridas durante la dictadura militar.
En esa avalancha se recibió la querella interpuesta por Grete Weinmen
Hernández, por la desaparición de su marido Edgardo Enríquez Espino-
za, que dio origen a la Causa por Operación Cóndor, investigada inicial-
mente por el Ministro de la Corte de Apelaciones Juan Guzmán. A ella se
sumaron otros casos de detenidos desaparecidos fuera de Chile, entre los
que se encuentran: Jorge Isaac Fuentes Alarcón, María Cristina Carreño
Araya, Cecilia Magnet Ferrero, Edgardo Enríquez Espinoza, José Luis
de la Maza Asquet, Juan Humberto Hernández Zaspe, Ruiter Enrique
Correa Arce, José Campos Cifuentes, Matilde Pessa Mois, Ricardo Ra-
mírez Herrera, Hernán Soto Gálvez, Alexei Jaccard Siegler, Manuel Jesús
Tamayo Martínez, Julio Valladares Caroca, Luis Muñoz Velázquez y Luis
Quinchavil Suárez.

Desafuero de Pinochet

La demanda de justicia por Operación Cóndor tuvo momentos tras-


cendentes en los tribunales. Una de los acusados era el general Augusto Pi-
nochet, quien era informado diariamente por Manuel Contreras mientras
ejercía la dirección de la DINA, organismo responsable de los crímenes
cometidos fuera de las fronteras nacionales.
En abril de 2000, en menos de 24 horas, el Ejecutivo y el Congreso
Nacional aprobaron la ley 19.662 que le otorgaba fuero a Pinochet, a pesar
que ya no detentaba ni un puesto público y que el Gobierno se había com-
prometido internacionalmente a que existían condiciones para juzgarlo en
territorio nacional.
Sin embargo, en 2000 Pinochet fue desaforado de su cargo de senador
vitalicio por la Corte de Apelaciones de Santiago por la participación en

228
Los crímenes que estremecieron a Chile

los crímenes de la Caravana de la Muerte. El fallo fue confirmado por la


Corte Suprema.
En los intentos de desafuero por los casos del atentado terrorista con-
tra el general Carlos Prats, en diciembre 2002, y Calle Conferencia, en
octubre 2003, los alegatos de la parte defensora se avocaron a los asuntos
de salud de Pinochet. La defensa argumentó que el tema sólo debía to-
marse en cuenta luego de la condena.
Los exámenes extrañamente señalaron que el exdictador padecía de una
demencia subcortical, a pesar que era frecuente verlo en diversas actividades.
Los alegatos de desafuero por Operación Cóndor evitaron tocar el tema
de la salud, poniendo el foco en los indicios judiciales que probaran la
sospecha fundada sobre su participación en los hechos.
El juez Guzmán acogió la solicitud de desafuero señalando que exis-
tían pruebas contundentes que lo involucraban. Una de ellas era la invita-
ción oficial de Manuel Contreras a sus pares de Paraguay para constituir
Cóndor. Esta carta encontrada en los Archivos del Horror de Paraguay,
no se pudo enviar sin el consentimiento del jefe de Estado de la época
(noviembre de 1975).
El 28 de mayo de 2004, la Corte de Apelaciones acogió la petición
de desafuero presentada el 22 de diciembre de 2003, con una sólida vo-
tación de 14 contra 9 votos. Los abogados querellantes Francisco Bravo,
Eduardo Contreras, Juan Pavin y Juan Subercaseaux fueron los encarga-
dos de presentar las pruebas.
La noticia fue recibida con aplausos por las agrupaciones de derechos
humanos. La dirigente Gladys Marín (Q.E.P.D.) ingresó a tribunales en
medio de aplausos y señaló que “este gran momento es un triunfo de los
abogados, de tanta gente que ha sido víctima de atropellos en este país”.
El 13 de diciembre de 2004, el ministro de fuero Juan Guzmán some-
tió a proceso a Pinochet por nueve secuestros calificados y un homicidio
calificado en el marco de la Operación Cóndor, decretando su arresto do-
miciliario. En esa ocasión, la defensa de Pinochet fijo el domicilio en el
fundo Los Boldos.
El 15 de septiembre de 2005 la Corte Suprema sobreseyó definitiva-
mente a Pinochet en esta causa.
El 10 de diciembre de 2006, a las 14:15 horas, falleció Augusto José

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Ramón Pinochet Ugarte sin haber sido condenado por ninguna de las
causas por violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile y en
el extranjero.
El proceso acumula 40 tomos. A pesar de todas las declaraciones e in-
formaciones que consigna, su avance es lento. Se dice que en estos casos ha
imperado la ley del silencio, a esto se suma el paso del tiempo y la muerte
de muchos agentes responsables.

Manuel Contreras
y a su izquierda
el abogado Sergio
Miranda Carrington.
(Archivo La Nación).

Enrique Arancibia Clavel


en la Justicia Argentina.
(Archivo La Nación).

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