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que estremecieron
a Chile
Las Memorias de La Nación para no olvidar
Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Los crímenes que estremecieron a Chile
©Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
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lítica y Afines de la Policía de Investigaciones de Asunción y contenían do-
cumentos relacionados con casos de detenidos desparecidos de Paraguay,
Argentina, Uruguay y Chile.
En las fichas había fotos, nombres, huellas y datos de los detenidos.
Ellos habían sido buscados por sus familiares y negados por sus gobiernos,
pero ahí estaba la prueba indeleble de su paso por Paraguay. También esta-
ban las solicitudes de información a sus gobiernos y al FBI, algunas notas
de gobiernos europeos que pedían la liberación de detenidos, como es el
caso de Amilcar Santucho.
Lo más sorprendente fue encontrar, entre esos miles de papeles enveje-
cidos por el paso de los años y la humedad tropical de Asunción, la docu-
mentación que deja al descubierto el rol que ocupó Manuel Contreras en
la conformación de la Operación Cóndor.
Si bien la colaboración entre servicios de inteligencia operaba antes de
consolidarse la Operación Cóndor, prueba de ello son los documentos en-
contrados al agente de la Dina Enrique Arancibia Clavel que mencionan
la colaboración del teniente coronel del Ejército argentino Jorge Osvaldo
Rivera Rawson en el seguimiento y torturas a chilenos exiliados en Argen-
tina; la relevancia judicial de estos documentos fue de enorme importancia
para la justicia de Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile.
Estos eran la prueba que se requería para sindicar a Manuel Contreras
como gestor de esta organización criminal y determinar las relaciones de cola-
boración que existieron. También, permitieron conocer las claves de la deten-
ción en Paraguay y posterior traslado a Chile de Jorge Isaac Fuentes Alarcón,
dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, conocido como
“Trosko Fuentes”, quien permaneció detenido en el centro secreto de deten-
ción y tortura Villa Grimaldi hasta la primera quincena de enero de 1976.
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de Liberación Nacional –ELN– de Bolivia y al Movimiento de Izquierda
Revolucionaria de Chile –MIR–. En su conclusión apelaba a la organiza-
ción de una coordinación “eficaz que permita un intercambio oportuno
de informaciones y experiencias además con cierto grado de conocimiento
personal entre los jefes responsables de la Seguridad” para contrarrestar lo
que él llama “Guerra Psicopolítica”.
A esas alturas, la megalomanía de Contreras superaba todo lo imagina-
ble. Townley así lo describe: “Contreras se veía a sí mismo como un punto
focal o líder de los movimientos y grupos antimarxistas en todos los países
europeos y los Estados Unidos”.3
Su tesis de un mundo que se encontraba inmerso en una guerra impues-
ta por la subversión, avalada por la Doctrina de la Seguridad Nacional que
se enseñaba en las academias de guerra en toda América Latina y Estados
Unidos, comenzaba a tomar fuerza entre los servicios de inteligencia de las
dictaduras locales.
Para detener a la amenaza subversiva, Contreras estaba dispuesto a crear
un ejército transnacional, que realizara acciones selectivas en cualquier par-
te del mundo contra ese poderoso enemigo y en eso no iba a cejar. Durante
el segundo semestre del año 1975, más precisamente en agosto de ese año,
se entrevista en Washington D.C. con el director adjunto de la CIA, Ver-
non Walters, a quien le comenta sus inquietudes sobre la seguridad conti-
nental y los enemigos externos repartidos por el mundo, buscando apoyo
para la implementación del Plan Cóndor.
Departamento Exterior
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Burgos de Beer, junto al traficante de armas y ex oficial de la Waffen–SS
nazis, Gerhard Mertins. Estaba convencido de tener la vía para llegar hasta
el terrorista de la OLP más buscado por los servicios de seguridad del mun-
do, puesto que la policía de Paraguay había encontrado entre las pertenen-
cias de Amilcar Santucho la dirección de un “Carlos” en París y esperaba
que Jorge Fuentes le entregara más detalles para llegar a él.
Contreras creía tener el negocio del siglo y esperaba obtener un buen
ingreso para financiar operaciones en el exterior, pero la Policía francesa se
cruzó en el camino y “Carlos” escapó.
Una de las relaciones más fructífera para la DINA fue con la organiza-
ción terrorista Avanguardia Nazionale, liderada por Stefano delle Chiaie,
un criminal buscado por una serie de atentados en Italia.
Stefano delle Chiaie había conocido a Pinochet en el funeral de Franco,
así lo asegura Michael Townley: “Alfredo [delle Chiaie] mismo me dijo que
se había reunido con Contreras y Pinochet en España”6. En esa ocasión
coincidieron con el general en su odio al marxismo. Conversaron sobre los
difíciles días que se avizoraban para España con la muerte del “Caudillo”.
Finalmente, Pinochet le ofreció refugio, casa, documentos y trabajo en
Chile. Era el miembro más prominente de la internacional fascista y el
gobierno franquista le había dado refugio para eludir el cerco policial, por
lo que agradeció a Pinochet la hospitalidad.
Para moverse en este mundo de conspiraciones, intrigas y muerte, tenía
una serie de chapas o alias, entre ellos “ALFA” y “Alfredo di Stefano”, en
honor al célebre jugador de fútbol argentino-español. Se movía con facili-
dad entre grupos de extrema derecha europea y tenía gran habilidad para
vivir en la clandestinidad.
Otro personaje clave en la Operación Cóndor es el norteamericano
Michael Vernon Townley Welsch. Él había llegado a Chile con su familia
en 1957, cuando su padre fue trasladado para trabajar en la Ford Motor
Company. Los primeros datos que se conocen sobre sus actividades se
remontan al año 1960, cuando ingresa a Peace Corps y participa activa-
mente en la reconstrucción del terremoto de Valdivia. En esos años había
serias dudas sobre el papel que desarrollaba el Cuerpo de Paz en Améri-
6. Declaración de Michael Townley por exhorto a juez Giovanni Salvi, Caso de atentado terrorista contra
Bernardo Leighton y Anita Fresno, pág. 52.
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Atentado a Bernardo Leighton y Anita Fresno
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da, tenía bastante tráfico de vehículos, por lo que Anita se sorprendió que
un hombre cruzara en diagonal. Sintió los taconeos del asesino y al tiempo
los disparos a quemarropa. A pesar de la columna rota que la hizo irse de
bruces al pavimento, no perdió la conciencia y pudo ver cómo la sangre
rápidamente escurría hasta apozarse. Con valentía comenzó a pedir ayuda,
al tiempo que la gente se juntaba alrededor. El portero del edificio llegó
y luego una ambulancia. Ella pidió que se llevaran a Bernardo primero y
luego volvieron por ella.
La Dina había enviado a Townley para que supervisara el atentado y
esperaba ansioso en el hotel la confirmación de la muerte de Bernardo
Leighton. “Yo estaba en el hotel cuando me llamaron. No recuerdo si fue
Alfredo u otra persona quien me llamó, y fui al departamento, y en ese
momento ellos pensaban que Bernardo Leighton había sido asesinado, y
fue entonces cuando oí que habían disparado contra su mujer.
Tengo el recuerdo de una persona más bien alta, corpulenta, rubia, muy
gruesa, bigote tupido, la que… y esta es mi impresión… fue quien hizo el
disparo por el giro que tomó. Él estaba como en una pieza diferente, y se
fue muy pronto después que yo llegara.”8
Si bien Bernardo Leighton y su esposa sobrevivieron al atentado, ambos
quedaron con graves secuelas que los afectaron hasta el fin de sus días. Sus
vidas fueron el claro reflejo de una época donde las convicciones superaban
a las ambiciones, así lo dejaron plasmado en su forma austera de vivir y la
entrega sin límites a los ideales cristianos.
En 1996 la justicia italiana condenó en ausencia a 20 años de cárcel a
Manuel Contreras como autor de homicidio frustrado y a 18 años a Raúl
Iturriaga Neumann.
8 Declaración de Michael Townley por exhorto a juez Giovanni Salvi, pág. 29.
9 Proclama de la Junta Militar argentina transmitida por radio, televisión y reproducida en los medios
escritos.
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existencia”. La presidenta María Estela Martínez de Perón fue reemplazada
por el general de Ejército Jorge Rafael Videla, el brigadier de Aeronáutica
Orlando Ramón Agosti y el almirante Emilio Massera.
Este golpe de Estado completó el tablero de dictaduras en el Cono Sur
y abrió el espacio para institucionalizar las operaciones Cóndor. Ya nada
detendría a Contreras en su afán de terminar con sus enemigos, así se lo
confiaría a un agente de la CIA: “Iremos hasta Australia, si fuera necesario,
para agarrar a nuestros enemigos”.10
Operación Cóndor uniría de manera indeleble a las dictaduras de Ar-
gentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. A ellas se suma-
rían a modo de colaboración oficiosa algunos servicios de inteligencia de
Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.
La primera luz sobre su existencia y accionar aparece mencionada en los
documentos desclasificados estadounidenses el año 1976; a pesar de que el
Departamento de Estado y otras agencias norteamericanas conocían cómo
estaba funcionando la represión coordinada entre Chile, Argentina, Brasil
y Bolivia, nada hicieron. Prueba de ello es el documento que envía el jefe
de la oficina del FBI en Buenos Aires, Robert Scherrer, preguntando por
unas direcciones encontradas en los documentos incautados en la deten-
ción a Jorge Fuentes en Paraguay, al Director de la Policía de Investigacio-
nes de Chile, general Ernesto Baeza.
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Uno de los hombres que pudo abrir un forado a esta férrea muralla que
protege a los agentes de la Operación Cóndor fue el agente de la DINA
destacado en Buenos Aires, Enrique Arancibia Clavel, cuyo nombre en la
nomenclatura de la Brigada Exterior era Luis Felipe Alemparte.
En abril del 2011 fue asesinado con 15 puñaladas en su departamento
de Buenos Aires, llevándose a la tumba los secretos de la época más terrible
del siglo XX en el Cono Sur.
Se dice que su muerte era una crónica anunciada, puesto que acostum-
braba a llevar a su casa a desconocidos y toda clase de personajes sórdidos
que atraía con dinero.
Su cuerpo fue descubierto varios días después de su muerte por un jo-
ven que era su pareja. Estaba boca arriba (de cúbito dorsal), con los intesti-
nos en sus manos, cortes en el cuello y en varias partes del cuerpo.
A muchos les recordó la muerte de Eugenio Berríos en Montevideo.
Ambos tenían mucho en común: fueron activos militantes de Patria y Li-
bertad, habían sido importantes hombres de la DINA, sabían más de la
cuenta y frecuentaban ambientes sórdidos. Pero había una gran diferencia,
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Arancibia Clavel provenía de una familia de militares ideológicamente in-
volucrados con el golpe militar, razón que lo mantuvo en silencio hasta
el último momento. Incluso se negó sistemáticamente a dar entrevistas y
declaró su “Desprecio a todos los periodistas. Me han transformado en un
demonio y nadie ha indagado la verdad…”.11
Las reacciones ante su muerte fueron de sorpresa y todos se plegaron a
la solicitud de esclarecimiento de las causas.
Para los familiares de detenidos desaparecidos su muerte cerraba una
posibilidad de esclarecer la suerte de los chilenos desaparecidos por Ope-
ración Cóndor en Argentina. Sus familiares no dieron declaraciones. El
gobierno, a través del ministro Rodrigo Hinzpeter, se mostró consternado
y declaró “fue condenado por participar en un crimen estremecedor y do-
loroso para el país, pero naturalmente, el asesinato del que fue víctima en
Argentina nos conmueve por ser un crimen de esa naturaleza”12.
Arancibia Clavel dejó tras él una estela de muerte. Desde fines de los ’60
se integró a la organización terrorista Patria y Libertad y participó activa-
mente en los planes de la CIA para impedir que Salvador Allende llegara a
La Moneda. Fue parte del comando que atentó contra el general René Sch-
neider y se dedicó a realizar atentados dinamiteros para causar caos, terror
y presionar a las Fuerzas Armadas a dar un golpe de Estado. Hizo detonar
bombas en el Canal 9 de la Universidad de Chile, en el Banco Central y en
la sede de Derecho de la Universidad de Chile, y para completar su traba-
jo, lanzaba panfletos de una inexistente organización de izquierda llamada
Brigada Obrera Campesina, con el fin de provocar reacciones contrarias
a la izquierda. El 8 de octubre de 1970 fue allanado su departamento,
encontrándose importante material explosivo, a pesar de ello, la justicia lo
dejó en libertad, escapando por el paso de Tromen a Argentina.
Con ese currículo se presentó ante Manuel Contreras tras el golpe de
Estado. Según sus propias declaraciones a la justicia argentina, a los dos
meses del golpe de Estado fue a saludar a Contreras y ofrecerse para llevar
cualquier información o encargo a Argentina. El flamante director de la
aún Comisión DINA, lo envió a una entrevista con Raúl Iturriaga Neu-
mann, que estaba encargado de la Brigada Exterior en formación. “Me dio
11 Lilian Olivares, diario La Segunda.
12 Declaración aparecida en varios medios de comunicación.
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“[E]n estas listas van tanto los muertos “oficialistas” como los “no oficia-
listas”. Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del
Ejército sito en Callao y Viamonte de esta capital, que depende de la Jefatura
II Inteligencia Ejército del Comando General del Ejército y del Estado mayor
General del Ejército… Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles
de identificar, casi en un 100 por ciento corresponden a elementos extremistas
eliminados “por izquierdas”15 [ver nota], por las fuerzas de seguridad. Se tienen
computados 22,000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha.
Luis Felipe Alemparte Díaz”
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La huella de lo que fueron esos años, quedó plasmada en los documen-
tos encontrados en su casa por la policía argentina el año 1978, cuando
Chile y Argentina se encontraban al borde de una guerra por el conflicto
limítrofe del Beagle. Años más tarde la periodista Mónica González los
encontraría arrumados en la Corte Federal Argentina.
El año 2000 las Cortes argentinas lo condenaron a cadena perpetua por
su participación en el caso del atentado terrorista contra el general Carlos
Prats y su esposa Sofía Cuthbert, ocurrido en septiembre de 1974. Sin em-
bargo, una interpretación judicial lo benefició con la libertad condicional
al cumplir once años de prisión.
Su relación con la Operación Cóndor estaba siendo investigada en el pro-
ceso por secuestro y torturas de las ciudadanas chilenas Laura Elgueta Díaz y
Sonia Magdalena Díaz Ureta, ocurridos en Buenos Aires el año 1977.
Laura Elgueta tenía sólo 18 años la noche que fue sacada de la casa de
sus padres junto a su cuñada Sonia Magdalena, por un grupo de hom-
bres de civil rumbo a los subterráneos del Club Atlético. Años después
descubriría en la foto de Arancibia Clavel al hombre que esa noche vestía
gabardina blanca, que hacía de chofer y las torturó sin compasión hasta
la madrugada. Rápidamente se comunicó con su cuñada a México y le
pidió que mirara la fotografía y verificara si era el mismo hombre que las
torturó en los subterráneos del Club Atlético. Fue un dolor profundo, no
podía olvidar lo que ese hombre le había contado sobre lo ocurrido con
su hermano Luis Elgueta, detenido desaparecido en Buenos Aires el 27 de
julio de 1976, junto a su esposa, Clara Fernández, y su cuñada, Cecilia
Fernández, ambas de nacionalidad argentina.
El testimonio puesto a disposición de la familia del general Prats, se pre-
sentó en el juicio como prueba de la participación de Arancibia en torturas
y dio paso a un juicio sobre Operación Cóndor en Argentina.
El 16 de agosto de 2002 el Tribunal Oral Nº6 de Buenos Aires inculpó a
Arancibia Clavel de haber “participado de una asociación ilícita integrada por
varias personas”, en el caso del secuestro de Laura Elgueta y Sonia Díaz Ureta.
Sin embargo, su muerte cierra muchas posibilidades de seguir investi-
gando la suerte de los chilenos desaparecidos al otro lado de la cordillera.
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de inteligencia argentinos para dar con el paradero de Enríquez. En uno
de ellos se señala que “en último procedimiento cayó un correo de la JCR
(Junta Coordinadora Revolucionaria), francés, aparentemente de apellido
Claudet. Dentro de sus pertenencias se encontraron 97 microfilms, con
las últimas instrucciones desde París. Después del interrogatorio del men-
cionado Claudet, se logró determinar sólo que era correo de la JCR. Se le
tomaron solamente fotografías. Claudet ya no existe”.
Otro cable de Arancibia a la DINA del 17 de noviembre de 1975 indica
que habían obtenido información sobre su llegada a Buenos Aires: “Pollo
Enríquez ubicado en Baires. Se esperan novedades luego”.
El 28 de marzo de 1976, a pocos días del golpe de Estado de Jorge Ra-
fael Videla en Argentina, mientras participaba en una reunión de la comi-
sión política del Partido Revolucionario de Trabajadores en la localidad de
Moreno de la provincia de Buenos Aires, una patrulla policial llegó hasta
la quinta donde se encontraban reunidos los hombres más buscados de
Argentina, entre los que se encontraba Edgardo Enríquez.
En esa ocasión estuvo desaparecido varios días, hasta que logró eludir
el cerco y llegar a Buenos Aires. “Llegó a mi casa agitado, lastimado pero
contento, muy contento porque decía que era su ‘Ñancahuazú’ (guerrilla
de Ernesto Guevara en Bolivia), era como si hubiese sido su bautizo de
fuego. Estaba contento porque había salvado con vida y lo había pasado
muy feo. Nosotros tuvimos unas bajas ahí, pero el grueso salvó”, dice
Mattini con nostalgia.
Desafortunadamente, la información sobre su desaparición había lle-
gado a Francia, donde René Valenzuela inicia una campaña acusando
a la dictadura argentina de tener secuestrado al líder del MIR Edgardo
Enríquez. Esto enciende las alertas en la DINA, duplicando sus tareas en
Buenos Aires.
El 10 de abril se pierde su rastro. Ese día debió llegar a una reunión
con Regina Marcondes, pero ninguno de los dos apareció. Se dijo que
habría pasado por varios centros de tortura antes de ser traído a Chile por
la DINA, que habría permanecido cautivo en Villa Grimaldi y Colonia
Dignidad, de donde desaparece.
Tres décadas más tarde sus hijos, José Miguel y Ernesto, se han acercado
a la verdad. Su padre, tercer hombre del MIR, nunca retornó a nuestro
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Manuel Contreras fue condenado a cadena perpetua y Osvaldo Riveiro
como Enrique Arancibia a 25 años.
Desafuero de Pinochet
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Ramón Pinochet Ugarte sin haber sido condenado por ninguna de las
causas por violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile y en
el extranjero.
El proceso acumula 40 tomos. A pesar de todas las declaraciones e in-
formaciones que consigna, su avance es lento. Se dice que en estos casos ha
imperado la ley del silencio, a esto se suma el paso del tiempo y la muerte
de muchos agentes responsables.
Manuel Contreras
y a su izquierda
el abogado Sergio
Miranda Carrington.
(Archivo La Nación).
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