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Un país árabe y “conflicto armado” parecieran ser siempre sinónimos. Lo que sucede es que las
condiciones suelen pasarse por alto y la política internacional es sencillamente un cantidad
avasalladora de datos que toman mucho tiempo en ser desenredados, sobretodo en una
sociedad en la que los titulares hacen la mayor parte del periodismo.
El caso de Siria no es ajeno a esta generalización, y comprender lo que allí sucede necesita
mucho más tiempo y dedicación, sobre todo por la velocidad con la que los hechos se han ido
desarrollando.
La posición geográfica de Siria es sumamente importante para la política de los países árabes,
pues forma parte de uno de los 15 territorios conocidos como La cuna de la Humanidad. Siria es
el punto de confluencia entre tres continentes: África, Asia y Europa, transformándole en un
foco comercial entre varios países.
Siria posee una franja costera de 193 kilómetros que son el acceso inmediato al mar
mediterráneo, y colinda con Irak, Israel, Jordania, Líbano y Turquía. Su territorio es rico en
yacimientos de petróleo, lo que transforma su territorio en un canal importantísimo para la
producción y distribución del oro negro.
El origen
Pero el ataque perpetrado por Assad en contra de su población utilizando armas químicas, hizo
que la comunidad internacional girara su atención sobre lo que parecía tan sólo un conflicto
más.
La comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, hizo una breve aparición en escena,
solicitando el desarme químico del gobierno sirio, pues atentaba contra los acuerdos
internacionales de Paz, y el mediador no fue otro que Vladimir Putin. Pero tras bastidores,
Estados Unidos apoyó con armas y refuerzos a los rebeldes.
Un perfil religioso
Como un efecto dominó, el conflicto civil detonó también los desencuentros religiosos latentes
durante toda la historia de la comunidad árabe, adquiriendo pronto “características sectarias
enfrentando a la mayoría sunita del país, contra los chiitas alauitas, la rama musulmana a la que
pertenece el presidente”, según continúa el medio.
La oposición no quiso retroceder. Por el contrario, mientras más violenta e inhumana era la
represión del gobierno, más personas se sumaban a la revuelta, mientras más de la mitad del
país huía a través de las fronteras, transformándose en una de las comunidades refugiadas más
grandes de los últimos tiempos.
La fusión de combatientes no tardó en forjarse, juntando grupos moderados y radicales como el
Ejército Libre Sirio (ELS), grupos islamistas y yihadistas y el Frente al Nusra, afiliado a al Qaeda.
Para principios de este año, todos los grupos se juntaron en el segundo grupo rebelde más
grande en contra del gobierno de Al-Assad, denominado Tahrir al Sham. Pero tal coalición no ha
evitado los desencuentros entre los opositores radicales y moderados, quienes frecuentemente
se han visto combatiendo entre ellos.
Momento de intervenir
La excusa esta vez fue la de combatir al Estado Islámico que comenzaba a infundir terror en
países europeos. Por lo tanto, los primeros en sumarse al conflicto fueron los Estados Unidos,
Reino Unido, Francia y Rusia, quien decidió ponerse del lado del gobierno de Al-Assad y
“proteger la soberanía” del país.
La fuerza de Rusia ayudó al gobierno sirio a recuperar zonas perdidas en manos de los rebeldes
como Alepo, una de las ciudades más importantes histórica y políticamente, y continúa
actualmente abasteciendo y asesorando al gobierno, cuyos intereses corresponden a las
negociaciones económicas y estratégicas que tiene Moscú sobre Siria, la joya de los países
árabes.
Asimismo, Irán, de mayoría chiita (como Al-Assad), es el mayor aliado del gobierno sirio, pues el
territorio del país en conflicto es un canal de tránsito “para armamentos que Teherán envía al
movimiento chiita Hezbolá en Líbano, el cual también ha enviado a miles de combatientes para
apoyar a las fuerzas sirias”.
El norte de Siria fue intervenido por el gobierno de los Estados Unidos a través de grupos kurdos
que intentan controlar la zona, pero la intervención de la armada estadounidense siempre se
mantuvo en una posición estratégica, no agresiva.
Por el contrario, Arabia Saudita no dudó en apoyar a los rebeldes, no sólo por apoyar la
contrapartida religiosa sino para “contrarrestar” la presencia de Irán en el conflicto.