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Huberto Bogaert García

LA TRANSFERENCIA
Una investigación clínica
con el test de Rorschach
Huberto Bogaert García

LA TRANSFERENCIA
UNA INVESTIGACIÓN CLÍNICA
CON EL TEST DE RORSCHACH

1ª. edición virtual


e-libro.net
Marzo de 2001
© 1999

ISBN: 84-89525-59-5
Corrección de textos:
GISELA VARGAS & ASOCIADOS
A Jaime Rijo y Enmanuel Silvestre,
como testimonio de profunda y
afectuosa gratitud.
AGRADECIMIENTO

La realización de esta obra ha sido posible gracias a la


acogida y a la colaboración de varias personas.
En primer lugar, agradezco al Rector del Instituto Tec-
nológico de Santo Domingo, Licenciado Rafael Toribio; al
Director del Departamento de Publicaciones e Investigacio-
nes Científicas de esa institución, Doctor Antonio Fernán-
dez; a la Decana de Ciencias Sociales, Licenciada Reyna Ro-
sario; y al Director del Departamento de Psicología, Licen-
ciado Leo Valieron, todo su apoyo para la publicación de es-
te libro.
Quiero dar las gracias a la Licenciada Gisela Vargas
Ortega, quien hizo las correcciones de estilo. Agradezco a
la señora Luisa María Perdomo, por su esmero en la
composición y diagramación; a los licenciados Miguel Fin-
cheira, Rosa María Paliza de Fincheira, Alberto Peralta,
William Astwood, Julia Hasbún y Lilian Pagán, por sus
sugerencias y recomendaciones; al Doctor Enmanuel Sil-
vestre, por su colaboración en los aspectos estadísticos y
metodológicos de la investigación; y, finalmente, al Licen-
ciado Jaime Rijo, por la corrección de los tests de Rors-
chach y la supervisión de la evaluación de la transferen-
cia; aportes todos de inapreciable valor para la conforma-
ción de este trabajo.

6
ÍNDICE

Introducción ............................................................... 9

Primera Parte
I. Psicoanálisis y Transferencia

1. La demanda clínica ............................................... 14


2. La situación analítica ............................................ 22
3. La regla fundamental ........................................... 33
4. La transferencia .................................................... 48
4.1 Transferencia y repetición ............................ 76
4.2 Transferencia positiva y negativa ................ 80
4.3 Transferencia y resistencia ........................... 91
4.4 Transferencia y neurosis ............................... 96
4.5 Transferencia y sugestión ............................. 107
4.6 Transferencia, objeto a y sujeto-supuesto-saber113
4.7 Transferencia e interpretación ..................... 119
4.7.1 Transferencia y sueño ......................... 119
4.7.2 Manejo de la transferencia .................. 122
4.7.3 Interpretación de la transferencia ...... 124
4.7.4 Resolución de la transferencia ............ 135
5. La neutralidad del analista .................................. 147
6. La atención parejamente flotante y la comunicación
de inconsciente a inconsciente............................... 150
7. La contratransferencia .......................................... 159

Segunda Parte
II. Transferencia y Respuesta de Movimiento
Humano

1. Consideraciones preliminares ............................... 193


2. Hipótesis ............................................................... 195
3. Diseño y metodología de la investigación ............. 196
3.1 Muestra............................................................. 196
3.2 Variables........................................................... 197
4. Resultados de la investigación .............................. 203
5. Interpretación de los resultados............................ 205
6. Conclusión .............................................................. 212

8
INTRODUCCIÓN

La importancia de la transferencia en el tratamiento


psicodinámico —psicoanálisis o psicoterapia de orienta-
ción analítica— radica en que la capacidad del paciente
para responder a la situación terapéutica, depende de su
disposición para crear una relación transferencial.
Los pacientes cuyos investimientos son flexibles y
pueden ser desplazados, son aptos para el tratamiento
psicodinámico. Por el contrario, cuando la naturaleza de
los conflictos subyacentes y la rigidez de la personalidad
focalizan los investimientos pulsionales sobre el yo, el
sujeto no es apto para esta terapia.
El síntoma es un acto involuntario que remite a un
proceso llamado inconsciente. El síntoma es la mani-
festación de un inconsciente que está estructurado como
un lenguaje, como una cadena de significantes que se
movilizan de un modo no intencional. El síntoma se ma-
nifiesta; y, a pesar del sufrimiento que provoca, permite
esclarecer la demanda clínica. Esa demanda clínica im-
plica ciertos aspectos de la transferencia —deseo de co-
municación, de comprensión y de cambio—, y promueve
el desarrollo progresivo del diálogo analítico, que, a su
vez, conlleva la aparición de la neurosis de transferencia.
Freud estimaba que la aplicación de las “reglas”
técnicas debía ser lo suficientemente flexible como para
adaptarse a la diversidad de las situaciones terapéuticas.
Para responder mejor a esas diferentes situaciones, han
surgido las variantes de la cura tipo. Las distintas mo-
dalidades de tratamiento psicodinámico se fundamentan
en la transferencia. Sin embargo, la forma de manejarla
es muy variable, lo que explica las diferentes variedades
de este tratamiento.
En esta obra se estudia la transferencia, y se
investiga la relación de este fenómeno con la respuesta de
movimiento humano en el test de Rorschach. En la pri-
mera parte, se considera la transferencia en su relación
con el psicoanálisis: desde la demanda clínica del anali-
zante, pasando por la constitución de la situación analí-
tica —con sus reglas y prescripciones—, hasta su manejo
e interpretación. Se estudia la neutralidad del analista,
su atención, así como su contratransferencia.
La transferencia se manifiesta en una situación te-
rapéutica, que se organiza de conformidad con los objeti-
vos del terapeuta y con sus condiciones personales. La
transferencia se despliega en un contexto contratrans-
ferencial específico, condicionado por la demanda del
terapeuta.
Ahora bien, ¿es la respuesta de movimiento humano,
la respuesta kinestésica (K), un indicador objetivo de la
capacidad del paciente para establecer una relación
transferencial en el contexto de un tratamiento psico-
dinámico? Esta interrogante fue el punto de partida de
una investigación clínica con el test de Rorschach, que se
presenta en la segunda parte de este libro.

10
El paciente a quien el psicoterapeuta escucha y el
sujeto a quien se le administra el test de Rorschach están
en situaciones que favorecen el desplazamiento y la pro-
yección, respectivamente, de las representaciones incons-
cientes.
El término “representación inconsciente” es una ex-
presión —en apariencia paradójica— utilizada por Freud,
para referirse a la representación de cosa que resulta del
reinvestimiento de una huella mnémica; es decir, de una
inscripción de un acontecimiento u objeto en el psi-
quismo, que puede asociarse con otras inscripciones, me-
diante cadenas asociativas.
La pulsión tiene tanto una dimensión orgánica, vital,
como una dimensión psíquica. En tanto “energía”, la pul-
sión se relaciona con la neurofisiología; pero, en tanto
representación en el psiquismo inconsciente, es un sig-
nificante irreductible a la biología de la neurotransmi-
sión. Y esa dimensión psíquica de la pulsión es la deter-
minante en la etiología de los trastornos psiconeuróticos.
En esta obra se investiga la asociación entre la trans-
ferencia —en tanto desplazamiento que acontece en el
espacio de la sesión— y la respuesta de movimiento
humano en el test de Rorschach, utilizando una muestra
de pacientes psiconeuróticos, dominicanos, que acudieron
a la consulta privada .
La importancia de esta investigación radica en que
establece la asociación de un indicador psicológico obje-
tivo con la transferencia, y permite al psicoterapeuta sa-
ber si el paciente cuenta con los recursos personales
necesarios para beneficiarse de un tratamiento psicodiná-
mico. Dicho indicador resulta de gran valor, sobre todo en
un país como la República Dominicana, donde los gastos
correspondientes a los tratamientos psicoterapéuticos ge-
neralmente no son cubiertos por los seguros de salud.

11
Además, la evaluación previa del sujeto evitaría añadir
otro fracaso a su vida, fracaso que incrementaría inútil-
mente su frustración, su desesperanza y su desconfianza
en los servicios profesionales.

12
PRIMERA PARTE
PSICOANÁLISIS
Y TRANSFERENCIA
1. LA DEMANDA CLÍNICA

El sujeto que demanda la asistencia de un analista


suele encontrarse en una situación de impotencia, falta
de control e ignorancia. El decidir consultar y hablar de
sus problemas exige un gran esfuerzo. Con frecuencia, el
analista es el último de los recursos. Se prefiere creer que
la dificultad para vivir responde a un trastorno corporal.
Reconocer que el sufrimiento tiene un origen psicológico,
provoca muchas veces vergüenza y culpa. El sujeto que
sufre busca un saber para dominar lo que él padece.
Desea encontrar urgentemente a alguien que sepa y que
pueda ejercer un dominio que le permita calmar su sufri-
miento.
Para la psiquiatría tradicional, el síntoma no es más
que la expresión de un estado de enfermedad. Para el
psicoanálisis, el síntoma es un acto involuntario, produ-
cido más allá de toda intención, que remite a un proceso
denominado inconsciente. Es una manifestación penosa,
un acto aparentemente inútil que se realiza con aversión.
Sin embargo, si bien para el yo es un padecimiento, para
el inconsciente es una satisfacción.
Del síntoma, el paciente no controla ni la causa, ni el
sentido, ni la repetición. El síntoma provoca el sufri-
miento del sujeto y está en la raíz de su demanda. Y esa
demanda clínica tiene una dimensión transferencial, aun
cuando no implica necesariamente todos los aspectos pro-
pios de la neurosis de transferencia, que suelen requerir
el desarrollo progresivo del diálogo analítico.
La demanda clínica conlleva algunos aspectos de la
transferencia que se manifiestan desde el inicio:
1. El paciente desea comunicarse.
2. Desea tener una respuesta del terapeuta, de quien
supone sabe.
3. Desea comprender sus propios síntomas.
4. Desea cambiar su situación.
El analista, por su no-respuesta a la demanda,
mantiene abiertas las posibilidades terapéuticas de las
palabras del analizante. “En el psicoanálisis, tanto en la
teoría como en la cura, lo esencial no es responder a las
preguntas. El arte consiste más bien en actuar de tal
manera que el desarrollo de las cosas venga a reemplazar
una pregunta por otra que, lejos de concluir la primera,
modifica más bien la perspectiva[...]”.1
El analista estima esencial la demanda del paciente;
y considera que, en cada una de sus expectativas, el
analizante compromete su dimensión inconsciente. El
paciente pone de manifiesto preguntas ignoradas que se
van revelando y que resultan determinantes. Inicial-
mente, este no conoce su verdadera demanda; sólo la
descubre posteriormente. El sentido de la demanda “se
modifica, se desplaza, se transpone a medida que el su-
jeto es llevado a explicitarlo, es decir, justamente a
analizarlo en todas sus dimensiones, singulares e inter-
subjetivas”.2

15
Durante el análisis, la demanda inicial, que se ex-
presa mediante las representaciones, los signos y las
emociones de que dispone el sujeto, es una pregunta que
se desplaza, se extiende y se prolonga por vías impre-
visibles. El paciente consulta al analista para que lo
libere de su sufrimiento. Pero el terapeuta descubre que
ese sufrimiento tiene una función subjetiva, organiza la
vida del sujeto, y es mediante él que el sujeto se expresa.
No se trata de suprimir el sufrimiento, sino de permitir
que las preguntas que ese sufrimiento traduce sean
escuchadas y reconocidas. El paciente, obligado a per-
manecer en contacto con las fuentes reales y enigmáticas
de su sufrimiento, es el agente de su propia cura. Y esas
fuentes de su sufrimiento son dilucidadas a lo largo del
proceso terapéutico. La cura implica inventar nuevas
normas de vida, crear valores e imponer límites a la
existencia.
La demanda es la forma ordinaria que asume la
expresión de un anhelo cuando se trata de obtener algo
de alguien. Se habla de la fuerza o la cualidad de la
demanda. Más allá de ese sentido, Lacan señala que el
mundo humano impone al sujeto el demandar, el encon-
trar las palabras que pueden ser escuchadas por el otro.
Es en esa emisión que se constituye el Otro; y la de-
manda que el sujeto le dirige es la fuente de su poder. La
dependencia del otro anula la particularidad de la
necesidad. Lo que le importa al sujeto es la respuesta del
otro como tal, independientemente de la apropiación efec-
tiva del objeto que él reivindica. La demanda se convierte
en demanda de amor, en demanda de reconocimiento.
El analista, según Lacan, soporta la demanda del
paciente para que reaparezcan los significantes en los
que la frustración permanece retenida. El analista no
responde a la demanda. Ella, en tanto forma primaria de

16
la palabra ligada a la necesidad, suscita una demanda de
amor. El deseo se sitúa en el intervalo entre la demanda
de amor y la expresión de la necesidad.
El analizante dirige al analista una demanda. Ahora
bien, como dice Lacan: “¿Qué es lo que puede, a fin de
cuentas, empujar al paciente a recurrir al analista, para
demandarle algo que él llama salud, si su síntoma —la
teoría nos lo dice— se manifiesta para aportarle ciertas
satisfacciones?”3 El analista es aquel que puede asegurar
la salud y la felicidad, porque sabe. Lacan habla entonces
del “sujeto-supuesto-saber”; y precisa que, “desde que
existe en algún lugar el sujeto-supuesto-saber[...], hay
transferencia”.4 El es el padre imaginario, con el cual el
analizante se identifica. El sujeto-supuesto-saber, a quien
el analizante dirige su demanda, no es otro que el rival
del conflicto edípico, odiado pero también inicialmente
amado.
El analizante empieza a hablar al analista, al sujeto-
supuesto-saber. A él atribuye algo que va a ser deman-
dado. De igual modo, Alcibíades —en “El Banquete” de
Platón— atribuye y demanda a Sócrates el agalma, algo
misterioso que trasciende todo bien.
Lo que inicia el movimiento del análisis es la de-
manda. No obstante, ella tiene un carácter enigmático,
porque es ella quien trama su propio fracaso. Junto a la
insistencia y a la repetición, hay en la demanda el deseo
de que no haya más demanda. Más aun, Freud pondera
la influencia de la pulsión de muerte sobre la demanda
neurótica, en la reacción terapéutica negativa.
Cuando el paciente encuentra al analista, descubre a
alguien que rechaza responderle como un sabio o como un
maestro, y que le propone hablar. El analista no es un
interlocutor destinado a aliviar al sujeto mediante la
catarsis. La atención del analista tiene por objeto que el

17
analizante efectúe su propia cura, transformando la rela-
ción con su propia historia, con sus fantasmas, ilusiones y
decepciones, es decir, tratándose a sí mismo. El objetivo
es vincular al sujeto con un saber —ignorado y temido—
sobre sí mismo, al que solo él puede tener acceso.
Sin embargo, solo en apariencia el analista no
responde a la demanda. Su actitud consiste en abrirse a
lo que esa demanda conlleva como mensajes implícitos,
ignorados y reprimidos. Es necesario que el analista
incite al sujeto a desarrollar su demanda inmediata. El
síntoma del analizante no es tratado por el analista del
mismo modo que en la consulta médica.
El rol de la demanda del analista en la terapia debe
ponderarse. Usualmente se considera que la demanda
procede del analizante. Sin embargo, es el deseo del
analista lo que hace posible el análisis. Ahora bien, todo
deseo humano está articulado en el juego de la demanda;
y, en consecuencia, debe descubrirse en sus astucias y
paradojas, sus negaciones y contradicciones. El deseo del
analista no se sustrae a las leyes de la demanda. La
demanda del analista emerge y conlleva efectos de re-
sistencia en el trabajo analítico.
La vocación terapéutica del analista se relaciona con
la demanda de ser amado, por ser o tener eso que le falta
al otro que sufre, que ignora y que se siente impotente.
La función que tiene el control o la supervisión para el
analista, consiste en garantizar el análisis de la demanda
que él dirige inconscientemente a sus analizantes. El
analista puede creer que desde el momento en que él se
calla no demanda nada. En realidad, la demanda no
formulada es más activa. Aun cuando el analista no debe-
ría responder a la demanda, eso no está asegurado de
antemano.

18
La demanda del analista genera obstáculos, cuando la
misma asume la modalidad neurótica de la tentación de
hacer el bien; cuando se transforma en un modo psicótico
de apropiación del pensamiento ajeno o de intrusión en la
vida privada; y cuando se convierte en una modalidad
perversa de goce con el analizante, según los escenarios
del voyeurismo/exhibicionismo o del sadomasoquismo.
Esta demanda es más activa cuando es desconocida,
cuando el analista se confiere representaciones idealiza-
das, o cuando se atribuye una legitimación racional de la
cura, gracias a la obediencia a una teoría. Las teorías
pueden dar consistencia a las demandas inconscientes del
analista. Por eso es necesario interrogarlas —como hacía
Freud—, en tanto retoños sublimados de las teorías
sexuales infantiles.5
Según Mélon y Lekeuche, la demanda de análisis
supone un contacto previo.6 Cuando en el registro basal,
pre-subjetal y pre-objetal, del contacto, los pacientes no
plantean problemas, el contacto ocurre silenciosamente.
Posteriormente, en la transferencia, ese contacto silen-
cioso se convertirá en una figura analizable. El registro
del contacto moviliza la atención del terapeuta solo
cuando a ese nivel surgen problemas en el paciente.
La Escuela de Lovaina sitúa en el vector del contacto
los trastornos simples del humor —depresiones narcisis-
tas—, las distimias con sufrimiento corporal, las psicopa-
tías y la toxicomanía. Se trata de trastornos corres-
pondientes al nivel de la inserción en los ciclos primordia-
les de la vida, situados en la base del sistema pulsional,
en primacía óntica con respecto al eje de las neurosis-
perversiones y al eje de las psicosis.7 El vector del
contacto es anobjetal. Es el vector de los afectos de cosa,
que precede a la constitución de las representaciones de
cosa. Los afectos de cosa traducen la tonalidad del humor

19
—buena o mala, agradable o desagradable—, y tienen su
origen en la relación inmediata a las cosas.8
Según Mélon, el primer afecto psíquicamente ligable
es el dolor. Se trata de un afecto relacionado con la pér-
dida. Ese primer afecto es psíquicamente ligable porque
está vinculado a una percepción que es generadora de
una huella mnémica. Los afectos más primitivos que el
dolor están asociados a sentidos —cenestesia, olfato,
tacto— diferentes al de la vista y pertenecientes a la
esfera pre-escópica del contacto.9 Geberovich considera,
por el contrario, que el dolor se relaciona con la ausencia
y no con la pérdida. El dolor es el efecto traumático de
una ausencia; y, por esa razón, no es ligable. La ausencia
se refiere a todo aquello que, a nivel de los sentidos,
concierne al ambiente materno. Los afectos ligables van a
surgir gracias a la pérdida y a la constitución del objeto.10
A pesar de que lo pulsional es, en parte, innato, se
elabora y estructura en el contacto con otra realidad
pulsional. La vida pulsional solo es posible por el contacto
directo y activo con otra vida pulsional; y es ese contacto
lo que posibilita el fenómeno de la transferencia. Gebero-
vich cree que la significación dolorosa de la ausencia
funda el registro del contacto, retroactivamente. El dolor
es la primera marca de lo físico, el primer signo o
inscripción de la ausencia, que hace posible el contacto.
El dolor es un articulador entre la necesidad y el deseo,
entre la ausencia y la pérdida, entre el trauma y la
fantasmatización. El dolor es el límite entre lo biológico y
esa primera dimensión de lo psíquico, de lo erógeno, que
es el registro del contacto.11
La demanda clínica supone un contacto previo que
posibilita la instauración de la situación analítica; y es en
el contexto que dicha situación define, donde se va a
manifestar plenamente el fenómeno de la transferencia.

20
____________________
1 Schotte, Jacques, “La doctrine freudienne des pulsions. Etudes de
textes pour une reprise”, Notes du cours de Questions approfon-
dies de Psychologie Clinique, Centre de Psychologie Clinique,
Université Catholique de Louvain, Louvain-la-Neuve, 1982, p.63.
2 Florence, Jean, “La psychanalyse comme psychothérapie”, en
“Psychanalyse. L’homme et ses destins”, Louvain-Paris, Editions
Peeters, 1993, p. 23.
3 Lacan, Jacques, “Le Séminaire, Livre XI. Les quatre concepts fon-
damentaux de la psychanalyse. 1964”, Paris, Seuil, 1973, p. 126.
4 Lacan, Jacques, op. cit., p. 210.
5 Florence, Jean, “Les fins du transfert”, en Psychoanalyse 1, 1984,
p. 23.
6 Mélon, Jean y Lekeuche, Philippe, “Dialectique des pulsions”,
Louvain-la-Neuve, Academia, 1989.
7 Geberovich, F., “Contact et transfert”, en “Le Contact”, editado por
J. Schotte, Bruxelles, De Boeck-Wesmael, 1990, pp. 151-152.
8 Mélon, Jean, “Analyse du destin, psychanalyse et psychiatrie”, en
“Recherches théoricocliniques en Analyse du Destin”, Louvain-la-
Neuve, Cahiers des Archives Szondi, N° 7, 1984, pp. 85-129.
9 Mélon, Jean, op. cit., p. 91.
10 Geberovich, F., op. cit., p.156.
11 Ibid., pp. 156-157.

21
2. LA SITUACIÓN ANALÍTICA

El psicoanálisis es una modalidad de psicoterapia que


crea las condiciones para que surja en el sujeto, en el
analizante, el discurso inconsciente. Recurriendo al diván
y a la libre asociación de ideas, el psicoanálisis promueve
la palabra plena; es decir, busca que la palabra acoja, en
la materialidad fonética de su enunciación, la marca
significante del deseo inconsciente.
Siendo la tranferencia una condición fundamental del
tratamiento analítico, ¿qué relación existe entre la
transferencia y la situación analítica? Freud afirmó que
la transferencia es descubierta y no creada por el psi-
coanálisis. “El tratamiento psicoanalítico no crea la
transferencia; se limita a descubrirla como descubre otras
tantas cosas ocultas de la vida psíquica”.1 El amor de
transferencia —a su juicio— es el resultado de la repeti-
ción de reacciones previas del individuo: “[...]el mismo no
presenta ni un solo rasgo nuevo nacido de la situación
actual, sino que se compone, en su totalidad, de repeticio-
nes y ecos de reacciones anteriores e incluso infanti-
les[...]”.2
En las Lecciones introductorias al psicoanálisis,
Freud destacó la espontaneidad de la transferencia: “Tra-
taríase, pues, de una transferencia de sentimientos sobre
la persona del médico, pues no creemos que la situación
creada por el tratamiento pueda justificar la génesis de
los mismos. Sospechamos más bien que toda esta disposi-
ción afectiva tiene un origen distinto; esto es, que existía
en el enfermo en estado latente y ha sufrido una trans-
ferencia sobre la persona del médico con ocasión del
tratamiento analítico”.3
Existe, sin embargo, una referencia de Freud de la
cual se infiere que el amor de transferencia es inducido
por la situación analítica: “[...]el enamoramiento de la
sujeto4 depende exclusivamente de la situación psico-
analítica y no puede ser atribuido en modo alguno a sus
propios atractivos personales [los del analista], por lo
cual no tiene el menor derecho a envanecerse de aquella
‘conquista’, según se la denominaría fuera del análisis”.5
La creencia en la espontaneidad de las reacciones del
analizante es sistemáticamente criticada por Ida Macal-
pine: “No puede sustentarse por más tiempo que las
reacciones del analizante en el análisis ocurren espon-
táneamente. Su conducta es una respuesta al encuadre
rígido e infantil al cual es expuesto”.6 En el psicoanálisis,
la libido es movilizada y concentrada en la situación
analítica.
La técnica analítica crea —según Macalpine— una
situación infantil, a la que el analizante tiene que adap-
tarse mediante la regresión. A la privación de la relación
de objeto, el paciente responde reduciendo las funciones
conscientes del ego y sometiéndose al principio del placer.
Siguiendo sus libres asociaciones, asume reacciones y
actitudes infantiles.7

23
La situación analítica, definida por toda una serie de
factores, ejerce una influencia sobre el paciente, quien es
sometido a un contexto rígido, mediante la técnica analí-
tica. Los factores de la situación analítica que favorecen
la regresión son: 1. El encuadre analítico o conjunto de
elementos que conciernen a lo más formal o externo de la
situación: postura acostada, rutina de las sesiones,
reducción de la tensión, entre otros. 2. El tipo de discurso
que se demanda y que se oferta: se demanda la aplicación
de la regla fundamental, y se da como respuesta la
interpretación. 3. Los elementos frustratorios: se impide
al analizante ver al analista; y al analista, dar consejos al
paciente.
En la situación analítica, la restricción del mundo
exterior, la constancia y la uniformidad del medio, así
como la relajación corporal, favorecen el registro fantas-
mático. El analizante es sometido a un encuadre infantil;
y la inmutabilidad de un medio fundamentalmente pa-
sivo, lo obliga a adaptarse, es decir, a regresar a niveles
infantiles. Freud sostuvo que las personas se neurotizan
cuando les es negada la satisfacción de su libido. El creyó
que los síntomas eran sustitutos actuales de la satisfac-
ción faltante. Ahora bien, si la frustración de las grati-
ficaciones desencadena la neurosis en la vida real, el en-
cuadre infantil y frustrante, propio de la situación
analítica, determina —según Macalpine— que el anali-
zante responda regresivamente y desarrolle una neurosis
de transferencia.8
Aunque la idea del rol positivo de la situación analí-
tica fue ponderada por Jung, Karen Horney, Alexander, e
incluso el mismo Freud, fue Ida Macalpine quien la des-
arrolló en forma rigurosa. Lacan, refiriéndose a la posi-
ción de Macalpine, afirma que, si bien es cierto que la
transferencia es un producto de la situación analítica, esa

24
situación no crea el fenómeno. Para que se produzca la
transferencia, hace falta que, fuera de la situación analí-
tica, existan posibilidades a las que dicha situación
confiera una composición particular. Fuera de la situa-
ción analítica, puede darse la transferencia.9
Ida Macalpine es determinista. La transferencia es —
según ella— inducida. Se trata de un estado provocado
por la técnica analítica. Las frustraciones que esta téc-
nica impone determinan una regresión, un estado infan-
til. La regresión conduce a la neurosis de transferencia
cuando el conflicto neurótico se centra en la situación
analítica, y los síntomas se organizan en torno a la
relación con el analista. La neurosis de transferencia es
el apogeo de la transferencia.
Sin embargo, como señala Neyraut, la transferencia
no es esa regresión, ni tampoco es un estado o una reali-
dad. La transferencia debe distinguirse del conjunto de la
situación analítica; ella es correlativa a la regresión, pero
no debe confundirse con ella.10
En el análisis, la introducción de las reglas al inicio
del tratamiento forma parte de la cura, y se corresponde
con la estructuración del campo mismo. Las reglas no son
dictadas una vez para siempre. Freud prefiere enunciar-
las a título de “consejos” que no exigen una estricta obe-
diencia. La técnica debe ser elástica, para poder adap-
tarse a la diversidad de las constelaciones psíquicas.
La instauración de la situación analítica requiere la
determinación progresiva de un espacio pulsional. Lo que
determina ese espacio son las reglas del análisis: la regla
fundamental y otras prescripciones. Las reglas, incluso
las no formuladas, se desarrollan y se precisan poco a
poco. Pero lo que es esencial, es la actitud interior y exte-
rior del analista.

25
En la situación analítica, el terapeuta ocupa esa posi-
ción de extranjero íntimo, que es la condición necesaria
para el establecimiento de la asimetría. Por su parte, la
situación analítica se preserva gracias a sus caracteres de
asimetría. Esos caracteres son los siguientes:11
1. El analizante demanda un cambio. El espera del
analista que le permita apropiarse de un conocimiento
sobre su realidad psíquica, para recuperar la capacidad
de gozar, tanto en el registro sexual como en el registro
del pensamiento. El analista, por su parte, inviste el
proyecto analítico, motivado por una respuesta concer-
niente a la verdad de un discurso teórico que incluye la
teoría identificatoria que le permite el conocimiento de sí.
2. Para el analizante, la preservación de la resistencia
puede convertirse en una fuente de placer. Para el
analista, la resistencia del paciente es fuente de displa-
cer, en la medida en que confronta al terapeuta con la
impotencia. El analizante puede experimentar con sufri-
miento, angustia y temor, la agresividad que él siente y
expresa al analista. Por su parte, el analista puede escu-
char con placer el que el analizante haya tomado
conciencia de una agresividad reprimida.
3. Cuando el analizante experimenta el rechazo del
analista a responder al amor de transferencia, puede
transformar la relación transferencial en una relación
pasional, haciendo del analista y del análisis el objeto de
su pasión. La regularidad de las sesiones, así como su
estabilidad, favorece que ciertos pacientes alcancen un
estado de satisfacción en relación con el analista. Ese es-
tado suele acompañarse por momentos agudos de sufri-
miento, cuando el analizante no puede dejar de entrever
que el placer que experimenta implica una alienación al
pensamiento y al deseo supuestos de otro.

26
El analista ocupa un lugar que reactiva el recuerdo de
algo vivido en el pasado lejano, con el primer objeto de un
amor pasional. Sin embargo, el terapeuta, mediante su
atención y su interpretación, debe sostener activamente
el proyecto del análisis, ayudando al analizante a opo-
nerse a la tentación de su propia alienación con respecto
al pensamiento y al deseo del otro. Si, por el contrario, el
analista no desempeña ese rol de rechazo, la asimetría
deviene abusiva.
El análisis de la relación transferencial pone de mani-
fiesto la existencia de experiencias psíquicas, no
equivalentes en cuanto a la causa y a la intensidad de la
vivencia afectiva que suscitan en el analista y en el
analizante. Cuando esas experiencias psíquicas son para
uno fuente de placer; y, para el otro, fuente de displacer,
podemos calificarlas de asimétricas. También se habla de
asimetría cuando las fuerzas psíquicas del analizante y
las del analista persiguen objetivos opuestos.
La relación transferencial presenta caracteres de no-
equivalencia. Estos son los siguientes:12
1. Al amor de transferencia no debe responder un
amor contratransferencial.
2. Las reacciones, experiencias y pensamientos del
analista durante las sesiones, aunque vayan acompaña-
dos de sentimientos positivos o negativos, no responden a
las mismas causas que las vivencias del analizante. El
sufrimiento que puede provocar la transferencia y que el
analizante puede imputar al analista, no tiene equivalen-
cia en las reacciones emotivas del analista ante las
resistencias del analizante.
3. Las reglas que se impone el analista son menos
restrictivas que las reglas que él impone al analizante. El
paciente debe tenerle confianza al analista sin tener
pruebas de ello.

27
4. Mientras el analista conoce de antemano los efectos
que producirá la aplicación del contrato terapéutico, en
razón de su conocimiento y de su experiencia del análisis
didáctico, el analizante desconoce las implicaciones y
consecuencias del análisis. Es al vivir su propio análisis,
que él podrá darse cuenta del sacrificio que conlleva la
adquisición de un conocimiento interiorizado.
5. En el registro de los placeres, tampoco existe una
equivalencia entre lo que experimenta el analizante y lo
que vive el analista. El goce del analizante ante una acti-
tud o una interpretación del analista es de una calidad
diferente al placer que experimenta el analista ante la
confirmación de una interpretación o ante un cambio de
conducta favorable en el paciente.
6. El éxito o el fracaso del análisis no redunda de
igual modo, ni representa lo mismo para el analista y
para el analizante.
Los puntos de no-equivalencia en las vivencias de los
dos partenaires del proceso analítico se refieren a una no-
equivalencia en el saber, el placer y el sufrimiento. Se
trata de una diferencia en las emociones vividas.
La situación analítica es asimétrica porque el anali-
zante habla y el analista escucha. Sin embargo, en el
momento de la interpretación, la situación se invierte
porque es el analista quien habla. Y cuando el analizante
interrumpe la palabra del analista, ya sea para objetar o
para continuar con sus asociaciones, se pone de mani-
fiesto que el pensamiento contratransferencial desea ser
escuchado. Es preferible que esto no ocurra; y, de ser así,
callar y dejar hablar al paciente.
Al considerar la transferencia y la contratransferen-
cia como inseparablemente ligadas, dialécticamente arti-
culadas, debemos concebir la situación analítica como
una entidad energética, y no como una yuxtaposición de

28
mónadas. El movimiento y la repartición de la energía
dependen del principio del placer. Los sentimientos de
placer y de displacer circulan entre el analista y su
paciente incesantemente. La situación analítica favorece
la transferencia, y la relación transferencia-contratrans-
ferencia crea el espacio analítico, propio de cada pareja
analizante-analista.
La manifestación de la transferencia en el psicoanáli-
sis conlleva la articulación de la situación analítica con
los acontecimientos traumáticos precedentes de la vida
del sujeto. El fantasma transferencial es una reconstitu-
ción artificial de las condiciones de la seducción
originaria, que hace su aparición en las circunstancias
particulares en que se da la cura analítica. La posición
acostada del analizante, así como la presencia invisible y
el silencio del analista, son características de la situación
analítica que evocan situaciones de la primera infancia.
En la situación analítica, el paciente no ve el rostro
del terapeuta. Se evita el encuentro: “[...]uno cierra los
ojos para verse mejor, mientras el otro lo hace para ‘ver’
mejor al paciente: extraños caminos de la sublimación del
voyeurismo y del exhibicionismo, en beneficio de un co-
nocimiento operante”.13 El análisis requiere de un
encuadre específico que excluye la formación y el
desarrollo de un vínculo interpersonal habitual. Se evita
metódicamente el encuentro ordinario, para promover el
encuentro entre el analizante y su inconsciente. La
técnica analítica crea las condiciones para un no-encuen-
tro, a pesar de que el paciente dirige al analista una
demanda, una demanda de amor.
La situación analítica implica la instauración de una
escena —diferente a la que conlleva el encuentro frente a
frente—, en la que el paciente puede advenir en cuanto
sujeto de su deseo. En el momento en que Freud instaura

29
esa otra escena, renuncia al cuerpo a cuerpo con la
histérica. Evitando ver a la histérica de frente, “uno se
expone a devenir el objeto mismo de su mirada”.14 Se
trata de una escena primaria invertida.
La exclusión del ver no es para Freud absoluta y
recíproca. El analista rechaza ser visto, pero no se priva
de ver. De hecho, Freud utiliza lo que ve en el análisis; y
Laplanche considera que el analista no debe privarse de
los signos no-verbales.
Para garantizar el espacio analítico y la libertad de
palabra necesarios para el análisis, es conveniente evitar
las relaciones sociales estrechas y la amistad. El análisis
solo posible cuando se mantiene una distancia con res-
pecto a la realidad. Solo así pueden desplegarse la asocia-
ción libre y la atención parejamente flotante. De lo
contrario, pesa otro discurso que impone al análisis sus
propias cadenas significantes y sus censuras.
Es necesario entrevistar algunas veces al paciente,
antes de invitarlo a someterse a la situación analítica.
Debe evaluarse si el paciente puede soportar u obtener
beneficio de esa situación. El encuadre debe favorecer la
aparición de la angustia, sin que eso se lleve al extremo.
Tampoco debe convertirse la sesión en un momento de
relajación. El encuadre analítico conlleva suficiente frus-
tración como para que la angustia se ligue al tiempo del
análisis.
El silencio es una de las actitudes características del
analista. J. Laplanche se refiere a los “rechazos del ana-
lista” como condición indispensable para la existencia de
la transferencia.15 Fédida, por su parte, dice: “No respon-
der no es simplemente evitar el diálogo ‘que somete’ (R.
Barthes) o incluso mantener despierto el fantasma de la
curiosidad infantil implícito en las preguntas planteadas
al padre; es exigir del lenguaje el rechazo de la familiari-

30
dad de la palabra, para llevarla al vacío que le permita
oírse a ella misma”.16 El silencio aumenta la autoridad y
el prestigio del analista. Pero él sólo debe emplear la
autoridad que le confiere la situación, en beneficio del
análisis. La discreción del analista se justifica porque él
no sabe lo que su palabra puede incitar en el inconsciente
del analizante. Sin embargo, él tampoco sabe cuál será el
efecto de su silencio, porque el silencio no es en sí mismo
neutro.
Durante la sesión analítica, el analizante se encuen-
tra acostado sobre el diván, con la mirada delante de sí, y
apartado del analista, quien permanece la mayor parte
del tiempo silencioso. Ese dispositivo, considerado artifi-
cial, tiene por objeto favorecer la libre asociación,
sustrayendo al paciente de la mirada de su interlocutor.
La sesión analítica transcurre durante un tiempo y en
un espacio definidos, en un ambiente de libertad: la pala-
bra se sustrae a las reglas y a las obligaciones de la vida
cotidiana. No se incita al analizante a desplazar esa
libertad hacia el mundo exterior. El analista escucha la
mayor parte del tiempo; y, si interviene, es sobre lo que
ha sido dicho. El no interpreta los comportamientos, a
menos que el paciente hable de ellos. El analista no toma
información externa de su paciente, y, si la recibe, trata
de hacer abstracción de ella.
El psicoanálisis descansa en la actitud del analista y
en la red de significantes en los que se inscribe el deseo
del sujeto. Gracias a la regla fundamental, Freud ofrece
un encuadre a la relación terapéutica para que la trans-
ferencia se convierta en el soporte determinante del
cambio. La transferencia y la asociación libre son las
condiciones básicas del trabajo analítico.

31
____________________
1 Freud, S., Análisis fragmentario de una histeria, Obras Comple-
tas, tomo I, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 999.
2 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, Obras
Completas, tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 1694.
3 Freud, S., Lecciones introductorias al psicoanálisis, Obras
Completas, tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 2398.
4 El amor de transferencia se puede dar también entre un
analizante y una analista, e incluso entre sujetos del mismo sexo.
5 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op. cit.,
p. 1690.
6 Macalpine, Ida, The development of the transference, en
“Essential papers on transfe-rence”, New York y London, editado
por Aaron H. Esman, New York University Press, 1990, p. 209.
7 Macalpine, Ida, op. cit., p. 205.
8 Ibid., pp. 207-208.
9 Lacan, J., Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 114.
10 Neyraut, Michel, Le transfert. Etude psychanalytique, Paris,
P.U.F., 1974, p. 221.
11 Aulagnier, Piera, Les destins du plaisir. Aliénation-amour-
passion, Paris, P.U.F., 1979, pp. 219-222.
12 Aulagnier, Piera, op. cit., pp. 216-217.
13 David, Christian, La bisexualité psychique. Essais psychana-
lytiques, Paris, Payot, 1992, p. 357.
14 Assoun, Paul-Laurent, “Freud et la femme”, Saint-Amand,
Editions Calmann-Lévy, 1993, p. 71.
15 Laplanche, Jean, Problématiques V. Le baquet. Transcendance du
transfert, Paris, P.U.F., 1987, pp. 289-292.
16 Fédida, Pierre, Crise et contre-transfert, Paris, P.U.F., 1992, p.16.

32
3. LA REGLA FUNDAMENTAL

La regla fundamental estructura la situación analí-


tica, estableciendo como principio el método de la asocia-
ción libre, que consiste en expresar, sin discriminación y
sin el control de una intención selectiva, todos los pen-
samientos que vienen a la mente.
Freud descubrió la asociación libre entre 1892 y 1898.
El observó que en el paciente emergían ideas que se
mantenían alejadas de la comunicación, e incluso de la
conciencia, en virtud de ciertas objeciones que el anali-
zante se hacía a sí mismo.
El sujeto invitado a aplicar la regla fundamental debe
asociar libremente lo que piensa y siente, y comunicarlo
sin omitir nada, aunque le resulte desagradable, ridículo,
inoportuno o carente de interés. El paciente, en la medida
en que se somete a la regla fundamental, empieza a
decirlo todo, limitándose a hablar. Sus pensamientos y
emociones, recuerdos e impresiones corporales, se canali-
zan a través del lenguaje. De ese modo, la relación entre
el analista y el analizante se establece esencialmente
mediante la palabra.
La regla fundamental, junto a otras condiciones como
la neutralidad del analista, conduce al analizante a for-
mular sus demandas; y, en la medida en que el espacio
analítico se instaura progresivamente, se convierte en un
lugar cuasi único de lo sexual.
A partir del momento en que Freud descubre la
asociación libre, limita las entrevistas preliminares a una
o dos, las necesarias para establecer si el paciente carece
de psicosis, si tiene capacidad de verbalizar, o si padece
de un sufrimiento suficiente como para persistir en el
esfuerzo que el análisis exige.
El método de la asociación libre requiere de un cierto
número de sesiones a la semana para instaurarse. Freud
y los analistas ingleses, en su mayoría, recomiendan sos-
tener cinco sesiones semanales. Muchos otros consideran
que tres sesiones son suficientes, por lo menos durante
los primeros años. El ritmo y la duración de las sesiones
forman parte del dispositivo analítico.
Al asociar libremente, el analizante dice lo que le
llega a la mente y lo que siente, sin elegir, sin privilegiar
lo que le place o lo que satisface su amor propio. No debe
callar lo que le resulta doloroso o vergonzoso. El anali-
zante será llevado a expresar pensamientos, deseos o sen-
timientos que él desaprueba. Por otra parte, el hecho de
confesar odios y deseos secretos puede intensificarlos, por
lo menos durante cierto tiempo. El analizante puede
llegar a sentirse decepcionado con respecto a la idea que
él tenía de sí mismo.
La regla fundamental solo obliga a perseguir las
cadenas de asociaciones. Es un imperativo, cuyo objetivo
es favorecer la manifestación del inconsciente. Sin em-
bargo, el “decirlo todo” puede convertirse en una objeción
y en una resistencia. Es imposible decirlo todo simul-

34
táneamente, cuando diferentes ideas surgen al mismo
tiempo.
El paciente debe decir todo lo que le llega a la mente,
de la manera más directa posible. El analista, después de
las entrevistas preliminares, invita explícitamente al pa-
ciente a acostarse en el diván, posición que favorece la
asociación libre. La suspensión de la acción, mientras el
analizante está sobre el diván, favorece la expresión ver-
bal.
La asociación libre exige la renuncia a la voluntad de
comprender y a la propensión a descargar las pulsiones
mediante actos. Es necesario que el analizante experi-
mente el goce narcisista de descubrir, progresivamente,
los encadenamientos de representaciones afectivas y pul-
sionales. Ese descubrimiento no es el resultado de un
retorno reflexivo sobre sí mismo, de construcciones teóri-
cas o de una introspección deliberada. Se realiza por el
acto de decir, de un decir que se deja sorprender a través
de sus concatenaciones imprevisibles, y se orienta hacia
encrucijadas de representaciones afectivas en las que se
definirán nuevas direcciones de sentido.
La atención del analista le permite descubrir extra-
ños deslizamientos de las palabras del analizante; desli-
zamientos que ponen de manifiesto enlaces entre ideas
particulares, individuales, que motivan cambios a nivel
de las referencias teóricas, que pretenden dar cuenta de
lo escuchado.
El psicoanalista propone al sujeto asociar libremente,
lo que lo compromete con lo imprevisible. Hay elementos
del sentido que se le escapan. El sujeto no escucha todo lo
que él significa en su decir. La palabra libremente aso-
ciada resulta insólita, tanto para el paciente como para la
lógica del sentido común.

35
El escepticismo del paciente en relación a la eficacia
de un tratamiento basado en la asociación libre, no
resulta sorprendente. Por el contrario, tratándose de un
decir no habitual, que al principio parece no llevar a nin-
guna parte, confiar en el tratamiento sería más
sorprendente. Muchos analistas también se sorprenden
del procedimiento que ponen en marcha cuando inician
una cura. La técnica analítica no parece una técnica. Es
necesaria la experiencia personal de la asociación libre
para no permanecer ajeno al proceso analítico, y recono-
cer la eficacia de la regla técnica.
La virtud terapéutica de la asociación libre no es el
resultado de la intelección de un vínculo causal entre
reminiscencias patógenas y síntomas, es decir, de una
toma de conciencia. La terapia mediante la asociación
libre no se realiza por esa descarga bruta, directa e
inmediata de la tensión. La transformación de las repre-
sentaciones pulsionales requiere que el proceso desembo-
que sobre una palabra.
El analista plantea la prohibición de actuar, de pasar
al acto, en el marco del análisis. El analista da a entender
al analizante que cualquier acto de seducción o de ven-
ganza pondría fin al contrato implícito que los relaciona.
El principio de decirlo todo sin pasar al acto en relación al
analista, equivale a renunciar a la satisfacción efectiva de
las pulsiones agresivas y libidinales. El objetivo de esto es
crear un dispositivo para que las pulsiones y las angus-
tias apremiantes por su contenido puedan verbalizarse
en lugar de pasar al acto.
Los actos impulsivos del analizante que están deter-
minados por ideas emergentes en el curso del análisis,
son tentativas inconscientes por mantener esas ideas
fuera del libre juego de las asociaciones y de la palabra.

36
El analista deberá invitar al analizante a hablar con
respecto a esos acting-out, para descubrir su sentido.
El analista le pide al paciente que, en un primer
tiempo, se abstenga de toda decisión importante que
comprometa su vida. Esto así, porque representaciones
pasajeras de deseo, influidas por el análisis y todavía no
dilucidadas, pueden orientar esas opciones.
El analista —según Freud— debe renunciar a toda
presunción pedagógica. El terapeuta no debe desear
hacer el bien al analizante, formarlo y orientarlo según
sus convicciones. El analista no se presenta ante el pa-
ciente como un modelo. El no habla de sí mismo para
informar a su paciente cómo él resuelve sus problemas
personales.
Según Freud, el psiquismo humano funciona según
un principio esencial de asociación, de conformidad con
leyes psicológicas y no neurofisiológicas, sin negar la in-
fluencia evidente de los procesos biológicos. Esa concep-
ción fue tomada a los asociacionistas, quienes sostenían
que las representaciones mentales estaban relacionadas
por vínculos asociativos. El término “asociación” designa
toda ligazón entre dos o más elementos psíquicos. La
serie constituye una cadena asociativa. Junto al empi-
rismo filosófico de J. S. Mill, conviene destacar la
influencia de la psicología de J. F. Herbart. Freud retoma
tres ideas directrices de la psicología de las asociaciones:
a) el psiquismo está compuesto por enlaces entre
unidades discontinuas; b) ciertas fuerzas eliminan de la
conciencia algunas de las unidades discontinuas; c) un
nuevo vínculo puede ser creado entre las representacio-
nes eliminadas de la conciencia y el sistema del lenguaje.
Esos tres principios asociacionistas sirven como funda-
mento teórico de la técnica de la asociación libre.

37
Con el descubrimiento del psicoanálisis, se estima
que la idea que se le ocurre al individuo en forma aislada
remite consciente o inconscientemente a otros elementos.
Se descubren series asociativas que se entrelazan for-
mando redes en las que se encuentran “puntos nodales”
donde se juntan varias de ellas. Las asociaciones
corresponden a una organización compleja de la memo-
ria, semejante a archivos ordenados según distintos
criterios de clasificación. Esta organización en sistemas
se caracteriza por la existencia de “grupos psíquicos
separados”, es decir, complejos de representaciones apar-
tados del curso asociativo. Según Freud, en estos casos se
da una escisión dentro del psiquismo.
Lo que plantea un problema es el determinismo de las
asociaciones y la libertad de la expresión verbal. Aunque
no es absolutamente libre, la palabra —que opera me-
diante el funcionamiento regulado del aparato psíquico—
produce su propio sentido, y, por esa razón, tiene una
eficacia terapéutica. Este problema esencial plantea una
dificultad teórica mayor, considerada por Freud —
aunque no resuelta—, pero descuidada por muchos post-
freudianos, quienes prefieren favorecer el análisis de los
sentimientos transferenciales.
Freud crea el psicoanálisis cuando sustituye la hipno-
sis por la asociación libre. Sin embargo, los postfreudia-
nos no le conceden mucha importancia a la palabra
libremente asociada. Lo que se privilegia es el análisis de
la transferencia. La asociación libre suministra los signos
que expresan en forma enmascarada la transferencia, y
el analista trabaja directamente esos sentimientos trans-
ferenciales.
Lacan critica el análisis orientado exclusivamente
sobre la transferencia, y destaca el rol fundamental de la
asociación libre, tanto en la práctica como en la teoría

38
analítica. En ese sentido, conviene presentar una concep-
ción lacaniana de la experiencia analítica, tal y como ha
sido articulada por uno de sus representantes.
La experiencia psicoanalítica, según J. D. Nasio, es
un acontecimiento que el analista espera: la discordancia
del relato del paciente, es decir, las rupturas, los olvidos y
las vacilaciones. El psicoanálisis opera exclusivamente
mediante la palabra, pero se trata de una palabra que-
brada y vacilante, que tropieza y desfallece. La experien-
cia psicoanalítica es un acontecimiento, y, en cuanto tal,
implica la existencia de un sufrimiento. En efecto, esa
palabra quebrada afecta al cuerpo; y el objeto del psi-
coanálisis es el ser que habla y que goza. La experiencia
analítica se define por el encuentro de una palabra des-
falleciente y un cuerpo que goza.1
La ruptura del relato del paciente asume la forma de
un olvido (laguna) o de un lapsus (una palabra en exceso
ocupa el lugar de otra), y se denomina “dicho”. El dicho se
escapa. El sujeto dice sin saber lo que dice; se equivoca
hablando o dice más de lo que él querría. El dicho se
impone al sujeto como algo que no procede de él, y cuyo
sentido se le escapa. “El sujeto dice más de lo que quiere
y no reconoce todo lo que dice. El dicho llega sin su volun-
tad y desaparece sin ser, en fin, aprehendido. Es como si
el ser hablante no fuera, en el momento del aconteci-
miento, más que lugar de pasaje, travesía de un dicho del
que él no es ni el autor ni el destinatario”.2
En la sesión de análisis, el dicho del paciente es una
verdad; es la manifestación de un deseo desconocido para
el paciente. Ese deseo lo afecta a nivel del cuerpo, como
una vergüenza, como una risa; es decir, como eso que el
psicoanálisis llama goce, aun cuando se trate de un
sufrimiento. La verdad del dicho es parcial, una verdad
tan solo dicha a medias, pero capaz de emocionar y de

39
reclamar una explicación cuyo sentido se escapa. “Porque
ese dicho tan torpe y a la vez tan pertinente no tiene
sentido último”.3
En realidad, el dicho tiene dos aspectos: uno como
significante y otro como signo. En cuanto signo, convoca a
su desciframiento. Es en relación a ese aspecto que se
forjan las suposiciones y se instituye el sujeto-supuesto-
saber. El dicho intempestivo es pertinente. Aparece cuan-
do hace falta y donde hace falta. Su valor radica en su
significancia. Esto significa que el dicho es sobre todo un
significante: no significa nada para nadie —el signo
significa algo para alguien—; no dice nada ni quiere decir
nada; no se dirige a nadie; no es ni explicable ni inex-
plicable. Además, el dicho como significante cuenta como
uno entre otros dichos no pronunciados, virtuales. Esto
así, porque el significante es a condición de articularse
con otros significantes. Esa conexión asegura un orden
exterior y autónomo respecto de toda intención. El signifi-
cante no admite traducción ni espera por un descifra-
miento. Él es significante para otros significantes.
Los significantes se ordenan dentro de su diferencia.
La red de los significantes se organiza en virtud de leyes
que explican la aparición de un dicho pertinente, llámese
sueño, acto fallido, lapsus o síntoma. “Es como si los
decires otros supieran qué orientación tomar para que
uno de ellos, llegado el momento, atraviese al sujeto y
produzca acontecimiento. He ahí precisamente la idea
rectora que ha conducido a tratar al inconsciente de
‘saber’ ”.4 La red significante es un saber,y los significan-
tes saben hacer aparecer el dicho preciso en el momento
preciso. El inconsciente es la relación entre el dicho y la
red de los otros significantes. “Si el sujeto no sabe el al-
cance del acto de decir, el decir, por su parte, parece sa-
ber. ¿Saber qué? Saber en qué momento y por referencia

40
a qué otras palabras situarse, saber aparecer como una
ruptura del enunciado y provocar un efecto de sorpresa,
de risa o de estupefacción”.5
El inconsciente —esa relación entre el dicho y los
otros significantes— está estructurado como un lenguaje;
constituye un conjunto de elementos discretos, organi-
zado según cierta lógica. Los significantes se organizan y
sus desplazamientos obedecen a leyes que J. Lacan estu-
dió desde perspectivas diferentes (la lingüística, la lógica
proposicional, la logística de Frege, la axiomática de
Peano, la topología combinatoria y la teoría de los nudos).
Esto conduce a considerar que las formaciones psíquicas
se reducen a una relación matricial de dos términos, el
Uno (S1) y los otros (S2). En ese sentido, el inconsciente
es la relación de un significante con otros significantes. El
primer significante se llama “dicho”, aparece aislado en el
relato del analizante, es numerable como Uno y se deno-
mina S1. Los otros significantes no son acotables, su
número es infinito, se ordenan y se denominan S2.
El inconsciente, según la teoría del par significante,
consiste en la relación de un significante (S1) con otros
(S2). Con esta teoría, el principio del inconsciente es-
tructurado como un lenguaje adquiere precisión. El in-
consciente consiste en una relación no estática, ya que los
significantes otros se desplazan encadenados y ocupan
por turno la posición del UNO. El desplazamiento de los
significantes otros encadenados se identifica con la meto-
nimia; y la sustitución, con la metáfora. Esta sustitución
se caracteriza porque el último elemento que alcanzó la
posición del Uno no la abandona para dejársela a otro
significante. Uno se superpone al otro, se sobreimprimen
y se condensan, hasta constituir un significante nuevo,
que aparece en el relato y produce acontecimiento, pero

41
que no forma parte del conjunto. Este significante nuevo
constituye el límite del conjunto de significantes.
El inconsciente existe en el acontecimiento mismo;
por ejemplo, en el lapsus. Antes del acontecimiento, el
inconsciente no permanece latente, ni después del acon-
tecimiento se conserva una huella que pueda identifi-
carse con él. El inconsciente se abre en el momento en
que ocurre el acontecimiento, y existe como la actualiza-
ción en un acontecimiento (S1) del conjunto potencial de
significantes (S2).
Ni el acontecimiento (S1) ni la red significante que le
está adscrita (S2) pertenecen al paciente, aun cuando los
acontecimientos se reconozcan en el relato del paciente.
Cuando esto último ocurre, el analizante es el portavoz de
un dicho del que no es el autor. Tampoco la red de sig-
nificantes que concurre en ese dicho está encerrada en el
paciente. El inconsciente no pertenece ni al analizante ni
al analista. El inconsciente no es individual ni subjetivo.
No hay un inconsciente del analizante y otro del analista.
En la relación analítica solo existe un inconsciente, que,
cuando se abre en el momento de aparición del aconteci-
miento, borra las diferencias entre el analizante y el
analista, y sella su vínculo.
El dicho cuenta como uno entre otros dichos virtuales.
Pero esos dichos no efectivos pueden actualizarse en uno
u otro de los dos participantes del análisis. Los significan-
tes circulan entre los sujetos del análisis. La verdad pue-
de ser dicha por el analizante o por el analista. La verdad
se identifica con S1 y el saber con S2. Mejor aun, si la
verdad es un lugar, el saber es una cadena. Lacan llama
saber al inconsciente. Esto así, porque el dicho surge a
propósito y oportunamente; porque es un significante que
sale como límite, que ex-siste, y se relaciona con los

42
demás significantes (S2), los cuales saben encadenarse a
la buena distancia.6
Según A. Vergote, algunos psicoanalistas son defenso-
res del significante, y acorralan el inconsciente en la
materialidad misma de la palabra, en la letra. Esto
conduce al analizante a complacerse en una especie de
juego de construcción con las palabras. Ese placer se
matiza gracias a la manipulación de hipótesis sobre la
naturaleza del inconsciente. El inconsciente, de acuerdo
con este autor, no se organiza según el proceso secunda-
rio que instaura el lenguaje. Sus retoños pueden ligarse a
la trama del lenguaje, según las posibilidades que ofrecen
las impresiones perceptivas y afectivas.7
Freud reconoce tres tipos de asociaciones que cons-
tituyen verdaderas rupturas con respecto a las leyes
normales del enlace asociativo. En los encadenamientos
conscientes que despliega el discurso del sujeto en la
situación analítica, emergen ciertos pensamientos o ele-
mentos discursivos que no tienen un vínculo perceptible
con lo que ha sido dicho. Se trata de ideas que proceden
de otro lugar, que llegan al espíritu de repente, sin un
vínculo inmediatamente inteligible. El analista atento
reconoce ahí la expresión de una representación incons-
ciente.
En un segundo tipo de ruptura, el analista se da
cuenta de que, después de cierto tiempo dejándose llevar
por el principio de los enlaces asociativos, ciertas ideas
adventicias, diseminadas como al azar en el discurso del
analizante, forman de hecho una red subterránea com-
pleja. Algunas interpretaciones del analista tienen por
objeto enlazar esos elementos; y, si hay toma de
conciencia, es en el sentido de una reconstitución de los
enlaces asociativos subyacentes. Si un elemento esencial
falta y, por estimarse reprimido, no se manifiesta, el

43
analista puede llevar a cabo la construcción en el análi-
sis. Conviene proceder con prudencia al construir en el
análisis, porque las intervenciones de ese género conlle-
van el riesgo de desviar la palabra libre hacia una
búsqueda obsesiva de recuerdos o de conjuntos de ideas
que, se supone, explicarían la patología.
En el tercer tipo de ruptura, se produce un desplaza-
miento de la carga afectiva suprimida de la representa-
ción originaria. La carga afectiva se vincula con una re-
presentación que la conciencia puede aceptar sin mucha
angustia. Una pregunta del analista puede estimular la
asociación libre, hasta el punto de que el sujeto
suministra detalles que conducen a la percepción del des-
plazamiento.
Aun cuando algunos pacientes esperan descubrir
mediante el análisis recuerdos ignorados, o reclaman que
el recuerdo no provoca un cambio, estas objeciones no
deben conllevar respuesta alguna de parte del analista.
El analizante puede esperar encontrar el recuerdo de una
experiencia traumática que daría la clave de su padeci-
miento. Sin embargo, esas reminiscencias son raras. El
trabajo usualmente se realiza en forma progresiva, entre
las imaginaciones de los deseos, los relatos de las ex-
periencias actuales y el surgimiento en la conciencia de
ciertos recuerdos, cuya significación afectiva y pulsional
se pone de manifiesto.
Las diversas formas de patología encuentran difi-
cultades específicas con respecto al cumplimiento de la
regla de la asociación libre.8 En ese sentido, el neurótico
depresivo e hipocondríaco habla obstinadamente de sus
sufrimientos corporales. Él describirá sus síntomas mi-
nuciosamente. Si el analista se limita a escuchar, no su-
cederá nada; y el analizante se angustiará cada vez más,
y caerá en una depresión más grave. Solo las intervencio-

44
nes del analista, procurando la ocasión favorable para
hacer hablar al analizante de cosas aparentemente sin
importancia, podrán descentrar al paciente de sus sínto-
mas sobreinvestidos; y, de ese modo, el sujeto será puesto
en la vía de la asociación libre.
El histérico tiene tendencia a pasar al acto, de un
modo agresivo o eróticamente seductor. Esta patología
requiere de una gran firmeza de parte del analista, y a
veces exige la observación de que el análisis es un trabajo
definido por la regla fundamental. Cualquier debilidad
del analista, incapaz de imponer la ley de renuncia que
está en la base de la cura, intensificará la demanda
libidinal transferencial. El decir en lugar del actuar
puede traer problemas en el análisis del histérico. El
menor desfallecimiento puede comprometer el análisis;
por ejemplo, no exigir el pago de una sesión a la que se
faltó sin motivos apremiantes, o acceder al reclamo de
tener una sesión suplementaria. Por otra parte, si el ana-
lista responde a las provocaciones agresivas con agresivi-
dad, instalará un intercambio sadomasoquista que
redoblará la patología histérica. El analista debe estar
vigilante para no dejarse llevar por las estrategias in-
conscientes del paciente.
El obsesivo presenta como dificultad la voluntad de
comprender a cualquier precio. Su táctica consiste en
invocar conceptos generales y en racionalizar. Esta ten-
dencia, motivada por el narcisismo del saber, llevará al
obsesivo a discutir las intervenciones del analista y a
escudriñar las palabras pronunciadas por él. El analista
deberá abstenerse de discutir, así como también deberá
soportar la agresividad implícita en los cuestionamientos.
Sin embargo, tampoco deberá caer en el silencio defen-
sivo. Su firmeza debe conllevar una flexibilidad, que le
permita mantener una actitud relajada, así como inven-

45
tiva. Él deberá intervenir aquí y allá con el propósito de
volver a abrir regularmente los circuitos de la asociación
libre, mediante palabras con resonancias múltiples.
Cuando el paciente tiene una estructura perversa
muy marcada, el analista debe atenerse estrictamente al
contrato analítico en lo concerniente al pago, al tiempo de
las vacaciones, a la regularidad de las sesiones, etc. Es
propio de la perversión el poner en duda la ley. Durante
las sesiones, el discurso del paciente con tendencia a la
perversión puede asumir un cariz exhibicionista. El pa-
ciente trata de poner al analista de connivencia con él; y
el terapeuta cometería un error si utilizara los mismos
términos de su paciente. Lo mismo ocurriría si, por
ejemplo, el analista diera al paciente la impresión de sen-
tir curiosidad por los relatos escabrosos con los que el
analizante lo gratifica; o si el paciente llegara a pensar
que el terapeuta sólo se interesa en las descripciones de
prácticas sexuales. En estos casos, la asociación libre se
convierte en un acto perverso.

__________________________
1 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en
la teoría de J. Lacan, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1988, pp.
23-24.
2 Nasio, J. D., op. cit., p. 26.
3 Ibid., p. 27.
4 Ibid., p. 31.
5 Ibid., p. 26.
6 Nasio, Juan David, Cuestiones abiertas sobre la transferencia, en
En los límites de la transferencia, editado por J. D. Nasio, Buenos
Aires, Ediciones Nueva Visión, 1987, pp.172-173.

46
7 Vergote, Antoine, Guérir par la parole?, en Psychanalyse.
L’homme et ses destins, Louvain-Paris, Editions Peeters, 1993,
pp. 45-46.
8 Vergote, A., op. cit., pp. 34-35.

47
4. LA TRANSFERENCIA

El método analítico de Freud comparte un objetivo


con el método catártico de Breuer: la repetición de una
experiencia pasada. Breuer establecía con el paciente una
relación sugestiva intensa que implicaba un amor de
transferencia. El hecho, considerado como indeseable, fue
convertido por Freud en una innovación técnica. Los
efectos negativos de la transferencia, así como la resisten-
cia a la hipnosis, están en el origen del psicoanálisis.
El término “transferencia” (Übertragung), en el sen-
tido psicoanalítico, fue empleado por primera vez en
1895, en los Estudios sobre la histeria, específicamente
en el último capítulo titulado “Psicoterapia de la histe-
ria”. En esta obra, Freud tiene una idea del fenómeno, su
génesis e importancia técnica.
En el Caso Dora (“Análisis fragmentario de una
histeria”), Freud no asimila el conjunto de la cura —su
dinámica y estructura— a una relación transferencial. No
obstante, es a partir de este caso que Freud da inicio al
desarrollo teórico de la transferencia. Aunque no se
menciona esta noción durante la exposición de la cura,
Freud descubre la transferencia a partir del momento en
que reflexiona sobre la interrupción del tratamiento.
Años después, él reconoce que la ruptura se debió a su
incapacidad para interpretar la tendencia de Dora hacia
la homosexualidad, interpretación que exigía que él se
identificara con el objeto femenino del deseo de Dora. En
efecto, Freud no estaba preparado para aceptar que,
detrás del señor K., estaba el padre de Dora; que, detrás
del padre de Dora, estaba la institutriz; que, detrás de la
institutriz, estaba la señora K.; y que, detrás de la señora
K., estaba él. Al hablar de cualquiera de estos personajes,
Dora —por efecto de la transferencia— habla de Freud; y,
cuando se ve compelida a hablar de su terapeuta directa-
mente, deja el tratamiento. No es posible considerar la
transferencia de Dora sin tener en cuenta la contra-
transferencia de Freud. Su respuesta a la paciente in-
cluye provocaciones, informaciones y reproches.
La transferencia actualiza mociones amorosas ocultas
y olvidadas. En ese sentido, constituye un modo privile-
giado de captar los deseos y fantasmas inconscientes. En
el epílogo del Caso Dora, Freud escribe: “¿Qué son las
transferencias? Reediciones o productos facsímiles de los
impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos
conscientes durante el desarrollo del análisis y que entra-
ñan como singularidad característica de su especie la
sustitución de una persona anterior por la persona del
médico. O, para decirlo de otro modo: toda una serie de
sucesos psíquicos anteriores cobran de nuevo vida, pero
no ya como pasado, sino como relación actual con la
persona del médico. Algunas de estas transferencias se
distinguen tan solo de su modelo en la sustitución de
persona. Son, pues, insistiendo en nuestra comparación
anterior, simples reproducciones o reediciones invaria-
das. Otras muestran un mayor artificio; han experimen-

49
tado una modificación de su contenido, una sublimación,
según nuestro término técnico, y pueden incluso hacerse
conscientes apoyándose en alguna singularidad real, há-
bilmente aprovechada, de la persona o las circunstancias
del médico. Estas transferencias serán ya reediciones,
corregidas y no meras reproducciones”.1
Cuando se trata de una persona total, Freud habla de
“la transferencia”, en singular. Las “transferencias” se
relacionan con aspectos parciales de la persona. Según
Freud, las transferencias —en plural— se deben anali-
zar. Pero existe una transferencia basal, probablemente
no analizable, que define la relación con el analista en
tanto representante de la figura paterna.2
En la carta dirigida a Fliess del 21-9-1897, la trans-
ferencia es considerada a partir de la seducción, la
realidad y el desplazamiento. Posteriormente, Freud uti-
lizó los términos “transferencia” y “pensamiento de
transferencia” en relación al sueño. Se trata de un tipo de
desplazamiento en el que el deseo inconsciente se expresa
y se enmascara gracias a los restos diurnos. En La
interpretación de los sueños (1900), se refiere a un des-
plazamiento gracias al cual las representaciones incons-
cientes penetran en el preconsciente, poniéndose en
conexión con representaciones preconscientes a las que
les transfieren la intensidad, la energía, el quantum de
afecto; y, de ese modo, se disfrazan con los restos diurnos.
No se trata de un mecanismo distinto del que describió en
los Estudios sobre la histeria, según el cual el desplaza-
miento ocurre en relación con el terapeuta.
En un principio, la transferencia es para Freud un
caso particular de desplazamiento del afecto de una
representación a otra, ya se trate del analista o de un
resto diurno. En esta época, la transferencia es conside-
rada como un fenómeno localizado, como un síntoma

50
cualquiera. La transferencia no es concebida todavía
como un elemento esencial de la relación terapéutica.
Esta última se basa en la cooperación confiada del pa-
ciente, y cuenta con la influencia personal del médico, sin
que eso se relacione con la transferencia. Inicialmente,
Freud no logra delimitar teóricamente la especificidad de
la transferencia. Él vio primero la transferencia como
algo perturbador, y solo posteriormente se apoyó en ella.
La transferencia fue considerada en detalle por
Freud, por primera vez, en “La dinámina de la trans-
ferencia”, publicada en 1912. Antes que él, en 1909,
Ferenczi trató el tema en su artículo “Transferencia e
Introyección”, a partir de las referencias hechas por
Freud en “La interpretación de los sueños” y en el Caso
Dora.
En La dinámica de la transferencia, Freud estudia la
transferencia como sugestión y como función de la resis-
tencia, tratando de resolver la contradicción. Según
Freud, la transferencia hace posible que el analizante
admita una interpretación que antes no aceptaba. El
rechazo de la interpretación se explica porque despierta
recuerdos y fantasmas pasados que el yo no acepta a
nivel de la conciencia. El yo se opone a la rememoración y
a la verbalización, lo que determina que los recuerdos y
los fantasmas se actualicen en la transferencia. Final-
mente, la interpretación de la transferencia supera la
resistencia y persuade al analizante.
Freud opone la rememoración y la repetición de la
experiencia vivida. Esa oposición debe cuestionarse en
relación a la transferencia. Se hace hincapié en el valor
de la palabra en la relación transferencial, aun cuando
las manifestaciones de la transferencia se clasifican como
un actuar. Sin embargo, el analista no está menos impli-

51
cado cuando el analizante le narra un acontecimiento de
su pasado, que cuando desplaza un sentimiento hacia él.
Si —gracias a la transferencia— el analizante se
convence de la interpretación, si la transferencia es un
poder que permite vencer las resistencias, el análisis es
análogo a la hipnosis a pesar de que persigue un cambio
permanente. Por otra parte, si la transferencia es una
condición necesaria para que el análisis de la misma sea
eficaz, esta no puede superarse. Siendo el amor de
transferencia una resistencia, resulta incomprensible
cómo podría superarse a sí mismo.
De acuerdo con Freud, la transferencia es un fenó-
meno generalmente presente en el análisis, que se
manifiesta desde el inicio del tratamiento: “Debo indica-
ros, ante todo, que la transferencia se manifiesta en el
paciente desde el principio del tratamiento y constituye
durante algún tiempo el más firme apoyo de la labor
terapéutica”.3 Según Leclaire, tan pronto el analista
decide trabajar con el analizante, ocurre la transferen-
cia.4 O. Mannoni va más lejos, cuando afirma que la
transferencia existe incluso antes del encuentro entre el
analista y el analizante.5 En efecto, la situación trans-
ferencial se instaura antes del análisis. En ese sentido, es
necesario considerar lo que se dice de la reputación del
analista, quién remite al paciente, etc. Las circunstancias
que preceden al análisis, pueden tematizarse mucho
tiempo después de iniciado el tratamiento, o se enmasca-
ran detrás de ciertas manifestaciones del analizante.
Suelen distinguirse tres fases en el tratamiento analí-
tico: la instauración progresiva de la transferencia, el
estado de neurosis de transferencia y la terminación del
análisis. La neurosis de transferencia es una fase fun-
damental del tratamiento analítico, que se instala progre-
sivamente. Gracias a ella, es posible el trabajo analítico:

52
“Cuando la transferencia llega a adquirir esta intensidad,
impone a nuestra investigación y elaboración de los
recuerdos del paciente un considerable retraso. Resulta,
en efecto, que no nos hallamos ya ante la enfermedad
primitiva, sino ante una nueva neurosis transformada
que ha venido a sustituir a la primera. Pero esta nueva
edición de la antigua dolencia ha nacido ante los ojos del
médico, el cual se halla, además, situado en el propio
nódulo central de la misma, y podrá, por tanto, orientarse
más fácilmente. Todos los síntomas del enfermo pierden
en estos casos su primitiva significación y adquieren un
nuevo sentido dependiente de la transferencia, desapare-
ciendo a veces aquellos que no han sido susceptibles de
una tal modificación. La curación de esta nueva neurosis
artificial coincide con la de la neurosis primitiva, objeto
verdadero del tratamiento, quedando así conseguidos
nuestros propósitos terapéuticos”.6
Los síntomas de la enfermedad adquieren, gracias a
la neurosis de transferencia, una significación transferen-
cial. La psiconeurosis es sustituida por la neurosis de
transferencia, en la medida en que la patología del anali-
zante se centra en la relación con su analista. Las
reacciones de transferencia, al principio difusas, se
coordinan y se organizan constituyendo un trastorno
artificial accesible al analista. Ahora bien, si la neurosis
de transferencia sustituye a la neurosis clínica —tal y
como afirma Freud—, esto podría implicar una equi-
valencia económica y estructural.
La transferencia aparece también fuera de la situa-
ción analítica: “En los sanatorios en que los nerviosos no
son tratados analíticamente, la transferencia muestra
también máxima intensidad[...]”.7 En “Psicología de las
masas y análisis del yo”, Freud estudia la transferencia a
partir de la segunda tópica, y analiza la presencia de la

53
transferencia en el amor, la hipnosis y la vida social. El
neurótico, según Freud, después de establecer las relacio-
nes de objeto, busca una vía para volver al narcisismo. En
ese sentido, realiza una elección narcisista de un ideal
sexual que cuenta con las perfecciones que el sujeto no ha
logrado. Es el analista quien se convierte en el objeto de
esa elección. La transferencia no es más que la ubicación
del analista en el lugar del ideal del yo.
En el estado amoroso, una parte de la libido narci-
sista es transferida sobre el objeto. En ciertas formas de
elección amorosa, el objeto incluso reemplaza al ideal del
yo; un ideal que el yo desearía, pero no logra realizar. El
objeto se ama por las perfecciones que uno desearía para
sí; de ese modo, se satisface el narcisismo propio.
Freud reconoce que el poder del hipnotizador es limi-
tado. Toda sugestión es en el fondo una autosugestión.
Ahora bien, si el paciente puede mostrar, incluso bajo
hipnosis, una resistencia, subsiste un saber; y lo que
ocurre en la hipnosis es un juego. Sin embargo, no es
posible explicar cómo el sujeto puede distinguir entre un
juego y lo que no es un juego, si ha puesto al hipnotizador
en el lugar del ideal del yo. La consideración del narci-
sismo y de la psicología de las masas en la obra de Freud,
conduce a un impasse.
Safouan suscribe la tesis de Freud, según la cual la
transferencia pone al analista en el lugar del ideal del
yo.8 Aunque Freud también señaló que el analista puede
encontrarse en la posición del superyó, fueron los su-
cesores de Freud quienes resaltaron el papel del analista
como otro en la cura.
Ferenczi concibe la transferencia a partir del concepto
de introyección, que él propone en su artículo “Trans-
ferencia e Introyección” (1909). Para Ferenczi, la
transferencia es una introyección, es decir, la introduc-

54
ción de un objeto exterior en la esfera del yo, una exten-
sión del yo. Este mecanismo, en su origen autoerótico,
integra al otro en el yo. El desplazamiento es un caso
particular de introyección. Según Ferenczi, mientras la
representación se fija a los complejos reprimidos, los
afectos se fijan a otras representaciones, como, por
ejemplo, al analista o a un aspecto de su persona. La
aparición del analista en un sueño del paciente es un
signo de transferencia. Para Ferenczi, el terapeuta es una
realidad definida, sobre la cual se fijan los afectos.9
Ferenczi asigna a la transferencia un origen en el
complejo parental. Cuando la parte infantil del ser hu-
mano encuentra un signo de autoridad —mirada
penetrante, gran tamaño, etc.—, el individuo transfiere
en ese personaje los afectos reprimidos durante su
primera infancia. La transferencia es el desplazamiento
de los afectos y de las representaciones que componen los
complejos parentales, con sus elementos eróticos y
agresivos.10
Según Neyraut, la transferencia no es una introyec-
ción. El análisis de la introyección no tiene por objeto —
como el de la transferencia— desenmascarar una atribu-
ción. Mientras en la introyección el sujeto hace suya una
parte del mundo exterior, en la transferencia se le asigna
al analista un lugar o una función. Ese desplazamiento
implica una puesta en escena en la que ocurre una asig-
nación falsa.11
Las imagos se elaboran a partir de las primeras
relaciones intersubjetivas —reales y fantasmáticas— con
el ambiente familiar, y constituyen prototipos inconscien-
tes de personajes que orientan electivamente la forma en
que el sujeto aprehende a los demás. La transferencia, al
referir sobre el analista las emociones e imagos de la

55
primera infancia, hace posible el resurgimiento de fantas-
mas.
La perspectiva kleiniana descubre el origen de la
transferencia a un nivel de precocidad tal, que el funda-
mento del fenómeno transferencial deviene más un tema
teórico que el objeto de una constatación. Por otra parte,
y, paradójicamente, en la medida en que se le atribuye
una cierta realidad al fantasma, se consideran las mani-
festaciones de la transferencia con un marcado índice de
realidad. La teoría kleiniana atribuye al complejo de
Edipo un origen precoz, y apenas puede plantearse el
tema de una fase preedípica. En ese contexto, la noción
de neurosis de transferencia pierde su sentido, puesto
que las transferencias parciales implicarían una orga-
nización edípica.
Algunos analistas posteriores a Freud extendieron la
noción de transferencia al conjunto de la relación entre el
paciente y el analista. En ese sentido, para muchos
kleinianos la transferencia se convierte en un concepto
muy extenso, que se refiere a los mecanismos y fantas-
mas arcaicos centrados sobre el analista.
Lagache define la neurosis de transferencia como un
conjunto de conductas anacrónicas e irracionales, que
repiten una actitud pasada —en lugar de adaptarse al
presente—, y que no se corresponden con las relaciones
reales y normales que se dan en la situación analítica.12
Para Lagache, la transferencia es una regresión que se
produce cuando un sujeto con aptitudes para la repetición
se encuentra en una situación específica. A su juicio, el
analista no debe participar en ese proceso, por lo menos
idealmente, a pesar de que es él quien induce la regresión
en el analizante.
Ida Macalpine señala que la transferencia es produ-
cida, y que, en ese sentido, el entorno juega un rol pre-

56
ponderante, por su carácter frustrador, infantilizante e
inductor de regresión. Para ella la transferencia es una
regresión inducida activamente, un modo regresivo de
adaptación a una situación real. El analizante no solo
transfiere en el analista, sino en la situación como un
todo. Él transfiere no solo afectos sino su desarrollo
mental. Los pacientes experimentan amor y odio hacia el
analista, independientemente de su sexo.13
En el psicoanálisis, la adaptación por regresión es
precipitada por un factor externo: el encuadre analítico.
Si el paciente reacciona al encuadre, establece una rela-
ción transferencial; es decir, regresa y crea relaciones con
las imagos tempranas. La transferencia puede definirse
como la adaptación gradual de una persona, por regre-
sión, al contexto analítico.14 La neurosis de transferencia
es esa fase del análisis en la que el analizante se ha
adaptado al encuadre analítico, de tal manera que su
tendencia regresiva se ha establecido y los diferentes
niveles de desarrollo se han alcanzado y revivido.
La transferencia no es una reacción neurótica es-
pontánea. Ella depende de una capacidad, cualitativa-
mente variable. Según Macalpine, esa capacidad para la
transferencia es mayor en los histéricos que en otros
neuróticos, limitada en los trastornos del carácter y nula
en los esquizofrénicos.15
Lacan concibe la transferencia como el correlato de la
contratransferencia. La transferencia es una falla del
analista que ocurre cuando él queda atrapado en una
situación imaginaria y, en consecuencia, se estanca la
dialéctica analítica. La transferencia es un obstáculo que
surge como consecuencia de un fracaso en las relaciones
dialécticas de la cura. En ese sentido, Lacan estima que
es la contratransferencia de Freud con respecto a Dora lo
que le impide enfrentar a la paciente con sus sentimien-

57
tos homosexuales, lo que no le permite aceptarse como
excluido. Identificado con el señor K., trata de convencer
a Dora de que este la quiere. La contratransferencia
estanca el proceso dialéctico de la cura; y aparece la
transferencia, que involucra al analista en la situación.
“En una palabra, el psicoanálisis es una experiencia dia-
léctica, y esta noción debe prevalecer cuando se plantea
la cuestión de la naturaleza de la transferencia”.16
La transferencia es para Lacan una resistencia del
analista. Si, idealmente, el analista entendiera todo, la
transferencia no tendría por qué aparecer. Refiriéndose a
la transferencia, Lacan se pregunta: “¿No puede aquí
considerársela como una entidad totalmente relativa a la
contratransferencia definida como la suma de los
prejuicios, de las pasiones, de las perplejidades, incluso
de la insuficiente información del analista en tal mo-
mento del proceso dialéctico?” Y aclara: “Dicho de otra
manera, la transferencia no es nada real en el sujeto, sino
la aparición, en un momento de estancamiento de la
dialéctica analítica, de los modos permanentes según los
cuales constituye sus objetos”. Posteriormente, dice: “Así
la transferencia no remite a ninguna propiedad miste-
riosa de la afectividad, e incluso cuando se delata bajo un
aspecto de emoción, este no toma su sentido sino en
función del momento dialéctico en que se produce”. “Pero
este momento es poco significativo puesto que traduce
comúnmente un error del analista, aunque solo fuese el
de querer demasiado el bien del paciente, cuyo peligro ha
denunciado muchas veces Freud mismo”. Finalmente,
afirma: “Creemos sin embargo que la transferencia tiene
siempre el mismo sentido de indicar los momentos de
errancia y también de orientación del analista, el mismo
valor para volvernos a llamar al orden de nuestro papel:

58
un no actuar positivo con vistas a la ortodramatización de
la subjetividad del paciente”.17
Lacan comenta “El Banquete” de Platón,18 donde Al-
cibíades compara el saber de Sócrates a los agalmata. El
objeto causa del deseo es designado con la inicial del tér-
mino “agalma” (singular de “agalmata”), es decir, como
objeto a. El objeto de la transferencia es, para Lacan, el
saber del analista. El saber es el objeto y la causa de la
transferencia. En ese sentido, Alcibíades es el prototipo
del analizante; y el sujeto-supuesto-saber es el soporte de
la transferencia.
La transferencia se da desde el comienzo del psi-
coanálisis. Ella se articula a partir del pivote constituido
por el sujeto-supuesto-saber, supuesto por otro sujeto y
por el significante que lo representa para otro signifi-
cante.19
El psicoanalista, con respecto al saber supuesto, no
sabe nada. Eso explica la insistencia de Freud sobre la
conveniencia de abordar cada nuevo caso haciendo
abstracción de lo adquirido. “De hecho esa ilusión que nos
empuja a buscar la realidad del sujeto más allá del muro
del lenguaje es la misma por la cual el sujeto cree que su
verdad está en nosotros ya dada, que nosotros la
conocemos por adelantado, y es igualmente por eso por lo
que está abierto a nuestra intervención objetivante”.20
El analista acepta ser el detentor de un bien —
agalma—, de un saber, que él no tiene; él acepta ser
amado y deseado. De ese modo, se despliegan, en el
discurso del analizante, los significantes del sujeto. Ese
saber que se atribuye al otro es reconocido por el anali-
zante como el signo de su deseo. El analista llega a
ocupar, parcialmente, el lugar del objeto a, en la medida
en que él hace hablar, en que él es causa del decir; causa

59
de que el analizante hable, y no solamente de lo que
habla.21
Para comprender lo que significa el analista como
objeto, conviene entender lo que es este último. El objeto
está presente en el niño desde las primeras simbolizacio-
nes vocales. Es una pequeña cosa que se separa del
sujeto, a pesar de que es retenida por él. Aunque no es el
sujeto, es algo de él. No es solo la madre quien está
representada en el objeto.
La transferencia es el núcleo de la experiencia
analítica. Es un efecto extraño, un fenómeno curioso, en
razón de su automatismo. La transferencia implica tanto
al analizante como al analista. Según Lacan, es una ma-
nifestación del deseo, que puede ser reconocida ya en “El
Banquete” de Platón. La transferencia no se limita al
paciente; se relaciona con el deseo del analista. “Pues,
[...]es el deseo del analista el que en último término opera
en el psicoanálisis”.22
La transferencia es siempre actual. No consiste en
regresar al pasado. Por el contrario, es un mecanismo que
trae el pasado al presente. Transferir es reactivar, actua-
lizar. “Freud, recordémoslo, refiriéndose a los sentimien-
tos aportados a la transferencia, insistía en la necesidad
de distinguir en ellos un factor de realidad, y sacaba en
conclusión que sería abusar de la docilidad del sujeto
querer persuadirlo en todos los casos de que esos senti-
mientos son una simple repetición transferencial de la
neurosis. Entonces, como esos sentimientos reales se ma-
nifiestan como primarios y el encanto propio de nuestras
personas sigue siendo un factor aleatorio, puede parecer
que hay aquí algún misterio”.23
La identificación de la transferencia con una proyec-
ción de las actitudes infantiles del analizante sobre el
analista es incorrecta. La transferencia no es la proyec-

60
ción de una experiencia pasada. El analizante, sujeto al
deseo del analista, le propone el amor y pone su empeño
en ser amado por él; en otras palabras, desea engañarlo.
Y el efecto de la transferencia es, precisamente, ese en-
gaño. La transferencia es —según Lacan— la actualidad
del funcionamiento del amor como engaño. La afirmación
del vínculo entre el deseo del analista y el deseo del
analizante, es lo que subyace al amor de transferencia.
En el Seminario XI, titulado “Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis” (1964), Lacan afirma
que la transferencia es la actualización de la realidad del
inconsciente, en tanto realidad sexual o deseo. La
transferencia pone en acto un deseo, el deseo del Otro, el
deseo del analista. Para Lacan, es la puesta en acto del
inconsciente y no una simple rememoración. No es solo
presencia del pasado, sino creación. Él distingue trans-
ferencia y repetición. Cuando el analista, en vez de
ocupar la posición que el analizante le asigna, la del
sujeto-supuesto-saber, es ubicado en el lugar del Otro,
aparece el nivel simbólico de la transferencia.
Con respecto a la idea de que el analista ocupa —para
el analizante— el lugar del ideal del yo, Lacan considera
que es verdadera y falsa.24 En el análisis, el terapeuta
oscila entre el polo idealizante de la identificación y el
polo del objeto, como objeto a. Compete a esta terapia, el
mantenimiento de la distancia entre esos polos. El
analista no puede hacer creer que él es uno sin el otro.25
En el primer tiempo de la transferencia, la relación
del analizante con el analista gira en torno al significante
del ideal del yo. El sujeto desea que el analista se ocupe
de él; desea ser amado por él.26 El paciente trata de
inducir al otro a una relación de espejismo; trata de con-
vencerle de que él —el paciente— puede ser objeto de su
amor. El paciente se verá a sí mismo como visto por el

61
otro: es la perspectiva del ideal del yo.27 Ahora bien, la
identificación con el analista, en tanto modelo ideal, no se
corresponde con el final del análisis; es un tiempo de
detención y alienación.
La creencia de que el análisis de la transferencia se
basa en una alianza con la parte sana del yo del anali-
zante, es criticada por Lacan. Al pretender apelar al buen
sentido del analizante para indicarle el carácter ilusorio
de ciertas conductas en su relación con el analista, se cae
en una contradicción. Esa parte sana del yo del enfermo,
capaz de juzgar con el analista lo que ocurre en la
transferencia, está implicada en el fenómeno transferen-
cial, y se cierra.
La transferencia es un vínculo afectivo intenso, que se
instaura en forma automática y actual. Ella pone de
manifiesto que la organización subjetiva del paciente está
dominada por el objeto a. Las personas sin aptitud para
la transferencia no hacen demanda de análisis. Esta
demanda conlleva en sí misma una dimensión trans-
ferencial. En efecto, el paciente se dirige a alguien a
quien atribuye un saber sobre eso que él busca en sí
mismo. El analista es puesto en el lugar del que sabe.
Los dos partenaires del análisis son presa de su
propia transferencia, de la que, la mayoría de las veces,
ellos no tienen conciencia. La transferencia es un
fenómeno que acompaña al ejercicio de la palabra. Ella
existe porque se habla. El “acto psicoanalítico” no es un
insight, sino la actualización del significante. La situa-
ción transferencial es la que permite que la palabra plena
se actualice.28
En la relación analítica, el acto es —según Juranvi-
lle— un significante producido a partir de otro signifi-
cante. El sujeto cambia a partir de un acto verdadero, de
un corte que modifica su estructura. El acto es la entrada

62
efectiva en otra estructura, la sublimación misma.29 La
transferencia implica —de acuerdo con Nasio— una
alternancia y una circulación significante. A ese nivel del
registro simbólico, hay transferencia cuando se actualiza
el inconsciente. Lo que más vincula al otro es una
respuesta dada de un modo involuntario.30
La transferencia y el inconsciente son homomorfos.
Ambos “son, en el momento del acontecimiento, una sola
y misma cosa”.31 “No se trata de que la transferencia sea
la puesta en acto de lo inconsciente, sino de que ella
misma es puesta en acto junto con lo inconsciente. La
transferencia y lo inconsciente solo existen en el acto de
un dicho”.32 En ese sentido, Nasio se aparta de Lacan,
para quien la transferencia es la puesta en acto de la
realidad del inconsciente, en tanto es sexualidad.33 Por su
parte, G. Bonnet niega que el inconsciente sea equiva-
lente a la transferencia misma. A su juicio, esa posición
de Nasio favorece el aspecto de repetición mortífera de la
transferencia.34
Según J. D. Nasio, en la relación transferencial, el
deseo del analizante y el deseo del analista constituyen
un solo deseo. Ya desde el inicio del tratamiento, el deseo
del analista hace acto de presencia en el discurso del ana-
lizante. “Desde el momento en que el paciente está en
análisis, el estilo de su palabra o la manera de quejarse
llevan la marca de la relación con su analista”.35
Hay dos clases de vínculo transferencial: uno simbó-
lico, caracterizado por la aparición puntual e imprevista
de formaciones inconscientes en el analizante o en el
analista; otro imaginario, caracterizado por el amor y el
odio. El vínculo transferencial imaginario es una condi-
ción del vínculo transferencial simbólico. El amor y el
odio de transferencia son necesarios para que se den las
formaciones inconscientes dentro o fuera de las sesiones.

63
La transferencia imaginaria concierne a las suposiciones,
creencias y juicios del analizante. Por el hecho de hablar,
el paciente engendra una ficción. Al hablar, el analizante
crea un poder ficticio que el analista representa.
Conviene distinguir la confianza en la capacidad
personal del analista, del poder ficticio que el analizante
le atribuye de descubrir las razones de su sufrimiento. En
este último caso, el paciente convierte al analista en el
destinatario exclusivo de sus quejas; de él espera una
respuesta sobre las causas de su síntoma. El analizante,
sin quererlo, asigna al analista un puesto único. Por el
hecho de sufrir, hablar y buscar respuestas, surgen en él
suposiciones ficticias que sirven de base al amor y al odio.
La creencia del analizante de que existen respuestas
a su demanda, corresponde al prejuicio de que el incons-
ciente es una especie de genio maligno, un sujeto o ser
singular. Esa suposición ficticia de que el inconsciente es
algo o alguien, es la razón por la que el psicoanalista, “a
fuerza de ser el destinatario de una palabra que le es
dirigida, poco a poco recibe la atribución de ese mismo
poder que se imputa al inconsciente (‘él’ actúa y cura, o, a
la inversa, ‘él’ actúa y causa mi dolor, él es único, él me
pertenece, etc.). Ningún afecto anuda tan vigorosamente
el lazo entre analista y analizado como esa suposición,
que identifica el analista al inconsciente”.36
El sujeto-supuesto-saber es consecuencia de la de-
manda del paciente neurótico, del deseo de saber quién es
él y de la premisa de que alguien sabe. Ese concepto-
fórmula designa la ficción que constituye el eje de la
transferencia. El amor de transferencia se apoya en un
desconocimiento. La transferencia imaginaria “es una
ficción que se organiza insidiosamente buscando cau-
sas”.37 Frente al síntoma, el analizante se ve llevado a
remontarse del efecto hacia la causa presunta que lo

64
explica. La transferencia imaginaria se crea en la
búsqueda de una razón para el síntoma. Pero la ficción
está en la lengua que se habla.
Para Lacan el analista es el soporte, paradójico y
equívoco, de un señuelo que él mantiene con el propósito
de poner de manifiesto el inconsciente del analizante.
Perrier, por su parte, no cree que lo específico de la trans-
ferencia consista en ser un señuelo necesario, táctica-
mente sustentado.38 Aun cuando el analista no tiene eso
que el otro desea, pone precio a su tiempo.39 Según Freud,
el primer objetivo del tratamiento es ligar el analizante al
analista y a la terapia, dándole tiempo. El analista, según
Perrier, es un principio de constancia que es investido
como un polo. La transferencia se traba en un tiempo —
semanas o meses de diálogo y vigilancia recíproca—
después del cual surge un sueño, un acto fallido o una
asociación, que confirma la transferencia.
Lacan habla del objeto causa del deseo, del objeto a,
situado en la línea del objeto parcial. El acto psicoanalí-
tico y la transferencia guardan relación con el objeto a, el
cual está destinado a ser desechado, como el analista. La
referencia al tiempo, según Perrier, completa la teoría
lacaniana del objeto a. Al final del análisis, se puede des-
mitificar cualquier fascinación identificatoria. Sin
embargo, permanece, a partir del principio de constancia
del otro, un ideal del yo purificado. “Aquí no se trata ya
más de una referencia al sujeto-supuesto-saber (S.S.S.),
sino al sujeto-supuesto-sincrónico a la verdad del otro”.40
La capacidad para transferir se relaciona con la
sexualidad inconsciente, con la libido; y es casi univer-
sal.41 Esa capacidad se actualiza de un modo gratuito, y
se instaura sin razón alguna. Históricamente, después de
sustituida la hipnosis por la asociación libre, lo que
permanece como una modalidad de la sugestión es la

65
transferencia. Más aun, a nivel antropológico “la trans-
ferencia es eso que conservamos de la posesión[...]”.42
La finalidad de la transferencia es movilizar el
inconsciente del analizante. El inconsciente se moviliza
según la relación del analizante con el analista. De ahí
que la transferencia y la contratransferencia formen
parte de la situación transferencial. En esta situación, el
saber se modifica en sus relaciones con el inconsciente. El
paciente aprende lo esencial de la transferencia misma.
O. Mannoni distingue el saber como cuerpo de hipótesis
adquirido a partir de la observación, de otro saber menos
motivado por el deseo consciente que por el deseo
inconsciente. Este último saber solo se desarrolla cuando
uno lo espera de otro que no lo da. Es decir, nace en una
situación transferencial.43
La contratransferencia pone a disposición del analista
su propio inconsciente, un saber inconsciente que él de-
berá utilizar en interés del análisis. La contratransferen-
cia, al igual que la transferencia, tiene por función en la
cura movilizar el inconsciente, concebido metafórica-
mente como un lenguaje entre el analizante y el analista.
En el análisis original entre Freud y Fliess, O. Man-
noni44 señala que la necesidad de Freud de descubrir su
personalidad, se suprime al final de la relación con Fliess.
Y, como el mismo Freud señala, una parte del investi-
miento homosexual se retira, y es utilizado en el
engrandecimiento de su yo. Mientras Breuer responde a
la demanda de Freud con su dinero y con sus consejos,
Fliess no responde. Aunque Freud reconoce su deuda con
Breuer, no lo percibe como a Fliess, con quien cree tener
todo en común y a quien denomina ese “otro yo mismo”.
Freud admira a Fliess; y este último es la imagen
narcisística de Freud. Breuer, por el contrario, es un
objeto anaclítico. El análisis original se sostuvo a partir

66
de una elección narcisística del objeto, de un tipo particu-
lar de identificación. Freud esperaba de Fliess un saber,
aun cuando sabía que él ignoraba la psicoterapia de las
neurosis. Fliess era para Freud el sujeto-supuesto-saber.
Ahora bien, el analizante también es para el analista un
sujeto-supuesto-saber, puesto que el terapeuta espera
todo de su paciente. En la relación entre Freud y Fliess se
da una asimetría. Mientras el primero ocupa la posición
del enfermo, el segundo —más desligado narcisística-
mente— ocupa la posición del terapeuta.
Jones afirma que Fliess debió representar para Freud
una figura paterna. Pero, de un modo más inmediato,
Fliess reemplaza a Fleischl, con quien guarda semejanza
a nivel del patronímico. Según O. Mannoni, Freud su-
pone que Fliess sabe; y, por esa razón, le expone sus
ideas. La transferencia de Freud se sitúa en el dominio
del saber; implica una demanda de saber. Y esa demanda
de saber concierne a lo sexual. Freud ha encontrado a
quién hablar de lo sexual. Freud y Fliess están en posicio-
nes asimétricas: uno, se supone que sabe; el otro,
demanda saber. Algo sucede entre ambos, que es la
reproducción de esa situación asimétrica —caracterizada
por el secreto— en la que se engendra la sexualidad para
el niño. De parte de Fliess, se da el secreto; de parte de
Freud, la demanda incesante.
Según Laplanche, el problema de la transferencia
radica en que el niño, desde que nace, es atravesado por
significantes de deseo de los que este último no tiene la
clave. Los rechazos del analista, que están en la base de
la transferencia, deben relacionarse con los rechazos de
los adultos al niño. Lo esencial de estos últimos rechazos
no es la privación ligada al ritmo alimentario, sino la
imposibilidad estructural de dar el código de esos mensa-
jes eróticos, en razón de que ese código es incomunicable.

67
El placer sexual del adulto, como el placer al dar el seno,
no tiene un equivalente en el niño. Además, el adulto
ignora su propio inconsciente, lo que constituye un re-
chazo objetivo. El adulto es para el niño un sujeto-
supuesto-significar, más que un sujeto-supuesto-saber.
Existe una transferencia originaria durante la infancia,
que culmina con la aparición de la sexualidad. La
transferencia analítica retoma ese proceso. De ahí la
expresión “transferencia de la transferencia” o “tras-
cendencia de la transferencia”.45
Según Leclaire, “la transferencia se sitúa como el
efecto de una no-respuesta a la demanda constituida por
el decir del paciente”.46 El falo mantiene una relación
privilegiada con ese espacio de la falta que hace posible la
transferencia. El falo es la letra original, la “letra de la
relación con la falta[...]”.47
La transferencia —según Neyraut— oscila entre el
polo objetal y el polo narcisista. Consiste en un
desplazamiento de figuras incompletas e inciertas. La fi-
gura es la menor unidad que puede representarse en una
cadena asociativa, y que no puede reducirse ni a una
palabra ni a un fonema. Constituye la menor unidad fan-
tasmática desplazable. La figura es una representación
que Neyraut denomina “psychème”.48
Con respecto a la transferencia —que no puede redu-
cirse ni a la introyección ni a la proyección—, los
psychèmes pueden corresponder a un pequeño detalle
simbólico o a un personaje completo. Se distinguen los
psychèmes primarios —correlativos a las identificaciones
primarias— y los psychèmes secundarios. Estas repre-
sentaciones solo pueden concebirse a partir de sus
retoños o vástagos; es decir, de conceptos cuyo sentido se
pone de manifiesto gracias a las diferencias. Los psychè-
mes se agrupan en complejos asociativos, y se organizan

68
en torno a la figura central de un personaje o rol. A ellos
se les confiere el valor de una imagen, por las relaciones
que establecen; o se les atribuye el valor de un signifi-
cante, por su insistencia en el campo de la transferencia.
Sus diferentes agrupamientos descubren su coherencia al
ser referidos a los pensamientos inconscientes, los cuales
logran, por la mediación de la transferencia —es decir, de
otro pensamiento y de otra subjetividad—, la posibilidad
de devenir conscientes.49
La transferencia es un desplazamiento de una per-
sona sobre otra. El desplazamiento (Verschiebung)
equivale al pasaje de la intensidad de una representación
a otra representación originalmente poco intensa, aunque
ligada a la primera por una cadena asociativa.
La transferencia, inicialmente concebida como un
obstáculo en la cura, permite —una vez descifrada— dar
cuenta del desarrollo de la cura. “La esencia de la
transferencia radica en el movimiento que transfiere y
repite un modo de relación[...]”.50 La transferencia es el
desplazamiento de una relación.
En vista de que las instancias de la metapsicología
freudiana no permiten explicar las estructuras trans-
ferenciales fundamentalmente dialécticas, Lacan trata de
encontrar en el lenguaje bases más sólidas. Esto conlleva
la transposición de los conceptos de condensación y
desplazamiento en los términos de metáfora y metoni-
mia, lo que impide el acercamiento a un punto de vista
económico. El análisis de la transferencia requiere una
concepción energética y dinámica de la cura. Los puntos
de vista económico y dinámico permiten considerar la
circulación placer-displacer entre los que intervienen en
la cura, así como el desarrollo del conflicto en función del
desequilibrio propio de la situación analítica.

69
Lo que se desplaza inconscientemente sobre el tera-
peuta, o sobre el paciente, no solo se corresponde con
simples conflictos objetales sino también con situaciones,
fantasmas, recuerdos e ideas que tienen una dimensión
narcisística. En razón a la situación ambigua de cuidado
y de desamparo del infante, se da una intrincación precoz
de las mociones objetales y narcisísticas. Esto explica la
participación del narcisismo en la transferencia. El des-
plazamiento transferencial desborda las mociones
pulsionales objetales.
El analizante vive una experiencia con el analista, en
razón de “la capacidad de desplazamiento de sus in-
vestimientos narcisistas y objetales”.51 La movilidad de
los objetos internos es el efecto de un cierto grado de
juego en la relación entre las pulsiones y sus objetos.
La transferencia es un desplazamiento, lo que
conlleva el desinvestimiento de un objeto en provecho de
otro. “La formación y el desarrollo del vínculo transferen-
cial no implican solamente un proceso de asociación y de
ligazón, sino igualmente un proceso de disociación y de
desligamiento”.52 El compromiso de un análisis modifica
la economía relacional y afectiva. El cambio dependerá
del incremento del investimiento narcisista, que el pro-
yecto y la situación analítica susciten.
Cuando el paciente dice “mi analista”, hace un
intento de apropiación. Esa expresión supone también el
fracaso de una apropiación previa, en el pasado; implica
un contexto nostálgico, presente en toda transferencia.
La situación analítica se instaura sobre la base de un
déficit narcisístico, en el que se registran tanto los fraca-
sos de la identificación como los duelos no consumados.
La transferencia ofrece la posibilidad de retomar el tra-
bajo del duelo; y la repetición apunta al analista, en tanto
objeto que ha sido reencontrado y que deberá perderse.

70
La transferencia es el desplazamiento de objetos in-
conscientes modificados: el padre y la madre arcaicos,
objetos parciales, etc. La transferencia no es, simple-
mente, una relación entre dos que reedita otra relación
pasada. Se abre tanto a nivel diacrónico —por ejemplo,
del padre de Dora al señor K.; y del señor K. a Freud—,
como a nivel sincrónico: por ejemplo, del señor K. a la
señora K.53
Transferir es transportar un hábito, una representa-
ción, un afecto, un síntoma, de un lugar a otro. Se habla
de transferencia paterna, materna, etc., para significar
que algo es transportado a partir del padre, de la madre,
etc. Sin embargo, una transferencia tal cual, sin
modificación, sería delirante. Más aun, incluso en el caso
de Schreber, el padre no es transportado al presente.
Dicho transporte conlleva siempre, en mayor o menor
grado, una transformación. Una transferencia masiva
nunca es absoluta, porque implicaría una indistinción
que incluso la psicosis no alcanza jamás.
Se transfieren: a) patrones de comportamiento y re-
laciones de objeto; b) afectos: su experiencia o su carga
libidinal; c) representaciones inconscientes. En otras pa-
labras, se transfieren relaciones, afectos, fantasmas, ima-
gos e instancias (por lo general, el superyó o el ideal del
yo). Los fantasmas y las instancias son objetos internos
introyectados, que tienen un rol cuasi realista en el psi-
quismo. Lo que se transfiere es una producción del
inconsciente, en la que participan los dos protagonistas
del análisis. Los objetos de la transferencia se manifies-
tan a través de sueños y fantasmas, y surgen en el
espacio que abre la sexualidad, bajo la presión del amor y
de la creencia. En algunas ocasiones, asumen formas
delirantes y alucinatorias.

71
La disposición a la transferencia es un factor univer-
sal —presente no solo en los neuróticos—, que varía de
un individuo a otro. Además, existe la influencia de la
situación analítica. La transferencia es el resultado de la
interacción entre la situación analítica y la personalidad.
La transferencia está atravesada por tres corrientes,
correspondientes a las diferentes instancias de la per-
sonalidad.54 En primer lugar, la corriente pulsional que
se manifiesta por la mediación de los fantasmas incons-
cientes. Está dominada por las exigencias del ello, exigen-
cias de satisfacción inmediata, tanto de parte del
analizante como de parte del analista. En segundo lugar,
la corriente idealizante. Pertenece al registro donde se
elaboran las palabras claves y las órdenes que actúan
sobre las pulsiones. Está dominada por las exigencias del
superyó y del ideal del yo. La corriente idealizante se
funda sobre la búsqueda de lo desconocido, de lo enigmá-
tico. En tercer lugar, la corriente relacional o contractual.
Corresponde al registro de la adaptación; y concierne al
yo, instancia que persigue soluciones de compromiso
entre las otras instancias. Esta corriente está dominada
por las exigencias de la realidad y por la angustia.
La transferencia ocurre, por tanto, en tres registros:
a) en el registro del ello, como transferencia de deseos; b)
en el registro del superyó, como transferencia de saber; c)
en el registro del yo, como transferencia de poder, de un
poder limitado por el contrato analítico.
En el registro pulsional, tanto el analizante como el
analista se sitúan como demandantes, en búsqueda de un
partenaire preciso que responda de un modo determi-
nado.
En el registro del ideal, el analizante también se
inscribe como demandante y busca a aquel que pueda
conocer los secretos de su ser. El analizante busca aclara-

72
ción, mientras el analista se pone al acecho de los signos
y de los enigmas.
En el registro contractual, el analista se inscribe
como demandante. Es él quien indica las condiciones del
contrato y las formula. El analizante, por su parte, se
sitúa como contratante; es decir, se somete a exigencias
que otro considera convenientes. Este es el registro en el
que se recrean las condiciones de la relación entre padres
e hijos.
En la transferencia siempre hay dos. El contacto es
una dimensión esencial de la relación transferencial. Si
bien es cierto que el contacto precede a la demanda,
instaurada la transferencia, el contacto no se concibe
fuera de esta última.55 La transferencia pone en acto dos
inconscientes.
Mientras la metapsicología freudiana de las instan-
cias pretende definir una mónada, la transferencia y la
contratransferencia son esencialmente dialécticas. A
pesar de que la transferencia es descrita por Freud como
el motor más poderoso del análisis, carece de estatus
metapsicológico en su obra. Vista como un accidente,
como una complicación propia de ciertas curas particula-
res, la transferencia es considerada como un afecto
cualitativo, que no se reduce a un quantum de energía.
Sin embargo, es el problema de la comunicación de in-
consciente a inconsciente, el que va a dificultarle a Freud
la descripción de la situación analítica como una simple
yuxtaposición de dos mónadas.
Según Roustang, Freud no pudo elaborar suficiente-
mente la noción de transferencia porque no tomó en
cuenta la hipnosis. Además, su concepción del psiquismo
como un sistema cerrado en sí mismo —con algunas ex-
cepciones—, le impide interpretar correctamente la
transferencia. En realidad, a nivel inconsciente no somos

73
individuos, no hay distinción entre sujeto y objeto; se vive
un estado de participación. Hay una continuidad sublimi-
nal, que subyace a la conciencia individual y es la
condición para que la comunicación sea posible.56
La transferencia es resultado de una situación, en la
que el analista y el analizante están implicados. El
analista demanda al analizante su confianza, sin poder
garantizarle nada. Si el paciente, aun así, se compromete
con el proceso analítico, es por el deseo de comunicarse
con aquel que sabe escucharlo. Ese deseo es la esencia de
la transferencia; y esa transferencia es el fundamento de
un discurso asumido en primera persona.57
El paciente se liga consciente e inconscientemente al
analista, con quien constituye la pareja analítica. Algu-
nos pacientes inmaduros, con una integración pulsional
precaria, reaccionan a la formación de la pareja analítica,
mediante un desdoblamiento: una parte de ellos se com-
promete en el proceso analítico, y otra parte se excluye de
la relación. En estos casos, predomina el componente
narcisista de la transferencia. La parte del paciente que
se excluye de la relación, pone en duda la transferencia
mediante la denegación de las proyecciones y el rechazo
de toda implicación emocional.58
Hay personalidades en las que dos actitudes contra-
dictorias del yo persisten sin influirse. La transferencia
se escinde en dos corrientes psíquicas contrarias. El final
del análisis dependerá de la mayor o menor intensidad de
una de las corrientes psíquicas.59
La transferencia actualiza los deseos inconscientes
del analizante y del analista, y provoca un nuevo reajuste
de los significantes enigmáticos y de los objetos fuente del
analizante. La transferencia ocurre no solo del analizante
al analista, sino también del analista al analizante. Ella
pone en juego una relación indecible entre dos inconscien-

74
tes. Es necesario considerar el empuje sexual, la cul-
pabilidad, la demanda de amor, etc., del analista. Sin
embargo, entre la posición del analista y la posición del
analizante hay una asimetría. Los protagonistas de la
transferencia se sitúan uno con respecto al otro, y crean
la trama que hace posible que el inconsciente se actua-
lice.
Freud reconoció que sus histéricas le comunicaban un
fantasma de seducción sexual —en el que implicaban al
padre—, que no se correspondía con la realidad. Sabemos
que este fantasma existía también en Freud, quien creyó
que su propio padre había ejercido maniobras perversas.
Ese fantasma aparecía en sus pacientes, porque lo apre-
hendían en Freud y se lo restituían de un modo perso-
nal.60
El analizante utiliza siempre los deseos del analista,
cuando elabora los fantasmas en el marco de la relación
terapéutica; pero utiliza los deseos del otro, de acuerdo
con los suyos. De ahí la importancia de que el terapeuta
haya sido analizado y tenga cierta conciencia de sus
deseos.
Los fantasmas de transferencia están incluidos en los
fantasmas del analista o asociados con su deseo. Son el
resultado de la asociación de imágenes interiores; de una
doble proyección, que tiene su origen en el analizante y
en el analista. El otro de la transferencia es aquel en
relación al cual ocurre el incesto fantasmáticamente; es
aquel que goza de un modo inaccesible, y con respecto al
cual se opera la identificación o el reconocimiento sexual.
El otro de la transferencia ocupa, por tanto, una triple
posición.
La transferencia, en tanto solicitación de dos incons-
cientes, es única e imprevisible. Con cada analista que
trabaja, el paciente hace una transferencia particular. Es

75
por eso que, cuando un paciente cambia de analista, sus
problemas se dicen según modos y a través de produccio-
nes diferentes.
La relación analítica es el resultado de una interac-
ción entre transferencia y contratransferencia, en un
campo limitado y estructurado. Frente a la transferencia-
contratransferencia, se está inicialmente ciego. Es siem-
pre un punto ciego el que permite localizar la transferen-
cia-contratransferencia. Si la contratransferencia perma-
nece inconsciente, el analista no puede situar correcta-
mente la transferencia del paciente. Es necesario adoptar
el concepto bifocal de transferencia-contratransferencia.61
Todo fenómeno o proceso que pertenece al orden
transferencial, está inicialmente fuera de la conciencia
del sujeto. Ese orden debe ser descubierto y descifrado.
Pero, incluso después de entrar en el dominio de lo co-
nocible, el fenómeno transferencial se manifiesta como un
complejo. De ahí la dificultad para percibirlo.62

4.1 TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN

Freud sostuvo que, en la transferencia, el paciente


actúa su pasado en vez de rememorarlo. Al no poder
recordar lo reprimido, lo repite y lo vive como una ex-
periencia presente. No obstante, Freud considera que el
analista debe limitar el ámbito de la neurosis de trans-
ferencia para que el paciente rememore lo más posible. El
ideal de la cura es la rememoración; y, si esta no es
posible, se recurre a las construcciones para llenar el
vacío del pasado. La relación transferencial no es valori-
zada por sí misma.
En Más allá del principio del placer, Freud asocia la
transferencia al automatismo de repetición que tras-

76
ciende el principio del placer. Ya antes, él había recono-
cido el carácter repetitivo de la transferencia. Sin
embargo, como señala Lagache: “Las manifestaciones de
la transferencia no son la reproducción de elementos
idénticos tomados de una situación pasada”.63
Para Freud no es contradictorio que la transferencia
sea considerada como la repetición de un amor infantil y
como una idealización característica del estado amoroso,
porque —según él— los padres son los primeros en ser
idealizados. Sin embargo, hay una diferencia entre la
reedición de un prototipo y una relación actual. Los ana-
listas después de Freud continuaron considerando la
transferencia como un resurgimiento, sin criticar la asi-
milación entre transferencia y repetición.
Lacan afirma que, aunque la transferencia es una
repetición, el concepto de repetición no explica el de
transferencia.64 La transferencia no es la sombra de algo
que se vivió antes. El paciente, sometido al deseo del ana-
lista, desea engañarlo, haciéndose amar por él, propo-
niéndole esa falsedad que es el amor. La transferencia es
ese efecto de engaño, en la medida en que se repite aquí y
ahora. Ella no es una simple repetición del pasado, la
sombra de antiguos engaños de amor. La transferencia es
la polarización actualizada del funcionamiento del amor
como engaño. El amor es, para Lacan, un engaño, una
ilusión especular.65
Como lo que se transfiere se relaciona con el pasado,
la transferencia pone en marcha el automatismo de
repetición. Pero, siendo una reproducción en acto, la ma-
nifestación de la transferencia implica creación.66
Además, como la transferencia se manifiesta en la rela-
ción con alguien a quien se habla, es necesario distinguir
la transferencia de las repeticiones vinculadas a la cons-
tante de la cadena significante en el sujeto.67 Detrás del

77
amor de transferencia, subyace el encuentro entre el
deseo del analista y el del paciente.
La transferencia es repetición, en torno al analista, de
una estructura y de una situación de la infancia que
deben ser revividas en el marco del tratamiento analítico.
Pero si queremos comprender cómo la transferencia pue-
de dar origen a una nueva dinámica psíquica, debemos
superar la repetición. “Si la transferencia no es sino
repetición, dice Lacan, ella será repetición, siempre, del
mismo fracaso”.68 Es necesario insistir, por tanto, en ese
aspecto de lo que se repite, que es la demanda de amor.
Freud considera que el pasado retorna al presente;
sin embargo, el pasado no regresa. La repetición, que es
repetición del significante, se distingue del ciclo biológico
y de la transferencia. El amor puede reaparecer sin ser la
reproducción de un amor anterior. No se debe reducir el
amor de transferencia a un resurgimiento capaz de susci-
tar una resistencia a la que el analista se enfrenta.
En la obra de Freud, se distinguen dos modalidades
de transferencia. La primera es una simple reedición
estereotipada; y la segunda conlleva una alteración de su
contenido, puede devenir consciente y se apoya en una
particularidad real o circunstancial del analista. Esta
última transferencia no es una simple repetición; implica
un trabajo, una elaboración y un deseo de complacer al
analista.
Se puede creer que la transferencia es una simple
repetición del pasado infantil; o, por el contrario, un
movimiento que transmuta y sublimiza las fuerzas que
porta. El primer punto de vista enfatiza la realidad de la
transferencia; el segundo interpreta el movimiento
dialéctico de las oposiciones contratransferenciales. Am-
bas posiciones son verdaderas e ilusorias. La realidad en
el análisis no es un hecho concreto. Las circunstancias

78
que rodean la sesión de análisis —el abrir la puerta, el
saludar estrechando las manos, etc.— no son portadoras
de una realidad absoluta, sino que dependen del movi-
miento dialéctico que se les confiere. En ese sentido,
pueden convertirse en indicadores de una resistencia
opaca, o ser expresión de una transferencia dialéctica.
La transferencia repite prototipos infantiles, con un
sentimiento de actualidad. Pero no se trata de una repeti-
ción en un sentido realista, de relaciones efectivamente
vividas. Lo que se transfiere es la realidad psíquica, el
deseo inconsciente y los fantasmas con él relacionados.
Debe haber cierta relación entre la transferencia y la
repetición, la transferencia y la pulsión de muerte. Sin
embargo, el terreno de juego de la transferencia, en el
que la realidad en cierto modo no cuenta, es el espacio
analítico, el espacio en el que transcurre la sesión.
Aunque hay repetición en la transferencia, es esencial
que algo ocurra por primera vez, lo que constituye la
dimensión innovadora del acto.69
Si para el inconsciente todo es repetición, la trans-
ferencia es su producción más directa, por ser repetición.
Pero existe una repetición mortífera, relacionada con la
pulsión de muerte; y otra vinculada a la pulsión de vida,
que hace posible la integración de otros materiales a los
fantasmas previos. Ambos tipos de repetición se articulan
constantemente. Lo importante es que la pulsión de vida
predomine.
La transferencia está constituida por ambos tipos de
repetición; y, en ese sentido, puede facilitar la renovación
de la vida, o provocar la destrucción. Ella es vínculo,
apego, amor, pero también es riesgo. Y predomina la
repetición mortífera cuando el otro se transforma en un
espejo, en un simple lugar de eco. El que la transferencia
ponga en juego una repetición enlazante depende del

79
otro. Al igual que en el síntoma, el otro está siempre
presente.

4.2 TRANSFERENCIA POSITIVA Y NEGATIVA

El efecto positivo o negativo de la transferencia solo


es perceptible en relación con la contratransferencia. La
transferencia positiva y la contratransferencia positiva
deben su positividad al acuerdo. La transferencia nega-
tiva implica un desacuerdo con respecto al punto de vista
del analista, el cual puede ser correcto o incorrecto.
Freud, al referirse a las modalidades sentimentales
que puede asumir la transferencia, dice: “Esta variación
puede orientarse en dos direcciones contrarias: Primera,
los sentimientos amorosos derivados de la transferencia
pueden adquirir tal intensidad y manifestar tan a las
claras su origen sexual, que lleguen a provocar la apari-
ción de una oposición interna a ella. Y segunda, puede
también tratarse de una transferencia de sentimientos
hostiles. Generalmente, estos sentimientos hostiles sur-
gen con posterioridad a los amorosos; pero a veces
aparecen también simultáneamente a ellos, ofreciéndo-
nos entonces una excelente imagen de aquella ambivalen-
cia sentimental que domina en la mayor parte de
nuestras relaciones íntimas con los demás”.70
El amor y el odio son más que pulsiones parciales. En
Tres ensayos para una teoría sexual, Freud no distingue
amor y sexualidad; aunque, en Las pulsiones y sus
destinos, los distingue. En este último artículo, el amor se
convierte en un problema más vasto y más originario.
El odio y el amor son, según Schotte, correlativos al
objeto. El objeto nace de la indiferencia procedente del
odio; mientras el amor que se dirige a ese objeto debe

80
calificarlo de nuevo. El objeto amado aparece inicial-
mente sobre un fondo de odio, lo que implica una
ambigüedad. El amor y el odio comprometen al yo en su
totalidad.71
El autoerotismo es una fase del desarrollo que
precede a la del narcisismo; representa un modo de sa-
tisfacción sexual anterior a todos los demás. El narci-
sismo, por su parte, supone una configuración yoica;
corresponde al momento en el que el yo se aprehende
como totalidad. Ese narcisismo —calificado, empático—
sobreviene cuando el yo se configura. Sin embargo, el
estado de fascinación perturbada del sujeto, corresponde
a un narcisismo indiferenciado, que funciona de un modo
autoerótico y precede al narcisismo calificado.72 “El auto-
erotismo funciona, en efecto, ‘por restos y trozos’,
mientras que el narcisismo, por la polarización de las
pulsiones sobre un yo configurado, compromete la
dialéctica del todo y de las partes. Un trozo forma un todo
por sí mismo, pero una parte solo se concibe en relación
al todo que ella no es y del que ella forma parte”.73
Las zonas erógenas “escindidas” son centros que
focalizan —cada uno— el conjunto del funcionamiento
erótico. En la oralidad, por ejemplo, el cuerpo entero
deviene boca. “Ese funcionamiento por restos y trozos,
por focalizaciones sucesivas en el seno de un contenedor,
corresponde a eso que Freud llamó ‘narcisismo del ello’ o
‘narcisismo originario’, para distinguirlo del narcisismo
del yo (cfr. ‘El yo y el ello’). El narcisismo calificado y la
objetalidad solo están presentes en potencia”.74
Existen diferentes estratos en la constitución de sí.
Sujeto o pre-sujeto, el sí mismo se constituye progresiva-
mente, y atraviesa por diferentes etapas. Es solo a partir
de cierto momento que ese sí mismo puede ser calificado
como yoico.

81
Schotte no comparte la opinión de Freud, según la
cual la pulsión se liga de golpe a un objeto autoerótico.
“En el primer tiempo de su surgimiento, la vida pulsional
no se ocupa del objeto. Ella no es sino, en un principio,
una actividad que en su fuente, gira sobre ella misma.
Sucede lo mismo con la pulsión escópica. La mirada
comienza por perderse en la contemplación de un mundo
hecho de focalizaciones múltiples. La categoría del objeto
solo deviene pertinente cuando la mirada se detiene en
un reflejo o en una imagen que ella constituye. Cierta-
mente, Narciso, perdido en la fascinación del agua
agitada, se relaciona en cierto modo consigo mismo y se
descubre. Pero esa relación difiere de un frente a frente; y
el sí mismo en cuestión no está todavía fijado en la
imagen de un yo”.75
En Tres ensayos para una teoría sexual, la distinción
inaugural entre el objeto y el objetivo de la pulsión contri-
buye a separar el objeto de la pulsión. Pero Freud afirma
que la sexualidad infantil siempre tiene un objeto
anterior al cuerpo propio. En ese sentido, él confunde la
objetalidad con la realidad “exterior”, que es solo una de
sus formas.
La oralidad está en contacto directo con lo real. Sin
embargo, este registro no pertenece a la categoría del
objeto. El objeto es eso que uno arroja gracias a ese
mismo movimiento con el que uno se constituye en sujeto.
“La metáfora del lanzamiento es fundadora de la pareja
sujeto-objeto[...]”.76 No obstante, el movimiento de la
pulsión no se limita a la esfera sujeto-objeto.
Es necesario postular un tiempo primordial en el que
Narciso no reconoce su propia imagen. Ella emerge pro-
gresivamente de la fascinación del mirar. Al inicio, el
niño no tiene un objeto. El recién nacido vive su cuerpo
en simbiosis con el seno de la madre. “La representación

82
global de la persona que presupone la dialéctica del todo
y de las partes solo intervendrá ulteriormente. Al princi-
pio hay una comunicación primordial, polarizada por la
distancia y la proximidad, pero sin pasar por fijaciones
representativas. Con anterioridad a los ‘objetos’ y a sus
representaciones, lo que existe a ese nivel son focos de
situaciones, que no condensan la actividad pulsional”.77
Freud no se da cuenta de que la pulsión no conoce ni
el objeto ni la ambivalencia, antes del narcisismo califi-
cado. En un primer tiempo, el cuerpo no se opone a nada.
Él es todo músculo, todo ojo, todo boca.
Ese funcionamiento corporal primordial se abre y
coincide con el mundo. Es solo en un segundo tiempo, que
la pulsión sádica y la pulsión escópica pueden apegarse a
un objeto de manera ambivalente, en correspondencia
con un narcisismo yoico. Se trata de un cuerpo que uno
ve, que uno mueve, y que se inscribe como totalidad en el
horizonte del mundo.78
El narcisismo empático “polariza la vida pulsional
sobre un juego de oposiciones calificadas (interior/exterior
- activo/pasivo - yo/objeto...) que no se encuentra todavía
en el autoerotismo”.79 La oralidad es siempre autoerótica.
Ella no conoce el funcionamiento narcisista del yo. La
satisfacción oral precede la objetalidad. Ni la leche ni el
seno se oponen a la boca. Ella solo los conoce incluyéndo-
los.
El amor puede entenderse como un empuje irresisti-
ble a la unión con otro ser (Liebe) o como la aspiración a
una vida común con otra persona (Verliebtheit). El amor,
en el sentido transferencial (Liebe), corresponde más bien
al término latino “libido”. Consiste en un impulso incons-
ciente hacia el otro, que no necesariamente conlleva las
manifestaciones conscientes que suelen identificarse con

83
el amor. El análisis requiere, para llevarse a cabo, del
amor de transferencia.80
Según Freud, el amor de transferencia —como todo
amor— es una repetición. Todo amor reproduce prototi-
pos infantiles. El amor de transferencia es, sin embargo,
más repetitivo y menos ajustado que el amor normal. Lo
que le da al amor de transferencia su carácter compulsivo
y patológico, es el elemento infantil. “Resumiendo: no
tenemos derecho alguno a negar al enamoramiento que
surge en el tratamiento analítico el carácter del autén-
tico. Si nos parece tan poco normal, ello se debe principal-
mente a que también el enamoramiento corriente, ajeno a
la cura analítica, recuerda más bien los fenómenos
anímicos anormales que los normales. De todos modos,
aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran
una posición especial: 1. Es provocado por la situación
analítica. 2. Queda intensificado por la resistencia domi-
nante en tal situación. 3. Es menos prudente, más
indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estima-
ción de la persona amada que otro cualquier enamora-
miento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que
precisamente estos caracteres divergentes de lo normal
constituyen el nódulo esencial de todo enamoramiento”.81
Toda elección amorosa implica la substitución de un
objeto perdido por un objeto actual, y la proyección
idealizante de una imago privilegiada del pasado sobre
alguien. En ese sentido, el análisis no difiere de otra
situación amorosa, excepto por la intención del analista.82
No es posible —según O. Mannoni— distinguir la
transferencia del amor. Ella, como el amor, es siempre
ambivalente. El amor de transferencia es un amor que
surge en la situación analítica. Es un síntoma; y, como
todo síntoma, tiene un aspecto real y un aspecto imagina-
rio.83

84
Bonnet distingue la transferencia sexual de la trans-
ferencia amorosa.84 Ambas se articulan, pero plantean
problemas diferentes. En la transferencia, la articulación
del sexo y del amor es indispensable, y constituye una
fuente de conflictos.
El síntoma es un signo de la presencia y de la acción
del amor en la relación con el otro, incluso en la relación
transferencial. El síntoma implica un amor exclusivo y
costoso, que explica su arraigo en el sujeto. Gracias al
síntoma, el paciente se une al ser amado; y, muchas
veces, logra mantener la prioridad del amor sobre la
sexualidad.
La transferencia es sexual, y su eficacia depende de
esta pulsión. El paciente se acuesta al lado del analista,
regularmente y durante mucho tiempo, lo que conlleva la
manifestación de deseos sexuales. En ese sentido, no
debemos confundir sexualidad y genitalidad, sexualidad y
amor.
Si la actualización de lo sexual en la cura plantea
riesgos, lo inverso —la ausencia de pensamiento, ima-
ginación e investimiento sexual— también plantea
problemas, por su carácter sintomático. En este último
caso, la transferencia se convierte en una repetición mor-
tífera.
El analizante experimenta, con la mediación del ana-
lista, la reactualización de una experiencia pasada. En
ese sentido, el odio suele estar asociado al amor; y el odio
de transferencia —latente o manifiesto— permite poner
en circuito ciertos objetos primarios. Es preferible hablar
de transferencia de odio que de transferencia negativa.
La así llamada transferencia negativa es una defensa
respecto a la transferencia positiva.
En Observaciones sobre el “amor de transferencia”,
Freud estudia los problemas planteados por el amor de

85
transferencia, y sugiere que el tratamiento debe llevarse
a cabo en abstinencia. El amor de transferencia no debe
gratificarse ni rechazarse, sino tratarse analíticamente.
“Nos guardamos de desviar a la paciente de su
transferencia amorosa o disuadirla de ella, pero también,
y con igual firmeza, de toda correspondencia. Conserva-
mos la transferencia amorosa, pero la tratamos como algo
irreal, como una situación por la que se ha de atravesar
fatalmente en la cura, que ha de ser referida a sus
orígenes inconscientes y que ha de ayudarnos a llevar a
la conciencia de la paciente los elementos más ocultos de
su vida erótica, sometiéndolos así a su dominio cons-
ciente. Cuando más resueltamente demos la impresión de
hallarnos asegurados contra toda tentación, antes
podremos extraer de la situación todo su contenido analí-
tico”.85
Técnicamente, el analista no debe rechazar nada, ni
acordar nada. Él no debe adoptar una actitud represiva,
obligando a la analizante a abandonar su amor. Dicho
procedimiento no sería analítico y fomentaría la repre-
sión. La paciente se sentiría humillada y podría ven-
garse.
El analista no debe tratar de sublimar el amor de
transferencia. Él debe interpretar y aplicar la regla de
abstinencia; es decir, negar a la paciente la satisfacción a
la que ella aspira. El tratamiento debe ocurrir en abs-
tinencia, aun cuando el deseo de la paciente subsista y
sirva como fuerza para el trabajo que deberá realizarse.
La paciente se encuentra en una situación de seguri-
dad, en la que puede expresar las fantasías de sus deseos
sexuales, los detalles personales de su manera de amar y
las raíces infantiles de su amor. Si bien el analista no ob-
tiene ninguna ventaja personal del amor de transferen-

86
cia, la paciente aprende de él a superar el principio del
placer.
La sublimación, en tanto desviación del objetivo se-
xual de las pulsiones primitivas, trasciende la positividad
o negatividad de la transferencia. Según Freud, el valor
de sublimación forma parte de la transferencia. No
obstante, él puede estar ausente de uno o de ambos pro-
tagonistas de la situación analítica. “La transferencia
puede manifestarse como una apasionada exigencia amo-
rosa o en formas más mitigadas. Ante un médico entrado
en años, la joven paciente puede no experimentar el
deseo de entregarse a él, sino el de que la considere como
una hija predilecta, pues su tendencia libidinosa puede
moderarse y convertirse en una aspiración a una inse-
parable amistad ideal exenta de todo carácter sensual”.86
Refiriéndose a la sublimación con pacientes masculinos,
dice Freud: “Los sujetos masculinos presentan igual
adhesión al médico, se forman también una exagerada
idea de sus cualidades, dan muestras de intenso interés
por todo lo que al mismo se refiere y se manifiestan
celosos de todos aquellos cercanos al médico en la vida
real. Las formas sublimadas de la transferencia de hom-
bre a hombre son tanto más frecuentes, y tanto más raras
las exigencias sexuales directas, cuanto menor es la
importancia de la homosexualidad manifiesta en relación
a las otras vías de aprovechamiento de estos componen-
tes instintivos”.87
La idealización, característica del amor, es consecuen-
cia de una sobrevaloración del objeto. Las pulsiones
sexuales son reprimidas, y se produce la ilusión de que el
objeto es amado por sus méritos espirituales. En
realidad, es el encanto sensual el que le confiere esos
méritos. La idealización es lo que explica la ilusión. En la
relación amorosa el objeto ocupa el lugar del ideal del yo.

87
“Reconocemos, en efecto, que el objeto es tratado como el
propio yo del sujeto y que en el enamoramiento pasa al
objeto una parte considerable de libido narcisista. En
algunas formas de la elección amorosa llega incluso a
evidenciarse que el objeto sirve para sustituir un ideal
propio y no alcanzado del yo. Amamos al objeto a causa
de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro
propio yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este
rodeo para satisfacción de nuestro narcisismo”.88
El amor de transferencia normalmente no impide que
el analizante ame a otra persona, que goce con otras
parejas. Esto distingue el amor de transferencia del amor
y de la pasión. Sin embargo, el amor de transferencia
puede transformarse en pasión. Freud reflexiona sobre la
transferencia, aproximándola al amor y a la pasión amo-
rosa. Sin embargo, él distingue una transferencia ligera,
inconsciente, con la cual se puede trabajar; de otra
pasional, que irrumpe en la conciencia, con la que no se
puede trabajar. Esta última transferencia debe anali-
zarse y resultar explícita para el analista y para el pa-
ciente.
A juicio de Lacan, en “El Banquete” aparece el
amante como sujeto del deseo; y el amado, como aquel
que tiene algo. Y la consideración de este diálogo de
Platón permite estructurar, en torno a la posición de dos
deseos, la situación del analizante en presencia del ana-
lista.89
La relación entre el analista y el analizante, ¿qué
tiene en común con la naturaleza del amor? “Justamente
agalma, ese objeto que hemos aprendido a delimitar en la
experiencia analítica”.90 Lo que provoca el amor de
Alcibíades por Sócrates, es la presencia en el amado de
los agalmata. Alcibíades afirma que Sócrates provoca en
él, mediante su palabra, un estado de posesión semejante

88
al que produce el sátiro Marsias con su canto. Alcibíades
atribuye a Sócrates un bien, un objeto indefinible, que
desencadena su deseo (el del amante).91
Las posiciones respectivas del amante y del amado
constituyen la base del problema del amor; problema que
permite comprender lo que ocurre en la transferencia. El
amante se caracteriza por lo que le falta, aun cuando no
sepa efectivamente qué le falta. El amado es aquel a
quien se atribuye algo, que él desconoce y que constituye
su atractivo. Entre el amante y el amado no hay coin-
cidencia. Lo que falta al amante no es lo que existe oculto
en el amado. El problema del amor consiste, precisa-
mente, en esa discordancia.92
Si el objeto apasiona, es porque debajo de él se descu-
bre el objeto del deseo, el agalma.93 Al llegar al banquete,
Alcibíades cambia las reglas del juego: se atribuye la
autoridad de la presidencia, e impone que, en lo sucesivo,
aquel que tenga la palabra haga el elogio del otro
convidado sentado a su derecha. El discurso de Alcibíades
es el discurso del amor en su momento culminante.
Según Lacan, Freud plantea la autenticidad del amor
de transferencia. Sin embargo, “la producción de la
transferencia tiene un carácter absolutamente universal,
verdaderamente automático, mientras las exigencias del
amor son, por el contrario, todo el mundo lo sabe, tan
específicas...[...] ¿Cómo es posible que en la relación analí-
tica, la transferencia, que es de la misma naturaleza que
el amor[...] se produzca, se puede decir incluso antes de
que el análisis haya comenzado? Ciertamente, no es
quizás lo mismo antes y durante el análisis”.94 La sexuali-
dad se actualiza en la transferencia, y se manifiesta como
amor. “La transferencia es la actualización de la realidad
del inconsciente”95; y la realidad del inconsciente es la
realidad sexual. El efecto de la transferencia es el amor

89
de transferencia; que, como todo amor, solo se da en el
campo del narcisismo. “Amar es, esencialmente, querer
ser amado”.96
El amor de transferencia hace posible la neurosis de
transferencia. Cierta idealización es consecuencia del
amor de transferencia. Pero este último puede llegar a
convertirse en un apego incondicional de parte del anali-
zante. El amor de transferencia puede transformarse en
pasión; y es el rechazo del analista lo que, en primer
lugar, impide esa transformación.
La dependencia pasional proporciona al analizante
un placer narcisístico intenso. En vez de vincular al yo
con sus ideales, el investimiento lo vincula con una repre-
sentación que incluye los ideales atribuidos al analista y
al análisis. Como consecuencia de esto, el yo del anali-
zante detiene su devenir, y se fija en la contemplación
fascinada de sí mismo en tanto objeto y agente de esa
idealización. La teoría del analista se convierte en
ideología.97
El analizante que vive una relación pasional con su
analista, aun cuando cree que él manifiesta simplemente
su aptitud para la transferencia, cuando se convierta en
analista concebirá la alienación pasional como si se tra-
tara de un simple amor de transferencia. Es necesario
tener en cuenta que, mientras la pasión transferencial
imposibilita el análisis, el amor de transferencia es una
condición necesaria para que el análisis tenga lugar.
Las personas que han sufrido mucho en su infancia
aman incondicionalmente. Las personas con un maso-
quismo primario muy desarrollado tienen una demanda
tan intensa que pueden ser víctimas de analistas ines-
crupulosos.

90
4.3 TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA

En La dinámica de la transferencia, Freud considera


la transferencia como una resistencia en el proceso analí-
tico. Él constata que la transferencia sobre el analista
aparece en el mismo momento en que están a punto de
ser descubiertos algunos contenidos reprimidos importan-
tes. La transferencia es, por tanto, una forma de
resistencia, que señala la proximidad del conflicto incons-
ciente. Cuando las asociaciones libres del paciente se
detienen y las motivaciones habituales fracasan, Freud
considera que hay contenidos transferenciales en juego.
Si el analista presiona al analizante, este confesará, por
ejemplo, que piensa en el paisaje que se ve a través de la
ventana del consultorio del analista, en el cuadro que
cuelga de la pared, etc. El paciente está cautivado por
ideas inconscientes que se vinculan al analista. Es decir,
el analizante comienza a experimentar la transferencia.
“Podemos comprobar, cuantas veces queramos, que cuan-
do cesan las asociaciones libres de un paciente, siempre
puede vencerse tal agotamiento asegurándole que se
halla bajo el dominio de una ocurrencia referente a la
persona del médico. En cuanto damos esta explicación ce-
sa el agotamiento o queda transformada la falta de aso-
ciaciones en una silenciación consciente de las mismas”.98
Lo que resulta enigmático es la detención del proceso
asociativo. Freud no puede aceptar la idea de un vacío; y,
sin embargo, el paciente afirma que ya no tiene nada que
decir. La respuesta de Freud es que, en ese momento, el
paciente piensa en el analista o en algo que le concierne.
La explicación sustituye la presión sobre la frente —
artificio técnico utilizado por Freud antes de descubrir la
asociación libre—, y la interpretación reemplaza la
insistencia del terapeuta.

91
La transferencia se manifiesta bajo la forma de una
detención de las asociaciones, como una resistencia. Más
que una ruptura de la cadena asociativa, se inserta un
elemento actual —relativo al terapeuta— en el texto
asociativo. Y ese desplazamiento ocurre porque favorece
el que determinados contenidos no devengan conscientes.
El desplazamiento favorece la resistencia; la transferen-
cia es una resistencia. En ese sentido, un sueño de sesión,
por ejemplo, puede indicar una línea general de resisten-
cia. Según el rol que al analista se le atribuya en el sue-
ño, el terapeuta puede reconocer la resistencia del pa-
ciente a la cura.
Freud señala el carácter artificial del amor de trans-
ferencia; y, por otra parte, le confiere autenticidad. Se
trata de un amor utilizado por la resistencia. “La parti-
cipación de la resistencia en el amor de transferencia es
indiscutible y muy amplia. Pero la resistencia misma no
crea este amor: lo encuentra ya ante sí, y se sirve de él,
exagerando sus manifestaciones”.99
La parte del complejo patógeno que puede dar lugar a
una transferencia es la que tiende a hacerse consciente;
es aquella de la que el paciente más se defiende. Las
manifestaciones de la neurosis de transferencia muestran
cuáles son los elementos del complejo que generan la
mayor resistencia. “La experiencia nos ha mostrado ser
este el punto en que la transferencia inicia su actuación.
Cuando en la materia del complejo (en el contenido del
complejo) hay algo que se presta a ser transferido a la
persona del médico, se establece en el acto esta trans-
ferencia, produciendo la asociación inmediata y anun-
ciándose con los signos de una resistencia; por ejemplo,
con una detención de las asociaciones. De este hecho de-
ducimos que si dicha idea ha llegado hasta la conciencia
con preferencia a todas las demás posibles, es porque sa-

92
tisface también a la resistencia. Este proceso se repite
innumerables veces en el curso de un análisis. Siempre
que nos aproximamos a un complejo patógeno, es impul-
sado, en primer lugar, hacia la conciencia y tenazmente
defendido aquel elemento del complejo que resulta ade-
cuado para la transferencia”.100
En razón a una idea relacionada con el analista, ocu-
rre en el paciente una detención de las asociaciones. Esa
detención es consecuencia de un amor de transferencia,
que repite un amor infantil. El paciente no recuerda el
amor infantil, pero lo pone en acto en la cura. Freud sitúa
la repetición en el punto de detención de las asociaciones.
Esa repetición pertenece al dominio de la transferencia, y
constituye una resistencia a la aparición del recuerdo;
una resistencia a la curación, que produce, finalmente, la
neurosis de transferencia. “Ya desde mucho tiempo antes
veníamos advirtiendo en la sujeto los signos de una
transferencia positiva, y pudimos atribuir, desde luego, a
esta actitud suya con respecto al médico su docilidad, su
aceptación de las explicaciones que le dábamos en el cur-
so del análisis, su excelente comprensión y la claridad de
inteligencia que en todo ello demostraba. Pero todo esto
ha desaparecido ahora; la paciente aparece absorbida por
su enamoramiento, y esta transformación se ha produ-
cido precisamente en un momento en el que suponíamos
que la sujeto iba a comunicar o a recordar un fragmento
especialmente penoso e intensamente reprimido de la
historia de su vida. Por tanto, el enamoramiento venía
existiendo desde mucho antes; pero ahora comienza a ser-
virse de él la resistencia para coartar la continuación de
la cura, apartar de la labor analítica el interés de la pa-
ciente y colocar al médico en una posición embarazosa”.101
El amor de transferencia es un acontecimiento real; y,
al mismo tiempo, una estrategia inconsciente de resisten-

93
cia. La paciente ama para obstaculizar el proceso
analítico. Mientras el analista permanece en la conven-
ción analítica, la paciente reintroduce lo real en la es-
cena. Resistir al analista es, para Freud, lo mismo que
resistir a la exploración del inconsciente. El propósito
inicial del análisis es inducir una regresión, y todo lo que
impida alcanzar este objetivo es una resistencia. La
transferencia, en la medida en que impide la recupera-
ción de la memoria y detiene la orientación regresiva,
tiene valor de resistencia. Sin embargo, la transferencia
es el único medio para que los contenidos inconscientes
tengan acceso a la conciencia.
La transferencia del paciente levanta parcialmente
sus resistencias. La principal fuerza motivacional para el
análisis es la transferencia positiva sublimada, la cual no
constituye un problema técnico. Según Freud, la trans-
ferencia se convierte en un tema cuando deviene en una
resistencia; es decir, cuando es negativa o sexual. Freud
tiene una apreciación negativa y otra positiva de los
efectos de la transferencia, lo que no necesariamente co-
incide con la distinción entre transferencia negativa y
transferencia positiva. La resistencia de transferencia
puede darse con la transferencia positiva —el amor de
transferencia—, aun cuando la transferencia negativa
suele ser la que más obstaculiza la cura.
Para Lacan, el amor es cierre del inconsciente. “Eso
que Freud nos señala desde los primeros tiempos, es que
la transferencia es esencialmente resistente, Übertra-
gungswiderstand. La transferencia es el medio por el cual
se interrumpe la comunicación del inconsciente, por
donde el inconsciente se cierra”.102 Sin embargo, resulta
paradójico que se aconseje —como hace Freud— que el
analista interprete después que la transferencia se haya
manifestado. Con respecto al inconsciente, la transferen-

94
cia es un momento de cierre. Ella, en tanto modo de
acceso a lo que se oculta en el inconsciente, es una vía
precaria. Es un obstáculo a la rememoración, y la mani-
festación actual del cierre del inconsciente. “Estamos
obligados a esperar ese efecto de transferencia para poder
interpretar, y al mismo tiempo, sabemos que él cierra el
sujeto al efecto de nuestra interpretación”.103
Uno podría preguntarse cómo la transferencia per-
mite superar la neurosis, si en su esencia constituye una
resistencia neurótica. Lacan considera que hay una
salida, porque en el amor existe el deseo. La tarea del
analista consiste en hacer advenir —a partir del amor—
el deseo en el sujeto, manteniendo su propio deseo libre
de las captaciones de lo imaginario neurótico.
Según Lacan, el amor es la fase de resistencia de la
transferencia. El analizante no se identifica —esa es
justamente su neurosis— con el padre simbólico. De ahí
su tentativa de seducir al analista con el amor de
transferencia, para evitar la relación con la castración
implícita en la sublimación.
Lacan combatió siempre la técnica del análisis de las
resistencias. A su juicio, cuando el analista se detiene en
las resistencias del paciente, se acomoda en la posición de
un superyó inquisidor y cruel. Esto reenvía a las resisten-
cias del analista.
El terapeuta cree comprender cuando supone que
puede responder a la demanda del paciente. Cuando
interpreta, responde a la demanda del analizante y llega
a creer que este debería contentarse con la respuesta
dada. En ese momento, se produce siempre una resisten-
cia. “Así es como la teoría traduce la manera en que la
resistencia es engendrada en la práctica. Es también lo
que queremos dar a entender cuando decimos que no hay
otra resistencia al análisis sino la del analista mismo”.104

95
Según Freud, “ningún psicoanalítico llega más allá de
cuanto se lo permiten sus propios complejos y resisten-
cias[...]”.105 De ahí la importancia que tiene, para el que
va a trabajar como analista, el someterse a un análisis
personal. También para Strachey, la resistencia surge en
relación al analista.106 Suelen imputarse al analizante
ciertas carencias, para justificar que el análisis no avan-
za: falta de actividad fantasmática, de relación de objeto,
de afecto, entre otros. Sin embargo, por el hecho de que
un paciente estorbe el funcionamiento mental del ana-
lista, no se justifica el que este considere la experiencia
como negativa.107
Por otra parte, si se asume como incorrecto el punto
de vista del analista, esa inadecuación no se debe
apreciar al margen de la situación analítica, invocando
una técnica mejor. La inadecuación deberá interpretarse
en función de las interacciones transferenciales y contra-
transferenciales. Se puede constatar que, por un acuerdo,
el analista y el analizante se han encontrado favore-
ciendo la resistencia. En razón de una complicidad, por la
fuerza de la transferencia y de la contratransferencia po-
sitivas, ambos han compartido un momento de ceguera.
Pero también puede ocurrir que ambos protagonistas del
análisis, por la interacción de la transferencia y de la
contratransferencia negativas, se encuentren del mismo
lado de la resistencia, en una relación de desacuerdo.

4.4 TRANSFERENCIA Y NEUROSIS

En la obra de Freud, la integración progresiva del


descubrimiento del complejo de Edipo repercute en su
concepción de la transferencia. Ferenczi, por su parte,
indica —en Transferencia e Introyección— cómo en el

96
análisis y en las técnicas de sugestión e hipnosis, el pa-
ciente hace que el terapeuta desempeñe el papel de las
figuras parentales amadas o temidas. Freud reconoce
posteriormente que, en la transferencia, se revive la
relación del sujeto con las figuras parentales, especial-
mente la ambivalencia pulsional característica de dicha
relación.
En Más allá del principio del placer, Freud afirma
que la transferencia tiene siempre como contenido un
fragmento del complejo de Edipo. La transferencia actua-
liza la esencia del conflicto infantil. Los modos relaciona-
les arcaicos determinan la estructura edípica, la que, a su
vez, proporciona las fuerzas y la organización de la
neurosis de transferencia.
Con el término “novela familiar” (Familienroman),
Freud designa las fantasías mediante las cuales el sujeto
modifica imaginariamente los lazos que él mantiene con
sus padres. Esas fantasías tienen como fundamento el
complejo de Edipo. Es probable que la organización de la
neurosis de transferencia tenga su origen en la novela
familiar del neurótico, resultado del complejo de Edipo.
Los padres son para el niño la autoridad suprema, fuente
de seguridad con prestigio inconmensurable. Sin em-
bargo, el desarrollo intelectual del menor lo lleva a
comparar la situación social de sus padres con la de otras
parejas más favorecidas. Sintiéndose no correspondido, el
niño se vale de sus conocimientos para forjar un fan-
tasma de conformidad con el cual él tendría otro origen.
Los padres reales son sustituidos por padres más afor-
tunados. El niño se reconoce como el hijo bastardo de un
amante heroico; o garantiza su legitimidad, y declara
como bastardo a un hermano o hermana. Esos fantasmas
se sustentan en la nostalgia de un padre todopoderoso,
característico de la primera infancia. Como en los varo-

97
nes es mayor la rivalidad hacia el padre, en ellos estas
fabulaciones son, según Freud, más intensas. La novela
familar del neurótico encuentra en la neurosis de trans-
ferencia un medio de expresión. El analista puede, en
efecto, representar ese nuevo padre noble con quien
soñaba el niño, el padre omnipotente de los orígenes.
El complejo de Edipo tiene un poder organizador. Él
condiciona la transferencia y la contratransferencia. Sin
embargo, en lo que concierne a la neurosis de transferen-
cia, ciertos elementos no se corresponden con el complejo
de Edipo. ¿Puede la neurosis de transferencia organi-
zarse a partir de elementos pregenitales? Ella se apoya
en la organización edípica, aunque traduzca los fracasos
precedentes. Esta neurosis no puede liquidarse, si no se
interpreta y resuelve el complejo de Edipo.
Para Lacan, lo que hace posible la transferencia es la
neurosis. La transferencia es una posibilidad de la neuro-
sis, que se produce igualmente fuera de la cura. Según
Juranville, en la neurosis subsiste una demanda de amor,
que se actualiza en la transferencia. El analista, en ese
momento, ocupa el lugar de la Cosa y no del otro simbó-
lico, como pensó Lacan.108
La transferencia procede del síntoma. En ausencia de
este último, no puede haber transferencia ni análisis. El
síntoma estructura al individuo y su relación con el otro,
y, por tanto, la transferencia, la cual es un retoño del sín-
toma. Este, al igual que la transferencia, confronta al
individuo con la repetición. Esa repetición concierne por
lo menos a dos personas. Sin embargo, en el síntoma el
otro solo es considerado en el fantasma, lo que favorece la
repetición de lo mismo. En cambio, en la transferencia los
dos polos de la relación están presentes, y la diferencia
entre sus dos funcionamientos favorece el acceso a lo
nuevo.

98
El síntoma no es consecuencia de la pasividad. Se
trata de algo inconscientemente elegido, deseado. El sín-
toma es el efecto de un deseo inconsciente del sujeto.
Tanto en el inicio del síntoma como en el de la
transferencia, se da la autosugestión. Este fenómeno, que
está en el origen del síntoma, se repite en la cura. La
autosugestión es la capacidad del ser humano de influen-
ciarse y provocar en sí mismo transformaciones psíquicas
y físicas. “Es el sujeto quien elige su síntoma en
respuesta a la seducción de origen; es él también quien
decide con quién y cómo podrá actuar su transferen-
cia”.109
La aparición del síntoma implica una autohipnosis.
Sin embargo, tan pronto se establece el síntoma, el pa-
ciente es incapaz de controlar o de modificar lo que
sucede. Un tipo de funcionamiento se apodera de él, y
estructura su vivencia inconsciente. Para introducir un
cambio en esa autohipnosis repetitiva, es indispensable
la presencia de un tercero.
El analista recusa la transferencia de poder y acepta
—por un tiempo— la transferencia de saber. De ese
modo, su discurso se sitúa del lado de lo enigmático, y él
“entra por allí en eco con los objetos olvidados, con los
objetos desaparecidos” que provocan el síntoma.110
Con el síntoma, el paciente se inflige un sufrimiento
—mediante la autohipnosis— y manifiesta el deseo de
gozar. El otro le sirve al paciente como mediador para
alcanzar el goce. El síntoma es motivado por el deseo se-
xual, y persigue un goce que falta dolorosamente. Sinto-
matizar es gozar el encuentro sexual de los padres
interiorizados en el fantasma. Esto supone una fijación
fálica. El niño sabe que él no dispone del falo, en tanto
instrumento del goce. Él sabe que la vida sexual consti-
tuye un privilegio inaccesible para él.

99
El sistema fálico se centra en la problemática del
tener, e inviste el registro visual de un modo considera-
ble. El neurótico desea tener acceso al goce del otro, en
especial al de los padres. Él considera el goce de los
padres como algo maravillloso; y trata de apropiárselo
por diferentes medios, especialmente mediante la vista.
De ese modo, gracias a un fantasma voyeurista, se pone
en juego la escena primaria, una versión visual del goce
parental, con fines de apropiación. Ese sistema fálico es
el que rige el acceso al goce entre los neuróticos. Ellos no
buscan la ocasión de gozar en la realidad, sino a nivel
imaginario. El fantasma les permite poner en escena ese
goce de los padres del cual ellos pretenden apropiarse. El
síntoma es el precio que se paga por la apropiación ima-
ginaria del falo.
Los síntomas neuróticos se corresponden con una fija-
ción fálica, que determina el deseo de inscribirse en el
goce de la pareja parental —real o imaginaria—, me-
diante el recurso a un fantasma visual. Lo que mantiene
el síntoma es el deseo de gozar; deseo que se manifiesta
regularmente, en ocasión de un acontecimiento que evoca
el goce del otro, o la incapacidad que tiene el sujeto de
gozar.
El analista provoca en el analizante, el deseo de
apropiarse del goce sexual. Él, por su posición, encarna el
goce, gracias a una equivalencia inconsciente entre el sa-
ber y el goce sexual. El analista, en tanto sujeto-su-
puesto-saber, posee lo que desea, y vive en equilibrio
psíquico.
En el fundamento de la transferencia, existe un deseo
de goce sexual; un deseo inconsciente de satisfacción, que
conlleva el reforzamiento del síntoma al inicio del trata-
miento. Esto se explica mediante la lógica fálica, de con-

100
formidad con la cual el paciente pretende apropiarse —
bajo la forma de un sufrimiento— del goce del otro.
En la transferencia, el paciente actualiza una situa-
ción imaginaria. El analista, por su parte, se sitúa del
lado del goce imposible e indecible; y debe tolerar el sufri-
miento que la situación analítica implica para el
paciente.
La transferencia sexual evoluciona en tres direccio-
nes, de acuerdo con la escena primaria, la problemática
edípica y la identificación.111 Con respecto a la escena
primaria, el analizante vive en la transferencia la realiza-
ción del fantasma sexual que subyace en el síntoma, y
que este último reprime. El analizante consulta para
apropiarse del goce del analista, y realizar —con su
mediación— un proyecto imaginario, que él no pudo su-
perar. El goce y el saber del otro deberán perder gradual-
mente —a lo largo de la cura— su lugar preponderante,
hasta transformarse y dejar de ser los únicos posibles.
La transferencia evoluciona de conformidad con una
segunda dirección o eje, que implica la problemática edí-
pica. El analista ocupa en la transferencia no solo el
lugar del adulto que se une a otro adulto (primer eje),
sino el lugar del partenaire sexual deseado (segundo eje).
Él representa al seductor originario; es decir, paralela-
mente a la relación fálica reprimida por el síntoma, se
perfila una relación incestuosa en la que el analista está
implicado. Se trata de un desplazamiento arriesgado y
difícil de asumir.
La transferencia evoluciona también conforme con
una tercera dirección, la de la identificación. La pregunta
¿quién soy yo, un hombre o una mujer? subyace a la
transferencia y la sostiene. En ese sentido, Dora plantea
una pregunta dirigida a saber si ella es una mujer ante
los ojos del analista. A través de sus deseos y fantasmas,

101
el analizante persigue no solo el comercio sexual sino la
identificación sexual. El paciente permanece fijado a la
lógica fálica, sujeto a una antigua versión de la escena
primaria, porque no ha aceptado la diferencia entre los
sexos. El espacio analítico es el lugar en el que se plan-
tea, en otros términos, el problema de la diferencia
sexual.
La transferencia sexual permite al analizante entrar
en el intercambio sexual del otro, ocupar imaginaria-
mente su lugar y sentirse reconocido y aceptado. “La
transferencia sexual se sustenta a la vez en el deseo de
apropiarse el goce del otro, de establecer directamente un
intercambio sexual con un partenaire del otro sexo, y de
obtener finalmente el reconocimiento sexual que se
impone”.112
El síntoma se nutre de un pasado olvidado, que es
recuperado sin que el paciente lo sepa. El sujeto “recurre
al síntoma para afrontar ciertas angustias primarias que
solo él conoce y que él se rehúsa inconscientemente a
enunciar”.113 El síntoma permite al paciente vivir ciertas
angustias primarias, al precio de la repetición. La trans-
ferencia, por su parte, permite que el síntoma se oriente
en sentido contrario a su inclinación natural. En efecto,
ella hace posible que los acontecimientos o las huellas
recubiertas por el síntoma se actualicen. La transferencia
actualiza lo que el síntoma evoca, dándole cuerpo y
desmontando las barreras del tiempo. Por ejemplo, el
paciente reacciona a las ausencias del analista como
antes reaccionaba a las ausencias de su madre. El sín-
toma no es suprimido, pero es puesto a circular de tal
forma que puede ser recibido y entendido.

El inconsciente registra las huellas de toda una serie


de acontecimientos, de traumas y de enigmas, corres-

102
pondientes a la infancia. Se trata de vivencias primarias,
angustias originarias, objetos fuente y objetos parciales
que reenvían a cargas de intensidad variable según los
individuos. Un acontecimiento, un dicho, puede reactivar
una de esas cargas; y el sujeto —que ignora de qué se
trata— se siente amenazado desde el interior. En ese
momento, el recurso al síntoma le permite identificarse
—vía la escena primaria— con uno de los padres, en
tanto representante de la cohesión y la fuerza; así como
integrar la carga incluida en la vivencia inconsciente.
Los síntomas le ofrecen al paciente la oportunidad de
integrar vivencias dolorosas, correspondientes a su
experiencia infantil. Se trata de hechos ignorados que, en
la transferencia, en la relación con alguien que se supone
sabe, adquieren su independencia propia y descubren en
el analista comportamientos actuales con los cuales se
pueden asociar. La transferencia hace posible la conver-
sión del síntoma, al facilitar la puesta en circulación de
los objetos fuente y de los significantes enigmáticos
correspondientes. El síntoma se mantiene porque los
objetos fuente están privados de su expresión.
Al principio, es el síntoma el que tiende a organizar la
transferencia, con su lógica propia. Posteriormente, las
estructuras propias de la transferencia sustituyen la or-
ganización inicial. La transferencia supone la misma
tópica inconsciente que el síntoma, pero la utiliza de otra
forma.114
La ausencia relativa de fantasmas constituye un obs-
táculo para la cura. En realidad, se trata de una ausencia
aparente. Según Freud, todo síntoma recubre fantasmas.
Lo importante es que los fantasmas sean vividos y habla-
dos en la transferencia. El fantasma (Phantasie) es una
escenificación imaginaria que incluye la presencia del
sujeto, y representa —de un modo deformado por los

103
procesos defensivos— la realización de un deseo. El fan-
tasma es un escenario que descubre su satisfacción en sí
mismo y que no se refiere a otra cosa que a él mismo. La
imago es el aspecto objetal del fantasma, diferente al
aspecto relacional del mismo.
Es necesario superar la oposición entre lo real y lo
fantasmático; lo histórico y lo irreal o inventado; la reali-
dad del acontecimiento y lo imaginario puro. Esa
oposición es ingenua. El mismo Freud opuso fantasma y
acontecimiento, lo que lo motivó a la búsqueda histórica
del acontecimiento objetivo en la infancia, al rastreo de lo
ocurrido en el pasado. En ese sentido, conviene recordar
los esfuerzos que él hizo por descubrir lo que pudiese
existir de histórico respecto a la escena primaria del
Hombre de los Lobos, descubierta a propósito de un
sueño. Él y su paciente llevaron a cabo la búsqueda por
medios ajenos al análisis, violando la regla fundamental,
interrogando al entorno y tratando de encontrar referen-
cias cronológicas en la infancia. Con respecto al caso del
Hombre de las Ratas, Freud muestra interés en las
fechas, rompiendo con la exigencia de neutralidad. Él
manipula sus notas, corrigiendo el discurso del paciente,
según lo requiere la coherencia cronológica.
El acontecimiento se sitúa en la historia del sujeto; y
es siempre traumático, porque desvía el destino de las
pulsiones del individuo. El acontecimiento hace posible la
historia, pero la realidad de los acontecimientos depende
de la realidad psíquica. Así, por ejemplo, el sentimiento
de culpabilidad no depende necesariamente de la reali-
dad de la falta; basta con el fantasma inconsciente. Y el
pensamiento infantil asume ese fantasma, como si se
tratara de una realidad. El retorno del sujeto a su infan-
cia, en especial durante la cura, se caracteriza por el
hiperrealismo. Lo que creemos recordar, lo que se nos ha

104
dicho y lo vivido, son integrados. Esto se relaciona con los
recuerdos encubridores.
El término “realidad psíquica” tiene en Freud dos
acepciones: a) la realidad de lo psíquico; y b) la realidad
del inconsciente, en tanto realidad cósica extraña en no-
sotros. El término “realidad psíquica” introduce la idea de
que a nivel del fantasma, teóricamente opuesto a la
realidad material, hay un núcleo tan resistente como la
realidad material. La tríada lacaniana —lo real, lo ima-
ginario y lo simbólico— disocia lo fantasmático en lo
simbólico o estructural, y lo imaginario o individual y
contingente. El mismo Freud distingue los fantasmas
originarios —que trascienden al individuo—, de los
fantasmas individuales. El fantasma originario es una
hipótesis que no se reduce a una forma o a una categoría
a priori. Es el escenario de una escena que se impone a la
experiencia. Existe una relación entre la concepción
freudiana de un núcleo originario y resistente en el
fantasma, y la concepción lacaniana de lo simbólico, como
un registro distinto de lo imaginario. Lo simbólico utiliza
los elementos imaginarios, variables y contingentes, para
encarnarse.
En Freud, el complejo de Edipo es una estructura fun-
damental con respecto a la cual los demás fantasmas ori-
ginarios —la escena primaria, la seducción, la castración
y la vida intrauterina— no son más que variantes este-
reotipadas. Sin embargo, mientras para Freud la estruc-
tura tiene un origen prehistórico, para Lacan es la trans-
posición de los imperativos inherentes al lenguaje.
Es mediante la transferencia, que el analista puede
llegar a ocupar imaginariamente el lugar del seductor
originario. Gracias a su presencia y a su atención, él hace
posible la reconstitución de las condiciones del pasado,
permitiéndoles una formulación nueva. “Gracias a la

105
transferencia, el analista puede vibrar a nivel incons-
ciente ante eso que le es comunicado, y facilitar la reac-
tualización de los conflictos”.115 El analista muestra al
analizante que la apertura al otro es todavía posible, a
pesar de que el paciente se siente encerrado en sus pro-
blemas.
El analizante utiliza, al elaborar los fantasmas trans-
ferenciales, los avances de su terapeuta. De ese modo, él
logra profundizar los vínculos que lo han unido a sus
primeros seductores. A través del fantasma transferen-
cial, el verdadero personaje al que se dirige el analizante
es al partenaire originario. De ese modo, el fantasma
transferencial permite la reconstitución actual de una
situación pasada no formulada.
Freud concibe inicialmente la seducción como un he-
cho traumático: el paciente es seducido por un adulto
durante su infancia. En un segundo período, él considera
que lo traumático no es un hecho real, sino una recons-
trucción fantasmática que tiene su origen en el reconoci-
miento progresivo de ciertos elementos inconscientes: el
paciente cree haber sido seducido. En un tercer período,
Freud considera que lo real de la seducción se desplaza
en el tiempo, hasta los primeros cuidados maternos; y esa
excitación se convierte en el modelo de las fantasías se-
xuales ulteriores: el paciente no miente, sino que des-
plaza la seducción de un personaje a otro.
La teoría de la “proton pseudos histérica” (primera
mentira histérica), de 1895, pone de manifiesto cómo un
acontecimiento segundo reactiva el sentido sexual de un
primer acontecimiento. Los cambios de la pubertad hacen
posible una aprehensión diferente de los hechos recorda-
dos. A partir de ese momento, el recuerdo desencadena
una excitación pulsional sexual que se transforma en
angustia. En el momento de la primera escena de seduc-

106
ción, la ausencia de madurez pulsional impide el desen-
cadenamiento de la moción sexual, lo que mantiene al
fantasma en suspenso. Con la segunda escena, aunque no
hay un atentado, se establece una falsa asociación. La
realidad traumática se da en la relación de las dos esce-
nas. Lo real es retroactivamente traumático.
La seducción es inevitable en la transferencia. Pero,
¿quién es el seductor y quién el seducido? Por otra parte,
la transferencia juega un rol en la regulación de las
excitaciones pulsionales. Ella constituye una tentativa de
control sobre las pulsiones desencadenadas por la situa-
ción analítica. Haciendo resurgir el pasado, la transferen-
cia representa un medio de control, al aplicar esquemas
pasados a la relación que se instaura entre el analizante
y el analista. La cura analítica, en tanto acontecimiento
secundario, solo resulta traumática por su relación con
un acontecimiento primario.

4.5 TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN

En Introducción al Psicoanálisis, Freud relaciona la


transferencia con la sugestión; e insiste en el aspecto li-
bidinal de la primera, sobre el que funda su asimilación
con la sugestión. “Así, Bernheim dio pruebas de una gran
penetración fundando su teoría de los fenómenos
hipnóticos en el principio de que todos los hombres son,
en una cierta medida, ‘sugestionables’, particularidad que
no es sino la tendencia a la transferencia, concebida en
una forma algo limitada; esto es, sin considerar la trans-
ferencia negativa. Sin embargo, no pudo nunca explicar
este autor la naturaleza ni la génesis de la sugestión.
Para él constituye esta un hecho fundamental, cuyos
orígenes no tenía necesidad de explicar, y no vio tampoco

107
el lazo de dependencia existente entre la sugestionabili-
dad y la sexualidad, o sea la actividad de la libido. Por lo
que a nosotros respecta, nos damos cuenta de que si an-
tes excluimos la hipnosis de nuestra técnica analítica,
redescubrimos ahora la sugestión bajo la forma de trans-
ferencia”.116
Aunque Freud abandona la hipnosis, no rechaza la
sugestión. A su juicio, el motor de la transferencia es el
de la hipnosis. Más aun, es probable que algo de la situa-
ción hipnótica persista en la situación analítica, y se
manifieste en la transferencia.117
Freud demuestra que la sugestión interviene en el
análisis, a pesar de que la transferencia —a diferencia de
la hipnosis— debe ser dilucidada. La interpretación de la
transferencia, según este autor, pone al descubierto su
sentido inconsciente.
La transferencia, según Lacan, es una forma de
sugestión que se ejerce a partir de la demanda de amor;
que implica una identificación narcisística e idealizante.
Refiriéndose al sentido de la transferencia para Freud,
Lacan dice: “Porque él reconoció en seguida que ese era el
principio de su poder, en lo cual no se distinguía de la
sugestión, pero también que ese poder no le daba la sa-
lida del problema sino a condición de no utilizarlo, pues
era entonces cuando tomaba todo su desarrollo de
transferencia”. 118
La sugestión no puede excluirse de la situación
analítica, cuya eficacia depende de la transferencia. “Hay
entre transferencia y sugestión, este es el descubrimiento
de Freud, una relación, y es que la transferencia es tam-
bién una sugestión; pero una sugestión que no se ejerce
sino a partir de la demanda de amor, que no es demanda
de ninguna necesidad. Que esta demanda no se consti-
tuya como tal sino en cuanto que el sujeto es sujeto del

108
significante, es lo que permite hacer de ella mal uso redu-
ciéndola a las necesidades de donde se han tomado esos
significantes, cosa que los psicoanalistas, como vemos, no
dejan de hacer”.119
Lacan insistió en que era necesario desconfiar de la
comprensión. Su doctrina del significante es una forma
de enfrentar el impasse de la comunicación intencional en
el análisis. “Ya se pretenda frustrante o gratificante, toda
respuesta a la demanda en el análisis reduce en él la
transferencia a la sugestión”.120
El analista recurre a la sugestión en determinadas
circunstancias. Se trata de un medio suplementario para
vencer un obstáculo o para superar los riesgos de aban-
dono de la cura. En ese sentido, Fédida señala que, si
bien es cierto que el psicoanálisis opera mediante la
sugestión, la diferencia consiste en que no es el factor
decisivo.121 Si la sugestionabilidad no está ausente de la
producción de la transferencia, esta última se revela en la
cura para poner de manifiesto el complejo inconsciente, y
no para disimularlo.
La persona del analista, en tanto resto diurno, es lo
que sugiere. Es una persona investida por sus carac-
terísticas: mirada, voz, rostro, silencio, etc. En el origen
de la transferencia, interviene la sugestión e incluso la
hipnosis. Sin embargo, la transferencia se distingue de
ambas. “Pues la transferencia en sí misma es ya análisis
de la sugestión, en la medida en que coloca al sujeto
respecto de su demanda en una posición que no recibe
sino de su deseo”.122
Sin embargo, según Ferenczi, el psicoanálisis debe
volver a la hipnosis para ser eficaz. El paciente debe ser
llevado a un estado de relajación o de trance, mientras
asocia libremente. Esto ocurre cuando, en el curso de la
asociación libre, en el analizante aparece un éxtasis pro-

109
fundo, autohipnótico, durante el cual se produce un ol-
vido de sí.123
El analista, por su parte, también deberá alcanzar
ese estado si quiere ser eficaz. Es la condición para la
atención parejamente flotante. Mientras el analizante
adopta una actitud pasiva con respecto a sus contenidos
psíquicos, el analista evita una actitud mental de inves-
tigación conscientemente orientada. El terapeuta, rela-
jado y en estado de autohipnosis, no puede, sin embargo,
alejarse demasiado de la conciencia, porque debe obser-
var al analizante y evaluar el material asociativo que se
le comunica.124
De acuerdo con Roustang, la asociación libre es la
aceptación y la expresión de las representaciones no in-
tencionales y no deseadas. Su condición es el estado hip-
nótico. También la atención parejamente flotante implica
un estado hipnótico. De lo contrario la interpretación de-
viene objetivista, sin capacidad para penetrar en la sin-
gularidad de la relación.125
El analista no solo escucha las palabras; él se deja
sorprender por los acentos y los ritmos, por el movimiento
o la rigidez del cuerpo. Él es receptivo a las emociones, e
incluso a los olores del analizante. Se trata de signos cor-
porales del paciente, que influyen en el terapeuta.126
Muchos analistas se limitan a escuchar el lenguaje
verbal, y descuidan el lenguaje no-verbal. Sin embargo,
este último es el que determina las posiciones respectivas
del analizante y del analista a lo largo del tratamiento.
La relación no-verbal opera como el contexto de las pala-
bras pronunciadas, y condiciona el sentido de estas últi-
mas. Vergote, por su parte, estima que el analista puede
observar la conducta del paciente, pero solo debe interve-
nir a partir de lo que ha escuchado.127

110
El psicoanálisis fracasa, según Roustang, cuando no
se toma en cuenta el contexto. En tal caso, a la relación
analítica le falta su fundamento: la consideración de los
signos correspondientes a las inscripciones del cuerpo,
que conciernen a las primeras relaciones.128
Según Freud, la asociación libre se caracteriza por la
ausencia de intención. El que habla sin intención se en-
cuentra en un estado hipnótico.129 El que asocia libre-
mente se aparta del lenguaje propiamente dicho, indi-
sociable de un propósito deliberado. La hipnosis implica
la neutralización de la inteligencia y de la voluntad; y
hace posible el acceso a las inscripciones originarias.
El descuido de las condiciones de emergencia de la
asociación libre y de la atención parejamente flotante,
conduce al olvido de los fundamentos de la relación entre
el analista y el analizante. La consecuencia es la exage-
rada importancia atribuida al lenguaje y al sentido en la
interpretación. La eficacia del análisis depende de que
tanto el analizante como el analista se encuentren en un
estado que participe de los rasgos esenciales de la hipno-
sis. La relación analítica debe situarse a ese nivel, para
que una transformación terapéutica pueda ocurrir.
Para que el análisis avance, el analista debe percibir
dónde y cómo él ha sido situado por el analizante. Desde
ese momento, él podrá cambiar de posición, sin necesidad
de comunicárselo al paciente. El desplazamiento y la mo-
dificación de la relación requieren que el analista se deje
aprehender en las redes del analizante. Es necesario, por
tanto, que el analista comience por entrar en contacto con
el paciente, de un modo no mediatizado por la reflexión.
La dimensión fundamental de la relación terapéutica
se sitúa a nivel de los signos que el cuerpo produce, y no
de las representaciones. No hay necesidad de formular,
mediante palabras, el cambio de posición con respecto a

111
esos signos. Cuando la inteligencia pretende interrogar el
estado hipnótico, solo encuentra respuesta en los térmi-
nos de la pregunta planteada, en la discontinuidad carac-
terística del discurso.
Gracias a la atención difusa, el pasaje por la confu-
sión posibilita el descubrimiento. La atención difusa une
lo que la atención consciente separa. La invención re-
quiere de un estado semejante al hipnótico. “Ese juego
sutil de las imágenes entremezcladas despoja nuestros
pensamientos de lo que ellos tienen de repetitivos y de
rígidos, para situarnos de nuevo en ese fondo viviente cu-
ya simple complejidad nos rodea y da a nuestros pensa-
mientos y a nuestros actos un nuevo vuelo”.130
Fédida critica la reintroducción de la sugestión en el
estudio de la transferencia. A su juicio, Freud no creó una
metapsicología de la comunicación y de la intersubjetivi-
dad. Fédida cree que el psicoanálisis no debe convertirse
en una teoría de la comunicación. Esta técnica se ins-
taura como terapia, a partir de una ruptura de la comu-
nicación. “Estamos convencidos de que es por el efecto
ideológico de una repsicologización de la transferencia y
de la contratransferencia que la referencia a la sugestión
es reintroducida (Roustang). Una teoría psicoanalítica de
la transferencia no tiene nada que esperar de los modelos
semióticos y sociolingüísticos de la comunicación, y sí
debe esperar de la extensión de la metapsicología freu-
diana, ahí donde esta ha sido confirmada en sus certezas
conquistadas”.131
Ahora bien, nosotros creemos, por nuestra parte, que
la transferencia requiere de la autosugestión o auto-
hipnosis. La autosugestión es constitutiva de la trans-
ferencia. Una vez establecida la transferencia, la auto-
sugestión no desaparece sino que el analista se sirve de
ella de otro modo.

112
El analizante se autohipnotiza tan pronto se acuesta
en el diván y evoca recuerdos, fantasmas y sueños, en los
que la transferencia tiene una implicación creciente. La
autosugestión influye también sobre el analista. La
transferencia presupone que cada uno de los partenaires
del análisis se apoye primero en sí mismo. El analista se
implica profundamente en el análisis, dejándose absorber
por los fantasmas del paciente.

4.6 TRANSFERENCIA, OBJETO a Y SUJETO-


SUPUESTO-SABER

El objeto a es un objeto parcial privilegiado, descu-


bierto por el psicoanálisis, cuya realidad es puramente
topológica. Es el objeto al que la pulsión da la vuelta, y
que soporta eso que en la pulsión se define como el sig-
nificante.132
El objeto a tiene un estatus especial en la trans-
ferencia. El analizante dice al analista: “yo te amo, pero,
porque inexplicablemente yo amo en ti algo más que
tú”.133 La transferencia supone que el analista contiene el
agalma. Para Lacan, la cuestión sobre el objeto a consiste
en saber quién lo busca en quién; y quién, sin tenerlo,
puede convertirse en ese objeto ante los ojos del otro.134
La palabra “agalma” significa ornamento, adorno. Se
refiere a un embalaje que tiene el aspecto de un sileno, y
que servía en la Antigua Grecia para ofrecer regalos. No
obstante, a pesar de que “agalma” significa ornamento,
adorno, es ante todo una joya, un objeto precioso, que se
encuentra en el interior. Aunque en apariencia se trate
de estatuas de los dioses, se trata siempre de otra cosa.
Es la función fetiche del objeto lo que se acentúa. Para los

113
antiguos, el agalma es algo que puede llamar la atención
divina.135
La investigación psicoanalítica descubre el aspecto
parcial del objeto, clave del deseo humano. El objeto
causa del deseo, agalma, opera en la intersubjetividad y
en la intrasubjetividad. El objeto a, el objeto causa del
deseo, es siempre un objeto parcial.
La posición del analista no es equivalente a la del
analizante. El terapeuta debe desaparecer en tanto yo, y
ocupar el lugar del Otro.
El deseo del hombre es el deseo del Otro. Es a nivel
del deseo del Otro que el hombre puede reconocer su
deseo, en tanto deseo del Otro. El lugar del analista “es el
que él debe dejar vacante al deseo del paciente, para que
se realice como deseo del Otro”.136
El lugar del analista es el de la causa de la cura, el
lugar del objeto como cosa perdida. Pero ese lugar del
objeto es imposible, por ser el analista un ser que habla.
Si él habla, no puede ocupar el lugar del objeto. Por eso el
silencio es el “semblante máximo del objeto a”.137 En
realidad, el analista ocupa diferentes lugares, según esté
en silencio o interprete.
Según Juranville, el deseo debe advenir en la cura,
libre de represión. Pero el Otro que lo suscita efectiva-
mente —el analista— , no es el otro simbólico, sino la
Cosa. Por otra parte, no debería suponerse que la cura
consiste en deshacer lo imaginario en provecho del deseo.
Su objetivo es lograr otra identificación imaginaria, la de
la sublimación.138
El analista está en el lugar de la Cosa; pero él no
ocupa ese lugar, sino gracias al saber que se le atribuye.
Saber muy particular, en tanto el analista carece radical-
mente del saber sobre el significante del deseo. La
fórmula del sujeto-supuesto-saber aparece en 1964, en el

114
Seminario XI. El psicoanalista no puede pretender repre-
sentar un saber absoluto. Él ocupa el lugar del sujeto-
supuesto-saber, en tanto él es el objeto de la transferen-
cia.
El analista ignora las determinaciones inconscientes
de los síntomas del paciente. Aunque se supone que él
puede ayudar al sujeto que sufre, el analista no puede
responder a esa demanda, porque él no posee la res-
puesta. No obstante, el análisis ocurre porque el anali-
zante hace del analista el depositario de un supuesto
saber.
El analizante supone un saber en el terapeuta, y
espera de él una interpretación. Es la espera de una
interpretación lo que crea la transferencia. En ese sen-
tido, Fliess ocupó para Freud el lugar del sujeto-
supuesto-saber. A él le concede un crédito total; lo cree un
sabio visionario. Por otra parte, Sócrates es amado por
Alcibíades por lo que en él es deseado. Sócrates no se
considera digno de ser amado, porque, no teniendo nada,
quiere permanecer deseante. Él, como el analista, no
pretende saber nada, excepto en lo concerniente a Eros,
es decir, al deseo.139
Como Sócrates sabe, rechaza entrar en el juego del
amor; ser deseable, digno de ser amado. A su juicio, no
hay en él nada digno de amor. Su esencia es un vacío.
La transferencia convierte al analista en el sujeto-
supuesto-saber; en una ficción que tiene su origen en la
ignorancia concerniente a la estructura del deseo. Por esa
ignorancia, el sujeto confunde deseo y demanda, e ima-
gina que su verdad existe como un saber que el Otro
detenta. El análisis termina cuando el analizante descu-
bre la estructura del deseo.140
Se supone que el analista sabe. El efecto que esto
produce, como efecto de la transferencia, es el amor. El

115
amor solo es localizable en el campo del narcisimo. Él
tiene una función de engaño, que constituye la resistencia
de la transferencia.
El sujeto-supuesto-saber es el resorte de la trans-
ferencia, como engaño y como condición necesaria para la
realización del sujeto. Sin embargo, el analista debe
reducir la idealización que le atribuye el analizante.
El neurótico desea saber la razón de su síntoma; y su
pregunta parte del supuesto de que el analista sabe. Más
aun, a otro nivel, el neurótico supone que el analista es el
saber, que es el inconsciente. Esa es la razón por la cual
el analista ocupa el lugar del sujeto-supuesto-saber. El
paciente coloca al terapeuta en el lugar del saber. Ha-
ciendo del saber un sujeto, identifica al analista con ese
saber. Por un “movimiento de presuposiciones ficticias, el
psicoanalista, a fuerza de ser el destinatario de una
palabra que le es dirigida, poco a poco recibe la atribución
de ese mismo poder que se imputa al inconsciente[...].
Ningún afecto anuda tan vigorosamente el lazo entre
analista y analizado como esa suposición, que identifica
el analista al inconsciente”.141
La teoría analítica supone la existencia de un saber,
entendido como esa cadena de significantes reprimidos,
que se denomina el inconsciente. El analizante hace del
inconsciente, de la cadena de significantes reprimidos, un
sujeto. Pero se trata de una suposición estructural, in-
herente al hecho de hablar, resultado del decir y de la
escucha. “La palabra, enunciándose, crea al dios que la
escucha. Una fórmula general designa ese fondo de atri-
buciones falsas imputadas al psicoanalista y que hemos
esquematizado en estos tres estatutos: el Otro del saber,
el Otro del goce y el Otro Uno; es decir, el sujeto-su-
puesto-saber[...]”.142

116
Ahora bien, esa suposición no es necesariamente pen-
sada por el analizante. Muchas veces el paciente duda y
desconfía del saber del analista. No es necesario que el
analizante considere a su analista como alguien que
detenta un saber. “El sujeto-supuesto-saber es un signifi-
cante introducido en el discurso que se instaura en el
análisis”.143 Más aun, el paciente llega a pensar que el
analista puede ser engañado si él le da ciertos elementos:
“[...]eso que, sobre todo en la fase de partida, limita más
la confidencia del paciente, su sometimiento a la regla
analítica, es la amenaza de que el psicoanalista sea, por
él, engañado”.144
El sujeto-supuesto-saber es la condición del aconteci-
miento analítico. Se requieren ficciones y el amor-odio de
transferencia para que la palabra del analizante se
sostenga y el dicho ocurra. “Para que el acontecimiento
ocurra hace falta hablar, suponer y amar-odiar al que nos
escucha”.145 Por su función de sujeto-supuesto-saber, el
analista se inserta en la vida de su paciente, provocando
nuevos síntomas. “No es necesario que el paciente crea en
la autoridad de su analista para atribuirle un saber; el
saber está ya ahí desde la primera palabra pronun-
ciada”.146
La transferencia imaginaria se funda en una ficción,
la del saber supuesto. Sin embargo, para que se dé esa
suposición, además de hablar, hace falta la sorpresa pro-
vocada por la violencia de una verdad, la sorpresa de uno
de los decires. Es en ese momento cuando el analizante
busca razones para el acto que lo atraviesa. Entonces, la
verdad se convierte en saber supuesto. El neurótico quie-
re saber, porque una verdad lo trastorna. El sujeto-
supuesto-saber aparece cuando el analizante habla; pero
se afirma solo cuando ocurre un acontecimiento signifi-
cante: un dicho o un síntoma.147

117
Al atribuir al analista el saber y la causa de la
aparición o de la desaparición de los síntomas, el anali-
zante hace de la causa un ser. El saber, identificado con
el Otro, goza de ser causa. La suposición del saber se
transforma en suposición de un saber que es goce. El
saber, como razón del síntoma, se prolonga en el neuró-
tico como goce del Otro.148
El analizante espera del analista un saber que él solo
puede encontrar en sí mismo. Esta expectativa constituye
una ilusión, y es útil que la tenga. Sin ella, no habría de-
manda. “En un análisis, el saber siempre se espera del
otro. Si el sujeto lo espera del analista, el analista lo
espera del sujeto[...]”.149
El analista representa pero no ejerce la autoridad.
Ella es supuesta, al igual que el saber. El analista se su-
pone que ha tenido acceso al goce, a la posibilidad de
gozar.
Lo que se idealiza no es el cuerpo ni la belleza del
analista; es el poder que se atribuye a un saber, conver-
tido en una especie de poder adivinatorio. Desde el punto
de vista del analizante, el analista sabe lo que sucede y lo
que es necesario hacer. Sabe la verdad que el síntoma
oculta o revela; la verdad que el inconsciente preserva o
manifiesta.150
La cuestión del saber, en tanto dimensión fundadora
de la transferencia, debe ser puesta en relación con la si-
tuación originaria de la infancia. Respecto al niño,
también se plantea la cuestión del saber. Al niño llega un
mensaje sexual adulto. Sin embargo, él no puede asimilar
lo que se le comunica, porque es incapaz de darle un sen-
tido al placer sexual, dado que no cuenta con los elemen-
tos psíquicos y somáticos necesarios.
Los lacanianos, atendiendo a la fórmula “el incons-
ciente es el deseo del otro”, ven una continuidad entre el

118
deseo de los padres y los trastornos del niño. Sin em-
bargo, entre el inconsciente del infante y el discurso del
otro hay una distancia. Según Laplanche, el deseo del
niño no es el deseo del otro. No hay homología entre los
deseos parentales y la sexualidad del infante. Este último
está inmerso en un universo de significancias preexisten-
tes que lo traumatizan. La sexualidad infantil no procede
directamente de la sexualidad adulta, sino de un diferen-
cial existente entre el apego del niño y el mensaje enig-
mático del adulto. En el infante no hay nada que res-
ponda a la excitación sexual adulta. Y es por esa diferen-
cia que el mensaje adulto resulta enigmático.151
Los rechazos del analista conciernen al dominio de lo
adaptativo o al dominio del saber. El analista rechaza in-
tervenir en lo real; es decir, evita la intervención
adaptativa o consejo. Pero existe también el rechazo del
saber. Se puede comparar la situación del análisis con
aquella en la que el niño demanda en vano un saber se-
xual. Para él, el sujeto-supuesto-saber es originariamente
el adulto, el cual plantea al menor una situación exci-
tante y enigmática.

4.7 TRANSFERENCIA E INTERPRETACIÓN

4.7.1 Transferencia y Sueño

Freud, en el Caso Dora, afirma que la transferencia


debe ser adivinada sin el concurso del paciente, aten-
diendo a ciertos signos. No se trata de un conocimiento,
de un saber preestablecido, sino de una forma de intui-
ción: “La interpretación de los sueños, la extracción de las
ideas y los recuerdos inconscientes integrados en el mate-
rial de asociaciones espontáneas del enfermo y otras

119
artes análogas de traducción son fáciles de aprender,
pues el paciente mismo nos suministra el texto. En cam-
bio, la transferencia hemos de adivinarla sin auxilio nin-
guno ajeno, guiándonos tan solo por levísimos indicios y
evitando incurrir en arbitrariedad”.152
A diferencia de los sueños, la transferencia debe ser
intuida. Mientras los primeros se descifran, la segunda se
descubre a partir de ciertos signos. Mientras el sueño
ocurre en el interior del yo dormido, la transferencia es la
artimaña de una relación en estado de vigilia. Sin em-
bargo, es en los sueños —según Neyraut— que la trans-
ferencia se muestra y puede ser analizada de la manera
más adecuada.153 El sueño refleja fielmente la transferen-
cia porque, como ella, está en el presente, en la actuali-
dad. Tanto uno como la otra traducen el pasado en
términos actuales.
Los sueños se elaboran siempre en relación con el
deseo del otro, deseo del que el analizante se sirve para
afirmar el suyo propio. El relato del sueño es lo que
cuenta, porque en él la vivencia inconsciente se actualiza
gracias a la transferencia. En el sueño de transferencia,
el analista es nombrado explícitamente o es directamente
convocado. Podemos considerar como sueño de tranferen-
cia cualquiera que aparezca o se relate en el curso de un
tratamiento. Pero algunos lo son más que otros, como los
sueños que ocurren en respuesta a una interpretación o a
una actitud específica del analista; aquellos en los que el
terapeuta interviene; o los sueños de sesión, en los cuales
el analizante se ve en la consulta.
El relato del sueño de sesión comienza siempre en
términos como: “Yo venía a sesión...”. Este sueño se pre-
senta como una vivencia pasada traducida en términos
de sesión. Gracias al sueño, una seducción originaria es
reconstituida de tal manera que el analista se convierte

120
en el seductor. El sujeto revive la situación pasada en las
condiciones presentes. La seducción originaria se reac-
tualiza; sin embargo, la experiencia vivida no es reconsti-
tuida tal cual, como un objeto transparente. Además, en
la transferencia, el conflicto pasado se redobla con un
conflicto presente, vivido en la consulta. La neurosis de
transferencia es una puesta en acto, y los sueños de
sesión constituyen la puesta en escena de la neurosis de
transferencia.
Los sueños de sesión, en la medida en que se refieren
a la situación analítica y parecen organizar un conflicto
en torno al analista, son específicos de la neurosis de
transferencia. Sin embargo, es probable que encuentren
en la primera infancia algunos elementos inaccesibles al
recuerdo. En esos sueños aparecen modificaciones espa-
cio-temporales de las condiciones materiales del análisis:
el tamaño del gabinete; el lugar y/o la forma del diván; el
número de personas que intervienen; el sexo y la posición
del analista, el cual aparece acostado, sentado en otro
sillón o hablando con otras personas. La relación con la
primera infancia se pone de manifiesto en la representa-
ción de la habitación —de mucho mayor tamaño—; de las
personas que participan en la escena —con rostros gran-
des y deformes—; y del analista, quien casi siempre habla
y evoca las palabras de quien dormía al niño.
Los sueños de sesión dan prueba de una transgresión
respecto a la situación analítica. Las reglas del análisis
son infringidas. Por ejemplo, el paciente mira de frente al
analista. Estas violaciones a las normas indican que se
ha establecido un puente simbólico entre la relación
infantil y las condiciones del análisis. Si, por ejemplo, el
diván se convierte en una cama, es porque la prohibición
de mirar —característica de la situación analítica—,

121
transforma el espacio de la sesión en un lugar para la
escena primaria.
En algunos sueños de sesión se ponen en escena
relaciones sexuales entre el analista y el paciente, por lo
general interrumpidas y enmascaradas. Estos sueños se
anticipan al contenido de las sesiones, en especial a las
manifestaciones de la transferencia ordinaria. Se suele
requerir mucho tiempo para que la neurosis de trans-
ferencia llegue a tener la complejidad de un sueño de
sesión. Este tipo de sueño implica al analista de manera
directa, y constituye el signo onírico de la neurosis de
transferencia.
De igual modo, los sueños edípicos que ocurren al ini-
cio de la terapia son complejos; y tienen una configura-
ción que pone de manifiesto la estructuración edípica, la
naturaleza del conflicto y la dinámica de la cura. Estos
sueños se adelantan, y no pueden ser interpretados en el
acto. Los sueños edípicos, a pesar de que representan la
estructura edípica, son medios de defensa con respecto a
la transferencia de dicho complejo.

4.7.2 Manejo de la Transferencia

Es a través del control del entorno psicoanalítico que


el terapeuta puede actuar sobre la calidad y la intensidad
de la transferencia, es decir, manejar la transferencia.154
El manejo de la transferencia, según Freud, frena la re-
petición y provoca la rememoración. El analista no debe
retirarse ante el amor de transferencia de una paciente.
Él no debe intentar hacerle ver que se trata de una ilu-
sión. El terapeuta debe acoger las palabras de la anali-
zante, palabras que manifiestan el goce. Él interroga
otros amores de la paciente, sobre todo infantiles, pero no

122
debe darle a entender que él se niega a reconocer su
amor, su palabra de mujer. “Invitar a la paciente a
yugular sus instintos, a la renuncia y a la sublimación, en
cuanto nos ha confesado su transferencia amorosa, sería
un solemne desatino. Equivaldría a conjurar a un
espíritu del Averno, haciéndole surgir ante nosotros, y
despedirle luego sin interrogarle. Supondría no haber
atraído lo reprimido a la conciencia más que para repri-
mirlo de nuevo atemorizados. Tampoco podemos hacer-
nos ilusiones sobre el resultado de un tal procedimiento.
Contra las pasiones, nada se consigue con razonamientos,
por elocuentes que sean. La paciente no verá más que el
desprecio, y no dejará de tomar venganza de él”.155
Si el analista cede ante la demanda de amor de la
paciente, las consecuencias son desastrosas para el trata-
miento. Pero si él rechaza ese amor, existe el riesgo de
que el análisis fracase. La relación analítica se sustenta
en un mínimo de amor, que deberá utilizarse en provecho
del análisis. El analista no puede ignorar el amor de
transferencia, pero tampoco debe responder a él. Con-
viene mantener la transferencia; y, al mismo tiempo,
tratarla como algo irreal, como una etapa del tratamiento
que es necesario reenviar a sus orígenes inconscientes.
Normalmente, el análisis va a “asegurar el resurgi-
miento de los recuerdos traumáticos del pasado, en la
medida en que ellos se reconstituyan en la actualidad de
la transferencia, favoreciendo la prosecución imaginaria
de la relación, tal y como ella habría podido ser[...]”.156 El
paciente repite las mismas dificultades, los mismos sínto-
mas; y es necesario explicitarlos, hasta que el analizante
sea capaz de separarse del terapeuta.
El analista deberá evitar encontrarse en esa posición
que lo convierte en el soporte de una pasión. Él tratará de
cambiar la dirección del amor de transferencia, para que

123
sirva a los objetivos del proyecto analítico. La estrategia
de Freud frente al amor de transferencia encuentra, sin
embargo, un límite. Se trata del amor de transferencia
incontrolable e irrecuperable. Cierta categoría de mujeres
no permite que el amor de transferencia sea utilizado sin
satisfacerlo. Se trata de mujeres con pasiones elementa-
les, que no se satisfacen con compensaciones, incapaces
de sublimar.

4.7.3 Interpretación de la Transferencia

Se estima generalmente que la neurosis de trans-


ferencia debe ser interpretada, y que la eficacia de esa
interpretación depende del reconocimiento de los despla-
zamientos que han hecho posible la organización de la
misma. Sobre cuándo dar al analizante la primera inter-
pretación, Freud afirma que no debe ser antes de que se
haya establecido una transferencia de dependencia, de
que se haya desarrollado una relación entre el paciente y
el analista. La transferencia tiene un efecto de resisten-
cia, pero la interpretación precoz de la neurosis de
transferencia contribuye al reforzamiento de la resisten-
cia.
La epistemología de la interpretación, en el sentido
freudiano, establece como criterio de verificación de la
interpretación, su capacidad para provocar el surgi-
miento de nuevo material, y no la aceptación o el rechazo
de parte del paciente. Una interpretación se verifica
cuando conduce a nuevas asociaciones.
El discurso interpretativo es distinto al discurso aso-
ciativo. El analizante se expresa libremente, mientras el
analista es receptivo a lo que se le dice. El discurso
interpretativo hace contrapeso al discurso asociativo y a

124
la atención parejamente flotante. La interpretación su-
pone una implicación inconsciente.
Sin la transferencia, no hay interpretación fecunda.
Pero, sin interpretación, la transferencia es ineficaz. La
interpretación desbloquea la transferencia, y reactiva el
proceso de la cura. La interpretación da sentido o sitúa
las cosas en un contexto donde ellas se aclaran. Puede ser
explícita e implícita, directa o indirecta, significante o
enigmática, formulada por el analista o por el analizante.
El tono de la voz del analista importa tanto como lo
que dice: “Toda ruptura del silencio es una interpreta-
ción”.157 La interpretación del analista se emparenta con
el discurso que el adulto dirige al niño. La interpretación
es demandada y esperada, escuchada y rápidamente
olvidada. Ella transfiere deseo y diferencia, anhelo y se-
paración; e implica un aspecto sexual. La interpretación
es penetrante y fecunda, pero reenvía al analizante a su
soledad.
La interpretación que el analista concibe al escuchar
al paciente, se logra gracias a la contratransferencia, es
decir, gracias a la subjetividad de la interpretación. Las
historias de casos que Freud nos ofrece muestran a un
analista que inventa sus interpretaciones a partir de su
contratransferencia. Son esas interpretaciones las que
sirven de base a la construcción de sus teorías. El
analista no debe descartar sus ideas para conformarse
con una teoría. La consideración de la contratransferen-
cia conduce a la invención de interpretaciones, que, a su
vez, dan lugar a las innovaciones teóricas. El analista
debe ser capaz de aceptar el obstáculo y de reconocer la
forma en que su inconsciente reacciona.
La contratransferencia es accesible y utilizable
mediante una especie de autoanálisis. Las interpretacio-
nes llegan al analista como efectos de la contratrans-

125
ferencia. Él debe dejarse llevar, aun cuando puede tener
sus puntos ciegos. Si alguien hubiese resuelto todas sus
interrogantes, no podría ser analista.
El saber cuándo, cómo y en qué forma se comunica
algo al analizante es, según Ferenczi, un asunto que de-
pende del tacto psicológico. Lo mismo sucede con respecto
a cuándo podemos considerar que el material suminis-
trado es suficiente para sacar conclusiones; cómo
reaccionar ante una conducta inesperada del paciente;
cuándo debemos callar y esperar otras asociaciones; o,
por el contrario, considerar el silencio como un procedi-
miento doloroso e inútil para el paciente.158
Ferenczi llama “tacto” a la facultad de “sentir con”.
Esto se logra gracias a un saber —resultado del análisis
de otros y de sí mismo— que permite hacer presentes las
asociaciones posibles o probables del paciente,159 aso-
ciaciones que él no percibe aún y que el analista puede
adivinar.
El analista puede intuir los pensamientos y las ten-
dencias inconscientes del paciente. Atento a las resisten-
cias, él decide cuándo comunicarse y la forma en que debe
hacerlo. Guiado por su tacto, evita estimular la resisten-
cia del analizante.
Ferenczi hace suya la expresión “elasticidad de la
técnica analítica”, pronunciada por un analizante. Al res-
pecto, afirma: “Uno deja actuar sobre sí las asociaciones
libres del paciente; y, al mismo tiempo, deja que su pro-
pia fantasía juegue con el material asociativo. Entre-
tanto, uno compara las conexiones nuevas con los resulta-
dos anteriores del análisis, sin descuidar, ni siquiera por
un instante, la consideración y la crítica de las tendencias
propias”.160 El trabajo del analista “conlleva una oscila-
ción perpetua entre ‘sentir con’, auto-observación y activi-
dad del juicio”.161

126
La interpretación debe darse en el momento oportuno
y cuando el material que ha de interpretarse se pone de
manifiesto. Como el analizante debe detenerse en la
interpretación, esta debe ser un tanto enigmática.
Lacan ha insistido en el decir a medias, porque,
mientras más exacta es la interpretación, más fácilmente
genera objeciones. Si una interpretación se comprende
mal, generalmente no debe corregirse, excepto si se
deforma exageradamente.
En 1934, Strachey escribió “La naturaleza de la
acción terapéutica del psicoanálisis”. A juicio de este au-
tor, influido por M. Klein, es mediante la “interpretación
mutativa” que el analista logra la resolución de los ele-
mentos arcaicos del superyó. Se trata de una interpreta-
ción emocionalmente inmediata. Solo las interpretaciones
de la transferencia pueden ser mutativas.162 La inter-
pretación extratransferencial es menos efectiva y más
arriesgada.163 Si para Strachey la interpretación de la
transferencia es la única efectiva, para Leites esto resulta
dogmático.164
Según Freud, en el análisis se constatan solo los
efectos de la transferencia. Aun cuando el término “trans-
ferencia” implica un desplazamiento, no se puede
analizar la transferencia invocando un desplazamiento.
Más aun, O. Mannoni piensa que la transferencia no se
puede analizar, por ser constitutiva de la situación analí-
tica.165
Cuando el analista descubre cómo y dónde lo sitúa el
analizante, trata de analizar la transferencia. Sin em-
bargo, basta con haber percibido la trampa para que el
analista supere la situación. El análisis de la transferen-
cia carece de utilidad. Mágicamente, los cuerpos se trans-
miten los signos de sus posiciones respectivas.

127
Cuando el analista descubre la posición en la que lo
ha fijado el analizante, se lo manifiesta de un modo no-
verbal. No hace falta que el paciente tome conciencia
para que se opere una modificación. El análisis fracasa
cuando el analista es incapaz de captar los mensajes no-
verbales enviados por el paciente, razón por la cual no
puede adoptar la posición requerida para el cambio.
Si la rememoración y la toma de conciencia fueran los
objetivos de la terapia, no debería hablarse de análisis.
La toma de conciencia no facilita el cambio de conducta.
Tratar de que lo inconsciente devenga consciente, exige
una atención que disminuye la fuerza requerida para el
cambio. De lo que se trata, por el contrario, es de modifi-
car el sistema inconsciente que determina la conciencia.
Sorprende la facilidad con la que los analizantes
olvidan los momentos decisivos de su análisis y los moti-
vos que los han llevado a terapia. Ese olvido, sin em-
bargo, viene a sellar un arreglo duradero. La represión no
es solo el obstáculo que deberá vencerse, sino también la
garantía de una transformación radical.
Si la transferencia se interpreta sobre la base de ella
misma, permanece un margen irreductible de sugestión.
Según Lacan, la interpretación de la transferencia es un
espejismo que mantiene al analista en el plano imagina-
rio y que no lo deja operar la inversión dialéctica que la
terapia requiere. Pero, reconoce Lacan, es un espejismo
útil, pues relanza el proceso: “¿Qué es entonces interpre-
tar la transferencia? No otra cosa que llenar con un
engaño el vacío de ese punto muerto. Pero este engaño es
útil, pues aunque falaz, vuelve a lanzar el proceso”.166
La interpretación que Sócrates, en “El Banquete”,
hace a Alcibíades, consiste en indicarle que él —Alcibía-
des— se dirige a un tercero, a Agatón, con el propósito de
separarlos a él —Sócrates— y a Agatón. Sócrates inter-

128
preta el discurso de Alcibíades, cuando señala que toda
su declaración está orientada por un deseo más secreto,
que apunta a Agatón. Sócrates designa así, sin saberlo, el
deseo del sujeto. Alcibíades está poseído por un amor, que
es un amor de transferencia. Mediante su interpretación,
Sócrates reenvía a Alcibíades a su verdadero deseo.167
La interpretación no se dirige al yo. El analista, se-
gún Lacan, responde al sujeto del inconsciente. La inter-
pretación no es, esencialmente, la explicitación de una
significación fantasmática oculta. Esto reduciría el deseo
a la demanda, lo que confirmaría al sujeto en su sujeción
al deseo del otro. El análisis no es una ciencia de lo
imaginario.
Las intervenciones del analista eliminan o reducen la
identificación idealizante, atendiendo al contenido, al es-
tilo o al objetivo. Un estilo de intervención hace vibrar los
significantes para que se desdoblen. Otro estilo de inter-
vención se apoya en la metáfora, pone en evidencia el
equívoco y adopta el decir a medias más que el man-
dato.168
Interpretar la transferencia del paciente no es revelar
una significación oculta concerniente a la persona del
analista. El objetivo de la interpretación es delimitar los
objetos causa del deseo que movilizan las cadenas signi-
ficantes.169
El analista puede convertirse en el portavoz de una
palabra, que él dice sin saber lo que dice. Es el momento
de la interpretación. Ahora bien, si el analista puede no
saber lo que dice, debe saber lo que hace.170
Hay intervenciones dirigidas a que el análisis avance.
Estas colocan al analista en una posición de autoridad,
mediante el recurso a un significante imperativo. Hay
otras, en las que el analista explica o enseña, y en las que
el saber es el elemento dominante; otras, en las que el

129
analista se muestra como sujeto demandante. Estos dife-
rentes tipos de intervenciones implican posiciones que se
comparten con la propiamente analítica. Son discursos
diferentes entre el analizante y el analista. El terapeuta
adopta la postura que los significantes y el goce le
permitan. Lo importante es que sepa lo que es dominante
en un momento dado de la cura.171
Lo que domina antes de que se imponga el dicho
interpretativo es el goce, el cual conduce a la inter-
pretación. Con el goce, el analista calla; y emerge la
interpretación. El dicho interpretativo es una palabra
que el analista dice sin saber lo que dice, y que nace del
silencio. La interpretación no es el resultado de una re-
flexión premeditada para hacer consciente lo incons-
ciente. No es la revelación del sentido oculto de los sueños
y de las palabras del analizante.172
Conviene distinguir la interpretación propiamente
dicha de otras intervenciones del analista. Nasio con-
serva el término interpretación “para designar el caso
especial de un dicho conciso, que sorprende al analista
que lo enuncia, tan raro, puntual e intempestivo como lo
es un lapsus en el analizado. Dicho que tiene por efecto
no hacer consciente lo inconsciente, sino producir lo in-
consciente, relanzar la cadena de los significantes otros y
convocar la consumación de otros acontecimientos”.173 En
ese sentido, afirma Nasio: “La mejor interpretación se
dice siempre en dos o tres palabras breves, a la manera
de una réplica que toque, corte y puntúe el enunciado del
analizado. El ejemplo más notable de interpretación es
esa frase ultrarreducida llamada interjección, que a veces
cobra la forma elemental y simple de una exclamación.
Incisa y concisa, la interjección —no importa cuál— im-
pone el silencio y remite al analizado a una lejanía, hacia
el horizonte de la dimensión abierta del Otro”.174

130
Las conductas del analista durante la cura son el
silencio, la intervención y la interpretación. En el curso
de la cura, “el silencio es la norma, las intervenciones
explicativas son frecuentes y la interpretación es rara”.175
La interpretación es una formación del inconsciente que
sigue las leyes de la lógica del significante. “El dicho
interpretativo se desprende de la cadena de significantes
virtuales y reprimidos, aparece enunciado por el analista
y desaparece enseguida, reemplazado por otro signifi-
cante que toma su lugar. Así, una interpretación es
suplantada pronto por otra formación equivalente,
lapsus, sueño o síntoma, surgida esta vez en el paciente.
Prácticamente: una vez lanzada la interpretación, ella no
va al oído, va derecho al olvido. ¿A qué olvido? Al de la
represión: un olvido en manera alguna muerto ni pasivo,
sino, al contrario, un olvido activo que no cesa de reapare-
cer en retornos sucesivos. La interpretación reprimida
retorna en sueño, y es soñando como el analizado
responde al dicho de su analista: uno no explica el sueño,
uno lo produce”.176
Si bien es cierto que la interpretación reprimida por
el analizante retorna en las formaciones de su incons-
ciente, la interpretación puede considerarse también
como el retorno en el analista de las formaciones dichas
por el analizante. En otras palabras, de los protagonistas
del análisis podría decirse que uno pone en acto el incons-
ciente del otro, o, mejor, el inconsciente de la relación
analítica. Es como si el par significante S1-S2 circulara
entre analista y analizante, de tal manera que cada uno
ocupara el puesto de S1, cuando dice; y el de S2, cuando
reprime. En realidad, S1 y S2 ligan entre sí a los parti-
cipantes del análisis.177 El psicoanalista ocupa, según
esté en silencio o interprete, la posición de S2 o de S1. Él

131
se desplaza, ocupando cada uno de los puestos constituti-
vos del inconsciente.
La interpretación es un efecto producido por la
transferencia; es una actualización de la transferencia,
más que un elemento que obra sobre esta.178 El análisis
no convierte en consciente lo inconsciente. El analista
mismo no escapa al inconsciente. Superar la represión no
es eliminar el inconsciente. La exactitud de la construc-
ción del analista es secundaria. Querer hacer construccio-
nes correspondería, en el marco de la cura, a la resisten-
cia del analista. Lo esencial para el advenimiento del
sujeto es el significante.
La interpretación es una palabra entre el sueño y la
transferencia, un acto poético.179 Es esencialmente poé-
tica, no solo porque extingue el síntoma y hace acto, sino
porque es metáfora. La interpretación hace aparecer el
significante verbal en el lugar del síntoma, gracias al
equívoco y al juego de palabras. “Es únicamente por el
equívoco que la interpretación opera”180; y se constituye
por el surgimiento del significante en el discurso. Este
surgimiento ocurre, primero y radicalmente, en esa metá-
fora del Nombre-del-Padre, que toda metáfora ulterior
evoca y de la que toma su eficacia.
En el análisis, son las metáforas que llegan tanto al
analizante como al analista, las que permiten aprehender
y articular los significantes. El objetivo de la cura es
convertir el síntoma en un juego de palabras, en el domi-
nio de “lalengua”.181
Lacan identifica el síntoma y las formaciones del
inconsciente con la metáfora, lo que le permite justificar
el descuido de la interpretación. El obstinado silencio del
analista lacaniano se comprende porque este tiene la cer-
teza de que el significante inconsciente cruzará la barra,
siempre y cuando el analizante prosiga con su discurso.

132
“En la teoría lacaniana el concepto de resistencia, esen-
cial en la técnica freudiana, juega un rol reducido o
prácticamente nulo. Para Lacan, el trabajo sobre las re-
sistencias, con el objeto de que reaparezcan las repre-
sentaciones reprimidas, carece de importancia”.182
Lacan, al afirmar que las resistencias pertenecen al
analista, ha creado la confianza en un inconsciente que
habla automáticamente. En ese sentido, es significativo
que, en Escritos, el tema de la represión secundaria ape-
nas se trate, aun cuando el psicoanálisis —según
Vergote— siempre opera sobre la represión secundaria.183
Las sesiones cortas o de duración variable se com-
prenden en el marco de una práctica analítica que evita
la intervención. Gracias a ellas, se pretende superar la
monotonía que las sesiones regulares pueden conllevar
cuando el analista es silencioso. En vez de interpretar, el
terapeuta acorta la sesión creyendo que puntúa el dis-
curso del analizante, poniéndole un fin precipitado. En
realidad, para puntuarlo verdaderamente hace falta que
una intervención relance el movimiento asociativo.184
De hecho, la interrupción de la sesión privilegia un
contenido manifiesto específico, puntuado por la palabra
que marca el final de la sesión. Si el analizante se com-
place, dicha palabra estimulará su deseo de seducción; si
se somete de mal gusto a esa decisión, para él arbitraria,
esa palabra lo hará dependiente y provocará una trans-
ferencia alienante. Con excepción de aquellas ocasiones
en las que el recurso a la sesión abreviada produce un
avance considerable, cuando se hace de esta práctica un
procedimiento, se convierte la relación analítica en una
relación real.185
Interpretar de un modo pertinente es un arte y una
técnica. La técnica de la interpretación se basa en la com-
prensión de una teoría y sigue ciertas reglas. El analista

133
escucha e interpreta bajo la forma de hipótesis. Ahora
bien, él deberá decidir si comunica o no su interpretación,
el momento de hacerlo, el modo en que debe comunicarlo
y en relación a cuál elemento; asimismo, determinar si
debe plantear preguntas o demandar precisiones. El ana-
lista debe ponderar si, al actuar de un modo específico,
focaliza exageradamente la atención del analizante sobre
ciertos elementos, contrariando la asociación libre. En
todo caso, el principio que debe regir las respuestas del
analista es el de favorecer la asociación libre.186
Los analistas adoptan modos de trabajar muy dife-
rentes, que se corresponden con su personalidad, su
análisis didáctico, su formación y su cultura personal.
Esto se aprecia en la encuesta realizada por E. Glover.187
Hay analistas silenciosos que consideran que las pregun-
tas o interpretaciones perturban la asociación libre. Ver-
gote no suscribe el silencio absoluto. Este puede conllevar
que quede trabajo por hacer. La regla de la asociación
libre puede interpretarse como un “dejar hablar”, sin
más. Los analistas silenciosos suelen opinar que, si el in-
consciente hace hablar, basta con escuchar. Olvidan que,
si el inconsciente habla, también resiste; que la palabra,
incluso en el análisis, puede ser el simulacro que enmas-
cara las representaciones de deseos inconscientes.188
La interpretación del analista no debe referirse al
comportamiento observado del paciente; como, por ejem-
plo, la mirada del analizante, la forma en que se acuesta
en el diván, etc. El analista solo debe analizar lo que dice
el paciente. Analizar es desatar los nudos formados por
las representaciones inconscientes. Es necesario conside-
rar los vínculos que pueden establecerse entre esas
representaciones y las expresiones verbales, favoreciendo
la manifestación del inconsciente a través del lenguaje.

134
Interpretar es atar expresiones fragmentarias y a
menudo indirectas —como fragmentos de recuerdos y
palabras adventicias—, con reacciones afectivas actuales.
Esas expresiones se convierten en la manifestación del
inconsciente, gracias a la percepción del analista, quien
reconstruye la concatenación subyacente.189 Una palabra,
reubicada en su contexto, puede expresar uno de esos
nudos de representaciones inconscientes.

4.7.4 Resolución de la Transferencia

Los ideales del psicoanálisis expresan los objetivos de


la cura analítica, y constituyen el núcleo de la “ética del
psicoanálisis”. Para Freud, el logro de los objetivos del
análisis confiere al sujeto la capacidad de vivir en
sociedad, amar, gozar y trabajar. El sujeto deviene más
independiente en relación con su superyó, así como más
capaz de enfrentar ciertos obstáculos. El final del análisis
se corresponde con el término de una ilusión, la del amor
de transferencia. El análisis debe conducir al sujeto a
crear nuevos investimientos de objeto.
Refiriéndose al vencimiento de la transferencia, dice
Freud: “En este terreno ha de ser conseguida la victoria,
cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es
innegable que el vencimiento de los fenómenos de la
transferencia ofrece al psicoanalítico máxima dificultad;
pero no debe olvidarse que precisamente estos fenómenos
nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y
manifiestos los impulsos eróticos ocultos y olvidados de
los enfermos, pues, en fin de cuentas nadie puede ser
vencido in absentia o in effigie”.190
Según Freud, el analizante encuentra una falta al
final del proceso analítico, que se llama castración o

135
envidia de pene. La castración es lo que debe aceptarse al
final del análisis. De acuerdo con Ida Macalpine, al final
del análisis se trata más de reducir la transferencia que
de liquidarla. La resolución de la transferencia no
constituye algo tan claramente comprensible como suele
creerse. Ocurre no solo dentro del análisis, sino después
de él.191
El afecto que caracteriza el final del análisis variará
desde la exaltación cuasi maníaca del yo victorioso, hasta
la depresión por el vacío y la soledad. Esa polaridad
afectiva se corresponde con la ambivalencia característica
del duelo, ambivalencia entre el dolor de la pérdida y el
goce de sobrevivir al objeto.192
Para Lacan, la función del análisis es conducir al ana-
lizante a reconocer y a asumir su deseo. Él critica el
empirismo pragmático y utilitarista, así como los ideales
del individualismo liberal basado en la omnipotencia del
yo. Además, se opone a que el análisis tenga como fun-
ción conformar al analizante a los criterios de la
adaptación social. El análisis conduce a la caída del ob-
jeto a y de los montajes fantasmáticos que sostienen los
señuelos del deseo.
Lacan define la liquidación de la transferencia como
la liquidación del engaño. El final del análisis es un
duelo.193 Equivale a destituir al sujeto-supuesto-saber, a
comprender que no existe. Este proceso coincide con la
pérdida del objeto, con el duelo del objeto.
La liquidación de la transferencia es la liquidación
permanente de ese engaño, por el cual la transferencia
tiende a ejercerse en el sentido del cierre del incons-
ciente.194 ¿Qué va a encontrar el sujeto en el análisis? Él
va a encontrar eso de lo que carece. Lacan sostiene que el
psicoanálisis permite, finalmente, deshacer las iden-
tificaciones y las idealizaciones. Al final del proceso, el

136
sujeto puede reconocer cómo él se convirtió en el objeto
del Otro. Todo esto ocurre a nivel de su fantasma; y, para
el hombre, el fantasma organiza la realidad.
La resolución de la transferencia se corresponde con
el reconocimiento, por parte del analizante, de ese lugar
de la falta que es el punto donde se origina su deseo. Ese
punto se descubre gracias a la ausencia de respuesta del
Otro. No se trata de un rechazo de respuesta, sino de una
incapacidad básica de responder a la demanda del sujeto.
La persistencia de la transferencia demuestra que el
sujeto continúa esperando que el Otro decida respon-
derle. Mientras subsista esa expectativa, o si se trans-
forma en decepción, la transferencia no se ha resuelto. El
sujeto debe descifrar los términos de esa demanda al
Otro. La cura analítica persigue la confrontación del
sujeto con la castración. El sujeto debe sufrir la soledad y
la finitud radicales que implica la castración.
Para que la cura pueda ser eficaz, es necesario que el
analista haya entrado él mismo en la vía de la sublima-
ción, gracias a un análisis personal; especie particular de
duelo, que debe soportar cualquiera que desee alcanzar la
sublimación.
Tan pronto el analizante dice la primera palabra,
instaura, sin saberlo, al otro como alguien que sabe. “La
paradoja es la siguiente: el dispositivo analítico ‘incita’ al
analizante a tener fe en el otro, en tanto otro del saber,
pero el psicoanalista, a su vez, sabe que, de todos modos,
al fin y al cabo, este otro del saber no es más que una
ficción por destituir y que él mismo no se convertirá más
que en los restos de esta estatua del saber”.195 El análisis
permite que el analizante cuestione una serie de ilusiones
y confronte al analista de tal manera que pueda obligarlo
a revisar su manera de concebir la práctica.

137
Al final del análisis, quedan normalmente residuos
transferenciales, restos inevitables de una experiencia
vivida en común, consecuencia natural de la experiencia
analítica, a la que no hay por qué atribuir un valor nega-
tivo. Los residuos transferenciales suelen perdurar hasta
que se produce el olvido. En ningún caso deben confun-
dirse con la persistencia de la pasión transferencial que
resulta de la idealización de un pensamiento, de una teo-
ría y de un poder. Los residuos transferenciales son
restos relacionales que van a persistir y a manifestarse
mediante cierta simpatía.
El lugar del analista es el del sujeto-supuesto-saber.
Ese supuesto saber del analista se refiere a la capacidad
de reconocer si el otro es un hombre o una mujer. El ana-
lista ocupa la posición del castrador. Él, que se supone ve
claramente aunque no orienta al analizante, ocupa una
posición difícil. El analizante, por su parte, evoluciona
desde una posición de omnipotencia infantil, hasta la
posición de un ser marcado por la castración. Sin em-
bargo, ese cambio es incompleto. El objetivo del análisis
es que el analizante se convierta en su propio intérprete.
El final del análisis y de la transferencia coincide con la
introyección de la función analítica.

_________________________
1 Freud, S., Análisis fragmentario..., op. cit., p. 998.
2 Laplanche, Jean, Problématiques V..., op. cit., p. 247.
3 Freud, S., Lecciones introductorias..., op. cit., p. 2399.
4 Leclaire, Serge, On tue un enfant. Un essai sur le narcissisme
primaire et la pulsion de mort, Paris, Seuil, 1975, p. 112.
5 Mannoni, Octave, Ça n’empêche pas d’exister, Paris, Seuil, 1982,
p. 65.

138
6 Freud, S., Lecciones introductorias..., op. cit., p. 2400.
7 Freud, S., La dinámica de la transferencia, Obras Completas,
tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 1649.
8 Safouan, Moustapha, Le transfert et le désir de l’analyste, Paris,
Seuil, 1988, p. 196.
9 Ferenczi, Sandor, Transfert et Introyection, Oeuvres complètes,
tome I, Paris, Payot, 1968, pp. 93-106.
10 Ferenczi, Sandor, op. cit., pp. 107-125.
11 Neyraut, Michel, op.cit., p. 169.
12 Lagache, Daniel, “Le problème du transfert”, en Le transfert et
autres travaux psychanalytiques Oeuvres III, Paris, P.U.F.,
1980, nota 2, p. 81.
13 Macalpine, Ida, op. cit., p. 211.
14 Ibid., p. 214.
15 Ibid., pp. 213-214.
16 Lacan, Jacques, “Intervención sobre la transferencia”, en
Escritos I, México, Siglo veintiuno editores, 1971, p. 38.
17 Lacan, Jacques, Intervención sobre la transferencia..., op. cit.,
pp. 46-48.
18 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII. Le transfert. 1960-
1961, Paris, Seuil, 1991, pp. 29-195.
19 Lacan, Jacques, “Proposition du 9 octobre 1967 sur le
psychanalyste de l’École”, en Scilicet 1, Paris, Seuil, pp. 18-19.
20 Lacan, Jacques, “Función y campo de la palabra y del lenguaje
en psicoanálisis”, en Escritos I, México, Siglo veintiuno editores,
p. 125.
21 Quintart, Jean-Claude, “Le transfert, le sujet et l’objet. Une
théorie logique”, en Psychoanalyse 1, 1984, p. 17.
22 Lacan, Jacques, Del “trieb” de Freud y del deseo del psicoana-
lista, en Escritos II, México, Siglo veintiuno editores, 1975, p.
390.
23 Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra..., op. cit., p. 126.
24 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII. Le transfert..., op. cit.,
p. 388.
25 Quintart, Jean-Claude, op. cit., p. 18.
26 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 231.

139
27 Ibid., p. 241.
28 Juranville, Alain, Lacan et la philosophie, Paris, P.U.F., 1984, p.
250.
29 Juranville, Alain, op. cit., p. 329.
30 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura..., op. cit., p. 40.
31 Ibid., pp. 40-41.
32 Ibid., p. 41, nota 10.
34 Bonnet, Gérard, Le transfert dans la clinique psychanalitique,
Paris, P.U.F., 1991, p. 28.
35 Nasio, J. D., “Los ojos de Laura...”, op. cit., p. 27.
36 Ibid., p. 27.
37 Ibid., p. 50.
38 Perrier, François, “Sur la clinique, le transfert et le temps” en La
chaussée d’Antin (Antienne). Articles de psychanalyse, Paris,
Union Générale D’Editions, 1978, pp. 210-211.
39 Perrier, François, op. cit., pp. 216-217.
40 Ibid., p. 219.
41 Mannoni, Octave, Un commencement qui n’en finit pas.
Transfert, interprétation, théorie, Paris, Seuil, 1980, p. 50.
42 Mannoni, Octave, op. cit., pp. 49-50.
43 Mannoni, Octave, “Clefs pour l’imaginaire ou l’autre scène”,
Paris, Seuil, p. 116.
44 Mannoni, Octave, “Clefs pour...”, op. cit., pp. 115-130.
45 Laplanche, Jean, op. cit., pp. 308-309.
46 Leclaire, Serge, Psicoanalizar. Un ensayo sobre el orden del
inconsciente y la práctica de la letra, México, Siglo veintiuno
editores, 1972, p. 178.
47 Leclaire, Serge, op. cit., pp. 186-187.
48 Neyraut, Michel, op. cit., pp. 202-203.
49 Ibid., pp. 203-204.
50 Ibid., p. 205.
51 David, Christian, op. cit., p. 361.
52 Ibid., p. 317.
53 Laplanche, Jean, op. cit., pp. 246-247.

140
54 Bonnet, Gérard, op. cit., pp. 83-90.
55 Geberovich, F., op. cit., p. 151.
56 Roustang, François, Influence, Paris, Minuit, 1990, pp. 96-97.
57 Vergote, Antoine, op. cit., p. 31.
58 David, Christian, op. cit., p. 323.
59 Ibid., pp. 324-325.
60 Gantheret, F., Habemus papam, en Nouvelle Revue de
Psychanalyse, 38, 1988, p. 47.
61 Valabrega, Jean-Paul, “Phantasme, mythe, corps et sens. Une
théorie psychanalytique de la connaissance”, Paris, Payot, 1980,
pp. 102-105.
62 Valabrega, Jean-Paul, op. cit., pp. 108-109.
63 Lagache, Daniel, “La doctrine freudienne et la théorie du
transfert”, en Le transfert et autres travaux psychanalytiques,
Oeuvres III, Paris, P.U.F., 1980, p. 131.
64 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 34.
65 Ibid., p. 229.
66 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., op. cit., pp. 204-207.
67 Ibid., p. 208.
68 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., p. 131.
69 Florence, Jean, Les fins du transfert, op. cit., p. 24.
70 Freud, S., Lecciones introductorias..., op. cit., p. 2399.
71 Schotte, Jacques, op. cit., pp. 80-82.
72 Ibid., p. 69.
73 Ibid., p. 69.
74 Ibid., p. 71.
75 Ibid., pp. 70-71.
76 Ibid., p. 39.
77 Ibid., p. 39.
78 Ibid., p. 73.
79 Ibid., p. 73.
80 Bonnet, Gérard, op. cit., p. 92.

141
81 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op.
cit., p. 1695.
82 Perrier, François, op. cit., p. 209.
83 Mannoni, Octave, Ça n’empêche pas d’exister, op. cit., pp. 104-
111.
84 Bonnet, Gérard, op. cit., pp. 74-106.
85 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op.
cit., p. 1693.
86 Freud, S., Lecciones introductorias..., op. cit., p. 2398.
87 Ibid., p. 2398.
88 Freud, S., Psicología de las masas y análisis del yo, Obras
Completas, tomo III, Madrid, Biblioteca Nueva, p. 2590.
89 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., op. cit., p. 212.
90 Ibid., p. 177.
91 Ibid., p. 183.
92 Ibid., pp. 52-53.
93 Ibid., p. 176.
94 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre I. Les écrits techniques de
Freud, 1953-1954, Paris, Seuil, 1975, p. 163
95 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI, ..., op. cit., p. 137.
96 Ibid., p. 228.
97 Aulagnier, Piera, op. cit., p. 222.
98 Freud, S., La dinámica de la transferencia, op. cit., p. 1649.
99 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op.
cit., p. 1694.
100 Freud, S., La dinámica de la transferencia, op. cit., pp. 1650-
1651.
101 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op.
cit., p. 1691.
102 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 119.
103 Ibid., p. 229.
104 Lacan, Jacques, “La dirección de la cura y los principios de su
poder”, en Escritos I, México, Siglo veintiuno editores, 1971, p.
227.

142
105 Freud, S., El porvenir de la terapia psicoanalítica, Obras
Completas, tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, pp. 1566.
106 Strachey, James, “The nature of the therapeutic action of
psycho-analysis”, en Essential papers on transference, editado
por Aaron H. Esman, New York y London, New York University
Press, 1990, p. 75.
107 Pontalis, J. B., Entre le rêve et la douleur, Mayenne, Gallimard,
1977, p. 235.
108 Juranville, Alain, op. cit., pp. 250-251.
109 Bonnet, Gérard, op. cit., p. 68.
110 Ibid., p. 72.
111 Ibid., pp. 83-90.
112 Ibid., pp. 88-89.
113 Ibid., pp. 110-111.
114 Ibid., p. 311.
115 Ibid., p. 39.
116 Freud, S., Lecciones introductorias..., op. cit., p. 2401.
117 Neyraut, Michel, op. cit., p. 155.
118 Lacan, Jacques, La dirección..., op. cit., p. 229.
119 Lacan, Jacques, La dirección..., op. cit., p. 266.
120 Ibid., p. 266.
121 Fédida, Pierre, op. cit., p. 89.
122 Lacan, Jacques, La dirección..., op. cit., p. 267.
123 Ferenczi, Sandor, Psychanalyse 4, Oeuvres complètes, tome IV:
1927-1933, Paris, Payot, 1982, p. 105.
124 Ferenczi, Sandor, Journal clinique, Paris, Payot, 1985, p. 138.
125 Roustang, François, op. cit., p. 96.
126 Ibid., p. 163
127 Vergote, Antoine, op. cit., p. 45.
128 Roustang, François, op. cit., pp. 163-164.
129 Ibid., p. 164.
130 Ibid., p. 133.
131 Fédida, Pierre, op. cit., p. 87.

143
132 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 232.
133 Ibid., p. 241.
134 Perrier, François, op. cit., p. 213.
135 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., op. cit., pp. 169-171.
136 Ibid., p. 128.
137 Nasio, Juan David, Cuestiones..., op. cit., p. 169.
138 Juranville, Alain, op. cit., p. 253.
139 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 210.
140 Safouan, Moustapha, op. cit., p. 213.
141 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura..., op. cit., p. 27.
142 Nasio, Juan David, Cuestiones..., op. cit., p. 28.
143 Quintart, Jean-Claude, op. cit., p. 14.
144 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 211.
145 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura..., op. cit., p. 28.
146 Ibid., p. 48.
147 Ibid., p. 49.
148 Ibid., p. 51.
149 Mannoni, Octave, Un commencement..., op. cit., p. 75.
150 Aulagnier, Piera, op. cit., p. 250.
151 Laplanche, Jean, Problématiques IV. L’inconscient et le ça,
Paris, P.U.F., 1981, pp. 126-127.
152 Freud, S., Análisis fragmentario..., op. cit., p. 999.
153 Neyraut, Michel, op. cit., pp. 244-261.
154 Lagache, Daniel, La doctrine..., op. cit., p. 146.
155 Freud, S., Observaciones..., op. cit., p. 1692.
156 Bonnet, Gérard, op. cit., p. 99.
157 Neyraut, Michel, op. cit., p. 27.
158 Ferenczi, Sandor, Elasticité de la technique psychanalytique,
Oeuvres complètes, tome IV, Paris, Payot, 1982, p. 55.
159 Ferenczi, Sandor, op. cit., p. 55.
160 Ibid., p. 61.
161 Ibid., p. 61.

144
162 Strachey, James, op. cit., p. 73.
163 Ibid., p. 74.
164 Leites, Nathan, “Transference interpretations only?”, en Essen-
tial papers on transference, editado por Aaron H. Esman, New
York, New York University Press, 1990, pp. 434-454.
165 Mannoni, Octave, Ça n’empêche..., op. cit., pp. 67-68.
166 Lacan, Jacques, Intervención..., op. cit., p. 47.
167 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., op. cit., p. 212.
168 Quintart, Jean-Claude, op. cit., p. 18.
169 Ibid., p. 18.
170 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura..., op. cit., p. 36.
171 Ibid., pp. 36-38.
172 Ibid., pp. 37-38.
173 Ibid., p. 38.
174 Ibid., p. 38.
175 Ibid., p. 38.
176 Ibid., pp. 38-39.
177 Ibid., pp. 39-40.
178 Ibid., p. 40.
179 Fédida, Pierre, op. cit., p. 77.
180 Lacan, Jacques, Livre XXIII (1975-1976). Le sinthome.
Séminaire du 18.11.75, en Ornicar?, 6, 1976, pp. 3-11.181
Juranville, Alain, op. cit., p. 255.
182 Bogaert García, Huberto, Enfermedad mental, psicoterapia y
cultura, Santo Domingo, Editora Corripio, 1992, p. 36
183 Vergote, Antoine, op. cit., p. 44.
184 Ibid., p. 44.
185 Ibid., pp. 44-45
186 Ibid., p. 43.
187 Glover, Edward, The technique of psycho-analysis, London, Bail-
lière, Tindall & Cox, 1955.
188 Vergote, Antoine, op. cit., pp. 43-44.
189 Ibid., p. 45.

145
190 Freud, S., La dinámica..., op. cit., p. 1653.
191 Macalpine, Ida, op. cit., p. 215.
192 Florence, Jean, Les fins..., op. cit., 19-20.
193 Safouan, Moustapha, op., cit., p. 230.
194 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., pp. 240-241.
195 Nasio, Juan David, Cuestiones..., op. cit., p. 170.

146
5. LA NEUTRALIDAD DEL ANALISTA

Una de las cualidades que definen la actitud del ana-


lista durante la cura, es la neutralidad. La técnica
psicoanalítica se vio abocada a la idea de la neutralidad,
en la medida en que se separó de los métodos basados en
la sugestión. Se trata de una recomendación técnica que
no implica ni garantiza una objetividad suprema de parte
del analista. Se refiere a la función del psicoanalista, y no
a su persona; lo que significa que él no debería intervenir
en el tratamiento en tanto individualidad psicosocial.
El analista debe ser neutral:
1. En cuanto a los valores, absteniéndose de dirigir la
cura en función de un ideal religioso, moral o social. En
ese sentido, debe evitar todo consejo.
2. Respecto a la transferencia del analizante, evitando
responder a las solicitaciones del paciente.
3. En relación al discurso del analizante, rechazando
cualquier juicio a priori sobre su significación.
La neutralidad del analista equivale a una simpatía
comprensiva, necesaria para provocar en el analizante
una transferencia confiada.1 El analista no juzga, no da
consejos, ni trata de transmitir sus convicciones al anali-
zante. Él no pretende influir en el comportamiento del
paciente.
La ausencia de juicios, por parte del analista, es un
principio funcional que concierne a su rol durante las
sesiones. Sin embargo, la neutralidad funcional del tera-
peuta es difícilmente mantenida si, fuera de las sesiones,
él considera a su paciente con más desprecio que simpa-
tía. Esto no excluye que la personalidad del analista,
presente en su acogida y en sus intervenciones, ejerza su
influencia. Las particularidades y límites de su carácter
intervienen inevitablemente en el proceso. Los rechazos o
negativas del analista constituyen la base de su neutrali-
dad. Sin embargo, es en el plano técnico que la noción de
neutralidad plantea problemas.
En Consejos al médico en el tratamiento psicoanalí-
tico, Freud afirma que el analista debe ser como un
espejo impenetrable para el paciente, que sólo refleja lo
que se le muestra: “El médico debe permanecer impe-
netrable para el enfermo y no mostrar, como un espejo,
más que aquello que le es mostrado”.2 Freud condena la
ambición terapéutica, la reciprocidad de confidencias y la
acción educativa. Él recomienda el análisis didáctico y el
autoanálisis como control de la contratransferencia.
Freud no habla de “neutralidad benevolente”. De
hecho, él oscila entre un interés manifiesto por el anali-
zante y cierta frialdad objetivante. En ese sentido, debe
darse, de parte del analista, una acogida tolerante hacia
toda manifestación del anhelo inconsciente (Wunsch).
En 1950, P. Heimann escribió un artículo en el que
denunció la falsa imagen del analista desligado, como
espejo insensible. Ella recomendó el buen uso de las “res-
puestas emocionales”.3 El terapeuta, en la medida en que
compromete su subjetividad, no puede comportarse con

148
respecto al analizante en forma perfectamente neutra y
receptiva. “No existe atención neutra, no existe atención
‘desinteresada’, solo existe una atención libre, y libre en
la medida en que sabe de antemano interesarse y
desinteresarse al mismo tiempo”.4 El analista debe ser
sensible y estar a la disposición del paciente, pero solo
durante el tiempo de la sesión.

________________________
1 Vergote, Antoine, op. cit., p. 341.
2 Freud, S., Consejos..., op. cit., p. 1658.
3 Heimann, Paula, On Counter-transference, en International Jour-
nal of Psychoanalysis, 1950, Vol. 31, pp. 81-84.
4 Neyraut, Michel, op. cit., p. 23.

149
6. LA ATENCIÓN PAREJAMENTE FLOTANTE Y
LA COMUNICACIÓN DE INCONSCIENTE A
INCONSCIENTE

Según Freud, el analista debe escuchar al analizante


con una atención parejamente flotante (gleichschwebende
Auƒmerksamkeit). Él debe suspender las motivaciones
que suelen dirigir la atención, evitando privilegiar a
priori cualquier elemento del discurso del analizante, y
dejando funcionar su propia actividad inconsciente libre-
mente. Esa actitud subjetiva implica una suspensión lo
más completa posible de los supuestos teóricos, las in-
clinaciones personales y los prejuicios que usualmente
focalizan la atención. Para disminuir la influencia de las
defensas inconscientes, se recomienda el análisis perso-
nal del futuro analista, con lo cual se reducen las repre-
siones no liquidadas y, en consecuencia, los puntos ciegos
en la percepción analítica.
La atención parejamente flotante permite descubrir,
en el discurso del analizante, conexiones inconscientes.
Tras elementos insignificantes en apariencia, se ocultan
a menudo importantes pensamientos inconscientes. Gra-
cias a esta actitud subjetiva, el analista puede conservar
en su memoria elementos cuyas correlaciones se pondrán
de manifiesto más tarde. Más aun, el objetivo de este tipo
de atención es, para Freud, lograr la comunicación de
inconsciente a inconsciente.
La atención parejamente flotante, no discriminatoria,
implica poner de lado el interés por la distinción entre lo
real y lo ilusorio, distinción que desviaría al analizante
del objetivo del análisis. “Como puede verse, el principio
de acogerlo todo con igual atención equilibrada es la con-
trapartida necesaria de la regla que imponemos al anali-
zado, exigiéndole que nos comunique, sin crítica ni
selección algunas, todo lo que se le vaya ocurriendo. Si el
médico se conduce diferentemente, anulará casi por com-
pleto los resultados positivos obtenidos con la observación
de la ‘regla fundamental psicoanalítica’ por parte del pa-
ciente. La norma de la conducta del médico podría formu-
larse como sigue: Debe evitar toda influencia consciente
sobre su facultad retentiva y abandonarse por completo a
su memoria inconsciente. O en términos puramente
técnicos: Debe escuchar al sujeto sin preocuparse de si
retiene o no sus palabras”.1
A menudo se establece un paralelismo entre la regla
de la asociación libre y la regla de la atención pareja-
mente flotante. La primera concierne al analizante; y la
segunda, al analista. Sin embargo, la atención pareja-
mente flotante no es una réplica de la asociación libre del
paciente, porque esto implicaría dejar discurrir los pensa-
mientos del analista de conformidad con sus fantasmas
inconscientes, los cuales, al fin y al cabo, son imposibles
de suprimir.
La atención parejamente flotante implica que los
contenidos sean investidos de manera igualitaria. Sin
embargo, para que esa igualdad sea respetada, la aten-

151
ción del analista deberá, en algunos momentos, compen-
sar las represiones del analizante, sirviendo de contra-
peso. Aunque Freud recomienda una atención pareja-
mente flotante, el terapeuta puede señalar un elemento,
incluso sin interpretarlo, para indicar un punto que me-
rece atención. Así restablece un balance, mostrando un
elemento descuidado, tan importante como los otros en
tanto punto de partida de las asociaciones.
La acentuación, de parte del analista, se distingue de
la función interpretativa; y consiste en investir lo que el
analizante deja de lado. Es un tipo de intervención que
promueve en el paciente, igual interés en sus diferentes
asociaciones. No basta que el terapeuta sea pasivo para
mantener la igualdad de los acentos. Se requiere cierto
desplazamiento de la atención, para restablecer la igual-
dad de las oportunidades entre las diferentes asociacio-
nes.
Conviene que el analista no tome en consideración ni
la pertinencia, ni la importancia, ni la coherencia lógica
de lo que se dice. Freud estima que el terapeuta no debe
considerar la cura como un trabajo científico. La atención
parejamente flotante requiere que se evite toda especula-
ción, toda rumiación mental, durante el tratamiento. El
analista debe pasar de una actitud psíquica a otra, de
acuerdo con las necesidades, y evitar proceder a la ela-
boración científica del caso, a la reconstitución de su
estructura o a la previsión de su evolución. Ese cambio en
la actitud psíquica, evitando toda especulación, es una
recomendación técnica que caracteriza uno de los mo-
mentos específicos del pensamiento analítico. “Antes de
terminar el tratamiento no es conveniente elaborar cien-
tíficamente un caso y reconstruir su estructura e intentar
determinar su trayectoria fijando de cuando en cuando su
situación, como lo exigiría el interés científico[...]. La con-

152
ducta más acertada para el psicoanálisis consistirá en
pasar sin esfuerzo de una actitud psíquica a otra, no es-
pecular ni cavilar mientras analiza y esperar terminar el
análisis para someter el material reunido a una labor
mental de síntesis”.2
Conviene distinguir el abandonarse a las propias
asociaciones y el acompañar el proceso asociativo del otro.
El analista suspende el curso de sus pensamientos, y se
somete a las asociaciones que proceden del analizante.
Pero la exposición del analizante puede romper el proceso
asociativo del analista, forzando su atención y oblite-
rando su actividad fantasmática.
La atención parejamente flotante debe ponerse al
servicio de la interpretación. El analizante, ocupado en
asociar libremente, no se escucha como lo hace el ana-
lista. Mientras el inconsciente del terapeuta deviene
interpretativo, el inconsciente del paciente es invitado a
comprometerse en la libre asociación. Si el analizante
expresa sus deseos, el analista se dedica a notar las
disonancias, las discordancias y los excesos.
La observación del analista concierne a lo que se le
escapa al sujeto como manifestación involuntaria de la
actividad psíquica, sobre todo de la palabra: lapsus, olvi-
dos, sueños. Se trata de elementos que emanan de la
subjetividad y que son portadores de sentido para quien
sabe escucharlos. El analista escucha entre líneas y es
capaz de penetrar en el espesor de las palabras. Él pone a
su interlocutor en contacto con lo que se le escapa. Ese es
el arte del analista, que él lleva a cabo en silencio, seña-
lando una palabra o un fragmento de palabra, o re-
uniendo diversos elementos significativos emitidos en el
discurso del sujeto. Las intervenciones y las inter-
pretaciones del analista están motivadas por la función

153
de escuchar, con el propósito de que el sujeto se reapropie
de eso que él no escuchó y no aceptó por sí mismo.
El analista debe permanecer atento a la complejidad
estructural del inconsciente y a las múltiples vías que
este último puede abrirse hacia el lenguaje. Debe estar
atento a los detalles, insignificantes en apariencia, por
medio de los cuales las representaciones de deseo del
paciente se expresan, de conformidad con un encadena-
miento regresivo.
La regla fundamental instaura un desequilibrio, que,
a su vez, es favorecido por las prescripciones técnicas que
limitan la acción del terapeuta. Su atención crea una
situación que reenvía a las situaciones infantiles. Al ex-
traordinario poder de atención del analista, corresponde
la extrema intensidad de la relación del analizante con él.
“Ser oído crea la transferencia”.3 El inconsciente supone
la atención analítica; el analista está implicado en el
inconsciente.
La atención parejamente flotante demanda del ana-
lista un estado de hipnosis. Él debe dejar libre su mente,
evitando registrar sistemáticamente las palabras del
paciente. No se trata de comprender la significación de
esas palabras. El analista debe mantener una especie de
concentración global, que le permita ser sensible a los
índices del discurso que no son parte de su contenido
explícito. Sin embargo, su atención está orientada por sus
motivaciones inconscientes, aun cuando la influencia de
estas últimas se reduce gracias al análisis personal, y se
regula mediante el autoanálisis de la contratransferen-
cia. La atención parejamente flotante es una regla ideal.
El paso hacia la interpretación, o hacia la construcción,
implica que el analista conceda una importancia privile-
giada a un material, lo compare y lo esquematice. La

154
práctica obliga a exigencias contrarias a la atención pa-
rejamente flotante.
En realidad, la atención del terapeuta tiende a pri-
vilegiar ciertos dichos del discurso del paciente, con-
cernientes a aspectos desconocidos de la conducta del
analista. Más aun, puede decirse que “en todo analizante,
el analista busca un sí mismo perdido[...]”.4 El analista
puede identificarse, en mayor o menor grado, con su
propio analista, con el que suscitó su transferencia. En
ese caso, tan pronto él sirve de terapeuta a otra persona,
inicia el proceso de búsqueda de la imagen de su analista.
El analista no interviene para dar pautas, ni para dar
consejos. Él no expresa sentimientos —de amor, odio o
irritación— ni responde a las demandas de consuelo, de
estima o de aliento. Esas intervenciones hacen al pa-
ciente dependiente de su terapeuta en lo real. La aten-
ción analítica se caracteriza por un no-actuar.
El analista pone entre paréntesis sus juicios de valor
y no se deja llevar por sus presupuestos teóricos. Sin
embargo, la idea de la comunicación de inconsciente a in-
consciente, propuesta por Freud, permite al analista
percibir lo que las palabras del analizante disimulan.
La cura no solo se apoya en la influencia del tera-
peuta sobre el inconsciente del paciente, sino en la
comunicación de inconsciente a inconsciente. El analista
debe “orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su
propio inconsciente, como órgano receptor, comportán-
dose con respecto al analizado como el receptor del telé-
fono con respecto al emisor”.5
Para Freud, el inconsciente del analista es un media-
dor pasivo; y, aunque los analistas posteriores a él des-
arrollan la idea de la contratransferencia, entre ellos pre-
domina la creencia de que la comunicación de incons-

155
ciente a inconsciente no es más que un intercambio afec-
tivo entre el analista y el analizante.
Ferenczi cree que entre estos existe una comunicación
diferente a la del lenguaje verbal. Los signos no-verbales
permiten que el paciente adivine el humor y los sen-
timientos del analista. Se trata de un diálogo entre los
inconscientes; un intercambio entre afectos inconscientes,
como los de simpatía o antipatía.
Según Chasseguet–Smirgel, la comunicación de in-
consciente a inconsciente depende de una aptitud ma-
terna, que confiere a ambos sexos una capacidad para los
intercambios pre-verbales o sub-verbales. La feminidad
es la que sostiene la capacidad de espera, observación y
tacto; mientras la rapidez y el brío para comprender el
material dependen de la masculinidad.6
Según Cosnier, la comunicación de inconsciente a
inconsciente es una comunicación extraverbal, que de-
pende de una aptitud humana general, independiente de
la diferencia de los sexos. Sin embargo, los avatares de la
comunicación precoz con la madre, así como los fantas-
mas y las angustias vinculadas a la sexualidad infantil,
pueden perturbar, inhibir y degradar la comunicación.7
La comunicación de inconsciente a inconsciente utiliza
signos imperceptibles para la conciencia, signos visuales,
acústicos y posturales. El afecto se halla en el centro de la
comunicación extraverbal, en tanto representante psí-
quico de la pulsión.
Según L. Israël, la comunicación infraverbal, comu-
nicación directa de inconsciente a inconsciente, consiste
más en sentir al analizante que en escucharlo. A su jui-
cio, esta comunicación puede confundirse con las prácti-
cas que se fundan en la empatía; y esa pretendida apti-
tud es, según este autor, un fantasma.8

156
La empatía es un modo de conocimiento intuitivo, que
descansa sobre la capacidad de compartir y de expe-
rimentar los sentimientos del otro. Algunos autores, si-
guiendo a T. Reik, entienden la comunicación de incons-
ciente a inconsciente como una empatía (Einfühlung) a
nivel infraverbal. El inconsciente del analista siente
directamente el inconsciente del analizante. Se trata de
una intuición cuasi mágica, que A. Vergote estima como
“peligrosamente mítica”.9
Lacan, por su parte, destaca la analogía entre los
mecanismos del inconsciente y los del lenguaje. Según
este autor, es necesario fiarse de la comunicación de los
inconscientes para que el analista tenga las apercepcio-
nes decisivas.10
El inconsciente sólo es accesible, en condiciones
estrictamente limitadas, por un rodeo, el del Otro. Esto
hace necesario el análisis, y reduce las posibilidades del
autoanálisis. Toda experiencia del inconsciente se realiza,
en primer lugar, como inconsciente del Otro. De hecho,
Freud descubre el inconsciente primero en sus pacien-
tes.11
Freud habló de la comunicación de inconsciente a
inconsciente como una condición de la interpretación. Esa
comunicación fluye de un protagonista del análisis al
otro, por debajo de su conversación; y consiste en las
entonaciones, vibraciones y ritmos de esos cuerpos que
sirven de base de sustentación a las palabras. Esos signos
son objeto de percepciones que competen, según Rous-
tang, al estado hipnótico.
Algunas personas tienen más intuición clínica que
otras, lo cual resulta del análisis personal, la práctica, el
estudio teórico y la reflexión. La intuición descansa sobre
las palabras escuchadas. Servirse del inconsciente signi-
fica escuchar el peso real de lo que se dice, incluso sin

157
comprenderlo. Se pueden percibir ciertas rupturas y cier-
tos enlaces de los que el paciente no es consciente. Se
trata de una atención en la que el analista debe suspen-
der sus actitudes de defensa y sus certitudes subjetivas,
para concederle importancia a los momentos de duda.
Las palabras del analizante despiertan en el analista mo-
vimientos de deseo y de angustia, que, de ser reconocidos,
pueden permitirle descubrir cargas afectivas y enlaces
que sus defensas inconscientes le impedirían conocer.
Conviene que el analista dilucide los vástagos de su
inconsciente, a fin de que evite que sus resistencias le
impidan escuchar, o que sus deseos personales reempla-
cen los deseos del analizante.

________________________
1 Freud, S., Consejos..., op. cit., pp. 1654-1655.
2 Ibid., p. 1656.
3 Florence, Jean, La psychanalyse..., op. cit., p. 21.
4 Bonnet, Gérard, op. cit., p. 137.
5 Freud, S., Consejos..., op. cit., p. 1657.
6 Chasseguet-Smirgel, Janine, The feminity of the analyst in
professional practice, en International Journal of Psychoanalysis,
Vol. 65, p. 171.
7 Cosnier, Jacqueline, Destins de la féminité, Paris, P.U.F., 1987, p.
165.
8 Israël, Lucien, L’hystérique, le sexe et le médicin, Paris, Masson,
p. 151.
9 Vergote, Antoine, op. cit., p. 41.
10 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., op. cit., p. 217.
11 Ibid., pp. 217-218.

158
7. LA CONTRATRANSFERENCIA

Freud inicialmente consideró la transferencia como


un obstáculo al tratamiento. Posteriormente modificó es-
ta opinión, y estimó dicho fenómeno como una herra-
mienta útil. Sin embargo, él nunca pensó que la
contratransferencia fuera también un instrumento útil.
Para Freud, la contratransferencia es la interferencia
de los deseos y fantasmas inconscientes del analista en la
cura. Esa interferencia no necesariamente constituye una
respuesta al discurso del analizante; más bien indica un
defecto de respuesta.1
La primera vez que Freud utiliza la palabra “contra-
transferencia” es en 1910. El término es empleado rara-
mente por él. Cuando lo utiliza, se refiere a un fenómeno
que el analista debe evitar o controlar.
La contratransferencia es —según Assoun— la expre-
sión formal y la transposición técnica de eso que subsiste
de la relación de Freud con las mujeres; y que concierne a
su relación con la seducción.2 De hecho, es a partir del
encuentro con Dora que Freud se plantea la cuestión de
la seducción. La subestimación, por parte de él, del apego
de Dora a la señora K., por importante que sea, no debe
impedir apreciar que lo que le plantea el problema mayor
es el no haber sabido qué hacer: él se descubre casi como
un seductor fracasado.3
La invisibilidad del analista tiene su origen en la difi-
cultad de Freud para soportar la mirada de sus pacien-
tes, muchas horas al día. Sin embargo, es menester re-
conocer que evitando estar frente a frente al analizante,
el analista disimula sus respuestas —gestos y mímicas—,
y aplica más fácilmente la regla del silencio.
El analista, según Macalpine, está sujeto a un encua-
dre del que él es parte. Él está expuesto a una situación
que incluye al analizante regresivo. El ego del analista
también está escindido en uno observador y otro expe-
rimentador. Pero, a diferencia del analizante, él ha hecho
su análisis personal, sabe qué esperar y está en una
posición de autoridad.4
Tanto para Macalpine como para Lagache, el analista
debe permanecer excluido de la regresión; es decir, la
contratransferencia debe ser reducida o eliminada. De
hecho, para estos autores ese es el objetivo del análisis
didáctico. El analista —según Macalpine— debe perma-
necer en una posición de fuerza. Él debe vivir el presente
y observar el pasado, mientras el analizante debe
adaptarse a la situación analítica, viviendo el pasado y
observando el presente. Lagache no es tan rígido. Sin
embargo, aunque admite que hay momentos en los que el
analista se deja llevar por el paciente, cree que, normal-
mente, el mismo debe mantener una actitud lo más
razonable posible.
Tanto Macalpine como Lagache escriben sobre la
transferencia en la década de los años cincuenta, y nin-
guno de los dos enfatiza el rol de la contratransferencia.
Sin embargo, a partir de esa época, otros analistas se

160
orientan hacia la contratransferencia para buscar una
mejor comprensión del paciente, superando la visión clá-
sica de esta como un obstáculo para el trabajo analítico.
De conformidad con esa nueva perspectiva, se pueden
utilizar, controlándolas, las manifestaciones de la contra-
transferencia. El analista puede guiarse por sus propias
reacciones contratransferenciales —asimiladas con fre-
cuencia a las emociones experimentadas—, para llevar a
cabo la interpretación.
Heimann extendió el sentido del término “contra-
transferencia” hasta incluir todos los sentimientos que el
analista experimenta hacia el analizante. Freud restrin-
gía el término a los aspectos inconscientes de la respuesta
del terapeuta. A juicio de Heimann, la relación profunda
entre el inconsciente del analista y el inconsciente del
analizante se manifiesta superficialmente bajo la forma
de sentimientos, que el terapeuta experimenta en res-
puesta a su paciente.5
Si, gracias a su propia ansiedad, o a su irritación, el
analista comprende el conflicto de su paciente, se encuen-
tra en una situación contratransferencial positiva.6 La
represión de la contratransferencia impide la compren-
sión de la situación del analizante.7 Las reacciones emo-
cionales del analista y sus experiencias —por ejemplo,
somnolencia o hastío—, guardan relación con el paciente
y pueden servir como indicadores útiles para el tera-
peuta.
Racker mostró de qué manera las reacciones contra-
transferenciales pueden ser utilizadas como herramien-
tas para alcanzar una mejor comprensión del analizante.
Este punto de vista fue desarrollado por Searles con
pacientes psicóticos; y, por Kernberg, con pacientes en
estado límite.

161
El analista “debe reconocer que su experiencia subje-
tiva puede ser tan defensiva como él cree que lo son las
actitudes conscientes del paciente”.8 Los sentimientos del
analista que parecen excesivos o inapropiados con res-
pecto a lo que el paciente dice, tienen una significación
contratransferencial, especialmente cuando esos senti-
mientos van acompañados de ansiedad.9 “La forma más
fácil para un analista identificar las distorsiones contra-
transferenciales, es mediante la observación de los signos
usuales de ansiedad en él mismo”.10
Después de Freud, la contratransferencia mereció
una atención creciente. La cura fue interpretándose y
describiéndose, cada vez más, como una relación, sobre
todo en el tratamiento de niños y de adultos psicóticos,
quienes estimulan más las reacciones inconscientes del
analista. En ese sentido, Thompson señala que el ana-
lista debe “interactuar sensitivamente con los demás, y
continuar aprendiendo acerca de sí mismo en esa situa-
ción”.11
Según Lacan, es necesario tener en cuenta el ser del
analista, al estudiar los efectos del análisis. El analista
presta su persona “como soporte a los fenómenos singula-
res que el análisis ha descubierto en la transferencia”.12
Cuando los prejuicios del analista —es decir, su contra-
transferencia— determinan una intervención errada, la
consecuencia es la transferencia negativa del paciente.13
La contratransferencia se refiere a los sentimientos
que el analista experimenta en el análisis. Él debe tener
en cuenta esos sentimientos. La contratransferencia no
es considerada ya como una imperfección, aun cuando
pudiera serlo. Solo si el analista no comprende que él está
afectado, es que se produce una desviación de la contra-
transferencia normal.

162
La contratransferencia no es una imperfección del
analista en su relación con el paciente. Es una implica-
ción necesaria del terapeuta en la situación transferen-
cial, una consecuencia necesaria del fenómeno de la
transferencia. El analista actúa más por lo que es que por
lo que dice o hace.14
La contratransferencia es indisociable de la trans-
ferencia. El analista debe descubrir los afectos que su
paciente suscita en él, y saber tenerlos en cuenta en el
momento en que ocurre la transferencia de su analizante.
El analista debe interpretar la contratransferencia para
que no interfiera con el análisis de su paciente, y para él
poder situarse convenientemente con respecto al desarro-
llo de la cura.
Según Lacan, el analista no es un sujeto en el disposi-
tivo de la cura. Él tiene, más bien, función de objeto, la
del objeto fundamentalmente perdido, que es el objeto a.
Atendiendo a la posición del sujeto en el análisis y
considerando el deseo como deseo del Otro, Lacan estima
que la posición del analizante con respecto al analista de-
pende de una pregunta: ¿Qué es lo que él quiere?15 El
deseo del analista condiciona su praxis y la transferencia
del analizante. Las palabras del paciente afectan al ana-
lista, quien a su vez influye en el analizante.
El deseo del analista es lo que permite la actualiza-
ción de la transferencia. Pero es también ese deseo el que
le impide al terapeuta sustraerse a las seducciones del
amor de transferencia. De ahí la fórmula célebre de La-
can: “la única resistencia verdadera en el análisis, es la
resistencia del analista”.16 Esto no significa que el
analizante no experimenta la resistencia, sino que la del
analista es la fundamental.
El deseo del analista se manifiesta principalmente en
la interpretación. Para el analizante, lo que viene del

163
analista es, en gran parte, del registro de la interpreta-
ción. Ahora bien, el analista no es ni el maestro del deseo
del analizante ni el maestro de su propio deseo. Ninguna
voluntad puede pretender enunciar el significante o guiar
al analizante mediante la palabra interpretativa.
El analista puede suscitar en el analizante la apari-
ción del significante del deseo, porque él, como terapeuta,
ocupa la posición de la Cosa.17 El analista no es simple-
mente el objeto a. Él es la Cosa de la que el objeto a es un
aspecto. El amor por el analista tiene su origen en el
saber que se le atribuye, y que hace de él la Cosa.
La sublimación es concebida por Juranville como una
estructura existencial, que permite superar la represión
del deseo. El deseo del analista interviene en el acceso a
esa estructura existencial. Pero puede ocurrir también
que él se deje seducir por el analizante, con lo cual se
imposibilita que el paciente alcance la sublimación. El
analista no debe responder a la demanda del analizante,
porque su objetivo es que surja el significante del deseo
inconsciente.18
El paciente neurótico —sostiene Lacan— suele atri-
buir al comportamiento o a las palabras del analista una
intención secreta, cuando empieza a sospechar que el te-
rapeuta se equivoca.19 Esto es una consecuencia de la
transferencia. El paciente considera al analista como el
sujeto-supuesto-saber, aquel a quien no escapa eso que él
ignora.
El paciente trata de saber lo que él cree que el otro
sabe. Sin embargo, puede ocurrir que él llegue a mos-
trarle al analista que sus interpretaciones no son per-
tinentes; incluso más, que él no detenta el saber, lo que
implica una inversión del amor en odio, de la admiración
en desprecio. El analista debe soportar la caída de esa

164
idealización que lo convirtió en el sujeto-supuesto-saber,
en el padre imaginario, en el objeto del deseo del otro.
La castración deja su marca en el analizante, porque
el analista no está a la disposición pulsional del paciente.
En el análisis, la salida perversa es lo contrario a la prue-
ba de la castración.
Para permitir al analizante el acceso a la sublima-
ción, el analista debe efectuar sin cesar su propio trabajo
de duelo. Él debe responder a las seducciones de la
transferencia, rechazando el ser tomado como maestro. Él
debe abrir, mediante su interpretación equívoca y enig-
mática, un espacio para la palabra del analizante.
El analista ocupa el lugar del Otro al que se dirige la
demanda de amor. Sin embargo, con respecto a esta
demanda, él debe soportar la prueba de la castración. El
analizante, por su parte, también debe pasar por la prue-
ba del sufrimiento. La sublimación a la que el paciente es
conducido, es soledad. Él debe hacer el trabajo del duelo
que implica la castración.
Pontalis habla de las emociones del terapeuta como
movimientos “desencadenados en el analista en res-
puesta a lo que le es significado, transmitido y desti-
nado”.20 Esos movimientos corporales discretos son la
expresión de una moción pulsional, activada en el
analista por lo que escucha en la consulta. Se trata de
movimientos psíquicos que lo conducen a asociar, durante
o después de la sesión, a partir de un elemento del
discurso del paciente, que actúa como resto diurno. La
contratransferencia es concebida como el conjunto de
reacciones inconscientes del analista frente a la persona
del analizante, sobre todo frente a su transferencia. El
paciente influye sobre los sentimientos inconscientes del
terapeuta.21

165
El peso de la contratransferencia se deja sentir
cuando el analista es incapaz de moverse, de jugar su rol.
En ese momento, las sensaciones corporales manifiestan
la impotencia del terapeuta: músculos abdominales
contraídos, respiración retenida, ausencia de gestos y de
sonidos. Incluso puede llegar a experimentar conductas
claustrofóbicas (por ejemplo, el analista se siente confi-
nado en su gabinete), obsesivas (actúa con hipervigilan-
cia), depresivas, etc. El funcionamiento mental del
analista puede verse amenazado por la influencia del
analizante, quien provoca en el terapeuta la incapacidad
de experimentar el intercambio entre los procesos
primarios y secundarios. El analista se protege, entonces,
acusando al analizante de ser la causa de su malestar; y
cree que el paciente actúa sobre él mediante sus ataques,
sus ausencias y su silencio.22
El análisis requiere que el terapeuta deje que la con-
tratransferencia opere en silencio, durante largo tiempo.
El analista debe limitarse a escuchar, acompañando a su
paciente en sus movimientos internos. El terapeuta tam-
bién intentará simbolizar lo que es actuado y sentido por
el paciente.
El terapeuta puede sentirse invadido y amenazado
por un exceso de excitaciones; o, por el contrario, puede
sentirse excluido y limitado en sus funciones. Es necesa-
rio que el analista admita los efectos producidos en él por
el discurso del paciente. Además de percibir los efectos
sobre él, debe reconocer que el analizante lo afecta. Sin
embargo, el sentimiento de desesperación puede conducir
a una nueva defensa, que lleva al terapeuta a pensar que
el caso no es analizable.
Pontalis distingue cuatro niveles de contratransferen-
cia:23

166
1. La contratransferencia originaria, que motiva la
práctica del analista. Más allá de la identificación con su
propio analista —con el que hizo el análisis “didáctico”—,
esta contratransferencia tiene su origen en fuentes
pulsionales y narcisistas.
2. Movimientos contratransferenciales. Se trata sobre
todo de respuestas —condicionadas por la fantasía del
analista— a los movimientos transferenciales del pa-
ciente. Estas respuestas no deben ser denegadas; por el
contrario, forman parte del proceso analítico y pueden
incluso favorecerlo.
3. Posiciones contratransferenciales. Se trata de po-
siciones asumidas a partir de la puesta en escena de la
fantasía del analizante, en especial del fantasma sado-
masoquista, tal y como se actualiza en la situación analí-
tica. Durante el análisis, esas posiciones deben sopor-
tarse, analizarse y modificarse. De lo contrario, el ana-
lista fracasa por no poder evitar una colisión entre dos
registros fantasmáticos diferentes.
4. La influencia contratransferencial. Suscita en el
analista una expectativa con respecto al otro. Se trata de
una intención imaginaria.
Para L. Israël, la contratransferencia designa lo que
el analista debe analizar en sí mismo en cada nueva
situación analítica. La contratransferencia, en tanto fenó-
meno inconsciente, “es quizás desencadenada por tal o
cual palabra del paciente, pero ella no traduce un
elemento preciso de la personalidad de ese paciente. La
contratransferencia pertenece a la persona del psicoana-
lista, es de él de quien se trata, es él quien reacciona y se
traduce, se expresa, en esa contratransferencia”.24 La
contratransferencia se manifiesta a menudo mediante
reacciones conscientes de rechazo o de simpatía.

167
El placer que experimenta el analista carece del
componente sexual; y su displacer se expresa, principal-
mente, mediante una sensación de aburrimiento o de
duda sobre su habilidad terapéutica. El proceso analítico
requiere de momentos de placer, compartidos por los dos
protagonistas del proceso; e impone otros momentos en
los que se comparte la ansiedad, la tristeza y la incom-
prensión.
Cuando el analista se satisface con un discurso
idealizador que tiene su origen en la transferencia del
paciente, pone de manifiesto un narcisismo extremo. El
analizante confirma o pone a dudar al analista sobre la
gestión que ha llevado a cabo. En este caso, el juicio que
el analista tiene sobre su propio proyecto identificatorio
depende del analizante.
El lazo pasional del analizante puede ser consecuen-
cia de la problemática del analista. En el terapeuta puede
darse un deseo de alienar. Cuando el analista termina su
análisis personal preservando un investimiento pasional
con su propio analista, existen muchas posibilidades de
que esa vivencia transferencial se repita entre aquellos
que él analizará. El terapeuta descubre a su analista en
esos otros. Más aun, las instituciones, los comités, los se-
minarios, etc., se convierten en prolongaciones del espa-
cio analítico.25
La preservación de ese vínculo transferencial
requiere, además, que la transferencia haya revestido la
forma pasional y que no haya sido interpretada. Los
analistas que preservan su pasión transferencial, lo lo-
gran prohibiéndose cualquier autoanálisis que hubieran
podido llevar a cabo. Este desconocimiento solo es posible,
gracias a un trabajo constante de denegación, para des-
viar la mirada y no reconocer la patología de la relación.

168
Si bien algunos autores limitan la contratransferen-
cia a los procesos inconscientes que el analizante provoca
en el analista, otros la conciben como todo aquello de la
personalidad del analista que puede intervenir en la
cura.
De acuerdo con Leclaire, acoger la demanda de análi-
sis de una mujer implica una actitud seductora. Además,
la prohibición que se instaura con la relación analítica, no
garantiza el riesgo de amar. El analista desea, de algún
modo, ese amor verdadero que su paciente experimenta
como transferencia. Él ejerce una forma de seducción.
Invitar a una mujer a asociar libremente, la conduce
a manifestar el goce.26 Tan pronto el analista toma a la
paciente en análisis, ella es invitada a hablar. La anali-
zante llega a manifestar, mediante sus palabras, el goce y
el amor que experimenta hacia aquel que la ha invitado a
asociar libremente. “Eso que desea una mujer es, en pri-
mer lugar, ser reconocida en su identidad sexual”.27 Lo
que la paciente desea de su analista es “el reconocimiento
de la verdad esencial de su palabra de mujer”.28
La paciente aprehende los significantes del deseo del
analista, los cuales le sirven de apoyo en el proceso de
reconocimiento de sí. “En esa cuestión de amor, es toda
mi vida que resuena en armonía: no solamente mis amo-
res, las palabras (o los silencios) de las mujeres inscritas
en mi cuerpo, los niños, sino también mi interés por el
psicoanálisis, mi cuestionamiento sobre el origen de la
palabra[…]”.29 El proceso analítico implica el reencuentro
de la pasión del analista —en tanto descubridor de enig-
mas— con el amor y las palabras de la paciente.
La concepción según la cual la contratransferencia
precede a la transferencia, como un contexto definido por
el analista y su pensamiento, corresponde a Neyraut. A
su juicio, la transferencia del analizante supone la con-

169
tratransferencia del analista.30 Se trata de una visión
diferente a la de Freud, para quien la contratransferencia
es la reacción del analista a la transferencia del anali-
zante.
La transferencia aparece en un contexto, en el curso
del proceso analítico. El concepto de transferencia implica
al analista y al pensamiento analítico. Neyraut se aparta
de la perspectiva tradicional, que reduce la contra-
transferencia a la pasión del analista y sus pasajes al
acto, a una falta técnica, opuesta a un análisis ideal
caracterizado por una atención libre.
El analista y su concepción, así como la situación que
definen, condicionan la transferencia. Lo que el paciente
repite y actualiza en relación al analista, depende del
terapeuta. Es en ese sentido que las resistencias del ana-
lizante son las del analista. El terapeuta, personalmente
implicado, define una situación que es acogida en mayor
o menor grado por el paciente, según su demanda y su
visión de la cura, sus expectativas y la imagen que tenga
de la terapia.
Sin embargo, en todo encuentro humano, el pasado de
uno se actualiza en relación con el otro, dependiendo de
cómo se percibe al interlocutor. Y esa percepción depende
también de las disposiciones del otro, de sus actitudes y
de su apertura. Si es así, ¿qué diferencia la situación
analítica de cualquier otro encuentro interpersonal? La
asimetría propuesta y el análisis personal del analista
garantizan una transposición más radical del pasado del
paciente.
En la acepción tradicional, la contratransferencia
ocurre después de la transferencia, como una reacción.
Así la concibe Freud, como una manifestación inoportuna
e imprevisible, que complica las relaciones del analista
con su paciente. En ese sentido, el primer efecto de la

170
contratransferencia es la perturbación y el encegueci-
miento, la afectación de la atención y del pensamiento del
analista. Sin embargo, a pesar de que la contratrans-
ferencia trasciende la pura reacción a la transferencia,
ese aspecto reactivo es esencial.
La contratransferencia se manifiesta cuando el
analista se convierte en el instigador de las manifestacio-
nes afectivas del paciente. En ese momento, el terapeuta
puede descubrir en él la acción de una resistencia. Sin
embargo, el analista no está implicado en la situación
analítica únicamente por la transferencia, sino por todas
las solicitaciones propias de esa situación, como las
procedentes del analista mismo, su pensamiento y sus
exigencias. En sentido amplio, la contratransferencia im-
plica todas las manifestaciones del analista: fantasmas,
ideas, interpretaciones, sentimientos, acciones y reaccio-
nes.
Aunque la contratransferencia es considerada como
una respuesta, ella constituye una demanda. Se puede
llegar a creer que las interpretaciones no ponen de mani-
fiesto la demanda del analista. Sin embargo, la situación
analítica se sustenta en una demanda implícita.
La substancia de la contratransferencia es el deseo
del analista; y es al lenguaje de ese deseo que conviene
referir la contratransferencia. Su efecto de resistencia se
manifiesta gracias al lenguaje del deseo.
Más aun, se podría pensar que la contratransferencia
precede a la constitución de la situación analítica, en la
medida en que la formación del analista, su análisis di-
dáctico y su orientación o escuela de pertenencia lo defi-
nen antes de su ejercicio como terapeuta. El pensamiento
analítico es parte del contexto en el que la transferencia
acontece.

171
El pensamiento es una resistencia. Por esa razón,
Freud estipula que el pensamiento reflexivo no debe sis-
tematizarse durante los tratamientos. Por el contrario,
recomienda que el analista salte de una actitud psíquica
a otra.
El pensamiento, en el sentido psicoanalítico, no con-
cierne únicamente a las referencias teóricas que influyen
en la atención del analista. El pensamiento es en primer
lugar inconsciente. Él modifica la realidad para evitar
cambiar sus tensiones internas. El aparato psíquico debe
desembarazarse de sus excedentes de excitación, y el
pensamiento no escapa al principio del placer.
El proceso del pensamiento tiene su origen en la ne-
cesidad de suspender la acción y de reemplazarla. En ese
sentido, el pensamiento —que surge en una situación de
impotencia— permite al individuo soportar la tensión
acrecentada por la excitación, mientras la descarga es di-
ferida.
Posteriormente, el pensamiento se escinde; y, mien-
tras una modalidad de la actividad pensante permanece
consciente, la otra deja de apoyarse en los objetos reales y
se vincula con las fuentes del placer. Esta última modali-
dad del pensamiento concierne a la actividad fantasmá-
tica, estrechamente vinculada a la pulsión sexual. La
fantasía forma parte del pensamiento, y sólo deviene
consciente cuando las representaciones de cosa se articu-
lan con los restos verbales o representaciones de palabra.
El pensamiento es inicialmente inconsciente; y, gracias a
su ligazón con los restos verbales, adquiere posterior-
mente su estatus consciente.
El pensamiento, en el sentido freudiano, es una resis-
tencia. Esto así, porque él deviene consciente cuando es
investido narcisísticamente. No se trata pura y simple-
mente de un sistema de representaciones. El pensa-

172
miento solo es intercambiable cuando se articula con los
restos verbales. Por esa razón, toda conceptualización del
inconsciente es, al mismo tiempo, una resistencia, incluso
si es verdadera.
El pensamiento es un freno y un motor. La trans-
ferencia, por su parte, es un obstáculo y un soporte del
proceso analítico. Y la contratransferencia, así como obs-
curece la atención, también hace posible la interpreta-
ción. El pensamiento contratransferencial suele desper-
tarse tarde; y está constituido por ideas, fantasmas y
representaciones del analista, inducidas o no por el anali-
zante.
La transferencia positiva debería llamarse “predo-
minantemente positiva”, para dejar cierto lugar a la am-
bivalencia. Lo mismo sucede con la transferencia nega-
tiva. Por otra parte, la contratransferencia puede ser
predominantemente positiva o negativa. La neutralidad,
aunque suele alcanzarse, nunca es un logro definitivo. El
flujo asociativo del analista puede ser armónico o discor-
dante con respecto al flujo asociativo del analizante. Solo
en el primer caso hay paralelismo o acuerdo.
La contratransferencia es un obstáculo y el medio de
adivinación de la transferencia. La contratransferencia
puede impedir el reconocimiento de los signos proceden-
tes del paciente o ser la condición necesaria para su
descubrimiento.
El analista puede ver en el analizante a quien trata,
al analizante que él fue. En este caso, la transferencia de
su analizante tiende a ser análoga a la que él experi-
mentó. El analista reconstituye con su analizante un
vínculo que él cultivó. El terapeuta se interesa en el
sujeto que demanda su asistencia, porque este último se
expresa a partir de preguntas que el analista se planteó y
que jugaron un rol muy importante en su propio análisis.

173
Esa identificación imaginaria entre el analista y el
analizante debe ser considerada por el terapeuta desde
los primeros contactos, y constituye la dimensión especu-
lar de la contratransferencia. Al analista le conciernen
los acontecimientos vividos por el paciente, cuando él ha
experimentado hechos semejantes. Y la transferencia se
traba rápidamente, cuando el analista se ve a sí mismo
en posición de analizante frente a ese tipo de acon-
tecimientos. Una consecuencia positiva es que el analista
escucha con más facilidad al paciente, por inscribirse en
la continuación de su propio análisis.
Puede suceder que el analista, frente al problema del
analizante, recaiga en una conducta patológica —por
ejemplo, la adicción—, en vez de suscitar una transferen-
cia especular que determine que el analizante se sienta
aceptado. En este caso, el paciente no supera el síntoma y
el análisis se interrumpe. La repetición especular se
convierte en un obstáculo insuperable.
En relación a la dimensión especular de la contra-
transferencia y la transferencia, es necesario considerar
cómo el analista ve al paciente y también cómo el
paciente ve al analista; qué personaje de su vida este
representa en un momento dado. La transferencia es-
pecular puede resultar negativa, cuando fija al analista
en una imagen que constituye para él un doble mortífero,
que él no puede soportar. Para superar esa situación,
basta a menudo con que el analista se dé cuenta del rol
que el paciente le asigna en la transferencia. Incluso
puede suceder que un segundo analista se informe de lo
ocurrido, y, sin que el paciente lo sepa, la transferencia
cambie positivamente.
En un primer momento, el analista se ve en el pa-
ciente, por haber padecido un síntoma o un problema
análogo. Es el tiempo de la comunicación de semejantes.

174
En un segundo momento, el paciente atrae al analista a
su propio fantasma, y lo sitúa en el lugar de un personaje
de su vida. En un tercer momento, el analista debe
tolerar el rol que el paciente le asigna. El terapeuta
emerge de lo real tan pronto imagina, visualiza o nombra
el rol que le ha hecho jugar o representar el paciente. En
ese momento, está en condiciones de retomar su posición
inicial para relanzar el proceso. Sin embargo, este tercer
tiempo puede fracasar; y las consecuencias pueden ser
catastróficas.
El paciente puede vivir en forma intensamente re-
alista la relación especular con su terapeuta,
identificándose con él y reaccionando como su doble. Esto
suele ocurrir cuando la relación especular ha sido deter-
minante para el analista. En este caso, el terapeuta se
identificó imaginariamente con su propio analista, y esa
relación especular aún subyace a su deseo de ser ana-
lista.
La búsqueda del doble es constitutiva de la contra-
transferencia y de la transferencia; y es necesario consi-
derarla, en primer lugar, con respecto al analista. El
doble no solo está en la imagen, sino en la voz, el olor,
etc., aun cuando lo especular es el registro privilegiado
para aprehender y analizar el doble.
Según Bonnet31, es necesario distinguir el rol jugado
por el reflejo del analista en el fantasma transferencial
del analizante, del doble entendido como el sí mismo
perdido. El primero depende del deseo del analizante,
mientras el segundo se origina en el deseo del terapeuta.
En este último caso, el analista busca inconscientemente
en el otro el doble del sexo opuesto que él no ha podido
alcanzar, el yo desconocido que él no ha podido ser. Se
trata de una imagen diferente a la de Narciso, que

175
representa el sexo que el analista no tiene, y del que se
siente privado.
El analizante busca identificarse sexualmente. Si, al
mismo tiempo, el analista está en búsqueda de su doble,
el campo de fuerzas creado por ambas demandas, deter-
mina las condiciones para la aparición y el desarrollo de
la transferencia.
El intercambio entre Freud y Fliess constituye el
prototipo de esa relación transferencial. La preocupación
central de Fliess concierne a la bisexualidad; y la de
Freud gira en torno al sexo, la castración y el complejo de
Edipo. Freud y Fliess concurren ante objetivos diferentes,
y experimentan tensión uno con respecto al otro.
Mientras el analizante tiene una demanda que con-
cierne a su identidad, el analista tiene una demanda
implícita sobre la cuestión del doble desconocido que lo
habita y lo anima. Mientras el analista se confronta con
su doble del sexo opuesto, el analizante plantea la cues-
tión de su identidad sexual.
La transferencia —tanto la del analizante como la del
analista— es sobre todo inconsciente. Ella pone en juego
dos inconscientes, es decir, aspectos desconocidos de un
sujeto en su relación con otro sujeto. La transferencia se
constituye a medida que se afirma el inconsciente de cada
uno de los protagonistas del análisis.
El analista establece una relación a partir de su in-
dividualidad; por eso esta última es decisiva en la cura.
Es a partir de su individualidad que el terapeuta puede
cambiar, con miras a provocar un cambio en el paciente.
El analista deberá encontrar su propia vía, dudando,
intuyendo, equivocándose y corrigiéndose. De ese modo,
descubrirá soluciones que nadie le había enseñado y
profundizará su experiencia.

176
El terapeuta sólo es intuitivo si deja vibrar en él el
objeto de su atención. En ese sentido, él deberá someterse
a los efectos del objeto, y al investimiento que se impone
a su cuerpo. Los mensajes solo pueden ser recibidos por
aquel a quien son dirigidos, porque no habrían sido
emitidos en ausencia del terapeuta. Solo cuando el ana-
lista se sitúa en el lugar asignado por el analizante, se
convierte en el destinatario de esos mensajes.
El terapeuta está limitado, a nivel de su campo
relacional, por su pertenencia a una red particular y por
su aptitud restringida para modificarse bajo la influencia
del otro. El terapeuta no puede relacionarse de igual
modo con cualquiera. Además, tan pronto se establece la
relación con un analizante específico, el proceso de cam-
bio se reduce en función de la experiencia del analista y
de las exigencias del síntoma del paciente.
La transferencia implica una repetición a dos. La
relación despierta resonancias pasadas, inconscientes, en
los dos participantes. Hay transferencia solo si hay con-
tratransferencia, y viceversa. Se puede controlar y mane-
jar la contratransferencia, en tanto reacción del analista
a la transferencia del analizante. Pero es difícil controlar
la transferencia inconsciente del analista mismo. La
transferencia es indisociable de la contratransferencia; e
implica una dinámica entre dos, que puede resultar en
una resistencia o en una fuerza de cambio.
El analista de hoy es un ex analizante, que puede ver
a su paciente como lo que él ha sido y continúa siendo
fundamentalmente. En este caso, el analista ve al anali-
zante como un doble que lo motiva a escuchar y a inter-
pretar. El analizante, por su parte, ve al analista como
alguien diferente a él, que se supone sabe.
El analista continúa, en cierto modo, su análisis per-
sonal, mediante el trabajo que efectúa con sus analizan-

177
tes. Esta es la fuente de su motivación y también de sus
errores. Por esa razón, el analista debe estar dispuesto a
someterse a un control, cuando su trabajo resulta blo-
queado.
El analista debe, además de conocerse, poder situarse
en la experiencia del análisis como alguien que ya la ha
vivido, de modo tal que pueda ver en el analizante a un
semejante. La transferencia analítica es indisociable del
contexto en el que se manifiesta; y la condición indis-
pensable para la constitución de ese contexto, es el
análisis personal de aquel que va a actuar como analista.
Como afirma Freud: “Es indiscutible que la resistencia de
estos defectos no vencidos por un análisis previo descalifi-
can para ejercer el psicoanálisis, pues, según la acertada
expresión de W. Stekel, a cada una de las represiones no
vencidas en el médico corresponde un punto ciego en su
percepción analítica”.32
Los límites encontrados por el analista en su análisis
personal van a influir en su trabajo como terapeuta. Esos
límites son los que él impondrá a sus pacientes, aun
cuando no lo quiera. La resistencia con respecto al de-
sarrollo de la exploración analítica concierne al analista.
Los aspectos no debidamente analizados del terapeuta —
de su carácter, sus demandas pulsionales y sus comple-
jos— condicionarán su conducta ante las demandas, re-
gresiones y actitudes de sus pacientes.
Según Ferenczi, el analista se siente motivado a prac-
ticar el análisis por los restos transferenciales no resuel-
tos en su propio análisis. En ese sentido, el objetivo del
“análisis mutuo” es que el paciente interprete las iden-
tificaciones ideales del analista, no liquidadas en su aná-
lisis personal. Ahora bien, si los humores se comunican
inconscientemente, ¿qué sentido tiene que el analista ha-
ga una comunicación explícita al paciente de sus pen-

178
samientos y sentimientos, como Ferenczi lo propone en su
análisis mutuo? Él, aunque reconoce los límites de este
procedimiento, no lo descarta. Cree en la necesidad de
hacer conscientes todos los intercambios del tratamiento.
Si bien la prescripción de Freud de reiniciar el análi-
sis cada cinco años no puede ser tomada al pie de la letra,
un analista puede experimentar la necesidad de retomar
su análisis personal, para aclarar lo que su trabajo como
analista ha podido reactivar o reprimir.
Existe un hiato entre los medios puestos en marcha
por el analista y los preconizados en los manuales, entre
lo que se hace y lo que se enseña. En el gabinete, el tera-
peuta muchas veces tiene que tomar decisiones sin atarse
a los códigos enseñados. Lo que está en juego en la prác-
tica analítica, sobrepasa lo que se dice o piensa.
La supervisión es más didáctica que las explicaciones
teóricas, tanto para el supervisor como para el supervi-
sado. El supervisor sorprende por su don de anticipación,
y es más clarividente a propósito del caso que se le
presenta, que con respecto a uno propio, porque dispone
de tiempo y puede recurrir al retroceso. Además, no está
inmediata y personalmente implicado en la situación
terapéutica.
El supervisor experimenta reacciones contratrans-
ferenciales ante el paciente de su supervisado, pero en
forma atenuada y desde una posición terciaria. General-
mente es más fácil comprender el sentido de un material
del que no recibimos directamente el impacto. También
es más fácil decidir lo que conviene hacer o decir cuando
el material está filtrado. El supervisor suele ejercer un
dominio sobre la situación, gracias a un trabajo prece-
dente, fantasmático, intelectual y de metabolización
afectiva. El relato de las sesiones hecho por el supervi-

179
sado, confiere al material una legibilidad nueva, incluso
cuando la recensión sea casi literal.
Conviene que el joven analista olvide lo que ha leído y
aprendido, a nivel teórico, clínico y técnico. Se valoriza el
no-saber; pero la regla del olvido no puede ser seguida
siempre en forma plena y continua.33 No se trata de hacer
tabla rasa. Eso es imposible. De lo que se trata es de po-
nerse en actitud de máxima receptividad y atención ante
el otro. El analista debe trabajar con su parte ciega y no
solo con su inteligencia reflexiva.
La práctica del análisis debe sorprender cotidiana-
mente al terapeuta. Sin esa sorpresa, el análisis se re-
duce a un tecnicismo, aun cuando es menester reconocer
que no toda sesión conlleva una revelación. La interrup-
ción del tratamiento ocasiona un traumatismo compar-
tido. David cree que se puede establecer una correlación
entre las rupturas definitivas y ciertas disposiciones es-
tructurales o modos de funcionamiento psíquico que son
poco propicios a la cura tipo.34 Los analizantes que ceden
a los acting out de ruptura, suelen presentar una patolo-
gía del yo. En ese sentido, la profundización de la teoría
del narcisismo ha hecho posible que la técnica analítica
sea más eficaz.
Todo investimiento objetal, así como toda ruptura,
comporta la marca indeleble de la separación de la ma-
dre.35 Se puede considerar la interrupción de la cura como
una consecuencia del retorno de un deseo reprimido de
venganza, del resurgimiento de una reacción narcisista
de rechazo, de una compulsión de repetición vinculada a
un escenario fantasmático irresistible, etc. Sin embargo,
también debe relacionarse con el encuadre analítico, con
sus reglas y sus límites.
El analista se propone aprehender eso que se le es-
capa al paciente, lo que exige una capacidad para orien-

180
tar su interés hacia la singularidad personal del anali-
zante. En ese sentido, es necesario reconocer la importan-
cia de los fenómenos de interacción personal en el proceso
terapéutico, sin negar ni minimizar la asimetría constitu-
tiva de la situación analítica. Cuenta, dice Haynal, lo que
resuena, más allá de los fenómenos, en el psiquismo del
analista y del analizante.36 La evolución del análisis
depende, según Klauber, del éxito de la interacción entre
las personalidades.37
Es de suma importancia en el desarrollo del proceso
analítico, la idiosincrasia del analista y los valores tanto
de él como del analizante. Si la transferencia crea una
imagen falseada del analista que luego se modifica, el
analizante percibe también sus atributos reales. El hecho
de que el analista manifieste tolerancia y comprensión
hacia el paciente influye en el proceso.
La toma de conciencia del analizante puede tener un
efecto traumático, que es compensado con la empatía de
aquel que lo provoca. El intercambio en el análisis debe
permitir la reorganización de la dimensión narcisista del
paciente. Todo encuentro, incluyendo el de los protagonis-
tas del análisis, perturba porque afecta el narcisismo en
tanto defensa. Además, cuando el encuentro es fecundo,
altera porque provoca reacciones de unión y de desunión
en el sistema de las representaciones y de los afectos.
Como señala Cooper, las reacciones transferenciales
dependen tanto de la persona y del comportamiento del
analista, como de factores correspondientes al pasado in-
fantil del paciente.38 Por otra parte, la contratransferen-
cia, más que una reacción, es una actitud interna.39 El
término “contratransferencia”, entendido como el con-
junto de reacciones del analista a la transferencia del
analizante, es engañoso. El analista inviste al otro con su
demanda de reconocimiento y de amor. Como todo ser

181
humano, él desea; y su análisis personal no tiene por ob-
jeto liberarlo de su deseo y de las demandas a través de
las cuales ese deseo se expresa. El analista experimenta
el deseo de analizar; y, con ese deseo, mantiene la situa-
ción, garantizando el encuadre analítico.
Es necesario que el analista cuente con una teoría
sobre la función y las consecuencias de la puesta en acto
del deseo de analizar. La teoría es un intermediario obje-
tivo entre el analista y sus analizantes, que se construye
sobre la base de la experiencia. Se trata de una teoría no
dogmática.
Controlar la contratransferencia no significa perma-
necer insensible. La imagen del analista como un espejo
es absurda. De hecho, las propias reacciones afectivas del
analista pueden informarlo sobre el sentido de lo que
escucha. Así, por ejemplo, el analista puede sentirse im-
paciente, incluso molesto, con un analizante que reprocha
regularmente a la técnica analítica su ineficacia. De lo
que se trata, en un caso así, no es de controlar las reaccio-
nes y de disimular la molestia, sino de interpretar el
sentimiento que se experimenta. Es posible que esa vo-
luntad de demostrar el fracaso del análisis, provenga, por
ejemplo, de un deseo decepcionado; que sus quejas reve-
len la búsqueda obscura de un fracaso, motivado por sen-
timientos de culpa inconscientes hacia la madre. Una
madre despreciada por su aparente insignificancia, pero
con la que se identifica a nivel imaginario, conduce a la
convicción de que la vida ha sido un fracaso que el análi-
sis deberá repetir fatalmente.40
Aunque el analista adopta una actitud profesional, él
trabaja con todo su ser. En el análisis, el cómo se subor-
dina al por qué, tanto el relacionado con la técnica, como
el vinculado con el inconsciente y con la contratransferen-
cia. El analista debe trabajar consigo mismo, tratando de

182
utilizarse como instrumento. Su trabajo no se limita a no
responder a la demanda. “La contratransferencia es más
que la resistencia del analista; es un instrumento de es-
cucha”.41 La contratransferencia es la fuente de las más
fecundas intuiciones del analista.
El estudio del Caso Dora y los comentarios posterio-
res de Freud, así como los de otros analistas, permiten
comprender mejor la relación entre la transferencia y la
contratransferencia.
Las transferencias son —según Freud— nuevas edi-
ciones de tendencias y fantasmas despertados en la situa-
ción analítica, que reemplazan una persona anterior por
el analista. Son experiencias psicológicas pasadas, pero
revividas en relación al terapeuta. La transferencia es
idéntica a la experiencia original, o cambia de objetivo y
de modo de expresión, gracias a la sublimación.
Freud estima que la interrupción del tratamiento por
parte de Dora, se debió a que él no se dio cuenta a tiempo
de la transferencia de ella; y, por tanto, no pudo anali-
zarla. Freud hace referencia a una transferencia de base,
de esencia paterna, que —según él— no debe ser anali-
zada.42 Dora lo comparaba a su padre y él lo reconoció. Lo
que Freud no reconoce es una transferencia que se pro-
duce desde el señor K. hacia él; es decir, desde un perso-
naje actual, con el que Dora revive el drama edípico. Lo
que Freud se reprocha es el no darse cuenta de esa
transferencia, que no procede de un personaje del pasado
y que se debe interpretar. Él cree que su paciente lo pre-
vino de que iba a dejar el tratamiento, al igual que la
casa del señor K.; cree que él debió interpretarle que ella
hacía una transferencia desde el señor K. hacia él, lle-
gando a atribuirle malas intenciones, análogas a las del
señor K. Dora rechaza las tentativas de seducción del

183
señor K.; y, mediante un acting-out, deja el análisis y a
Freud.
Posteriormente, Freud descubre la homosexualidad
inconsciente de Dora y su amor por la señora K., hecho
que él se reprocha no haber percibido e interpretado a
tiempo. Más allá del señor K., el deseo se orientaba hacia
la señora K. Freud reconoce la transferencia paterna,
pero ignora ese eslabón transferencial intermediario vin-
culado con el señor K. y la señora K. “Cuanto más tiempo
me separa del término de este análisis, más me voy con-
venciendo de que mi error técnico consistió en la omisión
siguiente: Omití adivinar a tiempo, comunicándoselo a la
sujeto, que su impulso amoroso homosexual (ginecófilo)
hacia la mujer de K. era la más poderosa de las corrientes
inconscientes de su vida anímica. Hubiera debido adivi-
nar que solo la mujer de K. podía ser la fuente principal
de sus conocimientos en materia sexual, la misma per-
sona que luego la había acusado de abrigar un excesivo
interés por tales cuestiones”.43
Freud se empecinó, como consecuencia de su contra-
transferencia, en hacer reconocer a Dora que el objeto de
su deseo era el señor K. “Es por haberse puesto un poco
excesivamente en el lugar del señor K. ...por lo que Freud
esta vez no logró conmover al Aqueronte”.44
La seducción que Freud ejerció sobre Dora fue una
realidad psíquica. Hablar de temas sexuales, e incluso de
la seducción, es una seducción. En tanto promotor de una
teoría y de un método terapéutico nuevos, Freud se sen-
tía compelido a convencer a su paciente; y él trata de
probar que se puede hablar a una adolescente sobre te-
mas sexuales impunemente. Esto, que puede ser cierto
moralmente, no lo es desde el punto de vista de la situa-
ción analítica. Freud, como pionero de una nueva teoría y
de un nuevo método de tratamiento, explica un aspecto

184
de su contratransferencia, en el momento en que pro-
mueve su aporte.
Freud reconoció que su fracaso con Dora se debió a un
prejuicio: al desconocimiento de la posición homosexual
del deseo de la histérica.45 Dora desea, gracias a la me-
diación del señor K., y es por esta mediación que ella se
orienta hacia aquella a quien ama, la señora K., quien es
para Dora “un misterio, el misterio de su propia femini-
dad, queremos decir de su feminidad corporal[...]”.46 En
ese sentido, Lacan se refiera a: “La atracción fascinada de
Dora hacia la señora K. ... (‘su cuerpo blanquísimo’), las
confidencias que recibe hasta un punto que quedará sin
sondear sobre el estado de sus relaciones con su marido,
el hecho patente de sus intercambios de buenos proce-
dimientos como mutuas embajadoras de sus deseos
respectivos ante el padre de Dora”.47 A Dora le interesaba
la señora K., en tanto mujer ideal; y transfirió sobre
Freud la imagen de la señora K.
El analista, condicionado por la contratransferencia,
provoca los movimientos de las pulsiones del paciente, a
partir de una seducción inconsciente que ninguno de los
dos puede controlar. En el Caso Dora, la identificación de
Freud con el seductor señor K., le impide a Freud darse
cuenta de que la tendencia inconsciente de su paciente, es
el amor homosexual por la señora K., verdad que Freud
admite que debió comunicar a Dora. Los celos que Dora
experimenta ante el vínculo amoroso de su padre revelan
que el verdadero foco de interés es la rival, la señora K.,
la iniciadora sexual de Dora.
Lacan demuestra el verdadero valor que tiene la se-
ñora K. para Dora. La identificación de Dora con el señor
K. y con Freud oculta la naturaleza de su vínculo con la
señora K. La feminidad de Dora, el aceptarse como el
objeto del deseo del hombre, requiere el reconocimiento

185
de lo que representa para ella la mujer: el objeto de un
deseo oral primitivo. Según Lacan, Dora ha permanecido
fijada oralmente a la madre, lo que pone de manifiesto
una fijación al estadio del espejo, estadio en el que el
sujeto reconoce su yo en el otro. Dora no puede aceptarse
como objeto de deseo del hombre.
Lacan cree que la relación de Dora con la señora K.
está signada por el estadio del espejo: por la fijación oral
y la homosexualidad vinculada al deseo de ser el falo de
la madre. El señor K. es el rival de Dora; ocupa la
posición de un igual, de un hermano. Y cuando Freud se
identifica con el señor K., se coloca en una situación
imaginaria que le impide operar el corte simbólico que
tendría que haber efectuado desde una posición paterna:
separar a Dora de la señora K.
Cuando el señor K. le dice a Dora, en el lago, que su
mujer ya no significa nada para él, rompe el hechizo de lo
que él significa para Dora, el vínculo con su mujer. De ahí
la cachetada, que expresa la ruptura de la relación
imaginaria que Dora mantiene con la señora K., a través
de su marido.
En los trastornos psicóticos se da también una íntima
relación entre la transferencia y la contratransferencia.
En las psicosis, como en las neurosis, los pacientes
son capaces de desplazar elementos psíquicos anteriores,
y de atribuirlos a una persona actual. Sin embargo, el
destino y los efectos de ese desplazamiento, varían en las
psicosis y en las neurosis.
Los elementos transferidos son recuerdos, fantasmas,
ideas y roles. Ahora bien, para que la transferencia pueda
devenir consciente, es necesario que el desplazamiento
del objeto interno sea simbólico. Y aunque los psicóticos
parecen tener una visión endopsíquica clara de los meca-
nismos inconscientes —por el repliegue de los inves-

186
timientos objetales sobre el espacio interior—, el des-
plazamiento tiene lugar en un espacio no simbólico, razón
por la cual los contenidos psíquicos son cosificados.48
Los psicóticos son capaces de transferencia, pero son
incapaces de utilizarla y de obtener una ganancia psí-
quica de ella. Se tiene la impresión de que el psicótico
introyecta los contenidos de otras subjetividades —en
especial los del analista— en su propio psiquismo. No
obstante, por la pérdida del sentido simbólico de los me-
canismos del desplazamiento y de la condensación, el
psicótico carece de los límites de su propia interioridad.
Él intuye y expresa el inconsciente del otro, porque ha
roto con las fronteras interiores del narcisismo.
En el pensamiento psicótico, el contenido se descubre
o se analiza, e incluso se transfiere; pero no es posible
concebirlo simbólicamente como una realidad psíquica.
Para Freud las neurosis narcisistas no permiten la
transferencia, a pesar de que en el Caso Schreber él alu-
de a la transferencia del paciente, desde una persona de
su interés al médico. En realidad, el psicótico que trans-
fiere representaciones, afectos, ideas y recuerdos, es
incapaz de utilizarlos simbólicamente. Los elementos
transferidos no pueden organizarse, como ocurre en las
neurosis de transferencia.
En el pensamiento neurótico, el desplazamiento que
ocurre sobre la persona del analista tiene un origen sim-
bólico, y permite que el terapeuta permanezca él mismo.
En cambio, en el pensamiento psicótico el analista se ha-
ya prisionero en esas estructuras que él deberá dilucidar.
Por ejemplo, el desplazamiento de Schreber sobre Flei-
schl, su transferencia, solo hubiera podido organizarse si
hubiera estado dotado de una realidad psíquica. Sin em-
bargo, para Schreber ese desplazamiento era simple-
mente una realidad.

187
Schreber no organiza la neurosis de transferencia por
la mediación del simbolismo transferencial; y, por esa
razón, la energía homosexual se orienta hacia el investi-
miento narcisístico-megalomaníaco. En ese sentido, el
delirio de Schreber “es una transferencia paterna sobre él
mismo”.49 La transferencia de Schreber fracasa y se re-
fleja sobre su yo, con el consecuente efecto megaloma-
níaco. Ella afecta a la propia persona, y el sujeto cree ser
él mismo y su propio padre.
Schreber es capaz de simbolizar, es decir, de producir
delirios y sueños. Sin embargo, la utilización del simbo-
lismo no le permite acceder a un pensamiento simbólico,
lo que requeriría, además de símbolos, de un eje simbó-
lico relacional que —según Lacan— se ordena en torno al
padre, en tanto representante de la falta.
El psicótico necesita que su psicoterapeuta reconozca
—incluso en forma implícita— que las percepciones que
el paciente tiene de él no son simples proyecciones de su
locura; que sus reacciones transferenciales no son pura-
mente transferenciales. “Como yo lo he señalado muy a
menudo, las percepciones transferenciales más delirantes
y deformadas que tienen de mí los pacientes, comportan
elementos de realidad”.50
El terapeuta debe superar las exigencias superyoicas
personales que le impiden reconocer sus variaciones en
cuanto al interés, la atención, etc., con respecto al pa-
ciente, como consecuencia del impacto que tiene sobre él
la transferencia del paciente. “Mientras más el terapeuta
toma conciencia de lo que él inviste afectivamente (y que,
hasta ese momento, reprime) para perpetuar la enferme-
dad del paciente, más probabilidad habrá de esperar la
cura de este último”.51

188
________________________
1 Safouan, Moustapha, op. cit., p. 115.
2 Assoun, Paul-Laurent, op. cit., p. 70.
3 Ibid., p. 77.
4 Macalpine, Ida, op. cit., p. 212.
5 Heimann, Paula, op. cit., pp. 81-84.
6 Racker, Heinrich, “The meanings and uses of countertransfer-
ence”, en “Essential papers on countertransference”, editado por
Benjamin Wolstein, New York, New York University Press, 1988,
p. 171.
7 Racker, Heinrich, op. cit., p. 175.
8 Gill, Merton M., “The interpersonal paradigm and the degree of
the therapist’s involvement”, en Essential papers on counter-
transference, editado por Benjamin Wolstein, New York, New
York University Press, 1988, p. 330.
9 Tower, Lucia E., “Countertransference”, en Essential papers on
countertransference, editado por Benjamin Wolstein, New York,
New York University Press, 1988, p. 137.
10 Wolstein Benjamin, “The pluralism of perspectives on counter-
transference”, en Essential papers on countertransference, edi-
tado por Benjamin Wolstein, New York,New York University
Press, 1988, p. 254.
11 Thompson, Clara, “The role of the analyst’s personality in ther-
apy”, en Essential papers on countertransference, editado por
Benjamin Wolstein, New York, New York University Press, 1988,
p. 130.
12 Lacan, Jacques, La dirección..., op. cit., p. 219.
13 Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra..., op. cit., p. 64.
14 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre VIII..., p. 368.
15 Ibid., p. 215.
16 Lacan Jacques, Le Séminaire, Livre II. Le moi dans la théorie de
Freud et dans la technique de la psychanalyse. 1954-1955, Paris,
Seuil, 1978, p. 373.
17 Juranville, Alain, op. cit., p. 256.
18 Ibid., p. 250.
19 Lacan, Jacques, Le Séminaire, Livre XI..., op. cit., p. 212.

189
20 Pontalis, J.B., op. cit., p. 226.
21 Ibid., p. 226.
22 Ibid., pp. 227-228.
23 Ibid., pp. 238-239.
24 Israël, Lucien, op. cit., p. 151.
25 Aulagnier, Piera, op. cit., p. 255.
26 Leclaire, Serge, On tue..., op. cit., p. 106.
27 Ibid., p. 104.
28 Ibid., p. 106.
29 Ibid., p. 109.
30 Neyraut, Michel, op. cit., pp. 13-17.
31 Bonnet, Gérard, op. cit., pp. 141-144.
32 Freud, S., Observaciones sobre el “amor de transferencia”, op. cit.,
p. 1657.
33 David, Christian, op. cit., p. 309.
34 Ibid., p. 344.
35 Ibid., p. 317.
36 Haynal, A., Le psychanalyste et la rencontre analytique, en Bulle-
tin de la F.E.P., N° 20-21, pp. 29-47.
37 Klauber, John, La rencontre analytique. Ses difficultés, Paris,
P.U.F., 1984.
38 Cooper, Arnold, “Changes in psychoanalytic ideas: transference
interpretation”, en Essential papers on transference, editado por
Aaron H. Esman, New York, New York University Press, 1990,
pp. 511-528.
39 Fédida, Pierre, op. cit., p. 198.
40 Vergote, Antoine, op. cit., p. 42.
41 Geberovich, F., op. cit., p. 150.
42 Laplanche, Jean, op. cit., p. 245.
43 Freud, S., Análisis fragmentario..., op. cit., nota 556, p. 1001.
44 Lacan, Jacques, Intervención..., op. cit., p. 45.
45 Lacan, Jacques, Función..., op. cit., p. 123.
46 Lacan, Jacques, Intervención..., op. cit., p. 42.

190
47 Ibid., p. 42.
48 Neyraut, Michel, op. cit., p. 75.
49 Ibid., p. 243.
50 Searles, Harold, Le contre-transfert, Mayenne, Gallimard, p. 157.
51 Searles, Harold, op. cit., p. 243.

191
SEGUNDA PARTE
TRANSFERENCIA Y RESPUESTA
DE MOVIMIENTO HUMANO
1. CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Algunos psicoanalistas que aplican el test de Rors-


chach opinan que los pacientes aptos para el psicoanálisis
dan respuestas kinestésicas.1 Señalan que el número de
respuestas de movimiento humano sirve de pronóstico
para el tratamiento psicodinámico.2 Sin embargo, estos
autores no relacionan explícitamente la respuesta de mo-
vimiento humano con la transferencia. Tampoco conoce-
mos estudio sistemático alguno en el que se investigue la
asociación entre la respuesta de movimiento humano y la
transferencia.
Creemos, por nuestra parte, que la respuesta kinesté-
sica es una proyección que se relaciona con la transferen-
cia. No obstante, es conveniente destacar que la trans-
ferencia y la proyección son operaciones psicológicas di-
ferentes.
En la transferencia, un objeto exterior presente reem-
plaza, de un modo regresivo, a otro objeto también exte-
rior, perteneciente a la infancia del sujeto. En la proyec-
ción, un hecho se localiza en el exterior, pasando del
sujeto al objeto. Se trata de una defensa por medio de la
cual el sujeto expulsa de sí y localiza en el otro deseos,
sentimientos, cualidades e incluso objetos que no reco-
noce o que rechaza de sí mismo.
En la transferencia, el pasaje del interior al exterior,
característico de la proyección, no es necesario. La trans-
ferencia implica un desplazamiento. El sujeto, en vez de
recordar lo reprimido, lo actúa.
La proyección se desarrolla en torno a la percepción,
que es una de las funciones del yo. Este mecanismo de
defensa le proporciona al ego la posibilidad de resolver un
conflicto intrapsíquico. Como la transferencia, la proyec-
ción se rige por el automatismo de repetición. Pero
implica una regresión, que se traduce por un cambio en el
nivel de organización perceptiva. Bajo el efecto de una
pulsión, el yo parece desposeído de sus medios; y la per-
cepción se pone al servicio de la realización simbólica del
deseo, al servicio de las fuerzas oscuras del inconsciente.

194
2. HIPÓTESIS

La pregunta de la cual parte esta investigación es la


siguiente: ¿Es la respuesta de movimiento humano un
indicador de la transferencia? Esta interrogante nos con-
dujo a la siguiente hipótesis: Existe una asociación sig-
nificativa entre la respuesta de movimiento humano (K)3
y la transferencia.
3. DISEÑO Y METODOLOGÍA DE LA
INVESTIGACIÓN

Con el propósito de comprobar la hipótesis, se hizo un


estudio comparativo que respondió a un diseño factorial
(2 x 2). La investigación se realizó con pacientes que
acudieron a nuestra consulta privada. Cada paciente fue
sometido a una entrevista inicial, a un test de Rorschach
y a un tratamiento psicodinámico. El test de Rorschach
fue corregido a ciegas —sin identificar los casos— por un
psicólogo independiente, después de finalizados los trata-
mientos.

3.1 Muestra

La muestra estuvo compuesta por 82 pacientes psico-


neuróticos, de ambos sexos, con edades comprendidas en-
tre 18 y 55 años, diagnosticados de conformidad con el en-
foque psicoterapéutico contemplado desde el inicio de las
consultas. El grupo contó con 36 sujetos masculinos y 46
sujetos femeninos, con un nivel educativo correspon-
diente a bachiller, técnico o universitario.
En cuanto al estado civil, los sujetos se clasificaron
como solteros (45%), casados (51%) y divorciados (4%). El
estatus socioeconómico correspondía a las clases media y
alta.
Desde el punto de vista del diagnóstico, los sujetos pa-
decían de trastorno distímico (46%), trastorno de conver-
sión (44%), fobia (6%) o trastorno obsesivo-compulsivo
(4%). Los sujetos fueron tratados con psicoterapia de
orientación analítica (74 casos) y con psicoanálisis (8
casos).

3.2 Variables

Las variables consideradas en la investigación fueron


la respuesta de movimiento humano y la transferencia.

a) La Respuesta de Movimiento Humano

En el test de Rorschach tenemos la respuesta de mo-


vimiento humano, la respuesta de movimiento animal y
la respuesta de movimiento inanimado. La primera (K)
consiste en la atribución de una acción, postura o expre-
sión humana —o similar a la humana— a una figura
humana o antropomórfica entera. En la segunda (kan), el
sujeto percibe un animal en movimiento. En cambio, en
la tercera (kob), el movimiento es atribuido a un objeto.
Entre las respuestas de movimiento humano, tene-
mos las K de flexión o pasivas (el movimiento de la figura
humana o antropomórfica es restringido a la flexión o a la
parálisis) y las K de extensión o activas (la figura hu-
mana o antropomórfica se traslada). La respuesta de mo-

197
vimiento humano es una respuesta de forma, lograda
bajo el efecto de un engrama kinestésico. No se trata de
un movimiento simplemente visto. Debe sentirse el movi-
miento; debe haber una identificación. Lo que se ve en
movimiento debe repercutir en el sujeto. Solo figuras
antropomorfas o antropomórficas (humanos, osos, monos)
pueden dar lugar a una K. Sin embargo, puede tratarse
también de la percepción de una actitud corporal, y no
necesariamente de un movimiento de traslación.
Según Rorschach, los sujetos que dan sobre todo
respuestas kinestésicas, comparados con los extratensi-
vos, tienen una inteligencia más diferenciada, una pro-
ductividad más personal, una vida interior más desarro-
llada, una afectividad y una motilidad estabilizadas, y un
contacto más intensivo que extensivo. Sin embargo, como
rasgos negativos poseen una menor capacidad de adapta-
ción a la realidad y un comportamiento relativamente
torpe.4 La respuesta kinestésica de buena calidad es un
índice fiable de la capacidad de crear, de fantasmatizar y
de pensar originalmente.
Furrer afirma que la producción kinestésica implica
—como la producción onírica— inhibición motriz y activi-
dad creadora. Según este autor, cuando alguien percibe
en una lámina del test de Rorschach una figura humana
en movimiento, se trata de un ser humano que desea y
que actúa; que introduce una mutación, un devenir; que
engendra la vida, porque la vida es movimiento. La
respuesta kinestésica es una creación que tiene su origen
en ese deseo inconsciente que, al no poder traducirse en
actos motores, actualiza engramas kinestésicos. Las res-
puestas kinestésicas son expresiones imaginarias de las
fuerzas creadoras que producen los sueños, las obras de
arte y también las alucinaciones. Las kinestesias perte-
necen a la dimensión onírica, en tanto registro de posi-

198
bilidades no realizadas. Las respuestas de movimiento
humano indican una satisfacción sustitutiva.5
Según Bohm, las kinestesias se producen bajo el
efecto de engramas kinestésicos.6 La respuesta de movi-
miento humano implica una regresión hacia los engra-
mas kinestésicos. Los actos motores son obstaculizados; y
el deseo inconsciente, al no poder liberarse a través de la
motricidad, se proyecta por la vía de la percepción.
Rapaport, Gill y Schafer conceden importancia al
vacío de la lámina y al desequilibrio correlativo. De ese
desequilibrio surge una angustia; y la respuesta kinesté-
sica es un esfuerzo destinado a superar dicha angustia,
mediante la producción de una forma en movimiento.7
Mélon también considera que la capacidad de producir
kinestesias se relaciona con la facultad de superar la
angustia del vacío, suscitada por la ausencia del objeto.
Los sujetos que no toleran la ausencia experimentan
angustia de desintegración y de aniquilamiento desde
que falta el objeto. Ellos reclaman la omnipresencia de
ese otro, capaz de recoger las mociones pulsionales y de
devolverles la imagen del cuerpo y el concepto de sí.8
Las láminas III y VII son las que más provocan res-
puestas kinestésicas, por el lugar que en ellas tiene el
vacío. Pero también son las que suscitan más observacio-
nes sobre el carácter fragmentado de las manchas, y las
que producen más respuestas de fusión.
R. Kuhn estima que la sensibilidad al blanco es una
de las condiciones que hacen posible la producción de
respuestas de movimiento humano9 Mélon y Lekeuche
consideran que esa sensibilidad se correlaciona con la
preocupación por la falta y el vacío.10
Las pulsiones se actualizan en la respuesta kinesté-
sica, gracias al vacío. La respuesta de movimiento hu-
mano se inscribe en el vacío de la lámina, la cual carece

199
en sí misma de movimiento. La respuesta kinestésica es
la más proyectiva de todas las respuestas.11
Es el blanco —el vacío que separa las partes de la
mancha— lo que, en la lámina, posibilita e induce ese
devenir de la forma que es la respuesta kinestésica. Sin
ese vacío, la mancha no podría transformarse. Él hace
posible la transformación kinestésica de las manchas.
Pero la kinestesia no está en las manchas; ella es reque-
rida, a partir del vacío, como proyección pura. La
experiencia de la respuesta de movimiento humano
presupone, a nivel del test, ese momento de vértigo en el
que la representación aún no ha sido articulada en la
apercepción. El vacío de la lámina suscita la pulsión de
muerte y reclama toda una creación. Las respuestas ki-
nestésicas se relacionan con un cuerpo que experimenta
su propio devenir.12
La mancha presenta un vacío, un corte, que debe ser
superado para que la imagen tenga unidad. Y ese vacío es
superado mediante un salto aperceptivo que articula las
partes de la mancha que se sitúan en posiciones
recíprocas.
Los niños dan respuestas kinestésicas cuando han es-
tado confrontados con la experiencia de la muerte, espe-
cíficamente con la visión de un cuerpo muerto. El juego
de la bobina, descrito por Freud, pone de manifiesto cómo
la ida y la vuelta rítmicas son como la extensión y la
flexión de una articulación corporal, donde reencontra-
mos los dos tipos de respuesta kinestésica, las K de
extensión y las K de flexión. Es la falta vertiginosa la que
demanda una organización, una respuesta de movi-
miento.
La madre suficientemente “buena”, que ni frustra ni
gratifica en exceso, preserva un espacio transicional en el
que el infans puede experimentar la soledad —el vacío—,

200
y superarla gracias al juego y al lenguaje. Es en ese
espacio transicional donde nace la capacidad de crear y la
aptitud para producir respuestas kinestésicas.13
Para dar una respuesta kinestésica, hace falta un
tiempo. Desde el momento de vértigo en que la mancha
aparece como restos y trozos, pasando por los momentos
de duda, hasta la verbalización de la respuesta, transcu-
rre un tiempo.14 La respuesta kinestésica implica inhibi-
ción del movimiento, posposición de la satisfacción inme-
diata y control.
Hay un registro anal de la personalidad, caracteri-
zado por los mecanismos de la retención y el control, que
es esencial para la comprensión de las respuestas kines-
tésicas. Dichos mecanismos se oponen a la satisfacción
directa de las pulsiones; y, por tanto, son antagonistas del
pasaje al acto. F. Salomon considera que en la génesis de
las respuestas kinestésicas intervienen la regresión anal
y el placer de retención. Las respuestas kinestésicas se
corresponden con un conjunto de mecanismos de defensa,
que conllevan suspensión del acto, rodeo por el pensa-
miento, e inversión de la actividad en pasividad, entre
otros.15
En la investigación realizada, la variable indepen-
diente fue la respuesta de movimiento humano. Se ob-
tuvo el número de respuestas kinestésicas correspon-
diente a cada sujeto de la muestra, y se utilizó una escala
ordinal con rangos de 0 a 5. Luego, con los puntajes de
esta escala, y a partir de la mediana (1), se dicotomizó la
variable; y se dividieron los sujetos en dos grupos. Aque-
llos que estaban por encima de la mediana conformaron
el grupo de alta K; y los que estaban en la mediana, o por
debajo de ella, conformaron el grupo de baja K.

201
b) La Transferencia

La transferencia, como variable dependiente, fue


definida operacionalmente como el puntaje obtenido en
una escala que mide la demanda clínica y la capacidad de
desplazar en el terapeuta toda una serie de prototipos
infantiles de relación. Se utilizó una escala ordinal con
rangos de 1 a 3. Con los puntajes de esa escala, y a partir
de la mediana (1), se dicotomizó la variable; y se dividie-
ron los sujetos en dos grupos. Aquellos que estaban por
encima de la mediana conformaron el grupo con abun-
dante transferencia; y los que estaban en la mediana, o
por debajo de ella, conformaron el grupo con escasa
transferencia.
La puntuación fue asignada por el terapeuta después
de revisar las notas de las sesiones, conforme con crite-
rios de calificación preestablecidos por él. Sin embargo,
para evitar que el influjo contratransferencial afectara la
objetividad de la evaluación, se discutió con un psicólogo
de formación analítica la calificación asignada a cada uno
de los casos. Este psicólogo actuó como un supervisor
externo que aseguró el control del terapeuta en tanto eva-
luador de la experiencia compartida con el paciente. Esa
supervisión se efectuó sin tomar en cuenta los resultados
del test de Rorschach, ya que los casos clínicos no fueron
identificados.

202
4. RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN

Se encontró que en el grupo de alta K estaba el mayor


porcentaje de sujetos (69%) con abundante transferencia;
mientras, en el grupo de baja K, la mayoría de los sujetos
(74%) presentaba una escasa transferencia (X(1)2 = 13.98,
con P = 0.0002, es significativo).
Los resultados de la investigación, los cuales apare-
cen representados a continuación, confirman la hipótesis.

Asociación entre la Respuesta Kinestésica (K)


y la Transferencia

K Alta Baja Total


TRANSFERENCIA f % f % f %
Abundante 20 69 14 26 34 41
Escasa 9 31 39 74 48 59
TOTAL 29 100 53 100 82 100
204
5. INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS

La respuesta de movimiento humano, la respuesta


kinestésica (K), es la proyección de una figura humana o
antropomórfica en movimiento, con la que el examinando
se identifica. La transferencia, por su parte, es esencial-
mente un movimiento que desplaza una relación.
La respuesta kinestésica corresponde a un devenir
del cuerpo que parte del vacío, de la pulsión de muerte.
El inconsciente se proyecta como un engrama kinestésico
que permite superar la falta del objeto. A su vez, la trans-
ferencia actualiza el inconsciente, desplazando en el
espacio de la sesión un significante, una neurosis —la
neurosis de transferencia—, que reedita un prototipo in-
fantil de relación, a partir del rechazo del psicoterapeuta,
de su silencio, de su no respuesta a la demanda.
Podría pensarse16 que el factor determinante de la
respuesta kinestésica es la no-estructuración del estí-
mulo, en vez del blanco de la lámina. El examinando se-
ría incapaz, por un instante, de asociar el estímulo visual
a cualquier engrama. Posteriormente, asociaría el estí-
mulo a una representación humana; y, finalmente, esta
última explicaría la proyección del movimiento. Según
esta hipótesis, la experiencia del vacío, de la falta del
objeto, surge ante el estímulo no estructurado, pero se
supera con la percepción de la forma humana. Es esa
forma humana la que suscita la proyección del movi-
miento.
Conviene recordar que hay respuestas kinestésicas en
las que la forma y el movimiento aparecen simultánea-
mente (respuestas de movimiento primarias, según Rors-
chach), y otras en las que la forma aparece primero
(respuestas de movimiento secundarias). No obstante, ya
sea que se considere el blanco de la lámina o la no-
estructuración del estímulo como factor determinante de
la respuesta kinestésica, existe una relación entre la falta
del objeto y la respuesta de movimiento humano.
En los neuróticos evaluados con el test de Rorschach,
la angustia de castración puede superarse gracias a una
proyección que le confiere a la mancha unidad humana y
movimiento, estructura y vida. La angustia de castración
puede situarse dentro de una serie de experiencias trau-
matizantes, caracterizadas por la pérdida o la separación
de un objeto parcial, como el seno o las heces.
El complejo de castración mantiene relaciones con las
pérdidas previas. Este complejo confiere a las separacio-
nes anteriores su relevancia; y, a la inversa, pone de
manifiesto lo vivido respecto a las pérdidas precedentes.
“La angustia de mutilación del propio cuerpo constituye
un prototipo primario de la castración, que lo secundario
deberá transformar en el temor a ser privado de un bien
cuya ausencia dificulta el goce. Ese temor a perder el
objeto del goce —lo amado, el hijo, la belleza, el placer
sexual— puede resurgir después del acceso al Edipo. El
neurótico renuncia al goce, y experimenta el temor edí-
pico de ser privado de un bien. Pero, aun cuando renun-

206
cia al placer sexual, conserva un cuerpo unificado; pre-
serva una imagen del cuerpo de la que el otro no ha
arrancado un fragmento”.17
La respuesta kinestésica implica un movimiento con
el que el examinando se identifica, un movimiento sen-
tido. La respuesta de movimiento humano es una atribu-
ción que conlleva una identificación. El movimiento
puede proyectarse y no haber identificación. Sin embargo,
cuando se da la respuesta kinestésica, el sujeto se identi-
fica con el otro.
La respuesta kinestésica es diferente a la respuesta
humana (H). En esta última, falta el movimiento sentido
y el deseo de apropiarse la unidad del otro imaginario. La
moción pulsional del examinando no suscita el deseo de
captación del otro.
En la respuesta kinestésica, la forma humana, el otro,
tiene una unidad, una plenitud, que el examinando desea
apropiarse. El movimiento vivido de la respuesta K se
corresponde con un devenir del cuerpo propio que experi-
menta y supera la angustia de castración, gracias a una
regresión que actualiza los mecanismos identificatorios
del examinando. Según F. Salomon, uno de los factores
determinantes de la respuesta kinestésica es la regresión
narcisista ante la angustia de castración.18
La situación terapéutica es un dispositivo energético,
en el que el movimiento depende del principio del placer y
de la fuerza motriz de la pulsión. En esta situación, la
asimetría de la relación transforma el espacio de la sesión
en un lugar que favorece, por regresión, la aparición de
fantasmas. Por otra parte, en la situación de administra-
ción del test de Rorschach, el examinando tiene la opor-
tunidad de articular sus engramas a los datos percepti-
vos. La respuesta de movimiento humano supone una

207
regresión —consecuencia de una inhibición motriz—, que
favorece la proyección de un engrama kinestésico.
La demanda clínica del paciente neurótico es la
primera fase de la transferencia. El paciente experimenta
un no-saber, un vacío interior; y espera del psicotera-
peuta, convertido en el sujeto-supuesto-saber, una res-
puesta, una interpretación. Ese vacío interior del
paciente se corresponde con el vacío, con la falta del
objeto, que las láminas del test suscitan en el exami-
nando en un primer momento, y que la respuesta K
permite superar posteriormente.
El saber conferido al psicoterapeuta, al sujeto-su-
puesto-saber, implica también la atribución de unidad y
de goce. En ese sentido, la respuesta kinestésica se co-
rresponde con la transferencia, en la medida en que el
examinando atribuye a la mancha una unidad humana y
un movimiento supuestos.
La transferencia y la respuesta de movimiento hu-
mano suponen: un registro del contacto bien constituido,
una madre suficientemente “buena”, un narcisismo califi-
cado y la existencia de un espacio transicional delimitado.
La respuesta K implica inhibición motriz y un deseo
inconsciente reprimido. Supone un pensamiento incons-
ciente que conlleva la suspensión de la acción. La res-
puesta de movimiento humano implica una dimensión
anal y un control opuesto al pasaje al acto, a la satisfac-
ción directa de las pulsiones. Las respuestas de movi-
miento humano conllevan la regresión hacia engramas
kinestésicos. En las respuestas K, el examinando inhibe
un movimiento que regresa por la vía de la percepción.
La respuesta de movimiento humano supone, más
que ninguna otra respuesta en el test de Rorschach,
capacidad de representación. La respuesta K constituye
una satisfacción sustitutiva. Es un índice de la capacidad

208
de fantasmatización, que puede indicar también cierta
torpeza a nivel de la acción. La situación terapéutica, por
su parte, promueve la transferencia, porque favorece la
representación y no la acción.
La transferencia es una actualización del amor, que
permite una ilusión necesaria. La respuesta K también
conlleva una ilusión: se percibe la forma humana en mo-
vimiento, en una lámina que inicialmente suscita angus-
tia de castración. El objeto causa del deseo, que subyace
al sujeto-supuesto-saber, reaparece en la respuesta K
como proyección pura.
El pensamiento inconsciente o fantasmático tiene su
origen en la necesidad de suspender la acción y de reem-
plazarla. Él interviene en el síntoma, en la transferencia
y en la respuesta kinestésica, la cual supone una inhibi-
ción de la acción.
Los neuróticos experimentan el deseo inconsciente de
gozar, poniendo en escena ese goce atribuido a los padres,
del que ellos anhelan apropiarse. El síntoma es el precio
que ellos pagan por desear adueñarse del falo. El síntoma
pone en juego la escena primaria.
En la situación terapéutica, el psicoterapeuta, en
tanto sujeto-supuesto-saber, posee lo que desea. Él dis-
pone de unidad y experimenta el goce, en la medida en
que detenta el falo y representa el objeto causa del deseo.
En la respuesta K, el engrama kinestésico se proyecta; y
el falo, el objeto causa del deseo, inicialmente perdido,
reaparece gracias a la proyección. La unidad y el movi-
miento se perciben en el otro proyectado, en el otro ima-
ginario con quien el examinando se identifica.
El movimiento identificatorio, propio de la respuesta
kinestésica, tiene en los neuróticos un origen fálico, y se
relaciona con la escena primaria. Ellos eligen su síntoma

209
en respuesta a la seducción de origen, mediante una
autohipnosis repetitiva que implica una lógica fálica.
La respuesta K niega un vacío, y supera la angustia
de castración. Gracias a la proyección, la mancha se con-
vierte en una figura humana en movimiento, con una
unidad análoga a la atribuida al sujeto-supuesto-saber.
Ese otro idealizado, proyectado en la lámina, responde a
una lógica fálica.
El saber atribuido al psicoterapeuta y la interpreta-
ción anhelada por el paciente neurótico se corresponden
con la unidad de la forma humana y el movimiento pro-
pios de la respuesta kinestésica. La transferencia y la
respuesta de movimiento humano permiten superar la
pérdida del objeto y la angustia de castración. La trans-
ferencia implica la identificación narcisística del paciente
con el psicoterapeuta, y la respuesta kinestésica conlleva
la identificación narcisística del examinando con la forma
humana proyectada.
El espacio de la transferencia es un entredós, carac-
terizado por la indistinción relativa del paciente y del
terapeuta, y por la movilidad de los significantes, la “mo-
tricidad” fantasmática del pensamiento inconsciente. En
ese espacio terapéutico, el psicoterapeuta llega a ocupar
para el paciente la posición del inconsciente, del doble
que interpreta con voz adivinatoria. Él es el otro fálico
que relanza el discurso del paciente preservando su ca-
rácter enigmático, el otro que contiene el agalma.
La transferencia moviliza el narcisismo fálico del
paciente neurótico. La cura es posible por la creencia
“mágica” en el otro. Gracias a la transferencia, el psico-
terapeuta provoca los síntomas y los cura.
La situación en la que se produce la respuesta K,
supone un vacío inicial que se corresponde con la de-
manda del paciente y con el silencio del psicoterapeuta.

210
Ese “silencio” de la lámina conlleva la pérdida del objeto
y la aparición de la pulsión de muerte. La respuesta de
movimiento humano, en la medida en que atribuye a la
lámina un movimiento que no tiene, es una atribución
ficticia que se corresponde —como el psicoterapeuta en la
neurosis de transferencia— con el inconsciente mismo.

211
6. CONCLUSIÓN

La investigación clínica con el test de Rorschach con-


firma que existe una asociación significativa entre la res-
puesta kinestésica y la transferencia.
Las respuestas de movimiento humano19 indican la
capacidad que tiene el sujeto para situarse en un espacio
transicional, en la medida en que suponen tanto la con-
sideración de la realidad perceptiva como el investi-
miento subjetivo de esa realidad. Las kinestesias dan
testimonio de una actividad mental capaz de reorganizar,
de un modo creativo, los datos perceptivos de las man-
chas. El sujeto cuenta con la aptitud para jugar con su
inteligencia, sin limitarse a lo puramente perceptivo.
Las respuestas kinestésicas son un indicador no solo
de la adaptación y del sentido de la realidad, sino de la
originalidad del sujeto. En ellas, junto a la realidad per-
ceptiva y normativa, interviene la fantasía.
El sujeto que produce respuestas kinestésicas en nú-
mero suficiente, recurre a lo imaginario para liberarse de
las contingencias concretas; y es capaz de razonar en tér-
minos hipotéticos, construyendo secuencias de repre-
sentaciones ordenadas en el tiempo. A nivel del pensa-
miento, predomina la interiorización.
Las kinestesias indican la capacidad que tiene el
sujeto para diferir la acción. La descarga no pasa al acto,
sino que se elabora mediante un juego interiorizado. La
respuesta de movimiento humano recurre a un factor lú-
dico, a lo posible, a la fantasía, descuidando —parcial y
transitoriamente— las exigencias de la adecuación con-
formista.
Las respuestas kinestésicas, aunque se caracterizan
por el juego imaginario, se ordenan a partir de las reglas
introducidas por la consigna. En ese sentido, ellas respe-
tan lo percibido sin dejar de explotar los recursos de la
proyección. Con las respuestas de movimiento humano, el
proceso primario es reintroducido en el pensamiento.
Existe una relación entre el yo y las respuestas kines-
tésicas. Las respuestas de movimiento humano dan
testimonio de la presencia de las mociones pulsionales, y
de la necesidad de tener en cuenta tanto la censura de su
libre expresión, como la consideración de la realidad,
representada por la lámina del test.
El yo es el polo defensivo de la personalidad. En ese
sentido, la capacidad de rodeo atribuida a las kinestesias
se relaciona con las actividades de regulación atribuidas
al yo, como son el control de la motilidad y de la percep-
ción, la anticipación y el ordenamiento temporal de los
procesos mentales.
El placer que deriva de la producción de las respues-
tas kinestésicas, depende de la aptitud para utilizar y
explotar un lenguaje cargado de imágenes y de sentido,
en una actividad relacional y creadora. Esa aptitud es
fuente de un goce análogo al del niño que juega, al del
artista que crea, o al del voduista que practica el trance
de posesión ritual.

213
En la República Dominicana, el voduista es un indivi-
duo, hombre o mujer, iniciado en el vodú, un culto
sincrético afro-antillano en el que encontramos divinida-
des y ritos de origen africano junto a ceremonias y
doctrinas católicas. Una investigación etno-psicológica,20
en la que se utilizaron tests proyectivos con el propósito
de establecer los índices psicopatológicos y psicodinámi-
cos de la personalidad del voduista, reveló que los inicia-
dos al vodú dan más respuestas de movimiento humano
que los no-voduistas. Esto pone de manifiesto la
existencia de un proceso imaginativo más rico, una mayor
capacidad de empatía con otras personas y una percep-
ción más diferenciada. Los voduistas son más capaces de
aceptar sus propios impulsos y sus fantasmas, mante-
niendo buenas relaciones de objeto. Son personas más
integradas y más capaces de tener experiencias creativas.
La mayor producción de respuestas de movimiento hu-
mano debe ser considerada en términos del control de la
conducta, sobre la base de una organización que hace
posible la interiorización.
Si los voduistas —que experimentan la posesión
ritual— dan más respuestas kinestésicas que los no-
voduistas, se comprende mejor la hipótesis de O. Man-
noni según la cual la transferencia es lo que los occi-
dentales conservan de la posesión.
Generalmente, los sujetos que hacen observaciones
sobre la simetría de las manchas no suelen dar respues-
tas kinestésicas. Para producir respuestas de movimiento
humano, es necesario obviar la simetría, actuar como si
no se percibiera. Los individuos que hacen comentarios
sobre la simetría de las manchas desean pensar los seres
vivos sin tener en cuenta la diferencia de los sexos. El
órgano sexual es la excepción de la simetría.21 Estos
individuos, por lo general, son incapaces de manejar su

214
angustia de castración mediante el recurso regresivo a
una identificación narcisista.
En ese sentido, es significativa la interpretación que
dan Rapaport, Gill y Schafer sobre las respuestas kines-
tésicas. Para ellos, estas respuestas son el resultado de
un esfuerzo destinado a superar la angustia nacida del
desequilibrio suscitado por el vacío de la mancha, me-
diante la producción de una forma (Gestalt) articulada en
movimiento. La impresión de movimiento tiene su origen
en el vacío de un material perceptivo que resulta des-
equilibrado. La sensibilidad perceptual ante el vacío y el
desequilibrio formal, la flexibilidad organizativa y la ri-
queza del proceso asociativo intervienen en la producción
de las kinestesias.22
Ahora bien, para precisar la naturaleza de la angus-
tia suscitada por el vacío de la mancha, conviene señalar
que Portuondo afirma que las zonas castrantes funda-
mentales corresponden a los espacios en blanco de las
láminas; por ejemplo, en las láminas II y VII, el espacio
en blanco del centro.23
Si las kinestesias resultan de un esfuerzo destinado a
superar la angustia de castración nacida del desequilibrio
suscitado por el vacío de la mancha, son respuestas deter-
minadas por un factor opuesto al del comentario de la
simetría. Este último es un modo de destacar el equilibrio
formal, negando la diferencia y la separación.
Los sujetos que dan más respuestas kinestésicas, los
sujetos del grupo de alta K, son más capaces de obviar la
simetría de las láminas. Los sujetos del grupo de baja K
tienden más a destacar la simetría. En estos últimos, la
angustia de castración se convierte en una angustia pre-
genital difícilmente manejable. El sujeto cuenta poco con
los mecanismos de defensa propios de la etapa anal. En

215
consecuencia, pasa del registro fálico al oral con relativa
facilidad.
Los sujetos del grupo de baja K poseen una personali-
dad más frágil, en la que se constata la ausencia relativa
de defensas anales. La relación de objeto permanece cen-
trada sobre la dependencia del otro, y el mecanismo de
escisión del objeto se constituye frecuentemente como
una defensa ante la angustia.
La distinción de los objetos en “buenos” y “malos”, im-
plica cierta incapacidad integradora del yo. Esto se
explica por la falta de tolerancia a la angustia, y por una
intensidad particular de las pulsiones agresivas, que tie-
ne su origen en frustraciones precoces. La agresividad
oral juega un rol fundamental.
Con respecto a la transferencia, es necesario tener en
cuenta que ella oscila entre el polo objetal y el polo narci-
sista. La experiencia que el paciente vive con su tera-
peuta depende de la capacidad del primero para despla-
zar los investimientos narcisistas y objetales.
Según la investigación realizada, en la “transferencia
abundante” y la “transferencia escasa”, predominan —de
un modo variable— los diferentes tipos de elección de
objeto.
En “Introducción al narcisismo” (1914), Freud opone
dos tipos de elección de objeto, dos formas de elegir los
objetos de amor: un tipo “narcisista”, que elige el objeto
amado a su imagen y semejanza; y un tipo “anaclítico”
(Anlehnungstypus), de apoyo o por apuntalamiento, que
elige el objeto amado por ser el complementario.
La teoría de la elección de objeto describe las vías por
las que el ser humano se fija a tal o cual tipo de pareja o
de persona en particular. En la elección de objeto narci-
sista, el objeto es elegido sobre el modelo de uno mismo,
sobre el modelo del yo. Se elige no solo a imagen y seme-

216
janza de lo que uno es, sino de lo que uno fue y de lo que
uno quisiera ser. En la elección de objeto anaclítica, el
objeto es elegido porque da seguridad o apoyo.
Estos dos modos de elección de objeto representan
tipos ideales. En realidad, constituyen dos posibilidades
abiertas a todo ser humano. En toda elección de objeto
real se da una intrincación de ambas posibilidades.24
La situación terapéutica, ya se trate del psicoanálisis
o de la psicoterapia de orientación analítica, es siempre,
en mayor o menor grado, asimétrica; y tiende a favorecer
la aparición de la angustia de castración en el paciente
neurótico.
Los sujetos de la muestra que tienen una “transferen-
cia abundante”, responden a la situación terapéutica con
una identificación narcisista con el terapeuta. Por otra
parte, toleran más la asimetría de la situación terapéu-
tica y son más aptos para el psicoanálisis clásico.
Los sujetos con “transferencia escasa” responden a la
situación terapéutica con una elección de objeto predo-
minantemente anaclítica. En ese sentido, se comprobó
que estos sujetos tienden más a demandar la orientación
del terapeuta. Ellos toleran menos el rechazo o la priva-
ción, y se adaptan menos a la asimetría de la situación
terapéutica. El terapeuta es solicitado para llevar a cabo
intervenciones que lo ponen en una posición de autori-
dad, que lo conducen a explicar, o que lo sitúan como
demandante. La intervención propiamente analítica25 se
da más con los sujetos del grupo de alta K, quienes suelen
presentar un tipo de elección de objeto predominante-
mente narcisista.
Si el vacío de la mancha provoca un desequilibrio que
suscita la angustia de castración, es porque ese vacío, ese
corte, ese espacio en blanco, corresponde a una zona de la
lámina que evoca la diferencia y la separación. De la

217
misma manera, si la situación terapéutica suscita, en
mayor o menor grado, la angustia de castración, es por-
que su asimetría característica evoca la diferencia y la
separación.
La respuesta kinestésica se asocia significativamente
con la transferencia. Sin embargo, es necesario conside-
rar también la contratransferencia, en tanto contexto de
la transferencia, si se desea comprender el desarrollo de
esta última.

________________________

1 Mélon, Jean, “Figures du moi. Szondi, Rorschach et Freud”, Thèse


Doctorale non publiée, Université de Liège, Belgique, 1976, p. 85.
2 Fierens, C., “Contributions pour une étude phénoménologique des
kinesthesies”, en Bulletin de la Societé Française du Rorschach et
des Méthodes Projectives, N° 31, décembre 1978, p. 108
3 Solo se consideraron las K+.
4 Rorschach, H., Psicodiagnóstico, Buenos Aires, Paidós, 1977, p.
76.
5 Furrer, A., Ueber die Bedeutung der ‘B’ im Rorschachschen.
Formdeutungs Versuch, en Imago, Vol. 11, 1925, pp. 58-83.
6 Bohm, Ewald, Manual del psicodiagnóstico de Rorschach, Madrid,
Ediciones Morata, 1971, p. 49.
7 Rapaport, D., Gill, M.M. y Schafer R., Diagnostic psychological
testing, editado por Robert R. Holt, London, University of London
Press, 1968, pp. 355-361.
8 Mélon, Jean, Figures..., op. cit., p. 85.
9 Mélon, Jean y Lekeuche, Philippe, op. cit., pp. 201-202.
10 Ibid., p. 202
11 Fierens, C., op. cit., p. 106.
12 Ibid., pp. 107-108.

218
13 Mélon, Jean, Figures..., op. cit., pp. 86-87.
14 Fierens, C., op. cit., p. 108.
15 Salomon, Fritz, Ich-diagnostik im Zulliger-test (Z-test). Eine ge-
netisch-strukturelle Rorschachtechnik”, Bern y Stuttgart, Verlag
Hans Huber, 1962, pp. 88-89.
16 Opinión del profesor Jaime Rijo.
17 Bogaert García, Huberto, Los enigmas de la sexualidad femenina,
Santo Domingo, Editora Multi-Impresos, 1993, pp. 301-302.
18 Salomon, Fritz, op. cit.
19 Chabert, Catherine, Le Rorschach en clinique adulte. Interpréta-
tion psychanalytique, Paris, Bordas, 1983, pp. 152-166.
20 Bogaert García, Huberto, Enfermedad mental..., op. cit., pp. 179-
207.
21 Mélon, Jean y Lekeuche, Philippe, op. cit., p. 202.
22 Rapaport, D., Gill, M. M. y Schafer, R., op. cit., pp. 355-356.
23 Portuondo, Juan A., El Rorschach Psicoanalítico, Madrid, Biblio-
teca Nueva, 1973, pp. 362-363.
24 Laplanche, Jean, Vida y muerte en psicoanálisis, Buenos Aires,
Amorrortu editores, 1973, p. 106.
25 Nasio, Juan David, Los ojos de Laura..., op. cit., pp. 36-38.

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