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ISFDYT N° 159- TECNICATURA EN PSICOPEDAGOGÍA- 1° AÑO

ESTADO Y SOCIEDAD

BIBLIOGRAFÍA TRABAJO PRÁCTICO N° 2

LIFSZYC SARA (2012). El Capitalismo; en: Orientaciones para el estudio de la bibliografía obligatoria: Sociología, 1° Ed.
Buenos Aires: EUDEBA
1. Introducción
Durante todo el siglo XX, la palabra capitalismo se convirtió en un término de uso generalizado para designar, sin
mayores precisiones, distintas realidades de la sociedad moderna. En el uso cotidiano suele utilizarse el término
capitalista para calificar a personas que en sus actitudes y acciones se caracterizan por un afán, a veces desmedido,
de obtener beneficios en todos los planos de la vida social, tanto en los negocios como en la vida personal. También
se definen como capitalistas determinadas concepciones de mundo que tienden a resaltar los valores individuales,
que naturalizan la equidad del capital y resaltan la funcionalidad de la sociedad ordenada jerárquicamente en clases
sociales. La amplitud de sentidos de un término suele ser un obstáculo para la reflexión en general, y en particular
cuando el término "capitalismo" es utilizado para explicar una realidad y construir diagnósticos y pronósticos sobre
los acontecimientos que se suceden en un país y en el mundo actual. La necesidad de establecer con claridad los
alcances y significados se convierte en una tarea prioritaria, más aún en las ciencias sociales, donde se requiere que
las palabras tengan sentidos precisos, distintos a los atribuidos por el sentido común. Éstas no son ni la realidad misma
ni su descripción exacta: son conceptos que los investigadores construyen y constituyen los instrumentos
fundamentales para captar y explicar los fenómenos sociales. El objetivo de este trabajo es brindar algunos
lineamientos para clarificar el significado del capitalismo como fenómeno social y como concepto analítico, teniendo
en cuenta que, si bien existen diferentes abordajes, que no desconocemos, priorizaremos el realizado por uno de sus
teóricos más representativos: Karl Marx.
2. Hacia una redefinición
En las ciencias sociales los mismos fenómenos pueden ser interpretados de múltiples formas pero, más allá de las
diferencias, deben contribuir a la explicación del fenómeno real, a captar su origen y dinámica. Los diferentes
esquemas interpretativos suelen originar extensos debates en los que se confrontan supuestos teóricos, empíricos y
metodológicos que ponen a prueba su alcance explicativo. El capitalismo es un fenómeno complejo con
manifestaciones en diferentes dimensiones de la realidad, que ha dado lugar, a lo largo del tiempo, a una amplia gama
de significados. Las diferencias interpretativas han originado encendidos debates entre diversas corrientes de
pensamiento. una buena parte de dichos estudios suelen tomar como referente a Karl Marx (1818-1883), cuyo
pensamiento ha ejercido una notable influencia en el campo de las ciencias sociales y cuyas formulaciones se
convirtieron, directa o indirectamente, aun para sus detractores, en el centro de la gran mayoría de las controversias.
Los debates sobre el capitalismo tendieron a desarrollarse en torno a los planos teórico-metodológico [sic] y también
en el ideológico-político, en este último, bajo la apariencia de confrontaciones científicas. En estas polémicas se
observa que muchas veces suelen entremezclarse las ideas de Marx referidas a las formas de superación del
capitalismo con su principal descubrimiento teórico, que fue el formular con implacable rigurosidad las leyes de
funcionamiento de la sociedad capitalista. Este tipo de controversias también tuvo lugar mientras Marx vivía, pues en
la segunda edición de El Capital (1867), su obra principal, ya señalaba: "[...] lo que puede servirle de punto de partida
no es la idea, sino la manifestación externa exclusivamente. La crítica tiene que limitarse a comparar y contrastar un
hecho no con la idea, sino con otro hecho". Esta confusión ha originado no sólo prejuicios; también ha opacado y
desmerecido el valor científico de sus descubrimientos, a punto tal de convertir al término "capitalismo" en una
palabra tabú, inficionada ideológicamente. Como señala Marx: [... ] "la libre investigación científica tiene que luchar
con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las
pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés
privado". No obstante las pasiones que este tema despierta desde el punto de vista ideológico, también en el plano
teórico el capitalismo ha originado extensos debates. En las ciencias sociales estos criterios son plurales, en el sentido
de que acerca de una misma realidad, el "capitalismo", distintos investigadores pueden abordarla de manera
diferente. Por ejemplo, suele considerarse el capitalismo como un sistema cuyo funcionamiento está regido por las
leyes del mercado, basado en la libre empresa y en la iniciativa individual. Desde otra perspectiva, se categoriza al
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capitalismo como un fenómeno presente en las sociedades urbanas e industrializadas, en las que el poder político y
el ejercicio de la dominación se encuentran centralizados en un Estado nacional. También se consideran que son
capitalistas las sociedades modernas en las que predominan las libertades individuales, con movilidad social, tanto
ascendente como descendente, estratificadas en clases. Estos significados del término capitalismo tienen en común
que son parciales; se han considerado algunos de sus elementos característicos, y al hacerlo se tiende a circunscribirlo
a una sola dimensión, ya sea a la económica, la política o la social, sin integración entre ellas. Estas parcializaciones
suelen opacar la comprensión del fenómeno, e incluso, a veces, conducir a ciertos equívocos. Es corriente pensar que
la industrialización y el Estado son atributos del capitalismo, como si fueran términos de una relación causal, en la
cual la industrialización y el Estado serían una consecuencia lógica derivada del funcionamiento del capitalismo. Sin
embargo, es posible observar que en diferentes épocas históricas han existido desarrollos industriales y formas de
Estado, independientemente el uno del otro. La particularidad del capitalismo moderno en Occidente, residiría
entonces, en la convergencia de ambos fenómenos, la industrialización y el Estado, como sus componentes. Al
respecto, señala Ugo Pipitone: "En realidad, más que una idea específica se trata de una visión global que hace
coincidir el desarrollo capitalista con el desarrollo industrial y con el cambio tecnológico. [... ] de la misma manera
como el renacimiento del comercio europeo antecedió en cuatro siglos a la expansión colonial, hubo tres siglos (por
lo menos) de la evolución del capitalismo antes de la Revolución industrial. Por banal que pueda parecer, tiene un
sentido redescubrir el agua tibia: entre capitalismo e industria el prius histórico es el capitalismo. obviamente las
diferencias entre estas dos dimensiones tienden a desdibujarse cuando se tiene una visión del capital casi
exclusivamente técnica o cuantitativa. En esta perspectiva, la originalidad histórica del capital parece consistir en las
manufacturas, en las fábricas como lugares de concentración de eficientes y poderosos medios de producción. De ahí
que, si bien de manera silenciosa, tienden a coincidir entre sí las imágenes del capitalismo e industria [sic]. En esta
visión no sólo hay una evidente distorsión histórica, sino, además, una fuente grave de errores acerca del
presente."[39] En cambio, para Marx (quien ha utilizado en forma indistinta los términos de "sociedad burguesa",
"sociedad moderna" y "régimen de producción capitalista"), el capitalismo no es reductible ni a lo económico, ni a lo
político ni a lo social. Es un fenómeno integral, caracterizado por un tipo de organización de la sociedad en su conjunto,
en el que las relaciones sociales asumen la forma de relaciones entre los propietarios y no-propietarios de los medios
de trabajo. Ésta es la principal diferencia respecto a otras formas de relaciones sociales -esclavistas o serviles- que la
precedieron, ya que es dentro del capitalismo moderno donde esas relaciones se plantean como relaciones entre
hombres libres e iguales. En la sociedad en la que prevalece ese tipo de vínculo social, el móvil central es la producción,
la apropiación y la acumulación de riquezas.
3. El capitalismo: un concepto y un desarrollo histórico
En una primera instancia se puede establecer que el capitalismo es una forma de organización social basada en la
producción de mercancías, en la acumulación de riquezas en manos de particulares, y en la existencia de un mercado
mundial integrado. El trabajo libre, asalariado, y la propiedad privada de los medios de producción son sus categorías
básicas. Éstas expresan el divorcio del productor de sus instrumentos de trabajo y del producto de su trabajo; expresan
la separación definitiva del capital del trabajo de la figura del trabajador. En épocas históricas anteriores a la
conformación de la sociedad moderna, ambas categorías no se diferenciaban, se fundían en la figura del trabajador
manual; en el capitalismo se escinden para re-unirse a través de una relación social entre el obrero y el capitalista.
Como señala Hobsbawm: [...] "la radicalización de esta separación del trabajador directo de sus medios de producción,
llega a su culminación con el capitalismo, en el que el obrero queda reducido a simple fuerza de trabajo, pudiendo
añadirse que, inversamente, la propiedad se transforma en un dominio de los medios de producción enteramente
divorciado del trabajador". El concepto de sociedad desarrollado por Marx es una de las premisas de las cuales parte
para construir y fundamentar su método para el análisis de las realidades socioeconómicas y políticas, pasadas,
presentes y futuras. Para él la sociedad es un todo: una configuración integrada por diferentes niveles, en la que la
producción es la dimensión fundante de lo social. Señala que para que exista cualquier sociedad, los individuos deben
reproducirse como tales: deben satisfacer sus necesidades produciendo los medios para su subsistencia. La
producción material que constituye la estructura económica incluye al trabajo como la actividad creadora y
transformadora por excelencia, mediante la cual las personas obtienen de su medio natural y cultural los elementos
necesarios para su vida. En dicha actividad las personas van estableciendo relaciones entre ellas, es decir, la
producción de la vida es social. Cómo producen y qué relaciones establecen con su entorno y con los otros individuos,
la forma que adopta la producción de sus vidas, es decir, el modo de producción, define el tipo de sociedad. Por ello,
el análisis de Marx del capitalismo comienza por la mercancía, por la forma concreta que adopta el resultado del
trabajo y al mismo tiempo expresa las relaciones sociales de producción que esa clase de trabajo requiere. Estas
categorías constituyen la base de la sociedad, la estructura sobre la cual se va configurando la otra dimensión social,
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la superestructura jurídica, política e ideológica. Ambas, base y superestructura, definen el modelo de sociedad y el
modelo de sociedad no es otra cosa que lo que se deriva de un modo de producción. Y dice: "En la producción social
de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de sus voluntades, relaciones
de producción que corresponden a una determinada fase del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El
conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, que tiene una base
real, sobre la que se edifica una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden determinadas formas de
conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona, por lo tanto en general, el proceso de vida social,
política y espiritual." En la sociedad capitalista, las relaciones de producción adoptan la forma de relaciones entre
propietarios aparentemente iguales, que intercambian libremente sus productos: propietarios de los medios de
producción, de los instrumentos y las materias primas y propietarios de la fuerza de trabajo. Estos últimos conforman
la categoría de trabajadores totalmente "libres"; libres en un doble sentido: no están sujetos territorialmente al
dominio de ningún señor, y también libres en el sentido de no poseer ninguna propiedad, sometidos a una desnudez
total, pues lo único que poseen es su capacidad de trabajo, su fuerza de trabajo. La aparición del trabajador libre como
categoría social ha sido el resultado de un proceso histórico, en que el productor, en un estadio histórico, era
propietario de sus medios de vida y controlaba las condiciones de producción de su existencia, es decir controlaba el
proceso de trabajo. La separación del productor de su producto y de sus instrumentos comienza en el mundo feudal.
Como afirma Marx: "La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la
sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquélla".
"De los siervos de la Edad media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano
salieron los primeros elementos de la burguesía".
Alrededor del siglo XI, con el resquebrajamiento del mundo feudal, con la disolución de los lazos de vasallaje y la
descomposición del feudo como unidad social económica y política, la actividad productiva se fue trasladando del
campo a la ciudad. En esta última predominaba la producción artesanal, en la cual el trabajador fabricaba en su
domicilio productos por encargo. En una etapa posterior, el trabajador se irá transformando en un productor
independiente que producirá y venderá su producto. Los instrumentos de producción, sus habilidades y su producto
son de su propiedad, mejor dicho, son aún de su propiedad. "El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su
persona hasta que no dejó de vivir sujeto a la gleba y de ser esclavo o siervo de otra persona. Además, para poder
convertirse en vendedor libre de su fuerza de trabajo, que acude con su mercancía a dondequiera que encuentra
mercado para ella, hubo también que sacudir el yugo de los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre los aprendices
y los oficiales y a todos los estatutos que embarazaban el trabajo". Entre los siglos Xiii y XiV, con la intensificación del
comercio y el crecimiento de la población urbana, el productor delegará la venta de su productos en el mercader,
quien concentrará la producción de diferentes trabajadores independientes y los venderá en el mercado,
aprovechando las diferencias de precios entre la compra y la venta para obtener sus ganancias. Al mismo tiempo, y
como forma de incrementar sus beneficios, extenderá los límites del mercado hacia lugares cada vez más lejanos. A
partir del siglo XV, las innovaciones científicas, los descubrimientos de territorios y la circunnavegación de África, la
colonización de América, los mercados de China e India dieron al comercio un nuevo impulso: se inicia el desarrollo
del comercio de ultramar. La manufactura vino a ocupar el lugar del artesanado, que no podía abastecer la demanda
de los nuevos mercados extranjeros. Pero el crecimiento de los mercados continuaba y la demanda iba en aumento.
Ya no bastaba tampoco con la producción manufacturera. El desarrollo de la ciencia y la tecnología posibilitaron la
introducción de la máquina a vapor, que revolucionará la producción y la gran industria sustituirá a la manufactura.
Los pequeños productores independientes no podrán resistir la competencia del capital que los arrollará y los
transformará en obreros industriales y la economía de mercado comenzará a transitar hacia una más amplia y
desarrollada: la economía capitalista. Como señala Marx en un conocido párrafo: "Al llegar a una determinada fase,
las fuerzas productivas de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o lo que no es más que su
expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De
formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época
de revolución social." Efectivamente, entre los siglos XViii y XiX este largo proceso de transición culminó con dos
grandes revoluciones que dieron sustento político, jurídico y tecnológico a la consolidación del capitalismo moderno.
La Revolución Francesa en el siglo XViii, porque liberó a los individuos de las relaciones de propiedad personal,
disolviendo los lazos de sujeción y vasallaje, estableciendo la libertad y la igualdad de las personas. La Revolución
industrial en el siglo XiX, con la adopción de la nueva tecnología, posibilitó el salto cualitativo para el desarrollo de la
producción a gran escala. Se había iniciado una nueva época de enormes cambios y transformaciones, bajo el
predominio del capital, como una forma de relación social de producción entre personas jurídicamente iguales, pero
socialmente diferentes, transformando la producción "en un gran arsenal de mercancías", tal como señala Marx en el

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primer párrafo de El Capital, convirtiendo a la fuerza de trabajo en una mercancía más que es vendida y comprada.
"Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos
de consumo. Necesitan convertirse en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que
pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías;
de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo, deseosos de valorizar la suma
de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores
de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo. obreros libres en el doble sentido de que no figuran entre
los medios de producción, como los esclavos y los siervos, etc., ni cuentan con medios de producción propios, como
el labrador que trabaja su propia tierra, etc.; libres y dueños de sí mismos [...]. El régimen del capital presupone el
divorcio entre los obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo [...]. La producción
capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce y acentúa a escala cada vez mayor. Por tanto, el
proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad
sobre las condiciones de su trabajo, proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de
producción, mientras de otra parte convierte a los productores directos en obreros asalariados."

LETTIERI ALBERTO Y OTROS. (2001) Los tiempos Modernos. Del Capitalismo a la


Globalización. Siglos XVII al XXI. Buenos Aires: Ed. Del Signo. PP. 89 a 120 y 133 a
150. (Ficha de cátedra)

El Capitalismo: qué es, causas y evolución como concepto básico


Como concepto básico indispensable que debemos tener claro en nuestro día a día y sobre todo como cultura general,
debemos tener claro qué es el capitalismo, ya que hablamos mucho acerca de él, es muy criticado y como todo, para
poder tener opinión sobre algo, hay que saber de qué vamos a hacer juicio de valor. Nos referimos al capitalismo, sus
orígenes y sus formas.

¿Qué es el Capitalismo?
Es un sistema de organización económica caracterizado porque los medios de producción pertenecen a la propiedad
privada y por el uso del trabajo asalariado. El capitalismo es un sistema de organización económica descentralizado,
en el que el principio del máximo beneficio o lucro es el norte y guía de todas las decisiones económicas, se utilizan
los precios como señal informativa y el mercado como mecanismo general de coordinación.
¿Cómo surgió el Capitalismo?
Nacimiento

El Capitalismo tiene sus orígenes en Europa, apareció por primera vez en la


Baja Edad Media (del siglo XI al XV) con la transferencia del centro de vida
económica social y política de los feudos (centros rurales) hacia las ciudades.
El sistema feudal pasó por unas graves crisis derivadas de las catástrofes
demográficas causada por la Peste Negra y las hambrunas que asolaron las
regiones europeas. La extrema pobreza y las imposiciones del Antiguo
Régimen fueron los detonantes del cambio.
Detonantes
 Las transformaciones que ayudaron a dar paso a este nuevo sistema
surgieron entre los siglos XV y XVI, las más importantes se dieron en
ambientes rurales, que, aunque la población empezaba a emigrar a ciudades,
las personas de Progresivamente fue declinando la servidumbre feudal.
 Pequeño crecimiento de las rentas agrarias por el aumento de las
manufacturas y el comercio.
 Las revueltas campesinas, sobre todo, en el Sacro Imperio Romano Germánico (actual Alemania), sería
provocada por los tributos feudales, sequías, plagas y años de hambre que pasaban los campesinos.
 La pequeña nobleza emigra a las ciudades.
 Hubo un manifiesto en las ciudades el deseo recíproco de unir en matrimonio a las familias burguesas y de
la nobleza. Esta nueva clase social buscará el lucro a través de las actividades comerciales.
 Uniendo todo lo anterior, empieza a salir a la luz el papel de los banqueros. Ya que los pilares del sistema
capitalista fueron tanto los banqueros como la burguesía: lucro, control de los medios de producción,
expansión comercial y acumulación de riquezas.
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Fases históricas del Capitalismo
1. Primera Fase: Capitalismo Comercial
El Capitalismo Comercial o Pre-Capitalismo se extiende durante los siglos XVI al XVIII, con las Grandes Navegaciones y
Expansiones Marítimas Europeas.
Se acumulaban riquezas mediante el comercio de especies y materias primas de las colonias europeas, surgiendo a
su vez la teoría económica conocida como Mercantilismo.
2. Segunda Fase: Capitalismo Industrial
El Capitalismo Industrial comienza con la Revolución Industrial, ya que ésta generó un gran cúmulo de riquezas que
provenían del comercio de productos industrializados de fábricas europeas.
La enorme capacidad de transformación de la naturaleza, por medio del uso de las maquinas movidas a vapor, generó
una gran producción y, sobre todo, la multiplicación de ganancias.
3. Tercera Fase: Capitalismo Financiero
El Capitalismo Financiero o Capitalismo del Monopolio se inició durante el siglo XX, cuando finalizó la Segunda Guerra
Mundial, y se extiende hasta la actualidad. Una de las consecuencias con más importancia del crecimiento acelerado
de la economía capitalista fue el brutal proceso de centralización del capital. Muchas empresas surgieron y crecieron
muy rápido: Industrias, Bancos, casas comerciales, etc.
Las fuertes competencias entre las grandes empresas, favorecieron que nacieran las grandes empresas
transnacionales, mediante la fusión, durante los fines del siglo XX e inicios del siglo XXI que desembocaría en el
monopolio de gran cantidad de sectores de la economía.

¿Cuáles han sido las formas dominantes de Capitalismo?


Ha habido seis tipos destacados de Capitalismo, todos estos tienen en común la realización de un trabajo para
conseguir un salario:
 El Mercantilismo
Es una forma nacionalista del capitalismo primitivo en el cual los intereses empresariales nacionales están ligados a
los intereses del Estado y, por tanto, el aparato del Estado es utilizado para promover los intereses empresariales
nacionales en el extranjero. El mercantilismo sostiene la idea de que la riqueza de una nación se incrementa a través
de una balanza comercial positiva con otras naciones.
 El Capitalismo de Libre Mercado
Es un tipo de Capitalismo consiste en un sistema libre de precios, en el que se permite la oferta y la demanda para
llegar a su punto de equilibrio sin que intervenga el gobierno. Las empresas son de propiedad privada, y el papel del
Estado es limitado a la protección de los derechos de propiedad.
 La Economía Social de Mercado
Es un sistema, en teoría, de libre mercado, en el cual se mantiene la intervención del gobierno a la hora de fijar unos
precios mínimos, pero el Estado proporciona una protección social a través de la Seguridad Social, las prestaciones
por desempleo y el reconocimiento de los derechos laborales a través de las leyes nacionales de negociación colectiva.
El mercado social está basado en la propiedad privada de las empresas.
 El Capitalismo de Estado
Este sistema se compone de que al Estado le pertenecen los medios de producción y también los controla. Lo que se
debate entre los defensores del capitalismo privado frente al Estado se centra en torno a cuestiones de eficacia de
gestión, la eficiencia productiva y que sea más justa la distribución de la riqueza creada.
 El Capitalismo Corporativo
Es un mercado libre o mixto caracterizado por el predominio de las corporaciones jerárquicas y burocráticas, que
están legalmente obligadas a obtener sus beneficios. Capitalismo monopolista de Estado se refiere a una forma de
capitalismo corporativo, en el que se usa al Estado para beneficiar, proteger de la competencia y promover los
intereses de las empresas dominantes o establecidas.
 La Economía Mixta

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Es una gran economía de mercado consistida en que existe tanto la propiedad pública y como la propiedad privada
en los medios de producción. La mayoría de las economías capitalistas actuales se definen como “economías mixtas”,
aunque el equilibrio entre los sectores público y privado pueden variar y muchas veces, de notable forma.

OSZLAK OSCAR. Reflexiones sobre la formación del estado y la construcción de la sociedad argentina; en: Desarrollo
Económico, v. 21, N° 84 (enero-marzo 1982)

El propósito del presente trabajo es brindar una interpretación global del proceso de formación del Estado nacional
argentino. Por su extensión, no aspira a ofrecer un análisis exhaustivo de ese proceso y, por idéntica razón, no se ciñe
a una cronología rigurosa ni pretende informar sobre sucesos históricos puntuales. Constituye más bien una reflexión
general sobre un tema y una experiencia histórica que he explorado recientemente con mayor detenimiento en otro
trabajo (Oszlak, 1981*).
Aunque la historiografía argentina es densa y se dispone de innumerables estudios que han examinado
minuciosamente los acontecimientos más salientes de la vida nacional, así como la trayectoria de sus protagonistas,
es escaso el número de trabajos verdaderamente interpretativos. En este sentido, el estudio de la formación del Estado
argentino no cuenta con una tradición historiográfica que permita señalar senderos potencialmente fructíferos para
una profundización analítica del tema. Por ello, la perspectiva aquí adoptada no es estrictamente "histórica"; al menos,
no lo es en el sentido convencional de exposición cronológica de eventos. El énfasis será colocado en el análisis de
algunas cuestiones centrales planteadas por el tema mismo. Correspondientemente, el interés girará en torno a
actores y no a personajes, en torno a procesos y no a sucesos.
ESTATIDAD
La formación del Estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social. De un proceso en el cual se van
definiendo los diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada. En conjunto, estos planos
conforman un cierto orden cuya especificidad depende de circunstancias históricas complejas. Elementos tan variados
como el desarrollo relativo de las fuerzas productivas, los recursos naturales disponibles, el tipo de relaciones de
producción establecidas, la estructura de clases resultante o la inserción de la sociedad en la trama de relaciones
económicas internacionales, contribuyen en diverso grado a su conformación. Sin embargo, este orden social no es
simplemente el reflejo o resultado de la yuxtaposición de elementos que confluyen históricamente y se engarzan de
manera unívoca. Por el contrario, el patrón resultante depende también de los problemas y desafíos que el propio
proceso de construcción social encuentra en su desarrollo histórico, así como de las posiciones adoptadas y recursos
movilizados por los diferentes actores —incluido el Estado— para resolverlos. Si el determinismo y el voluntarismo
han dominado las interpretaciones sobre estos procesos, se ha debido en alguna medida a la dificultad de captar este
simultáneo y dialéctico juego de fuerzas entre factores estructurales y superestructurales.
Dentro de este proceso de construcción social, la formación del Estado nacional supone a la vez la conformación de la
instancia política que articula la dominación en la sociedad, y la materialización de esa instancia en un conjunto
interdependiente de instituciones que permiten su ejercicio. La existencia del Estado se verificaría entonces a partir
del desarrollo de un conjunto de atributos que definen la "estadidad" —la condición de "ser Estado"-, es decir, el
surgimiento de una instancia de organización del poder y de ejercicio de la dominación política. El Estado es, de este
modo, relación social y aparato institucional. Analíticamente, la estadidad supone la adquisición por parte de esta
entidad en formación, de una suerte de propiedades: (1) capacidad de externalizar su poder, obteniendo
reconocimiento corno unidad soberana dentro de un sistema de relaciones interestatales; (2) capacidad de
institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de relaciones de poder que garantice su monopolio sobre
los medios organizados de coerción; (3) capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjunto
funcionalmente diferenciado de instituciones públicas con reconocida legitimidad para extraer establemente recursos
de la sociedad civil, con cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta, medida de control centralizado
sobre- sus variadas actividades; y (4) capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de
símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control
ideológico como mecanismo de dominación (0szlak, 1978).
Conviene aclarar que estos atributos no definen a cualquier tipo de Estado sino a un Estado nacional La dominación,
colonial o el control político de las situaciones provinciales dentro del propio ámbito local, son formas alternativas de
articular la vida de una comunidad, pero no representan formas de transición hacia una dominación nacional. En este
sentido, el surgimiento del Estado nacional es el resultado de un proceso de lucha por la redefinición del marco
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institucional considerado apropiado para el desenvolvimiento de la vida social organizada. Esto implica que el Estado
nacional surge en relación a una sociedad civil que tampoco ha adquirido el carácter de sociedad nacional. Este
carácter es el resultado de un proceso de mutuas determinaciones entre ambas esferas.
NACIÓN Y ESTADO
La terna de la estadidad no puede entonces desvincularse de la terna del surgimiento de la nación, como otro de los
aspectos del proceso de construcción social. Del mismo modo en que la formación del Estado argentino no resultó
automáticamente de la guerra emancipadora, tampoco la nación argentina fue su necesario correlato. Varios fueron
los factores que impidieron la organización nacional una vez roto el vínculo colonial con España. Al producirse el
movimiento revolucionario, el Virreinato del Río de la Plata se extendía sobre un territorio prácticamente despoblado,
cuyos dispersos habitantes conformaban una población sedentaria dedicada principalmente a actividades ganaderas
y a una agricultura primitiva A pesar de ello, los pueblos que habitaban ese vasto territorio no se fracturaron de
inmediato luego de la revolución. La estructura política heredada de la colonia y su aparato burocrático continuaron
proporcionando durante un tiempo un elemento aglutinante básico. Romper con las Provincias Unidas requería tener
opciones: ser viable política y económicamente, tener ventajas comparativas en elegir la autonomía. Paraguay pronto
halló la conveniencia de hacerlo: las rentas originadas en su territorio se la permitían y el aislamiento lo justificaba. Su
posición geográfica no le había creado sólidos vínculos con el resto del territorio virreinal. Aunque en el caso de la
Banda Oriental la separación se debió a un compromiso político, también sus recursos y estratégica ubicación
geográfica hacían posible la secesión. En cambio, fue fortuito que se autonomizara el Alto Perú (Bolivia), al quedar
desmembrado de hecho por discontinuidad del dominio español durante los críticos años de las guerras de
independencia. Buenos Aires aspiró desde el mismo momento de la Revolución de Mayo a constituir un Estado
unificado bajo su hegemonía. Si otros intentos separatistas no prosperaron se debió, especialmente, a la enorme
diferencia de fuerzas entre la provincia porteña y cualquier otra coalición de provincias o proyectos de Estado
alternativos. La Confederación Argentina, constituida luego de la caída de Rosas sin la adhesión de Buenos Aires, no
fue una excepción e ilustra el caso límite: la coalición de todas las provincias no consiguió imponerse a Buenos Aires.
Estas circunstancias no deben ser interpretadas en el sentido de que ningún otro tipo de configuración territorial o
combinación política hubiera sido posible, lo que si señalan es una primera diferencia fundamental con otras
experiencias de construcción del Estado, sobre todo las europeas. En contraste con éstas, la experiencia argentina –y
en buena medida, la latinoamericana- no se caracteriza por la necesidad de una determinada unidad política de
absorber otras unidades (e.g. ciudades libres, principados, obispados) que ya ejercían significativos privilegios
soberanos. Los constructores del Estado argentino –fundamentalmente los sectores dominantes de Buenos Aires–no
buscaron formar una unidad política mayor o más fuerte, sino evitar la disgregación de la existente y producir una
transición estable de un Estado colonial a un Estado nacional. Lejos de guiarse por propósitos de conquista, aspiraron
a extender un movimiento revolucionario local a la totalidad de las provincias del ex virreinato y a heredar de la colonia
el control territorial y político ejercido por España. El que estos objetivos comenzaran a materializarse recién medio
siglo más tarde abre nuevos interrogantes. Si, como plantearan Hegel, Hobbbes, Weber y otros, la "sociedad civil" se
constituye a partir de grupos cuya solidaridad depende de la convergencia de intereses materiales e ideales, ¿qué
intereses fundamentales mantuvieron durante tanto tiempo la unidad formal de la sociedad argentina? Si el
aislamiento y la guerra civil fomentaban la disgregación y tales guerras de independencia no conseguirían despertar
del todo los sentimientos de pertenencia y solidaridad que denotaban la existencia de unidades nacionales, ¿por qué
no operaron en toda su potencial consecuencia las tendencias centrífugas? ¿Qué significado tuvo la "provincianía"
como instancia de articulación de relaciones sociales y a qué se debió que aisladamente o a través de pactos
federativos no pudieron llegar a constituir Estados autónomos? Aunque el tema merecería un tratamiento sistemático
en futuros trabajos, quisiera avanzar algunas respuestas preliminares. Indudablemente, la unidad nacional argentina
durante las primeras décadas de vida Independiente se asentó más en elementos expresivos y simbólicos que en
vínculos materiales plenamente desarrollados. Echeverría (1846) aludía en su Dogma Socialista a la unidad diplomática
externa, a la unidad de glorias, de bandera, de armas; a una unidad tácita e instintiva que se revelaba al referirse sin
mayor reflexión a "República Argentina", o "territorio argentino", "nación argentina", y no santiagueña, cordobesa o
porteña. Pero a cada uno de esos atributos era posible oponer otros que contradecían la unidad: prolongados
interregnos de aislamiento y absoluta independencia provincial, pactos de unión interrumpidos, viejas tradiciones
municipales, formas caudillistas de ejercicio de la dominación. Además, el territorio "nacional" distaba de ser una
unidad inseparable. Bien señala Álvarez (1910) que la Mesopotamia, la Banda Oriental y el Paraguay, flanqueados por
ríos, eran inabordables por tierra desde Buenos Aires; la altiplanicie oponía su barrera de piedra entre Jujuy y las
provincias bolivianas; sobre la llanura desierta, los indios y las dificultades que planteaban las largas travesías
incomunicaban a las pequeñas ciudades esparcidas por el vasto territorio. También los intereses económicos
regionales eran contradictorios. El Interior, con sus viñas y tejidos, competía con productos extranjeros que importaba
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el Litoral. Inclusive el vínculo del idioma no era tal en varias provincias, donde so preferían los lenguajes indígenas.
Tampoco existía una total homogeneidad étnica, contrariamente a lo que se cree habitualmente. Eran pocos los
descendientes de padre y madre españoles y muchos los extranjeros y los habitantes de razas negra, india y sus
diversas miscegenaciones. Ni siquiera perduró un andamiaje institucional colonial suficientemente desarrollado. En
otras experiencias latinoamericanas, como en el Brasil, el Perú y México, este aparato sirvió a la continuidad
institucional, compensando en parte los factores físicos, étnicos o culturales que dificultaban el proceso de integración
nacional. En el Río de la Plata, en cambio, el aparato administrativo colonial no llegó a desarrollar un eficaz mecanismo
centralizado de control territorial. Más aún, subsistieron en las diversas localidades órganos político-administrativos
coloniales que tendieron a reforzar el marco provincial como ámbito natural para el desenvolvimiento de las
actividades sociales y políticas. No alcanzaron de todos modos a conformar un verdadero sistema institucional, en
tanto su autoridad y representatividad fueron reiteradamente desnaturalizadas por el caudillismo y la lucha facciosa.
De este modo, así como la provincia fue una creación del proceso independentista, un sustituto del Estado colonial
desaparecido, el caudillismo fue un sustituto de la democracia asociada al movimiento libertario. Fue la modalidad
que asumió localmente la representación del pueblo, en un pueblo que desconocía la práctica democrática.
Paradójicamente, el aislamiento y el localismo, en condiciones de precariedad institucional, magros recursos y
población escasa, impidieron el total fraccionamiento de esas unidades provinciales en Estados nacionales soberanos.
De nuevo, la formalización de un funcionamiento autónomo –que de hecho existía– no aparejaba mayores ventajas.
En cambio, la posibilidad latente de negociar desde una posición de al menos formal paridad, la constitución de un
Estado nacional sobre bases más permanentes que las ofrecidas por los diversos pactos federativos, resultaba siempre
más atractiva y conveniente que el horizonte de miseria y atraso que la gran mayoría de las provincias podía avizorar
de persistir el arreglo institucional vigente. Sobre todo, existiendo plena conciencia de que la superación de ese Estado
de cosas pasaba por establecer alguna forma de vinculación estable al circuito económico que tenía por eje al puerto
de Buenos Aires. Estas posibilidades se vieron reforzadas en la medida en que la intensificación del comercio exterior
produjo el debilitamiento de algunas economías regionales, replanteando los términos de su inserción en los
primitivos mercados que se estaban conformando. Esto se vincula, por ejemplo, al surgimiento de nuevos intereses y
sectores de actividad locales, integrados al circuito mercantil-financiero que se desarrollaba a impulsos del comercio
exterior. Por otra parte, el paulatino mejoramiento de las comunicaciones y la consecuente creación de un mercado
interno para ciertas producciones del interior que antes se orientaban hacia los países limítrofes, también
contribuyeron al proceso de lenta homogeneización de los intereses económicos localizados en las diversas provincias.
Por último, no parece desdeñable como factor coadyuvante a la integración nacional, la experiencia comparada. Si
bien estos pueblos que surgían a la vida independiente sólo podían mirar a un pasado de sometimiento y vasallaje,
contaban en cambio con el ejemplo de otros países —como los Estados Unido también nacidos de un movimiento de
emancipación, o de las naciones europeas, que lo estaban completando —en el que se llamaría "siglo de las
nacionalidades", un lento proceso de integración, y a la vez de diferenciación, territorial, social y política. Estos
ejemplos no pasaban desapercibidos para la élite intelectual que asumió el liderazgo del proceso de organización
nacional argentino.
ORDEN Y PROGRESO
Aunque las observaciones precedentes no agotan siquiera la mención de las múltiples vinculaciones entre el
surgimiento del Estado y la cuestión nacional, destacan no obstante un aspecto que se me ocurre central para nuestro
análisis: sólo a partir de la aparición de condiciones materiales para la estructuración de una economía de mercado se
consolidan las perspectivas de organización nacional; y sólo en presencia de un potencial mercado nacional —y
consecuentes posibilidades de desarrollo de relaciones de producción capitalistas— se allana el camino para la
formación de un Estado nacional. En la experiencia argentina, la expansión de la economía exportadora durante la
primera mitad del siglo no se vio interrumpida por las guerras civiles. A partir de la caída de Rosas, su ritmo se vio
fuertemente incrementado corno consecuencia de una demanda externa que crecía a impulsos de lo que se llamó la
segunda revolución industrial. Las nuevas posibilidades tecnológicas, sumadas a los cambios producidos en las
condiciones políticas internas, crearon oportunidades e intereses cuya promoción comenzó a movilizar a los agentes
económicos, produciendo ajustes y desplazamientos en las actividades productivas tradicionales. Sin embargo, pese a
la intensa actividad despertada por la apertura de las economías, las posibilidades de articulación de los factores
productivos se vieron prontamente limitadas por diversos obstáculos: la dispersión y el aislamiento de los mercados
regionales, la escasez de población. la precariedad de los medios de comunicación y transporte, la anarquía en los
medios de pago y en la regulación de las transacciones, la inexistencia de un mercado financiero, las dificultades para
expandir la frontera territorial incorporando nuevas tierras a la actividad productiva. Pero sobre todo, por la ausencia
de garantías sobre la propiedad, la estabilidad de la actividad productiva y hasta la propia vida —derivadas de la
continuidad de la guerra civil y las incursiones indígenas— que oponían escollos prácticamente insalvables a la
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iniciativa privada. La distancia entre el progreso indefinido” que los observadores de la época anticipaban como meta
de la evolución social, y la realidad del atraso y el caos, era la distancia entre la constitución formal de la nación y la
efectiva existencia de un Estado nacional. Recorrer esa distancia, salvar la brecha, implicaba regularizar el
funcionamiento de la sociedad de acuerdo con parámetros dictados por las exigencias del sistema productivo que
encarnaba la idea de Progreso.
Es importante observar que en la intención de os hombres de la organización nacional, "regularizar" —o, en sus
términos, "regenerar"— no significaba restituir a la sociedad determinadas pautas de relación y convivencia a ni
regresar a un "orden" habitual momentáneamente disuelto por los enfrentamientos civiles, sino imponer un nuevo
marco de organización y funcionamiento social, coherentes con el perfil que iban adquiriendo el sistema productivo y
las relaciones de dominación. Roto el orden colonial, el proceso emancipador había desatado fuerzas centrifugas que
desarticulaban una sociedad que pretendía ser nación, sin que las diversas fórmulas ensayadas hubieran conseguido
establecer un nuevo orden. Por eso, el orden se erigía en la agenda de problemas c de la sociedad argentina como
cuestión dominante. Resuelta ésta, podrían encarrilarse con mayor dedicación y recursos los desafíos del progreso.
Encontrar la mejor forma de organización social --diría Fragueiro (1950) — constituye el problema de fondo; resuelto
éste, "la carrera del progreso" se efectuará "al paso del vapor y de la electricidad". El "orden" aparecía así como la
condición de posibilidad del "progreso ", como el marco dentro de las cual, librada a su propia dinámica, la sociedad
encontraría sin grandes obstáculos el modo de desarrollar s sus fuerzas productivas. Pero a su vez, el "progreso" se
constituía en condición de legitimidad del "orden". Por definición, entonces, el "orden" excluía a todos aquellos
elementos que pudieran obstaculizar el progreso, el avance de la civilización, fueran éstos indios o montoneras. Estas
"rémoras" que dificultaban el "progreso" eran todavía en 1862 vestigios de una sociedad c cuyos parámetros se
pretendía transformar. Por eso, el” orden" también contendría una implícita definición de ciudadanía, no tanto en el
sentido de quienes eran reconocidos como integrantes de una comunidad política, sino más bien de quienes eran
considerados legítimos miembros de la nueva sociedad, es decir, de quienes tenían cabida en la nueva trama de
relaciones sociales. El "orden" también tenía proyección relaciones externas. Su instauración permitiría obtener la
confianza del extranjero en la estabilidad del país y sus instituciones. Con ello se atraerían capitales e inmigrantes, dos
factores de la producción sin cuyo concurso toda perspectiva de progreso resultaba virtualmente nula. Hasta entonces
no se registraba un flujo significativo de capital extranjero y la corriente inmigratoria no había sido objeto de una
deliberada política gubernamental. Pero lo más importante para nuestro análisis es que la instauración del "orden",
además de producir una profunda reconstitución de la sociedad, significaba dar vida real a un Estado nacional cuya
existencia, hasta entonces, no se evidenciaba mucho más allá de un texto constitucional. El desorden y sus diferentes
manifestaciones (enfrentamiento armado, caos jurídico, precariedad institucional, imprevisibilidad en las
transacciones) expresaban precisamente la inexistencia de una instancia articuladora de la sociedad civil que, en las la
nuevas condiciones históricas, sólo podía estar encarnada en el Estado. Luego de cinco décadas de guerras civiles, los
atributos del Estado argentino, el conjunto de propiedades que le acordaban como tal, sólo tenían vigencia en la letra
de la ley. De hecho, La Confederación Argentina compartía con Buenos Aires el reconocimiento externo de su
soberanía política A su vez, el control institucionalizado sobre los medios de coerción era compartido por los catorce
gobiernos provinciales, que se reservaban celosamente este atributo de dominación. A esta dispersión de la autoridad
se contraponía la inexistencia o precariedad de un aparato administrativo y jurídico con alcances nacionales, otra de
las formas en que se materializa la existencia de un Estado nacional. Bajo tales condiciones. Tampoco podía esperarse
que el Estado confederado desarrollara la capacidad de generar símbolos reforzadores de sentimientos de pertenencia
y solidaridad social, esencial mecanismo ideológico de dominación. Cada una de estas propiedades remite a la
existencia de un "orden" en los diferentes planos de la vida social organizada. Soberanía externa in disputada,
autoridad institucionalizada en todo el ámbito territorial, respaldada por el control monopólico de la coerción;
diferenciación e integración del aparato institucional y centralización jurídico-legislativa; creación simbólica de
consenso como fundamento legitimador de la supremacía del Estado sobre toda otra instancia de poder alter-nativo;
tales los senderos a recorrer, las cuestiones a resolver, en el simultáneo proceso de "ordenar ' la sociedad y llenar de
contenido a los atributos del Estado.
DOMINIUM
El triunfa de Pavón, que confirmó la hegemonía de Buenos Aires sobre el resto del territorio argentino, allanó —a
partir de 1862— el camino para la definitiva organización del Estado nacional. Sobre la base de una inestable coalición
y a partir de los recursos y organismos de La provincia porteña, el gobierno surgido de Pavón comenzó a desplegar un
amplio abanico de actividades que. poco a poco afianzarían el dominio institucional del Estado. Desde un punto de
vista analítico, la existencia y desarrollo de estas instituciones nacionales pueden ser observados coma resultado de
un proceso de "expropiación" social. Es decir, su aleación y expansión implican la conversión de intereses comunes de
la sociedad civil en objeto de interés general y, por lo tanto, en objeto de la acción de ese Estado en formación. A
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medida que ello ocurre, la sociedad existente va perdiendo competencias, ámbitos de actuación, en los que hasta
entonces había resuelto —a través de diferentes instancias y mecanismos—las cuestiones que requieren decisiones
colectivas de la comunidad. 0 sea, el Estado subroga -- transformándolos en "públicos" y "generales"— intereses y
funciones propios de los particulares, de las instituciones intermedias (como la Iglesia) o de los gobiernos locales. En
ese mismo proceso, la sociedad va alterando sus referentes institucionales y el marco habitual para el desarrollo de la
actividad social. Esta enajenación de facultades por el Estado en ciernes adopta diversas modalidades. En parte,
consiste en adquirir el monopolio de ciertas formas de intervención social reservadas a la jurisdicción de los gobiernos
locales. En parte, también, en una invasión por el Estado nacional de ámbitos de acción propios de los "particulares".
En parte, finalmente, en la delimitación de nuevos ámbitos operativos que ningún otro sector de la sociedad está en
condiciones de atender, sea por la naturaleza de la actividad o la magnitud de los recursos Involucrados. Esta última
modalidad no implica estrictamente una expropiación funcional, sino más bien la apertura de nuevos espacios de
actuación que hace posible, por su formidable concentración de poder y recursos materiales, la existencia de un Estado
nacional Esta existencia, entonces, (1) exige replantear los arreglos institucionales vigentes desplazando el marco de
referencia de la actividad social de un ámbito local-privado a un ámbito nacional-público; y (2) crea la posibilidad de
resolver, mediante novedosa formas de intervención, algunos de los desafíos que plantea el paralelo desarrollo de la
sociedad.. En la experiencia argentina, el Estado nacional surgido de Pavón no adquirió automáticamente sus
atributos, como consecuencia del triunfo militar, sino que debió luchar por constituir un dominio en los diversos planos
en que se verificaba su existencia. Al disolverse la Confederación Argentina, se retornó de hecho al arreglo.
institucional vigente antes de su creación. Con excepción de las relaciones exteriores, confiadas al gobierno provisional
de Mitre, la resolución de los asuntos "públicos" siguió en manos de los gobiernos provinciales y de a algunas
instituciones civiles como la Iglesia o ciertas asociaciones voluntarias. Aun cuando la constitución nacional, vigente
desde hacía una década, continuó proporcionando un esquema institucional y normativo imprescindible para la
organización del Estado nacional, su desagregación e implementación estaban todavía pendientes. Ello suponía
materializar en acción lo que hasta entonces era poco más que una formal declaración de intenciones. Sin duda, la
transferencia —forzada o no— de funciones ejercidas de hecho por las provincias, concentró los mayores esfuerzos
del gobierno nacional, que fueron dirigidos especialmente a la formación de un ejército y una aparato recaudador
verdaderamente nacionales. Grandes fueron también los obstáculos hallados en la creación de otras instituciones
destinadas a normativizar y/o ejercer control sobre las demás áreas que el gobierno nacional comenzaba a r reivindicar
como objeto de su exclusivo monopolio (v.g. emisión de moneda, administración de justicia de última instancia,
nacionalización de la banca). Otras veces, en cambio, las provincias cederían prestamente la iniciativa, como en el caso
de los esfuerzos por extender la frontera con el indio o la construcción de las grandes obras de infraestructura en todo
el país. Establecer su dominio también suponía para el gobierno nacional apropiar ciertos instrumentos de regulación
social hasta entonces impuestos s por la tradición, legados por la colonia o asumidos por instituciones como la iglesia.
Su centralización en el Estado permitía aumentar el grado de previsibilidad en las transacciones, uniformar ciertas
prácticas, acabar con la improvisación, crear nuevas pautas De interacción social. A diferencia de la apropiación de
áreas funcionales bajo control provincial; no había en estos casos una clave lógica de sustitución. La variedad de
ámbitos operativos en los que el gobierno nacional comenzó a reclamar jurisdicción señalan más bien un alerta
pragmatismo, muchas veces reñido con la filosofía antiintervencionista del liberalismo que inspiraba su acción en otros
terrenos. Este avance sobre la sociedad civil tuvo probablemente su más importante manifestación en la tarea de
codificación de fondo. A veces, la apropiación funcional implicó la invasión de fueros ancestrales. Por ejemplo, cuando
años más tarde el Estado tomó a su carga el registro de las personas, la celebración del matrimonio civil o la
administración de cementerios, funciones tradicionalmente asumidas por la iglesia. Otras veces, supuso la incursión
en ciertos campos combinando su acción con la de los gobiernos provinciales y la de los particulares. El ejemplo que
mejor ilustra esta modalidad es la educación, área en la que el gobierno nacional tenía una creciente participación y
se reservaría prerrogativas de superintendencia y legislación general El caso de los ferrocarriles también. representa:
un típico campo de incursión compartida con las provincias y el sector privado —incluso bajo la forma de lo que hoy
llamaríamos joint ventures. Mencionemos, además, las áreas de colonización, negocios bancarios y construcción de
obras públicas como otros tantos ejemplos de esta modalidad. A menudo el gobierno nacional utilizó la fórmula de
concesión —con o sin garantía— para la 9 ejecución de las obras o la prestación de los servidos, contribuyendo a la
formación de una clase social de contratistas y socios del Estado frecuentemente implantada además en otros sectores
de la producción y la intermediación. Finalmente, el mismo desarrollo de las actividades productivas, la mayor
complejidad de las relaciones sociales, el rápido adelanto tecnológico, entre otros factores; fueron creando nuevas
necesidades regulatorias y nuevos servicios que el gobierno nacional comenzó a promover y tomar a su cargo. En esta
categoría se inscriben actividades tan variadas como la organización del servicio de correos y telégrafos, promoción
de la inmigración, la delimitación y destino de las tierras públicas, la exploración geológica y minera, el control
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sanitario, la formación de docentes y el registro estadístico del comercio y la navegación. En general, las actividades
hasta ahora mencionadas fueron apropiadas por el Estado sustituyendo en su ejecución a otros agentes sociales. Esta
sustitución, casi siempre imperativa, implicaba una transferencia y concentración de ámbitos funcionales cuyo control
representaría, a la vez, una fuente de legitimación y de poder. Asumiendo la responsabilidad de imponer un orden
coherente con las necesidades de acumulación, el Estado comenzaba a hallar espacio institucional y a reforzar los
atributos que lo definían coma sistema de dominación. Las otras instancias articuladoras de la actividad social cedían
terreno y se subordinaban a nuevas modalidades de relación que lentamente se incorporaban a la conciencia ordinaria
de los individuos y a la rutina de las instituciones.
PENETRACIÓN ESTATAL
Si bien la apropiación y creación de ámbitos operativos comenzó a llenar de contenido la formal existencia del Estado,
también dio vida a una nueva instancia que sacudía en sus raíces formas tradicionales de organización social y ejercicio
del poder política. Por eso, luego de la instauración del gobierno de Mitre, las reacciones del interior no tardaron en
producirse. Fundamentalmente, se manifestaron en pronunciamientos de jefes políticos dispuestos a cambiar
situaciones provinciales adictas, o contrarias al nuevo régimen, así como en la continuidad de prácticas autónomas
lesivas para el poder central. A pesar de que el movimiento iniciado en Buenos Aires contaba con aliados de causa en
el Interior, Fue la rápida movilización de su ejército el argumento más contundente para "ganar la adhesión" de las
provincias y eliminar los focos de contestación armada. La centralización del poder y los recursos resultaban
insuficientes. Para ser efectiva, debía ir acompañada por una descentralización del control, es decir, por una
"presencia" institucional permanente que fuera anticipando y disolviendo rebeliones interiores y afirmando la
suprema autoridad del Estado nacional. Sin embargo, esta presencia no podía ser sólo coactiva. Los largos años de
guerra civil habían demostrado la viabilidad de verlos experimentos de creación del Estado, fundados en la fuerza de
las armas o en efímeros pactos que cambiantes circunstancias se encargaban rápidamente de desvirtuar. Si bien
durante la guerra de independencia la organización del Estado nacional había tenido un claro sentido político, las
luchas recientes habían puesto de relieve el inocultable contenido económico que había adquirido esa empresa. Por
eso, la legitimidad del Estado asumía ahora un carácter diferente. Si la represión —su faz coercitiva--aparecía como
condición necesaria para lograr el monopolio de la violencia y el control territorial, la creación de bases consensuales
de dominación aparecía también como atributo esencial de la "estatidad". Ello suponía no solamente la constitución
de una alianza, política estable, sino además una presencia: articuladora —material e ideológica que soldara relaciones
sociales y afianzara los vínculos de la nacionalidad. De aquí el carácter multifacético que, debía asumir la presencia
estatal y la variedad de formas de penetración que la harían posible. A pesar de ser aspectos de un proceso único, las
diversas modalidades. con que se manifiesto, esta penetración podría ser objeto de una categorización analítica. Una
primera modalidad, que llamaré represiva, supuso la organización de una fuerza militar unificada y distribuida
territorialmente, con el objeto de prevenir y sofocar todo intento de alteración del orden impuesto por el Estado
nacional. Una segunda, que denominaré cooptativa, incluyó la captación de e apoyos entre los sectores dominantes y
gobiernos del interior, a través de la formación de alianzas y coaliciones basadas en compromisos y prestaciones
recíprocas. Una tercera, que designaré como material, presupuso diversas formas de avance del Estado nacional, a
través de la localización en territorio provincial de obras, servicios y regulaciones indispensables para su progreso
económico. Una cuarta y última, que llamaré ideológica, consistió en la creciente capacidad de creación y difusión de
valores, conocimientos y símbolos reforzadores de sentimientos de nacionalidad que tendían a legitimar el sistema de
dominación establecido. Cabe advertir, sin embargo, que tratándose de categorías analíticas excluyentes, su examen
separado no debe hacer perder de vista la simultaneidad y compleja imbricación con que se manifestaron en la
experiencia histórica concreta. La penetración represiva implica la aplicación de violencia física o amenaza de coerción,
tendientes a lograr el acatamiento a la voluntad de quien la ejerce y a suprimir toda eventual resistencia a su autoridad.
El mantenimiento del orden social se sustenta aquí en el control de la violencia, a diferencia de lo que ocurre con las
otras formas de penetración, en que el orden se conforma y reproduce a partir de contraprestaciones o beneficios
que crean vínculos de solidaridad entre las partes que concurren a la relación., consolidando intereses comunes y
subsidios de posibles alianzas. Es decir, tanto la penetración material como la cooptativa o la ideológica tienen un
fundamento consensual, aun cuando apelan a distintos referentes: el interés material, el afán de poder o la convicción
ideológica, fuerzas que movilizaran el consenso facilitando una creciente presencia articuladora del Estado. En loa
críticos años de la organización nacional argentina, estas modalidades de penetración se manifestaron a través de muy
diversos mecanismos. Pese al carácter fundamentalmente represivo que asumió la intervención estatal durante las
dos primeras décadas que siguieron a Pavón, también se ensayaron con variado éxito mecanismos de penetración
más consensuales, que fueron configurando los atributos no coercitivos de la “estatidad". La penetración material
constituyó una modalidad de control social basada en la capacidad de crear, atraer, transformar, promover y, en última
instancia, ensamblar, los diferentes factores de la producción, regulando sus relaciones. Desde el punto de :vista de la
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acción estatal, esto supuso la provisión de medios financieros y técnicos para la ejecución de obras de infraestructura
o el suministro de servicios; el dictado de reglamentos que introdujeran regularidad y previsibilidad en las relaciones
de producción e intercambio; la concesión de beneficios y privilegios para el desarrollo de actividades lucrativas por
parte de empresarios privados; y el acuerdo de garantías —tanto a empresarios como a usuarios sobre la rentabilidad
de los negocios emprendidos con el patrocinio estatal, !a ejecución de las obras y la efectiva prestación de los servicios.
Mediante la cooptación, el Estado nacional intentó ganar aliados entre fracciones burguesas del Interior y gobiernos
provinciales, a través de la promesa cierta o efectiva concesión de diversos tipos de beneficios conducentes a
incorporar nuevos sectores a la coalición dominante. Por ejemplo, el selectivo empleo de subsidios, el nepotismo en
la designación de cargos públicos nacionales, o la intervención federal dirigida a Instalar o reponer en el gobierno de
las provincias a aliados de causa de los sectores que ejercían el control del gobierno nacional*, fueron algunos de los
mecanismos de cooptación empleados. Conviene señalar no obstante un rasgo que vinculaba a los diferentes modos
de penetración. En tanto los beneficios y contraprestaciones se dirigieron a ciertos sectores de la sociedad, con
exclusión de otros, implicaron a menudo privilegios que por oposición relegaban a estos últimos a una existencia
económica, cultural o políticamente marginal. Por eso la represión y las formas más consensuales de penetración
fueron procesos simultáneos y recíprocamente dependientes: ganar aliados dio lugar muchas veces a ganar también
enemigos, y el "progreso" en el que se enrolaron los unos exigió el "orden" que debió imponerse sobre los otros. De
esta manera, mecanismos como la intervención federal a las provincias pueden considerarse a la vez, como una
modalidad de penetración represiva y como un medio de ganar la adhesión y afianzar las bases de poder de sectores
aliados dentro del propio territorio provincial. Por último, la penetración ideológica revistió .la represión desnuda o
los intereses individuales de un barniz legitimante, tendiente a convertir la dominación en hegemonía, el beneficio
particular en interés general. La ideología sirvió como mecanismo de interpelación y constitución de sujetos sociales
que, en medio de una situación de caos institucional y transformación de la estructura económica, debían, reubicarse
dentro de la nueva trama de relaciones que se estaba conformando. Desde esta perspectiva, la acción del Estado se
dirigió a instituir pautas educacionales congruentes con el nuevo esquema de organización social; establecer el imperio
de la ley" y sacralizar una concepción de la justicia que fijaba minuciosamente las posibilidades y límites de la acción
individual; secularizar prácticas sociales inveteradas que representaban sentaban serios obstáculos para la vigencia de
instituciones liberales "progresistas"; desarrollar un discurso político que justificara el funcionamiento de una
democracia restrictiva, contradictoria con el liberalismo impuesto en el piano de las relaciones de producción; instituir,
en fin, creencias, valores y normas de conducta coherentes con un nuevo patrón de relaciones sociales y un nuevo
esquema de dominación. Al margen de su impacto específico, estas diferentes modalidades de penetración tenderían
a producir diversas consecuencias. En el plano social, la creciente apropiación por el Estado de nuevos ámbitos
operativos y su activo involucramiento en la resolución de los distintos aspectos problemáticos de las dos cuestiones
centrales —orden y progreso— que dominaban la agenda de la sociedad argentina. En lo que se refiere al propio
Estado, cada una de las formas de penetración se expresaría en cristalizaciones institucionales, es decir, en normas y
organizaciones burocráticas que regularían. y ejecutarían las actividades contempladas en los distintos ámbitos
operativos. El Estado nacional se convirtió en el núcleo irradiador de medios de comunicación, regulación y articulación
social, cuya difusión tentacular facilitaría las transacciones económicas, la movilidad e instalación de la fuerza de
trabajo, el desplazamiento de las fuerzas represivas y la internalización de una conciencia nacional. Estos correlatos
institucionales de la penetración estatal serían, de esta manera, momentos en el proceso de la adquisición de los
atributos de la estatidad. Al producir la descentralización del, control constituirían, en esta etapa inicial; una -
condición inseparable de la descentralización del poder.
RESISTENCIAS
Como la interpretación un tanto exitista de los avances del Estado sobre la sociedad puede sugerir un desarrollo lineal
poco fiel a los hechos, quisiera dedicar algún espacio a las resistencias halladas en este proceso formativo.
Retrotrayéndonos por un momento al movimiento de emancipación nacional, podemos observar que si bien la
oposición de los españoles en el terreno militar fue doblegada en un término relativamente breve, los líderes
revolucionarios porteños muy pronto debieron experimentar la resistencia de sectores sociales sometidos a levas,
expropiaciones o contribuciones diversas; de autoridades locales no resignadas a perder o compartir su poder; y de
aspirantes rivales a monopolizar r la soberanía del Estado. En general, las provincias interiores se mostraron
indiferentes —y hasta hostiles— a los intentos de Buenos Aires por dar un alcance nacional al movimiento
revolucionario. Los sectores dominantes porteños no ofrecieron inicialmente --quizás no estaban en a condiciones de
hacerlo— compensaciones o ventajas suficientes a las clases dominantes del Interior como para que éstas aceptaran
incondicionalmente el liderazgo y las bases sobre las que aquéllos pretendían organizar el Estado nacional. EI largo
periodo anárquico creo la ilusión de un empate entre Buenos Aires y e el interior que estaba lejos de describir la real
relación de fuerzas que se desarrollaba a la sombra del aislamiento "federalista". De hecho, Buenos Aires prosperaba
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mucho más aceleradamente que el resto del país. A la caída de Rosas, el conflicto latente se hizo explícito. El Litoral,
con el apoyo del Interior, intentó asumir el liderazgo del proceso de organización nacional en circunstancias en que
Buenos Aires no había resignado sus pretensiones hegemónicas. El conflicto asumió la forma de un enfrentamiento
entre unidades políticas (Vg. la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires) territorialmente delimitadas,
cuando en realidad constituía el choque de dos concepciones diferentes sobre el modo de organizar políticamente
una nación; pero especialmente, sobre las consecuencias económicas y sociales derivadas de imponer fórmulas
políticas alternativas. El triunfo de Buenos Aires abrió otras líneas de conflicto. A los que resistían desde mucho antes
(Vg. _por una parte, los indios; por otra, los caudillos del Interior que veían sus posiciones amenazadas en el propio
ámbito local por los aliados provinciales de la causa porteña) empezaron a agregarse fracciones de las clases
dominantes de Buenos Aires, para las cuales la existencia de un Estado nacional comenzaba a crear contradicciones y
enfrentamientos en una instancia institucional que no controlaban plenamente. Esto se vincula con el tema de la
"autonomía relativa" del Estado, e invita a hacer alguna reflexión sobre las posibles razones de estas contradicciones.
En primer lugar, si bien es difícil establecer distinciones claras entre los sectores sociales que tenían acceso a —y en
definitiva controlaban— los gobiernos nacional y provincial de Buenos Aires, es evidente que a través del Congreso o
del propio Poder Ejecutivo, un importante número de legisladores y funcionarios oriundos del Interior comenzó a
sostener, frente a cuestiones en debate, posiciones no siempre favorables a los intereses porteños Esta actitud, de la
que a veces participaban genuinos representantes de Buenos Aires con responsabilidades ejecutivas en el gobierno
nacional, se vio reforzada por la necesidad de este último de extender sus bases sociales de apoyo ganando la adhesión
de sectores dominantes del Interior. Sin su concurso, resultaba difícil asegurar la sucesión del régimen, ya que aún no
se había logrado consolidar un firme pacto de dominación manifestado a través de una fórmula política
consensualmente aceptada, en tanto que la representación del Interior en el Senado le otorgaba mayoría suficiente
para desbaratar proyectos e iniciativas claramente opuestas a sus intereses. En segundo lugar, buena parte de las
posiciones de poder fueron ocupadas por miembros de una casta político-militar, un verdadero patriciado burocrático,
que a pesar de sus lazos de parentesco y amistad con integrantes de los sectores terratenientes y mercantiles, no se
manifestaron dispuestos s satisfacer pasivamente todas sus reivindicaciones y demandas. Es decir, aunque la política
oficial no dejó de estar sesgada hacia los intereses porteños, ello no significó un compromiso incondicional con los
mismos. Es probable que esta actitud estuviera vinculada con la lógica de reproducción del propio Estado. No hay que
olvidar que las exigencias de financiamiento y expansión de las actividades estatales resultaban a menudo
contradictorias con los intereses de la incipiente burguesía porteña, por lo que muchas de las iniciativas del gobierno
nacional (Vg. leyes de tierras, nacionalización del Banco de la Provincia de Buenos Aires, federalización de la Capital,
tributación sobre el comercio exterior) lo enfrentaban a ese sector. Englobar estas complejas situaciones en la noción
de "autonomía relativa del Estado", no parece aportar demasiado a la tarea de conceptualización sobre la relación
entre clases dominantes y Estado. Quizás corresponda también decir algo acerca de las resistencias sociales que no
existieron en la experiencia argentina, a diferencia de otros procesos de formación de Estados nacionales en los que
diversas formas de rebeliones tributarias, alzamientos campesinos, protestas obreras o enfrentamientos étnicos y
religiosos, se constituyeron en obstáculo. La gran concentración de la propiedad fundiaria, la ausencia de un extendido
sector campesino, el poder ejercido por los grandes propietarios y la temprana y peculiar inserción del país en el
mercado mundial —que convirtió a los impuestos sobre el comercio exterior en la principal fuente de recursos del
Estado—, permitieron reducir la presión tributaria directa sobre el capital, trasladando el mayor peso de la imposición
sobre los sectores populares. La dispersión, reducido tamaño y escasa organización de los sectores obreros y
campesinos impidieron —al menos hasta fines de siglo— el surgimiento de movimientos contestatarios de
importancia. El pueblo, disgregado, analfabeto, férreamente dominado como productor y guerrero, sistemáticamente
privado de derechos cívicos, no se alzó. Sirvió más bien como instrumento —apasionado o indiferente— de jefes
ocasionales 3 . Pero no fue sólo la escasa educación o el Estado de guerra casi permanente lo que facilitó el control de
las clases subalternas y explica la falta de movilización popular. Las características que asumió la explotación agrícola-
ganadera, los altos rendimientos, la feracidad y bajo precio de la tierra, la imposibilidad o dificultad de exportar
cereales —debido a los altos fletes— o carne —por razones tecnológicas— permitió que las clases populares tuvieran
acceso a una alimentación barata y abundante, aun en condiciones de vida semibárbara. Durante bastante tiempo,
los bienes primarios exportables fueron otros (ge. cuero), lanas y, en menor medida, tasajo) y transcurrieron muchos
años antes de que lo que ahora llamamos "bienes salario" (ge. carne y trigo) se convirtieran en el origen de algunas de
las contradicciones centrales de la economía y la política argentinas.
ESTADO Y CLASES
El análisis precedente pone de manifiesto otra arista poco estudiada del proceso de formación estatal: la vinculación
entre este proceso y la constitución de clases sociales. La historiografía argentina aún carece de una adecuada
caracterización de la estructura de clases--particularmente, de la clase dominante— y su evolución a través del extenso
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periodo que demandó la consolidación del Estado nacional*. Sin mayor pretensión que aportar algunas reflexiones a
esta importante temática, quisiera destacar dos aspectos diferentes, aunque íntimamente relacionados entre si: (1) la
composición y transformación de la clase dominante; y (2) el papel del Estado en la estructuración de clases sociales.
Con relación al primer aspecto, Gaetano Mosca (1939), en su célebre La clase gobernante, sostenía que en sociedades
primitivas, que se hallan todavía en etapas tempranas de organización, el valor militar es la cualidad que más
rápidamente abre acceso a la clase política o clase gobernante. Esta observación es particularmente aplicable, según
este autor, a pueblos que recién entraron en la etapa agraria y han alcanzado un cierto grado de civilización; allí, la
clase militar es la clase gobernante. Pero a medida que avanza la "civilización del progreso" y aumenta la renta del
suelo —con el correlativo incremento de la producción y el consumo— la riqueza, y no ya el valor militar, pasa a ser el
rasgo característico de la clase gobernante: los ricos en lugar de los bravos son los que mandan. Aunque esta
observación no deja de ser pertinente para la experiencia argentina, la tajante dicotomía que propone requiere, en
este caso, ser matizada. Históricamente, la clase dominante argentina se constituyó y reconstituyó a partir de
miembros de diversos y cambiantes sectores de actividad. Durante la etapa de las guerras de la independencia, fue
visible –tal como lo señala la proposición general de Mosca— el liderazgo ejercido por la casta militar, en los esfuerzos
de centralización del poder. Sin embargo, los comerciantes criollos también tuvieron un papel destacable dentro del
cambiante escenario político de esos años. Tampoco fue desdeñable la influencia de los hacendados, de los
intelectuales (o elite letrada, como prefiere llamarlos Halperin), aunque su gravitación crecería en las décadas
siguientes. La terminación de las guerras de emancipación nacional redujo la significación del mérito militar y el
comando de efectivos como base de poder. Guerreros desocupados 15 y en disponibilidad la enrolaron en uno u otro
bando durante la larga etapa de lucha facciosa, desdibujándose el papel de los militares como presencia corporativa
dentro de la clase dominante. A la vez, con la lenta aunque creciente diferenciación de la sociedad, fueron surgiendo
grupos (e.g. comerciantes, saladeristas, laneros) cuyo poder económico llevó a muchas de sus miembros a ejercer
influencia o asumir un papel protagónico en la escena política local y nacional. En una etapa más avanzada del proceso
de organización nacional comenzaría a producirse una Implantación de estos grupos económicos en múltiples sectores
de actividad, le cual —desde el punto de vista de nuestra análisis— dificulta una caracterización en términos
convencionales. Hacia 1862, momento crucial en el proceso constitutivo del Estado argentino, la alianza política que
asumió el liderazgo de la organización nacional fue una compleja coalición que cortaba a través de regiones, "partidos",
clases, actividades y hasta familias. El centro de la escena política fue ocupado por diversas fraccionen de una
burguesía en formación, implantada fundamentalmente en las actividades mercantiles y agroexportadoras que
conformaban la todavía rústica aunque pujante economía bonaerense. A este núcleo se vinculaban (1) por origen
social, un nutrido y heterogéneo grupo de intelectuales y guerreros que por su control del aparato institucional —
burocrático y militar— de la provincia porteña, constituía una auténtica clase política, y (2) por lazos comerciales,
diversas fracciones burguesas del litoral fluvial y el Interior, cuyos intereses resultaban crecientemente promovidos a
través de esta asociación. Sin embargo, al integrar en sus filas sectores sociales tan variados, distaba mucho de ser
una coalición fuerte o estable. Sus latentes diferencias, que pronto comenzarían a manifestarse, determinaron que el
liderazgo inicial de Buenos Aires se diluyera en un complejo proceso de recomposición de la coalición dominante,
cuyos rasgos esenciales serían el descrédito y posterior crisis de su núcleo liberal nacionalista y el ensanchamiento de
sus bases sociales a través de la gradual incorporación de las burguesías regionales. Transcurrirían todavía dieciocho
anos hasta que se consolidara un "pacto de dominación" relativamente estable. A lo largo de este período, la existencia
de un Estado nacional no sólo contribuiría a transformar la composición de la clase dominante (e.g. a través de las
diversas modalidades de penetración ya analizadas), sino también a transformar la propia estructura social. Esto nos
lleva al segundo aspecto que quería destacar. Frente a una estructura social de las características descriptas y a una
clase dominante cuyas contradicciones abrían espacio a la progresiva diferenciación y autonomía del aparato
Institucional del Estado, cabe preguntar de qué modo se relacionaron los procesos constitutivos de la estructura social
y del Estado. En otras palabras, estoy planteando el problema del rol del Estado en la construcción de la sociedad y el
desarrollo del capitalismo argentinos. No es fácil ponerse de acuerdo sobre el tipo de indicadores que permitirían
"medir" —o evaluar- el peso de la intervención estatal en estos procesos. No es difícil, en cambio, perderse en el
laberinto de las múltiples formas de intervención a través de las cuales el Estado moldea a la sociedad. En última
instancia, quizás, la esencia de estas "intervenciones" consiste en la articulación y garantía de reproducción de
relaciones sociales capitalistas (Cfr. O'Donnell, 1977). En este sentido, la evaluación del papel del Estado en la
formación de sectores económicos y sociales exige considerar aspectos eminentemente cualitativos: la apertura de
oportunidades de explotación económica, la creación de valor, la provisión de insumos críticos para el
perfeccionamiento de la relación capitalista o la garantía, material o jurídica, de que esta relación se reproducirá.
Además de su impacto específico, estos mecanismos contribuyeron sin duda a la configuración de la estructura social
argentina. Por ejemplo, la construcción de ferrocarriles y otras obras de infraestructura física con el patrocinio y/o la
14
garantía estatal, permitieron dinamizar los circuitos de producción y circulación, abrieron nuevas oportunidades de
actividad económica, generando a la vez una intensa valorización de tierras y propiedades. ¿Cómo medir este impacto
sobre la creación de una clase terrateniente y propietaria? Tampoco resulta fácil cuantificar el peso que tuvo en el
desarrollo de las relaciones de producción la provisión de insumos críticos por parte del Estado. Poner en producción
la pampa húmeda y establecer vínculos neocoloniales con el exterior erigía conquistar extensos territorios en poder
de los indígenas, distribuir la tierra, atraer y afincar a la fuerza de trabajo Inmigrante, obtener y facilitar los capitales
necesarios para la producción y la circulación. La relación social capitalista podía perfeccionarse en tanto estos insumos
se hallarán disponibles, su articulación fuera facilitada y la reproducción de la relación fuera garantizada. Como hemos
visto, estas diversas formas de intervención del Estado contribuyeron a la configuración estructural de la sociedad
argentina. Subsidiando a las provincias, el Estado promovió la formación de un importante sector de profesionales y
burócratas provinciales, a cargo de actividades docentes, legales, administrativas y religiosas. Mediante la contratación
directa y/o la garantía de las inversiones, contribuyó a conformar un estrato de contratistas del Estado dedicados a la
construcción de caminos, puentes, diques, o a la prestación de servicios de transporte, postas, mensajerías, mensura
de tierras, etc. A través de la creación y afianzamiento de un ejército nacional, favoreció el proceso de
institucionalización de las fuerzas armadas, componente esencial en cualquier pacto de dominación. Abriendo nuevas
oportunidades económicas a través de la conquista de nuevas tierras, su delimitación, mensura y adjudicación; la
atracción y garantía del capital extranjero; la promoción de le inmigración y el establecimiento de colonias crearon
condiciones propicias para el desarrollo y homogeneización.
REFLEXIONES FINALES
La brevedad del presente texto no ha permitido más que plantear algunas cuestiones fundamentales vinculadas al
tema de la formación histórica del Estado argentino. Naturalmente, el tema admite otras perspectivas, otras categorías
analíticas, otros datos, cifras y hechos anecdóticos. Pero más allá de los enfoques variables e información, quedan las
preguntas. Aquellas que justifican el abordaje de un tema y permiten evaluar si el conocimiento se ha enriquecido por
una interpretación plausible que satisface nuestras dudas e inquietudes intelectuales. Estas preguntas no tienen
fronteras disciplinarias ni se interesan demasiado pos los eventos puntuales. Sirven más bien para estructurar un
campo de indagación, suministrando los pilares que debe respetar toda construcción teórica o interpretativa sobre el
tema explorado. Reúnen además la condición de ser universales, en tanto los fenómenos a los que se refieren han
sido registrados en la experiencia histórica de otras sociedades. Planteada en los términos más generales posibles, la
pregunta central en relación a nuestro tema podría formularse de este modo: ¿fue la construcción del Estado nacional
argentino el resultado de la voluntad de hombres predestinados, de una lógica ineluctable del devenir histórico o de
una azarosa combinación de fenómenos? Es la miura pregunta que se planteara Sarmiento en los últimos años de su
vida; la misma que despertaría la atención de Álvarez algunos años más tarde5 . Así formulada, la pregunta no tiene
respuesta. Pero a partir de ella se abre un abanico de cuestiones más puntuales sobre las cuales este trabajo se
propuso sugerir algunas interpretaciones, efectuar tentativamente ciertas comparaciones con otras experiencias y
señalar aspectos que merecerían futuras investigaciones. A modo de resumen, cabe destacar algunos de los principales
puntos desarrollados. De acuerdo con la interpretación presentada, la guerra de la independencia argentina fue el
primer capítulo de un largo proceso, caracterizado por cruentos enfrentamientos y variadas fórmulas de transacción,
mediante los cuales los sectores que pugnaban por prevalecer en la escena política intentaron sustituir el orden
colonial por un nuevo sistema de dominación social. El origen local del movimiento emancipador y las resistencias
halladas por Buenos Aires para constituirse en núcleo de la organización nacional, pronto dieron lugar a movimientos
separatistas y guerras civiles que, durante cuatro décadas, impidieron la formación de un Estado nacional. El
resurgimiento de la provincia como ámbito de lucha por la dominación local y actor institucional en el escenario
político más amplio que integraban las Provincias Unidas del Río de la Plata, tendió a otorgar a los enfrentamientos un
carácter "territorial" que ocultaba sus más determinantes motivaciones económicas. Las precarias coaliciones de
provincias, que a través de pactos y tratados intentaron erigirse en Estados, fueron prontamente desbaratadas por
disidencias internas y fracasos militares. De hecho, las provincias funcionaron como cuasi-Estados dentro de una
federación cuyos vínculos de nacionalidad radicaban esencialmente en la aún débil identidad colectiva creada por las
guerras de la independencia. Por inspiración y acción de Rosas, Buenos Aires alentó durante dos décadas esta
organización federal del sistema político-institucional, postergando la constitución de un Estado nacional que, en las
condiciones de la época, poco hubiera beneficiado a los intereses de los sectores terratenientes pampeanos que
sostenían al régimen rosista. La coalición de fuerzas del litoral, que con apoyo extranjero y de sectores disidentes de
Buenos Aires derrotó a Rosas en Caseros, se constituyó —no casualmente— en circunstancias en que las
oportunidades de progreso económico abiertas por el sostenido aumento de la demanda externa y los nuevos avances
tecnológicos disponibles al promediar el siglo, ponían cruda-mente de manifiesto las restricciones a que se hallaban
sometidos la producción y el intercambio de las provincias litoral heñías. Sobre las cenizas de Caseros se realizó
15
entonces el primer intento orgánico de creación de un Estado nacional, que al no contar con la adhesión legitimante
ni los recursos de la autoexcluida provincia porteña, sobrevivió tan sólo una década. Debilitada por los
enfrentamientos con Buenos Aires, la Confederación Argentina resignó en Pavón su efímero liderazgo del procesó de
organización nacional. Sobre las cenizas de Pavón se hizo un nuevo intento a partir del apoyo de las instituciones y
recursos de Buenos Aires y la subordinación económica y política de las provincias interiores. A partir de allí, el nuevo
pacto de dominación se basó en cambiantes coaliciones intraburguesas, en las que se alternaban las fracciones
políticas dominantes de Buenos Aires y a las que gradualmente se incorporaban sectores de las burguesías del interior.
La falta de acuerdo sobre una fórmula política que asegurara el control de la renovación de autoridades se manifestó
entonces en la persistencia de la lucha entre facciones y el recurrente surgimiento de fuerzas contestatarias. Aunque
estas circunstancias pusieron a menudo a prueba su viabilidad, el Estado nacional pudo consolidar su presencia
Institucional a través de diversos mecanismos de penetración en la sociedad que, al tiempo que aumentaban su
legitimidad y poder, tendían a la institución de un nuevo orden. No vale la pena reiterar las diversas modalidades con
que se manifestaron la represión y control de las situaciones provinciales, la cooptación de aliados políticos, la
articulación y garantía de las actividades económicas o la difusión de mecanismos de control ideológico. Sólo importa
destacar que a través de ellas, el Estado fue apropiando nuevos ámbitos operativos, redefiniendo los límites de la
acción individual e institucional, desplazando a la provincia como marca de referencia de la actividad social y la
dominación política. Por medio de este proceso de centralización del poder y descentralización del control, el Estado
fue afianzando su aparato institucional y ensanchando sus bases sociales de apoyo, desprendiéndose poco a poco de
la tutela de Buenos Aires. La consolidación definitiva sobrevino, precisamente, cuando el Estado consiguió
"desporteñizarse", purificando en el fuego de las armas el estigma de una tutela ya inadmisible. Por eso puede decirse
que sobre las cenizas de Puente Alsina y los Corrales6 , el presidente Roca intentaría una "tercera fundación" del
Estado. Hay un sino trágico en este proceso formativo. La guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra". La "unión
nacional” se construyó sobre la desunión y el enfrentamiento de pueblos y banderías políticas. La unidad nacional fue
siempre el precio de la derrota de unos y la consagración de privilegios de otros. Y el Estado nacional, símbolo
institucional de esa unidad, representó el medió de rutinizar la dominación impuesta por las armas.

Bibliografía

ALVAREZ, Juan (1910): Historia de La provincia de Santa Fe (Buenos Aires).


ANGEIRA, Marta del Carmen (1978): "El proyecto confederal y la formación del Estado nacional argentino 1852.1882",
tests de maestría Fundación Bariloche.
ANSALDI, Waldo (978): "Nota sobre la formación de la burguesía argentina, 1780-1880", trabajo presentado al V
Simposio de Historia Económica de América Latina, Lima-Perú, 6.8 abril.
ECHEVERRIA. Esteban (1846)): Dogma Socialista (Buenos Aires. ed. 194d).
ETCHEPAREBORDA. Roberto (1918): "La estructura socio-política argentina y la Generación del Ochenta• Latin
American Research Review, vol. XIII, N I.
FRAGUEIRO. Mario (1860)): Cuestiones argentinas, Buenos Airea, Solar-Hacbette
HALPERIN DONGHI, Tulio (1980): Proyecto y Construcción de una Nación, (Biblioteca Ayacucho, Caracas.
1 Trabajo presentado en el XIV Congreso de Sociología, San Juan de Puerto Rico, 1981. El documento es producto de una investigación que he
dirigido en el CEDES, y que contó con la colaba radón de Andrés .Fontana y Leandro Guiteres, Director e investigador titular de CEDES (Centro
de Estudios de Estado y Sociedad), e investigador del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), ambos de Buenos Aires,
Argentina.
2 Hasta 1862, la presencia del Estado nacional en el interior se limitaba prácticamente a las aduanas y receptorías existentes en diversos puntos
fronterizos y a las oficinas de rentas que funcionaban vinculado al tráfico aduanero. Solo 15 años después una elevada proporción del personal
civil y militar del gobierno nacional se hallaba radicada o se desempeñaba en forma itinerante en el interior del país. De acuerdo con un censo
de funcionarios que he construido para 1876, sobre una dotación total de 12.635 personas, alrededor de 10.956 se desempeñaban de uno a
otro modo en el interior. Si bien gran parte de este personal era militar, también la dotación ovil (y el clero, a cargo del gobierno central) era
ampliamente mayoritario respecto al radicado en Buenos Aires. Se trataba de una situación verdaderamente excepcional. por cuanto la
centralización de la dotación y manes del Estado en jurisdicción federal sale posteriormente la regla 3 Como señala Álvarez (1910), al siquiera el
movimiento independentista tuvo el carácter de un levantamiento popular. Apenas un dos por tiento de la población fue destinado al servicio
armado, incluyendo en esa cifra los quo ya eran soldados al producirse el mandamiento y los negros esclavos que fueron incorporados luego.
Esta situación persistió al menos hasta 1816. 4 La inadecuada educación de b clase dominante argentina ha sido destacada en un reciente artículo
de Roberto Etchepareborda (1978). Entre los trabajos producidos, que intentan cubrir parcialmente este vacío, se cuentan los de Tulio Halperin
Donghi (1980), Jorge Federico Sábato (1919), María del Carmen Angueira (1978) y Waldo Ansaldi (1978). 5 Tanto Sarmiento como Álvarez
concluirían que la "Gran Transformación" argentina fue mucho menos el multado de la visión y emergía de una esclarecida élite que del
ímpetuoso desarrollo de un orden capitalista a escala mundial (cf. Halperín Donghi, 1980). No obstante, la posteridad adjudicaría a la Generación
del Ochenta la "paternidad' de este proceso de desarrollo histórico. 6 Zonas de la ciudad de Buenos Aires en que tuvieron lugar los combates
más sangrientos que en 1880 enfrentaran a fuerzas del gobierno nacional y la Provincia de Buenos Aires.

16
Publicación de la FAUD, Universidad Nacional de Mar del Plata. 1999
EL ESTADO: NOTAS SOBRE SU(S) SIGNIFICADO(S)
por Mabel Thwaites Rey
EL ESTADO COMO ARTICULADOR DE RELACIONES SOCIALES
El Estado es una relación social, así como el capital es una relación social.1 Pero la naturaleza relacional del Estado
está especificada por su rasgo característico: la dominación, por eso decimos que el Estado es la relación básica de
dominación que existe en una sociedad, la que separa a los dominantes de los dominados en una estructura social
(O'Donnell, 1979: 291). En este sentido, no es posible escindir Estado de Sociedad, como no es posible escindir lo
económico de lo político, porque ambos son partes co-constitutivas de una única realidad: la relación social capitalista.
Entonces, cuando se habla de Estado se habla de la relación global que lo articula con la sociedad.
El Estado no es algo externo a la sociedad, o que aparece a posteriori. Está intrínsecamente ligado a la constitución de
la sociedad capitalista, porque es el garante de la relación social capitalista. Precisamente esta relación antagónica
y asimétrica es la que le da su carácter típico, y la que lo diferencia de otras relaciones sociales. La manera en que
se manifiesta concretamente esa relación entre dominantes/dominados remite a las distintas formas históricas de
Estado. Pero las relaciones de dominación no obedecen a lógicas autónomas y abstractas de circulación del poder,
sino que hunden sus raíces en las relaciones sociales de producción. Es la asimetría y antagonismo entre los
propietarios de los medios de producción social y los productores directos lo que está en la base de la desigualdad de
la relación estatal en el capitalismo.
Así como los trabajadores están desposeídos de los medios de producción material, los capitalistas están desposeídos
del uso de la fuerza física. El monopolio de la coacción lo tiene un tercero: el Estado, que no es solo el garante, o el
representante de las clases dominantes, sino que es el garante de la relación global del capital. Por eso, al garantizar
la relación, garantiza también ciertos derechos de los trabajadores, que son el límite negativo.
Porque lo que el Estado hace es impedir tanto que los capitalistas compitan entre sí al punto de destruir el sistema,
como que extingan totalmente la fuerza de trabajo. Por eso es que puede entenderse porqué los trabajadores pueden
ver, en cierto sentido, al Estado como instancia protectora, y los capitalistas individuales como algo expoliador y
limitante.
El Estado, como garante de las relaciones de producción, lo es de ambos sujetos sociales que encarnan esas relaciones
-capitalistas y trabajadores-; de ahí su apariencia de estar "por encima" de los antagonismos que aquellas engendran.
Pero no es un árbitro neutral, en la medida en que debe reproducir la asimetría que está en la base de la relación social
del capital. Y lejos de ser, como aparece, una forma separada de la sociedad es un momento necesario de su
reproducción. Es la representación socialmente organizada del capital total. Y precisamente su condición de garante
de esta relación social del capital es la que lo convierte en capitalista, en el "capitalista colectivo en idea". Y es la forma
de generalidad y separación de la sociedad civil la que le posibilita un
funcionamiento eficaz.
Pero es esencial comprender la relación capitalista como una categoría histórica y no sólo como una categoría lógica.
Resaltar la importancia de comenzar a partir del capital como relación social no significa reducir el análisis del Estado
al de la "lógica del capital" (Holloway y Picciotto, 1980).2 Esto último implicaría no enfatizar suficientemente que se
trata de una relación de lucha de clases, que se transforma y especifica históricamente.
La evolución histórica de las instituciones estatales, entonces, es inseparable de la evolución de las funciones
de cada forma histórica estatal, que articula un modelo de acumulación y una estructura de clases determinados.
Como estas funciones se manifiestan en cuestiones sociales que exigen intervención estatal, cristalizan en formas
institucionales diversas, cambiantes y contradictorias.
Hay distintos tipos históricos de Estado capitalista, que cambiaron al compás de las transformaciones en los modelos
de acumulación y en la estructura social. Hay varias clasificaciones de tipos históricos de Estado capitalista en el nivel
mundial, y también periodizaciones relativas a los Estados nacionales específicos.
Por eso es posible hablar de formas históricas de Estado capitalista, que se corresponden con los grandes ciclos en el
proceso de acumulación capitalista a escala mundial. Buena parte de la literatura económica y política establece dos
grandes ciclos, separados por un período de crisis. Así, la etapa de capitalismo de laissez-faire se expresaría en el
Estado liberal, el período de crisis y recomposición, con guerras interimperialistas y crisis mundiales estaría en
correspondencia con la etapa de crisis del Estado liberal e inicio de experiencias intervencionistas, y la etapa de
capitalismo "tardío" (Mandel), "maduro" (Habermas, Offe) o "fordismo" (Aglietta) se ligaría al Estado interventor-
benefactor keynesiano (Tarcus, 1992).
17
Cada ciclo histórico, como totalidad compleja, implica:
a. una modalidad de acumulación de capital, que se expresa en determinadas formas de organización del proceso de
trabajo, de división social del trabajo y de procesos tecnológicos,
b. una forma de producción y reproducción de las clases fundamentales y su vinculación orgánica entre sí (relación
capital-trabajo), y
c. una determinada forma de Estado. De ahí que lo que se denomina como "crisis de Estado" involucra esta totalidad
(Tarcus, 1992).
“Cada proceso, al mismo tiempo que amenaza la continuidad de la reproducción del sistema (revolución), implica la
posibilidad -a través de los procesos de expulsión de fuerza de trabajo y de desvalorización de capital- de un
lanzamiento del proceso de acumulación bajo una nueva forma, una alteración de las relaciones de fuerza (de
poder) entre el capital y el trabajo y una reformulación de la relación Estado-sociedad” (Tarcus, 1992, p.47)
El Estado capitalista tiene dos tareas básicamente contradictorias. Por una parte, debe asegurar las condiciones que
hagan posible la acumulación y reproducción del capital, lo que lo lleva a adoptar las medidas coercitivas necesarias
para que las clases subalternas se acomoden -disciplinen- a la lógica del capital (coerción). Por otra parte, debe
legitimar su dominación para hacerla estable, recurriendo a una serie de mecanismos que no se reducen a lo
ideológico, sino que implican lógicas propias de la reproducción material, traducidas en gastos sociales destinados a
garantizar un cierto grado de consenso de las clases dominadas (legitimación). La contradicción entre ambas funciones
genera tensiones y sucesivas crisis cuya resolución depende, precisamente, de la fuerza y aptitud de las clases con
intereses confrontados para imponer las soluciones que les sean más favorables.3
Esta dinámica se subordina, en un sentido, a la fuerza y organización de las clases populares para lograr que sus
demandas sean satisfechas y, en otro, a la capacidad (voluntad política)-posibilidad (condiciones objetivas
estructurales) de las clases dominantes para hacer las concesiones necesarias a efectos de mantener un dominio
hegemónico basado sobre el consenso, o para imponer coercitivamente sus condiciones al resto de la sociedad. La
articulación de estos factores en las realidades concretas remite a la dinámica de coerción y consenso y especifica los
tipos de dominación (dictadura/hegemonía) y las funciones estatales. Tanto la morfología del aparato estatal como el
tipo de régimen político, en el que el proceso de construcción de lo público se pone en juego -condicionado, en última
instancia, por la forma Estado imperante-, depende de esa dinámica (Thwaites Rey y Castillo, 1992).

ESTADOS NACIONALES Y ACUMULACIÓN GLOBAL


Una característica central del capitalismo es que mientras que desde sus inicios la acumulación capitalista se desarrolló
a nivel global, los Estados nacionales se desplegaron sobre las bases del principio de territorialidad. La fragmentación
de lo ‘político’ en Estados nacionales, que desde un comienzo comprendió al sistema internacional, se expandió en
forma despareja, en el marco de la internacionalización del capital. El” Estado capitalista”, originado como un sistema
internacional de Estados, estableció así el entorno favorable a la generalización de la producción
de mercancías, basada inicialmente en la pequeña producción y un mercado mundial.
Como señala Burnham (1997) “una de las más importantes características de las relaciones globales capitalistas -
una característica que es, en sí misma, un producto histórico de las luchas de clase que cambiaron las relaciones
feudales de producción- es la constitución política, a nivel nacional, de los Estados, y el carácter global de la
acumulación. Aunque las condiciones de explotación están estandarizadas nacionalmente, los Estados soberanos,
vía el mecanismo de las tasas de cambio, están interconectados internacionalmente a través de la jerarquía del
sistema de precios. En el mismo sentido, la moneda mundial trasciende a la moneda nacional. Los Estados
nacionales se fundan, entonces, sobre la regla de la moneda, y la ley es, al mismo tiempo, confinada a los limites
impuestos por la acumulación de capital a escala mundial -como la más obvia e importante manifestación de su
subordinación a la moneda mundial”.
Por eso Burham destaca que cada Estado existe solamente como el nudo político en la fluctuación global del capital,
y que el mercado mundial constituye el modo global de existencia de las contradicciones de la reproducción social del
capital. Así, “cada economía nacional puede ser entendida adecuadamente sólo como una especificidad internacional
y, al mismo tiempo, como parte integrante del mercado mundial. El Estado nacional solamente puede ser visto en esta
dimensión”. (Burham, 1997)
La constitución política nacional de los Estados, junto al carácter global de la acumulación constituye la más importante
tensión del capitalismo contemporáneo. Aunque la relación de explotación básica –capital-trabajo- sea global, las
condiciones para ésta se establecen nacionalmente, y los Estados soberanos se integran a la economía política global
a través del mecanismo de precios.
Ahora bien, las tendencias mundiales nos permiten entender los movimientos globales de la relación capital-trabajo,
pero no nos eximen de analizar cómo se materializa en concreto en cada sociedad -como adquiere su forma histórica,
18
en la medida en que está en juego la pretensión fundamental del capitalismo de ser un proyecto de reproducción
social. La primera observación que cabe hacer es que, si bien los Estados pueden competir entre sí para atrapar
porciones de capital, su capacidad "constitutiva" para hacerlo difiere diametralmente.
La emergencia del capitalismo como sistema mundial en el que se integran cada una de las partes en forma
diferenciada -centro-periferia-, también plantea desde el inicio una tensión entre el aspecto general -modo de
producción capitalista dominante- que comprende a todos sus integrantes en tanto organizador del todo, y el
específico de las economías de cada Estado nación -formaciones económico-sociales- insertas en el mercado mundial.
Por una parte, la relación centro-periferia implica contradicciones constitutivas que diferencian la forma en que cada
economía establecida en un espacio nacional se integra en la economía mundial, que se expresan al interior de los
Estados nación adquiriendo formas diversas. La problemática de la especificidad del Estado periférico se inscribe en
esta tensión, que involucra la distinta "manera de ser" capitalista y se expresa en la división internacional del trabajo.
De ahí que las crisis y reestructuraciones de la economía capitalista mundial y las cambiantes formas que adopta el
capital global afecten de manera sustancialmente distinta al centro que a la periferia. La tensión, entonces, entre lo
general capitalista y lo específico periférico está permanentemente presente.
Como sostienen Mathías y Salama, existe una lógica propia de la economía mundial -entendida como un todo
estructurado y jerarquizado- que trasciende la de cada una de las economías de los Estados nación que la componen.
Esta forma de entender la economía mundial permite concebir de manera original el papel de las economías
desarrolladas, que imprimen al conjunto lo esencial de sus leyes, sin que ello implique que éstas se apliquen
directamente a la periferia. Para estos autores, "...el Estado será el lugar donde va a cristalizarse la necesidad de
reproducir el capital a escala internacional (...) Es el lugar por donde transita la violencia necesaria para que la división
internacional del trabajo se realice, porque es el elemento y el medio que hacen posible esa política" (1986: 43/44).
Por su parte, Holloway (1993) afirma que "cada Estado nacional es un momento de la sociedad global, una
fragmentación territorial de una sociedad que se extiende por todo el mundo. Ningún Estado nacional, sea rico o pobre,
se puede entender en abstracción de su existencia como momento de la relación mundial del capital. La distinción que
se hace tan seguido entre los Estados dependientes y los no-dependientes se derrumba. Todos los Estados nacionales
se definen, histórica y constantemente, a través de su relación con la totalidad de las relaciones sociales capitalistas".
Sin embargo, aclara que ello no implica que la relación entre el capital global y los Estados nacionales sea idéntica, ya
que éstos son momentos distintos y no idénticos de la relación global. Por otra parte, la fragmentación del mundo en
sociedades nacionales lleva a que cada Estado tenga una definición territorial específica que implica, por ende, una
relación específica con la población dentro de ese territorio. Y justamente esta definición territorial es la que explica
que cada Estado nacional tenga una relación diferente con la totalidad de las relaciones capitalistas.
Siguiendo este razonamiento, Holloway (1993) sostiene que "los Estados nacionales compiten...para atraer a su
territorio una porción de la plusvalía producida globalmente. El antagonismo entre ellos no es expresión de la
explotación de los Estados periféricos por los Estados centrales, sino que expresa la competencia -sumamente desigual-
entre los Estados para atraer a sus territorios una porción de la plusvalía global. Por esta razón, todos los Estados
tienen un interés en la explotación global del trabajo".
Mathías y Salama definen a la economía mundial como un todo en movimiento, que conserva, pero modifica
continuamente las relaciones de dominación. "Esas modificaciones expresan, a su vez, que la jerarquización no se pone
en cuestión en lo que tiene de esencial y que subproduce formas nuevas. La política económica de un Estado en la
periferia puede así buscar adaptarse a las transformaciones que sufre la división internacional del trabajo y a la vez
influir sobre ésta. Es por lo tanto, a la vez, expresión de una división internacional del trabajo a la que se somete y
expresión de una división internacional del trabajo que intenta modificar" (1986: 41).
Como señala Burham, la noción de “integración” de los Estados en el mercado mundial no implica que un Estado pueda
escoger no estar integrado, ya que no es posible una estrategia política de ‘autonomía nacional’. En tanto que cada
Estado es un participante de la economía global, no se hace política en ausencia sino en un contexto internacional.
Ello tampoco quiere decir que las políticas nacionales tengan importancia secundaria, sino que deben ubicarse en un
contexto en el que existen a través de la acumulación global de capital, que limita las formas en que las autoridades
políticas contienen el conflicto social. Entonces, “el Estado no puede resolver la crisis global del capital. Sin embargo,
puede ganar una posición favorable en la jerarquía del sistema de precios, incrementando la eficiencia de la explotación
capitalista, operando dentro de sus límites, y adoptando una política monetaria restrictiva manteniendo una relación
estrecha entre consumo y producción” (Burham, 1997:33)
Por eso, más que enfocar los debates en términos de pérdida de soberanía, o ver al capital global como externo al
Estado, es preciso subrayar que los Estados nacionales no son simplemente afectados por las ‘tendencias económicas’
o la ‘globalización’, sino que son parte de esta crisis del todo social.

19
Por otra parte, entender el capitalismo como sistema mundial sirve también para identificar la diferencia constitutiva
de cada Estado nación, sus características específicas, condicionamientos y potencialidades. No son capitalismos "en
carrera" sino capitalismos constitutivamente distintos. Pero en tanto que capitalismos, no deja de ser pertinente
analizar cómo se expresa en ellos la relación global básica CAPITAL-TRABAJO. Esta forma de concebir el capitalismo,
por ende, apunta a eliminar toda ilusión de disolver los antagonismos clasistas en una unidad, el Estado nación
periférico, frente al Estado nación central "dominante". Porque la contradictoriedad de intereses, en el capitalismo,
atraviesa la dimensión esencial de CAPITAL-TRABAJO más allá de las diferencias de especificación territorial.
Sin embargo, rescatar al mismo tiempo la dimensión constitutiva que diferencia la "forma de ser" capitalista
en un Estado nación periférico que, en uno central, contribuye a elucidar una dimensión fundamental para entender
el sentido de la lucha de clases y sus posibilidades de desarrollo en cada Estado.

El Estado Moderno: apuntes para el estudio de sus


características
Sergio Nicanoff

Introducción
Uno de los elementos conceptuales básicos sobre los que debemos reflexionar gira alrededor
de las implicancias que tiene la discusión acerca del Estado como categoría. Abordarlo requiere
poner en cuestión y revisar determinadas concepciones del Estado que portamos desde un “sentido
común”, que puede estar presente en nosotros de manera explícita o implícita pero que ha sido
socialmente construido, como trataremos de demostrar en el presente trabajo.
En la actualidad se desarrolla un intenso debate acerca de las funciones, atribuciones y
características del Estado tanto en nuestro país como en Latinoamérica y el mundo.
Cotidianamente vemos expresarse en el plano político, en medios masivos, a nivel educativo y en
diversos espacios, este debate que refleja concepciones diferentes acerca del Estado.
Una de ellas, articulada alrededor de la ideología neoliberal –tan predominante en los 80’,
90’, y que dista de haber desaparecido– sostiene que el Estado tiene que tener menor cantidad de
funciones, particularmente de intervención en la economía. Según esta mirada el mayor peso del
Estado conduce a la ineficiencia, al burocratismo, al gasto excesivo que tiene que sostener el
conjunto de la sociedad. Sus sostenedores afirman que en una sociedad cada vez más globalizada,
donde los mecanismos de interinfluencia y relaciones entre los países se han multiplicado, las
tareas llevadas adelante por los Estados Nacionales se tornan cada vez menos necesarias.
Postulan que lo determinante pasa por la autorregulación de los mercados.
Desde otras perspectivas, por el contrario, se plantea que es imposible generar ciertos niveles
de igualdad social y expansión de derechos ciudadanos sin un aumento en la intervención del
Estado. Que el mercado librado a sí mismo sólo potencia la desigualdad y la polarización social.
Aducen que es fundamental la inversión estatal en obra pública, la gestión directa del Estado de
ciertas áreas estratégicas de la economía así como su función de regular y controlar a los capitales
privados para aumentar el consumo, evitar los aspectos más depredatorias del empresariado y
permitir el acceso a bienes por parte de mayor cantidad de personas. Estas miradas creen que es
posible retomar los mecanismos de la etapa Keynesiana del capitalismo, dominante en el período
que se sitúa entre la segunda guerra mundial y principios de los 70’, así como que el capitalismo
puede ser reformado o al menos contenidos sus aspectos más cuestionables.
Por otro lado, las perspectivas más críticas del sistema en sus diversas variables, que van
desde corrientes marxistas diversas pasando por el anarquismo o el autonomismo hasta el
ecologismo más radical, ponen el acento en la necesidad de derribar el Estado capitalista,
considerado una instancia de opresión social. Aunque algunas de estas tradiciones motorizan
luchas populares por reformas, las ven tan solo como espacios de acumulación de fuerzas para la
transformación radical de la sociedad, sin ninguna expectativa en la posibilidad de que el sistema
pueda mejorarse. Aun así, la amplia gama de concepciones vigentes en los pensamientos
20
emancipadores discrepa radicalmente sobre el carácter del Estado, y si éste puede o debe subsistir
y asumir ciertas funciones o no en una sociedad sin explotadores ni explotados.
Como sea, la importancia de este debate se acentúa si tomamos en cuenta que, tanto en
nuestro país como en la región, la centralidad del Estado ha crecido, aunque se pueda discrepar
profundamente sobre el sentido de ese peso mayor, y si se puede generalizar o hay que distinguir
procesos muy diferentes a nivel latinoamericano.
En todo caso lo que queremos señalar es que estas polémicas no son abstractas ni ajenas a
la cotidianeidad de nuestro pueblo y por ende de todos/as los que transitamos la educación
universitaria. Muy por el contrario, el desarrollo de estos debates y de otros íntimamente
relacionados, las tensiones y conflictos que estas discusiones expresan determinarán aspectos
celulares de nuestras vidas en los años por venir. Desde qué tipo de educación existirá y quiénes
y en qué condiciones tendrán acceso a ella, pasando por la posibilidad o no de acceder a un empleo
y en qué condiciones, de acceder o no a la salud, de ampliar o restringir nuestros derechos
individuales y colectivos, de la calidad o deficiencia del transporte y un largo, etcétera, que atraviesa
todos los planos de nuestra existencia social.
No pretendemos que el presente trabajo sostenga su valía desde una supuesta imparcialidad
en esos debates. Es decir, enunciado desde un lugar arbitral, ajeno a los conflictos y cargado de
una verdad pretendidamente científica y absoluta. Por el contrario, creemos que quienes sostienen
una supuesta imparcialidad en el campo del conocimiento en realidad plantean, de manera más o
menos velada, todo un sistema teórico e ideológico presentado como “neutro”. No es nuestro caso.
Partimos de apoyarnos en una serie de teorías críticas que cuestionan la realidad existente y evitan
naturalizarla. Eso no significa caer en estereotipos, dogmatismos o arbitrariedades analíticas. Es
posible encarar nuestro análisis con toda rigurosidad y sentido crítico, incluidos los y las pensadores
y las corrientes de pensamiento más afines a nuestras creencias, sin perder profundidad o caer en
la falacia de la neutralidad.
Deberemos entonces abordar en un camino analítico la complejidad presente en la categoría
Estado. El texto está estructurado en dos partes. La primera, con un recorrido más conceptual,
trabaja el nacimiento del Estado Moderno; lo correlaciona con el nacimiento del sistema capitalista,
trazando sus relaciones; señala las diferentes dimensiones que configuran al Estado; analiza los
momentos históricos en que se cristaliza una crisis de la forma Estado y las implicancias de esta
cuestión; y finalmente reflexiona sobre las miradas acerca del Estado que, desde nuestra
perspectiva, cuestionamos.
En la segunda parte trabajamos más detalladamente la dimensión histórica, deteniéndonos
en las condiciones y particularidades que dieron lugar al nacimiento y consolidación de los Estados
Nacionales en América Latina para finalmente, recorrer el proceso de génesis del Estado argentino
y la constitución de su forma oligárquica a fines del siglo XIX.
Primera parte
1. El Nacimiento del Estado Moderno
A partir del siglo XVI, aproximadamente, en Europa se comenzaron a sentar las bases del
Estado Moderno. La sociedad feudal se caracterizaba por la fragmentación del poder en múltiples
señoríos. En ellos cada señor tenía el poder de convocar a sus propias fuerzas militares, imponer
leyes en su feudo, cobrar derechos de circulación por su señorío y establecer diferentes cargas de
tributo en trabajo, especies o monetarias a sus siervos y una larga lista de atribuciones militares,
judiciales y administrativas. Al mismo tiempo el poder de la iglesia católica y de los diversos intentos
de forjar imperios restringían la posibilidad de autonomía de los diferentes reinos y su posible acción
como incipientes Estados autónomos. Las ciudades y distintas corporaciones también obtenían una
serie de privilegios y exenciones que aumentaban la dispersión del poder político. Así el rasgo
básico de la estructura de dominación social feudal era piramidal –una cadena jerárquica de
señores feudales unidos entre sí por relaciones de vasallaje– y fragmentada.
En un largo proceso, que incluyó retrocesos, ambigüedades y tensiones, con el surgimiento
de las monarquías absolutas se fue generando un proceso de centralización del poder político. En
ese camino comenzó a emerger una característica básica de los Estados Modernos: una instancia
21
centralizada de poder político que organiza la dominación social de una población en un
territorio determinado sobre el que ejerce soberanía. Ya volveremos sobre el significado de
algunos de estos términos. Anotemos aquí que, en el absolutismo, alrededor de la figura de reyes
con mayores atribuciones, se consolidaron ejércitos centralizados que permitían que las
monarquías no dependieran de las fuerzas militares de los respectivos señores feudales. De esa
manera, determinados reinos asumían –poco a poco– el control monopólico de la violencia, es decir
de la coerción –el uso de la fuerza– desde una instancia única centralizada. En el mismo sentido
se crearon impuestos con un sistema de recaudación nacional, lo que permitió a las monarquías
sostener sus ejércitos y su creciente aparato administrativo. Poco a poco, la fragmentación del
poder político en diferentes planos fue abandonando sus características de separación y localismo
para adquirir rasgos cada vez más centralizados. Los atributos militares, judiciales, impositivos y
administrativos dejaban de estar en manos – al menos en parte– de cada miembro individual de la
nobleza feudal para encarnar en una instancia política que por definición actuaba sobre la totalidad
del territorio. Si inicialmente ese proceso tenía características patrimoniales, donde esos poderes
estatales se consideraban de propiedad personal del soberano –Luis XIV, rey de Francia, llegaría
a sostener la célebre frase “el Estado soy yo” – pronto el Estado Moderno se edificaría sobre la
base de la propiedad pública y el carácter no personal ni basado en la voluntad del monarca, sino
impersonal, fundado en la ley.
Para que ese proceso se coronara sería necesaria una revolución que terminara con las
relaciones feudales. Los Estados Absolutistas recortaban el poder de la nobleza terrateniente, pero
también organizaban la dominación en defensa de esa nobleza aplastando las insurrecciones
campesinas –aquellos que con sus tributos sostenían toda la estructura de dominación– y
mantenían a raya a la naciente clase social capitalista burguesa. El Estado Absolutista seguía
sosteniendo en lo esencial una estructura feudal, más allá del proceso de centralización del poder
político y la aparición, en su seno, de relaciones sociales de producción basadas en el capital, es
decir la relación capital-trabajo 1
La revolución francesa y sus cambios socio-políticos y la revolución industrial inglesa con sus
cambios en las relaciones de producción y la economía, inaugurarían, a fines del Siglo XVIII, una
nueva era, la del despliegue pleno de la sociedad capitalista. Justamente la paulatina consolidación
del Estado Moderno va de la mano con el nacimiento del capitalismo constituyendo una unidad
indisoluble.
2. El Estado Moderno Capitalista
Como se observa en el texto de capitalismo 2, la sociedad capitalista se estructura alrededor
de la división de clases entre la burguesía y el proletariado, los propietarios privados de los medios
de producción y quienes sólo poseen su fuerza de trabajo para venderla como mercancía. A
diferencia de la sociedad feudal, la relación entre empleadores y trabajadores se presenta bajo una
relación contraída entre hombres “libres” e “iguales” en términos jurídicos y de derechos formales.
Bajo esa igualdad aparente se articula un sistema de explotación basado en la plusvalía, es decir
la apropiación por el capitalista del valor generado por los trabajadores en el proceso de producción.
Desde la perspectiva que aquí queremos remarcar la sociedad no es un ente abstracto de
personas con intereses similares. Por el contrario, desde la aparición histórica de las clases sociales
a partir de la división del trabajo, las sociedades se dividen en clases que disputan entre sí la
apropiación del excedente económico. La clase dominante es aquella que a partir del control de
determinados medios de producción y del despliegue de su poder militar, político y cultural se
garantiza la apropiación mayoritaria para su clase de ese excedente. En el capitalismo ese proceso
de apropiación adquiere formas específicas, algunas de las cuales señalamos anteriormente. El
punto nodal a tener en cuenta es que la burguesía tiene la propiedad privada de los medios de
producción pero ya no tiene –como sí tenían los señores feudales– el poder militar, jurídico y
administrativo de manera privada. Esa instancia de poder centralizado encarnada en el Estado está

1
Anderson, Perry, El Estado Absolutista, Barcelona, Siglo XXI, 1985.
2
Lifszyc, Sara, El capitalismo, en Cuadernos de Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado, Buenos
Aires, Gran Aldea Editores, 2002.
22
separada, diferenciada de quienes controlan la economía. Esa separación conlleva múltiples
implicancias, señalemos solamente por ahora que el Estado Moderno no ha aparecido de la nada,
sino de la propia sociedad, que lo ha engendrado. De esa sociedad que se encuentra dividida en
clases antagónicas y donde quienes dominan tienen que mantener el sistema de clases vigente y
garantizarse la apropiación del excedente. 3 Justamente el Estado Moderno es la forma política que
adquiere la dominación en la sociedad capitalista, la instancia que genera las condiciones
necesarias para mantener y reproducir esa dominación. De esa manera el conflicto en las
sociedades no es una anomalía, una desviación o un comportamiento social patológico, algo que
está al margen de la sociedad y puede superarse con gobernantes “buenos” o si la sociedad
aprende a convivir sin contradicciones. El conflicto es inherente al tipo de sociedad estructurada en
clases diferentes que disputan por la riqueza social.
Esta digresión no es en vano. El Estado Moderno tiene que garantizar la permanencia de las
relaciones de producción capitalistas y mantener la estructura básica del sistema de dominación,
de asimetría, de desigualdad social, por eso es una relación social de dominación que reproduce
la separación entre dominados y dominadores en una estructura social. Como vemos no es algo
externo a la sociedad –aunque aparezca instalado por sobre ella– ni mucho menos un árbitro
neutral que se dedique a satisfacer por igual los intereses de toda la sociedad. Si hay clases
diferentes, hay intereses en lucha, en puja y esa instancia de poder no puede satisfacer por igual a
todas ellas. En ese sentido el Estado Moderno capitalista es un instrumento de la clase dominante,
que ésta utiliza para incrementar su poder económico, social y cultural. Pero si nos quedáramos
con esto caeríamos en una simplificación extrema del carácter del Estado Moderno.
El punto es que el Estado es el garante de la relación global del capital y esa relación implica
la relación capitalistas-trabajadores. Debe garantizar el beneficio, la ganancia del capital pero
también ciertos derechos de los trabajadores para lograr que el sistema siga funcionando. De esa
manera el Estado capitalista tiene que asumir tareas que son contradictorias, la de reproducción
del sistema y sostener los mecanismos de coerción que aseguren el control y disciplinamiento de
las clases subalternas pero, al mismo tiempo, debe garantizar el consenso, la aceptación por parte
de esas clases dominadas del sistema vigente. 4 La necesidad de construir la legitimidad estatal
requiere una serie de acciones, de recursos puestos en juego, de medidas materiales y simbólicas
destinadas a las clases populares. Esa tensión entre ambas funciones está cruzada por el conflicto
en la sociedad. El Estado está atravesado por ese conflicto, por las relaciones de fuerza existentes
entre las clases sociales en pugna por el reparto del excedente. El Estado no puede estar al margen
porque es parte de esa dinámica social y de esa sociedad. De esa manera, las políticas estatales,
sus acciones y las medidas que toma reflejan la fuerza que cada clase social tiene para lograr una
parte de sus demandas. Desde ya en la sociedad capitalista el poder, la capacidad de influencia y
los recursos con que cuenta la clase dominante son profundamente superiores a los de las clases
subalternas y esa asimetría se refleja necesariamente en la estructura del Estado. Como lo
recuerda Poulantzas, la burguesía, en tanto clase dominante, es la beneficiaria principal de las
acciones del Estado, pero las otras clases pueden influir en sus políticas. 5 Además esa relación de
fuerzas no está congelada, es dinámica, cambiante, se modifica. Cuando señalamos el carácter de
relación social del Estado estamos indicando que esa instancia de poder condensa en su seno esas
relaciones de fuerza existentes en la sociedad. Como señala la mexicana Rina Roux, es fruto de
un proceso activo de interacciones recíprocas entre seres humanos que se realiza en el conflicto.
Por definición el Estado expresa un proceso inestable y contradictorio en la medida que intenta
unificar la sociedad, suspender el conflicto, institucionalizar y domesticar la política pero ese
proceso nunca queda fijo, congelado, porque permanentemente se ve atravesado y desbordado
por las demandas de las clases subalternas. 6 Si visitamos los distintos planos de acción del Estado,
seguramente estas cuestiones que aquí señalamos nos quedarán más claras.

3
Marx, Karl y Engels, Friedrich, El Manifiesto comunista, Buenos Aires, Anteo, 1972.
4
Thwaites Rey, Mabel, El Estado: notas sobre su(s) significado(s), FAUD Universidad Nacional de Mar del Plata,
1999.
5
Poulantzas, Nicos, Las clases sociales en el capitalismo actual, México DF, Siglo XXI, 1998.
6
Roux, Rina, El Príncipe Mexicano. Subalternidad, Historia y Estado, México, Ediciones Era, 2005.
23
3. Las dimensiones del Estado
Una parte fundamental de todo Estado reside en la red de instituciones que éste genera para
hacer posible la implementación de sus políticas y funciones. Se podría denominar este plano
como:
A) La dimensión material del Estado. 7
Si, como indicamos arriba, todo Estado detenta el monopolio legítimo de la coerción, del uso
de la fuerza que hace posible el orden interno y externo, ese plano se materializa en instituciones
determinadas, es decir ejército, policía, cárceles, justicia penal. Si consideramos que todo Estado
se sostiene a partir de la extracción legítima de recursos –impuestos– obtenidos de la población,
necesariamente existirá una serie de instituciones de recaudación que lo hagan posible. Del mismo
modo, si la cohesión entre gobernantes y gobernados es clave, una de las funciones centrales del
conjunto de instituciones educativas consistirá en generar las condiciones de posibilidad de esa
cohesión. Ese entramado de instituciones, mucho más amplio que las que aquí mencionamos a
modo de ejemplo, funciona gestionado por una burocracia o tecno burocracia que las administra.
Se trata de un cuerpo de funcionarios especializados en diferentes cuestiones que ejercen tareas
de coordinación y gestión que se multiplican y crecen en la medida que las sociedades y el aparato
estatal se tornan más complejos. El aumento de tareas represivas, sociales, tributarias, de gestión
estatal de una parte de la producción, de relaciones diplomáticas externas, etc. requiere de un
crecimiento de esa capa burocrática presente en el Estado, pero también en el seno de las grandes
corporaciones privadas que dominan el poder económico. 8
Esas instituciones y las políticas desplegadas desde el Estado para ser posibles requieren de
un plano no sólo material sino simbólico, que podría denominarse como:
B) La dimensión ideal del Estado 9
El poder estatal y el funcionamiento del conjunto del sistema requiere de una serie de
creencias, de percepciones, de concepciones, de ideas que se interiorizan en cada individuo por
medio de complejos procesos sociales –donde las instituciones del Estado, entre ellas la educativa,
juegan un rol central– que buscan lograr el acatamiento consensual de la población de
determinadas acciones, políticas y situaciones. La construcción de ese plano simbólico permite,
entre otras cuestiones, legitimar determinadas capacidades monopólicas del Estado. En principio
aceptamos que sea un policía quien nos multe por una infracción de tránsito o que sea un
organismo del Estado quien nos cobre un impuesto determinado. Esa legitimidad se construye con
saberes, enseñanzas, determinadas expectativas que se impulsan, entre otros lugares, desde el
propio Estado, que crea las condiciones de posibilidad de aceptación de su funcionamiento.
Ningún sistema ni relación de dominación puede descansar exclusivamente en el ejercicio de
la violencia. Para consolidarse necesita entonces crear consenso en la población. Esta dimensión
del Estado nos conduce a tener en cuenta un concepto clave: el de Hegemonía.
Un revolucionario italiano, Antonio Gramsci, fue quien acuñó el concepto. Por su combate
contra el régimen fascista de Mussolini pasó largos años en la cárcel reflexionando sobre las
razones del triunfo del fascismo y la derrota de los intentos revolucionarios en su país. Expresado
en términos conceptuales, la hegemonía consiste en una capacidad político cultural de una clase o
grupo que permite, de ser ejercida, convencer a la mayoría de la población que los intereses de
esa clase son intereses del conjunto, de toda la sociedad. La clase dominante se presenta como la
que puede lograr la realización de los intereses de toda la sociedad. Es un mecanismo central de
la dominación ya que logra la aceptación activa –al menos de una parte– de las clases dominadas
del sistema que las mantiene explotadas. Respecto a la esfera estatal un elemento central es
convencer a la sociedad de que es un árbitro, una instancia de poder neutral en el conflicto social,
que el Estado se encuentra por sobre y por fuera de las luchas entre clases. Nada más lejos de la

7
García Linera, Álvaro, La construcción del Estado, Conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Buenos Aires, 2010.
8
Bresser Pereira, Luis Carlos, Estado, aparelho do Estado e sociedade civil, Brasilia, Escola Nacional de
Administracao Pública (ENAP), 1995.
9
García Linera, Álvaro, Oportunamente citado.
24
realidad, tal como explicamos anteriormente, pero en su capacidad de proyectar socialmente esa
imagen reside una gran parte de la legitimidad estatal.
Esa capacidad de construir consenso para la totalidad del sistema no es una función exclusiva
del aparato estatal. Por el contrario, una clase dominante –que toma conciencia de sus intereses
comunes en el Estado– logra estabilizar su dominación si además de poseer el control de los
principales medios de producción es capaz de desarrollar hegemonía. Los medios de comunicación
masivos privados, las cámaras empresariales, el grueso de los partidos políticos, una amplia capa
de sindicatos, iglesias; una larga lista de lo que Gramsci denominaba sociedad civil, es decir, las
instancias del plano de lo privado, de las relaciones voluntarias y la construcción de consenso. Esta
es diferenciada de la sociedad política que es el ámbito de lo público, lo político-jurídico, la coerción,
es decir el Estado en sentido estricto. 10 Desde esas instancias situadas en el terreno de lo privado
se actúa, en las sociedades con mayor grado de desarrollo de occidente, como verdaderas líneas
de defensa del sistema cuando el Estado entra en crisis. Resultan fundamentales para defender al
Estado en situaciones revolucionarias. Desde la sociedad civil se construye un “sentido común” en
las clases subalternas afín a las perspectivas de la clase dominante. Para Gramsci había que
distinguir el mero dominio de un grupo social –basado en mantener la coerción de los dominados–
de la capacidad de dirección. Una clase se torna dirigente cuando ejerce un predominio intelectual
y moral que le permite lograr la adhesión de las clases subalternas. Conduce y no sólo impone o
reprime. 11
Confusiones típicas respecto al concepto de hegemonía lo reducen a una acotada forma de
consenso. La hegemonía incluye y combina elementos de consenso y de coerción para
efectivizarse. Además, no se trata de un mero “engaño” ejercido por la clase dominante, de una
capacidad plasmada en el plano de lo discursivo o de la retórica. Por el contrario, una clase
dominante se vuelve dirigente cuando supera su mirada corporativa, es decir, reducida a su
exclusivo interés o beneficio, para incorporar la capacidad de otorgar concesiones materiales a las
clases sobre las que ejerce la hegemonía. Debe ser capaz de ceder, hasta cierto punto, parte de
sus beneficios inmediatos para otorgar determinadas demandas de las clases subalternas, por
supuesto sólo en la medida que esas concesiones fortalezcan su dominación y no la pongan en
peligro. Como lo señalaba el propio Gramsci “…es indudable que tales sacrificios y tal compromiso
no pueden afectar lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser
también económica…” 12, es decir que no puede peligrar la propiedad privada de los medios de
producción por parte de la burguesía, que es el sostén determinante de su dominación.
Cuando se produce una crisis del sistema, se genera una situación de crisis de hegemonía
que, como veremos, en su máximo grado de intensidad se vuelve una crisis orgánica. Tanto la
esfera estatal como las funciones dirigentes presentes en la esfera privada de la clase dominante
se ven desbordadas, superadas por la movilización activa de las clases subalternas.
Antes de desarrollar esta cuestión expliquemos una tercera dimensión del Estado Moderno
que resulta central:
C) El Estado como Correlación de Fuerzas 13
Tal como indicamos anteriormente, el Estado está surcado por el conflicto. Todo el entramado
institucional, la dimensión material que señalábamos y la dimensión ideal, las ideas y
cosmovisiones predominantes en la sociedad son fruto de las luchas entre clases, grupos, actores

10
En Gramsci el concepto de sociedad civil, como gran parte de su arsenal teórico construido en condiciones de
adversidad extrema en las cárceles fascistas, no tiene un único sentido. El predominante en sus escritos sitúa a la
sociedad civil como parte del Estado. Partía así de una definición amplia del Estado, que era concebido como la suma
de las funciones de dominio –sociedad política- y hegemonía –sociedad civil– que resumía en la fórmula: Estado es =
a sociedad política más sociedad civil, esto es hegemonía revestida de coerción. Esto implica que la totalidad de
actividades prácticas y teóricas, sean del plano de lo público o de lo privado, si sirven para que la clase dominante
mantenga su dominio en base al consenso activo de los dominados, forman parte del Estado en un sentido amplio.
Nosotros aquí estamos tomando un sentido más restringido de la sociedad civil y sus organismos, que la diferencian
del Estado. Creemos que en función de los objetivos del trabajo esta distinción resulta útil y necesaria.
11
Campione, Daniel, Para leer a Gramsci, Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2007.
12
Gramsci, Antonio, en Cuadernos de la Cárcel, Tomo V, México, Era-Universidad Autónoma del Pueblo, 2000.
13
García Linera, Álvaro, Oportunamente Citado.
25
sociales diferentes. No surgen de la nada o de los deseos individuales de cada protagonista. Por el
contrario, son un producto de esas disputas, enfrentamientos y desplazamientos a lo largo de
complejos procesos históricos. De acuerdo a la correlación de fuerzas resultante se condensan
determinadas ideas fuerza e instituciones que reflejan y refuerzan la desigualdad social existente
entre los contendientes. El Estado, como ya indicamos, es una relación social construida en esas
luchas.
Luego de este recorrido recordemos que una definición acotada del Estado Moderno presente
al principio afirmaba que:
Es una instancia centralizada de poder político que organiza la dominación social de una
población en un territorio determinado sobre el que ejerce soberanía.
Un abordaje que profundice esa definición, a riesgo de ser descriptivo, debería tener en cuenta
que para organizar la dominación social esa instancia de poder:
Detenta el monopolio legítimo de la coerción; desarrolla una dimensión material visible en una
red de instituciones que posibilitan sus políticas y que son gestionadas por una tecnoburocracia;
requiere de una esfera ideal, un sistema de creencias desde el que se construye –en parte–
hegemonía y se generan condiciones para que la clase dominante se torne dirigente; colabora en
reproducir la sociedad capitalista en sus elementos celulares, tales como la relación del capital; es
fruto de procesos de lucha sociales y refleja la relación de fuerzas existente entre las clases en
pugna, lo que implica entenderlo como una relación social.
Como relación social inmersa en el conflicto, su capacidad de articular la dominación es
interpelada y puede entrar en crisis profunda.
Al mismo tiempo la posibilidad de una transformación de la sociedad requiere que las clases
dominadas, desde antes de su acceso a instancias de gobierno, construyan su visión del mundo,
sus concepciones y perspectivas en un proceso de contrahegemonía. El pensamiento gramsciano
señala, de esa manera, que una clase subalterna puede convertirse en hegemónica antes de
acceder a gobernar.
La posibilidad de una transformación radical requiere de situaciones revolucionarias, de crisis
de dominación que pongan en jaque el ordenamiento social existente y las estructuras del Estado.
La Crisis orgánica
Cuando se habla de una crisis de hegemonía se hace referencia a una situación donde la
clase dominante no logra recrear las condiciones para lograr que su dominio se base en condiciones
de legitimidad y consenso mayoritario. Quienes detentan el poder económico dominan, pero no son
“dirigentes” en el sentido que explicamos anteriormente. Cuando las contradicciones sociales se
aceleran, se alcanza el máximo grado de crisis de hegemonía, una crisis orgánica donde, en
palabras de Gramsci: “la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es dirigente,
sino sólo dominante, detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas
se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual antes creían,
etc. La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo.” 14
En una situación de crisis orgánica, las clases subalternas ya no asisten como espectadoras
pasivas o sólo como apoyo de las diferentes fracciones de la clase dominante en sus disputas
internas. La dinámica de la conflictividad se traslada a un enfrentamiento más explícito entre las
clases dominadas, que actúan con creciente autonomía, y los dominadores, que ven amenazada
la totalidad del sistema de dominación que han construido. Es una crisis de dominación que
involucra todos los planos de la realidad (político, social, cultural, económico) y es el trasfondo que
posibilita el desarrollo de actores sociales que impugnan el orden establecido.
El Estado, como instancia de poder que articula la dominación, se ve desbordado por
demandas que no puede absorber dentro de su lógica institucional. Las dimensiones y
componentes del Estado comienzan a fallar y resquebrajarse, no pudiendo cumplir las funciones
que sostenían. Esa situación de crisis orgánica no necesariamente desembocará en una revolución
y un cambio de sistema. Por el contrario, puede resolverse en una forma restauradora del sistema

14
Gramsci, Antonio; “oleada de materialismo y crisis de autoridad”, en Mabel T. Rey (et alía), Gramsci Mirando al Sur,
Mimeo.
26
anterior, con más o menos cambios, según los diferentes casos. Como procesos históricos, por
cierto no tan abundantes en la historia, esas crisis resultan verdaderos laboratorios sociales donde
se engendran transformaciones y se tornan evidentes, muy visibles, algunas de las cuestiones que
aquí postulamos. Entre ellas el carácter inestable, dinámico y cambiante de la forma Estado como
fruto de procesos que condensan en su estructura relaciones sociales.
Finalmente, retomar una reflexión sobre ciertas visiones del Estado que aquí cuestionamos,
ayudaría a reforzar lo que no es el Estado desde nuestra perspectiva.
4. Una crítica a ciertas miradas sobre el Estado
En primer lugar, como repetimos en más de una oportunidad, descartamos las
perspectivas que ubican al Estado como portador de una supuesta neutralidad y como
instancia situada al margen y por arriba de la sociedad. Esas creencias se basan en una
perspectiva profundamente ahistórica y que esconde de manera interesada el conflicto social
inherente a las estructuras de la sociedad capitalista. El Estado queda de esa manera desligado de
la sociedad capitalista que en estas visiones, afines a una perspectiva neoliberal, sólo se sustenta
en la búsqueda del beneficio de cada individuo, las familias y la autorregulación del mercado. La
tarea central del Estado pasa, desde estas miradas, únicamente por proteger la propiedad privada
que es presentada como interés del conjunto de la sociedad y no de una clase.
En segundo lugar, no hay que confundir Estado y Gobierno, elementos que suelen
aparecer como sinónimos en cierto “sentido común” reforzado desde los medios masivos de
comunicación privados. El gobierno es una parte del Estado, es su cúspide pero supone un ejercicio
transitorio del poder. Habla en nombre del conjunto del Estado, actuando como su vocero, pero
está muy lejos de superponerse con él. Por el contrario, la dinámica histórica nos marca una larga
lista de gobiernos que no controlan el Estado o determinados componentes de éste, sean las
Fuerzas Armadas, el poder judicial, sectores de la burocracia al interior del propio Estado, etc. No
hay que perder de vista entonces que acceder al gobierno no implica tener el control del poder
estatal y que aún en el hipotético caso que se controlen sus resortes mayoritarios, no se tiene el
conjunto del poder. En una sociedad capitalista una parte decisiva del poder descansa en la
propiedad privada de los medios de producción por parte de la burguesía y la capacidad de ésta de
generar hegemonía desde un conjunto de instrumentos –medios de comunicación, partidos,
escuelas privadas, asociaciones, fundaciones, cámaras, etc.– presentes en la sociedad civil y que
no pertenecen al Estado.
En tercer lugar, quienes conciben al Estado solamente como un aparato de
instituciones dejan de lado su dimensión ideal, el régimen de creencias que se porta social e
individualmente y es construido históricamente. De la misma manera no entenderlo como relación
social olvida la complejidad de procesos de lucha social que se condensan en el Estado. De esa
manera, tomamos distancia de determinadas visiones que pueden incluso presentarse como
críticas del capitalismo, pero que conciben el cambio social como la mera apropiación de los
aparatos estatales para realizar desde allí las transformaciones sociales que terminen con el
capitalismo. Entienden al Estado como una “cosa” petrificada donde reside el poder político.
Por el contrario, desde otras perspectivas críticas, una transformación radical de la sociedad
existente requiere de un largo proceso de deconstrucción de la estatalidad presente en la
sociedad. 15 Necesita de la combinación de un gobierno –y hasta cierto punto un Estado– que aliente
esas transformaciones, junto al empoderamiento de las clases populares y sus organizaciones, que
deben adquirir, paulatinamente, posibilidades de autogobierno. En definitiva, esas miradas no
entienden al poder como “una cosa” que reside sólo en el Estado, sino como una relación que
recorre al conjunto de la sociedad, por eso señalan que desde las clases populares y la sociedad
civil también se construye poder.
Finalmente, un problema de abordaje se presenta con la dupla Estado-Nación tan
característica de la consolidación de los Estados Modernos. En la tradición anglosajona se habla
tan sólo de gobierno no haciendo mención al Estado, lo que fortalece la confusión que señalamos

15
García Linera, Álvaro, Oportunamente Citado.
27
anteriormente. A su vez, en buena parte de la tradición europea el Estado es identificado con el
Estado Nación, es decir con el país. 16
Cualquier recorrido histórico nos indica que los Estados y las Naciones han existido desde
antes de la aparición del capitalismo. Incluso sabemos que han existido –y existen– naciones que
carecen de Estado, es decir de esa instancia de poder centralizado que articula la dominación que
venimos analizando detenidamente. Esto es así porque la dimensión simbólica de la Nación, ese
sentimiento de pertenencia que forja una identidad común en un conjunto humano, se genera por
mecanismos religiosos, culturales, lingüísticos, históricos, que no necesariamente desembocan en
un asentamiento territorial común con gobierno, instituciones, etc. Un ejemplo posible es el de la
nación gitana, los kurdos o decenas de naciones que aún hoy no cuentan con un Estado. El
problema radica en que los Estados Modernos ejercen su soberanía sobre una población que habita
un territorio. Esto significa que los Estados Nación Modernos son una experiencia muy específica.
Para Aníbal Quijano, se trata de sociedades nacionalizadas, es decir políticamente
organizadas como Estado Nación. Esto requiere de instituciones tales como la ciudadanía y la
democracia política –con los límites estructurales que les impone el capitalismo– que permiten el
acceso a la igualdad legal, civil y política para gentes socialmente desiguales. Si todo Estado-
Nación es una estructura de poder, una instancia de dominación, para Quijano la identidad común
que expresa la Nación no puede ser algo meramente imaginario, ficcional, aunque tenga parte de
eso. Sus miembros precisan tener algo real en común, algo que compartir, y ese elemento
necesariamente debe basarse en algún nivel de acceso a la ciudadanía y la democracia política
como elementos centrales. 17
Para Oscar Oszlak, la estatidad, es decir los atributos que hacen que un Estado sea Estado,
requiere la capacidad de difundir e internalizar en la población una identidad colectiva, por medio
de la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia. Así el Estado construye la
identidad nacional en una población que inicialmente se puede encontrar diferenciada por
tradiciones, etnias, lenguajes que la separan. La construcción de la identidad nacional –si ésta no
existe o es débil– es un elemento central de la acción del Estado, en este caso ubicada en el plano
de lo ideal, de lo simbólico, en la esfera de los sentimientos y percepciones colectivos.
A su vez la construcción de la Nación también requiere, para el autor, de un plano material
vinculado a la integración de la actividad económica dentro de un espacio territorialmente
delimitado. En esencia se trata de la formación de un mercado y una clase burguesa nacionales,
es decir una clase dominante que supera lo local y articula relaciones sociales capitalistas –
propiedad privada, trabajo asalariado, predominio de producción de bienes de cambio, plusvalor
como fuente de ganancia, etc.– que se tornan dominantes en el plano nacional. 18 Es decir
presupuestos imprescindibles para un sistema de dominación nacional articulado desde el Estado.
De esa manera es necesario diferenciar las categorías Estado y Nación al mismo tiempo que
es clave entender sus elementos de unidad en la aparición de los Estados Modernos Nacionales.
La instancia de poder encarnada en el Estado genera las condiciones para que la población que
habita ese territorio se incorpore al sistema político como ciudadanos con derechos formalmente
iguales, construya una identidad común por medio de la difusión de símbolos y una esfera material
de relaciones capitalistas integradas en un espacio, que lo diferencian de otros Estados Nación
existentes.
En este recorrido, si hasta aquí abordamos conceptualmente la génesis y dimensiones del
Estado moderno, debemos pensar ahora esos planos en la dinámica de los procesos históricos de
nuestra región y de nuestro país. En ese sentido es importante reflexionar sobre la especificidad de
los Estados Latinoamericanos, sus particularidades, sus diferencias respecto a los Estados
centrales, particularmente de Europa Occidental –donde como vimos nacieron los Estados
Modernos– y también respecto al caso de Estados Unidos. A partir de allí, podemos pensar el caso

16
Bresser Pereira, Luis Carlos, Oportunamente Citado.
17
Quijano, Aníbal, Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, en: Lander, Edgardo (compilador), La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Buenos Aires, Clacso, 2003.
18
Oszlak, Oscar, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires, Ediciones de Belgrano, 1985.
28
argentino y problematizar las condiciones que posibilitaron su consolidación del poder estatal, bajo
su forma oligárquica. Esos ejes son abordados en la segunda parte de este trabajo.
Segunda Parte
1. Los Estados Latinoamericanos: colonialidad del poder, eurocentrismo y
dependencia
La constitución de los Estados Latinoamericanos siguió caminos radicalmente diferentes de
los que reseñamos anteriormente en Europa. No sólo por ser mucho más tardía su consolidación
definitiva, fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XIX, sino porque la conquista de
América y la constitución de un Sistema Mundo19, desde el siglo XVI en adelante, determinaron
radicalmente su destino.
En el planteo de Aníbal Quijano, 20 la conquista de América, inicialmente española y
portuguesa se basó en el genocidio de indios, atados a los grandes latifundios y minas por medio
de la servidumbre, así como de la población negra africana. Esta última, sobre todo a partir del siglo
XVII, fue esclavizada para ser usada como mano de obra gratuita en las grandes plantaciones
productoras de azúcar, tabaco, algodón y café, bienes destinados al consumo de las sociedades
europeas. De esa manera las masacres y la desarticulación de todos los planos –económicos,
políticos, culturales, simbólicos, reproductivos– de la vida cotidiana de esos pueblos, se tornaron
un elemento imprescindible para conformar la base material del sistema capitalista. El saqueo del
oro y la plata de nuestro subcontinente generaron las condiciones de mayor control monetario y
comercial de Europa, lo que a su vez le permitió el dominio de las rutas atlánticas y su superioridad
sobre otros imperios y civilizaciones –árabe, china, etc. –.
La explotación gratuita de mano de obra fue pieza determinante de la acumulación
originaria21 de las sociedades centrales. A su vez, la economía de plantaciones en las que se usó
parte de esa mano de obra negra e indígena, permitió la producción masiva de mercancías. La
construcción de la modernidad se basó en ocultar su relación íntima con ese proceso de genocidio
y de despojo que resultó clave para su desarrollo en el espacio europeo. Obsérvese que esta
historia entrelaza profundamente la parábola de tres continentes –África, América, Europa– aunque
aún hoy el estudio de ese momento histórico en nuestros espacios educativos nos presenta esos
procesos como compartimientos estancos y son abordados de manera paralela, sin articular sus
profundas conexiones, lo que no resulta para nada casual.
Pero la comprensión profunda de las implicancias de la conquista reside, para Quijano, en la
aparición de un patrón de poder mundial que tiene como soportes decisivos la colonialidad del
poder y el eurocentrismo. En el primer caso, no se trata tan sólo de la relación colonial de
dominación entre las metrópolis europeas y nuestra región. La colonialidad del poder se funda en

19
El concepto de Sistema Mundo ha sido desarrollado por diversos intelectuales: uno de los que más tuvo que ver en
su elaboración y difusión ha sido el estadounidense Immanuel Wallerstein. El argumento central reside en que la
conquista de América, la de África y el dominio europeo de las rutas comerciales hacia Asia, posibilitaron la aparición,
por primera vez en la historia de la humanidad, de una economía de características globales, que se erigió de manera
definitiva durante el siglo XVI. Esa economía mundo se caracteriza, entre otras cuestiones, por el desarrollo de un
sistema capitalista que implica la existencia de países centrales que explotan al resto de los países, países
semiperiféricos –son explotados pero a su vez explotan a otros- y países periféricos –son dominados sin explotar a
otros-. Esta perspectiva se enfrenta a la idea de progreso y a las tesis liberales de que el desarrollo del comercio genera
bienestar entre las naciones y afirma que la economía mundo es desigual, jerárquica y fruto de relaciones de fuerza
diferentes entre países, lo que implica desarrollos y beneficios totalmente asimétricos. Esa economía se articula y se
sostiene conectada con relaciones sociales, políticas y culturales que constituyen la estructura de un sistema mundo.
Ver: Wallerstein, Immanuel, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos: un análisis de sistemas-
mundo, Madrid, Akal, 2004.
20
Quijano, Aníbal, Oportunamente citado.
21
El concepto de acumulación originaria o primitiva, remite a un momento fundante del capitalismo donde se produce
el despojo de millones de productores directos del control de sus medios de producción, los que se ven empujados
hacía la única alternativa de vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Ese proceso fue analizado por Karl
Marx a partir del estudio del caso de Inglaterra y la génesis del capitalismo en ese país, particularmente en el capítulo
XXIV de su obra El Capital, Tomo I. Ver: Marx, Karl y Engels, Friederich, Obras Escogidas, XII Tomos, Buenos aires,
Editorial Ciencias del Hombre, 1973.
29
la etapa de dominación colonial pero aún permanece vigente. Tiene como epicentro la
consolidación del racismo como herramienta de clasificación jerárquica de la dominación. Se trata
de la justificación de la dominación europea a partir de las diferencias con otros pueblos, tomando
el color de la piel como la más emblemática, a la que luego un cientificismo colonial pretenderá
agregarle bases de supuesta diferenciación biológica. De esa manera las clases dominantes
europeas justificarán –y justifican– su dominación en la pretendida inferioridad cultural, biológica y
social, de los pueblos conquistados. Aún más, esa conquista será presentada con ribetes
“humanistas”, dado que era una tarea de los pueblos más avanzados llevar su civilización a los
pueblos “atrasados”, aunque éstos se resistieran.
De los rasgos fenotípicos se deducía la inferioridad de los pueblos dominados en todos los
niveles. Las diferencias sociales y culturales aparecían como diferencias raciales.
Complementario con ese mecanismo de colonialidad del poder el eurocentrismo erigió un
nuevo patrón intersubjetivo que configuró percepciones, valores, cosmovisiones en todo el mundo,
incluyendo las mentalidades de muchas franjas sociales de los propios pueblos dominados. En esa
perspectiva Europa era –y es– ubicada como el punto máximo de la civilización humana, su lugar
de llegada y de evolución más acabada. El centro por excelencia del desarrollo de la modernidad y
del despliegue de sus valores. Se postula el mito del progreso y del desarrollo unidireccional de la
historia de la humanidad, con Europa como paradigma. Los procesos regionales y locales de esa
zona del mundo son presentados como universales. De esa manera, las diversas experiencias
culturales, las formas de subjetividad y de sociedad diferentes de cientos de pueblos resultan
invisibilizadas y reducidas a formas del pasado y por ende, del atraso. Según estas perspectivas,
sólo copiando los paradigmas europeos y asumiendo sus formas de civilización esos pueblos
podrían salir de su condición de inferioridad, es decir que debían negar y dejar atrás todas sus
formas de construcción social y cultura para poder integrarse al progreso. 22 El verdadero sujeto del
conocimiento del paradigma eurocéntrico no es enunciado explícitamente, pero se trata de un
europeo, propietario, blanco, varón, de clase alta, preferentemente de religión protestante. Ese
sujeto de la historia es el opuesto de quienes son considerados meros objetos de conocimiento y
que nunca pueden erigirse como sujetos constructores de su propio saber, que por definición son
los indios, negros, mestizos, mujeres, etc. ubicados en el escalón inferior de la humanidad.
La importancia de estos mecanismos que, como dijimos, perduran fuertemente hasta nuestros
días, se visualiza en cómo determinan las formas de explotación del trabajo de las sociedades
coloniales. Las formas de explotación no salariales eran destinadas a los pueblos dominados, como
el trabajo esclavo para los pueblos negros africanos o la servidumbre indígena –que la colonia
española monta ante la preocupación por el brutal descenso de la población indígena–. Por el
contrario, las relaciones salariales fueron reservadas a la población blanca o a aquellos miembros
de las clases populares cuyo color de piel, vía el mestizaje, se encontrará lo suficientemente
emblanquecida para ser parte de las formas de explotación “libres” de la fuerza de trabajo. Esto
evidencia como las construcciones ideológicas y simbólicas “superestructurales” no pueden ser
separadas, esquemáticamente, de las relaciones sociales que conforman la propiedad de los
medios de producción y explotación, pertenecientes a la “infraestructura”.

22
Con todas las ambigüedades, diferencias y matices que se puedan señalar, es evidente que el predominio de los
patrones eurocéntricos se derramó también sobre los pensamientos emancipadores opuestos a las burguesías
europeas, que surgieron en la Europa del siglo XIX de la mano del crecimiento de la clase obrera. En el caso del
anarquismo, el rechazo de muchas de sus vertientes al mundo cultural y simbólico de las clases populares no obreras,
especialmente del campesinado, tuvo episodios tremendos en Latinoamérica como los tristemente célebres batallones
rojos de la revolución mexicana de 1910 a 1920. Allí, trabajadores anarquistas combatieron armas en mano, junto a
grandes propietarios como Venustiano Carranza, contra los ejércitos campesinos de Villa y Zapata. En el caso de la
tradición marxista, los escritos de Federico Engels –avalando la anexión de gran parte de México por parte de EEUU,
a mediados del siglo XIX –o los del propio Carlos Marx sobre la India–, señalando el supuesto impulso progresista que
los capitales ingleses traerían a ese país, son muy claros en mostrar la presencia en sus fundadores de una lógica
positivista y eurocéntrica. Es cierto también que en ambas tradiciones se desarrollaron elementos antagónicos con el
eurocentrismo. Particularmente en el pensamiento de Marx la mayoría de sus postulados se encuentran en abierta
contradicción con sus afirmaciones más cercanas al patrón eurocentrista. Para una mirada profunda sobre las tensiones
presentes en el pensamiento marxista ver: Lander, Edgardo, Marxismo, eurocentrismo y colonialismo, en: Borón,
Atilio (compilador), La Teoría Marxista hoy, Buenos Aires, Clacso, 2006.
30
En definitiva , desde la mirada de Quijano, el despliegue del nuevo patrón de poder se
desarrolla sobre todas las esferas y dimensiones de la vida social, abarcando la empresa capitalista
a nivel de la organización de la producción y el trabajo; la familia patriarcal y burguesa a nivel del
sexo y la reproducción; el Estado Moderno como eje de la autoridad; el eurocentrismo a nivel de la
subjetividad: la colonialidad del poder estructurando en base al racismo los mecanismos de
dominación sociales en nuestros espacios nacionales. 23
Justamente en la persistencia de ese patrón de poder reside uno de los elementos centrales
de continuidad de la dominación en Latinoamérica. El triunfo del ciclo de revoluciones
independentistas de principios del siglo XIX, que hirió de muerte sobre todo a la metrópoli colonial
española –aunque mantuvo sus colonias en Cuba y Puerto Rico hasta fines de ese siglo– rompió
con el colonialismo, pero para nada con la colonialidad del poder. 24
Las clases criollas, que terminaron por dominar esas revoluciones, mantuvieron la sociedad
colonial heredada prácticamente sin modificaciones, y el eje del racismo perduró para mantener
fuera de cualquier derecho social y político a los pueblos indios, negros y mestizos que eran –y
son– las mayorías populares de nuestro continente. La colonialidad del poder se mantuvo
plenamente viva como sostén de la desigualdad social de nuestras sociedades. Toda mirada que
se pretenda crítica debe tomar en cuenta esa permanencia. La dependencia no se reduce a un
problema de dominación externa de unas naciones sobre otras, algo que como veremos es
inherente al despliegue del mercado mundial capitalista, sino que tiene sus bases en la estructura
de dominación y explotación interna de cada espacio nacional, constituidas históricamente desde
los tiempos de la colonia y mantenidas por las nuevas repúblicas independizadas 25. Si el proceso
de independencia, que paulatinamente derivó en la aparición de los Estados latinoamericanos, fue
tan sólo una rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales, las
trayectorias de los diversos países y la constitución de sus Estados Nación siguieron caminos
diferenciados. 26 En el caso de países como Argentina, Uruguay o Chile, una población negra más
reducida, la masacre de buena parte de su población indígena y la llegada de millones de
inmigrantes europeos posibilitaron un limitado proceso de homogeneización. De esa manera, se
construyó una identidad, supuestamente blanca y “europea”, de sus habitantes por lo que aún hoy

23
Seoane, José, De la crítica al desarrollo al debate sobre las alternativas, en: Taddei, Emilio, Algranati, Clara y
Seoane, José, Extractivismo, despojo y crisis climática, Buenos Aires, Herramienta y Editorial el Colectivo, 2013.
24
Un caso emblemático de la colonialidad del poder y de demostración de cómo se mantiene vigente hoy, es la
revolución haitiana. Fue la primer revolución independentista –1804– y la más radical, ya que fue llevada adelante por
negros esclavos. En la reciente realización del bicentenario de las independencias, los Estados latinoamericanos y sus
clases gobernantes excluyeron a la revolución haitiana de esos festejos. Semejante “olvido” sólo puede explicarse
porque la revolución negra, como lo afirma Eduardo Gruner, fue el primer discurso de la contramodernidad que puso
en evidencia las tensiones y contradicciones de la modernidad, especialmente encarnados en la revolución francesa:
un universal abstracto de igualdad frente a la desigualdad social concreta; el principio de la fraternidad contrapuesto a
la existencia del genocidio de los pueblos colonizados; el de libertad enfrentado a la realidad de la esclavitud; la
pretendida universalidad de los derechos de ciudadanía enfrentados a la realidad de que para acceder a esos derechos
se debía ser propietario, hombre y blanco. Haber puesto en evidencia esas cuestiones es algo que el pensamiento
eurocéntrico y el poder imperial nunca perdonaron a la revolución haitiana y su pueblo sigue pagando hasta hoy ese
“pecado”. Ver: Gruner, Eduardo, La oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución, Buenos Aires, Edhasa,
2010.
25
Esa continuidad también se sostuvo en la derrota de los proyectos, dentro de esas revoluciones independentistas,
que pretendían transformaciones de fondo. Por mencionar algunos, el ciclo que se extendió de 1810 a 1820, liderado
por José Gervasio Artigas. El caudillo de la Banda Oriental –hoy Uruguay– llevo adelante un proceso de redistribución
de la propiedad de la tierra que atravesó con su impronta todo el litoral y la cuenca rioplatense, atemorizando a las
clases dominantes de ambas márgenes del Río de la Plata. En el caso mexicano la revolución indígena y popular
desarrollada de 1810 a 1815, encabezada sucesivamente por los sacerdotes Miguel Hidalgo y José María Morelos,
decretó la abolición del tributo indígena y comenzó expropiaciones por las que retornaban a las comunidades la
propiedad de sus tierras. En ambos casos, las clases pudientes criollas terminaron enfrentando y venciendo esos
procesos, prefiriendo incluso aliarse con el colonialismo español o portugués, antes que permitir que se modificara la
situación de explotación de las clases populares de esos países. Para el estudio del movimiento artiguista Ver: Azcuy
Ameghino, Eduardo, Historia de Artigas y la independencia Argentina, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental,
1993 y para el caso de la revolución anticolonialista en México Ver: Lynch, John. Las revoluciones
hispanoamericanas. (1808-1826). Barcelona, Ariel, 1976.
26
Quijano, Aníbal, oportunamente citado.
31
se invisibiliza, margina y discrimina a quienes no se acomodan a ese parámetro; en el caso de
Perú, Bolivia, México y Centroamérica se llevó adelante un intento de homogeneización cultural
basado en la destrucción de la cultura de indígenas, negros y mestizos, particularmente de los
primeros, mayorías sociales de esos países. Ese intento fracasó y la lucha contra la colonialidad
del poder está en la base de todas las rebeliones populares de esos países; en el caso de Brasil,
Colombia o Venezuela se articuló un discurso de supuesta democracia racial y de festejo del
mestizaje que enmascaraba la discriminación que sufría la población no blanca, sobre todo la
negra. 27
En las últimas décadas del siglo XIX, la dependencia estructural y la colonialidad del poder
tuvieron una nueva reestructuración en nuestra región. El avance de la primer y segunda revolución
industrial en Europa, sobre todo inicialmente en Inglaterra; los procesos de concentración del capital
y la generación de nuevos excedentes que necesitaban ser invertidos en otros mercados; la
búsqueda de materias primas para sus fábricas y de alimentos para poblaciones crecientemente
urbanizadas, y la transformación del sistema capitalista, que ingresaba en su fase imperialista 28,
terminaron por configurar la denominada división internacional del trabajo. Desde las visiones
eurocéntricas se postuló, a partir de la teoría de las ventajas comparativas, que cada país debía
especializarse en producir aquello que hacía mejor y más barato para venderlo en el mercado
mundial y adquirir el resto. Para esto se pregonaban las bondades del libre comercio,
recomendando el abandono de todos los proteccionismos aduaneros.
El conjunto de Latinoamérica, de la mano de sus clases dominantes locales, ingresó al nuevo
esquema vigente como productora de alimentos y materias primas, e importadora de bienes
industriales manufacturados. De esa manera, se consolidaba un mercado mundial complementario
–unos producían lo que otros no– pero profundamente asimétrico. La hegemonía mundial de
Inglaterra se profundizaba a partir de contar con el acceso a materias primas y alimentos más
baratos que los que podía producir localmente; se abrían nuevos mercados para colocar su
producción fabril y exportar sus capitales excedentes, para consolidar en los países periféricos una
infraestructura funcional a la división productiva planteada; se impedía la aparición de países
industrializados que compitieran con Inglaterra, dada la estricta especialización primaria de las
economías latinoamericanas. Esos países periféricos organizaban la totalidad de sus economías
alrededor de unos pocos bienes primarios, tornándose aún más dependientes de los bienes
industriales y la tecnología de los escasos países industrializados.
Un efecto, aún más determinante, del aumento de la oferta de alimentos y materias primas
producidas por Latinoamérica, fue que posibilitó el incremento en los países industrializados, de la

27
El caso de EEUU siguió caminos específicos. Sin duda pasó a simbolizar plenamente los valores eurocéntricos
dominantes, una suerte de Europa de nuestro continente. Desde ya, estuvo presente en su historia la masacre de los
pueblos indígenas, aunque una parte de esas tierras –a diferencia del caso Argentino, por ejemplo- fue apropiada por
una capa de medianos y pequeños propietarios, los famosos farmers del oeste norteamericano, y no terminó absorbida
en su totalidad por la gran concentración latifundista de la tierra. Al mismo tiempo se hizo presente –y aún pervive– la
colonialidad del poder del blanco sobre el negro, que lejos estuvo de culminar con la guerra de secesión del Norte
frente al Sur, desarrollada en la década del 60 del siglo XIX. Digamos además que la victoria del Norte industrializado
–y por ende más proteccionista– sobre el Sur esclavista y proveedor de algodón para las fábricas textiles inglesas, tuvo
mucho que ver con la posterior hegemonía planetaria de EEUU. De haber triunfado el Sur en la guerra civil, algo que
pudo ocurrir en los primeros años del enfrentamiento, el patrón dominante de su economía habría pasado por la
provisión de materias primas y alimentos para Europa, al igual que lo que ocurrió con Latinoamérica. Para un abordaje
de la historia de EEUU Ver: Adams, Willi Paúl, Los Estados Unidos de América, México DF, Siglo XXI, 1979.
28
Desde perspectivas no marxistas la categoría de imperialismo refiere a procesos expansivos, de ocupación y de
control de algunos Estados sobre otros. Por el contrario, desde la mirada del líder de la revolución rusa de 1917 Vladimir
Lenin, elaborada durante la primera guerra mundial, el concepto remite a las transformaciones del capitalismo
desarrolladas a fines del siglo XIX. Ese proceso implicó la fusión del capital industrial y del financiero, el fin del
capitalismo de libre competencia y el paso a una economía dominada por los monopolios y la reproducción del capital,
donde las potencias imperialistas se reparten el mundo, a través del dominio de los Estados de Asia, África y América
Latina –sólo formalmente independiente–. El imperialismo es una etapa superior del capitalismo que se caracteriza,
además, por la exportación de valor a las regiones dominadas del mundo para crear plusvalía. Ver: Lenin, Vladimir
Ilich, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Buenos Aires, Quadrata, 2006. Para el debate actualizado de
las diferentes teorías del imperialismo Ver: Katz, Claudio, Bajo el imperio del capital, Buenos Aires, Ediciones
Luxemburg, 2011.
32
población urbana en general y de la clase obrera industrial en particular. Aún más, el acceso a
alimentos más baratos les permitió a los capitalistas de los países centrales el abaratamiento de la
mano de obra, porque se reducían precios de bienes fundamentales para la reproducción de la
fuerza de trabajo. El efecto de esa mayor oferta fue el de reducir el valor real de la fuerza de trabajo
en los países industriales, aumentando la captación de plusvalía para las burguesías de los países
centrales. 29
Ese comercio implicó además la existencia de un intercambio desigual, presente en el hecho
de que, en el tiempo, el precio de los alimentos y materias primas tendió a valer menos que el precio
de los bienes industriales, lo que conllevó una transferencia de riqueza de los países especializados
en bienes primarios hacía los países centrales industrializados. 30
Para muchos de los autores latinoamericanos, que elaboraron una visión crítica de estos
mecanismos en la década del 60 del Siglo XX, que se conoce como Teoría de la Dependencia, 31
fue en el marco de la constitución de ese nuevo orden mundial de mediados del siglo XIX que se
articuló la dependencia. Se trata de una relación de subordinación entre naciones formalmente
independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son
modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. 32
Como ya hemos señalado, este proceso será en todo caso una reformulación, una
reelaboración de la dependencia, porque desde la conquista de América nuestros países han sido
incorporados a un patrón de dominación mundial, que incluyó –e incluye– la colonialidad del poder
y el predominio del eurocentrismo como elementos articuladores de su dependencia histórico-
estructural. De esa manera esa relación de dominio no pasa sólo por las clases dominantes
metropolitanas, sino por la alianza con las potencias centrales de las clases dominantes locales,
que se beneficiaran con el nuevo orden mundial que emergió a mediados del siglo XIX.
Una vez más, las economías de nuestros países no tendrán como centro organizador sus
mercados internos sino el mercado mundial, estructurado por las necesidades de las potencias
dominantes.
En este contexto de fines del siglo XIX, se dio la consolidación definitiva de los Estados Nación
de nuestro subcontinente. Estos se formaron vinculados estructuralmente al mercado mundial a
través de todos los mecanismos que acabamos de reseñar; reforzaron las clasificaciones raciales
como eje de las divisiones de clase; sostuvieron todos los paradigmas del eurocentrismo, incluido
el culto a la democracia liberal parlamentaria europea o estadounidense; surgieron henchidos de
positivismo y de la ideología del progreso –lo que implicó la llegada de capitales para ferrocarriles
e infraestructura, pero también la búsqueda del ingreso de inmigrantes blancos para construir un
mercado laboral que reemplazara a la población local, a la que las clases propietarias de la región,
despreciaban y temían–; se constituyeron como defensores a ultranza de la propiedad privada
burguesa y de la relación subordinada con Inglaterra. La creación del Estado Nacional argentino no
fue la excepción, sino que por el contrario, encajó plenamente en esos parámetros.

29
Marini, Ruy Mauro, Dialéctica de la dependencia, México DF, Ediciones Era, 1991.
30
La existencia de ese deterioro de los términos del intercambio fue señalada por primera vez por la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), a mediados del siglo XX, particularmente por el argentino Raúl
Prebisch.
31
Como corriente de reflexión nace en la década del 60` en América Latina, influenciada por un contexto radicalizado,
tanto a nivel mundial como regional, dado el impacto de la revolución cubana y los procesos de descolonización de
Asia y África. A su vez, sus miembros confrontan con las concepciones desarrollistas y de la Cepal, quienes sostenían
que la industrialización, de la mano de burguesías nacionales con ciertos niveles de alianza con los capitales
extranjeros industriales, generaba modernización y la consiguiente autonomía de los países periféricos. Para los
integrantes de esta corriente crítica, por el contrario, no se puede disociar desarrollo de subdesarrollo, sino que la
acción de los países centrales genera el atraso de los países dependientes. El problema de América Latina no es la
falta de capitalismo sino su presencia, dado que sus regiones más subdesarrolladas son las que tuvieron mayor
contacto con las metrópolis capitalistas. Entre sus integrantes podemos mencionar a André Gunder Frank, Fernando
Henrique Cardoso, Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos. Como lo señala Atilio Borón, lo más correcto es hablar
de teoría(s) de la dependencia, porque aunque comparten un campo común de reflexión al mismo tiempo, entre sus
integrantes, existen diferencias de enfoque considerables. Ver: Borón, Atilio A., Teoría(s) de la dependencia, en:
Realidad Económica Nº238, 16 de Agosto/30 de Septiembre, 2008.
32
Marini, Ruy Mauro, Oportunamente Citado.
33
2. La constitución del Estado Argentino y el Estado oligárquico
En América Latina en general y en la Argentina en particular, como ya señalamos, la
consolidación de los Estados Nación fue tardía y muy posterior a las revoluciones independentistas
de principios del siglo XIX. Por supuesto nos referimos al Estado como instancia centralizada de
poder político, que organiza la dominación social de una población en un territorio determinado
sobre el que ejerce soberanía y del que describimos sus características y dimensiones en el primer
parte de este trabajo. Es importante señalarlo porque diversas formas de autoridad política y ciertos
niveles de centralización se dieron en la región y en Argentina antes de fines del siglo XIX, pero
fueron débiles, efímeras y no lograron cuajar en una instancia de poder del tipo de la que
describimos para el Estado Moderno. Las razones de ese hiato, esa separación entre la ruptura de
la dominación de las metrópolis coloniales y la efectiva consolidación del Estado son diversas. Para
autores como Oscar Oszlak, 33 las causas remiten a que la mayoría de los movimientos
revolucionarios triunfantes tenían su base de apoyo y su impulso original centrados en las ciudades
donde residían las principales autoridades coloniales, es decir, que tenían características
municipales. La guerra revolucionaria trajo la destrucción del aparato burocrático colonial pero no
generó un poder centralizado en su reemplazo, sino que se fortalecieron las tendencias locales,
regionales. Esa tendencia se acentuó cuando la antigua economía colonial articulada alrededor de
los grandes centros productores de metales preciosos –como lo era Potosí para el Virreinato del
Río de la Plata– colapsa por la dinámica de la revolución, aunque ya había entrado en decadencia
antes de su estallido. Predominaba el peso de intereses locales sobre la posibilidad de
centralización y nacionalización del poder político. Si a esto se le suma la perdurabilidad de las
guerras civiles, –producto justamente de intereses regionales liderados por grandes propietarios de
tierra y de ganado, enfrentados entre sí–, la existencia de un territorio muy amplio en el marco de
escasas posibilidades de transporte y comunicación, economías regionales desarticuladas y con
más vinculación con mercados externos que con el resto del país y el pobre crecimiento
demográfico, lo que se reflejaba en la debilidad del mercado laboral; allí tenemos las coordenadas
que explican el fracaso de los intentos de consolidación de una instancia de poder político nacional.
El largo período de predominio de Juan Manuel de Rosas en nuestro país expresaba el peso
de los grandes propietarios de tierra bonaerenses, es decir, los ganaderos saladeristas. Estos
tenían como preocupación central asegurar la salida de sus bienes exportables –sebo, cuero,
tasajo– y mantener el control de los recursos aduaneros y el puerto, mucho más que lograr una
unificación nacional definitiva, que podía obligarlos a ceder una parte de su poder. La caída de
Rosas, tras la batalla de Caseros en 1852, estuvo muy lejos de generar las condiciones para la
centralización. Por el contrario, se reeditó el conflicto entre una Buenos Aires que pretendía
continuar siendo hegemónica –sólo que ahora más centrada en la burguesía comercial porteña–
frente a una Confederación del resto de las provincias del interior, lideradas por Justo José de
Urquiza, un gran propietario ganadero entrerriano. La discusión no era sobre el modelo de país, ya
que las distintas fracciones de la clase dominante anhelaban un modelo agroexportador lo más
dinámico posible, sino sobre el peso que tendría cada una de ellas en el estado nacional y el
reclamo de los grandes latifundistas ganaderos del litoral para que se les asegurara la libre
navegación de los ríos, que les permitiera comerciar directamente con el mercado mundial sin
depender del puerto de Buenos Aires. Como lo señala Milcíades Peña, 34 ninguna de las fracciones
en pugna tenía un horizonte que se centrara en el mercado interno y en la posibilidad de un ciclo
de desarrollo capitalista independiente: sus intereses estaban fijos en el mercado mundial.
Los cambios en el mundo, con la aparición de la división internacional del trabajo que
explicamos anteriormente, cambiaron profundamente el escenario: la mayor demanda de materias
primas y alimentos aseguraba un mercado externo en expansión; la existencia de excedentes
financieros en los países centrales garantizaban capitales dispuestos a invertir en la periferia en
transporte y obras de infraestructura, ya que les permitían asegurarse más rápido la provisión de
materias primas y la colocación de su producción fabril; los procesos de expulsión de mano de obra
–particularmente en determinadas regiones de Europa y sobre todo en el campo– posibilitaban las
33
Oszlak, Oscar, Oportunamente citado.
34
Peña, Milcíades, El paraíso terrateniente, Buenos Aires, Ediciones Fichas, 1969.
34
grandes corrientes migratorias que, a su vez, proporcionaban la fuerza de trabajo que demandaban
las clases dominantes de determinados países periféricos. Todas esas transformaciones,
aceleraron la preocupación de las clases dominantes locales respecto a la necesidad de consolidar
una instancia centralizada de poder para estabilizar su dominación y vincularse al mercado mundial.
Quienes controlaron la producción de los bienes primarios para la exportación y se aliaron con los
capitales ingleses fueron los que obtuvieron los mayores beneficios de ese esquema. De la mano
de la burguesía agraria, exportadora inicialmente de lana y luego de trigo, maíz y carne vacuna, se
sentaron las bases del Estado Nacional en Argentina.
El proceso principal de esa constitución se dará durante los gobiernos de Bartolomé Mitre
(1862-1868); Domingo F. Sarmiento (1868-1874); Nicolás Avellaneda (1874-1880) y el primer
gobierno de Julio A. Roca (1880-1886). Impelidos por las transformaciones en curso, contaron con
los recursos provenientes de los préstamos financieros ingleses y con el escenario abierto tras la
victoria de la batalla de Pavón. Con la anuencia tácita de Urquiza, que se plegó a las tendencias en
curso con el único requisito de mantener su hegemonía en Entre Ríos, el proyecto de la
Confederación fue derrotado y los sectores dominantes porteños, con el apoyo de los terratenientes
bonaerenses, se lanzaron a un intento de organización estatal que resultaría definitivo.
Para lograrlo pusieron en marcha un conjunto de mecanismos represivos pero también
consensuales que impidieran el fracaso que otros intentos hegemónicos habían tenido en el
pasado. Junto a la modalidad represiva se impulsaron mecanismos cooptativos, materiales e
ideológicos que permitieran la construcción de un proyecto hegemónico. 35
Por medio de la modalidad represiva se consolidó un ejército nacional permanente, con una
cadena de mando profesionalizada y la mejora de su armamento, que pasó a estar dotado de
moderna artillería y fusiles Rémington a repetición. Para garantizarse esa superioridad, durante los
gobiernos antes mencionados, el 50% del presupuesto nacional se invirtió en el equipamiento del
ejército. Aprovechando la velocidad de despliegue que les daba la creciente expansión de las líneas
ferroviarias, las fuerzas militares sofocaron a sangre y fuego diversos levantamientos populares en
el interior liderados por caudillos locales (Ángel Vicente “el Chacho” Peñaloza, Felipe Varela,
Ricardo López Jordán, entre otros). En paralelo libraron una guerra internacional, aliados con Brasil
y Uruguay, contra el Paraguay, único país del cono sur que se resistía a ingresar en la naciente
división internacional del trabajo. 36 Finalmente fue el ejército nacional quien llevó adelante la
tristemente famosa Campaña del Desierto, terminología que encubre que no había ningún desierto,
sino decenas de pueblos indígenas que fueron despejados de sus territorios, cultura y hábitat. La
esclavitud, supuestamente abolida en la Asamblea del año XIII, fue restaurada en esos días, donde
los diarios de Buenos Aires anunciaban la subasta de mujeres y niños indígenas, traídos como
esclavos para las familias “ilustres” de la ciudad puerto. En una demostración histórica de la
pervivencia de la colonialidad del poder, todas esas masacres, realizadas sobre los actores sociales
que no encajaban en el nuevo modelo –tales como gauchos e indígenas– fueron realizadas en
nombre del progreso y de la civilización contra la barbarie. El Estado Argentino se estructuró sobre
la base de un genocidio cuyos perpetradores, como el propio Roca, continúan siendo festejados
como héroes de la patria hasta la actualidad. Las tierras resultantes de la expulsión indígena
engrosaron rápidamente, por diversos mecanismos, el patrimonio de la burguesía agraria,

35
Oszlak, Oscar, Oportunamente citado.
36
El Paraguay siguió un camino alternativo en el contexto de las revoluciones independentistas de principios del siglo
XIX. Separado tempranamente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de la mano de la férrea dictadura de
Francia, construyó una economía proteccionista donde el Estado tenía el monopolio del comercio exterior,
particularmente del tabaco, la madera y la yerba mate. Al mismo tiempo, el Estado confiscó gran parte de las tierras,
que eran arrendadas a bajo precio a los campesinos pobres, quienes eran dotados gratuitamente de útiles de labranza
y ganado. La capitalización del Estado le permitió contar con capital suficiente para acometer obras de infraestructura.
Para los observadores de la época, el Paraguay era una potencia en muchos aspectos más desarrollada que la
Argentina o Brasil. Esa economía cerrada, refractaria a la naciente división internacional del trabajo, fue considerada
un mal ejemplo por Inglaterra y las clases dominantes de los países vecinos. De la mano de una guerra brutal
desarrollada entre 1865 y 1870, que se conocerá como de la Triple Alianza por la convergencia de Brasil, Argentina y
Uruguay, tras una larga resistencia el Paraguay será vencido, su economía destruida y en su población casi no
quedaran hombres vivos sino niños, mujeres y ancianos. Ver: Pomer, León, La Guerra del Paraguay, Buenos Aires,
Centro editor de América Latina, 1987.
35
terminando por instaurar el dominio del latifundio. La gran concentración de tierras en pocas manos
–que se había iniciado en la etapa colonial y reforzada con la ley de enfiteusis de Rivadavia y las
campañas militares de Rosas– se erigió definitivamente como el rasgo principal de la estructura
agraria de la argentina.
Fue a través de esos pasos que el Estado consolidó el monopolio legítimo de la coerción,
aspecto que terminó de concretarse cuando las provincias perdieron la posibilidad legal de
convocar a sus propias Fuerzas Armadas, para pasar a ser atributo exclusivo del Estado Nacional.
La modalidad cooptativa se basó en un pacto político de dominación nacional pensado para
no repetir la experiencia de enfrentamientos intraoligárquicos anteriores. De la mano de esa lógica
consensual, se buscó negociar e integrar a las oligarquías provinciales, ofreciéndoles participación
en el nuevo esquema de poder, –sea por medio del acceso a subsidios otorgados por el gobierno
nacional a las provincias del interior, por el acceso al empleo público para los seguidores de las
élites del interior o bajo la amenaza de aplicar la intervención federal, tal como la Constitución
Nacional permitía al Poder Ejecutivo, en el caso de que los gobernantes locales tuvieran actitudes
díscolas–. El mecanismo cooptativo puso en marcha un proceso fundamental, dado que un Estado
nacional capitalista requiere de una clase dominante nacional que se piense a sí misma en términos
no locales. Ese proceso no fue lineal, sino que contó con variados momentos de crisis. El más
evidente fue cuando Avellaneda federalizó la ciudad de Buenos Aires en 1880, separando la ciudad
puerto de la provincia de Buenos aires. El gobernador bonaerense Carlos Tejedor se levantó en
armas, pero fue vencido por el ejército nacional encabezado por Roca. El conflicto evidenció una
de las paradojas del proceso de organización estatal. Iniciado el proceso de centralización por las
fracciones dominantes porteñas y bonaerenses, estas se vieron obligadas en determinado
momento a recortar una porción de su poder local, para poder constituir una dominación nacional
estable. La figura que simbolizó ese paso fue el propio Roca, quien en su primera presidencia,
fundó un partido que actúo como representante de los intereses de todas las oligarquías
provinciales, el Partido Autonomista Nacional (PAN). Al mismo tiempo, montó un régimen político
que se caracterizó por la apelación al fraude, el voto cantado y no obligatorio y la rotación de los
cargos políticos dentro de la propia clase dirigente 37. Esa arquitectura política tenía como objetivo
resguardar a las clases dominantes para que éstas mantuvieran el control estricto del gobierno y
del Estado. Se convocaba a millones de inmigrantes como mano de obra pero no como sujetos de
derechos políticos y de ciudadanía, cuestión que se pretendía reducir al mínimo posible.
La modalidad material ubicó al Estado como articulador de la llegada de inmigrantes, de la
atracción de capitales extranjeros y de garantizar la transferencia de tierras a manos de la burguesía
agraria y de inversionistas foráneos, si era necesario. Por eso, el Estado propagandizó en Europa
las supuestas oportunidades de ascenso social que daba la Argentina, así como subsidió pasajes
de barcos o financió la estadía en un hotel, en los primeros días de la llegada de algunos
inmigrantes. La acción estatal fue clave para que se generara un mercado laboral que abaratara la
mano de obra que requería el capital. De la misma manera, les garantizó jugosas ganancias a los
inversionistas extranjeros para que se instalaran en el país. En el caso de los ferrocarriles les
reservaba las vías férreas que daban segura ganancia, como las de la pampa húmeda, a la vez
que mantuvo para sí mismo la explotación de los ramales deficitarios. En la esfera material
podemos ver como el Estado jugó un rol activo en la formación de las empresas privadas. 38 Lejos
de limitarse a su rol de guardián del orden público, para dejar actuar a las fuerzas del mercado, tal
como sugería la doctrina liberal, el Estado generaba las condiciones monopólicas y desiguales de
esos mercados, para una vez garantizado esto “retirarse” y dejar el escenario para el libre juego de
la oferta y la demanda.
Sin dudas, esa instancia de concentración del poder era gestionada por la burguesía agraria;
pero más que la idea de un Estado montado a imagen y semejanza de la oligarquía preferimos la
idea de un proceso constitutivo simultáneo e interdependiente entre la clase dominante –con sus
fracciones más fuertes ubicadas en la burguesía agraria pampeana– y el Estado. Este era a la vez
creador y resultante del modelo planteado por la economía agroexportadora. Era creado por la

37
Botana, Natalio, El orden conservador, Buenos Aires, Sudamericana, 1985.
38
Quiroga, Hugo, Estado, crisis económica y poder militar, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.
36
burguesía agraria al mismo tiempo que, garantizándole acceso preferencial a la tierra pública,
fortalecía, constituía y configuraba a esa burguesía agraria. Ese proceso de interrelación presente
en el momento de la consolidación del Estado generaría una lógica de la clase dominante que, por
un lado, asumió un discurso liberal, contrario a la intervención del Estado, pero al mismo tiempo
recurrió –y recurre– permanentemente a él para asegurarse jugosas ganancias. El Estado fue –y
es– concebido como refugio para cubrir las debilidades políticas y económicas de la clase
dominante. 39 Es materia discutible cuánto de esa interdependencia no es algo presente en cualquier
Estado capitalista o cuánto de ese tipo de interrelación configura un comportamiento más
específico, presente en la vinculación Estado-clase dominante del caso argentino. Lo cierto es que
en el proceso que nos ocupa, el Estado ayudó en la constitución de esa clase dominante y al mismo
tiempo fue constituido por ella.
Finalmente, la modalidad ideológica le permitió a la clase dominante generar los
instrumentos para una construcción hegemónica sobre la población. Esa tarea se tornaba más
acuciante si tenemos en cuenta la transformación profunda que implicó la llegada de casi 6 millones
de inmigrantes, solamente entre 1874 y 1914, de los cuales alrededor de tres millones se quedaron
para siempre en el país. La escuela pública tuvo un rol primordial en la elaboración de una currícula
educativa que construyera un pasado común e incorporara un sistema de creencias, valores y
conductas afines a las perspectivas del mundo esbozadas desde el poder económico y social. La
Ley 1420 de 1884, que establecía la educación pública, gratuita, laica y obligatoria –lo que le
posibilitó al Estado desplazar a la iglesia católica de esa esfera de poder– fue central para conseguir
la nacionalización de los hijos de los inmigrantes. De la misma manera el servicio militar obligatorio,
establecido por la ley impulsada por el general Pablo Riccheri en 1901, se tornó un dispositivo
esencial en el disciplinamiento de los varones jóvenes de las clases populares, dado que los
provenientes de las clases pudientes eludían con facilidad su cumplimiento. 40
Combinando represión con mecanismos consensuales, la burguesía agraria logró un Estado
que detentara el monopolio de la coerción, que organizara una red de instituciones públicas que le
permitiera la organización jurídica y administrativa del territorio, que fuera capaz de difundir la idea
de nación en su población, que reprodujera la sociedad capitalista en todos sus planos y articulara
un sistema de dominación viable: todos elementos imprescindibles del Estado Moderno, tal como
lo describimos en la primer parte de este trabajo. Fue por medio de ese Estado que la burguesía
agraria se tornó clase dirigente, es decir, que tomó conciencia de sus intereses comunes como
clase, se constituyó como clase dominante nacional y desplegó un proyecto hegemónico, que
perduró como tal, al menos hasta fines de la tercera década del siglo XX, donde las fisuras de esa
hegemonía se hicieron evidentes.
Aun así, el recorrido de la hegemonía oligárquica no estuvo exento de desafíos y resistencias
que la pusieron a prueba y marcaron sus límites. Derrotados quienes resistieron la implantación de
ese proyecto de país, –montoneras de gauchos, pueblos originarios– el propio modelo
agroexportador plasmó las condiciones sociales necesarias para la aparición de nuevas clases que
desarrollaron nuevos tipos de conflictos. La emergencia de fracciones de clase media urbana y
rural generó la base social necesaria para la aparición de determinados partidos. El más importante
de ellos, la Unión Cívica Radical (UCR), criticó la exclusión política del régimen político oligárquico
y la instrumentación del fraude y exigió determinadas reformas que posibilitaran un acceso de las
clases medias a la educación y al empleo público. Su presión fue decisiva para la sanción de la Ley
Sáenz Peña de 1912, que estableció el voto secreto, obligatorio y “universal” masculino. Fue la
existencia de esa ley, la que permitió el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916, iniciando un ciclo de
gobiernos radicales que se extenderían hasta el golpe de Estado de 1930. Si el ascenso radical
expresó el anhelo de determinados actores sociales de lograr modificaciones en la arquitectura de
poder elaborada por la clase dominante, al mismo tiempo demostró la fuerza de la hegemonía
oligárquica. Los gobiernos radicales mantuvieron sin cambios los elementos celulares y
determinantes del modelo empezando por la especialización primaria de la economía argentina, el

39
Quiroga, Hugo, Oportunamente citado.
40
Marcaida, Elena, Rodríguez, Alejandra y Scaltritti, Mabel, Los cambios en el Estado y la sociedad Argentina
(1880-1930), en: Marcaida, Elena (compiladora) Historia Argentina Contemporánea, Buenos Aires, Dialektik, 2008.
37
control de los capitales ingleses del comercio, el transporte, las finanzas y actividades industriales
como los frigoríficos, así como la propiedad latifundista de la tierra permaneció en manos de la
burguesía agraria. Si por un lado, el ascenso social de las clases medias incomodó e importunó a
las fracciones principales de la clase dominante, ninguna de las acciones de los gobiernos radicales
significó una alteración sustancial de las bases de su poder económico y social. Las clases medias
y sectores minoritarios de grandes propietarios que apoyaban al radicalismo, pugnaban por ser
parte del modelo pero no por modificarlo sustancialmente, ni mucho menos por erradicarlo. 41
Diferente fue el caso de la constitución del movimiento obrero en el país. De la mano de
inmigrantes que tenían una experiencia de organización sindical en Europa y enfrentados a
condiciones laborales de aguda explotación, se formaron los sindicatos por oficio. Alrededor de la
huelga, la movilización y los piquetes en puerta de fábrica se fue construyendo un nuevo repertorio
de lucha de las clases populares. Las ideologías anarquista, socialista –y algo más tarde el
sindicalismo revolucionario– desarrollaron una intensa organización del heterogéneo mundo de la
clase trabajadora de la época. Particularmente el anarquismo, con su estrategia insurreccional
revolucionaria, se tornó un desafío evidente para el poder. La respuesta desde el Estado combinó
la represión más brutal con la profundización de las estrategias de nacionalización de la población.
En un verdadero giro ideológico –lo que muestra que el núcleo fundamental de la cosmovisión de
la clase dominante reside en la defensa de sus intereses directos, más que en perspectivas
dogmáticas– en las primeras décadas del siglo XX se desarrolló un discurso, proveniente de
determinadas franjas de la clase dominante, que comenzó a ver en los trabajadores extranjeros un
peligro para el sistema. Ese cambio se aceleró a partir del impacto mundial de la revolución rusa
de 1917, parida en el medio de un mundo convulsionado por la primera guerra mundial (1914-
1918). La perspectiva del “peligro rojo” y la conspiración revolucionaria, a la que supuestamente se
enfrentaba el país, llevaba a que cualquier demanda obrera, por elemental que fuera, se
reprimiera. 42
En el mismo giro ideológico el gaucho, que anteriormente era la personificación de la barbarie,
pasó a ser considerado como el portador de los valores de la nación que había que mantener. Claro
que eso sucedía una vez que los gauchos reales habían sido masacrados y disciplinados, así como
la perspectiva estigmatizadora de los trabajadores extranjeros aparecía sólo una vez que éstos se
organizaban y hacían sentir sus reclamos.
De todos modos, los límites estructurales del modelo se manifestaron cuando el comienzo de
una crisis mundial del sistema capitalista, iniciada con la quiebra de la bolsa de valores de Nueva
York en Octubre de 1929, puso en evidencia su fragilidad. El derrumbe de los precios de los
alimentos y las materias primas, ante la menor demanda de los países centrales, la detención del
flujo de llegada de capitales extranjeros, –e incluso la inversión de ese flujo, ya que una parte de
esos capitales retornaban a sus países de origen–, las dificultades en sostener las importaciones
de bienes industriales ante la caída de las exportaciones primarias y los límites en la incorporación
de nuevas tierras fértiles en la Argentina –lo que marcaba el fin de la expansión de la frontera
agrícola– provocaron el derrumbe de la economía y evidenciaron cuánto dependía de factores
externos que no controlaba. La primera respuesta de la clase dominante consistió en apoyarse en
las fuerzas armadas, para derribar al segundo gobierno de Yrigoyen, inaugurando el ciclo de golpes
de Estado de la historia Argentina. El nuevo escenario internacional, la disminución de su tasa de
ganancia y la creciente presión de las clases populares llevarían a la clase dominante a ensayar

41
Rock, David, El radicalismo argentino, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.
42
En las movilizaciones del primero de Mayo de principios del siglo XX, fue habitual que personajes tristemente
célebres, como el jefe de policía Ramón Falcón, dieran la orden de represiones que se cobraban la vida de muchos
trabajadores. La oligarquía aprobó leyes como la Ley de Residencia de 1902 o la de Defensa Social de 1910, que
dieron mano libre al Estado para detener, deportar y en el segundo caso imponer la pena de muerte o la prisión por el
“delito” de difundir ideas contrarias al orden social vigente. Con la llegada de los gobiernos radicales, la tibia estrategia
inicial de acercamiento a las protestas lideradas por el sindicalismo revolucionario, se trocó en carta blanca y apoyo
para la represión del ejército y de grupos parapoliciales como la Liga Patriótica, tanto en la denominada Semana Trágica
de 1919, como en la Patagonia en 1921- 22. Ver: Godio, Julio, La Semana Trágica, Buenos Aires, Hyspamerica, 1985
y Bayer, Osvaldo, La Patagonia Rebelde, Buenos Aires, Hyspamerica, 1986.
38
otros tipos de cambios en la Argentina de la etapa 1930-1943, pero ese recorrido excede los
alcances de este trabajo.
3. Estado y modelo agroexportador: un debate sobre sus consecuencias en la historia
Es el momento de recapitular y reflexionar sobre las consecuencias del tipo de Estado y de
economía agroexportadora que se elaboró en ese largo proceso. Las visiones de las ciencias
sociales que realizan un panegírico de las bondades del modelo y de las virtudes de la burguesía
agraria 43 exaltan el crecimiento de ciertos indicadores de la economía Argentina, tales como el
crecimiento del PBI, la renta Per Cápita, la expansión del comercio exterior –haciéndose eco del
mito de la Argentina como granero del mundo– así como de indicadores de consumo como la alta
compra de automóviles en el mercado interno. De la misma manera, festejan la modernización
económica y el progreso que, según estas miradas, serían el corolario de este proceso. El deterioro
de la Argentina fue posterior y fruto del abandono de esta senda de desarrollo, dada por la
integración al mercado mundial y su apertura comercial. Además, el conflicto social es enfocado,
desde estas perspectivas, como una problemática a lo sumo secundaria. Según estos autores, el
modelo permitió amplias posibilidades de ascenso social para buena parte de las clases populares,
así como el Estado se mostró eficaz en la resolución de las demandas de apertura política, como
lo evidenció la sanción de la Ley Sáenz Peña.
Una visión que se pretenda crítica de la historia, enfoque que aquí reivindicamos, debería
señalar de manera contrapuesta algunas cuestiones, parte de las cuales –aunque sea
parcialmente– hemos mencionado.
En primer lugar, el Estado resultante de estos procesos y la nueva estructura económica y
social que éste contribuyó a crear, se edificaron sobre la base de genocidios, cuyas consecuencias
se mantienen presentes hasta hoy. Las justificaciones más o menos veladas de éstos, sobre la
base discursiva de lo inevitable de los procesos históricos y del progreso, no son más que
manifestaciones del eurocentrismo y la colonialidad del poder que describimos anteriormente,
apenas revestidas de un barniz pretendidamente objetivo. Es decir que son elaboraciones
funcionales al poder dominante. El Estado y la sociedad emergente de esa etapa está surcado por
esos mecanismos de colonización del patrón de poder y sus efectos continúan vivos en múltiples
sentidos.
Lo mismo se puede afirmar para el tratamiento del conflicto social entre los trabajadores, el
capital y el Estado, que tienen estas concepciones. Notemos que la persistencia de la conflictividad
social, por más esfuerzos que se hagan para minimizarla, pone en evidencia que el famoso “granero
del mundo” no garantizaba ni siquiera un plato de comida diario para muchos de los que habitaban
su territorio. Eso hace ostensible que la discusión a dar no es sólo sobre cómo se genera riqueza
sino alrededor de cómo se distribuye esa riqueza y que clases resultan realmente favorecidas en
estos procesos.
En segundo lugar, la economía agroexportadora sometió el país a variables externas como
la demanda de materias primas y alimentos o la inversión de capitales extranjeros y construyó un
mercado interno y una industria totalmente subordinados al sector exportador. Eso aumentó la
dependencia de Argentina y mostró sus efectos devastadores cuando la coyuntura mundial se
modificó. Al mismo tiempo, el control de áreas estratégicas por parte del capital extranjero marcó
un proceso de modernización que se realizó siguiendo los intereses externos y no los de un
desarrollo propio. Por ejemplo, los ferrocarriles que se tendieron aquí siguieron una lógica radial
teniendo como eje el puerto, sin integrar las regiones entre sí –a diferencia del trazado europeo– lo
que tuvo consecuencias enormes en el desarrollo de una economía deformada y capitalista
dependiente, que fue la que se consolidó en esta etapa.
Una demostración de esto que afirmamos es el desarrollo desigual del interior frente a la más
dinámica región pampeana. Esta desigualdad sustentó –y sustenta– que la mayoría de la población
sea urbana y resida en Buenos Aires y el conurbano bonaerense, mientras que muchas regiones

43
Como ejemplo acabado de estas perspectivas ver: Waisman, Carlos, La inversión del desarrollo en la Argentina,
Buenos Aires, Eudeba, 2006 y Díaz Alejandro, Carlos, Ensayos sobre la historia económica argentina, Buenos
Aires, Amorrurtu, 1983.
39
del interior expulsan permanentemente mano de obra y gran parte de sus habitantes se ven
obligados a vivir del empleo público o se encuentran desempleados o subocupados. Si esa
estructura deformada se siguió consolidando con las sucesivas fases de desarrollo del capitalismo
dependiente, las bases de esa deformación se profundizaron en la etapa que aquí abordamos.
En tercer lugar, la concentración de la tierra en pocas manos bajo la gran propiedad
latifundista y el consiguiente control de una minoría social sobre la producción y distribución de
alimentos, se terminó de edificar en el período que aquí reseñamos. La implicancia de esto en la
dinámica posterior de la historia Argentina –plena de crisis económicas cíclicas, agudos procesos
inflacionarios y disputa alrededor de la renta agraria– salta a la vista.
Finalmente señalemos que, si todo Estado articula la dominación y genera las condiciones
para hacerla posible, al ser la Argentina un país capitalista dependiente de desarrollo desigual y
combinado, eso se manifiesta e interioriza en el tipo de estructura estatal que emerge a fines del
siglo XIX. Es un tipo de Estado cuyas acciones se encuentran sobredeterminadas por su inserción
dependiente en el mercado mundial y la naturaleza desigual del sistema mundo.
El recorrido que hemos realizado hasta aquí denota la complejidad de los procesos históricos
abordados y de categorías como el Estado. Como vemos, las implicancias de esos procesos
continúan en debate y las posturas diferentes existentes en las ciencias sociales remiten a visiones
contrapuestas, presentes en la sociedad y en el debate político actual. Ninguna de estas cuestiones
es ajena a nuestras vidas cotidianas y su presencia, explícita o velada, se proyecta sobre cada uno
de nosotros/as. Cómo poder pensar los procesos sociales de los que formamos parte, de qué
manera usar ciertas categorías para el análisis de la realidad y cómo construir una mirada que no
naturalice lo existente y nos permita pensar críticamente, son algunas de las preocupaciones que
recorren este trabajo y el conjunto de la materia.
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CONSIDERACIONES ACERCA DE LA FORMACIÓN DEL ESTADO ARGENTINO


Francisco Corigliano
El propósito del presente trabajo es doble. Procura, por un lado, brindar al lector una
introducción elemental acerca de los conceptos de Estado y Nación, y de los componentes que
definen un Estado nacional. Por otro lado, intenta esbozar un análisis acerca de la génesis y
formación del Estado argentino, que de ninguna manera pretende agotar este tema tan complejo.
En función de este doble objetivo, el artículo se divide en tres partes: 1) una parte introductoria,
donde se definen los conceptos de Estado y Nación y las condiciones indispensables que debe
tener un Estado definido como Estado nacional; 2) un análisis del proceso de formación del Estado
argentino, donde se examina el período comprendido entre 1810 y 1860, y 3) las conclusiones.
1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS DE ESTADO Y NACIÓN
Como sostiene Strasser el Estado es la organización que impone y/o obtiene acatamiento de
la población, valiéndose tanto del poder o coerción como de la autoridad o legitimidad para lograr
este objetivo. El Estado es el ordenador de la sociedad. Debido a la diversidad de comportamientos,
actividades e intereses que caracterizan a los miembros de cualquier sociedad y que a menudo

41
resultan incompatibles entre sí, es necesaria la existencia de un instrumento para la resolución y/o
regulación de los conflictos sociales, provocados por el choque de estos intereses, valores, hábitos
y comportamientos existentes. Este instrumento de dominación política, cuyo objetivo es imponer
un determinado tipo de orden y que expresa a la vez el interés general de la sociedad y el interés
de uno o más sectores dominantes de cualquier sociedad, es el Estado. La Nación, en cambio, es
una realidad del orden cultural (en el sentido antropológico) constituida básicamente por
tradiciones, lengua, vínculos religiosos, hábitos y estilos de vida compartidos, y desde ya, una
historia en común. Ni el Estado ni la Nación existen desde siempre; ambos se forman con el tiempo.
Además, Estado y Nación no necesariamente aparecen Juntos. Existen casos en donde uno de los
componentes —o el Estado o la Nación— puede estar ausente. Por ejemplo, la existencia de la
nación alemana o la nación Judía es anterior a la constitución del Estado alemán o del Estado
israelí actual. Según Oszlak, sólo podemos hablar de un Estado nacional cuando un determinado
sistema de dominación -u ordenamiento- social tiene las siguientes propiedades: 1) capacidad de
manifestar su poder; obteniendo reconocimiento como unidad soberana dentro de un sistema de
relaciones interestatales; 2) capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura
de relaciones de poder que garantice el monopolio del poder estatal sobre los medios organizados
de coerción; 3) capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjunto
funcionalmente diferenciado de instituciones públicas con reconocida legitimidad para extraer en
forma estable recursos de la sociedad civil, con cierto grado de profesionalización de sus
funcionarios y cierta medida de control centralizado sobre sus respectivas actividades y 4)
capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan
sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control ideológico
como mecanismo de dominación. Asimismo. Oszlak agrega que la noción de Estado nacional
presupone, además de estas cuatro propiedades, la presencia de condiciones materiales que
posibiliten la expansión e integración del espacio económico (mercado) y la movilización de agentes
sociales en el sentido de instituir relaciones de producción e intercambio crecientemente complejas
mediante el control y empleo de recursos de dominación. Esto significa que la formación de una
economía capitalista y de un Estado nacional son aspectos de un mismo proceso, pues esa
economía en formación va definiendo un ámbito territorial, diferenciando estructuras productivas y
homogeneizando intereses de clase que en tanto fundamento material de la nación, contribuyen a
otorgar al Estado un carácter nacional.
2. EMANCIPACIÓN Y PROCESO DE FORMACIÓN DEL ESTADO ARGENTINO: EL LARGO
CAMINO HACIA LA ORGANIZACIÓN NACIONAL (1810 A 1860)
Para comprender mejor los factores que posibilitaron a partir de 1860 la formación del Estado
argentino, resulta imprescindible examinar las razones del fracaso de los diversos intentos de
organización nacional previos a esa fecha. Por esta razón el análisis histórico de este trabajo se
retrotraerá hasta 1810, considerando cuatro períodos diferentes: a) 1810 a 1829; b) 1829-1852; c)
1852-1860 y d) 1860 en adelante. a) Primer período (1810 a 1829): Si bien es cierto que la
Revolución de Mayo y las luchas de emancipación iniciadas en 1810 marcaron el comienzo del
proceso de creación de la nación argentina, la ruptura con el poder imperial no produjo
automáticamente la emergencia de un Estado nacional. Roto el vínculo colonial, pronto se hizo
evidente que el Virreinato del Río de la Plata resultaba un ámbito unificado sólo por el control
español. Dicho virreinato estaba constituido por un conjunto de regiones y provincias con realidades
geográficas, políticas, económicas y culturales muy diferentes entre sí. La dominación española no
había creado una base ni material ni política para el desarrollo posterior de una clase criolla capaz
de ejercer un liderazgo centralizado sobre todo el ex-Virreinato del Río de la Plata. La Primera Junta
de Gobierno surgida a partir de la Revolución de Mayo en Buenos Aires intentó utilizar la estructura
política heredada del poder colonial español —y aun el nombre de Fernando VII— para imponer su
autoridad sobre el resto del ex-virreinato. Pero las diversas partes de dicho virreinato —Alto Perú.
Banda Oriental. Paraguay e incluso las provincias del Interior y del Litoral— tenían intereses
económicos, políticos y culturales que no coincidían con los de Buenos Aires. Así, el movimiento
independentista no pudo ganar adhesiones fuera de Buenos Aires. Las ideas y principios de la
Revolución de Mayo no conseguían ser por sí mismos un factor aglutinante que mantuviera la

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unidad del ex-Virreinato del Río de la Plata. La desaparición del poder colonial español dejó al
descubierto la presencia en el futuro ámbito de la República Argentina de tres áreas diferentes en
cuanto a tradiciones, historia e intereses políticos y económicos: Buenos Aires — comprendiendo
la provincia y el puerto—, el interior mediterráneo y el Litoral. El esquema de dominación que
proponía Buenos Aires estaba ligado al fortalecimiento del circuito económico Buenos Aires-
mercado externo, concentrado en el puerto desde fines del siglo XVIII, y que a partir de principios
del siglo XIX consistía en la exportación de productos ganaderos como fuente de intercambio con
el exterior. El predominio centralizado de Buenos Aires implicaba el control de los recursos
obtenidos a través de la Aduana, el fortalecimiento del circuito Buenos Aires-mercado externo y la
apertura del resto de las provincias a las importaciones de los países industrializados. En otras
palabras, este régimen de libre intercambio de productos en todo el futuro territorio argentino,
propuesto por los sectores terratenientes y mercantiles de Buenos Aires, implicaba el certificado de
muerte para las incipientes economías del Interior, cuya producción artesanal no podía competir
con los eficientes productos importados europeos. Por su parte, la región mediterránea, que abarca
las provincias del centro, norte y oeste, comprendía economías de desiguales características y
grados de desarrollo. La zona central y norteña se configuró durante los siglos XVI y XVII, vinculada
al circuito de las minas potosinas y el puerto de Lima, como proveedora de carretas, tejidos y
animales de carga. La zona cuyana compartió estos rasgos generales, pero sus vinculaciones más
importantes fueron con la economía chilena y tuvo un mayor desarrollo de la agricultura. Las
provincias de Catamarca y La Rioja. marginales a los circuitos económicos del centro-noroeste y
del Cuyo, formaban la zona económicamente más atrasada de toda la región. El agotamiento de
las minas de Potosí a partir del siglo XVII y la posterior interrupción del tráfico con Perú afectaron
significativamente el circuito entre las economías limeña e interior mediterránea. Por su parte, las
barreras aduaneras internas y la competencia del comercio de importación impedían el comercio
entre el Interior y la región comprendida por las provincias de Buenos Aires y del Litoral. Las
posibilidades de expansión de la región interior -mediterránea dependían en gran medida de un
Estado que limitara las importaciones provenientes de los países industrializados europeos, quitara
a Buenos Aires el control exclusivo de la aduana, y destinara una porción importante de las rentas
aduaneras a subsidiar los gobiernos provinciales y ayudara a una vinculación entre las provincias
del Interior y la reglón pampeano-litoraleña. Por su parte, y a diferencia del interior mediterráneo, la
reglón del Litoral participaba de la exportación de productos ganaderos hacia el exterior y del
comercio de importación proveniente de los países industrializados europeos. Pero, si bien
compartían con Buenos Aires la necesidad de eliminar las barreras aduaneras y fortalecer el
intercambio con el exterior de acuerdo con los postulados librecambistas, las provincias del Litoral
querían terminar con el dominio exclusivo portuario de Buenos Aires a través de la sanción de la
libre navegación de los ríos interiores y la nacionalización de la Aduana de Buenos Aires. Estas
diferencias regionales eran más importantes que las filiaciones políticas. El conflicto entre federales
y unitarios, que la literatura identifica con el origen y desarrollo de las guerras civiles argentinas,
reflejaba claramente estas contradicciones entre los distintos intereses de Buenos Aires. Litoral e
Interior mediterráneo. En este sentido, resultan muy claras las palabras del gobernador interino de
Córdoba Mariano Fragueiro al caudillo de la provincia de La Rioja Facundo Quiroga, veinte años
antes de la batalla de Caseros (1852): "La guerra civil aunque ostensiblemente se hace entre
federales y unitarios, ella no existe fundamentalmente sino entre las provincias interiores y las
litorales porque los intereses de entre ambas no han estado íntimamente ligados...".4 El período
comprendido entre 1810 hasta 1829 puede ser caracterizado como una etapa en la que Buenos
Aires intentó inútilmente imponer un proyecto de organización nacional basado en el control político
y económico - a través del dominio de la Aduana— sobre el resto de las provincias. Así, los
sucesivos intentos institucionales —Junta Grande, Primer y Segundo Triunvirato, Directorio—
fracasaron estrepitosamente por intentar imponer modelos políticoeconómicos inspirados en el
ejemplo europeo y no tener en cuenta los intereses de las provincias argentinas, aisladas
geográfica, política, económica y culturalmente de Buenos Aires. Los distintos intentos de Buenos
Aires por imponer proyectos de Constitución con alcance nacional fracasaron. Carecían de los
atributos económicos, políticos e ideológico-culturales que define Oszlak como condición necesaria

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para la formación de un Estado nacional. Los atributos materiales (económicos) estaban ausentes,
dado que las diferencias de intereses económicos existentes entre Buenos Aires y las provincias
del Interior no permitieron la conformación de un mercado en nivel nacional, factor ligado
estrechamente a la conformación de un Estado nacional. Asimismo, la sola presencia de los
proyectos de organización nacional elaborados por Buenos Aires no reflejaba una idea de Estado
nacional que integrara en un solo cuerpo a Buenos Aires y las provincias. No existían vínculos
materiales y culturales lo suficientemente sólidos como para hablar de "patria" en nivel nacional.
No existía la Argentina como Nación, como república unida o como patria. Caído el poder colonial
español, cada provincia, liderada por caudillos locales, se constituyó en unidad política y en símbolo
de resistencia al poder de Buenos Aires. Cada provincia se convirtió en la "patria" o "la Nación".
Tres décadas después de declarada la independencia. Esteban Echeverría aún observaba: "La
patria, para el correntino, es Corrientes; para el cordobés,
Córdoba... para el gaucho, el pago en que nació. La vida e intereses comunes que envuelve
el sentimiento nacional de la patria es una abstracción incomprensible para ellos, y no pueden ver
la unidad de la república simbolizada en su nombre".5 Como reflejo más evidente del fracaso de
los intentos de centralización porteña, en 1820 cayó derrotado por las fuerzas dirigidas por los
caudillos de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos el último director supremo de las Provincias
Unidas del Río de la Plata y se sucedió hasta 1829 un período en donde cada provincia argentina
— incluida Buenos Aires— se autogobernó. tuvo su propio ejército, su propia moneda y su propia
administración. b) Período 1829 a 1852: Este período puede ser caracterizado como la etapa teñida
por la autoridad de Juan Manuel de Rosas (si bien hubo un lapso entre los años 1832 y 1835. en
el cual Rosas no gobernó la provincia de Buenos Aires aunque organizó la primera campaña contra
los indios al sur de dicha provincia). Los dos gobiernos de Rosas (1829-1832 y 1835-1852)
encarnaron la vuelta a una forma de orden político peculiar luego de los años de guerra civil y
anarquía. Orden peculiar porque aunque estaba basado en el predominio político-económico de
Buenos Aires — cuyo gobierno asumía la representación exterior y simultáneamente seguía
manejando los recursos de la Aduana-, se asentaba sobre una suerte de coalición entre Buenos
Aires y las provincias que —funcionando como cuasi-Estados dentro de una federación—
conservaban su cuota de autonomía política. También era peculiar porque este orden político no
estaba institucionalizado en la figura Jurídica de una Constitución, sino "que estaba basado en los
pactos y coaliciones de facto entre Rosas y los caudillos provinciales. Sin embargo, al mantener las
diferencias económicas entre Buenos Aires, él Litoral y las provincias del interior, el orden rosista
no implicó la constitución de un Estado nacional. Como sostiene Oszlak. "la coalición de fuerzas
del litoral, que con apoyo extranjero y de sectores disidentes de Buenos Aires derrotó a Rosas en
Caseros, se constituyó —no casualmente— en circunstancias en que las oportunidades de
progreso económico abiertas por el sostenido aumento de la demanda externa y los nuevos
avances tecnológicos disponibles al promediar el siglo (léase segunda Revolución Industrial de los
países europeos), ponían crudamente de manifiesto las restricciones a que se hallaban sometidos
la producción y el intercambio de las economías litoraleñas".6 c) Periodo 1852 a 1860: La victoria
de Urquiza, caudillo que representaba los intereses del Litoral y pasaba a reemplazar a Rosas como
figura de proyección nacional a partir de la batalla de Caseros (1852), tampoco implicó la inmediata
aparición de un Estado nacional. Urquiza, al frente de la llamada Confederación Argentina, no
lograba la adhesión de Buenos Aires, que se mantuvo separada del resto del país y siguió
manejando los recursos de la Aduana. Este intento de organización nacional sobrevivió tan sólo
hasta 1860 al no contar con el apoyo y los recursos de la provincia más rica y el puerto de ultramar
más importante. d) Periodo de 1860 en adelante: La batalla de Pavón (1860) en la que Mitre, líder
de las fuerzas porteñas, derrota a Urquiza. al mando de los ejércitos de la Confederación Argentina,
marcó el comienzo del proceso de formación y consolidación del Estado nacional argentino. El
Estado surgido de Pavón debió luchar duramente para establecer su dominio en nivel nacional: así.
el gobierno de Mitre debió enfrentar las reacciones de los distintos caudillos del Interior, que no se
resignaban a perder las prácticas autónomas que atentaban contra el poder central. En este
sentido, la creación por parte de Mitre de un ejército nacional en 1864. creando cuerpos de línea
que se distribuyeron estratégicamente por el resto del país, constituyó un elemento de evidente

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valor para eliminar los focos de resistencia armada en las provincias.7 Sin embargo, la presencia
del poder central no podía basarse sólo en la fuerza de las armas. Los largos años de guerra civil
mostraban que la organización nacional no podía asentarse sobre la represión militar por parte de
un poder central. Por su parte, la experiencia rosista había demostrado que la organización nacional
tampoco podía asentarse sobre la base de alianzas efímeras entre Buenos Aires y los caudillos
provinciales, alianzas que las circunstancias cambiantes se encargaban de desvirtuar. Como
sostiene, Oszlak, la penetración del gobierno central en el resto del país se hizo efectiva a partir de
1860 a través de una serie de mecanismos, tanto de carácter material como de carácter político-
ideológico, que harían finalmente viable la organización nacional: 1) represivos, que supusieron la
creación de una fuerza militar unificada y distribuida territorialmente con el objeto de sofocar todo
intento de alteración del orden impuesto por el Estado nacional; 2) cooptativos, que incluyeron el
crecimiento de personal tanto civil como militar en el interior designado por el gobierno nacional y
la intervención federal del Poder Ejecutivo Nacional, que le permitía controlar a su favor la evolución
de los asuntos internos provinciales. Otro mecanismo de cooptación que se suma a los
anteriormente señalados consistía en el otorgamiento — o suspensión— por parte del gobierno
nacional de subsidios a las provincias para captar la adhesión de las burguesías o los gobiernos
provinciales; 3) materiales, que comprendieron diversas formas de avance del Estado nacional a
través de la localización en territorio provincial de obras, servicios y regulaciones indispensables
para el progreso económico de dichas provincias y 4) ideológico, que consistieron en la capacidad
de difusión y creación de valores, conocimientos y símbolos reforzadores de sentimientos de
nacionalidad que tendían a legitimar el sistema de dominación establecido. Ejemplo de este
mecanismo ideológico fue la educación estatal, que constituyó una herramienta del gobierno
nacional destinada a "argentinizar" a los hijos de Inmigrantes a través de la difusión de contenidos
y símbolos culturales patrios en las escuelas. Dentro de los mecanismos de penetración estatal que
menciona Oszlak, no hay que olvidar la importancia que tuvo para la formación de un Estado
nacional a partir de 1860 un conjunto de factores materiales, entre los que se destacan el aumento
de la demanda de productos agropecuarios por parte de la Europa industrializada (especialmente
Gran Bretaña)"— el aumento de la demanda británica de lana Justamente se produjo en la década
del '60 del siglo pasado y la posibilidad para la Argentina de acceder a avances tecnológicos como
el ferrocarril y el telégrafo, que permitieron una mejor y más fluida comunicación con el resto del
país, posibilidad impensable en los períodos anteriores a 1860.
3. CONCLUSIONES Este trabajo trata de mostrar que el proceso de formación de un Estado
nacional incluye componentes de carácter político (un sistema de dominación y/o control social que
posea legitimidad en el resto de la sociedad, que pueda manifestar e institucionalizar su poder),
económico (la conformación de un mercado nacional y la maduración de un proyecto de inserción
internacional en donde el Estado nacional juega un rol determinado), e incluso de carácter cultural
(la existencia de valores compartidos por los distintos sectores de una sociedad que integran la
Nación). En el caso argentino, la caída del poder colonial español no implicó la inmediata formación
de un Estado nacional. El período que va desde 1810 hasta 1860 puede ser interpretado como una
etapa caracterizada por la falta de un proyecto político y económico que integrase los intereses de
Buenos Aires, el Litoral y el Interior mediterráneo. Buenos Aires controlaba los recursos de la
Aduana y era la provincia más rica, pero en la etapa 1810-1860 no pudo establecer un esquema
de organización nacional estable y que tuviera respaldo por parte de los caudillos provinciales. A
su vez, el resto de las provincias no contaban con los recursos necesarios para imponer a Buenos
Aires un proyecto de organización de alcance nacional. La Organización Nacional, que los
historiadores escriben con mayúsculas para referirse a la etapa institucional iniciada con la caída
de Rosas en la batalla de Caseros (1852), comenzó a vislumbrarse con mayor fuerza precisamente
cuando la posibilidad de articular y compatibilizar estos diferentes intereses económicos regionales
le otorgó sustento material, político e incluso valores culturales compartidos a la Nación. Como dice
Jitrik, el modelo de dominación política de la generación del 80 se articuló sobre la coincidencia de
intereses entre las clases dominantes de Buenos Aires y de las provincias con perfil exportador.
Analizando el gobierno de Roca, sin duda la expresión más acabada del modelo de dominación
política de dicha generación, Jitrik muestra claramente el paso del conflicto a la concertación de

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intereses en la relación entre Buenos Aires y las provincias: "los gobernadores, promovidos
aproximadamente por las mismas razones que el presidente, son los representantes locales de
grupos político-económicos que se han venido imponiendo y que pueden tener entendimiento con
una Buenos Aires con la que ahora coinciden. Y como lo que ha ocurrido no ha sido una derrota
porteña sino una universalización de sus intereses y objetivos, la «Liga», organismo político, es el
punto de partida de la creación de una clase nacional.9 [...]que reposa sobre tres o cuatro
realidades: la propiedad terrateniente, la ganadería, la estrecha vinculación con Europa, económica
y cultural, el culto al «progreso indefinido»".10 En síntesis, a partir de 1860 la conjunción de varios
elementos contribuyó positivamente a la formación de un Estado nacional: la experiencia traumática
de décadas de guerra civil, la efectiva aplicación de diversos mecanismos de penetración y control
del gobierno nacional sobre las provincias, el sensible aumento de la demanda externa de
productos agropecuarios argentinos, el aporte positivo de adelantos tecnológicos como el ferrocarril
y el telégrafo en las comunicaciones y el acuerdo de intereses entre las clases dominantes de
Buenos Aires y las provincias. La suma de todos estos elementos otorgó la base material, política
e ideológica necesaria para la formación de un Estado nacional y de un espacio económico
(mercado) integrado en función de un proyecto de inserción internacional para Argentina: el modelo
primario-exportador.
NOTAS:
1. Strasser, Carlos, Teoría del Estado", pp. 20 a 25. 2. Oszlak, Oscar, "Reflexiones sobre la
formación del Estado y la construcción de la sociedad argentina". Desarrollo Económico, v. 21. Nº
84, Buenos Aires, enero-marzo de 1982. p. 532. 3. Oszlak, Osear. La formación del Estado
argentino. Editorial de Belgrano, Buenos Aires. 1982. p. 16. 4. citado en Oszlak, Osear. La
formación... p. 47. 5. Echeverría. Esteban, Dogma socialista. Buenos Aires. 1846 (edición 1948)
citada en Oszlak, O., La formación..., op. ctt. p. 42. 6. Oszlak. Osear, "Reflexiones...", op. cit. p.
547. 7. Cabe destacar que antes de 1860 no existía un ejército nacional. Cada provincia tenia su
propio ejército. 8. Ibld.. pp. 539 y 540. 9. La Liga de Gobernadores era un aparato electoral
constituido por los gobernadores provinciales. 10. Jitrik, Noé, "El mundo del ochenta", en: Pozzi,
Graciela. La generación del '80 (1880-1914). Fundación Simón Rodríguez-Biblos. Buenos Aires, s.
f.. cap. IV. p. 21. • Extraído de Cristina Lucchini (comp.). Aspectos de la sociedad argentina
moderna, Buenos Aires, Biblos. 1992.

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