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Rolando Astarita Austriacos: imposibilidad de derivar precios de utilidades

Austriacos: imposibilidad de derivar precios de utilidades


Esta nota es una continuación de las entradas anteriores referidas a la escuela de
Economía austriaca (véase​ ​aquí​,​ ​aquí​,​ ​aquí​,​ ​aquí​). Analizamos ahora cómo los
economistas austriacos “derivan” los precios de las imaginadas ordenaciones
individuales.

Tomamos el ejemplo con el que Rothbard (2009) lo explica: Johnson tiene


caballos y Smith cestas de pescado. Según su escala de valoración, Johnson no
está dispuesto a cambiar un caballo por menos de 81 cestas de pescado; y Smith
no está dispuesto a entregar más de 100 cestas de pescado por un caballo. De
manera que el precio del caballo, expresado en cestas de pescado, se ubicará en
algún punto entre 81 y 100 cestas. Puede verse entonces que el precio está
indeterminado. ¿Cómo resuelve el asunto Rothbard? Pues recurriendo a “las
habilidades de regateo” de los participantes, a partir de las cuales se establecerá
el precio final (véase p. 109). También Menger, luego de presentar un ejemplo
numérico similar al de Rothbard, escribe: “Surge así el fenómeno de la vida
cotidiana que llamamos regateo de precio. Cada uno de los contratantes se
esfuerza por obtener la mayor porción posible [en el intercambio]… y por
conceder al otro la menor parte posible de las ganancias” (1985, p. 173). Por eso
el precio depende “de la personalidad” de cada uno de los ​ intervinientes (​ibid.,
p. 174). Pero en esto ha desaparecido cualquier teoría de los precios (y por lo
tanto, del valor). El propio Rothbard admite que “​no​ hay teoría del regateo”
(​ibid., p. 363; énfasis agregado), ya que lo que cuenta en este escenario es el
“poder de negociación” (p. 364); o, como dice Menger, “la personalidad”.

Pero si la determinación de la razón de intercambio no se puede resolver en el


caso de dos propietarios de mercancías que intercambian, ¿qué decir del mundo
real, donde hay miles de mercancías, y de vendedores y compradores? En aras
de la argumentación, admitamos por un momento que son posibles las
ordenaciones, según una única métrica, de las utilidades marginales.
​ ​
Supongamos que ​A valora el bien ​X en el puesto 1775 de su escala, pero en el
​ ​ 3001 a ​Y, en tanto ​B​ valora ​X en el puesto 32, y a ​Y en el puesto 5559.
puesto
¿Qué se puede deducir de estas ordenaciones ​ sobre la proporción en que ​A y ​B
intercambian X e Y? La respuesta es que nada, salvo la trivialidad de que cada

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participante en el mercado intentará obtener el mayor precio posible para el


producto que ofrece en venta.

En consecuencia, los precios pasan a ser relaciones sin sustancia. Los


economistas austriacos hablan de valor, pero este se reduce a una mera relación
de precios carente de contenido. En palabras de Harper: “no necesitamos saber
precisamente qué son esas dos cantidades que se están comparando”. El ama de
casa compra pan a $29 centavos de dólar porque considera que ese pan es
preferible a $29 centavos de dólar, y esto es lo único que considera; no necesita
precisar cuánto lo prefiere. Por eso, aunque los austriacos sostengan que es
imposible igualar las utilidades marginales ponderadas por los precios; y aunque
no construyan curvas de indiferencia, sus ordenaciones de preferencias y
regateos nos dejan tan vacíos de explicación como la Microeconomía de los
manuales corrientes.

Medida y ley económica

La imposibilidad de una teoría del precio en el mundo de los austriacos se


vincula, lógicamente, con la ausencia de una métrica común en las valoraciones.
Es que si no hay posibilidad de una métrica de las valoraciones subjetivas, es
imposible establecer alguna ley, basada en esas valoraciones, para los precios. Y
por lo tanto desaparece también la posibilidad de establecer algún tipo de
regularidad en los intercambios. Estamos en el terreno de lo indeterminado,
donde prevalecen el capricho y lo aleatorio.

Sin embargo, en la realidad del mercado capitalista, los precios relativos


mantienen cierta constancia. Y cuando encontramos permanencia en las razones
en que se intercambian las mercancías, pasamos a la esfera de lo determinado.
​ con esas razones ​emerge una determinación interna, la medida (véase
Es que
Hegel, 1968, tercera sección, libro I). En otros términos, pasamos de los
cuantos empíricos (los precios tal como se registran) a “una forma general de
determinaciones cuantitativas, de manera que ellos se convierten en momentos
de una ​ley o de una medida” (Doz, 1970, p. 45). Esto significa que la medida
debe entenderse como proporción; ​X e ​Y se intercambian en cierta proporción, y
si hay proporción ​hay ley interna. Por eso Marx, en seguida de definir, en el

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primer capítulo de ​El Capital, qué es valor de cambio, dice que el mismo
“parece ser algo contingente y puramente relativo” (1999, p. 45, t. 1). O sea, sin
sustancia (de ahí el “puramente”). Sin embargo, a poco que se examina el
asunto encontramos que hay proporción, o medida; y si hay medida, esta debe
ser gobernada por alguna ley. Por eso también, en crítica a Bailey, quien decía
que los precios eran meramente relativos, Marx señala que los valores de
cambio son expresiones relativas, pero no sólo porque las mercancías se
intercambian en cierta relación, sino por su relación con los tiempos de trabajo
social “​que es su substancia” (Marx, 1975, p. 146, t. 2). Sin esa “substancia”, no
hay principio regulador, ni ley.

Lo anterior también se puede entender si tenemos en cuenta que la medida es


siempre​ unidad de la cantidad y la cualidad (Hegel, 1968, p. 285). Esto
significa que para que haya medida debe haber ​alguna cualidad que sea
susceptible de convergencia cuantitativa. En otros términos, no basta que haya
alguna una cualidad en común. No basta con decir, por ejemplo, todas las
mercancías son útiles (para retomar el argumento de Böhm Bawerk sobre “la
sustancia común”, véase​ ​nota​). ​El aspecto cuantitativo es clave, porque debe
existir alguna forma de cuantificar para que haya medida. Por el contrario, ​si no
hay medida, no podemos establecer ley alguna que gobierne las razones del
intercambio. Pero en ese caso desaparecen los “centros de gravedad” o
“atractores” (los “precios naturales”, los “precios de producción) en torno a los
cuales giran los precios de mercado. Estos centros en la teoría de Marx son los
precios de producción –costos de producción más una tasa media de ganancia,
determinados por la ley del valor trabajo-, ​que permiten encontrar una
regularidad sistémica –o regularidad “de grandes números”. Es lo que Dobb
(1973) llamaba el “principio cuantitativo unificador” que permite determinar las
relaciones entre los elementos del sistema.

Por eso, en el mercado capitalista existen regularidades estadísticas. Esto es, si


los intercambios son repetidos por muchos compradores y vendedores, en las
relaciones de intercambio “fortuitas y siempre fluctuantes” el tiempo de trabajo
socialmente necesario para la producción de las mercancías “se impone de
modo irresistible como ley natural reguladora, tal como por ejemplo se impone
la ley de gravedad cuando a uno se le cae la casa encima” (Marx, 1999, p. 92, t.

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1). Aquí con “natural” Marx quiere significar una ley económica ​objetiva, que
los productores no dominan, y que se impone por la libre competencia. En el
enfoque austriaco, en cambio, desaparece cualquier regularidad.
Significativamente, escribe Mises: “… no existen relaciones constantes en las
llamadas dimensiones económicas. Todas y cada una de las continuas
mutaciones provocan una nueva reestructuración del conjunto” (1986, p. 191).
Y antes: “En el mundo económico no hay relaciones constantes, por lo cual toda
medición es imposible” (​ibid., p. 98). Por esta razón, la Economía “no es una
disciplina cuantitativa”, no hace mediciones porque no maneja constantes (​ibid.,
p. 98).

En definitiva, los economistas austriacos reconocen que es imposible derivar los


valores de cambio –una relación cuantitativa, supuesta la cualidad común- a
partir de las imaginadas ordenaciones de preferencias según utilidades
marginales. En consecuencia, la ley económica se ha reducido a un ramplón
regateo, sobre el cual, como admite Rothbard, no existe ley alguna. Por eso no
debe asombrar que el sustento metodológico de esta teoría del valor sean las ya
mencionadas (​aquí​) “construcciones imaginarias”.

Textos citados:
Dobb, M. (1973): ​Economía Política y capitalismo, México, FCE.
Doz, A. (1970): ​Hegel. La théorie de la mesure, París, Presses Universitaires de
France.
Harper, F. A. (2006): “An Introduction to Value Theory”, ​The Writings of F. A.
Harper, vol. 2, Short Essays,​ ​https://mises.org/library/introduction-value-theory​.
Hegel, G. W. F. (1968): ​Ciencia de la lógica, Buenos Aires, Solar / Hachette.
Marx, K. (1975): ​Teorías sobre la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): ​Principios de Economía Política, Buenos Aires,
Hyspamérica.
Mises, L. von, (1986): ​La acción humana. Tratado de Economía, Madrid,
Unión Editorial.
Rothbard, M. N. (2009): ​Man, Economy and State. A Treatise on Economic
Principles, Ludwig von Mises Institute.

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