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El derecho a la vida psíquica

15/06/2018- Por Irene Meler

Es posible desplegar una nutrida argumentación a favor del derecho de las mujeres
a decidir si desean o no, llevar adelante un embarazo no previsto. Se trata de un
derecho humano, que habilita a la mitad más una de nuestra especie, a disponer de
su cuerpo y de su proyecto de vida.

El concurso de todos los saberes es necesario para remover esta rémora en el


camino de la paridad entre los géneros, y es por ese motivo que expongo algunas
reflexiones realizadas desde el estudio de la subjetividad.

El individualismo que caracteriza al sistema neoliberal es extremo. Se considera


que cada uno es responsable de la adecuada gestión de su existencia, y que los
fracasos sólo deben imputarse a la propia incapacidad o pereza. Las condiciones
sociales que no favorecen la inserción educativa y laboral de algunos sectores, no
son consideradas, y la solidaridad parece un valor ausente.

Pero no hay que desesperar, porque, como es habitual, las mujeres hemos sido
declaradas como el reservorio natural del altruismo y de la auto postergación. En
un mundo despiadado, debemos, según dicen algunos, extremar nuestra
consideración hacia la vida potencial, y no agostar los brotes de existencia humana,
aunque dejarlos prosperar implique graves problemas o limitaciones a nuestra
propia existencia.

Se trata de una argumentación perversa, que encubre la des responsabilización


del colectivo social con respecto de la vida, la vida de las niñas púberes que se ven
afligidas por embarazos producto del abuso incestuoso, la vida de los niños de la
calle, la vida de las madres multíparas sumidas en la pobreza, y por qué no, la vida
de las mujeres que priorizan su carrera laboral.

He trabajado en un programa de educación sexual en sectores sociales excluidos,


y me ha sorprendido la idealización que las adolescentes sostienen con respecto de
las madres solteras, a las que erigen en ocasiones en heroínas populares. Ellas
caen en la trampa del altruismo obligatorio, de la bondad compulsiva, convocada
para paliar la impiedad de las instituciones establecidas, y la desimplicación de los
varones con respecto de las consecuencias imprevistas de su sexualidad.

Cabe plantearse la pregunta acerca de cuál será el efecto psíquico de ese


imperativo cultural hacia la auto postergación y el auto sacrificio, en el contexto de
una cultura secularizada, individualista y competitiva. Podría ilustrarse con la
imagen de una carrera, en medio de la cual, la mitad de los participantes fuera
invitado a una sesión de meditación.

Los operadores en salud mental conocemos el efecto patógeno de las paradojas, y


la propuesta que los sectores confesionales realizan a las mujeres, tiene ese efecto,
generador de entrampamiento subjetivo.

Por ese motivo, es de gran utilidad crear relatos alternativos, que den figuración a
otros deseos y percepciones de las situaciones vitales que plantean dilemas éticos.
Una joven paciente que cursaba los primeros estadios de un embarazo no deseado,
trajo a sesión un sueño:
“Yo estaba fuera de mi casa, volviendo de algún lado, y me di cuenta que había
entrado un ladrón. ¡No sabía cómo sacarlo! Me desperté angustiada.”
Está claro que el embrión había sido significado como un usurpador, un invasor,
que podría robarle sus proyectos de vida, sus posibilidades de desarrollo personal,
anclándola en el servicio hacia otro ser. Es pertinente interrogarnos acerca de cuál
es la vida psíquica posible para un niño que llega al mundo y no es bienvenido, una
persona cuya existencia es percibida por la madre, como contradictoria con la
propia.

Existen relatos acerca de supuestas secuelas psíquicas desfavorables de los


abortos realizados. Es conveniente recordar que la índole traumática de cualquier
evento vital, depende del sentido que el sujeto le asigna. Para una mujer cuyas
creencias la impulsen a considerar la interrupción de un embarazo como un acto
criminoso contra un tercero, posiblemente el aborto resulte en consecuencias
negativas que deban ser elaboradas. En cambio, otras mujeres cuya ideología de
vida las habilita para otorgar legitimidad a esa decisión, pueden transitarla sin
mayores daños, sobre todo cuando el anatema de la ilegalidad deja de pesar sobre
ellas.

La medicina actual ha abandonado el terreno de la necesidad vital, para pasar a


ser una medicina del deseo. La auto modelación quirúrgica ha llegado a niveles
extremos. Es posible adelgazar la mitad de la propia masa corporal mediante una
cirugía bariátrica, transformar las facciones, mediante la cirugía estética, al punto
de parecer otra persona, cambiar de sexo a través de una cirugía de reasignación…
En este contexto donde nada parece imposible y todo es lícito, interrumpir un
embarazo no deseado, todavía es tabú en algunos ámbitos.

La penalización del aborto es un baluarte del conservadorismo social, y constituye


la resistencia final a la paridad entre los géneros. No se trata de utilizar el aborto
como método anticonceptivo, como ocurrió efectivamente en algunos países del
este. Ese modo de implementación no constituye una liberación, sino otra manera
de penalizar el libre ejercicio de la sexualidad femenina.

Está claro que la legalización deberá ir de la mano de la educación sexual y de la


provisión de anticonceptivos en el sistema público de salud. No se trata de cultivar
los abortos, por el contrario, debemos intentar bajar esa tasa de interrupciones del
embarazo, que viene trayendo graves consecuencias sanitarias, cuando se realiza
en malas condiciones.

El reparto cultural del bien y del mal entre los géneros, implica una escisión
colectiva entre las tendencias depredadoras y competitivas que todos albergamos,
y la empatía y la solidaridad de la que también somos capaces.

La construcción social de una masculinidad guerrera, ya sea en sus aspectos


militares, o bajo la forma contemporánea de las guerras comerciales, encuentra su
contrapartida en una feminidad compulsivamente bondadosa, que en ocasiones
limita el ámbito del “nosotros” al círculo estrecho de la familia, y en otros casos,
maquilla las políticas excluyentes de concentración del capital, con medidas sociales
parcialmente protectoras.

La figura de una mujer que se rehúsa a la maternidad asusta a muchos, porque la


madre es percibida como el último refugio de bondad en un universo social cruel.
Tal vez, si aceptamos matizar la idealización de la supuesta bondad femenina, las
sociedades humanas pongan en crisis las reglas androcéntricas implícitas, que
fomentan la confrontación, y niegan la interdependencia.

http://www.elsigma.com/genero-y-psicoanalisis/el-derecho-a-la-vida-psiquica/13429
 

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