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Los empíricos

Apareció repentinamente. Se consideró que podía tratarse de un animal o


un vegetal, porque la apariencia permitía la indefinición de la especie. Sin
embargo se obvió este primer detalle y se discutió en torno al número, ya que si
bien era un solo individuo el hecho de que cada parte estuviese triplicada tenía
que significar algo; tal vez una columna con apéndices. Pero la respuesta fue que
los apéndices nunca son micro totalidades sino simplemente anexos de los que se
puede prescindir. Era evidente que se trataba de individualidades; lo que arrojaba
un número de tres criaturas, que por alguna razón habían arribado siendo una
sola. La hipótesis que se defendió fue que el canal utilizado para desplazarse
permitiría el tránsito de un solo individuo. Siendo entonces tres objetos, debían
separarse para observar su progreso individual.
El siguiente planteo fue sobre los ambientes necesarios para cada uno de
los especímenes. Su complexión física sin extremidades y la dureza de la coraza
de la que estaban provistos, sugerían un hábitat inferior. Se interpretó que podría
tratarse de especímenes prehistóricos, quizás una especie de moluscos, pero
hubo discrepancia porque las criaturas inferiores se habían extinguido hacía
centurias y eso dejaba a los moluscos todavía más atrás, en tiempos previos a la
extinción de las especies Omega. Sin embargo, se destacó que parecían estar
adaptándose exitosamente a nuestro hábitat —a pesar de carecer de nuestra
complejidad—, lo cual daba la pauta para recrear un ambiente igual al nuestro. Se
decidió denominarlo ambiente A. Para posibilitar la hipótesis debatida, se recreó
el ambiente C, que correspondía a formas de vida inferiores ya extintas. El reto
fue superior al recrear el ambiente B, que debía ser un ambiente intermedio entre
los otros dos. Se dedujo en su totalidad y se procedió a la separación y
reinstalación de los especímenes en cada uno de los ambientes. Las criaturas no
se adecuaban a los instrumentos y por esta razón tuvo que modificarse el
instrumental para separarlas, lo que representó un reto un tanto heterodoxo.
Fueron colocadas en las cámaras preparadas y se comenzó su observación.
No mostraron mayor actividad. Tenían pulso, un pulso ternario que era
registrado con precisión. Fuera de esa respuesta no denotaban movimiento, lo
que apoyaba la hipótesis del molusco. Sin embargo, los moluscos efectuaban
traslación, se alegó, lo que invalidó la hipótesis. Se remitió además a la carencia
de extremidades o partes blandas y la imposibilidad que eso representaba para la
locomoción y por lo tanto, para su propia irrupción en el laboratorio. Imposibilidad
que los organismos inferiores habían superado por otros medios como el ambiente
o el parasitismo, se agregó, de lo que se podían encontrar ejemplos incluso en el
reino vegetal. Se levantó un rumor de desaprobación. Los vegetales carecían de
pulso y si bien se movían no se trasladaban por lo que nunca hubiesen arribado
hasta nuestro ambiente. Pero la idea del parásito era insostenible ya que faltaba
el individuo portador. Todavía se analizó el hecho de que un pensamiento
divergente hubiese surgido en nuestra comunidad y se sugirió su remoción de
nuestro cuerpo. Pero todo accionar quedó suspendido cuando uno de los
especímenes, el del compartimento B, falleció.
La reacción fue temperamental y no se emitió juicio alguno todo el tiempo
que la alarma que anunciaba el deceso del espécimen, sonó. Se ordenó apagarla
y cuando el silencio se hizo presente, las hipótesis para explicar su muerte aún
tardaron en llegar. ¿Cómo era posible que el espécimen que denotara un cambio
fuese el del compartimento B, producto absoluto de nuestras especulaciones?
Este pensamiento nos atravesó, aunque finalmente se propuso que el espécimen
habría llegado enfermo y su deceso tenía que ver con una causa inherente que
escapaba a cualquier previsión empírica. Pero esa explicación era más profana
que científica ya que obedecía a la síntesis de la navaja1, lo que elevó el tono de
la discusión porque no podían presentarse explicaciones de ese tipo. Se acordó
realizar una autopsia y encontrar las causas reales del deceso, apartándonos así
de hipótesis malsanas.
La primera dificultad fue que precisamente el espécimen fallecido era el del
compartimento B, cuyo ambiente se había deducido en función de la observación
de la morfología y de los primeros análisis llevados a cabo en los tres

1
La navaja de Ockham
especímenes. Este deceso implicaba dos resultados. El primero, que se había
procedido por error lógico. El segundo, que de haberse procedido correctamente,
los especímenes que sobrevivían en compartimentos radicalmente opuestos se
habrían trasladado de un ambiente a otro prescindiendo de las leyes físicas
básicas, lo que indicaría un conocimiento superior, solamente alcanzado por
especies complejas. Esto generaba una hipótesis derivada, la de que toda
especie superior desarrolla algún modo de comunicación, que tampoco habría
sido detectado por nuestros instrumentos. Esta situación conducía a la presencia
de un objeto incognoscible. No se podía sostener tal conclusión.
Cuando este pensamiento quedó explícito, se revisaron los supuestos de
los que se había partido a fin de erradicar el error. Se estableció que éste se
había iniciado cuando se modificó al Sujeto Primo para adecuarlo al objeto,
suceso ocurrido al recrear los instrumentos para separar a los especímenes.
Invariablemente, esto había alterado el método. Pero se sostuvo que no se
hubiese podido llevar a cabo dicha separación de haber prescindido de
herramientas. Tal vez había que continuar con el tratamiento heterodoxo y revisar
los canales de comunicación o incluso considerar el pulso como un intento por
establecer contacto, ya que desde el deceso del espécimen, el pulso había
pasado a ser binario. Se elevaron voces en contra. Dos modificaciones a la
técnica indicarían la presencia de herramientas obsoletas, y por lo tanto, la
revisión del Conocimiento Primo que las había creado. Sin contar con que este
tipo de revisión se tocaba más con lo profano que con lo científico. Se había
incurrido en el error al asumir la heterodoxia para separar a los especímenes y
este error estaba arrastrando el razonamiento hacia otros errores que
invariablemente conducían a un absurdo objeto incognoscible. Esta
incognoscibilidad ratificaba la equivocación en el método empleado, inservible, al
no tratarse del Método Puro.
Una vez discriminados los datos profanos, la investigación se abocó a la
autopsia del espécimen fallecido. La separación de sus corazas reveló una
simbiosis entre tejido orgánico y metálico que no se había previsto. Su fisonomía
interna era muy parecida a la de un molusco, aunque no coincidía “exactamente”
con la de los moluscos conocidos y clasificados antes de su extinción. Las partes
provistas de minerales parecían ser las generadoras de la coraza, pero luego de
examinar diferentes órganos extrañamente rectangulares e independientes del
tejido orgánico, se halló que estaba habitado por bacterias cuyo tamaño era
mínimo pero regular y que al contrario del espécimen, todavía continuaban con
vida. Se extrajo una muestra que se depositó bajo el microscopio. Su fisonomía
era más compleja que la del espécimen —se identificaban al menos dos miembros
superiores— y su comportamiento fue errático hasta que se advirtió que también
estaban muriendo. Se trató de devolverlas al espécimen pero esta acción no
provocó el resultado esperado. A los pocos minutos, todas las bacterias extraídas
y depositadas nuevamente habían muerto.
Este nuevo hallazgo devolvió la hipótesis de la enfermedad inherente. Las
bacterias que habitaban el molusco serían parásitos. Los moluscos habrían
podido trasladarse —tal vez mediante un salto cuántico—, sin utilizar consciencia
alguna, resolviendo el problema de la falta de complejidad. Especies inferiores de
la época de las especies Omega utilizaban las corrientes oceánicas como medio
de traslación, se ilustró. Y el pulso entonces, no sería más que un pulso propio de
cada espécimen que estaría remitiendo a su primitivo sistema nervioso,
descartando así la hipótesis del canal de comunicación. Debían ratificarse estos
hallazgos mediante la experimentación sobre otro de los ejemplares.
Se decidió trabajar sobre el espécimen A. Aunque todavía estaba vivo, se
procedió a abrirlo y extraer de él otro grupo de parásitos que se trató de mantener
con vida para su estudio, pero fue infructuoso, ya que fuera del molusco estos
microorganismos apenas conseguían sobrevivir unos minutos. Se volvió la
atención sobre el espécimen C. Al contrario del primer espécimen, el pulso de
éste se aceleró al momento de practicar la incisión para abrirlo, pero luego no dejó
de emitirse por lo que se concluyó que había sido curado de su afección al haber
extraído los parásitos y que podía ser mantenido con vida para realizarle estudios
posteriores. Fue fotografiado y devuelto al compartimento. Como observación
pertinente, se destacó que sus órganos internos no eran exactamente iguales a
los del espécimen anterior y por ello se elaboró la posibilidad de que se tratara de
dos individuos opuestos de una misma especie, es decir un macho y una hembra,
condición propia de especies inferiores. Este resultado inducía a abrir el
espécimen restante y observar si eran compatibles a fin de realizar futuras
intervenciones y quizás obtener nuevos especímenes.
Sin embargo, se discutió acerca de la pertinencia científica que tendría
continuar con estas indagaciones. Aceptado el hecho de que se trataba de un
molusco, no había nada que agregar porque sobre ese objeto ya se habían
realizado estudios completos y por lo tanto, acabados. Lo que quedaba pendiente
era la cuestión de las bacterias y se debía evaluar la necesidad de continuar con
su investigación, que no estaba exenta de dificultades. En primer lugar, se carecía
de instrumentos para manipularlas lo que implicaba el riesgo de volver a caer en el
error por incluir la heterodoxia en el método. Y en segundo lugar, la breve vida
que desarrollaban fuera del molusco volvía infructuosa cualquier intervención. Se
propuso utilizar recursos existentes como microcámaras introducidas dentro del
molusco y seguir su progreso mediante observación. Pero se trataba de meras
bacterias sobre las que ya se habían realizado estudios precisos, por lo que
apenas debía elaborarse un registro. Finalmente, los tres especímenes fueron
puestos en un compartimento de almacenamiento, con las etiquetas que los
catalogaban como moluscos de una especie curiosa pero extinta.
Lo que ocurrió inmediatamente fue registrado por los instrumentos. El
espécimen que contenía las bacterias con vida permaneció con el pulso invariable,
aunque ni bien estuvo en contacto con el espécimen sin bacterias, realizó algún
tipo de maniobra que terminó con el pulso del espécimen vacío e incrementó la
profundidad de su propio pulso que adquirió una frecuencia constante. Y luego se
elevó. Esta traslación fue registrada empíricamente. Y lo que siguió fue que el
molusco, suspendido en el aire, avanzó hacia adelante y se desmaterializó al
atravesar un salto cuántico. También quedó grabado un código profano, donde
algo que parecía un rostro dejó un mensaje absurdo.

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